Y tan no les tengo mala voluntá que yo, que no me los he trompezao entoavía, si me los trompezara ahora mismo, pongo por caso, y yo hubiera visto como he visto a los del tricornio, les diría: «Oye tú, Muleto, y oye tú, Niño, a ver si sus largáis de aquí, que sus va a goler la cabeza a pórvora y sería un contra Dios que sus pasara cosa de tan mal arate.» Y al decir esto sonrió irónicamente el viejo, mirando con ojos radiantes de malicia a los para él, sin duda, desconocidos.
¡Saludemos las sombras épicas de los hispanos capitanes, de los orgullosos virreyes, de América en los huracanes águilas bravas de las gestas o gerifaltes de los reyes; duros pechos, barbadas testas y fina espada de Toledo: capellán, soldado sin miedo, don Nuño, don Pedro, don Gil, crucifijo, cogulla, estola, marinero, alcalde, alguacil,
tricornio, casaca y pistola, y la vieja vida española!
Rubén Darío
La sirvienta estaba quitándole al comisario las botas altas de reglamento; la espada y demás atributos guerreros pendían ya pacíficamente en sus rincones; el imponente tricornio había pasado a manos del hijo del comisario, un niño de tres años, y el propio comisario se disponía, después del batallar cotidiano, a gozar de una calma deliciosa.
¡Camará, si se enfadó! Como que por poquito si tengo necesidá de mandarles un recaíto a los del tricornio. A mí me han pasao la mar de cosas grandes...
Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando veían a mi padre sentado allá arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el
tricornio ribeteado de negro, por debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la que representan al sol, no había manera de pensar en el luto ni en la tumba.
Hans Christian Andersen
Poique es que yo me tengo que dir, y quisiera tirar por el mesmo camino que ellos y dir a su amparo, que no quisiera yo que cuatro chavicos que llevo me los manoseara el Muleto, ese mal nacío, que, según icen, trae de cabeza a toítos los del tricornio.
Y entonces, cuando en vez de marcharse a rapar mentones oficinescos se dirigía a tomar un vaso de ponche en cierto establecimiento cuyo rótulo decía «Comidas y té», divisó de pronto al final del puente a un guardia de gallarda apostura y frondosas patillas con su tricornio y su espada.
Vestía uniforme bordado en oro, de cuello alto, y pantalón de gamuza y llevaba la espada al costado. El penacho del tricornio indicaba que poseía el rango de consejero de Estado.
–se preguntó Kovaliov–. A la vista está, por el uniforme, por el tricornio, que se trata de un consejero de Estado. El demonio sabrá...» Carraspeó varias veces cerca de la nariz, que no abandonaba ni por un instante su devota actitud ni cesaba en sus genuflexiones.
Recordaba muy bien que llevaba tricornio con penacho y uniforme bordado en oro, pero no se había fijado en el capote, ni en el color del carruaje, ni en los caballos y ni siquiera en si llevaba lacayo detrás y cómo era su librea.
El día de la mi carême (4) no volvió a Yonville; por la noche fue al baile de máscaras. Se puso un pantalón de terciopelo y unas medias rojas, una peluca con un lacito en la nuca y un tricornio caído sobre la oreja.
En las piceas cerca del seto, el cura en tricornio que leía su breviario había perdido el pie derecho a incluso el yeso, desconchándose con la helada, y ésta le había dejado la cara cubierta de manchas blancas.