Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

10 de abril de 2025

Triste mirada

 

Era la musa de la clase. Qué digo la clase, de la universidad entera. Tenía enamorados a todos los chicos y a parte de algunas chicas. Elegante, estilizada, segura de sí misma y una mirada lánguida que encandilaba a quien dirigía sus ojos.

Siempre fue para todos un modelo a seguir, o sería más correcto decir una quimera. Imposible igualarla. Sus modales exquisitos fueron adquiridos tras generaciones de antepasados acostumbrados a moverse pisando alfombras palaciegas donde los títulos nobiliarios se acumulaban en folios y folios de registros aristocráticos.

Han pasado muchos años de aquella etapa universitaria y aún me pregunto por qué me eligió para ser su mejor amiga, su confidente más íntima, la depositaria de sus secretos. O eso creí hasta aquel día en que todo se desmoronó.

Yo estaba becada en una universidad privada, mis méritos no eran ni nobiliarios ni monetarios sino académicos, gracias a mi tesón y horas de disciplina espartana para estudiar más de doce horas diarias conseguí que una asociación benéfica pagara la costosa matrícula de una prestigiosa universidad que se caracterizaba por educar a los futuros dirigentes de varios países.

Podía considerarse que era una afortunada, pero esa suerte se incrementó cuando ella se fijó en mí y comenzó a invitarme a sus populares fiestas. El boato y el lujo caracterizaban esas reuniones, pero la estrella indiscutible siempre fue ella. Ningún palacio, ningún entorno podía eclipsar su brillo.

Sabía hablar, sabía moverse, pero sobre todo sabía mirar porque era su mirada la responsable de su magnetismo. Miraba sin ver, como si el foco de su visión no fuera la persona a quien dirigía sus ojos sino algo más allá, fuera del dominio de los demás, en otro lugar recóndito e inaccesible. Cuando hablaba contigo uno sabía que estaba muy lejos, como si su hábitat no fuera de este mundo, como un hada perdida procedente de otra dimensión.

Aquella mirada que tantos estragos provocaba fue la responsable de mi devoción hacia ella.

—Hola, me llamo Greta.

Con esas cuatro palabras la estrella de la universidad se dirigió a mí el primer día de clase, y con ellas me abrió las puertas a su Olimpo particular, territorio exclusivo de unos pocos privilegiados y vedado a la mayoría de los mortales.

En cada fiesta, viaje o comida entre su exclusivo grupo de amigos Greta repartía glamour, elegancia y una presencia siempre acompañada por esos ojos tristes. Porque su mirada, esa que encandilaba y enamoraba, destilaba un vapor de tristeza.

Lo tenía todo, admiración, dinero, posición, el amor incondicional de múltiples devotos, pero en su mirada había un poso de tristeza, de desconsuelo.

Nunca se le conocieron novios, al menos novios duraderos, sus amantes eran de una noche, nadie la satisfacía, ella se confesaba conmigo, nada era suficiente, siempre quería ir más allá con esa triste mirada.

Hasta aquel día en que todo se derrumbó, cuando cayeron los velos del misterio, cuando la triste realidad se manifestó.

En el garaje de su mansión había vehículos de todo tipo: deportivos, cuatro por cuatro, berlinas, incluso motos. Pero ella nunca conducía; de esa ocupación se encargaba un chófer que también tenía la función de guardaespaldas. Allá donde íbamos el discreto Hugo nos acompañaba como una silenciosa sombra, era inseparable de ella y la única condición de su acaudalado y nobiliario padre para que saliera donde quisiera. Greta tenía completa libertad de movimientos siempre que fuera con su escolta particular. Un par de intentos de secuestro cuando ella era muy pequeña habían dejado a su progenitor con la constante incertidumbre y temor de perderla para siempre.

—Con un chófer permanente no sabrás conducir —le comenté en una ocasión tras finalizar una fiesta viendo amanecer desde la azotea de un exclusivo hotel donde se había celebrado el evento.

—Sí sé, tuve clases particulares con Hugo en la finca que mi padre tiene en Jaén, pero es cierto que no conduzco nunca, no lo necesito —me contestó dirigiéndome una mirada desmayada.

Hasta aquel día en que todo se desmoronó.

Ese día Hugo no estaba con ella. El repentino fallecimiento de su madre en una aldea de Galicia le hizo ausentarse un par de días. Un compañero de la facultad celebraba su cumpleaños a las afueras de la ciudad y Greta no quería perderse la fiesta. Ante la falta de conductor decidió ponerse ella al volante. Su padre se negó en redondo, pero la hija supo sacar provecho del amor incondicional que éste le profesaba y ante la mirada encantadora que tan bien sabía manejar, el cabeza de familia cedió.

El auto elegido para desplazarse fue un Porsche Cayenne gris plateado. A los mandos de tan potente vehículo enfiló la autovía rumbo a la localidad de Manzanares del Real, lugar donde se celebraba el sarao.

Nunca llegó a su destino.

La visibilidad era excelente, el estado del firme de la carretera bueno, nada hizo prever la tragedia desatada. En un cruce, Greta se saltó el stop y no pudo esquivar el camión que le interceptó el paso. Un Iveco Daily de dos toneladas y cinco metros de largo la arrolló. La fuerte carrocería del Cayenne se arrugó como si fuera de papel y Greta quedó atrapada en un amasijo de hierro.

Tres horas tardaron los bomberos en excarcelar su cuerpo. La Guardia Civil revisó los restos del Porsche en busca de indicios de sabotaje tras las presiones del poderoso padre que, en un principio, achacaba el siniestro a un complot contra su persona. Nada se halló y nadie entendía qué pudo pasar.

El sepelio se realizó una mañana gris. El cementerio rebosaba de personalidades pertenecientes a diversos sectores de la sociedad: empresarios, cantantes, actores, embajadores y hasta algún ministro. El desconsolado padre iba a la cabeza del cortejo fúnebre.

—Debería haber imaginado que no me haría caso. Acepté que condujera con la única condición de que se pusiera las gafas.

La elevada miopía de Greta fue la responsable del accidente y, por lo que se supo después, también de su atractivo. Esa mirada melancólica tan seductora era el resultado de nueve dioptrías que la sumían en una niebla visual permanente, impidiéndole enfocar la vista más allá de un palmo de distancia. Sabedora de dónde residía todo su carisma, Greta nunca quiso subsanar el defecto óptico ni con lentes ni con intervención quirúrgica. Mantuvo su triste mirada hasta el final.






22 de marzo de 2025

Qué bien se está en la cama


Este relato es una versión del cuento de los hermanos Grimm "La Bella Durmiente"

***

Había una vez un reino muy lejano donde el rey y la reina esperaban su primer retoño. Toda la corte anhelaba el maravilloso momento en que naciera el heredero a la corona.

El tan ansiado día llegó y el heredero resultó ser una niña preciosa. Nació con las primeras luces de una linda mañana y Aurora la llamaron. La nena era un encanto porque apenas lloraba y no se hacía sentir ya que la mayor parte del tiempo lo pasaba dormidita en su cuna. Un amor.

La calma que la acompañaba debida a ese afán por dormir se tornó en preocupación cuando el bebé dormía prácticamente todo el día. Tan solo abría sus somnolientos ojos para mamar de las ubres de su oronda nodriza y hasta esto lo hacía medio dormida pues al quinto o sexto chupeteo dejaba de nutrirse para sumirse en el profundo sueño que tanto le gustaba.

—Esto no es normal —se quejó el rey y padre de la heredera—. Aurora está en la edad de gatear y decir algunas palabras, pero se pasa las horas en la cuna durmiendo.

—Seguro que es una fase —la exculpaba la reina y madre de la retoña—. Esperemos un poco más, verás cómo al final es una niña despierta y lista.

La espera fue en vano porque con la tierna edad de tres añitos Aurora seguía sobando a todas horas. La corte comenzó a murmurar que una maldición rondaba a la futura soberana y señora del reino.

—Nunca han sido muy laboriosos los reyes anteriores —se atrevió a comentar un palafrenero con fama de deslenguado y de ideas republicanas—, y casi todos se han caracterizado por una pereza exasperante, pero esta princesa va a dejar el listón muy alto ya que parece que ni siquiera quiere abandonar la cama.

Así transcurrieron varios años más hasta que la situación se hizo insostenible cuando la ya adolescente heredera seguía roncando a pierna suelta en sus aposentos porque, tal como ella comentaba las pocas veces que estaba despierta, se estaba muy bien en la cama.

—Sufre narcolepsia —comentó el médico real tras examinar a la princesa y hacerle varias pruebas diagnósticas entre las que se encontraba observar atentamente sus heces y orina.

—Narco… ¿qué? —preguntó el rey que, aunque era muy instruido, esa palabra no la había oído nunca.

—Narcolepsia —repitió el galeno—. La narcolepsia es un trastorno del sueño que genera somnolencia durante el día. Las personas que la padecen pueden tener dificultad para permanecer despiertas durante mucho tiempo. Se duermen de forma repentina. Esto puede causar problemas graves en su rutina diaria.

—¿A qué os referís con causar problemas graves en la rutina diaria, doctor? —preguntó muy preocupada la reina.

—En el caso de Aurora que no saldrá de la cama —fue la tajante contestación del facultativo.

—¿Y qué se puede hacer? —se interesó el rey.

—No se tiene conocimiento de remedio para este mal. No hay cura, majestad —volvió a asentir tajantemente el doctor.

—Este médico es muy bueno pero tanta sinceridad y rotundidad me cargan un poquito —reconoció el rey a su mujer cuando estaban ya a solas.

—¿Qué vamos a hacer con la niña? —preguntó angustiada la reina.

—Disculpad, majestad —interrumpió una mujer que había sido nodriza de la reina y que seguía, a pesar de su larga edad, en la corte como dama de compañía—. Conocí a alguien que padecía el mismo mal que nuestra querida Aurora y consiguió sanar gracias a la intervención de una curandera que vive en el bosque.

—¡Vete a buscarla! —gritó la reina alborozada y nerviosa a la vez.

—Un momento —dijo el rey—. No nos precipitemos. ¿Cómo que curandera? ¿No será una bruja? Si vive en el bosque…

—Curandera, bruja. ¡Qué más da! Lo que tiene que hacer es librar a la niña de su enfermedad, me da igual cómo.

Llamaron a la curandera-bruja y esta se personó en el palacio. Aunque era de pequeña envergadura y muy poquita cosa, a su paso todos se retiraban con cierto respeto y temor porque la fama que la precedía no era muy buena. Entre las comadres se decía que era capaz de convertir en gallinas a quienes la incomodaban y, dado el carácter huraño de la mujer, se sentía incomodada con bastante facilidad. Además, el tufo que desprendía su ropa a moho y sudor tampoco ayudaba el acercamiento a su persona.

—La cosa está chunga —espetó la bruja. Además de huraña era muy vulgar hablando—. Esta niña necesita un estímulo, algo que la mantenga despierta porque le resulte interesante.

—¿Y qué hierba o cocimiento sería el adecuado? —preguntó el rey y padre de la heredera.

—¡Qué cocimientos ni qué niño muerto! —espetó la mujeruca—. Para estimularse y mostrar interés necesita un buen maromo que la entretenga.

—No entiendo —balbució la reina y madre de la adolescente.

—Necesita un hombre que la divierta como realmente se divierte bien una mujer —replicó la bruja riéndose a carcajadas y mostrando unos dientes llenos de manchas y caries.

—¡Ay! Pero antes deberá casarse —exclamó la reina que ya había entendido lo que la curandera quería decir.

—Y no con cualquiera —añadió el rey—. Debemos buscar un pretendiente acorde a su rango. Tiene que poseer sangre azul.

—El color de la sangre y el ringorrango que tenga el susodicho da lo mismo —intervino la bruja—, lo importante es que esté bien dotado para que la nena se satisfaga.

—Por supuesto que tendrá que aportar una dote porque se va a llevar un reino con ese matrimonio —dijo la reina que había vuelto a no enterarse de lo que quería decir la sanadora.

—Querida, creo que esta mujer se refiere a otro tipo de… dotación —puntualizó el rey a su esposa pues él sí había entendido las palabras de la hechicera—. Va a ser complicado averiguar ese tipo de atributos en los posibles candidatos, pero algo habrá que hacer si no queremos que nuestra dinastía se extinga y el populacho aproveche la ocasión para gobernarse sin necesitarnos a nosotros.

Varios heraldos recorrieron los reinos adyacentes buscando un pretendiente para Aurora. Indagar que, además de tierras y riquezas, tuviera unas excelentes cualidades varoniles resultó lo más difícil de la misión, pero el rey contaba con una buena red de espionaje cuyos miembros eran capaces de informarse de todo, incluso de qué aspecto tenían los candidatos cuando se desnudaban.

—Ha sido muy complicado, majestad, pero creo que ya tenemos al pretendiente ideal —informó al monarca el privado del reino, un duque algo estirado y lameculos.

—¿De quién se trata? —preguntó el rey.

—Es el hijo menor de un reyezuelo que se encuentra en los confines del continente. Puede que su alcurnia no sea la más adecuada, pero… es famoso por su vigor en la cama. No sé si me explico, majestad.

—Perfectamente —contestó el soberano haciendo un gesto con la mano para que el valido no entrara en más detalles—. Sea, organicemos las nupcias y que la noche de boda tenga lugar lo antes posible, a ver si acabamos con este enojoso problema.

Los esponsales se realizaron una soleada mañana de primavera. Guirnaldas, banderines y farolillos adornaron la capital del reino para celebrar tan festivo día. Aurora iba vestida con un precioso traje cuajado de perlas y diamantes, mientras que a su lado se hallaba el que iba a ser su esposo, un príncipe algo bajito, con poco pelo y muy poco agraciado. Nadie entendía por qué alguien tan feúcho se había ganado la mano (y todo el resto del cuerpo) de la heredera, pero ya se sabe que los designios de la realeza se escapan al entendimiento del populacho.

De toda la parafernalia que rodeó el evento, Aurora se enteró de nada y menos, porque anduvo adormilada todo el tiempo. Tan solo salió de su sopor para musitar un desmayado «Sí, quiero» cuando el obispo le preguntó si aceptaba a su pretendiente como esposo.

Tras el banquete nupcial los recién casados se retiraron a los aposentos preparados para esa primera noche como marido y mujer. Toda la corte permaneció expectante en la antesala de las habitaciones esperando no sabían muy bien qué.

A los pocos minutos la espera dio resultado. Unos gemidos de placer se empezaron a escuchar. Esos gemidos fueron seguidos por auténticos gritos provenientes de Aurora entre los que se intercalaban frases del tipo «Sigue, no pares» «Así, así» «Qué bien». La orquesta de suspiros y muestras de alborozo duró toda la noche y parte de la mañana del día siguiente. Tan solo se interrumpió cuando unas criadas se internaron en la habitación de los recién casados para proporcionarles condumio que les ayudara a reponer las fuerzas gastadas durante el fornicio nocturno.

Han transcurrido varios meses, Aurora sigue sin salir de sus aposentos, aunque ahora no pasa allí sola las horas durmiendo sino en la agradable compañía de su esposo con el que no para de entretenerse, tal como había prescrito la curandera. En esta ocasión, en lugar de los habituales ronquidos de antaño lo que se escuchan son los gemidos que dan fe de lo despierta que se encuentra la heredera. En esta nueva situación sigue opinando que se está muy bien en la cama.







Hada verde:Cursores
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