Mujeres, memoria y resistencia
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Mujeres, memoria y resistencia - John Mario Muñoz Lopera
Mujeres, memoria y resistencia
John Mario Muñoz Lopera
Diana Sofía Villa Múnera
© John Mario Muñoz Lopera, Diana Sofía Villa Múnera
© Universidad de Antioquia, Fondo Editorial FCSH de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
ISBN: 978-628-7592-69-8
ISBN E-book: 978-628-7592-70-4
Primera edición: febrero de 2023
Imagen de cubierta: Ana Fabricia. Ana María Cardona Trujillo. Puntillismo y acuarela.
Coordinación editorial: Diana Patricia Carmona Hernández
Diseño de la colección: Neftalí Vanegas Menguán
Corrección de texto e indización: José Ignacio Escobar
Diagramación: Luisa Fernanda Bernal Bernal, Imprenta Universidad de Antioquia
Hecho en Bogotá, Colombia/Made in Bogotá, Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita del Fondo Editorial FCSH, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia.
Fondo Editorial FCSH, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia
Calle 67 N.° 53-108, Bloque 9-355
Medellín, Colombia, Suramérica
Correo electrónico: fondoeditorialfcsh@udea.edu.co
El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión de los autores y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia ni desata su responsabilidad frente a terceros. Los autores asumen la responsabilidad por los derechos de autor y conexos.
Para Simón Muñoz Restrepo, mi hijo. Gracias por tanto amor.
Prólogo
Nacimos en un país acostumbrado a la guerra, a la violencia, crecimos en una tierra en donde en cualquier esquina o vereda podía sorprendernos la ausencia.
Este es un libro que podría tener un sinfín de páginas; podría ser así porque cuenta las historias del despojo, de la guerra, de las víctimas del conflicto que se cuentan por millones en Colombia. En cambio, cuenta la historia de Claudia, Silvia, Ana Fabricia y Socorro, la historia que puede ser suya o mía, la de nuestras familias y, en últimas, la historia misma de Colombia. Estas historias, tan sorprendentes para quien no las ha vivido, nos hablan sobre tragedia, valentía y esperanza desde la humanidad de sus protagonistas.
En cada relato imagino el largo camino que hubo de ser recorrido hasta el momento en que fueron contados, lo imagino porque también lo he vivido. Escribiendo cartas y leyendo las de mi padre encontré un camino hasta él, hasta su memoria, sus sentimientos, sus ideas, incluso hasta sus gestos. He sido afortunada porque en sus manuscritos encontré partes del rompecabezas para recrearlo, para volver a parirlo. Algo que no sucede en la mayoría de los casos, pues el rastro se pierde en medio del vacío y la ausencia que dejan eventos sin explicación como la desaparición. Así que entiendo la búsqueda, la que en algunos casos es por justicia, por verdad, mientras que en otros es, además, por lo corpóreo en sí mismo.
Contarnos, escribirnos y leernos es una forma de mantener vivo el recuerdo y construir o preservar la memoria, algo que surge como una necesidad vital, algo que te acompaña en los sueños o cuando estás despierta. Aunque no la veamos, la memoria es un elemento que nos transmite sentimientos, cada recuerdo nos transporta al pasado y nos cuestiona sobre el presente y el futuro. Algunas veces debemos irnos lejos para volver a encontrarnos. En mi caso, las experiencias del exilio, el desplazamiento y, por qué no decirlo, el hastío, me obligaron a ver desde lejos, hasta encontrar sentido y nuevamente hallar esperanza.
Somos la memoria que tenemos. Sin memoria no existimos
, decía José Saramago, palabras con mucho sentido en un país en el que, además de la violencia, quisieran obligarnos al silencio y al olvido. Lo que no saben es que los hijos y las hijas de la violencia en Colombia crecimos con sopa y agua de panela, con enormes cantidades de resiliencia, desenterramos verdades entre las piedras y reivindicamos la memoria como a la vida misma.
Hoy cientos y miles de familiares vivimos, amamos y soñamos, no albergamos sentimientos de venganza porque nuestro empeño es la alegría. Sin embargo, hay quienes siguen intentado borrar sus nombres, nuestros nombres, borrar la memoria, su memoria y nuestra memoria, por eso estamos en disputa, porque durante años fuimos negados y negadas, pero existimos, porque somos la memoria que tenemos
.
Mucho terreno se ha recorrido para el reconocimiento de las víctimas en Colombia, las organizaciones han existido y resistido, gracias a ellas, y a sus cientos de colectivos a lo largo y ancho del país, hoy tenemos algunos derechos reconocidos. También, en buena medida, gracias a esas organizaciones hemos alcanzado, nuevamente, un asomo de paz, imperfecta, escasa tal vez, pero paz al fin y al cabo. Encuentro en estas páginas el registro de esa memoria que también se ha construido desde lo colectivo.
Sesenta años de conflicto armado en Colombia han dejado huella sobre nosotras, en nuestros cuerpos y en nuestras mentes, han dejado huella en gran parte de la sociedad colombiana, pero especialmente han dejado huella en las mujeres; hemos sido huérfanas y viudas, madres y hermanas las parteras de nuevos caminos. Nos hemos levantado cada día, de cada año, buscando un país desaparecido, se llevaron a los hombres, a otros hombres para hacer la guerra entre hombres.
Este libro relata la historia de algunas de esas mujeres, las que resistieron y fueron desplazadas y empezaron de nuevo, las que amenazaron y llegaron a ciudades con sus hijos, hijas y familiares, las que se hicieron lideresas buscando las huellas de su propio destino, las que siguen buscando su país desaparecido. Aquí están escritas sus historias y su memoria, para recordar con amor, dignidad, justicia y verdad, para vivir dignamente el presente y así parir un nuevo y mejor futuro, un futuro con esperanza.
María José Pizarro Rodríguez
Introducción
La fortaleza de las mujeres va en su sangre, en esas ansias de hacer justicia y saber las verdades escondidas en la oscuridad de un mundo que olvida el pasado y sigue repitiendo historias. Escuchar, contar y escribir lo sucedido permite de alguna forma sanar y reconfortar el alma, al menos para que otro se entere de las historias particulares de dolor y lucha, unas que pueden vivir infinidad de personas, pero de las cuales tal vez nadie más se entera, solo a ellas les acontecen y las viven en medio de sus lágrimas y su silencio por el miedo que les invade cuando sufren la pérdida de lo más grande y querido: la familia.
Compartir estas cuatro crónicas es plasmar en el papel y en la memoria la voz de quienes han sido silenciados, o de quienes han decido callar por el dolor que produce revivir esas escenas pintadas de rojo, de soledad, de violencia; en últimas, de ausencias que no se difuminan con el tiempo, pues están cargadas de incertidumbre, añoranza y razón. Se requiere dar sentido a dichas escenas para sanar las heridas. Encontrar así sea en lo más profundo de la tierra sus muertos, o saber al menos qué pasó con ellos, es una manera de encontrar alivio, justicia y verdad.
Cada uno de los relatos, voces y silencios de estas mujeres es una forma de tejer lo vivido, a través de la cual tratan de exorcizar la tragedia de la guerra. Narrar lo que les ha ocurrido tanto a ellas como a sus familiares, y a otras personas, sirve para salvaguardar las imágenes que afloran, los relatos, dolores, esperanzas, y configurar así unas memorias individual y colectiva para que las generaciones presentes y futuras conozcan la tragedia bélica que ha vivido el país. Se espera así no naturalizar la violencia y verla como el único camino para resolver nuestras diferencias.
Que no nos falte la esperanza
es la primera crónica, la de una lucha constante, sentida, de décadas de búsqueda de la verdad, de reconstruir tras muchos años de dolor un lugar para la memoria, para no claudicar; como decía Manuel Mejía Vallejo, uno solo muere cuando lo olvidan
. Esta crónica aporta a la construcción de la verdad en el marco del conflicto armado, contribuye a una paz más allá del discurso institucional. Da cuenta de una verdad atravesada por el dolor y el impulso por tener un país que sea espejo de la historia, capaz de reconstruirse y aprender del pasado doloroso, en donde la esperanza no solo sea el lugar del dolor y la tragedia, sino que sea horizonte de verdad, justicia y reparación. La crónica cuenta la historia de Claudia, quien busca sin descanso, con dolor, con amor y esperanza, a su padre y sus restos, para por fin dar término a la incertidumbre que existe al desconocer la verdad.
De hermano a causa
es la segunda crónica. Esta muestra la lucha de una mujer por encontrar a su hermano y la perseverancia con que lo hace. Es la historia de Silvia, buscando a su hermano Jaime Quintero, padre del popular jugador de fútbol Juan Fernando Quintero, quien increpó a un general del Ejército sobre el paradero de su padre. En la crónica reconstruye sus pasos desde que eran niños, buscando en los secretos de la memoria el camino y las sendas para no perder la imagen de su hermano con el pasar de los años. Increpa para ello, en sus sueños y realidades, a los militares para que le digan qué pasó con su familiar, dónde se encuentra. Ella se hace estas preguntas y tantas otras para tener fortaleza y poder continuar el periplo que le permita conocer la verdad, por más dura que sea, y así encontrar consuelo y descanso. Silvia continúa en la búsqueda de su hermano y espera que la justicia opere, para poner fin a tantos años de sufrimiento e incertidumbre.
Ana Fabricia en blanco y negro
es la tercera crónica. La historia ha sido desgarradora tanto para la familia que aún queda (muchos fueron asesinados), como para quienes la escribimos, puesto que los familiares que quedaban fueron asesinados durante la escritura de la crónica. En la historia hay tanto dolor como el que anunció el poeta Miguel Hernández en unos de sus versos: tanto dolor se agrupa en mi costado, que, por doler, me duele hasta el aliento
. Esta crónica es un homenaje para esa lideresa que danzaba con las palabras y defendía los intereses de las mujeres, las afro, los desplazados forzados y luchaba por los más vulnerables. Es la historia de Ana Fabricia Córdoba, una parte en vida, riendo, hablando duro, fuerte y sin temor, luego reconstruida a través de las personas que la conocieron, recordando los pasos que dio, en medio del dolor que anida en el pecho. Tratamos de decirle, mediante esta historia, acá estarás en la memoria y la esperanza de un mundo mejor
, tal como ella lo soñó, allí al lado de la tumba de María Cano donde descansa su cuerpo.
Libre de sospecha
es la última crónica, la cual muestra la tenacidad de una mujer de la Comuna 13, quien, luego de sufrir varios desplazamientos intraurbanos, ser encarcelada en el marco de la Operación Orión, señalada de apoyar a las milicias, perder a Fonsito, su pequeño nieto, luego de ser violentada en los calabozos policiales, ser estigmatizada por algunos de sus vecinos, tuvo la fortaleza de luchar por la verdad, por sus ideales, y mostrar que su único vínculo político era con las comunidades con las cuales trabajaba. Esta es la historia de Socorro Mosquera, lideresa afro, mujer cantaora, líder carismática y valiente que logró no solo demostrar su inocencia, sino que su caso fuera declarado crimen de lesa humanidad y que el Estado fuera obligado a pedir perdón y proteger su vida.
Cada una de estas historias muestra que los responsables de los hechos, dolores y desaparición son actores diversos. En la primera crónica son los paramilitares, quienes han asolado