Vivimos en una época de exposición extrema. La gente se toma
un Actimel por la mañana, mientras de aumentar las defensas, sube a Facebook
-vía Instagram- la cagadera que le generó el yogurcito.
Todos utilizamos Redes Sociales. Somos parte del sistema
porque, si no somos parte, nos quedamos afuera. El hippie, el distinto, el que reniega de donde está parado,
taparrabos y al monte.
A lo que me abocaré, precisamente, es a los sujetos cuya
vida discurre en una, dos, tres... infinitas Redes Sociales. A quienes dejan su
vida allí. A quienes hacen culto de una herramienta que, a veces, nos sirve
para comunicarnos pero, la mayoría, nos incomunica. Al abuso, a la exageración, al mal uso.
Y la respuesta es una sola: ANSIEDAD.
La estupidez de la gente deviene de la ansiedad, de la falta
de control sobre la misma. La gente es estúpida porque no puede controlar su
ansiedad. Porque nunca se tomó el tiempo para pensar en su vida. Pero, le sobra para pensar en otras vidas. Es una
falencia de la cual no tiene la culpa. O sí. Tal vez, nunca les enseñaron, sus
antecesores, a pensar. O si lo hicieron, y el volumen del auricular estaba tan
alto que no les permitió incrustarse la perorata en la red neuronal de análisis
primario. Por ende, tenemos una generación, un grupo de gente, un individuo, con falta de control de ansiedad.
Uno, un grupo, una generación; tienen dos mil quinientos
‘amigos’ en Facebook, veinte mil ‘seguidores’ en Twitter, novecientos
‘miembros’ en cada uno de sus Blogs -porque, no tienen un solo Blog, tienen dos
o tres o cuatro- pero ningún abrazo real, ningún lector con el cual
cambiar ideas, ningún sujeto al que le interese más lo que dice otro que lo que
dice el mismo.
Además, como recurso extremo del caradurismo declaran que ‘no pierden tiempo’ siendo afiliados a tantos
canales de comunicación. Lo interesante sería saber cómo hacen, tal vez por ósmosis se auto-completan los espacios. Sería interesante, repito, saber cómo hacen.
Tantos medios y la incapacidad absoluta de mantener 1 (una)
(una sola) (ni siquiera dos) (una) (unita) relación REAL.
No pueden, no saben, no contestan.
¿Por qué? Porque eligen llenar sus espacios con ‘virtualidad’ y, como todos sabemos, elegir algo es dejar de lado otras cosas.
Y así van por la vida, los ansiosos. Ven un culo, lo tocan.
Ven un enchufe, meten los dedos. ¿Por qué? Porque hay una manga de iguales que
van haciendo lo mismo. Algunos. Otros no. Pero siempre es más fácil aprender
del ejemplo fácil, el que hacen/muestran todos. Lo
difícil lleva tiempo, y en estos tiempos de exposición extrema, valga la
redundancia, no tenemos tiempo. Lo difícil no está en Facebook, Twitter ni un Blog.
Entonces, ¿por qué ir contra la corriente? Vamos, metamos
los dedos en el enchufe y toquemos culos o metamos los dedos en el culo y
toquemos enchufes. Da igual, cuando no pensamos.
Tienen miedo a no tocar un culo, a no meter los dedos en el
enchufe, a no subir suficiente cantidad de fotos a Facebook, a no recolectar
diez mil ‘followers’ en Twitter, a que nadie comente un post en un Blog de dudoso buen gusto y moral, a merecer el olvido que Dolina dictamina
‘tratemos de no merecer’.
¿Creen que no tienen vida si no hacen eso? No lo sé. Lo que si
se es que lo hacen porque les da seguridad.
Toda la seguridad que no tienen afuera, porque afuera, el
mundo, es digital, no se maneja con ceros y unos. El sistema binario lo
entienden las máquinas. Las máquinas donde usan Facebook y Twitter. Las
máquinas desde donde leen este Blog.
Pero insisten en que no pierden tiempo cuando, a su vez,
tampoco tienen tiempo para relacionarse con los demás. Están muy ocupados
escribiendo en un Word los tweets/posts que van a compartir mañana, en horario
central, porque ¿a la 1 am quien te lee? Nadie. Igual que los sábados y
domingos, ¿no? No te lee nadie, entonces no tenés nada que decir… !
La paradoja les calma la ansiedad. O intenta hacerlo.
Pero, la realidad es que siguen ansiosos porque, no terminan
de sacar el dedo de un agujero que, se dan vuelta, ven otro agujero, lo
confunden con un enchufe y meten la pata. Luego, giran para el otro lado, ven
un fierro caliente y lo tocan. Y se queman. Y así andan a los golpes,
sobreviviendo. Mostrando y hablando públicamente de toda la mierda que les hace
largar el yogurcito que se desayunaron y que no pueden contener porque así lo
dicta el sistema.
—Mostrá. Mostrá tu vida de mierda.
Tienen miedo, TERROR, de pararse en medio de la calle y
mirar. Mirar a los costados. Mirar lo que los rodea. Tienen miedo a la quietud.
A no hacer nada por cinco minutos. A pensar. A mirarse. A mirarse, ver y
reconocer todo lo que no les gusta. A aceptarse sin importar nada o nadie más.
Pero de meterse a pelotudear veinticuatro horas en una Red
Social no tienen miedo.
De nuevo la paradoja. Otra vez la ansiedad.
Porque lo que no gusta, molesta y lo que molesta es mejor
sacárselo de encima, es mejor endilgárselo a otro. Es mejor proyectar en otro
nuestra miseria.
Si te embarazás porque cogiste sin forro, la culpa seguramente
sea de la farmacia que estaba cerrada cuando vos estabas caliente. Nunca tuya.
No, claro, si reconocés que sos irresponsable tenés que mudarte al asteroide
del Principito. Y ahí no tenés Facebook, Twitter, ni e-mail ajeno para evitar
distraerte y hacerte cargo de tu cagada, o de elegir mal, entre tantísimas
opciones, el yogurcito que desayunaste por la mañana.
Y así van, caminando por la vereda, pensando que las
vidrieras los reflejan solo a ellos, no existe nadie más en el mundo. Entonces,
antes de verse reflejados, se acomodan ropas, pelos, tetas y bultos; respiran
hondo y se miran. Y no ven nada. Solo se ven a si mismos. No ven lo que se
refleja, la ciudad, el pueblo, el árbol, la bolsa de basura, los otros que
también se miran en la misma vidriera. Y siguen caminando.
Se refugian debajo del cartón del cartonero. Se silencian
con música a todo volumen en sus iPod, mientras twittean en ciento cuarenta caracteres,
todo lo que llevaría una vida desarrollar. Pero no hay tiempo. Es mejor no aclarar tanto, a ver si oscurecés.
Le encuentran ritmo al colectivo pero no a sus corazones.
Total, en los colectivos viajan muchos, debe estar bien.
Pero, en sus corazones -vehículo viejo si los hay- viajan
pocos, tal vez nadie. ¿Cómo hacer caso a lo que pocos consumen?
La Redes son eso, un control más, un control menos. Controlan
lo controlable y esquivan y pasan al de al lado todo lo que no pueden
controlar. Entonces, realmente, ¿qué controlan? Respiran porque no necesitan
pedírselo al cerebro, porque no tiene que recordárselos un Smartphone, si no,
si dependiéramos de un recordatorio, de una batería de celular.... estaríamos
desaparecidos de la faz de la Tierra.
Caminan por la vereda del lado de la sombra. La del sol, la
más benéfica, les da calor, los hace transpirar. Transpiran, se ensucian, no está bien visto transpirar, además, el brillo en la cara les arruina la foto de
Facebook.
Y la sombra tiene buena prensa, ‘andá por la sombra que al
sol te derretís, bombón’, les dicen… y se lo creen. Y van por la sombra esos
que piensan que está bien ir en colectivo, y que
ciento cuarenta caracteres alcanzan para relacionarse con alguien más que con uno mismo.
No importa, siguen caminando, pasan al lado de un poste de
luz, hay bolsas de basura, algo brilla, parece interesante, ya que el gen
humano de chatarrero, a pesar de Bill Gates y Steve Jobs, sigue vigente. Al
pensar en agacharse por un segundo a ver que es, rápidamente un batallón de
policías internos reprime con ímpetu e intenta controlar la situación. Un
megáfono mudo dice a gritos: ‘los están mirando, compórtense roñosos’. Se
asustan, miran para adelante, esquivan la vista de otras cabezas con auriculares.
El ritmo cardíaco se eleva y siguen caminando.
Pero no lo escuchan. Pero van por la sombra.
Llegan a la esquina, un semáforo los detiene, se dan vuelta
para ver lo que dejaron, lo que no levantaron, lo que no se animaron. Miran a
los alrededores y no ven ningún megáfono, no existe. Imaginación, pura e
impura. Piensan que llegarán tarde. ¿Tarde adonde? Al trabajo. Llegan tarde si
vuelven atrás esos metros para revolver la basura y darle agua a esa sed eterna
de curiosidad que nos determina como seres humanos. A esa ansiedad.
Mientras el amarillo pasa a verde, piensan que si estuvieran
en un camino rural, al sol, y sin Facebook donde ser etiquetados revolviendo la
basura ajena, tendrían todo el tiempo del mundo para revisarla y compartir con
nadie más el descubrimiento. Podrían tener la oportunidad de agarrarlo y
llevarlo, o dejarlo ahí. Tendrían oportunidad. Pero, los ojos que miran, les
quitan oportunidades. Son incapaces de notar que uno se nutre de las miradas atentas y no de
la cantidad de ojos que miran.
Otro día, pasan por aquel poste y la basura ya no está.
Bajan la marcha, respiran tranquilos, tienen el control. Siguen su marcha, ahora por la vereda del sol,
pero el aire se siente frío. Algo falta. Algo faltó. Darse esa oportunidad de
parar la marcha y escucharse.
El control se los impuso otro, porque no pueden.
Porque la ansiedad no los deja. Se los impuso el que se llevó la bolsa. Se los
impone otro, otro que maneja la ansiedad un poco mejor. Te lo impongo cuando decido no ver/leer/escuchar la mierda
marca La Serenísima que exponés. Te lo impongo yo, mientras vas por la
vereda de la sombra, pensando que tenés aquello que no
levantaste.
Eso que, otro que pudo, se llevó.