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jueves, 15 de marzo de 2012

Sonata de invierno: Maximina, "casi una niña, con los ojos aterciopelados, muy amorosos y dulces"

"Arlanzón en negro"

Comentario a mi lectura de "Sonata de invierno", de Valle Inclán, en busca  de la casi novicia Maximina, hija "feúcha" del marqués de Bradomín y la duquesa de Uclés. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Podéis leerla aquí.

“¡Maldito tiempo! ¡Era un corazón leal!”


Don Carlos y Bradomín descabalgan. Están de nuevo ante la casería, la que sirve de Cuartel Real. Nubes negras desfilan sobre la luna. La imagen de Volfani, mortalmente paralizado, les acompaña.


Entran en el aposento real. Al calor del brasero, don Carlos, con amable ironía, deja caer:

“Bradomín, sabes que esta noche me han hablado con horror de ti... Dicen que tu amistad trae la desgracia... Me han suplicado que te aleje de mi persona.”

¿Lo ha dicho una dama? Sí, una dama que no le conoce, “una princesa romañola”; pero tiene la referencia de su abuela, la cual le maldijo siempre. Calla “sobrecogido”, recuerda:

“…el más grande amor de mi vida perdido para siempre en la fatalidad de mi destino”

Le ahogan las aguas del pasado: “años juveniles”, “tierra italiana”, “Guardia Noble de Su Santidad”, “amanecer de primavera”, “vieja ciudad pontificia”, “palacio de una noble princesa…rodeada de su hijas”, “Corte de Amor”. Las notas de la “Sonata de Primavera”.



La piadosa María Rosario flota sobre esas aguas amargas. El destino le va a llevar junto a otra casi novicia: Maximina. Entre las mujeres de las “Sonatas”,  son las que llevan la peor parte. María Rosario pierde la razón, Maximina se suicida. Las vírgenes, las que no se relacionan sexualmente con el marqués.

Sale al huerto, bajo la luna:

“Oyendo el rumor de las hinchadas torrenteras que se despeñaban inundando los caminos, yo las comparaba con mi vida, unas veces rugiente de pasiones y otras cauce seco y abrasado”



Como la luna no disipa sus negros pensamientos, busca el olvido en la partida de cartas con sus “mundanos amigos”; que el “albur” ofrece más consuelo que “la blanca luna”. De poeta que mira la luna a empedernido jugador de cartas, son los  giros de trescientos sesenta grados a los que nos somete Valle. Los lectores vamos como en una noria.



Canta el gallo, tocan diana, guarda su ganancia y vuelve a sus “cavilaciones sentimentales”. El personaje de Bradomín semeja un péndulo entre los nobles sentimientos y el cinismo más desvergonzado. No nos engañemos, ya lo conocemos demasiado. Gana el cínico.


Ahora el Rey tiene una misión para él: ha de entrevistarse con el "faccioso" cura  de Orio. Ha de hacerle entender que ahora ya  no se pude quemar a los viajeros rusos, por muy herejes que sean.  Que vuelva a su iglesia y los libere; que Don Carlos no quiere “disgustar a Rusia”, tan absolutista ella.

Cabalga el marqués escoltado por “diez lanzas”. Han volado un puente y no puede pasar el río. Se hace forzoso volver atrás y seguir el camino de los montes. No vacila, aun cuando la ruta sea arriesgada. Baja con su escolta al río, para dar de beber a los caballos.  Bradomín ve tan cerca la otra orilla que se  arriesga a entrar río adentro, sobre su montura.


"El animal tembloroso sacudía las orejas". Ya nada con el agua a la cincha, cuando en la otra ribera asoma una vieja cargada de leña que grita:

De aquí.

Bradomín supone que la mujer les advierte de lo peligroso del paso. A la mitad de la corriente, entiende mejor las desesperadas voces de aquella "sibila aldeana" y...carlista:

"¡Teneos, mis hijos! No paséis por el amor de Dios. Todo el camino está cubierto de negros alfonsistas...¡Cuentan y no acaban que han ganado una gran batalla! Albuín, Tafal. Endrás, Otáiz, todo es de los negros, mis hijos... "

Los "lanzas" retroceden acobardados, suenan tiros, en el agua se dibujan los círculos de las balas.

Se apresura y, cuando ya su caballo se yergue, siente "en el brazo izquierdo el golpe de una bala y correr la sangre caliente por la mano adormecida".

Cartucho y bala, III guerra carlista.

Trepan a galope por una cuesta, entran en una aldea. Llaman a un curandero que le pone el brazo “entre cuatro cañas”. “Sin más descanso ni otra prevención”, toman el camino de los montes.


De aquí.

El guía camina a pie al diestro del caballo de Bradomín. Los dolores del brazo herido son muy grandes, la fiebre enciende sus ojos, su rostro es de cera, las barbas “simulaban haber crecido como en algunos cadáveres”. Marchan en respetuoso silencio. Los ojos se le nublan y está a punto de atropellar a dos mujeres que caminan sobre los lodazales.


Una de ellas le reconoce:

"¡Marqués! Me volví con un gesto de dolorida indiferencia...¿No se acuerda usted de mí? "
La mujer se retira un poco la toquilla de aldeana. Bradomín descubre "un rostro arrugado y unos ojos negros, de mujer enérgica y buena". ¿Quién es? ¿No se acuerda de cuando estaban "en la frontera con el Rey"?. ¡Es Sor Simona!


Le pregunta si está herido. Al ver "la mano lívida, con las uñas azulencas y frías", exclama "con bondadoso ímpetu": "Usted no puede seguir así, Marqués". Sí, ha de seguir, ha de cumplir  "una orden del Rey".

Sor Simona ha visto demasiadas heridas de guerra. Le advierte :"ese brazo no espera...Por lo tanto que espere el Rey".

De aquí

Decidida, toma el diestro del caballo para hacerle torcer de camino. "Con tono autoritario y enternecido", que lo uno no quita lo otro, ordena  a los soldados que vayan detrás. No le deja apearse, Bradomín obedece dócilmente.

Entran "por una calle de huertos y casuchas bajas" . Humo, olor a "pinocha", voces, gritos. ¿sueña? Las ramas de un sauce, "sombra adversa", le dan en la cara.


Se detienen ante una casona hidalga. Los "republicanos" quemaron su convento y en ella tienen montado su hospital de sangre. Mientras sube la escalera, llama la atención de Bradomín  la  joven ayudante de Sor Simona:

 "Era casi una niña, con los ojos aterciopelados, muy amorosos y dulces"


Arriba, mujeres con tocas hacen hilas y rasgan vendajes. Sor Simona ordena que le dispongan una cama, la mejor.

Las Maximinas de hoy en día
Comienza a desatarle el vendaje del brazo. Los ojos del marqués se van en busca de los de la jovencita que, asustados y compasivos, miran el "cárdeno agujero de la bala" . Sor Simona decide quitarla de en medio,  la ve a punto de llorar. El pretexto son las sábanas que ha de poner en la cama del Señor Marqués, de hilo han de ser.

Sábanas de hilo

Bradomín siente "el alma llena de ternura". Su "memoria acalenturada", repite tercamente: "¡Es feúcha! ¡Es feúcha! ¡Es feúcha!..." Su cerebro realiza inesperadas conexiones. ¿Tal vez delira?

Pasa algún tiempo hasta que el médico asoma "en la puerta, tarareando un zorcico". "Un viejo jovial, de mejillas bermejas y ojos habladores". Le reconoce el brazo, con la ayuda de Sor Simona. "Bordeando el agujero de la bala" le hinca más fuerte los dedos. Duele mucho. Un crujido, no hay duda:

"Están fracturados el cubito y el radio, y con fractura conminuta"

Pregunta el marqués "si será preciso amputar el brazo". El médico y la monja le miran. Lee "en sus ojos la sentencia".  Y sólo piensa " en la actitud que a lo adelante debía adoptar con las mujeres para hacer poética mi manquedad". Incluso tiene un recuerdo para Cervantes y el Quijote:

"¡Quién la hubiera alcanzado en la más alta ocasión que vieron los siglos! Yo confieso que entonces más envidiaba aquella gloria al divino soldado, que la gloria de haber escrito el Quijote. "

De aquí.

Mientras distrae su sufrimiento con  quijotescas  locuras, el médico declara la inminencia de la gangrena.

A continuación:"Conferencias en secreto", "hay que tener ánimo Marqués", "era mi alma como viejo nido abandonado",  "¿Ha cortado usted muchos brazos, Doctor?", "un goce amargo y cruel", "dominando el femenil sentimiento de compasión". "el orgullo, mi gran virtud, me sostenía".

Y después: "No exhalé una queja ni cuando me rajaron la carne, ni cuando serraron el hueso, ni cuando cosieron el muñón".

Y, al final: "¡Qué valor! ¡Cuánta entereza! ¡Y nos pasmábamos del General! Yo sospeché que me felicitaban, y les dije con voz débil: ¡Gracias, hijos míos! "

Pero estamos ante un antihéroe que, tras su heroico papel, llora en secreto:

"Cerré los ojos para ocultar dos lágrimas que acudían a ellos"



Acaso también Valle Inclán hubo de vivirlo así.

Se desvanece "en un sueño o en un desmayo". Cuando despierta, "una sombra estaba en vela". Reconoce "los ojos aterciopelados" y siente "como si las aguas de un consuelo me refrescasen la aridez abrasada del alma".



Alza con fatiga el único brazo para acariciar "aquella cabeza que parecía tener un nimbo de tristeza infantil y divina". Ella le besa la mano, llora. " ¡Es usted muy valiente! "

Él sonríe ante la ingenua admiración. La consuela como a una niña pequeña: "ese brazo no servía de nada", con uno nos basta, ahora no trepamos por los árboles, la rama cercenada me alargará la vida, "soy como un tronco viejo".


La niña solloza, le suplica que no hable así, por Dios.

"La voz un poco aniñada se ungía con el mismo encanto que los ojos, mientras en la penumbra de la alcoba quedaba indeciso el rostro menudo, pálido, con ojeras"

Bradomín le pide que le hable. Su voz es balsámica, le hace bien. Ella repite : "¡La voz balsámica", buscando un sentido oculto en esas palabras. "Recogida en su silla de enea", silenciosa, pasa las cuentas del rosario.

Vuelven las nieblas del sueño:

"Un sueño ingrávido y flotante, lleno de agujeros, de una geometría diabólica"

De aquí

Cuando despierta, ahí está Maximina. La Madre Superiora le ha reñido, dice que  le fatiga con su charla. "De manera que va usted a estarse muy callado" le ordena con una sonrisa.
 
¿Qué siente el Marqués? ¿La ternura de un abuelo?

"Yo al verla sentía penetrada el alma de una suave ternura, ingenua como amor de abuelo que quiere dar calor a sus viejos días consolando las penas de una niña y oyendo sus cuentos"


Le agrada su voz. desea oírla. Preguntas y respuestas. "Me llamo Maximina", "es un nombre muy bonito", "será lo único bonito que tenga", "también muy bonitos los ojos", "soy toda yo tan poca cosa", "vales mucho", "ni siquiera soy buena" , "la niña más buena que he conocido", "una mujer enana", "cuántos años cree que tengo", "acaso tengas veinte años", "tengo quince", "le estoy haciendo hablar", la Superiora..., "no soy novicia, soy educanda". Sonríe.

Él calla, esos ojos...:

"¡Ojos de niña, sueños de mujer! ¡Luces de alma en pena en mi noche de viejo!"


Pero...¿sabe Bradomín quién es Maximina? ¿Rebotan ahora en su alma las palabras de la Duquesa de Uclés? ¿Su hija?

"Es feúcha, es feúcha"

¿Quiero descubrir la parte más repugnante de este marqués de Bradomín? No lo sé, tal vez siga más adelante y os lo cuente. Quizás no...

Un abrazo para los que me seguís.

María Ángeles Merino

martes, 23 de agosto de 2011

"El rayo de luna" soy yo.

Rayo de luna deconstruido.


 ¿Un "rayo de luna" dice el poeta? 

 No, no soy un rayo de luna. Me llamo Guiomar y , a muy temprana edad, quedeme huérfana de mi padre, un infanzón con poca fortuna. Protegida por la madre del joven Manrique, vivo en su mismo castillo, en Soria. Soy una de sus damas, para la acompañar.


Noble y nacido en el estruendo de las armas, esa es la condición de mi señor Manrique; mas una trompa de guerra no le haría levantar la cabeza, ni apartar la vista de sus amados pergaminos. ¡Me dicen que lee cantigas de amor!
No lo busquéis en el patio de su castillo. No le interesan los caballos, ni los halcones, ni las armas. Tal vez lo encontréis  al borde de una tumba, prestando oído a la conversación de los muertos. ¡Bonito entretenimiento para un noble caballero!
O mirando correr las aguas del río, o contando estrellas, o contemplando fuegos fatuos.
O tal vez esté siguiendo a una nube con la vista. Porque Manrique ama la soledad, anque no encuentre palabras para encerrar sus ecos.  Poeta sin escritura,  tejedor incansable de su mundo de fantasía. Yo le entiendo.
Cree en los espíritus del fuego, en las ondinas de los ríos, en los seres sobrenaturales que pueblan las nubes, el aire, los bosques, las grietas de las peñas.

Amar, sueña el  amor; pero no lo siente. Mira la luna y las estrellas, piensa en mundos de nácar habitados por bellas e inalcanzables mujeres. Y, sin embargo, yo no ocupo ni un solo de sus pensamientos. Tan cerca y tan lejos a la vez.


Sobre el Duero,  al pie de las murallas, hay un puente que conduce al abandonado convento de los Templarios, los monjes soldados. Aún quedan en pie los torreones, los arcos, las galerias de sus patios. 


Por allí, suspira el viento y, oculta entre las verdes hojas, suspiro yo. La vegetación despliega sus galas y pregona la ruina. Hiedra, álamos, cardos, ortigas y jaramagos suelen ser mis compañeros, cuando lloro a solas este amor imposible.

Es una templada y  apacible noche de verano, veo a Manrique atravesar el puente e internarse en las ruinas de los Templarios. La luna está en lo más alto del cielo.  Estoy en una oscura alameda que conduce al río Duero.



Me ve , tal vez  mi  blanco vestido me delate. Su grito es  " leve y ahogado". Sorpresa, temor o júbilo. Me oculto entre las hojas , deseo...no deseo que me descubra.



 Manrique lo proclama en voz alta, soy la desconocida mujer que busca. ¿Desconocida? Se lanaza en mi seguimiento, me pierdo en la espesuar. ¿Alas en los pies? Eso me gustaría; aunque, por fortuna, me muevo como una gacela.


Las  hojas secas crujen bajo mis pies y me delatan. Se oye el roce de mi vestido, ese de blanca seda que sólo me pongo en ocasiones especiales. Mis ropas habituales son pardas y de burdo anascote.



 Manrique corre como un loco. Fatigada, se me escapa alguna palabra ininteligible. El movimiento de las ramas, las huellas de mis pies, el perfume de mi cuerpo...es el cazador y yo soy la presa; mas no me alcanza.

Llega al pie de las rocas de San Saturio. Trepa con ayuda de su daga.



Una vez en lo alto, tal vez vea una barquita que se dirige a todo remo a la orilla opuesta. La barquera soy yo. La luz de la luna riela chispeando en la estela que va dejando tras sí la pequeña embarcación.

´
Parte hacia el puente, pero yo entro por el postigo antes que él y me pierdo por las "estrechas, oscuras y tortuosas" calles de Soria. Me dicen que anduvo buscando a una extraña mujer de blanco...Es imposible nuestro amor...


Dos meses después vuelve a la solitaria alameda y allí estoy yo. Todos los días le espero. Noche serena y hermosa, la luna en lo alto, el viento suspira "con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles". De sus labios se escapa un grito de júbilo. ¡Ve flotar el extremo de mi traje blanco! 

"... corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso  agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible. "


Pasan los años, Manrique "sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores." Muy cerca estoy yo, con mis tocas de respetable dueña, siempre al lado de mi señora, bordando, tocando el laúd, haciéndome eco de la última hablilla de los servidores del castillo. Mis rasgados ojos  van perdiendo brillo, pero mi pupila sigue siendo azul.



No es "filosofía lacrimosa", es así. Me queda el consuelo de tenerle  cerca, aunque nunca será para mí, ni para nadie. ¡El amor es un rayo de luna!


María Ángeles Merino pide perdón al poeta Gustavo Adolfo Bécquer por haber puesto patas arriba su mejor leyenda. En el más allá, en la nada, en los sevillanos gusanos, en sus escritos o en el recuerdo. Y le da las gracias por los buenos momentos pasados.

Un abrazo para los que paséis por aquí de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

"Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, nos lleva al secreto de El rayo de luna con gran sensibilidad y acertadísimas ilustraciones, como es habitual en ella."

miércoles, 15 de junio de 2011

Eclipse de Luna

Hoy la Luna ha jugado al escondite.



Primero, porque se ha escondido detrás de la Tierra, y así no le llegaba la luz del Sol. Y segundo, porque había algo de bruma, y con la poca luz solar que quedaba en la atmósfera, casi no se veía. Creía que estaba detrás de las montañas y no la vería, pero ahí estaba. Tenue, escondida, eclipsada, pero estaba.



- Y si se esconde detrás de la Tierra, ¿por qué la Luna se ve roja?


Algunos rayos del Sol pasan de refilón por la atmósfera terrestre. En ese paso, la parte azul se queda en la atmósfera, colorea el cielo; pero la parte roja de la luz traspasa completamente la atmósfera, llegando hasta la Luna. De ahí obtiene su color rojizo.

viernes, 24 de septiembre de 2010

De sueños, azotes, cerdos, madrigales y más cerdos (1).

Primera parte del comentario al capítulo 2,68 del Quijote, publicado en "La acequia".

De la cerdosa aventura que le aconteció a don Quijote.


Es de noche, la luna está pero no la ven.


"Era la noche algo escura, puesto que la luna estaba en el cielo , pero no en parte que pudiese ser vista"

En la negrura de la noche, Sancho duerme toda la noche de un tirón, mientras don Quijote se conforma con un breve primer sueño. Desvelado por sus “cuidados”, despierta al plácido durmiente, para reprocharle que no comparta penas y sentimientos.


"que tal vez la señora Diana se va a pasear a los antípodas y deja los montes negros y los valles escuros"

¿De mármol? ¿De bronce? Esto no puede ser. Si don Quijote vela, Sancho duerme. Si llora, él canta. Si ayuna, él se cansa de hartura.


"...yo imagino que eres hecho de mármol o de duro bronce..."


Tras los reproches, le ruega que se dé trescientos o cuatrocientos azotes a cuenta de los del desencanto de Dulcinea, mas ha de hacerlo con una sonrisa agradecida en la boca. Se lo suplica, sin usar la fuerza de los brazos. Ya pudo comprobar que los del escudero son más fuertes.

Tras la tunda, cantarán, a dúo, ausencias y firmezas, durante toda la noche, tal y como suelen hacer en las pastoriles Arcadias. Sancho protesta, vea vuestra merced que no hay ganas de cantar, después de zurrarse en los lomos, con unas disciplinas de esas que usan los frailes. Don Quijote ha de permitirle dormir y no apretarlo en lo de azotarse. Que, si se pone pesado, se lo hará jurar: no le tocará pelo alguno, ni del sayo ni del cuerpo.

Tanta insolencia hace explotar a don Quijote. Un desagradecido, de alma endurecida, que comió de su pan y llegó, gracias a él, ni más ni menos que a gobernador. Y que, en cuanto pase un añito y se disipen las tinieblas, podría ser conde…

“Esperanzas propincuas”, “«post tenebras spero lucem”… no entiende Sancho esas palabras, Tan sólo sabe, y así lo expresa, que el sueño disuelve el miedo y todo lo demás, lo bueno y lo malo. Manjar, agua, fuego, frío, moneda y balanza que a todos nos iguala; todo eso y mucho más puede ser el sueño. Sólo le afea su semejanza con la muerte.


"bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos..."



"...manjar que quita la hambre..."


"agua que ahuyenta la sed..."



"...fuego que calienta el frío..."



"...frío que templa el ardor..."


"...moneda general con que todas las cosas se compran..."


"...balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto..."


"Sola una cosa tiene mala el sueño... y es que se parece a la muerte..."

¡Cuántas discreciones salen de la boca de Sancho! ¡Qué elegantes palabras! Don Quijote, orgulloso de su aplicado discípulo, encaja un refrán: “«No con quien naces, sino con quien paces ».
Acaba de hacer lo que tanto le recrimina ¿Quién aprende de quién?

El escudero protesta, “pesia tal”, a su señor amo, por ensartar sentencias. Y señala, con ironía, la diferencia: sus refranes acuden a deshora mientras que los de su señor llegan en el momento preciso. Pero que se entere este listillo de su amo: “todos son refranes”.

De pronto, se extiende un gran ruido por aquellos valles. Don Quijote pone mano a su espada y Sancho, temblón, se esconde debajo del rucio, parapetándose tras una barricada de armas y albarda.

El ruido va creciendo y está cada vez más cerca. Son gruñidos y bufidos de seiscientos cerdos que , van conducidos por unos hombres, a una feria. El marrano tropel sorprende a los dos y son pisoteados por tan inmundos animales.


"...el caso que llevaban unos hombres a vender a una feria más de seiscientos puercos..." Detalle de un cuadro de Ana Queral.
Todo y todos por el suelo: albarda, armas, rucio, Rocinante, caballero y escudero.

Sancho se levanta y tiene un inesperado gesto de valentía. Pide a su amo la espada para matar a media docenita de aquellos “señores y descomedidos puercos”. Sabe bien lo que son y don Quijote también. Y ahora no hay encantadores sino el castigo del cielo para un caballero andante vencido. Adivas, avispas, puercos…es lo que se merece.

Sancho razona que los escuderos no tienen culpa alguna y, sin embargo, sufren hambre, piojos, moscas…. No son hijos ni parientes de los caballeros andantes, nada tienen que ver Panzas con Quijotes.

Será mejor que duerman la poca noche que les queda.

(Sigue)


Las fotos son: "Luna en Palacios de Benaver", "Cerro a oscuras"(Palacios de Benaver), "Sancho en un escaparate de souvenirs burgaleses", "Trío de burgaleses con capa", plato realizado en la Escuela de Hostelería, "Fuente con hiedra" (Ermita de Villanueva de Argaño), fuego de leña, " Nieve y restos de otoño","Monedas, almohada y Quijote", Palacio de Justicia (Burgos), vieja lápida en San Amaro (Burgos), fragmento de cuadro de Ana Queral.