Y se entretuvieron así,
padre e hijo, confundidos en la complacencia de la destrucción y la victoria, palpando la presa, distraídos.
Emilia Pardo Bazán
Al nombre odiado de Landolfo, Orso se estremeció de furor, y desnudando el puñal, iba a atravesar la garganta del pequeño...; pero éste, apacible, le sonreía, y su sonrisa era la sonrisa encantadora, inolvidable, de Lucía cuando su
padre la acariciaba, en los días de la niñez.
Emilia Pardo Bazán
la paciencia! El pobre
padre se alejó llorando, y a poco desapareció. Media hora había transcurrido, empleada por los ladrones en jurarse unos a otros no decir nunca a su capitán que habían perdonado la vida a un hombre, cuando de pronto apareció Parrón, trayendo al segador en la grupa de su yegua.
Pedro Antonio de Alarcón
Soltó el cadáver y alzó los ojos atónitos, sin llanto, al cielo, que consentía aquella iniquidad... Después, sobre el
padre que sufría se destacó el hombre de lucha, pronto a la acometida y a la emboscada, vengativo y feroz.
Emilia Pardo Bazán
- ¡El Papa! -exclamó el Prior. - ¡Sí,
padre; el Papa! -repitió Rubens. - ¡Ved por lo que no os diría el nombre de ese pintor aunque lo recordase!
Pedro Antonio de Alarcón
Solo en la tierra con el chiquillo, Jácome le crió sabe Dios cómo; y ahora se le caía la baba viendo despuntar en Sendiño, a los seis años mal contados, otro cazador, otro merodeador, sin afición alguna al trabajo lento y metódico del labriego, fértil ya en ardides y tretas de salvaje para sorprender nidos y pajarillos nuevos, para descubrir dónde ponen las gallinas del prójimo y aun para engolosinarlas echándoles granos de maíz, hasta atraerlas a la boca del saco. El
padre estaba embelesado con tal retoño, y le enseñaba nuevas habilidades cada día.
Emilia Pardo Bazán
¡Dádmelos, por los dolores de María Santísima! Una carcajada de burla contestó a las quejas del pobre
padre. Yo temblaba de horror en el árbol a que estaba atado; porque los gitanos también tenemos familia.
Pedro Antonio de Alarcón
¡Su nombre, que hubiera eclipsado el mío! Sí; "el mío"...,
padre.... (añadió el artista con noble orgullo.) ¡Porque habéis de saber que yo soy Pedro Pablo Rubens!
Pedro Antonio de Alarcón
- ¡Oh! (dijo Rubens con exaltación.) ¡Eso no puede ser,
padre mío! Cuando Dios enciende en un alma el fuego sagrado del genio, no es para que esa alma se consuma en la soledad, sino para que cumpla su misión sublime de iluminar el alma de los demás hombres.
Pedro Antonio de Alarcón
Y así diciendo, Rubens se dirigió a un fraile que rezaba en otra capilla y le preguntó con su desenfado habitual: - ¿Queréis decirle al
Padre Prior que deseo hablarle de parte del Rey?
Pedro Antonio de Alarcón
Porque todos tres están descalzos, lo mismo las mujeres que el rapaz desmedrado y consumido, que representa once años a lo sumo, aunque ha cumplido trece. La boina, una vieja de su
padre, se la cala hasta las sienes, y aumenta sus trazas de mezquindad, lo ruin de su aspecto.
Emilia Pardo Bazán
¿Lo sabíais, y habéis podido olvidarlo? - Sí, hijo mío, lo he olvidado completamente. - Pues,
padre... (dijo Rubens en són de burla procaz), ¡tenéis muy mala memoria!
Pedro Antonio de Alarcón