He aquí los nombres: dosel, sitial con respaldo, flauta, cham-cham, piedras negras y amarillas, garras, zarpas de puma, cráneo de jaguar, Búho, venado, brazaletes.
Allí, vestido con su traje de obsidiana verde oscuro, casi negro, se desplazaba lentamente, ya no con la ligereza que antes acostumbraba; apenas se escuchaba el tintineo de sus espléndidos adornos: el gran medallón que como espejo le cubría el pecho, sus brazaletes de oro, sus dos aretes por cada oreja, unos de plata y otros de oro, su abanico de este mismo metal, pero enriquecido con plumas verdes, azules y amarillas.
Le daban regalos especiales: mantas de algodón preciosamente bordadas donde se veían flores, mariposas y pajarillos; penachos de finísimas plumas de quetzal y guacamayo; collares y aretes de perlas; brazaletes de oro adornados con jade.
Sus largos cabellos sueltos, entre los que aún había enredadas florecillas azules, almohadillaban su cabeza y ocultaban con sus bucles la desnudez de sus hombros; sus bellas manos, más puras y diáfanas que las hostias, estaban cruzadas en actitud de piadoso reposo y de tácita oración, y esto compensaba la seducción que hubiera podido provocar, incluso en la muerte, la exquisita redondez y el suave marfil de sus brazos desnudos que aún conservaban los brazaletes de perlas.
No había manera de rebajarle nada del precio a aquel chico tan insinuante, que tenía cara fina, de grabado inglés; pelo rubio bien atusado, talle elegante, manos largas y pulidas, que con tal amorosa delicadeza abrochaban los
brazaletes y enganchaban los pendientes, acariciando, como el ala de una mariposa, el lóbulo de la oreja femenil, encendido de placer.
Emilia Pardo Bazán
Salieron
brazaletes y orlas, cadenas y pinjantes, lanzaderas, sartas y «perros» endiamantados, que ella cogía, tocaba, probaba, se colgaba, se ceñía, con leves chillidos y exclamaciones de placer.
Emilia Pardo Bazán
¡esto es a mi gusto!-decía el maestro de música; y cantó solo el pájaro de las piedras, tan bien como el vivo. ¡Y luego, tan lleno de joyas que relumbraban, lo mismo que los
brazaletes, y los joyeles, y los broches!
José Martí
Los javaneses, de blusa y calzón ancho, viven felices, con tanto aire y claridad, en su kampong de casas de bambú: de bambú la cerca del pueblo, las casas y las sillas, el granero donde guardan el arroz, y el tendido en que se juntan los viejos a mandar en las cosas de la aldea, y las músicas con que van a buscar a las bailarinas descalzas, de casco de plumas y
brazaletes de oro.
José Martí
¡Qué seductora estaba con su traje blanco, una rosa prendida en sus cabellos, un collar de perlas, brazaletes de oro y ricas piedras!
Nueve años viví con ellas fabricando muchas piezas de bronce —broches, redondos
brazaletes, sortijas y collares— en una cueva profunda, rodeada por la inmensa murmurante y espumosa corriente del Océano.
Homero
Octavien sintió que se apartaban de él los brazos que le estrechaban; los ropajes que la cubrían se replegaron sobre sí mismos, como si los contornos que ceñían se hubieran hundido, y el desdichado paseante nocturno ya no vio a su lado, en el lecho del festín, sino un montón de ceniza mezclada con diversos huesos calcinados, entre los que brillaban brazaletes, joyas de oro, y otros restos informes, tal como los debieron descubrir al desescombrar la casa de Arrio Diomedes.
22 Y vinieron así hombres como mujeres, todo voluntario de corazón, y trajeron cadenas y zarcillos, sortijas y brazaletes, y toda joya de oro; y cualquiera ofrecía ofrenda de oro á Jehová.