Y la señora de don Nicolás, que era la que ordeñaba, a pesar de su buen cuidado, muchas veces, había rodado por el suelo, con banquito, jarro y balde, renegando con la mañera que coceaba como mula; otras sabían a las mil maravillas detener la leche, quedando como si no la hubieran tenido, y los dedos más baqueanos no les podían sacar ni para llenar una taza.
Con don Nicolás, el que, aunque caballo ya hecho, no corcoveaba, al salir, o no se boleaba, coceaba al que se acercaba, o se revolcaba, para no dejarse ensillar, y más de uno, cansado en primer galope, había quedado deshecho para siempre.