“Llueve a hachazos, como en El bar Uniónpero yo no estoy solo ni acompañado
y vos no estás alegre ni triste.
Llueve y no estamos.”
Parado en el hall de entrada, vestido con jeans y remera de Los Simpsons, Alejo Salem miraba (lo cito) “con calma bovina” a través del vidrio a los muchachos que trabajaban afuera, esperando que se abra la Sala A como si lo que estaba por venir, como si lo que sucedería una hora después no tuviera que ver con él.
Conozco a Salem hace 17 años y juro que jamás sospeché encontrarlo ese día con tanta tranquilidad. Claro, olvidé que Alejo Salem, quien desde la contratapa de su libro se define como “Cultor de una efímera vocación de servicio, acreedor de pordioseros y escritor de puertas de baños, oculta con dificultad su pasado de niño bien. Más propenso a la vagancia vana que el ocio creativo…” es impredecible.
“algunas calmas
prometen más temores
que las tormentas”
Haiku V
Un rato antes, cuando llegué, recibí un “No se puede pasar, esto está cerrado” de parte de un tipo que portaba un soplete en una mano y un cigarrillo en la otra. Lindo encendedor, pensé, parado en la vereda de la Biblioteca Pública Municipal, el sábado siete de mayo a las cinco de la tarde.
Mi memoria suele estar habitada por pantanos de nombres y fechas y por baches sin fondo de tiempo, pero estaba seguro que esta vez no me equivocaba. Y si bien es cierto que en mi vida el siete de mayo permanecía vacante de recuerdos, no es menos cierto que desde algunos días atrás ya tenía asignada al menos dos hechos importantes; esto es: al séptimo día del quinto mes correspondía el nacimiento del papá de mi Amigo, Cronista y Maestro Juan Pablo Neyret (el mismo que me informó -en su innata condición de docente- que su padre compartía fecha de origen con Evita); y el segundo hecho importante (no se trata de jerarquizarlos; cada uno es significativo por si mismo) era - desde ahí y para siempre- la presentación del primer libro de mi amigo y colega Alejo Salem “LLUEVE Y NO ESTAMOS (poesía por defecto)”.
Mientras los tipos seguían poniendo membrana al piso de la entrada del Centro Cultural Juan Martín de Pueyrredón, cosa que dicha así suena rara, tan rara como que los empleados municipales trabajen un sábado a la tarde (luego comprobé mediante algunas preguntas de rigor que no eran empleados municipales sino contratados, lo que me devolvió la fe en la vida y la tranquilidad de saber que todo estaba en su lugar) encontré un cartel escrito con lapicera que decía: “Entrada por la rampa. Disculpe las molestias” junto a una flecha que señalaba hacia la avenida Independencia. Ahí fui, intuyendo que encontraría a Salem con un mal humor de colección. Y, como dije, me equivoqué.
“¿Dónde está la poesía ahora
que no sé qué hacer
con todo este amor de puta,
ahora que sos la perra en celo
que se adueña de la noche?”
-¿Vino alguien? -quiso saber Salem, unos minutos antes de que empezara Su Evento.
- Si. Vino tu tía pero ya se fue -respondí.
- ¿Estás nervioso? – algo le tenía que preguntar.
- Yo siento que cumplí conmigo. Ya no depende de mí -dijo.
Y vaya si cumplió. Meses atrás, mientras me contaba como “el libro se iba armando solo” y sumergía una medialuna en el café con leche hasta ahogarla, me soltó a quemarropas: “voy a editar el libro sin editorial; quiero hacer algo completamente independiente”. Demoré media hora en tomar mi café porque no pude mover mi cara durante el tiempo en el que él enumeraba sus razones con la calma de quien confía en sus certezas, con una certidumbre hija de la confianza en sus propias ideas.
Vaya si cumplió, murmuré, caminando por Sala, que estaba casi llena pese a que los arreglos en el exterior del edificio dificultaban notoriamente el ingreso del público. Abelardo Castillo cita a Heine cuando dice que “…las grandes catedrales fueron hechas porque los hombres que las construyeron no tenían opiniones, sino convicciones”. Recordé eso cuando Alejo Salem subió al escenario -el autor del libro que yo tenía en mi mano, el autor de sus propias catedrales- y los aplausos salían de todas partes.
Verte es el hartazgo del mejor de mis vicios
y cavarle una tumba al peor de mis días.
Es llenar mis pulmones con jirafas que corren
agregar mi cabeza a tu lista de precios,
y notar que hace horas
siguen siendo las tres.
El encargado de presentar Llueve y no estamos (poesía por defecto) fue también quien escribió el prólogo: el recordado Julio Alfonso (escritor, autor teatral, guionista radial, redactor publicitario, músico, director de talleres literarios y de cursos de guionistas y creador de revistas y periódicos barriales).
Como público, aseguro haber asistido a una charla de amigos, a una atrapante conversación íntima con mate y todo, en donde Salem contó con sencillez su manera de llegar la poesía, valiéndose –por ejemplo- no de un dolor cercano (mecanismo harto común entre poetas de supermercado, esto lo digo yo) sino del recuerdo de un dolor, de una pérdida y/o de una ausencia, marcando esa distancia como premisa necesaria en su proceso de escritura.
“…de todos los aspirantes a escritores que asistieron a mis talleres –habla Julio Alfonso-, Alejo es el que más sabe de sí, como, por ejemplo, que nació para ejercer la escritura. Todo aquello que hace cuando no escribe, son pausas para sobrevivir durante la espera, bostezos dignos.”
Salem cuenta acerca de su búsqueda incansable de la palabra justa, esa que corone el verso, que redondee la oración o que, si es el caso, la detone. Y Julio Alfonso al prologarlo dice: “La palabra empleada por Alejo, se transforma, late, sangra, pero sin esperanza de cicatrizar, cosa que no le importa mucho, porque él no desconoce que debajo de una cicatriz, hay archivos arcanos que nadie se atreve a destapar y alguien debe hacerlo.”
“Despertarás remota un día de estos
con el futuro tomado de los pelos
y la ilusión de hacer otro camino.
Ya no podré tenerte con promesas
Ni esperaré despierto que regreses
Ni volverás corriendo a despertarme.”
Con Alejo Salem editamos (?) el sitio web del Concepto DFyD. Nuestra existencia en Internet nos permitió conocer a un talentoso artista marplatense: Fabio Morasso, escritor –autor de cinco libros- publicista, artista plástico, conductor radial, creador de distintos espacios literarios. Fabio, mezcla de José Sacristán y Hugo Varela, favorecido con el don de la oratoria, nos dijo una vez que “la buena poesía es aquella que puede ser leída en voz alta sin sentir vergüenza, la que se puede decir".
Morasso fue a la Biblioteca a confirmar sus dichos cuando, con una voz que no pide permiso para impresionar, y acompañado por Andrés Weiske en guitarra –músico del grupo “Gringos”-, recitó dos poesías de Alejo, generando un clima excepcional.
A la atmósfera de calidez se le agregó la brillante participación de Esteban Cuello (otro músico y poeta) acompañado por Leonardo y Mauricio que interpretaron tres canciones hechas con poemas de Salem.
Y finalmente, fue el público el que habló con el autor. Cuando a Salem le preguntaron por la poesía que él leía, respondió que a veces no dependía de la poesía, sino del tiempo en el que uno la lee, y contó que leyó un libro de Jorge Dorio (La mujer pez) una vez sin hallar ningún efecto en esa lectura y que volvió a toparse con el libro diez años después, encontrándole, ahí si, matices diferentes, “sintiendo” esa poesía.
Otro de los concurrentes quiso saber algo más sobre el libro en su contenido y Salem contó que fue escribiendo sin orden pre-establecido hasta conformar el libro que, mirado en su totalidad, cuenta también una historia. La última pregunta estaba dirigida a conocer qué esperaba Alejo de su propio libro. El autor dijo que su trabajo había sido hecho con gusto y con esmero y que –como me dijo a mí antes de empezar la presentación- ahora lo que sucediera no dependía de él.
“Oído atento
mi corazón retumba
con tu regreso.”
Haiku III
Por supuesto, a la salida de la presentación Alejo firmó y dedicó los ejemplares de su libro. Y esa es la última imagen que me quedó del siete de mayo. Imagen que se suma también a las que él propone.
Si no lo mencioné antes es hora de decirlo: Llueve y no estamos… es el resultado acabado del trabajo de un autor que no se conforma con lo que se le ocurre, de un autor que va a buscar las palabras hasta donde haga falta ir, que las trabaja hasta que las hace decir y mostrar. Alejo Salem es poesía e imagen; es, aunque no lo sepa (sé que no lo sabe – y certifico su inocencia -) culpable de generar esas imágenes que uno se lleva consigo una vez cerrado el libro.
Imágenes capaces de ocupar cualquier vacante en el recuerdo.
“Yo, mi acusado,
me condeno a dormir,
a reparar los daños en un sueño
o a dañarme, soñando sin reparos
que corro
y que me alcanzan mis miserias.”
Martín Aon
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Crónica publicada en mayo de 2005
en el semanario
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de la ciudad de Mar del Plata.