El fantasma en la cabina
Después de una semana de navegación, Cecè Collura ya no soportaba al periodista Davide Birolli, el cual, vete a saber por qué, se le había pegado peor que una sanguijuela, al punto de que había habido un momento en que el comisario de a bordo había tenido la tentación de dejarlo todo y hacerse desembarcar en la primera escala. Este Birolli, trentino, ojos saltones detrás de las gafitas, pelo perennemente recorrido por una corriente eléctrica de 350 voltios, había sido contratado por la empresa naviera (comida y alojamiento gratis, considerable cheque final) para que escribiera una serie de artículos de costumbres en beneficio de la idea de que irse de paseo por mar era el máximo bienestar que uno podía permitirse. Pero la empresa naviera no se había informado bien de cómo pensaba el periodista, el cual, apenas puesto un pie en el barco, se había proclamado, a diestro y
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