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Nacida en la lluvia, bendecida por la tormenta

Chapter 3: Remembranzas olvidadas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

 

 

 

—Cuéntame otra vez, hermano —dijo Renly, su voz vibrando de emoción—. Dime otra vez como acabaste con el príncipe Rhaegar.

 

Talya sintió la tensión en los hombros de Robert bajo sus delgados dedos. Frunció el ceño y, antes de su hermano se enfadara o se lanzará a otra diatriba de como se encargó de destrozar las costillas de su antiguo prometido, Talya los interrumpió 

 

—Mañana, Renly —dijo con toda la autoridad de una madre–. Ya pasó la hora de que te acuestes, es muy tarde.



Renly se levantó del regazo de Robert y la miró por encima de sus anchos hombros. A la luz de las velas, los ojos que bajo los destellos del sol de la tarde eran tan claros como los suyos, dejaban a entrever las motas esmeraldas que salpicaban su mirada suplicante. 

 

—Los príncipes  podemos estar despiertos hasta la hora del lobo —se quejó y trató de alejarse del pulgar lleno de saliva de su hermana con un chillido. Talya sólo quería limpiarle la mancha de salsa en su mejilla.

 

Esa mancha roja oscura.

 

Oh, eso era una total calumnia. Talya quería envolver el delgado cuerpo como una ramita de su hermano pequeño y alejarlo de las cientos de miradas curiosas. Cubrirlo con el vestido que le colgaba como una vieja muñeca y engullir a Renly. No dejar que nadie se atreviera a observar con detalle la pequeña carne debajo de la piel estirada. 

 

Pero eso Talya no podía decírselo a Robert. El hermano que la nombró “princesa”, su voz retumbando por los salones con olor a quemado y el brillo en sus ojos azules profundos; no tenía porqué preocuparse de miedos que escurrían de su mente como gotas de lluvia. 

 

—Príncipe o no, nos vamos a  preparar para ir a la cama —espetó e ignoró sus quejas. Robert no dijo nada cuando se lo quitó de su regazo como normalmente hacía antes de que empezará la guerra, insistiendo de que se preocupaba demasiado por su horario de sueño. 

 

Su hermano, el nuevo rey de los Siete Reinos, la observó con la misma mirada que su difunto padre le daba cada vez que Talya se sentía  avergonzada de niña, nunca siendo lo suficientemente hermosa o llamativa  a ojos del Rey Aerys y la corte. 

 

Talya le devolvió la mirada con aprensión y antes de que dijera algo, un corte en sus labios abiertos, le hizo una consumada reverencia, murmuró sus buenas noches y se alejó con Renly al baño. 

 

No sabía qué le pasaba a Robert. No parecía su hermano. De niños, al ser tan cercanos en edad, la infancia robó esa diferencia con la que se trataban hermanos con hermanas; los golpes, empujones y raspones en los pasillos de Bastión de Tormentas hablaban de esa familiaridad que sólo la sangre compartida podía otorgar.

 

Talya le quitó el jubón dorado lleno de migas de tartas a Renly y lo metió en la bañera humeante que preparó. Eso era lo bueno de bañar a Renly. No importaba el hecho de que pasara por la experiencia de comer ratas, el hambre hundiendo sus mejillas, Renly siempre adoraba sus baños de espuma. Siempre sonriendo cada vez que cepillaba su cabello con los jabones frutales.



La cotidianidad. Eso era lo único que ansiaba, se dijo para sus adentros.  Talya suspiró y escuchó con la mirada atenta las divagaciones de Renly de las cosas que haría ahora que Robert lo nombró príncipe. 

 

Con una gran toalla, Talya envolvió el cuerpo desnudo y mojado de su hermano, llevándolo hacia la recámara.  La fresca brisa nocturna calaba sus huesos cansados desde los talones descubiertos por sus pantuflas, mientras secaba y le ponía su pijama de algodón a Renly. 

 

—¿Tienes frío?—preguntó Renly recostado en su cama, al sentir la piel de gallina de su hermana. Sus pequeñas manos se cerraron sobre las esqueléticas como patas de arañas de Talya, buscando calentar el frío que parecía haber envuelto el corazón de su hermana desde que vio como la tormenta engullía el barco de sus padres  

 

Talya suspiró otra vez, pero no de cansancio, sino como lo haría después de sentarse frente a la chimenea en una tarde tormentosa, una taza de té de limón a su lado y Renly a sus pies jugando con sus ciervos de madera. 

 

Reconfortante

 

El calor de su sangre latente, el rubor de luz en sus mejillas y la sonrisa fácil llena de dientes bajo sus manos ahuecadas a la luz de la vela parpadeante, en un destello de recuerdos se convirtieron en la primera vez que recogió a Renly. Talya tenía 13 días de nombre, la edad suficiente para acompañar a su madre en el parto mientras que Robert y su padre esperaban afuera de la habitación. 

 

Renly había sido un bebé grande. 

 

Un bebé con mejillas regordetas y un fuerte agarre en sus dedos. 



—¿Hermana? —preguntó dudoso Renly. Talya parpadeo. Sus pulgares dejaron de amasar la piel hundida de sus pómulos ante su voz. 

 

Renly agarró sus muñecas antes de que se alejaran de él—. ¿Estabas pensando en madre?

 

Talya apretó los labios con una leve sonrisa y preguntó—: ¿Por qué lo dices? 



—Siempre dices que tengo los pómulos de madre. Al igual que tú —explicó con un bostezo—, ahora nos parecemos mucho más ¿No es divertido? 

 

No, no lo era. Tener que mentirle a Renly. Decirle que su pony dorniense se había ido con Robert, como parte de su cargamento, solo para que no supiera que su hermana había hecho que lo sacrificaran, no había sido divertido.

 

Verlo decir con una cuchara en su boca llena de sopa que, no podía esperar a que Robert ahuyentara con su gran martillo a los Tyrell, para poder pasear en su querido pony en las dunas debajo del castillo, había sido difícil de tragar.



—¿No es así, Talya? —dijo esta vez, su voz hueca. 

 

Sintiendo su ansiedad, Talya resopló y dijo—: Eres mi hermano. Una vez compartimos el mismo vientre, tú, Robert y yo. Por supuesto que nos parecemos. 

 

El no recordar a sus padres había hecho crecer en Renly una inseguridad que Talya no sabía aún cómo solucionar. Ver a los demás niños del castillo con sus propios padres y no encontrar  a nadie detrás suyo, solo a un hermano que era una pintura viva y alegre de Lord Steffon y, una hermana más angulosa, más rígida, menos dulce, la sombra oscura de la miel en una noche sin luna; había hecho que Renly se aferrara a lo primero que se le hacía parecido a una mamá y un papá. 

 

Una voz, con el acento de los marineros que veían más mares que nadie, resonó en la mente de Talya.  

 

“¿No es vuestro?” había dicho el contrabandista, el ahora Ser Davos Seaworth en referencia a Renly que se escondía entre sus amplias faldas, sus ojos brillando a la luz de esa luna al ver el pescado y la cebolla



Talya sacudió su cabeza. Tal vez… más adelante, se dijo a sí misma mientras se soltaba del agarre de Renly. El gemido de lamento fue callado tan pronto ella le dijo que solo se iba a sacar el vestido medio húmedo y no se iba a ir. 



Solo por esta vez, quiso decir. Pero no lo dijo. Talya se hizo una simple trenza y no le preguntó a Renly si quería que prendiera otra vela. Ya sabía la respuesta. Antes del asedio, Renly siempre dormía junto a la luz de las velas en su mesita de noche, los peluches de algodón a su alrededor. Pero ahora, luego de tener que racionar incluso las velas que utilizaban, Renly se acostumbró a la oscuridad en sus brazos, la frazada cubriendo casi toda su cabeza.



Él le había dicho que las sombras que proyectaban las velas, se convertían en seres espeluznantes que buscaban comérselo cada vez que se quedaba solo. 

 

(Talya no lo alejó de su lado, luego de que Lord Stark llegará,  cuando Renly intentó colarse a su habitación, las lágrimas incipientes en sus ojos angustiados ¿Cómo podría? Cuando ese era uno de sus grandes miedos cada vez que la carne de rata no daba abasto para las barrigas rugientes de los hombres en su castillo. El hambre, ese era un tipo diferente de dolor, parecía sacar el lado salvaje y animal de los hombres y, Renly era tan pequeño

 

Estiró un brazo, recostada en la cama esponjosa, y Renly se acurruco de inmediato en su pecho. Su tenue respiración le hacía cosquillas en la garganta, el olor a jabón de melón en sus cabellos húmedos le trajo sosiego y Talya, no pudo evitar besar la coronilla de su frente, al igual de la primera vez que lo beso aquella vez que su madre la obligó a hacerlo.

 

Qué imagen debieron haber sido para su padre y Robert. Renly no tenía ni 10 minutos de nacido y ya había sido besado por su madre y hermana, los labios manchados de sangre y mucosa de su nacimiento.



Él es tu hermano, tu hermano pequeño, Talya. Si por algún motivo yo ya no estoy con vosotros, tienes que cuidarlo. Tienes que protegerlo como hacemos con las tortugas de Estermont.” 

 

Madre dijo cuidarlo, protegerlo, tal vez lo mimo demasiado, pensó y el pensamiento hizo que detuviera en seco sus dedos en las hebras oscuras. 



Renly tenía apenas cinco días del nombre. Si fuese una niña, como el rey Aerys había querido, podría seguir yendo a sus aposentos sin que nadie pensara que era un niño llorón.

 

Pero Renly era un niño. El hombre del castillo, había dicho Robert cuando los dejó para ir a la guerra. Su hermano mayor se había agachado a la altura de Renly y con una seriedad poco característica de él, le había ordenado que protegiera a su hermana como todos los hombres hacían, que no tuviera miedo y fuera tan fuerte como Durran Godsgrief. 

 

Un príncipe, pensó espontáneamente. Renly era ahora un príncipe como le gustaba resaltar.



“Este banquete es nombre de mis hermanos, ellos aguantaron el asedio en Bastión de Tormentas y evitaron que las tropas del Dominio se unieran a la escoria de Rhaegar y su padre loco” había proclamado Robert con orgullo. Talya no había podido verlo a los ojos, su rostro ardiendo como brasas humeantes con la mano insistente de Renly a su lado. 

 

“Hermana” dijo más tarde, cuando la corte dejó de aplaudir. Ante su tono autoritario, Talya se había obligado a mirar sus ojos azules y entonces Robert la agarró y empujó a su lado. 

 

“¡Celebremos, amigos míos!” había clamado con un brazo alrededor de sus delgados hombros  y el otro sosteniendo a Renly sobre su musculoso hombro. “¡Brindemos por la Princesa Talya y el Príncipe Renly de la Casa Baratheon! ¡Brindad por mis hermanos!”

 

Princesa Talya. 

 

El título le sabía a cenizas en su boca.

 

(Reina. Ella casi había sido Reina. La Reina Talya de la Casa Baratheon, esposa del Rey Rhaegar Targaryen. Talya, de las Tierras de la Tormenta. Otra Reina de la sangre de Argella a que se le fue negada la corona.)



Taly no renegó de su nuevo título ante su hermano. No cuando Robert  reconoció el sacrificio que había significado roer las migajas en cada rincón de Bastión de Tormentas. 

 

El llanto lastimero de una barriga vacía en las noches que Renly no podía soportar la punzada del hambre.



Significaba mucho para Talya. Todo el esfuerzo de la pequeña guarnición que Robert dejó a su disposición, cada hueso descubierto y cada dolor crónico que nublaba la mente, había valido la pena. Una pequeña parte de los rubíes en el Tridente le pertenecían a ella. 

 

Y Robert lo había visto. Y Robert la había recompensado con un título que creía que le pertenecía. 

 

Oh, Talya cerró los ojos con fuerza y trató de dormir cuando el recuerdo de otra princesa le vino a la mente. Una princesa que se sostuvo de su vientre redondeado al ver todas las sonrisas caer como una lluvia torrencial.

 

El haber sido una princesa no la había salvado de la humillación, del abandono y el de una muerte que ni siquiera las bestias salvajes harían.

 

 Ser un príncipe no salvó al pequeño hijo de Elia Martell de la brutalidad de una bestia. No evitó que un martillo rompiera costillas hasta perforar el corazón.

 

Ser una Reina no impidió que la prima de su difunto padre fuera golpeada por su marido, que la embarazaran más allá de sus años fértiles y estuviera atrapada en una isla sombría. 



Puedes llamarme tía” había murmurado la Reina Rhaella en su jardín personal a Talya cuando llegó por primera vez a la corte, una posible novia de su hijo. Era tan delicada, de la constitución de un pajarito que nunca podría volar. “Te pareces a mi tía Rhaelle ¿No te lo ha dicho mi primo Steffon? Has heredado las cejas y la forma de sus ojos. Oh, mírate, sé que me encantaría tenerte como mi buena hija.”



Tía Rhaella. Ella había sido una de las razones por la que su estancia en la Fortaleza Roja no había sido un suplicio total. Siempre paciente y amable con la torpeza social de Talya con las demás damas de la corte. La diligencia y rectitud de una dama de su rango. 

 

Talya frunció el ceño, los ojos pesados. Pero el sueño no parecía querer atraparla, dejándola con todos esos recuerdos que afloraban bajo una noche sin estrellas y luna llena. 

 

Permaneció de ese modo. La nariz metida en los cabellos de Renly y una mano sobre la línea de su espina dorsal. 

 

No sabía si habían pasado minutos o horas, pero en un momento, Talya escuchó la puerta de su habitación abrirse. Una vocecita en su cabeza le murmuró que solo era un sirviente, que la Fortaleza Roja le pertenecía a Robert y nadie se atrevería a provocar su furia con él en la habitación de al lado.

 

Pero la tensión que corría por sus venas, la sensación de estar siempre alerta le advertía que se deserendara de los brazos de Renly y recogiera el cuchillo de frutas en la mesita a su lado, deslizándose fuera de la cama tan rápido con la punta afilada en alto, tal como Robert le enseñó.

 

Y así lo hizo



La persona que sintió que se acercaba cada vez más y más cerca de su cama, se sobresaltó por lo rápido que Talya se puso en modo defensivo. Levantó los brazos en alto y maldijo al tropezar con la pata de la cama, su rostro siendo visible por la luz plateada que se filtraba de las cortinas.

 

—Robert —murmuró con sorpresa,  bajando el cuchillo al reconocer la gran forma de su hermano.

 

—Lo recordaste —respondió él. Parecía que tampoco podía dormir, si es que las líneas de cansancio en su rostro sin afeitar y las bolsas debajo de sus ojos hablaban por él—. Aprendes rápido, hermana, pero ese cuchillo de niña sólo servirá si me lo clavaras en el cuello. No podrías atravesar mi pecho aunque usaras toda tu fuerza, lo romperías en dos pedazos.

 

Talya miró brevemente el cuchillo antes de dejarlo en la mesita de noche. Se sentó en la cama y puso un dedo delante de la nariz de Renly para sentir su respiración amena. 



—Aún tengo mis dientes ¿No es así? 



Los ojos de Robert se oscurecieron, brillando como zafiros en medio de la tenue iluminación y la mano en el pilar de la cama apretó tan fuerte la madera  que Talya creyó que la partiría —. No digas eso. Sabes que nadie se atrevería a pensar en ese tipo de cosas conmigo aquí. 



Talya bajo los ojos de su mirada intensa. Oh, su hermano aún se culpaba. 

 

No deberías, quiso decir mirando sus dedos. Una hermana obediente trataría de tranquilizar a su hermano por algo que no era su culpa.

 

Pero se sentía tan bien. Saberse protegida. Su pecho con un cosquilleo que alejaba sus miedos. Sus pulmones más ligeros, dejándola respirar más lento, permitiendo que descansara bajo el manto de su protección.



—¿Sucedió algo? —preguntó Talya con un suspiró, al ver que Robert no decía nada.

 

—¿Siempre eres así? —preguntó él a cambio. 

 

Señaló a Renly y ahora Talya sólo se dio cuenta que estaba encorvada sobre el cuerpo de su hermano pequeño. La mano que frotaba el pecho flaco se detuvo y, Talya habría alejado sus dedos  sobre el cabello que cubría la frente de Reny. Pero lo hizo. En cambio, pasó un brazo por su espalda baja y levantó con cuidado su cabeza con una mano, llevando sus pequeños suspiro a  su pecho. 

 

Robert la miró dudoso—. ¿Por qué lo levantas? Aún es muy tarde para que amanezca. 

 

Talya sólo negó con la cabeza. 

 

—Reny se despierta asustado si siente que no estoy a su lado —dijo y tomó una manta blanca para cubrir su cuerpo.

 

—Pero…—murmuró, pero Talya lo interrumpió antes de que despertará a Renly.

 

—No estarías aquí si no fuera importante, hermano —espetó mientras guiaba a Robert a la pequeña sala de estar. Talya se sentó sobre el sofá, procurando mantener la cabeza de Renly sobre su pecho y negó con la cabeza cuando Robert trató de prender una vela en la mesa de té. 

 

La luz de la luna tendría que bastar para que ambos hermanos pudieran verse los rostros. Robert se quedó parado torpemente en medio de un rincón,  la cerilla aún en su mano. Talya le señaló a Robert el sofá frente suyo  para que se sentará y, se preguntó brevemente si la guerra había cambiado a su hermano como lo había hecho con Eddard Stark. Si en lugar de matar al niño y dejar nacer al hombre, como decían los hermanos juramentados del Muro, Robert acabó tanto con el hombre y el niño, dejándolo perdido en un vórtice de confusión.

 

Porque eso le parecía a Talya en ese momento.



Ni hombre ni niño, Robert lucía desorientado.



¿Podría ser que el título de Rey empezaba a pesarle sobre sus anchos hombros? ¿Tal como ser llamada la única hermana del nuevo rey en su nuca un cosquilleo picaba a Talya? 



El Rey Robert Baratheon y su hermana, la princesa Talya, cuando se suponía que eran solo  el Señor Supremo de las Tierras de la Tormenta y su hermana solterona, la Dama de Bastión de Tormentas, por lo menos hasta que una doncella lobo tomará su lugar. Oh, ¿Qué dirías, Padre, de lo que nos hicimos los unos a los otros con la familia de la abuela? 



—Lo proteges demasiado —dijo Robert, distrayendola de sus pensamientos. Talya parpadeo y lo miro. Su hermano estaba inclinado sobre el asiento, los codos sobre sus rodillas, las manos frotaban las cuencas de sus ojos con un gesto derrotado.

 

Talya frunció el ceño. Lo lograste, hermano, quiso decir, Aerys ya no podrá cortarte la cabeza y exhibirla en una pica. Lyanna Stark volverá a ti  de donde sea que Rhaegar la escondió. Pero tampoco dijo nada. Interminables palabras que nunca iban más allá del nudo en su garganta.



Robert levantó su rostro y el destello plateado de una noche iluminada dejó a entrever las líneas que en su rostro siempre sonriente, siempre despreocupado, pasaban desapercibidos para la mayoría de las personas. 



—Dime la verdad, hermana —dijo con voz baja. Los puños se cerraron sobre sus rodillas y Talya trago grueso al ver la intensidad de sus ojos azules–. ¿Hay algo que necesito saber que no me has dicho? No me mientas ¿Pasó algo como…—tartamudeó, las palabras negándose a ser formadas.

 

Oh, Robert

 

Talya bajo con timidez su rostro, concentrando su atención en el filoso pómulo de Renly sobre su pulgar.  Ya tenía 10 y 8 días de nombre, una mujer adulta que ya debería ser la esposa y madre de incluso dos niños de uno de los leales señores de su hermano; pero aquí estaba Robert, su hermano mayor, el niño en su caballo demasiado grande para su tamaño que Talya vio irse a los 6 años, pretendiendo que no tenía miedo por su inminente viaje a las montañas; allí sentado con los hombros tensos y los ojos duros estaba el muchacho con el cabello alborotado al que su difunto padre había encomendado la protección de su hermana, antes de perderse en el mar. 

 

El Demonio del Tridente le llamaban ahora.



Un guerrero que se abrió paso batalla tras batalla, dejando detrás a los estandartes del dragón cubiertos de sangre. Él, quien confío la seguridad de Bastión de Tormentas en sus manos, prometiendo volver el mismo pero que en cambio, nunca regresó por ellos.

 

Eddard Stark. Lord Stark. Ned. Su querido Ned. Oh, sabía que era una tontería tenerle rencor al hombre que rompió el asedio que quitaba el rubor de las mejillas de Renly, pero tanto tiempo encerrada tras los muros, tantas noches vigilando la cerradura de su habitación, el hierro con el que tuvo que envolver su columna para no flaquear ante sus  hombres, no quitaban el hecho de que espero con el mismo anhelo infantil de Renly la llegada de su hermano. 



Pero él estaba aquí ahora.



Talya suspiro y negó suavemente con la cabeza cuando Robert, el Rey Robert Baratheon el primero de su nombre, se arrodillo a su lado, sus ásperas manos subiendo por sus muñecas hasta apretar la piel que colgaba de su codo, los huesos tan afilados como cualquier cuchilla de caza. La luz plateada solo resaltando el azul de sus ojos, las emociones que rugían  y amenazaban con desbordar como las olas furiosas contra la piedra.

 

—No me mientas, no te atrevas a mentir —gruñó bajo. ¿Rhaegar vio acaso esta furia en el Tridente? ¿Talya era tan importante como Lyanna a sus ojos? ¿O también estaba debajo de los Stark en su corazón?  

 

¿Era acaso la culpa? Robert siempre se culpó por lo que ocurrió aquella tarde en que se perdió en el bosque en medio de una tormenta.  

 

Culpa. ¿Tal como la que Talya sentía contra ella misma? ¿Por  no ser nunca lo suficientemente bonita, carismática, dulce a los ojos del rey Aerys? ¿La razón por la cual sus padres se fueron en busca de una esposa valyria para Rhaegar, por que su prima no era adecuada para ser Reina? 

 

Remordimiento



Ese sentimiento que roía en su vientre tal como lo hacía la falta de alimento. Lo que la movió a tomar las manos regordetas de bebé de Renly en los salones de su padre, actuando como una madre, la madre que los tres perdieron por culpa del fracaso de Talya en impresionar a la Corte real.

 

—No miento, Robert —murmuró con desgana. El agarre en sus brazos se hacía cada vez más fuerte, pero Talya no lo alejó. El dolor que crecía en sus sienes era más doloroso que la culpa de su hermano. 

 

—¿Entonces por qué actúas de este modo? —exigió sin soltarla.

 

—¿Y cómo estoy actuando según tú, Robert? ¿No me darás siquiera un día de soltura antes de que me exijas que actúe como una princesa? Perdoname si la cebolla y el pescado en mi aliento te molestan  —espetó ya irritada.  

 

Robert la soltó como una papa caliente, retrocediendo su rostro en donde la oscuridad reinaba. No duró mucho. Volvió a tomarla por los brazos, sus ojos ardiendo como brasas. 



—Te conozco —dijo, su voz sin temblar—. No me vas a alejar de nuevo como aquella vez,  ¿lo recuerdas? —preguntó sacudiendo hacia adelante los brazos de Talya. Un gemido escapó de los labios dormidos de Renly y entonces Talya endureció su mirada—. Sabes que no te voy a soltar. Lo sabes, sé que lo haces ¿no es así, hermana? 

 

Oh, sabía que él no mentía. 

 

—¿Qué quieres de mí, Robert? —exigió con un gemido, no logrando mantener por más tiempo el temple de acero que convirtió en su segunda piel—.  ¿A qué vienes a mi habitación en medio de la noche? ¿Acaso la idea que alguien me haya violado de nuevo en la cama de mamá te atormenta tanto?...—Robert tembló como un niño con escalofríos, pero su agarre no menguó, su respiración más agitada—.  ¿Qué? ¿Acaso tener que comerme las ratas debajo de tu armario no fue suficiente para que me veas más que la niña con los muslos y dientes manchados de sangre? ¿Qué tengo que hacer para que me veas como tu hermana y no esa niña tonta que maté?

 

Los rasgos de Robert se deformaron en una mueca que Talya asociaría con el dolor, con el amor. Un rostro con el amor doloroso que se derramaba de la barba incipiente y la mandíbula apretada. Pero ella no lo sabía. Un rostro que solo Ned Stark conocía, que hubiera conocido si tan solo ella no hubiera corrido con un bebé Renly en su pecho al Septo, si hubiera volteado hacia atrás cuando sus lágrimas se mezclaron con la tormenta, habría sabido que Robert la amaba tanto como amaba la luna. 

 

La mente era una cosa extraña. El corazón más aún. Pero, ¿una mente revuelta y un corazón sangrante? extraño, extraño, mil veces extraño. Talya quería sacarse el corazón, los miedos que suprimió con tanta dureza en el asedio florecían como las flores de luna al borde de los acantilados.

 

Que paralizante era ese sentimiento. Nunca podía estar lo suficientemente segura.  Los ojos llenos de hostilidad de la gente pequeña mutilada y  los leales de los Targaryen se condensaban  en una neblina de ojos que le recordaban de inmediato la sensación de que, si cerraba los ojos, si perdía de vista a Renly, si no sentía las  quebradizas hebras entre sus dedos, un monstruo deforme con el hambre en los huesos devoraría de un bocado sangriento a su hermano pequeño.



Me habrían desnudado, pensó Talya sintiendo los huecos en las costillas de Renly. Lo había apretado con más fuerza sin darse cuenta. Lo recogía cada vez que podía. Siempre estirando un brazo hacia él, siempre buscando el peso de su cabeza en su cadera. 

 

Me habrían entregado, pensó y el ligero temblor en sus manos frías no se debían a la idea de verse arrodillada y amordazada frente a los Señores del Dominio. Argella Durrandon se salvó debido a su sexo. Se casó y dio  a luz  a los hijos del asesino de su padre, pero—



¿Y si hubiera tenido un hermano pequeño? Las guerras eran crueles, especialmente para los niños ¿Qué le habrían hecho? ¿Qué te habrían hecho a ti, Renly—



—¿Por qué tardaste tanto?— preguntó, su voz hueca como un  gemido que se perdía en la tormenta. Tal vez estaba siendo tonta, su tierno corazón de mujer mandando luego de mucho tiempo endurecido como las rocas en el acantilado que sostenía su hogar ancestral.  

 

Talya tartamudeo, la lengua tan pesada que dolía al hablar.— Prometiste que vendrías por nosotros, si no fuera por Davos Seaworth—

 

—Perdoname —la interrumpió Robert—. Perdóname, lo lamento mucho, y-yo…

 

Las  lágrimas caían como las perlas  del collar roto de su madre que hallaron en las dunas, pesadas y dolorosas. Tímidas, las gotas que no debían desbordar de la cabeza por coronar de un nuevo rey. El corazón de Talya revoloteo de emoción. Robert se estaba disculpando. Trago grueso al sentir sus ásperas manos rodear sus mejillas hundidas. El cuero y el humo en el sudor de su frente, sus hebras oscuras de medianoche, la cebada en su aliento. Todo aquello que aliviaba el temblor de su cuerpo. 



Había estado tan asustada

 

—Estoy asustada —admitió, esta vez lo dijo. 

 

Tenía miedo de esa nueva fragilidad que parecía querer comérsela entera. 

 

—Quiero ser fuerte de nuevo —dijo, las palabras dichas antes de siquiera pasar por su mente. Los murmullos de “Perdoname, por favor perdóname”, por todo su rostro la alentaban a decir lo que sentía—. No quiero volver a ser débil  otra vez, no puedo, Robert. Renly es tan pequeño aún, tan pequeño como la hija de Rhaegar— 

 

Como Renly no se había despertado, sería un misterio para Talya en el alba al ver las marcas de sus dedos en la piel que poco a poco se iba llenando con esa calidez que iluminaba los salones de Bastión de Tormentas.



Pero ahora, Talya se sorbió los mocos que amenazaban con escurrir en el amplio pecho de Robert, su hermano la había atraído a sus fuertes brazos en un abrazo tembloroso sin que se diera cuenta. —Princesa o Reina —gimió con pesar—, no importa, eso no salvó a Elia Martell ni a la tía Rhaella de la violencia de los hombres en la guerra—

 

Robert Baratheon no dijo nada sobre los nombres de esas personas. Murmuraba solo lo fuerte que era su hermana, contradecía y trataba de calmar los miedos que atormentaban su corazón.  



Y así se durmieron. Primero ella, pero él hombre que llamó engendros del dragón a unos niños asesinados junto a su madre, tardó en conciliar el sueño. En él, los ojos oscuros sin vida se volvían de un azul profundo. Un azul que amaba. 



Un azul que no tenía nada que ver con  rosas de invierno. El azul de la calma del mar luego de la tormenta. 

 

Notes:

¡Hola! ¡Buenas noches!

A quien sea que lea esto, y tal vez lo siga, solo quiero decir que lo lamento. La tengo casi abandonada a esta historia y solo volví gracias a que me puse a leer mi bandeja de entrada sobre este fic y me sentí culpable de no haber respondido ¡Lo siento mucho!

Eso y que la segunda temporada de Hotd casi mata mi amor por Alicent. ¡No puedo escribir 100 palabras sobre ella sin enojarme primero! ¡Dios! Parece una boludez pero no puedo. Así que bueno, para no perder la costumbre de escribir, volví con mi Lady Stannis. Mis hermanos Baratheon sí que nunca me han fallado.

¡Espero que les haya gustado! Lo escribí con el celular, asi si notan errores de ortografia, disculpenme y avisenme para corregirlo si les place. Oh, y si me salgo con la mía, el próximo capítulo se va situar en Rocadragón con los Targaryen restantes.

¡Muchas gracias por leer!