El final del viaje
Por Christine Rimmer
4/5
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Christine Rimmer
A New York Times bestselling author, Christine Rimmer has written over ninety contemporary romances for Harlequin Books. Christine has won the Romantic Times BOOKreviews Reviewers Choice Award and has been nominated six times for the RITA Award. She lives in Oregon with her family. Visit Christine at http://www.christinerimmer.com.
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El final del viaje - Christine Rimmer
Capítulo 1
RA un día malo de una semana mala de un mes que, sin duda alguna, iba a ser nefasto; de otro modo, Marnie Jones jamás habría robado aquella motocicleta. Y por si eso fuera poco, también tenía el problema de Jericho Bravo.
Aquel hombre, que había empezado por darle un susto de muerte, la estaba volviendo loca. En otras circunstancias, Marnie habría podido analizar el asunto con objetividad y habría llegado a la conclusión de que Jericho Bravo no la había asustado a propósito, pero ese día no tenía ni la paciencia ni el humor necesarios para ser objetiva; estaba tan desesperada y se sentía tan mal que sus palabras sólo sirvieron para sacarla de sus casillas.
Era uno de abril, un día más que apropiado para la situación de Marnie, porque el uno de abril era el Día de los Inocentes en Estados Unidos. Su vida había cambiado radicalmente en veinticuatro horas: el treinta y uno de marzo, miércoles para más señas, Mark Drury se había separado de ella. Mark no sólo había sido su amante durante cinco años, sino también su mejor amigo, su amigo del alma, desde la infancia.
La casa donde vivían, en Santa Bárbara, era de él. Al separarse, Marnie se quedó de repente sin hogar, de modo que acumuló todas sus pertenencias en su utilitario y se marchó en dirección noreste, hacia la pequeña localidad de North Magdalene, en Sacramento, donde estaban sus raíces.
Pero diez minutos después de arrancar, se dio cuenta de que no soportaría el reencuentro con su familia. No podría mirar a su padre a los ojos y ver su preocupación; no aguantaría el cariño de su madrastra y no reaccionaría bien ante los consejos interminables de Oggie, su abuelo. Además, se convertiría en la comidilla de todo el pueblo; y aunque era consciente de que sólo hablarían de ella porque la querían y se preocupaban por su bienestar, tampoco tenía fuerzas para enfrentarse a semejante humillación.
Cambió de rumbo y se dirigió al este. No supo ni por qué ni adónde ir; le bastaba con alejarse de Santa Bárbara y de North Magdalene. Siete horas después, cuando entró en Phoenix, ya había tomado una decisión. Iría a San Antonio, a visitar a su hermana mayor, Tessa.
Siguió conduciendo. Tras llevar trece horas en la carretera, llegó a El Paso. Estaba oscureciendo, de modo que buscó un motel, aparcó, se comió un bocadillo y se dispuso a pasar la noche.
Intentó dormir, sin éxito. Su teléfono móvil empezó a sonar una y otra vez; era Mark, pero ni contestó ni oyó los mensajes que le dejó en el contestador. Sabía que llamaba para ver si se encontraba bien, y no se encontraba bien. Él lo sabía mejor que nadie.
Cuando amaneció, salió del motel y volvió a la carretera. Llegó a San Antonio a las doce y diez. Quince minutos más tarde, detuvo el vehículo frente a la casa nueva de su hermana, una mansión preciosa de estilo colonial español que se encontraba en un vecindario de lujo, Olmos Park.
Tessa se había hecho famosa en North Magdalene por su mala suerte con el sexo opuesto, pero por fin había encontrado su media naranja. Se llamaba Ash Bravo y era un hombre tremendamente atractivo y con mucho dinero que, por otra parte, estaba tan enamorado de ella como ella de él. Se habían casado dos años antes y se habían mudado recientemente a la mansión después de vivir una temporada en la casa de Ash.
Marnie permaneció unos minutos en el coche, preguntándose si haría bien al presentarse sin avisar. Tenía tantas cosas que explicar que no se atrevió a llamar a su hermana por teléfono porque no habría sabido qué decir.
Al final, alcanzó el bolso y salió del coche. Le dio un pequeño mareo porque no había comido nada desde la noche anterior, así que cerró la portezuela y se quedó apoyada en el techo del negro y polvoriento utilitario hasta que se sintió mejor.
Justo entonces, pasó a su lado una joven esbelta y morena, de pantalones cortos y top ajustado, que había salido a correr. La joven la miró y frunció el ceño, pero a Marnie no le extrañó; además de que ella tenía un aspecto lamentable, su coche estaba sucio y lleno hasta los topes con sus pertenencias.
Marnie supuso que la habría tomado por una vagabunda y pensó que, en cierto sentido, era verdad. La situación le pareció tan ridícula que soltó una carcajada amarga y brusca. La joven aceleró y desapareció en la esquina siguiente.
Recobró la compostura y echó a andar por el camino del jardín delantero de la mansión, que avanzaba entre árboles frondosos y macizos de flores. Cuando llegó a la entrada, que tenía una puerta exterior de hierro forjado, llamó al timbre.
Momentos después, la puerta interior se abrió y Marnie se encontró cara a cara con Tessa, que llevaba unos vaqueros y una camisa de gasa.
Su hermana se llevó tal sorpresa que sólo fue capaz de decir:
—¿Marnie?
—Hola.
Tessa abrió rápidamente la puerta exterior.
—Marnie... ¿Qué estás haciendo... ?
—No podía volver a casa y no sabía adónde ir, así que... Su hermana hizo entonces lo correcto. La abrazó.
A las tres de la tarde, Marnie aún se sentía profundamente deprimida. Pero algo menos que antes.
Tessa había escuchado su larga y triste historia, le había permitido llorar a gusto, le había dado de comer e incluso había permitido que aparcara el utilitario en el garaje de la mansión. Después, la ayudó a sacar sus cosas del coche y a llevarlas a la casita de invitados, un lugar precioso, de dos habitaciones y cocina americana, que se encontraba al otro lado de la piscina.
—Date una buena ducha —le dijo Tessa cuando terminaron de guardarlo todo—. Y si puedes, échate una siesta.
—¿Que si puedo? Podría dormir dos días seguidos.
—De momento, limítate a la siesta. Antes de dormir en serio, tendrás que cenar... No te puedes acostar con el estómago vacío.
—¿Sabes que empiezas a hablar como Gina?
Marnie se refería a Regina Black Jones, su madrastra. Gina se había casado con su padre cuando Tessa tenía doce años y ella, nueve.
Tessa rió. —Gina es lo mejor que nos ha pasado nunca — continuó Marnie.
—Y que lo digas. Comidas a sus horas, normas que seguir y toneladas y toneladas de amor incondicional.
—Sí, es cierto. Nos vino muy bien —afirmó—. Tessa, yo...
—¿Sí?
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias. Soy tu hermana y siempre estaré a tu lado —dijo, acariciándole el cabello—. No te preocupes. Saldrás de ésta. Marnie habló con más seguridad de la que sentía.
—Lo sé.
—Venga, dúchate y descansa un rato. Cenaremos pronto... sólo la familia. Tú, yo, Ash y Jericho —le informó.
—¿Jericho? ¿Es uno de los hermanos de Ash?
Marnie sabía que el marido de su hermana era de familia numerosa. Tenía seis hermanos, dos hermanas y una hermanastra, Elena.
Tessa asintió.
—Sí, Jericho es el sexto de los hermanos. Después de Travis, es el más joven.
—Ah...
Marnie los había conocido a todos durante la boda, pero había pasado dos años y no se acordaba bien.
Tessa le puso las manos en la cara y la besó en la mejilla antes de marcharse.
En cuanto se quedó a solas, Marnie se desnudó y se dirigió al cuarto de baño. Después de la ducha, caminó hasta el sofá y se tumbó para poder ver la piscina y la mansión a través de la balconada. Cerró los ojos con intención de dormir, pero estaba tan agotada que no lo consiguió. Su teléfono móvil empezó a sonar de repente. Era Mark, otra vez. Y como sabía que no la iba a dejar en paz, decidió contestar.
—Deja de llamarme, Mark.
—Sólo quería saber si estás...
—¿Si estoy bien? —lo interrumpió—. Pues no, no lo estoy. Pero al menos me encuentro entre los míos... con Tessa.
—¿Con Tessa? —preguntó él, asombrado—. ¿Has ido a Texas? ¿En coche?
—Deja de llamarme, Mark —insistió ella—. Mi vida ya no es asunto tuyo.
—Marnie...
—Lo digo en serio.
—Marnie, yo...
—Dilo. Maldita sea, Mark, dilo de una vez. Di que me vas a dejar en paz.
—Yo...
—¡Que lo digas!
Mark tardó unos segundos en responder.
—Está bien. Te dejaré en paz.
—Excelente. Adiós.
Marnie cortó la comunicación y tiró el móvil a la mesita, donde había dejado su bolso.
A continuación, apoyó la cabeza en los cojines y cerró los ojos. No tenía esperanzas de quedarse dormida, pero esta vez lo logró. Y fue un sueño largo y profundo.
Se despertó al oír un ruido seco.
Durante unos segundos, pensó que era un terremoto; pero enseguida recordó que ya no estaba en California sino en San Antonio, en la casa de Tessa.
Rememoró lo sucedido durante las horas anteriores y volvió a oír el ruido que la había despertado. Supuso que sería alguna motocicleta, en la calle, y no le dio importancia.
Alcanzó el teléfono y miró la hora. Eran las seis y media y faltaba poco para el anochecer, de modo que se levantó, se cepilló el pelo, se pintó los labios, alcanzó el bolso y se dirigió a la mansión por el camino de piedra que bordeaba la piscina. Pasó por delante de un estanque en el que caía una pequeña catarata, cuyo sonido le pareció muy tranquilizador, y se detuvo a contemplar los peces de colores.
Entró en la casa por la cocina, una sala grande, de paredes amarillas y electrodomésticos modernos. Mona Lou, la bulldog medio sorda de Tessa, estaba durmiendo en una esquina; al notar su presencia, se levantó y se acercó para que la acariciara. Marnie supo que querría salir al jardín y le abrió la puerta.
En ese momento notó el olor de la comida que estaban preparando y le entró tanta hambre que abrió el frigorífico, sacó un plátano y se lo comió. Todavía lo estaba mascando cuando llegó al salón, donde no había nadie salvo Gigi, la gata de su hermana, que alzó la cabeza y la miró con interés.
Todo estaba extrañamente tranquilo y silencioso. Se acercó al pie de la escalera y miró hacia el piso superior, pero no se atrevió a subir porque cabía la posibilidad de que Tessa y Ash estuvieran disfrutando de su intimidad antes de cenar.
Al ver que las puertas dobles del despacho estaban abiertas, se acercó y se asomó al interior. Era un lugar muy masculino, con una mesa antigua, de madera, y estanterías llenas de libros que llegaban hasta el techo.
Tras saciar su curiosidad, decidió ir al comedor, que se encontraba al otro lado del vestíbulo. No vio al hombre que esperaba dentro hasta que llegó al umbral. Era muy alto, de alrededor de metro noventa de altura; llevaba botas, unos vaqueros viejos y una camiseta gris que dejaba ver unos brazos fuertes y