Por momentos se me anuda la garganta impidiéndome que respire, los ojos se me inundan de agua salada, el pecho se me anuda fuerte y parece que no podré volver a respirar.
Hay días en que nada funciona como quisiera, que las cosas toman un rumbo imposible de manejar hasta el extremo de golpearte bien fuerte y dejarte sin aliento.
A veces no puedo contener esta furia que nace desde adentro, que es más parecida a una terrible impotencia que fluye irrefrenable por mis huesos, que hace escala por un momento en mi corazón y que explota en mi boca con palabras que no puedo reproducir en tiempos de cordura.
Hay días en que todo parece desarrollarse guiado por una desalentadora forma de azar que se empeña en desbaratar tus mejores sueños, que está dispuesta a borrar de tu existencia las mejores ilusiones.
Pero en esos días siempre encuentro en vos una isla donde recalar en medio de esas tormentas, una balsa donde subirme y refugiarme.
Es por eso que esas veces no me preocupo demasiado, me limito a aprender y a pensar en vos para que mi rostro recupere su sonrisa perdida.