Un artista del hambre
Por Franz Kafka
()
Información de este libro electrónico
Franz Kafka
Born in Prague in 1883, the son of a self-made Jewish merchant, Franz Kafka trained as a lawyer and worked in insurance. He published little during his lifetime and lived his life in relative obscurity. He was forced to retire from work in 1917 after being diagnosed with tuberculosis, a debilitating illness which dogged his final years. When he died in 1924 he bequeathed the – mainly unfinished – manuscripts of his novels, stories, letters and diaries to his friend the writer Max Brod with the strict instruction that they should be destroyed. Brod ignored Kafka’s wishes and organised the publication of his work, including The Trial, which appeared in 1925. It is through Brod’s efforts that Kafka is now regarded as one of the greatest novelists of the twentieth century.
Relacionado con Un artista del hambre
Libros electrónicos relacionados
Franz Kafka: Obras completas: nueva edición integral Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUna temporada en el infierno: Biblioteca de Grandes Escritores Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Las flores del mal Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La vida es una telenovela Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Quema de huesos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa soledad del lector Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las Obras de Franz Kafka: Biblioteca de Grandes Escritores Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El fracaso de lo bello: Ensayos de antiestética Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFrankenstein o el moderno Prometeo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Orlando: Una biografía Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas flores del mal: Clásicos de la literatura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El jugador Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La poética de la ensoñación Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Melancolía y suicidios literarios: De Aristóteles a Alejandra Pizarnik Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Informe para una academia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa dama del perrito Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Fausto Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas hermanas Makioka Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cartas del vidente Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl castillo (Ilustrado) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl león y el unicornio y otros ensayos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa obra maestra desconocida Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Obras completas Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Obras ─ Colección de Ryunosuke Akutagawa: Biblioteca de Grandes Escritores Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los hermanos Karamazov Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Cuentos de Canterbury Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Teoría de la clase ociosa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La muerte de Iván Ilich Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Leviatán Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Absurdo y rebelión. Una lectura de la contemporaneidad en la obra de Albert Camus Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Clásicos para usted
El Principito: Traducción original (ilustrado) Edición completa Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Crimen y castigo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Meditaciones Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Arte de la Guerra - Ilustrado Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Viejo y El Mar (Spanish Edition) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Libro del desasosiego Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Don Quijote de la Mancha Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Madame Bovary Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La Divina Comedia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Yo y el Ello Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La Ilíada y La Odisea Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Poesía Completa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Introducción al psicoanálisis Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La interpretación de los sueños Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La casa encantada y otros cuentos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5To Kill a Mockingbird \ Matar a un ruiseñor (Spanish edition) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La montaña mágica Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Trópico de Cáncer Calificación: 4 de 5 estrellas4/5EL Hombre Mediocre Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El lobo estepario Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentos completos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Novela de ajedrez Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Orgullo y Prejuicio Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La Política Calificación: 4 de 5 estrellas4/5En busca del tiempo perdido 1 (Por el Camino de Swann) Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Los 120 días de Sodoma Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La llamada de Cthulhu Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Sigmund Freud: Obras Completas (Golden Deer Classics) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La muerte en Venecia Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Categorías relacionadas
Comentarios para Un artista del hambre
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
Un artista del hambre - Franz Kafka
HAMBRE
UN ARTISTA DEL HAMBRE
El Paseo repentino
Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a que- darse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego lue- go de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provoca- ría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápida- mente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.
Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se
dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.
Un mensaje imPerial
El Emperador, tal va una parábola, te ha mandado, humilde sujeto, que eres la insignificante sombra arrinconándose en la más recóndita distancia del sol imperial, un mensaje: el Emperador desde su lecho de muerte te ha mandado un mensaje para ti únicamente. Ha comandado al mensajero a arrodillarse junto a la cama, y ha susurrado el mensaje; ha puesto tanta im- portancia al mensaje, que ha ordenado al mensajero se lo repita en el oído. Luego, con un movimiento de cabeza, ha confirmado que está correcto. Sí, ante los congregados espectadores de su muerte –toda pared obstructora ha sido tumbada, y en las espaciosas y colosalmente altas escaleras están en un círculo los grandes príncipes del Imperio– ante todos ellos él ha man- dado su mensaje. El mensajero inmediatamente embarca en su viaje; es un poderoso, infatigable hombre; ahora empujando con su brazo diestro, ahora con el siniestro, taja un camino al través de la multitud; si encuentra resistencia, apunta a su pecho, donde el símbolo del sol repica de luz; al contrario de otro hombre cualquiera, su camino así se le facilita. Mas las multitudes son tan vastas; sus números no tienen fin. Si tan sólo pudiera alcanzar los amplios campos, cuán rápido él volaría, y pronto, sin duda al- guna, escucharías el bienvenido martilleo de sus puños en tu puerta.
Pero, en vez, cómo vanamente gasta sus fuerzas; aún todavía traza su ca- mino tras las cámaras del profundo interior del palacio; nunca llegará al final de ellas; y si lo lograra, nada se lograría en ello; él debe, tras aquello, luchar durante su camino hacia abajo por las escaleras; y si lo lograra, nada se lograría en ello; todavía tiene que cruzar las cortes; y tras las cortes, el segundo palacio externo; y una vez más, más escaleras y cortes; y de nuevo otro palacio; y así por miles de años; y por si al fin llegara a lanzarse afuera, tras la última puerta del último palacio –pero nunca, nunca podría llegar eso a suceder–, la capital imperial, centro del mundo, caería ante él, apre- tada a explotar con sus propios sedimentos. Nadie podría luchar y salir de ahí, ni siquiera con el mensaje de un hombre muerto. Mas te sientas tras la ventana, al caer la noche, y te lo imaginas, en sueños.
ChaCales y árabes
Acampábamos en el oasis. Los viajeros dormían. Un árabe, alto y blanco, pasó adelante; ya había alimentado a los camellos y se dirigía a acostarse.
Me tiré de espaldas sobre la hierba; quería dormir; no pude conciliar el sueño; el aullido de un chacal a lo lejos me lo impedía; entonces me senté. Y lo que había estado tan lejos, de pronto estuvo cerca. El gruñido