empezaba, Ir á dormir el sueño de la muerte!… Ay, solo, abandonado Deja la luz el mísero poeta… Y su mente ambiciosa, vaga, inquieta Irá á encerrar en el sepulcro helado! ¡Morir! … ¡oh nó, imposible! ¿Y mi lira? ¿Y mis versos? … ¿Y mi gloria?
Sócrates: ¿Has conocido a alguno que, sabiendo perfectamente una cosa, no pueda enseñarla a otro? Tu maestro de lira te ha enseñado lo que sabía y lo ha enseñado a todos los que ha querido.
Pasé por valles, por serranías; silbé en la
lira de los tiranos, que la han formado las cuerdas tiesas de los ahorcados en los ramajes de las florestas.
Práxedis G. Guerrero
Santiago Muñoz de Bezanilla, diputado por Santa Bárbara de Casa Blanca. Blas Reyes, diputado por Santiago. Pedro F. Lira y Argomedo, diputado por San Fernando. José Gaspar Marín, diputado por Illapel.
Kn conclusión : Ego Polihio no ha nacido para poeta lacrimoso. No es romántica lira de cuerdas de oro la que él maneja, sino alegre, encintada castañuela y bullicioso tamboril.
Y si hiciera pedazos la lira o rompiera sus cuerdas, ¿no habría quizá alguien que con razonamientos parecidos a los tuyos pudiera sostener que es preciso que esta armonía subsista y no perezca?
Alcibíades: Ciertamente. Sócrates: ¿Por consiguiente, el hombre que toca la lira no es la misma cosa que la lira con que toca? Alcibíades: Es seguro.
Porque es imposible que una vez rotas sus cuerdas pueda subsistir la lira, y que las cuerdas, que son cosas mortales, subsistan después de la rotura de la lira, y que la armonía, que es de la misma naturaleza que el ser inmortal y divino, perezca antes que lo que es mortal y terrestre; pero es absolutamente necesario, diríase, que la armonía exista en alguna parte y que el cuerpo de la lira y las cuerdas se corrompan y perezcan enteramente antes de que aquélla sufra la menor lesión.
Sócrates: Y cuando se sabe bien una cosa, ¿no es igual demostrarla a uno por uno, o a muchos a la vez, como un maestro de lira enseña a uno o a muchos discípulos?
Alcibíades: Estamos de acuerdo. Sócrates: Por consiguiente, ¿el zapatero y el tocador de lira son otra cosa que las manos y los ojos de que ambos se sirven.
Carmides: Ligero. Sócrates: Y tocar la lira con soltura y luchar con agilidad ¿no es más bello que hacer todas estas cosas con mesura y lentitud?
La unidad, dijo, que se opone a sí misma, se pone de acorde con ella misma; produce, por ejemplo, la armonía de un arco o de una lira.