La Semana Santa de Antonio Burgos
Por Antonio Burgos
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La Semana Santa de Antonio Burgos, es la suya, pero es también la del niño que pedía cera soltándose de la mano protectora de su madre para, años más tarde, coger la de su novia mientras el mismo nazareno pasaba antes los ojos que jamás envejecen. Y la de la niña que estrenaba zapatos de mujer en el Domingo de Palmas haciendo equilibrios entre la adolescencia y la juventud, entre lo íntimo y lo eterno. Es la Semana Santa del armao que se quita la coraza el Viernes pero que no deja de ser Roma viva los doce meses del año. La Semana Santa de ese puente de Triana que alarga la agonía del Crucificado de mirada perdida que rememora terciopelos verdes marineros. La Semana Santa que soñamos, la que añoramos y la que a pesar de todo no hemos perdido, porque así, palabra tras palabra, el autor ha ido atrapándola en cada página escrita. Y que ahora, para mayor gozo, la tiene usted entre sus manos.
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La Semana Santa de Antonio Burgos - Antonio Burgos
¿Estáis puestos?
Como un llamador que con sus golpes convoca la atención de los costaleros, han sonado las notas finales de Amargura a las que todos por dentro le decimos un óle que nos sale del alma. Nos han avisado esos golpes de llamador para meternos bajo la trabajadera. Y es como si los hubiera dado el magisterio del capataz que tenía nombre de escultor del Barroco, Ariza el Viejo, pues imágenes efímeras de perfección en el tiempo modelaba. Como si estuviera llamando Alfonso Borrero, con todo el arte de la colla del muelle con que creó las levantás a pulso... a pulso de corazones. O Manolo Bejarano, poderío de una voz de hondura trianera y frescor de mañana agosteña con nardos de la Virgen. Como si llamara la reciedumbre de Salvador Dorado, el único Penitente que ha habido con macho dentro de la tela del antifaz de su hombría, que fue su valentía para salvar de las llamas cobardes, fratricidas y asesinas a su camarada trianero, el Cristo de la Expiración. Es, en fin, como si fuera a llamar, perfección y medida, Sevilla clásica de palio de cajón, el señorío del maestro Rafael Franco Rojas. Y es como si ahora sus antiguas, recias voces le preguntaran a Sevilla:
¿Estáis puestos, tambores y cornetas, «con la pena cabal de la alegría»?
¿Estáis puestos, tintineos de las caídas de palio, para que hagáis compás con los varales?
¿Estáis puestos, amaneceres de las murallas del Alcázar, para que se recorte en vuestra alboreá el crujío del Cristo del Calvario?
¿Estáis puestos, malvas del atardecer del Viernes en Triana, para que entonéis, como en un cuadro romántico de Barrón, con las túnicas de los nazarenos de la Virgen de la O?
¿Estáis puestos, cielos de Sevilla, azul Carretería, azul Hiniesta, azul Baratillo, azul Estrella, azul San Esteban, azul Montserrat?
¿Estáis puestos, vencejos del Museo, para que le quitéis las espinas al Señor de Sevilla, cuando venga el Viernes quebrando albores?
¿Estáis puestos, tristes balcones vacíos de las casas cerradas y abandonadas, en los que conmemoramos la pasión y muerte de esta Sevilla soñada que se nos va de entre las manos?
¿Estáis puestos, naranjos de Las Penas de San Vicente o del Subterráneo por Doña María Coronel; acacias de las Rondas, rosales de las plazoletas con albero nuevo, geranios que colgáis de los balcones y que seréis acariciados por los enclavados dedos del Cristo de las Aguas?
¿Estáis puestos, muros de cal de los conventos, bronces de las espadañas, faroles de las esquinas, paredes de la Alcaicería, para que pueda caber la inmensidad de los ojos de Madre de Dios de la Palma?
¿Estáis puestos, Puente de Triana, Andén del Ayuntamiento, Compás de la Laguna, Rampla del Salvador, ojivas de San Julián y San Esteban?
¿Estáis puestos, capirotes de la calle Herbolario, antifaces de terciopelo, cinturones de esparto, cíngulos de seda, ropones de los pertigueros, corazas de los armaos, guerreras de los músicos, fajas de los costaleros, dalmáticas de los acólitos, rituales ornamentos de la penitencia?
¿Estáis puestos, lagrimeos de la cera en las tandas de las candelerías, luces de las marías que gozáis de la cercanía de la gracia de la Virgen que como vosotras se llama?
¿Estáis puestos, rayos de la luna entre las palmeras de la Gavidia, esperando a la Vera Cruz de Cristo?
¿Estáis puestos, jarrillos de lata, que de plata sois, y cántaros de los aguaores, que ánforas mejores nunca llevó la Bética al Monte Testaccio de Roma?
¿Estáis puestos, pabilos de las cañas de los Santizos para el supremo arte de encender una candelería, chorreones de los cirios que vais alfombrando de cera la carrera oficial como no lo haría ni la Real Fábrica de Tapices?
¿Estáis puestos, mármoles del suelo de la Catedral, para que sientan el doble repeluco del frío y de la dicha del estreno de Lunes Santo los pies descalzos de los penitentes del Cautivo del Polígono?
¿Estáis puestos, varales maestros y candelabros de cola, respiraderos, faldones y maniguetas, zambranas y trabajaderas, traseras que dais jabón por la Cuesta del Bacalao?
¿Estáis puestos, palcos de la plaza, sillas de Quidiello de la carrera oficial, palquillo de la venia en La Campana?
¿Estáis puestos cristales de los escaparates de la calle Sierpes, para que se reflejen las candelerías?
¿Estáis puestos, damascos de las colgaduras de los balcones donde se atará la palma nueva con lazos de los colores de la hermandad, para que, agarradas sus manos a vuestra barandilla, desaparezca en un instante ese saetero que se santigua en cuanto ha acabado de cantar su oración?
¿Estáis puestos, escalofríos de las marchas, Estrellas y Aguas, Amarguras y Penas, Soleares que nos dais la mano con el pañuelo de encajes de una Virgen?
¿Estáis puestos, oboes y fagotes, voces de la capilla musical de la Quinta Angustia que nos recordáis las viejas placas del Miserere de Eslava?
¿Estáis puestos, muñidor de la Mortaja, llave del sagrario en el pecho del asistente en la Ronda del Jueves Santo; Verónica y Fe de Montserrat; espada del Silencio; pelícano del Amor; rosarios de Montensión; avión de la Virgen de Loreto; antorcha del Prendimiento; palmera de La Borriquita; gallista pluma de Muñoz y Pabón en la saya de la Esperanza?
¿Estáis puestos tíos de la escalera, novias del costalero, amigos del nazareno de Martínez de León, veladores del Salvador, carritos de los niños chicos en las bullas, tizas de los mostradores, sobaduras de los zapatos nuevos del Domingo de Ramos?
¿Estáis puestos, integrantes de la bulla soberana?
¿Estáis puestos, silencios de la calle Francos, esperando al verdadero Silencio del Primitivo Nazareno de Sevilla?
¿Estáis puestos, centenarios papelones de pescao frito del Arenal, pestiños de la confitería de la Campana donde los paladares piden la venia, ruedas de calentitos de plata de Juana en el Postigo y regimientos de soldaditos de Pavía que mandan los coroneles de El Rinconcillo?
¿Estáis puestos, plateados globos de los racimos infantiles de ilusiones, para que cuando La Paz venga por el Parque os sigáis escapando de nuestras eternas manos de niños que piden cera?
¿Estáis puestos, estrenos de los trajes de punta en blanco de los canis con su uniforme de gala, aplausos a las cuadrillas, dedicatorias de las levantás, petaladas de los balcones de los barrios, óles a las saetas, trajes oscuros, chaquetitas azules, mantillas del Jueves Santo, monumentos de los sagrarios de los conventos, corbatas de luto del Viernes en que está definitivamente muerto el Señor de la Caridad cuya mano sangraba aquella rosa en Santa Marta?
¿Estáis puestos, cardos y yedras de la Canina que nos decís que la muerte no es el final ni siquiera de la Semana Santa, porque proclamáis el triunfo de la Santa Cruz en la Jerusalén de Sevilla?
Mira que voy a llamar... Mira que voy a llamar con el bronce de las campanas de la Giralda...
¡Tós por igual, valientes...! ¡Tós por igual, valientes testigos y profetas de nuestra fe según el Evangelio de Sevilla!
Introducción de «Los Días del Gozo».
Pregón de la Semana Santa de Sevilla, 8 de marzo de 2008.
I. Recuadros en forma de poemas
Romance de las palmas
Estrenaba luz el aire
y el río estrenaba el agua,
y se estrenaba el naranjo,
y la palma se estrenaba,
aquella palma de bronce
que lleva la Santa Juana
en lo alto de la torre
a la que llaman Giralda.
Todos los años sucede.
Tal que hoy es la mañana.
Ya relucen los damascos
en los palcos de la plaza,
y ya amontonó sus sillas
Quidiello en La Campana.
A las nueve o nueve y cuarto
ya salen por Gradas Bajas
los señores del Cabildo
con sus recamadas capas,
que si el latín es antiguo
al aire nuevo lo cantan,
cuando pasan soportales
llenos de sol y hay campanas
que van diciendo a esos aires
la novedad sevillana:
que ya es Domingo de Ramos,
que hasta el aire se estrenaba,
que está, como aquel que dice,
la primera en La Campana.
Por los balcones de barrio
se cuelgan las nuevas palmas,
entre tiestos de geranios
y macetas de albahaca.
Vienen niños con olivos,
con ramitas plateadas,
por plazoletas y calles,
por rondas y barriadas.
Mirad sus zapatos nuevos,
mirad su alegría soñada...
Pues yo salgo en «Los Caballos
y mi padre en la Esperanza»...
«Mi padre es del Gran Poder
y sale de madrugada»...
«me han hecho el capirote,
me han comprado las sandalias...»
«¿Llevas túnica de cola?
Si te gustan las de capa..»
Cuentan y cuentan los niños
las cosas que tú contabas
el año que ya saliste,
que ya la estatura dabas,
primer tramo tras la cruz
de los faroles de la plata...
Cuentan y cuentan los niños
tus recuerdos de sandalias,
y de cinturón de esparto,
mientras suenan las campanas
y la gente cruza el puente
a ver la Estrella en Triana,
y va por calle Regina
hacia San Juan de la Palma,
y se acerca a Los Terceros,
mantel de Cena sagrada,
y se llega hasta San Roque,
en recuerdos de arriadas,
de tranvías por la ronda
de algarrobos y de acacias,
está la Virgen que dicen
que es de Gracia y de Esperanza,
y siguen otros más lejos,
adonde están las murallas,
y donde hay una puerta,
que es estrecha y ojivada:
ancha será como el cielo
para que la Hiniesta salga...
De esta forma, lentamente,
se va yendo la mañana,
van viniendo las calores,
y se callan las campanas.
Otros van a San Lorenzo,
van por Conde de Barajas
y vienen por Capuchinas
con la cinta en la solapa,
la cinta del Gran Poder,
que es un cinta morada
que contrasta con los cielos
de esta mañana tan blanca,
tan nueva, tan de nosotros,
dulcemente provinciana,
tan antigua como esos niños
que están en la rampla
del Salvador, que no corren
sobre un imperio de tablas,
sino que suenan sus pasos
por el fondo de tu infancia,
tú también correteaste,
qué bien que correteabas,
para ver la Borriquita
al Salvador te acercaban,
y la plata de Pasión,
y canastillas doradas...
En una larga alegría
envejece la mañana,
mostradores de cerveza,
velador, gamba a la plancha,
y un chiquillo ya pregona
por calle Cuna «er pograma,
er pograma con la lista...».
Programa no te hace falta,
que tu memoria lo sabe,
cuándo llega y cuándo pasa,
por qué balcón roza el palio,
dónde le tocan la marcha,
dónde van sobre los pies,
dónde a pulso la levantan,
dónde se siente alegría,
dónde tristeza en el alma...
(Quien no estrena la alegría
ni es sevillano ni es nada...)
Y llegará ese momento
que todo el año esperabas.
Será por aquella esquina,
o será por esta plaza.
Será por plaza de Pan,
será por calle Sagasta,
será por la Encarnación,
quizá sea por Laraña,
por Goyeneta o por Cuna,
porque la suerte está echada;
cruzó el Rubicón Sevilla
para conquistar la gracia
y sabes que la sorpresa
por todas partes te aguarda,
puede ser de aquella esquina,
puede ser por esta plaza...
Vendrá el primer nazareno,
llevará túnica blanca,
y tú estrenarás el aire,
que lo estrena la Giralda.
(Siempre es Domingo de Ramos
en el bronce de su palma.)
Pali, yo quisiera ser...
Pali, yo quisiera ser
tu silla de la Aduana,
silla de oír gorriones,
silla de oler flores blancas,
aquella silla, Palacios,
donde un martes te sentabas
a ver pasar el cadáver
de un amigo que pasaba,
como decían los moros,
pero al revés, por tu casa,
que a la muerte de un amigo
la Buena Muerte le llaman.
Pali, yo quisiera ser
piola, trompo y villarda,
y sábalos en adobo,
y banderitas gitanas,
las que ponen en el puente
por la Velá de Santana.
Quisiera ser una calle
con cigarreras que pasan,
y Puerto Camaronero,
y falúas de Triana,
y pateras con muchachos
desnudos en la cucaña.
Quisiera ser el tranvía
que allí en el Cristina
para, con niños y con soldados,
con meriendas y criadas,
con uno que se aprovecha,
que es de la cáscara amarga,
y con curas con su teja,
su manteo y su sotana,
y con uno que es compadre
de ese que llaman Perlacia.
Pali, yo quisiera ser
tambor de Semana Santa,
marcha de Estrella Sublime,
voz de Ariza y suena Aguas,
o el pañuelito que lleva
esa Virgen que tú cantas,
esa que sale del barrio
y que Caridad le llaman.
Pali, yo quisiera ser
la cal de la Maestranza,
cochera de calle Rodo,
mosto nuevo de garrafa,
serrín de Blanco Cerrillo,
y calentitos de papas
que los venden en el Arco
el Santitos y la Juana,
en el Arco del Postigo,
que es el Arco donde pasa
la marea de Sanlúcar
y la gracia gaditana.
Pali, yo quisiera ser
barrio, fuente, sombra, acacia,
buganvilla, jazminero,
y la Torre de la Plata,
futbolín de Villarines,
y Miserere de Eslava,
campo para tu carrera,
El Palillo te llamaban.
Quisiera ser el papel,
ay papelito de estraza,
papelones de pescao,
el papel de madrugada
donde apuntaba Florencio
las saetas que cantabas,
guadalquivires de pena,
qué bien los pasos entraban
en capilla tan estrecha,
siendo Adriano tan ancha.
Pali, yo quisiera ser
pregón de siesta en la plaza,
pregón que vende arropías,
magnolias, magnolias blancas,
las zaleas pá los niños
que se mean en la cama,
mantillo pá las macetas,
los hierros viejos, las camas,
las camas, las camas compro...
Botellas y globos cambian,
botellas del Bar Vicente,
aguardiente de Cazalla...
Todo eso ser quisiera,
y ser quisiera espadaña
de la Santa Caridad,
campanita de Mañara,
que toca a misa y florecen
los rosales que él plantara.
Pali, yo quisiera ser
un costalero del Cachas,
armao de la Macarena,
cuarto de cante en el alba,
contraguía con los Rechi,
ramo de vela rizada,
trastienda de la caseta,
cordón para tu medalla
del Rocío de Sevilla,
y carreta de La Palma,
y camión con su batea,
su maricón y sus palmas,
sus estampas de la Virgen
y que se venga la Marta,
que vengan los macarenos,
gente de la calle Parras.
Quisiera ser tu pelliza
y el balón con que jugabas;
quisiera ser brillantina
pá podé aliñá las papas
porque escasea el aceite,
qué regates que pegaban,
ni Araujo, ni Rogelio,
ni don Luis del Sol, ni Arza,
que nadie ha jugado al fúrbo
como tú, aliñando papas.
Pali, yo quisiera ser,
y esto tú te lo esperabas,
esa campana que suena
a esta hora en la Giralda,
llamando a coro a las nueve,
las nueve de la mañana.
Quisiera que ahora mi voz,
Pali, trovador del alma,
tuviera temblor de bronce,
y que subiera tan alta,
y que dijera a Sevilla
todo lo que tú cantabas:
nardo en agosto, romero
que a junio lo trasminaba,
clavel de paso de Cristo,
lirio, arrayán y albahaca,
yerbaluisa de los patios,
jaramago, Atarazana,
Alfolí, Puerta Correos,
cuántos años te esperaba...
Pali, yo quisiera ser
todo lo que tú mirabas
con esos ojos de Buda
de la copla sevillana,
a través de esos dos culos
de vaso que eran, tus gafas,
y poner un mundo en pie,
y redoblar las campanas,
que me han dicho que en el muelle
a un barco de los de Ybarra
le han quitado la bandera
y la han llevado a tu casa.
Porque hoy te entierra Sevilla
con la bandera que amabas,
porque hoy te entierra Sevilla
con tu copla hecha nostalgia.
Romance a la silla de enea
Con tantos versos que suelen
recitarnos los poetas...
Con tanto romance chungo
que en cualquier pregón perpetran...
Con tanto soneto ínfimo
y tanta infumable décima,
tanta quintilla ramplona
disfrazada de saeta
y versos de tres en fondo
que por soleares cuelan...
Con tanta literatura
efectista de estas fechas,
de la que llaman «cofrade»,
esto es, cofradiera,
pues tal es el adjetivo
que manda Madre Academia...
Con tantísimo octosílabo
que mil pregoneros sueltan,
hay que ver, señores míos,
qué injusticia más inmensa,
qué agravio tan infamante,
pues repaso y echo la cuenta,
y nadie, pero que nadie,
nadie que poeta fuera,
ni Buzón ni el Padre Cue,
ni este curita siquiera,
más Sánchez-Dalp que Jiménez,
que este año el pregón diera,
ese cura multiusos,
el que cortó dos orejas,
aquel que todo lo borda,
el que lo mismo que en Dueñas
casa con traje maestrante
al hijo de una duquesa
que por Alcalá del Río
a pescadores entierra
y les dice un gorogori
que es que allí la tierra tiembla,
de sentido, de profundo,
responsos de vaya tela,
que salen los lagrimones
tan gordos cual las goteras
de antes que él mismo arreglara
de aquel templo las cubiertas
y lo reabriera a los cultos
el cardenal, Su Eminencia...
Con tanto verso, decía,
con mil y cien mil poemas,
hay que ver, cuánta injusticia,
qué mal me salen las cuentas:
repaso la antología
que Robles diera a las prensas;
la colección de ABC
la reviso entera y plena;
toda la bibliografía
repaso en mi biblioteca;
diccionarios de Carrero
y hasta la guía perfecta
que el gran don Carlos Colón
hace ya tiempo escribiera,
y en ninguna parte hallo,
que en ningún sitio se encuentra,
un poema que hace falta,
que su asunto el pueblo espera,
que lo exige y lo demanda,
pues le hace llorar de pena...
Nadie te ha escrito un romance,
¡humilde silla de enea!
¿Que sería de Sevilla
sin tu popular madera,
sin ese culo de juncos
que tejen manos silleras,
ay, sin tus cuatro patitas,
sin respaldo que pusiera
«Quidiello», aquel artista que
a la silla ennobleciera
firmando su obra de arte
como si un Murillo fuera?
¿Qué sería La Campana
sin tus filas tan bien puestas,
que van desde Félix Pozo
hasta Zara y dan la vuelta
por donde tiene Mienmana
su famosísima tienda
que calza a media Sevilla
y a parte de la otra media?
¿Qué sería La Campana
sin esas sillas de enea,
la típica tradición
del abono en la carrera
y que no son lo mismito
que las que ya proliferan
por donde vende chicarros
mi otra hermana zapatera,
por la cerrada Avenida,
y que llaman de tijera,
que cuando vas a cerrarlas
igual que una bomba suenan
y que tuvieron la culpa
de la Madrugada aquella?
Tú eres tan sevillana,
mi silla, silla de enea,
que sin ti no habría tal gracia
por abril en las casetas.
Que acaba Semana Santa
y te llevan a la Feria.
Y que la Feria se acaba
y en el Rocío te encuentras,
aunque ciertamente el plástico
te hace la competencia
y en la noche del camino,
cuando paran las carretas
y las hogueras se encienden,
y los círculos se cierran
para los cantes y el baile
por la marisma de Huelva,
con tanta silla de plástico...
¡aquello parece Ikea!
Va para ti mi romance,
a tu sevillana enea,
tan flamenca en los tablaos
y en la Maestranza, torera,
romance que enea...sílabo
por ser como tú quisiera.
No se lo digas a nadie,
mi silla, silla de enea,
ahora que te hago justicia
y en verso tu nombre suena,
que ya estás en La Campana,
apilada y bien dispuesta,
tú, tan nuestra y sevillana,
capillita y novelera,
dando asiento a un abonado,
que ya está aquí la primera.
Y alineas paraísos
a los que llaman parcelas
y ves pasar cofradías
después de pedir la venia.
No se lo digas a nadie
pero la Virgen que es Reina,
por la que reinan los reyes,
la Patrona de esta tierra,
Ésa que decía Gandía
que tanto sentada lleva,
está aquí tan a gustito,
tan sevillana y tan nuestra,
porque no tiene un sillón...
¡tiene una silla de enea!
Sáficos para estrenar nostalgias
Empieza el rito de la vieja usanza:
las palmas nuevas, el balcón de siempre,
damascos rojos en sus colgaduras,
¡venga de frente!
Sevilla estrena porque tiene manos
la luz, el aire, el sol, la primavera,
el bronce de la palma en la Giralda,
tan novelera.
Gradas Bajas, canónigos y olivos,
procesión de las palmas con latines,
y vencejos que rizan la que lleva
el arzobispo.
San Jacinto. La Estrella de la tarde
amanece en azules junto a un río,
que rachea sus aguas bajo el puente,
trianeando.
Los palcos de la plaza son antiguos
y parece que esperan a una Reina,
con húsares que tocan a caballo
retreta y polca.
El Salvador te aguarda, viejo niño,
con tus zapatos nuevos por la rampla,
y padres que aún te llevan a que veas
La Borriquita.
Mas no entres, Zaqueo no te espera,
ni está la del Socorro bajo palio,
ni en la cruz del Amor se rasga el pecho
ningún pelícano.
Todo cambia en Sevilla pero queda
el programa de siempre en la memoria:
la brújula imantada de recuerdos
guía tus pasos.
Viejas calles de siempre que recorren
las cintas de colores que han echado
monedas en las mesas con la estampa
de aquel quinario.
¿Cuántos globos al cielo de la tarde
están subiendo ahora, que se escapan
de las manos de un niño, como el tiempo
que ya no vuelve?
Los naranjos del Parque lucen blancas
túnicas de la Paz, los plataneros
le colocan la cruz de su Victoria
al primer Cristo.
Y junto a la muralla, azul y plata,
concejales con varas y fajines
le dan guardia a la Hiniesta, la que dijo:
«Soy de Sevilla».
Suena ahora la marcha entre geranios,
Campanilleros llaman a esta gloria
que alquila los balcones cuando llega
al Pumarejo.
Y ese pan de La Cena se ha cortado
como el aire oloroso de naranjos,
María Coronel, palio intimista
del Subterráneo.
Y por San Roque viene la Esperanza,
¿hay quien dé más de Gracia de Sevilla?
Llora a compás el sol, pues ya presiente
Caballerizas.
Columnas de Alameda, con sus Hércules,
varales son de piedra cuando pasa
la belleza más dulce cuyo nombre
es de Amargura.
Que Sevilla hizo dulce a la Amargura,
y es de miel de torrijas mientras suena
Font de Anta en un viejo repeluco,
silencio blanco.
En Molviedro la noche ha despojado
al Señor de su túnica, la púrpura
del rosa atardecer ya le han quitado
las golondrinas.
Con la luz de la cera es más estrecha
la tiniebla de cirios de la calle,
cuando suena una voz que manda a tierra
los dos costeros.
Apenas ha empezado y ya se acaba
la nostalgia que vuelve, de aquel niño
que dice al nazareno «Dame cera»,
sillas de Sierpes.
Dame cera, Sevilla, dame cera,
ay, nazareno, una hebilla menos,
que es un Domingo más, cuando estrenamos
tanta nostalgia.
Alejandrinos para Juan y Ramón
En la vieja Sevilla de Césares y Hércules,
de corazas de armaos sin Pelaos ni Mellis,
centuria verdadera de aquel siglo en que Cristo
obrara su milagro del cazón en adobo,
que con mitad del cuarto llenó cien freidurías...
En la vieja Sevilla de mármoles de Venus,
de fustes de Alameda y de Hombres de Piedra,
tenían por costumbre venerar en la casa,
en el patio de fuente, de quencias y pilistras,
las estatuas queridas de lares y penates,
los dioses familiares de aquellos que se fueron.
Los lares y penates de aquellos sevillanos
les seguían guiando sus pasos por la vida
desde aquella hornacina del patio que pisaron.
En este Martes viejo de Lonja y de Jardines,
este Martes que lleva un nombre de aguardiente
destilado en la jara de Higuera de la Sierra,
los lares y penates a Híspalis retornan,
la Roma de un Senatus con marchas y tambores,
en donde las legiones de cirios nazarenos
batallan contra el tiempo y vencen a la muerte.
Los lares y penates de viejos sevillanos
regresan este día a ponerse su túnica
y a seguir con un cirio a un Cristo o una Virgen,
quizá con una vara de plata y presidencia.
Sostengo que a Sevilla cada año retornan
aquellos que se fueron dejándonos su rito.
Yo sé que Juan Carrero salió anoche en Las Penas:
llevaba la grandeza del trabajo constante
en anales de cera goteando en sus manos.
Y sé que el Jueves Santo, cuando sean las doce,
llegará a San Lorenzo, qué camino más corto,
el viejo nazareno que porta una bocina
y escribe la memoria de sus años triunfales.
Su papeleta pone: «Enrique Esquivias Franco».
Por esas mismas leyes de lares nazarenos,
de penates romanos con su sarga y su esparto,
hoy que es este Martes de Lonja y de Jardines
irá Ramón Ybarra con su vara dorada,
su sonrisa de plata, sus ojos tan de Feria,
su porte caballero, primitiva elegancia
de quien hace las cosas porque tiene que hacerlas.
Y cuando un Catedrático que explica Buena Muerte
atraviese esta tarde el sol por el Postigo,
yo sé que un estudiante de Derecho, Juan Moya,
irá por calle Arfe con su túnica negra.
O es antes todavía, es quizás niño acólito
de talega de incienso, al que queda muy lejos
esa vara dorada y el pregón de su padre.
Me lo dicen los lirios del monte de ese paso;
la caoba lo dice, lo dicen los hachones,
lo sabe el diputado del tramo de la ausencia,
que ya ha pasado lista a todos los que vuelven.
La vieja cofradía retorna por Laraña,
y luego en la estrechura de noche y Placentines
con sus brazos el Cristo nos ataja la calle
por la que ya no pasa la vida como entonces.
El día que se fueron llevaban de mortaja
la túnica del Martes al que ahora regresan.
Juan llevaba su esparto, su escudo, su medalla,
ruán negro de promesa, de cruces y aprobados.
Y Ramón de ese blanco Candelaria, limpísimo,
un blanco de jardines, de Virgen por la noche,
de flor de los naranjos y sonrisa del alma,
haciendo cofradía, arreglando problemas,
enseñando Sevilla al amigo de fuera,
o enseñando concordias en las riñas de dentro.
Para Juan, el