Magia, heroísmo y esperanza
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Hay momentos en los que tenemos que demostrar de qué estamos hechos.
Como los protagonistas de estos relatos.
Un implacable asesino a sueldo que busca recuperar su honor, un niño aterrado por un monstruo que sus padres no ven, la Santa Compaña en busca de su víctima, un viaje espacial que no resulta según lo esperado, un niño que sufre bullying y descubre que tiene un poder oculto...
Magia, heroísmo y esperanza es una colección de diez breves relatos ilustrados de fantasía en los que sus protagonistas deben enfrentarse a situaciones límite que pondrán a prueba su propia esencia como seres humanos.
Relatos:
- La elección
- Vacío espacial
- Tosikagi "el fuerte"
- Entra en mi mundo
- Rescate
- Una magia muy especial
- Sin rumbo
- Un topillo
- Puñal envenenado
- Ñajo
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Magia, heroísmo y esperanza - Jorge Sáez Criado
LA ELECCIÓN
Me miró. Sus ojos verdes , enmarcados por la máscara que ocultaba su identidad a los demás, a mí me decían que era ella. Que me buscaba. Y yo la buscaba a ella. Lo supe desde el primer momento. Había pasado ya tiempo...
Se acercó a mí. A su paso, las miradas se giraban hacia ella, unas con más discreción que otras. Por lo general, con escasa. No pude evitar sonreír. Yo mismo no conseguía apartar la mirada de su figura. Caminaba con una gracia felina, marcando el paso con el sonido de los tacones de sus zapatos.
Me separé de los invitados con los que había estado hablando y avancé hacia ella. Los demás, poco a poco fueron volviendo a charlar, bailar, conspirar... Lo que se suele hacer en un baile de máscaras dado por el príncipe de un país y al que acude la alta sociedad. Hombres y mujeres nobles que solo lo son en virtud de sus linajes. No en su interior.
En fin, no tenía mayor importancia. Al fin y al cabo, yo también estaba conspirando. ¿O conspirar es algo diferente a intentar cambiar el ineludible destino al que creemos estar abocados? ¿O, quizá, elegir entre uno de los posibles destinos que se ofrecían por delante? Destinos que, por lo general, no conocemos. Caminamos a ciegas, solo con la esperanza de que los actos que elegimos hacer sean los correctos y hagan que, al final, el balance sea positivo.
En mi caso, la cosa no era totalmente a ciegas. Ella lo sabía. Yo lo sabía.
Llegó junto a mí. Sus ojos de esmeralda no eran fríos. Reflejaban decisión, fuerza, un poder que no entendía y que no estaba seguro de querer entender. Agradecí la falta de dureza. Diríase incluso que reflejaban lástima y cariño. Como la primera vez.
—¿Ha llegado el momento, Sylvianna? —dije, en voz lo bastante baja como para que solo ella me pudiera oír.
—Uno de los posibles momentos, príncipe Ennos. El adecuado, si tu deseo sigue siendo el mismo.
Su voz sí que sonaba distante. Me reclamaba la decisión que tomé en su momento y me daba la posibilidad de echarme atrás. Voz dulce y misteriosa. Sus labios, carnosos, apetecibles, eran hipnóticos. Incluso confirmando que habíamos llegado a un nudo; al nudo que, hacía unos años vi con ella, no podía apartar la mirada de ellos. Ella me dio una oportunidad.
antifazEBook.jpgDOS AÑOS HACE Y LO recuerdo como si fuera ahora mismo. Porque, en cierto modo, se puede decir que es ahora mismo.
Había pasado la tarde recorriendo, en mi corcel, el bosque aledaño a mi castillo. Uno de tantos placeres de la vida: montar a Valoss al galope, mientras el aire sacude mi rostro y mi corazón cabalga al mismo ritmo que el caballo. Pasear, después, por el hayedo, disfrutando del sonido de las hojas al moverlas el viento y del arroyo cantarín que lo cruza. Nunca me he preocupado por el camino que llevaba. Dejaba al caballo ir a donde quería, despacio, sabiendo que, en cuanto se lo indicara, obediente y fiel, me llevaría de vuelta al castillo por la ruta más adecuada. La gran extensión del terreno no era rival para los instintos de la noble bestia.
Esa tarde fue diferente. Ya estaba oscureciendo, así que intenté que mi montura se encaminara de nuevo al castillo. Sin embargo, no se movió. Parecía hipnotizada, como si algo o alguien hubiera invadido la mente del animal y no le permitiera hacer nada que el tal invasor no quisiera.
De pronto, comenzó a trotar. Para mi desesperación, no hacia donde yo le quería guiar. Un escalofrío recorrió mi espalda. Me planteé la posibilidad de saltar del caballo, pero... Parecía como si lo que afectaba a Valoss me estuviera afectando también a mí. Quería irme, pero a la vez no quería. Presentía que había algo sobrenatural en el ambiente. Como una especie de niebla invisible que lo empañara todo, dándole otro color.
Mi corazón latía desbocado, pero mi mente, poco a poco, había dejado de rebelarse. Ya no intentaba que el corcel diera la vuelta. Tan solo me mantenía sobre él, expectante, sin saber hacia dónde nos dirigía la poderosa fuerza que había entrado en contacto con nosotros.
Después de minutos eternos, divisé una luz que rompía la negrura en la que se iba sumergiendo el bosque. Nos acercamos. Algo dentro de mí tenía curiosidad. Algo dentro de mí sentía la obligación de encararse con lo que hubiera allí. Para bien o para mal, así tendría que ser.
El caballo se detuvo. Desmonté y recorrí los últimos metros a pie. Había un pequeño claro en el bosque. No recordaba haber estado allí antes. Un fuego en el centro del claro parecía contener el baile de unos espíritus candentes intentando escapar hacia la noche.
Y, junto a la hoguera, sentada sobre sus talones, una figura encapuchada parecía observar el fuego.
Me acerqué hasta sentir el calor. Todavía me movía según los impulsos que me guiaban. Ella giró la cabeza hacia mí y sus ojos, verdes como esmeraldas, como la hierba bañada por el rocío, inundaron mi mente. Unos ojos que me hablaban, que expresaban una mezcla de lástima y firmeza, y que vaciaron mi mente de todo lo que no fuera ellos.
«Siéntate y mira», me dijo, apenas moviendo sus labios carnosos. Volvió a mirar al fuego y se rompió el hechizo de sus ojos, permitiéndome obedecer sus palabras. Obedecer. Yo era el príncipe, y deseaba obedecerla. ¿Qué especie de criatura era ella?
Miré al fuego. Al principio no vi nada, pero al poco empezaron a aparecer figuras. Eran tres mujeres. Una escena extraña. Parecían estar tejiendo, pero había algo... La primera tejía. La segunda medía lo tejido. La tercera, cortaba el hilo. Con un sobresalto, comprendí que estaba viendo algo no permitido a ojos mortales como los míos. Estaba viendo cómo se tejía el destino, cómo las moiras ejecutaban su función.
A través del fuego vi los ojos verdes que me miraban. El corazón se saltó un latido cuando comprendí que el hilo que estaban tejiendo era el mío. Era mi vida, mi destino el que tenían entre las manos. Continué observando. El hilo no era uniforme. Había zonas más gruesas y más delgadas. ¡Nudos! Había nudos, con otros hilos, o sombras de hilos, unidos al mío. Destinos cruzados, entendí. Ella me lo estaba explicando. A mi destino había otros destinos unidos. Según lo que yo hiciera, esos destinos sufrirían cambios. Personas a las que conocía, a las que quería, podrían pasarlo muy mal por mis acciones, incluso por cosas que a mí me parecían nimiedades. Pude verlo en el hilo. Pude verlo.
¡Cuánto dolor había causado sin saberlo! Llevado por caprichos, había centrado mi vida en mí. Los demás solo eran personas para satisfacer mis deseos. Ahora lo veía. Me habría gustado verlo antes.
—¿Quién eres? ¿Por qué me enseñas todo esto? —conseguí preguntar a la mujer que me miraba a través del fuego.
Movió suavemente los labios, pero su respuesta resonó en mi cabeza como un trueno.
—Soy Sylvianna, vidente del reino feérico. Acudo a ti, príncipe Ennos, porque he visto el destino. Escucha. Uno de los hilos que puedes ver anudados al tuyo es el mío. Llegará un día en el que tendrás que elegir. Yo te buscaré de nuevo. Podrás seguir con tu vida o podrás venir conmigo. Si sigues con tu vida, tu reino sufrirá. No serás un buen rey. Ya has causado mucho daño y seguirás causándolo. Pero si vienes conmigo, salvarás a tu reino.
No sería un buen rey. ¿No lo sería? Esa afirmación me hizo estremecer, como si me encontrara, de repente, ante un vacío inconmensurable y estuviera a punto de caer en él. Miré al fuego, al hilo. Vi mis acciones pasadas, los nudos anteriores. Vi a la niñera que fue castigada porque yo decidí que sería gracioso que todos pensaran que me había hecho daño. Vi al soldado enviado al destierro porque lo había presionado hasta hacerle decir algo que no era totalmente respetuoso hacia mí. Su familia murió de hambre. Vi a la joven que no quiso corresponder mis intentos amorosos y, en represalia, extendí el rumor de que se dedicaba a la prostitución. Acabó siendo violada.
¿Había hecho algo bien? Me lo habían consentido todo. Era el hijo del rey. El heredero. Mi palabra era ley. Yo no quería hacer tanto daño, pero quería que todos se plegaran a mis caprichos. Las consecuencias de mis actos habían quedado veladas a mis ojos. Hasta ahora. Ni siquiera me había molestado en pensar en ello.
—¿Qué pasará conmigo si te acompaño?
—Aunque quisiera, no podría decírtelo. Solo veo los destinos.
Los destinos. En plural. Así que el destino