Anza
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Mateo Pérez Salazar
Mateo Pérez Salazar nació en la ciudad de México en el año de 1990. A la edad de 19 años se muda a la ciudad de Calistoga, California. Es en este lugar adonde concluye sus estudios en el Napa Valley College y posteriormente se muda a la ciudad de San Francisco adonde actualmente reside. Mateo Pérez Salazar es un participante activo en los eventos de arte en pro de la comunidad inmigrante latina en San Francisco.
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Anza - Mateo Pérez Salazar
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© Mateo Pérez Salazar, 2020
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2020
ISBN: 9788418233135
ISBN eBook: 9788418234507
I
Silencio en la casa
Ardía el sol adolescente de abril. Eran las tres de la tarde con treinta y un minutos. Los rayos apuntan directo en la ventana del baño. La ventana está nublada, lastimada por las manchas de jabón que ahí han escrito su historia a través de los meses. Mi mano derecha busca la llave del agua fría y la abre con cuidado. El agua empieza a correr y pronto el lavabo se empieza a llenar. Me apresuro a cerrar la llave antes de que el agua empiece a derramarse. Olvidé que lleva un par de días tapado por toda la suciedad que por ahí se desecha. El aceite quemado de cocina, los restos del vello facial de mi padre y el mío van directos al lavabo, caen por ahí y se van hasta el fondo sin dejar rastro. Me enjuago el rostro con cuidado para no lastimarme más la nariz.
—¡A parado de sangrar! —me digo en voz alta.
Le coloqué pedazos de papel de baño que rolé en bolitas por los orificios de la nariz hasta que detuvo el sangrado. Un pedazo de papel bañado en sangre cae al lavabo manchando el resto de agua que ahí queda estancada y que lentamente empieza a fluir para irse por el tubo de desagüe.
Me limpio la cara con una toalla. A continuación, empiezo a palpar mi cara lentamente para sentir si tengo alguna otra herida. Al tacto todo se siente en su lugar, es solo la inflamación la que me causa dolor.
Seco una vez más mi cara y coloco un poco de crema humectante. Abro la puerta del baño con cuidado para no hacer ruido. En la sala el televisor ha quedado encendido. La casa está inundada por un silencio religioso que deja escuchar el más minúsculo ruido. Camino hasta la puerta de mi cuarto. Me recuesto sobre la cama con los brazos extendidos a lo ancho, tomo un respiro profundo y saco el aire de mi pecho con fuerza. Unas lágrimas empiezan a desbordarse de mis ojos y comienzan a rodar sobre mi cara. Mi cuerpo se dobla en posición fetal y por unos minutos los sollozos no paran.
Un ruido se escucha entrar por debajo de la puerta, alguien se acerca, de pronto se detiene exactamente a la entrada. Unos segundos después se escucha alejarse. Mis ojos se sienten resecos, mi cuerpo se siente débil y sin ganas de moverse.
Mis manos comienzan a sentir mi cuerpo. Empiezan sobre mi pecho, lentamente bajan hasta mis genitales, después siguen con mis piernas hasta llegar adonde ya no alcanzan el largo de mis brazos. Regresan y empiezan a tocar mi cara, ambas manos tocan mis oídos y recorren mi rostro sintiendo el vello facial de un día sin rasurar. Siento mi nariz delgada y mis cejas gruesas, suavemente muevo mis manos hasta mi frente y después subo hasta mi pelo. Se siente sedoso y suave. Una exaltación oscura busca mitigar el dolor a través de la excitación.
Mi pensamiento; íntimo, se ve abruptamente interrumpido con el ruido de la puerta principal que se acaba de abrir. No se escucha cerrar. Me quedo quieto, espero a escuchar algo más para adivinar quién ha llegado a casa. Un minuto después se escucha un portazo que resuena entre las paredes. Unos pasos se escuchan acercarse hasta mi cuarto. Se ve una sombra detenerse frente a la puerta y después el ruido de unas manos que intentan abrirla. Puedo oír girar y rechinar la chapa, después de tres intentos se detiene. Deduzco que es mi madre, solo ella tiene el corazón sensible para atreverse a caminar hasta mi cuarto e intentar hablar conmigo.
Soy el hijo único de un matrimonio que ha estado quebrado desde su inicio. Ella, amable, jovial y hermosa, creyó haberse enamorado de mi padre cuando apenas habían pasado dos días después de cumplir dieciséis años. Él, mi padre, fue su primer amor, su primer beso, su primera relación.
Se casaron un par de meses después de que mi abuelo descubriera que se veían a escondidas. La boda fue financiada por la familia de mi madre en su totalidad, pues mi padre no tenía ni un duro para pagarla.
A la muerte de mi abuelo mi madre heredó los derechos de sus negocios que ahora son administrados por mi padre y es gracias a eso que llevamos una vida cómoda.
El silencio sigue en la casa, me levanto de la cama y regreso al baño. Me coloco enfrente del espejo y empiezo a revisarme la cara una vez más. La hinchazón parece empeorar. El labio superior se me ha inflamado de manera alarmante y las cortadas en la boca empiezan a molestar. Empiezo a deslizar mi mano derecha sobre mi rostro y siento que un dolor se empieza a despertar al rozar mis dedos con la piel de la cara. Como resultado de la lesión, el color de mi piel sobre mi párpado izquierdo comienza a tornarse de color morado. Tomo un respiro profundo y bajo la mirada. Mis manos se recargan sobre las esquinas del mueble de madera sobre el que descansa el lavabo, después, lento, empiezo a subir la mirada hasta encontrarme con mi reflejo en el espejo. El tiempo se congela por un breve instante, doy la media vuelta y regreso a mi cuarto.
Entro y me dejo caer sobre la cama. Empiezo a imaginar cuáles van a ser las preguntas de mis amigos, maestros y compañeros de escuela mañana cuando me vean llegar a clases con los moretones en la cara.
Volteo para revisar mi teléfono y encuentro ya un par de llamadas y mensajes de textos de Samuel.
El silencio de la casa se interrumpe con el soplar del viento y el cántico religioso de unas campanillas que cuelgan en la puerta de la entrada. En mi mente empieza a resonar una áspera voz que busca excusas para comprender la actitud de mi padre y así evitar el dolor y decepción que ahora siento por él. Apenas dos días atrás todo parecía normal, nunca hemos tenido una gran comunicación, pero tampoco había existido tanto odio entre nosotros. Había escuchado historias a lo lejos que venían de las hermanas de mi madre cuestionando la fidelidad y la decencia de mi padre, pero al no ver ninguna respuesta de mi madre ni tampoco ninguna reacción, simplemente dejaba a un lado todas esas ideas sobre mi padre. Pero eso cambió apenas dos días atrás cuando todos desayunábamos en la mesa de la cocina. La mejor amiga de colegio de mi madre, Renata, estuvo de visita como comúnmente lo hace entre semana. Mi madre salió a coger unos paquetes que llegaron a la entrada de mi casa y yo fui a la sala a regresar unas copas de cristal que estorbaban sobre la mesa. Al regresar, con asombro miré las manos de mi padre pescar las piernas de Renata y pronto estas se deslizaron por debajo de su vestido negro mientras sus labios besaban lenta y apasionadamente su cuello. Al escuchar el ruido de mis pasos ambos voltearon a ver cómo entraba a la cocina.
Quedó un hondo silencio, después volteé mi cuerpo hacia la sala. Un sudor frío se sintió recorrer mi cuerpo. Pronto mi cara empezó a arder como una hoguera. Una emoción de celos alimentada con odio empezó a despertar dentro de mi pecho como una bocanada de humo esparciéndose lenta pero letalmente. Una voz diminuta comenzó a susurrar dentro de mi cabeza formando insultos fríos, punzantes, errantes como un poema negro. Fue cuando apareció mi madre cargando una pequeña caja sobre sus manos.