Hubo en Troya un varón rico e irreprensible, sacerdote de Hefesto, llamado Dares; y de él eran hijos Fegeo e
Ideo, ejercitados en toda especie de combates.
Homero
El heraldo
Ideo llevaba además una reluciente cratera y copas de oro; y acercándose al anciano, invitóle diciendo: —¡Levántate, hijo de Laomedonte!
Homero
Ruega, pues, a Zeus
Ideo, el dios de las sombrías nubes, que desde lo alto contempla la ciudad de Troya, y pídele que haga aparecer a tu derecha su veloz mensajera, el ave que le es más cara y cuya fuerza es inmensa, para que en viéndola con tus propios ojos, vayas, alentado por el agüero, a las naves de los dánaos, de rápidos corceles.
Homero
Pero la noche comienza ya, y será bueno obedecerla. Respondióle Ayante Telamonio: — ¡
Ideo! Ordenad a Héctor que lo disponga, pues fue él quien retó a los más valientes.
Homero
-decía el nuevo dueño-. Viene de que el diablo, después que hubo leído la Biblia, quiso fabricar una caricatura de ella e
ideo el juego de cartas.
Hans Christian Andersen
EL CORO La venganza de los Dioses ha caído precisamente sobre Helena, porque ha herrado ella de lágrimas toda la Hélade por culpa del funestísimo Páris Ideo, que atrajo a los helenos a Ilios.
Cenad en la ciudad, como siempre; acordaos de la guardia, y vigilad todos; al romper el alba vaya
Ideo a las cóncavas naves, anuncie a los Atridas, Agamemnón y Menelao, la proposición de Alejandro, por quien se suscitó la contienda, y hágales esta prudente consulta: Si quieren que se suspenda el horrísimo combate, para quemar los cadáveres, y luego volveremos a pelear hasta que una deidad nos separe y otorgue la victoria a quien le plazca.
Homero
Después que aquella trompa con que tañían hizo señal que acababan ya la danza, fueron quitados los paños de ras que allí había, y cogidas las velas, aparejose el aparato de la fiesta, el cual era de esta manera: Estaba allí un monte de madera, hecho a la forma de aquel muy nombrado monte, el cual el muy gran poeta Homero celebró llamándolo Ideo, adornado y hecho de muy excelente arte, lleno de matas y árboles verdes, y de encima de la altura de aquel monte manaba una fuente de agua muy hermosa, hecha de mano del carpintero, y allí andaban unas pocas de cabrillas que comían de aquellas hierbas.
Cuando se hallaron frente a frente, Fegeo tiró el primero la luenga lanza, que pasó por cima del hombro izquierdo de Tideo sin herirle; arrojo éste la suya y no fue en vano, pues se la clavó a aquél en el pecho, entre las tetillas, y le derribó por tierra.
Ideo saltó al suelo, abandonando el magnífico carro, sin que se atreviera a defender el cadáver —no se hubiese librado de la negra muerte—, y Hefesto le sacó salvo, envolviéndole en densa nube, a fin de que el anciano padre no se afligiera en demasía.
Homero
Estos interpusieron sus cetros entre los campeones, e
Ideo, hábil en dar sabios consejos, pronunció estas palabras: —¡Hijos queridos!
Homero
Príamo saltó del carro a tierra, dejó a
Ideo para que cuidase de los caballos y mulos, y fue derecho a la tienda en que moraba Aquileo, caro a Zeus.
Homero
Así se expresó; y todos los aqueos aplaudieron, admirados del discurso de Diomedes, domador de caballos. Y el rey Agamemnón dijo entonces a
Ideo: —¡
Ideo!
Homero