
Un fuerte abrazo para todos,
Maverick
Colección de cartas reales y ficticias para disfrutar del simple placer de leer y escribir.
Carta XXX
“Voy a quererte tanto que va a faltarte vida”, me dijo un día de otoño, y yo le creí.
No le creí por las palabras escogidas que, aunque bellas, podían ser huecas si no las acompañaba una determinación, no, yo le creí porque sus ojos no podían mentirme. Eran viejos compañeros de mi rostro y de mi cuerpo, aunque era sólo la tercera vez que me miraban.
Le creí porque él no podía luchar contra el universo.
Le creí porque él estaba escrito en las líneas de mis manos.
Le creí porque sabía leer en su alma. No sé quién me enseñó a descifrarle, pero lo sabía hacer… y todas sus palabras, todos sus silencios, todos sus destierros, todos sus caminos giraban en torno a la piedra azulada que descansaba en mi mano.
Y él tuvo razón, iba a faltarme vida, iba a quererme tanto que iba a faltarme vida.
La vida me faltó cuando él dejó de respirar varios años después.
Mi corazón se negó a caminar deprisa de nuevo, y tan sólo podía dar pasos pequeños y calmados para mantenerme con vida, que no viva.
Mi pulso se redujo hasta casi desaparecer por completo, pero se negaba a abandonarme del todo por más que yo se lo pedía.
Mi luna perdió sus cuatro fases y desde entonces ya sólo tuve una, cuarto menguante siempre.
***
Esta mañana pensé en acercarme a él cuando detecté que sucedía algo que le estaba turbando, pero me faltó valor, porque ésta sería la segunda vez que él me miraría y sabía que cuando llegara la tercera me diría:
-Voy a quererte tanto que va a faltarte vida.
Y yo sabía de antemano que me iba a faltar.
Carta XXIX
He escrito tantas cartas para otros, reales, imaginarios, esta carta me la escribo a mí, para un yo real, para un yo imaginario.
En algún punto del camino creo que me perdí, ¿realmente me perdí a mí misma? Elegí un camino y ese camino fue para los demás, entregué mi camino, a cambio de aprender, al servicio de los demás.
¿Realmente me habré perdido? ¿Para siempre?
No lo sé. ¿Y si realmente sólo es que no puedo ver que mi vida no es más que eso? ¿Que aún pareciendo vacía de mí, está sin embargo, plena por entero porque es capaz de hacer espacio para tantos otros?
Las estrellas deben de andar jugando al escondite detrás de algún eclipse.
Nos vamos haciendo a nosotros mismos con lo que decidimos tomar y con lo que dejamos, no vamos haciendo con los impulsos de nuestro corazón, nos vamos haciendo desoyendo razones, nos vamos haciendo para acabar siendo cenizas.
Le decía hoy a una constelación perdida, que no se puede dar lo que no se tiene, ¿me queda vida para seguir entregándola? ¿Queda algo de mí? No sé, la verdad es que apenas ya sé nada, tan sólo sé algo, que quizás sea lo único que haya que saber… que queda mucho por aprender, ¿mucho? Me corrijo, ¡todo! Nos queda todo por aprender.
Creo que con esta última afirmación, he vuelto a entregar mi camino.
Quién sabe, quizás eso fue para lo que nací, como El Ermitaño, para caminar mirando hacia atrás, con una lámpara, y en ese largo camino, hacer de mi camino, una parada en el camino de todos los demás.
Quién sabe… ¿y tú? ¿Sabes para lo que naciste?
Que me responda tu corazón, por favor, que me grite tu alma, pero calla a tu razón cuando me contestes… el destino no acepta trampas. El destino te encontrará y te dirá a la cara en el momento preciso: “¿Lo ves? ¿Lo entiendes ahora? Este instante es para lo que naciste. Este instante merece toda una vida”.
¿Para qué instante naciste tú? ¿Para ése en el que sigues las directrices que te impusieron haciéndote creer que eran las tuyas? ¿Para ése en el que aprendes que nunca se sabe lo suficiente? ¿Para ése en el que ves tus ojos reflejados en otros ojos? ¿Para ése en el que te encontrarás sabiendo que nunca es posible encontrarse sin haberse perdido antes? ¿Para ése en el que correrás aunque no te persiga nadie? ¿Para ése en el que te quedarás encadenado a ti mismo con los pies atados a las dudas?
¿Para qué instante naciste tú?
Carta XXVIII
Es desalentador ver, cómo lo que has estado edificando con tus propias manos, día tras día, se pierde. Es terrible sentir, que la confianza puesta en otro se ve defraudada. Duele constatar, que esa persona que tienes frente a ti, no es la misma persona que tú imaginabas que era. Y esto ocurre tan sólo, porque depositamos demasiadas expectativas en otras personas, demasiadas.
El viaje de la vida es un viaje solitario, puede que por momentos, nos encontremos con otros viajeros en nuestro camino, que permanecen un lapso de tiempo a nuestro lado (o nosotros al suyo), predefinido ya de antemano, aunque desconocido para nosotros y para ellos, pero no es más que eso, un cruce de caminos; el tuyo sigue hacia donde debe, el de ellos también.
Hoy te he mirado a los ojos y no eres el que yo creía. De repente, la venda ha caído a mis pies, y la claridad ha dañado mis ojos. La venda me la puse yo, con algo de ayuda por tu parte.
¿Por qué siempre las personas cuando les interesa otra intentan mostrar su mejor lado? Es una costumbre que yo he conseguido desechar con el tiempo, quien entra en mi vida, quien entra en serio, ha pasado antes por un pequeño infierno, ¿por qué? Porque muestro mi peor cara abiertamente. No quiero a nadie a mi lado que no sepa vivir mi peor parte… la buena saben vivirla todos, es sencillo. Es por ello que yo tampoco quiero vivir únicamente la buena parte de otro, quiero el infierno de otro, el cielo puedo conseguirlo yo sola, pero no es el cielo lo que quiero.
Ha sido pavoroso “verte”. Incluso me he asustado. Y no sabría decir, si ha sido por el dolor de que no eres quien yo creía, o por el dolor de saber que quiero a alguien que no parece existir… no lo sé.
Tengo una idea demasiado elevada de ciertas cosas, y por eso, nunca nadie ha conseguido llegar realmente hasta mí. En el camino hacia mi encuentro, en determinado momento, se ha elevado un muro: a un lado yo, condenada; del otro, los condenados, a salvo. Quizás estoy buscando algo que no existe, y me empeño una y otra vez en ello, a pesar de que la vida me va dando una negativa tras otra.
Hace muchos años que ni siquiera me atrevo ya a acercarme a otro, que no dejo que averigüen lo que se esconde tras de mí. Me he cansado. Posiblemente, los restantes treinta y cuatro años de vida que me quedan, seguirán siendo así: yo encaramada a una torre, mirando de lejos el ir y venir de personas, que llamarán a la puerta, pero para las que no estaré. No realmente. En mi hogar se ofrece alimento, descanso y consuelo, pero no intimidad, no confianza, ya no. Aunque en realidad, nunca he conseguido confiar en nadie completamente, ni siquiera en mí, a veces. Y hoy, después de otro golpe, me aferro más a mí misma, y subo otro piso más en mi torre.
Al fin y al cabo, por qué lamentarse, soy una mujer afortunada, poco a poco, me estoy enamorando de la soledad.
Quizás es a ella a quien he estado buscando desde siempre.
Quizás es ella la que desde siempre me ha estado buscando a mí.