Romance peligroso
Por Anne Mather
3/5
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Emma sólo sabía que ahora lo necesitaba más que nunca. El amor que había sentido por él cuando tenía diecisiete años no había muerto; al contrario, se había acrecentado. Ahora, su amor por Damon era el de una mujer, no el de una alocada adolescente. ¿Cómo podría hacérselo entender?
Anne Mather
Anne Mather always wanted to write. For years she wrote only for her own pleasure, and it wasn’t until her husband suggested that she ought to send one of her stories to a publisher that they put several publishers’ names into a hat and pulled one out. The rest as they say in history. 150 books later, Anne is literally staggered by the result! Her email address is mystic-am@msn.com and she would be happy to hear from any of her readers.
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Romance peligroso - Anne Mather
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1975 Anne Mather
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Romance peligroso, n.º 2185 - diciembre 2018
Título original: Dangerous Rhapsody
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-072-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Carta de los editores
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Si te ha gustado este libro…
Queridas lectoras,
Hace ya algo más de veinticinco años Harlequin comenzó la aventura de publicar novela romántica en español. Desde entonces hemos puesto todo nuestro esfuerzo e ilusión en ofrecerles historias de amor emocionantes, amenas y que nos toquen en lo más profundo de nuestros corazones. Pero al cumplir nuestras bodas de plata con las lectoras, y animados por sus comentarios y peticiones, nos hicimos las siguientes preguntas: ¿cómo sería volver a leer las primeras novelas que publicamos? ¿Tendríamos el valor de ceder a la nostalgia y volver a editar aquellas historias? Pues lo cierto es que lo hemos tenido, y durante este año vamos a publicar cada mes en Jazmín, nuestra serie más veterana, una de aquellas historias que la hicieron tan popular. Estamos seguros de que disfrutarán con estas novelas y que se emocionarán con su lectura.
Los editores
Capítulo 1
LAS OFICINAS de Thorne Chemicals estaban situadas en una bocacalle de Cromwell Road, en un edificio alto, de cemento y cristal, proclamando con su altura su indiscutible prosperidad e independencia. Un portero uniformado vigilaba las escaleras que llevaban hacia las puertas giratorias de la entrada principal. Emma pensó por un momento que ese individuo poderoso creería que ella debería utilizar la entrada lateral de los empleados, pero armándose de valor empujó las puertas y penetró en el edificio.
Inmediatamente notó que sus pies se hundían en una espesa alfombra verde jade. Al otro extremo del pasillo vio una mesa tras la que se sentaba una elegante rubia. El diseño perfecto de sus cejas se curvó al ver a Emma y pareció sorprendida. Emma tragó en seco y cruzó la alfombra hasta la recepción.
–Tengo una cita con el señor Thorne a las once.
La rubia consultó una agenda.
–¿Es usted la señorita Harding?
Emma asintió y sintió que las rodillas le fallaban. ¿Por qué la había metido Johnny en aquel lío tan terrible?
En ese momento, la rubia utilizaba el interfono de la mesa, y Emma, volviendo a la realidad, la oyó hablar con la secretaria de Damon Thorne. Comprobaron los nombres y la hora de la cita. La rubia colgó el teléfono y se volvió hacia Emma.
–La secretaria del señor Thorne mandará a un empleado para que la acompañe hasta su despacho –dijo en un tono impersonal y frío–. Siéntese un momento, por favor.
Señaló con indiferencia varios sillones distribuidos por el hall y volvió a la lectura de un montón de papeles.
Emma se sentó nerviosamente en el borde de uno de los sillones y se quitó los guantes, preguntándose si encontraría las palabras adecuadas para llevar a cabo su entrevista. Resultaba muy cómodo para Johnny dejarla a ella que se enfrentase con lo peor. Pero ni él mismo sabía la terrible situación en que la ponía en aquellos momentos; de lo contrario no la hubiera dejado cargar con toda la responsabilidad de su culpa.
El hecho de que Emma hubiese tenido algo más que una simple amistad con Damon Thorne hacía unos años había sido suficiente. Pero ni Johnny ni nadie sabían realmente la historia y por eso desconocían el hecho de que ella era la persona menos indicada para pedir favores a Damon Thorne.
Emma deseó que la persona que debía recogerla lo hiciera lo antes posible. La espera era una agonía y ya estaba muy nerviosa.
Miró su reloj. Ya llevaba allí más de diez minutos. ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar?
Emma suspiró. ¿Era una técnica de Damon Thorne para intimidarla? A pesar de no tener idea de cuál era el propósito de su visita, él no podía creer que fuera algo de tipo impersonal.
El sonido del ascensor anunció la llegada de un joven alto y delgado que miró alrededor del hall y cuyos ojos se iluminaron al ver la pequeña figura de Emma. Avanzó hacia ella, sonriendo.
–¿La señorita Harding? –preguntó, y cuando Emma asintió con la cabeza y se puso en pie, añadió–: Por aquí, por favor.
El ascensor los llevó hasta el último piso del edificio, donde estaban las oficinas privadas de Damon Thorne. Además de la parte dedicada a las oficinas propiamente dichas, en el mismo piso él tenía un apartamento amueblado que usaba para reuniones informales con sus amistades. Emma lo sabía. Había estado una vez allí, aunque en aquella ocasión había subido en el ascensor que daba directamente al hall de dicho apartamento.
Las puertas del ascensor se abrieron frente a un largo corredor con una alfombra roja y varias puertas a los lados.
El joven que la había acompañado en el ascensor la guió a lo largo del corredor hasta el otro extremo, lejos de los ruidos molestos, donde se hallaba la amplia y cómoda oficina de la secretaria particular de Damon Thorne. Era su secretaria en la oficina de Londres desde hacía más de diez años, y Emma estaba segura de que había reconocido su nombre, ya que no le habría pasado inadvertida su amistad con el jefe unos ocho años antes, cuando Emma usaba la línea de teléfono privada para llamarle.
–Ésta es la señorita Harding –dijo el joven cuando hizo pasar a Emma al despacho.
–Muchas gracias –dijo la secretaria, sonriendo fríamente. Cuando el joven salió, se levantó de su mesa y miró atentamente a Emma–. Buenos días, señorita Harding –dijo secamente–. El señor Thorne la recibirá enseguida, pero debo advertirle que está ocupadísimo cuando viene a Londres, y su próxima cita es a las once y cuarto.
Emma logró mantener la compostura. No iba a permitir que la secretaria de Damon Thorne la intimidara, como obviamente estaba intentando hacer.
–El asunto que tengo que tratar con el señor Thorne no me ocupará mucho tiempo –dijo tan fríamente como había hablado la secretaria–. ¿Puedo pasar ya?
Asintió con la cabeza y Emma, temblorosa, llamó con los nudillos a puerta.
Su voz profunda dijo: «Adelante». Emma entró y cerró con firmeza en la misma cara de la secretaria.
Se encontró en una gran sala alfombrada en azul, con cortinas del mismo color a ambos lados de los amplios ventanales. Desde allí se podía apreciar un magnífico panorama de la ciudad. En el centro de la habitación había una inmensa mesa de despacho de caoba cubierta con infinidad de papeles y varios teléfonos. En una mesa auxiliar había una bandeja con bebidas. Las paredes del despacho estaban recubiertas de estantes rebosantes de libros, la mayoría científicos o técnicos, lujosamente encuadernados en piel, con inscripciones en oro.
Pero quien atrajo la atención de Emma fue el hombre que se hallaba sentado tras la mesa y que cortésmente se levantó al entrar ella. Emma trató de ver si se habían producido muchos cambios en él. Siete años y medio era mucho tiempo, y las fotos que publicaba la prensa de vez en cuando no reflejaban la realidad.
Damon Thorne era un hombre de unos cuarenta años, aunque parecía más joven. Alto y corpulento, tenía el pelo negro y ligeramente canoso. Tenía ojos de color verde intenso y una boca grande y sensual. Era el tipo de hombre que las mujeres encontraban atractivo, sin tener en cuenta su fortuna y posición.
Entornó los ojos cuando entró ella y, en tono burlón, dijo:
–Bien, bien, Emma. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.
Emma retorció los guantes entre sus dedos y se acercó hacia la mesa. A su manera de ver, había cambiado muy poco y, como siempre, encontraba su personalidad electrizante.
–Buenos días –dijo, omitiendo intencionalmente cualquier forma de tratamiento.
Él dio la vuelta a la mesa, colocó una silla frente a la suya e indicó a Emma que tomase asiento. Emma aceptó rápidamente ante el temor de que sus piernas le fallaran.
–¿Quieres tomar algo? –preguntó, y cuando ella denegó con la cabeza, añadió–: ¿Un café, tal vez?
–No, gracias. Yo… bueno, seguramente te preguntarás por qué he venido –se miró fijamente las uñas.
Damon Thorne volvió a su asiento, pero en lugar de sentarse tomó la caja de puros que había sobre la mesa, sacó uno y lo encendió mientras la observaba.
–Sí –dijo una vez que encendió el puro–. Admito que siento curiosidad.
–Es por Johnny –dijo–. Parece que se ha metido en un lío.
Damon Thorne se sentó, recostándose en su asiento perezosamente, y la miró con una sonrisa irónica.
–¿De verdad? Te refieres a tu hermano Johnny, claro.
–Claro –asintió ella.
–Sigue.
Emma luchó por encontrar las palabras adecuadas. Decir lo que tenía que decir sin rodeos suponía aceptar la total culpabilidad de Johnny, cuando en realidad había sido víctima de sus propios impulsos. Pero, ¿cómo explicar todo eso a aquel magnate de los negocios? Damon Thorne no comprendería ni perdonaría ninguna flaqueza en sus empleados, y su hermano Johnny, que trabajaba en el departamento de contabilidad de aquel mismo edificio, encontraba que su salario no cubría las deudas que había contraído en el juego.
Además, Johnny había descubierto un sistema para tomar dinero prestado de la compañía, y durante los últimos seis meses había mejorado sus ingresos por medio de ese sistema, con la esperanza de que las ganancias le permitieran reponerlo pronto.
Una vez metido en ese embrollo, no se había atrevido a decírselo a su hermana. Ella no se habría enterado nunca de no ser porque los auditores iban a efectuar una inesperada inspección de los libros a mitad de año. Y ahora, aun en el caso de que Johnny tuviese el dinero para reponerlo, ya no habría tiempo para reajustar los libros y ocultar el desfalco.
Así pues, había recurrido a Emma, y como ella sabía que le podían acusar y hasta encarcelar por ese delito, además de perder su puesto en la compañía, había accedido a hablar con Damon Thorne.
A Thorne no le pasó desapercibido el nerviosismo de Emma e, inclinándose hacia ella, le dijo:
–Supongo que los problemas de tu hermano no tendrán nada que ver con el control de los libros que los auditores comenzarán a hacer la semana próxima.
Emma alzó rápidamente la cabeza y advirtió en su cara una expresión casi divertida. Su rostro permanecía sereno, sin denotar preocupación. Era como si él supiese más del asunto que ella misma.
Con un gesto nervioso se alisó la espesa cabellera negra que le caía a la altura de los hombros. Bajando la mano, miró, sin verlo, uno de los teléfonos que había sobre la mesa.
Él se levantó de su asiento y se dirigió a una mesa lateral donde un termo con café recién hecho invitaba tentadoramente. Sirvió una taza de café con leche y azúcar y la colocó en la mesa ante ella.
–Toma –dijo sin ningún protocolo–, creo que te sentará bien.
–Gracias –la voz de Emma era educada pero fría. Casi instintivamente acercó la taza de café