Éste se encogió de hombros y le contestó con acento indiferente: -Sí, señor, yo estoy enterao de toíto, que toíto me lo ha contao a mí la comadre. -¿Y usté cree que no debo yo darle al Pijota un acosón en el sitio que más le duela?
Un silencio extremo imperó breves instantes en la reunión, silencio que fue interrumpido por el Pijota, que exclamó, incorporándose y procurando poner una sonrisa en sus labios contraídos: -Güeno, pos izo el ancla, caballeros, que entoavia tengo que dir al Morlaco, aonde tengo una cita con Joseíto, el Barrena.
Cuando Curro penetró en la calle, ya adornada con sus trapitos de cristianar y tirando de espaldas de bonita, charlaba animadamente Dolores con la casera en la puerta de su casa sin dignarse corresponder con una sola mirada a las casi dolientes del Pijota, que, situado en la acera de enfrente, oía sin enterarse lo que sus amigos le decían.
Curro, tras saludar a su comadre, sonriendo con expresión maliciosa, se dirigió al grupo desde el cual el Pijota seguía fogueando con apasionado mirar la fortaleza ambicionada, y -Caballeros, güenas noches -dijo, y tras los apretones de mano de rúbrica, añadió con acento ponderativo-: ¡Camará!, y cómo está la calle de mujerío, chavó, y vaya si está archibonita mi comadre.
-¿Qué buscará el Pijota por esta calle, que me lo vengo trompezando desde hace unos días más veces que flores da un carambuco? Dolores sonrió de modo malicioso y repúsole a su marido, al par que colgaba del perchero la cazadora que aquél acababa de quitarse: -¿Qué querrás tú que busque por aquí sino que le den un desengaño?
-Sí que lo está -repúsole el Tabardillo, mirando furtivamente al Pijota, que desde la llegada de Curro había disminuido un tanto el número de sus poco mortíferos y amantísimos disparos oculares.
Tu potranquilla está educá por ti como si la hubieran educao los mismísimos serafines, y no es capaz de premitir que le jurgue ni a la crin otro jinete ni manque sea el Apóstol, asín es que tú la puées dejar sola sin temor ninguno, y pa castigar a ese mal gachó, tan y mientras él anda acechándote tu potranquilla de oro, tú lo que debes jacer es dirte por sus cubriles, porque sería la mar de regracioso que la tuya, al arrimarse él, le pusiera los cascos en el perfil, y que tú, tan y mientras, recogieras la suya y te la llevaras detrás de ti como si fuese un mansísimo, un cordero.» -Pos que me maten si yo pesquibo naíta de ese romance -dijo el Tabardillo, mirando a hurtadillas al Pijota...