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Antonio carecía de tiempo o disposición para el amor, pero de él se esperaba que se casara y tuviera hijos. Una esposa de conveniencia sería perfecta... ¡en particular una que ya tuviera un heredero! Pero el cuerpo de Victoria respondía con tanta entrega a su más ligero contacto, que no estaba seguro de cuánto tiempo el pacto acordado podría mantenerse en los estrictos límites de una transacción.
Kathryn Ross
Kathryn Ross é esteticista de formação, mas a escrita sempre foi sem primeiro amor. Aos 13 anos foi editora da revista da escola e escreveu uma peça para uma competição, ganhando o prêmio final. Kathryn vive em Lancashire, é casada e tem dois enteados encantadores. Escreveu mais de vinte romances e continua tão apaixonada pela escrita como sempre.
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Novia de papel - Kathryn Ross
Capítulo 1
BUENO, ¿cuál es la situación aquí? –le preguntó Antonio Cavelli a su contable en el momento en que la limusina se detenía ante el restaurante de frontal de cristal.
Tom Roberts recurrió a sus notas.
–El verano pasado compramos el edificio, la arrendataria se llama Victoria Heart. Hasta ahora, ha rechazado dos ofertas nuestras para marcharse, de modo que le hemos subido el alquiler. Ahora está luchando para no tener que cerrar. De modo que creo que en esta ocasión firmará,
Antonio frunció el ceño. Apenas llevaba unas horas en Australia después de llegar de sus oficinas en Verona, pero ya empezaba a cuestionar el modo de Tom de llevar sus negocios.
–Debería haber sido una compra sin problemas –gruñó–. Y llevamos seis meses de retraso... ¿a qué estás jugando?
El contable se ruborizó y se pasó una mano por el pelo cada vez más escaso.
–Todo está bajo control, te lo aseguro –musitó nervioso–. Sé que hemos tenido unos pequeños problemas... pero...
Sonó el teléfono móvil de Antonio y frenó los tartamudeos de disculpa de Tom en mitad de una frase al ver el número de su abogado en el aparato. En ese momento tenía problemas más acuciantes que la sencilla adquisición de un restaurante insignificante.
En ese momento, todo el futuro de su empresa pendía de un hilo mientras su padre intentaba representar la más extraña y ridícula charada con el fin de imponerse en la lucha de poder que mantenía con él.
Apretó los labios enfadado. Mientras abría el teléfono, pensó que nadie le decía lo que tenía que hacer. Nadie... y menos el único hombre en el mundo por el que sólo sentía desprecio.
–Ricardo, ¿tienes noticias para mí –al hablar con el abogado recurrió a su italiano nativo.
El silencio en el otro extremo de la línea fue respuesta suficiente.
–He repasado todas nuestras opciones un millón de veces, Antonio –repuso al final el abogado con voz de pesar–. Y no hay mucho que podamos hacer. Podemos llevarlo ante los tribunales... pero en mi opinión lo único que eso crearía sería un maremoto periodístico. Estarías metiendo el negocio personal de la familia en el terreno del sensacionalismo, abriendo el abismo que hay entre tu padre y tú ante el escrutinio del mundo, y al final es muy probable que no ganemos. El hecho es que es posible que tú le hayas dado a la empresa el éxito del que disfruta hoy, pero tu padre sigue siendo el propietario del sesenta por ciento de Cavelli Enterprises. Es suya para hacer con ella lo que le plazca.
Los ojos oscuros de Antonio centellearon con fuego. No le importaba si el resto del mundo se enteraba de lo que pensaba de su padre, pero sí le preocupaba que pudiera someter el nombre de su madre a la humillación del pasado... y eso no podía hacerlo. Ya había sufrido suficiente por culpa de su padre. El recuerdo de ella debía permanecer digno.
Se preguntó cómo podía llevar esa situación. Su aguda mente empresarial entró en acción en busca de una respuesta. No iba a dejar que su padre ganara esa batalla. Luc Cavelli podía ser el presidente de la empresa, pero en esos tiempos no era más que una figura decorativa... él era el cerebro, el que había convertido la pequeña cadena provincial italiana de hoteles de su padre en un éxito global. Sonrió para sus adentros, ya que había hecho muchas cosas en contra de la voluntad de su padre.
Luc no había querido que la empresa se expandiera... le había gustado ser un pez gordo en un estanque pequeño, capaz de controlar y manipular a todos. Pero Antonio había impuesto su voluntad al heredar las acciones de su madre, había hecho avanzar a la compañía y disfrutado en el proceso... había disfrutado viendo a su padre cada vez más fuera del entorno que dominaba hasta convertirse en un hombre indeciso.
En ese momento podía ver el farol de su padre, vender su cuarenta por ciento y largarse, dejando al viejo para que cumpliera la amenaza de vender el resto de la empresa. Descubriría que no valía tanto sin él al timón. Pero era algo que no pensaba hacer después de tantos años dedicados a levantarla.
–Habrá un modo de solucionarlo –dijo en voz baja, casi para sí mismo.
–Pues si lo hay, yo no lo veo. He leído la correspondencia que te ha mandado tu padre y el mensaje final es que si no estás casado y has tenido un hijo para cuando cumplas los treinta y cuatro años, Antonio, venderá las acciones que posee. Considera que al ser el único hijo que tiene, tu deber es el de asegurar el futuro de la familia Cavelli. También dice que desea verte felizmente asentado.
¡Qué hipócrita! Ése era el hombre que los había abandonado a su madre y a él cuando contaba sólo diez años. Por entonces, el compromiso familiar le había importado un bledo, ya que había estado demasiado ocupado humillando a su madre con la exhibición constante y pública de las amantes de turno.
–Parece muy decidido –añadió su abogado con suavidad.
–Sí, bueno, pero no tanto como yo a frustrarle los planes.
–Mmm... –un momento de silencio–. La buena noticia es que si aceptas sus deseos, de inmediato transferirá todas sus acciones de la empresa a ti. Lo tengo por escrito.
Su corazón se heló. Muy bien, si su padre quería entregarse a esos juegos, aceptaría el desafío. Pero no lo dejaría ganar. Encontraría un modo de obtener el control de todo... y entonces lo haría lamentar el día en que había intentado dictarle condiciones.
–Y yo estaré encantado de tomar el control de sus acciones, pero no haciendo exactamente lo que él quiere.
–La verdad es que yo no veo otro modo. Tu padre quiere que te cases y tengas un hijo. Y, de hecho, te lo ha anunciado y concedido dos años para ello.
–Hay solución a todos los problemas, Ricardo. Mándame por correo electrónico o por fax toda la documentación necesaria para que pueda analizar lo que ha puesto por escrito y después hablaré contigo –colgó y miró al hombre sentado enfrente–. ¿Por dónde íbamos...? –dijo, pasando a un inglés perfecto y centrándose en el asunto que en ese momento le ocupaba.
Tom lo miró con cautela. No había entendido ni una palabra pronunciada por su jefe, pero había visto la ira en esos ojos y supo que debía ir con cuidado. Antonio Cavelli tenía fama de ser justo en los negocios, pero también implacable cuando se trataba de deshacerse de las personas que no llegaban a los patrones altos por los que él se regía o no lo satisfacían de algún modo.
–Yo... decía que arreglaría la compra del restaurante...
–Ah, sí –cortó Antonio–. Esto se está alargando demasiado, Tom. Y, con franqueza, empiezo a cuestionar tu modo de llevar la situación.
–Comprendo que está tardando más de lo que te gustaría, pero te aseguro que llevo el asunto de la mejor manera posible. Por ejemplo, me he asegurado de que la señorita Heart desconozca que estás involucrado en el negocio. He recurrido a Lancier, tu empresa subsidiaria, para todos los contactos que he mantenido con ella.
–¿Y qué sentido tiene eso? –entrecerró los ojos–. Yo no hago negocios por la puerta trasera, Tom.
–¡Puedo garantizarte que es perfectamente legal! –se irguió–. Lo que he conseguido así es mantener el precio bajo, ya que ella desconoce la importancia estratégica que tiene para nosotros su edificio.
–Aumenta la oferta, Tom, y cierra el trato –le dijo con displicencia. Tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
–Con todo el respeto, no necesitamos incrementar la oferta. Creo que la reticencia de la señorita Heart a vender se debe al hecho de que tiene un vínculo emocional con el edificio... aparte de que le preocupa que sus empleados pierdan el trabajo.
–Bueno, pues entonces arregla que los redistribuyan en alguna parte de mi empresa. Voy a abrir un hotel nuevo al lado de ella, por el amor del cielo. Lo dejo en tus manos –recogió el maletín y llevó la mano al pomo de la puerta–. Mientras tanto, almorzaré aquí.
–¿Aquí? –preguntó Tom sobresaltado.
–¿Por qué no? Parece un restaurante bastante decente y estoy justo delante. Sugiero que vuelvas a la oficina, hagas números y cierres el acuerdo esta tarde.
El calor lo golpeó como un néctar cálido después del frescor del aire acondicionado del coche. Era agradable estar en el exterior después del largo viaje desde Europa, agradable estar lejos de Tom Roberts. Realmente se trataba de un hombre voraz. Pero se recordó que ése era el motivo por el que lo contrataba. Necesitaba hombres que supervisaran cada operación en cada lugar, y Tom era su hombre en Sídney. El objetivo que tenía era el de mantener a la compañía en forma y capaz de sobrevivir al duro clima económico imperante. Y en general realizaba un gran trabajo. Se habían expandido; ése era el décimo hotel que tendrían en Australia.
Sin embargo, había que controlarlo. En ocasiones su ego parecía disfrutar demasiado del poder que ostentaba.
Con ritmo pausado, cruzó la amplia acera al tiempo que observaba todos los aspectos del restaurante. No cabía duda de que la señorita Heart había elegido un buen emplazamiento. El local se hallaba en una calle principal junto a un parque frondoso, pero lo bastante cerca del mar como para disfrutar de esas vistas desde la terraza superior. Era una pena que prácticamente estuviera empotrado en el edificio que él acababa de comprar.
Si alzaba la cabeza, podía ver el nuevo hotel Cavelli levantándose detrás del restaurante, ocupando más de dos manzanas de la calle de Sídney. Estaba haciendo que rehabilitaran todo el lugar sin ahorrar en gastos. El nombre Cavelli era sinónimo de lujo y elegancia y ya estaba reservado al completo dos meses antes de que lo inauguraran.
La señorita Heart era, literalmente, una espina clavada en su costado. Su restaurante tenía que desaparecer para hacerle sitio a algunas boutiques de marca y una nueva entrada lateral.
Al entrar en la zona de recepción notó con cierta sorpresa que los suelos de parqué estaban barnizados y los sofás pálidos estratégicamente situados para que dieran a la vegetación del parque. La señorita Heart tenía buen gusto. El trazado y el diseño del local eran impresionantes. Y por lo que podía ver de la parte principal del restaurante, se hallaba bastante ocupado, con una clientela que parecía consistir principalmente de hombres de negocios. Pero había algunas mesas libres.
No había nadie detrás de la mesa de recepción y estaba a punto de entrar en el restaurante cuando se abrió la puerta detrás del escritorio y salió una mujer joven. Llevaba unas carpetas en una mano, un bolígrafo en la otra y parecía enfrascada en lo que fuera que ocupaba su mente.
–Buenas tardes, señor, ¿puedo ayudarlo? –preguntó distraída y sin mirarlo mientras dejaba las carpetas en la mesa.
–Sí, quisiera una mesa para comer.
–¿Cuántos serán? –siguió sin mirarlo; parecía buscar algo entre las carpetas.
–Sólo uno –la observó lentamente. Adivinó que tenía veintipocos años, aunque el traje oscuro que llevaba correspondía a una mujer mayor y no favorecía en nada su figura esbelta, mientras la blusa de abajo estaba abotonada seguramente hasta el cuello.
Divertido, pensó que parecía una profesora anticuada o una bibliotecaria del siglo XIX. Llevaba el largo cabello negro retirado con severidad de la cara sujeto en un moño y lucía unas gafas de montura negra que parecían demasiado pesadas para su rostro pequeño.
Victoria encontró el archivo que buscaba y alzó la vista, interceptando el detallado análisis al que estaba siendo sometida. Y de pronto se ruborizó.
Ya había llegado a la conclusión de que era italiano, con un acento sexy que llegaba hasta la médula, pero el hecho de que también fuera increíblemente atractivo hizo que se sintiera mucho más abochornada.