Ser docente: Dimensiones éticas, filosóficas y políticas
Por Gustavo Schujman
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Contra la idea de que recurrir a la labor de enseñar es la última entre las alternativas profesionales, Gustavo Schujman, filósofo de la educación, afirma que "quienes nos dedicamos a la profesión docente no solemos concebir nuestra tarea solo como un medio de subsistencia, sino que pretendemos que sea una ocupación con sentido". Este análisis invita a la reflexión sobre la elección profesional y sobre el sentido de la tarea docente.
Además de recurrir a las fuentes clásicas de la filosofía, Schujman usa referencias al cine, a la literatura y a la música. A través de ellas, el autor construye una fundamentación de la docencia entendida como una búsqueda y una apuesta al servicio de la trasmisión.
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Ser docente - Gustavo Schujman
INTRODUCCIÓN
¿POR QUÉ ELEGIMOS SER DOCENTES?
Y yo me hice en tangos
Por qué canto así
, Celedonio FLORES
Al principio fue la voz. Voz cantada antes que hablada. Canto de mi madre mientras me da de mamar: porque cuando pibe me acunaba en tangos la canción materna que llamaba al sueño
. Luego, pero sin solución de continuidad, la voz y el canto de mi padre. Que sería, con el paso de los años, mi propia voz y mi propio canto.
Curiosamente, en el final de sus días y ya perdida en gran parte su memoria, mi madre me pedía que le cantara. Por supuesto, que le cantara tangos. Ella no sabía (porque no recordaba) que al cantarle esos tangos yo le devolvía (le reconocía, le agradecía) lo que me había dado. Y ella, sin recordar mi antigua voz, valoraba y apreciaba mi voz en forma de canto. Y sin recordar casi nada, recordaba esos tangos.
La voz. Siempre la voz. Al inicio y al final. Lo primordial viene a través de la voz… y se recibe en la infancia.
Al principio, la voz que se siente, no la que se piensa. El canto que conmueve aunque no se comprenda su contenido. El sentir antes que el pensar. Como el sentir del niño Jean Jacques Rousseau al oír las canciones que entonaba con voz dulcísima
su tía, quien fue como una madre para ese pequeño. Voz que transmite el sentir y que constituye a un ser, a un sujeto. Seguramente, el amor de Rousseau por la música vocal se origina en aquella voz dulcísima escuchada en su infancia. Y conjeturo que esa misma voz es también el fundamento último (profundo, recóndito) de la filosofía de Rousseau sobre el origen de las lenguas.
A la construcción rousseoniana del estado de naturaleza en que el ser humano es puro e inocente, le sucede una segunda construcción imaginaria, un segundo mito propuesto por Rousseau, según el cual la forma estética de la primera sociedad familiar estuvo compuesta por la música y el baile, por el canto y la danza¹. En ese tiempo mítico, las artes no estaban separadas. Música y poesía no eran distintas ni distinguibles. La poesía y la música, unidas al canto, eran la lengua misma. Los primeros discursos fueron las primeras canciones
, y la música cantada constituía la unidad y la transparencia de esa sociedad primera y feliz. Las primeras historias, las primeras arengas, las primeras leyes, fueron en verso. Así, la poesía surgió antes que la prosa porque las pasiones hablaron antes que la razón
y arrancaron las primeras voces
. En su origen la lengua fue metafórica, expresiva y poética. Pero no solo fue poética: también fue musical. Al principio, decir y cantar eran la misma cosa. Y el regreso a esa sociabilidad feliz es solo posible (aunque de modo siempre imperfecto) si se vuelve al canto, a la música vocal, es decir, a la lengua originaria.
¿No expresa esta concepción sobre el origen de las lenguas el profundo deseo de Rousseau de volver a oír la dulce voz que lo acunaba, de regresar a su paraíso perdido?
Primero he sentido, luego he razonado. Primero he cantado, luego he pensado en el sentido de mi canto. Aprendí los tangos absorbiendo el canto de mi viejo y escuchando una y otra vez los discos que él escuchaba. Y canté esos tangos antes de hacer uso de mi razón. Conmovido y emocionado mientras cantaba no por comprender el sentido de las letras sino por percibir el ánimo de esas canciones.
Primero el sentir, después el pensar. Del tango a la filosofía. Y así como quise cantar aquellas canciones escuchadas, también quise transmitir la filosofía aprendida y pensada. De la filosofía a la docencia.
En definitiva, la docencia también está cruzada por la voz, ya que el buen docente es el buen dicente, el que tiene algo para decir y sabe cómo decirlo. El docente es el que bien dice (¿el que bendice?). Y bien dice porque dice con claridad y porque su compromiso es con la transmisión. Un decir claro, aunque exprese algo difícil.
En mi biografía hay, entonces, un orden: primero el tango, después la filosofía, más tarde la docencia. No creo que haya una lógica ni una prioridad. En lo que escribo aquí la filosofía atraviesa todo, pero tal vez sea solo porque me da letra para componer este texto.
Concibo este pequeño libro como una muestra de reconocimiento y gratitud. La gratitud entendida como el placer, la satisfacción de haber recibido, el reconocimiento de una deuda, y la devolución. Gratitud a lo que fue, en tanto lo que fue permanece.
Esa gratitud deriva de mi convencimiento de que no soy causa de mí mismo. Los otros son mi causa. Soy lo que se me ha hecho antes de hacer lo que soy
, dice Comte Sponville (Sobre el cuerpo). Soy el efecto de una historia y me sé deudor. Y es la gratitud la que me permite el reencuentro y la reconciliación con esa historia.
Mi deseo, en clave rousseoniana, es que quienes accedan a esta obrita escuchen la voz no impostada de un docente que dice y canta su filosofía.
1. Rousseau es consciente de la construcción imaginaria que supone la descripción de ese estado de naturaleza. Se trata, como dice en el Prefacio al Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, de un estado que ya no existe, que ha podido no existir, que probablemente no existirá jamás, y del cual, sin embargo, es necesario tener nociones justas para juzgar bien de nuestro estado presente
.
PRIMERA PARTE
DIMENSIÓN FILOSÓFICA DEL SER DOCENTE
No debe ser nada bueno si… en vez de batirlo en criollo te lo baten en francés
Audacia
, Celedonio FLORES
Preguntarse por las dimensiones del ser docente supone preguntarse por el sentido último de la educación. Seguramente, en algún momento de nuestras vidas nos hemos hecho esta pregunta: ¿para qué educamos?
. Y sabemos que esa pregunta va más allá de una interrogación por el sentido de lo que específicamente enseñamos desde nuestro saber o especialidad (matemática, lengua, ciencias sociales, ciencias naturales, filosofía, artes, educación corporal o lo que sea). No es una pregunta por el lugar que ocupa o debiera ocupar la transmisión de los saberes socialmente legitimados que pertenecen a las disciplinas que hemos estudiado o que más nos interesan. La pregunta ¿Para qué educamos?
interroga sobre la finalidad última de la transmisión adulta dirigida a niños y adolescentes.
Si revisamos los diseños curriculares y otros documentos, podemos encontrar que las finalidades que se le adjudican a la educación son, en general, tres. Según estos documentos, la educación está al servicio de: a) la formación para la continuidad de los estudios; b) la formación para el trabajo (para la inserción en el mundo laboral); y c) la formación ciudadana.
Pero si vamos más allá de lo que dicen estos documentos, aunque sin desconocer estas funciones que en ellos se exponen, podemos seguir sosteniendo la pregunta para qué educamos
, y ensayar otras respuestas.
EDUCAR PARA LA MAYORÍA DE EDAD
Mi propuesta es responder a la pregunta para qué educamos
de la siguiente manera: educamos para ayudar a los niños/niñas y adolescentes a que alcancen la mayoría de edad. Esta respuesta puede parecer extraña ya que uno llega a la mayoría de edad yendo o no yendo a la escuela, siendo o no siendo educado, pues no depende de la escuela ni de la educación llegar a los dieciocho o veintiún años. Pensar que la mayoría de edad se relaciona con una determinada edad es entenderla en su sentido biológico y jurídico. Desde la perspectiva jurídica, hasta hace poco la mayoría de edad comenzaba a los veintiún años; ahora comienza a los dieciocho. Llegar a esa mayoría de edad depende más de la salud y la suerte que de la educación.
Cuando digo que educamos para que niños y niñas alcancen la mayoría de edad, me refiero a la mayoría de edad en sentido kantiano.
En el famoso ¿Qué es la Ilustración?, de Immanuel Kant, el autor relaciona la mayoría de edad con la capacidad de pensar por sí mismo. Propongo llevar esta idea hacia el terreno no solo del pensar sino también del sentir, del hacer, del pensarse, es decir, de ser uno mismo.
Lo que uno intenta, entonces, a través de la educación es ayudar a que los sujetos piensen por sí mismos. Lo que uno intenta es ayudar a constituir o ayudar a construir subjetividades éticas, subjetividades autónomas, sujetos que puedan pensar, sentir y hacer por sí mismos.
Desde esta perspectiva kantiana podemos encontrarnos con personas que tienen más de veinte o treinta años, a quienes, sin embargo, no los consideraríamos mayores de edad
, porque no son sujetos capaces de pensar por sí mismos. Dice Kant:
La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración (Kant, I., ¿Qué es la ilustración?).
LA MAYORÍA DE EDAD COMO CAPACIDAD DE DECIR
Lo que trato de destacar del pensamiento de Kant es que el sujeto mayor de edad es alguien capaz de decir. Es alguien capaz no de repetir, sino de decir. Señalo aquí una diferencia entre quien dice y