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La actitud hacker: Una apuesta por las tecnologías conviviales
La actitud hacker: Una apuesta por las tecnologías conviviales
La actitud hacker: Una apuesta por las tecnologías conviviales
Libro electrónico276 páginas4 horas

La actitud hacker: Una apuesta por las tecnologías conviviales

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Información de este libro electrónico

Todos hemos oído hablar de ellos, pero, ¿qué es realmente un hacker? ¿Hay algo más allá del encapuchado que, encerrado en un sótano oscuro, teclea rápidamente para intentar burlar sistemas de seguridad informáticos?
Carlo Milani define lo hacker, ante todo, como una actitud: una predisposición a deshacer las lógicas de dominación que nos imponen las tecnologías, cuya complejidad nos obliga con frecuencia a subordinarnos a la figura del «experto». Así, un hacker no es necesariamente alguien que trata de desclasificar documentos del Pentágono, sino todo aquel que quiere establecer una relación de iguales con aquellos «seres técnicos» —móviles, ordenadores, electrodomésticos— con los que convivimos a diario. Partiendo de las tesis de Ivan Illich, Milani nos propone una reconfiguración de nuestra visión tecnosocial, liberándola de la lógica orden-obediencia propia del imaginario jerárquico y proponiendo un nuevo vínculo convivial con las máquinas.
IdiomaEspañol
EditorialNed Ediciones
Fecha de lanzamiento2 abr 2024
ISBN9788419407344
La actitud hacker: Una apuesta por las tecnologías conviviales

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    La actitud hacker - Carlo Milani

    110084.jpg

    Tecnologie conviviali

    2022 elèuthera editrice, Milano

    Licencia Creative Commons 4.0 (BY-NC-SA)

    © Carlo Milani, 2022

    © De la traducción: Jaume Sastre Juan, Ana Lanfranconi, José Romo Feito

    e Iris Parra Jounou

    Licencia Creative Commons 4.0 (BY-NC-SA)

    © Prólogo de Tomás Ibáñez

    Primera edición: abril, 2024

    Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

    © Ned ediciones, 2024

    Escanea el código QR para acceder a la edición online de la obra:

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    Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

    ISBN: 978-84-19407-34-4

    La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

    Ned Ediciones

    www.nedediciones.com

    Índice

    Prólogo de Tomás Ibáñez

    Introducción

    1. Expertos

    2. La red, esa desconocida

    3. Evoluciones técnicas

    4. Cuestiones de escala

    5. Roces y fricciones

    6. Medios asociados: técnicos y humanos

    7. Pedagogía hacker

    Conclusión

    Bibliografía

    Agradecimientos

    Nota del grupo de traducción y revisión

    PRÓLOGO

    Nadie puede saber en qué preciso momento de la historia de la humanidad se esparcieron las semillas de la dominación; tampoco podemos conocer cuándo fueron sembradas las simientes de la libertad. Sin embargo, lo que sí parece seguro es que ambas surgieron de forma simultánea, ya que viven entremezcladas en el mismo suelo y tanto las unas como las otras solo pueden germinar mediante su continuo enfrentamiento.

    Lo que también se puede dar por cierto es que esas semillas no cayeron del cielo, ya pre-formadas y listas para expandirse, como si su esencia hubiese estado aguardando en algún recóndito lugar a que llegase el momento de la siembra. Más bien hay que considerar que se formaron paulatinamente como resultado de diversas prácticas humanas que, poco a poco, les fueron dando forma sin obedecer a ningún plan preestablecido ni teniéndolas en su punto de mira como un objetivo a alcanzar. Por lo tanto, ninguna teleología presidió a su advenimiento; resultaron simplemente de las contingencias de la historia.

    Así que la pregunta no es tanto cuándo aparecieron, sino cuáles fueron las prácticas que produjeron las semillas de la dominación y cuáles dieron lugar a las de la libertad, originando de esa forma un milenario proceso histórico compuesto por múltiples ejercicios de dominación y por las correspondientes luchas por la libertad, que aún hoy siguen entrelazándose y habitando nuestro mundo.

    A semejanza de lo que ocurre en el reino vegetal, donde existen plantas expansivas que invaden los terrenos a expensas de otras variedades menos agresivas, resulta que en el ámbito de la esfera humana las semillas de la dominación fueron prevaleciendo poco a poco, robando espacio a las de la libertad aunque cuidándose mucho de exterminarlas por completo, ya que la dominación solo puede mantenerse si los seres humanos gozan de cierta libertad que sea susceptible de ser constreñida.

    Aunque es difícil pensar que pueda existir un mundo desprovisto por completo de dominación, es lícito imaginar una realidad en que la estirpe de la dominación no se hubiese instaurado como la preponderante. Tras explicar a la perfección que esa línea evolutiva no constituye un destino inapelable, sino que tan solo representa una de las líneas posibles, el autor de este libro concluye que puede ser revertida y pone manos a la obra para intentar conseguirlo. Al asumir y propagar una actitud hacker, Carlo Milani nos invita a emprender el camino de una reversión que debería desembocar, según sus mismas palabras, en un sistema en el que la jerarquía y el gobierno a todos los niveles sean disueltos mediante relaciones de apoyo mutuo, actos concertados de deserción de las dinámicas de mando y obediencia, y movimientos de revuelta y destrucción de todo principio autoritario.

    Por supuesto, no todos los hackers comparten esas mismas convicciones políticas; de hecho, no hay dos hackers que sean exactamente idénticos, y algunos deberían ser calificados simplemente de especialistas en burlar los sistemas de seguridad informática, más que de auténticos hackers, sobre todo cuando su motivación es puramente crematística. Aun así, buena parte de los hackers se caracterizan por presentar, en mayor o menor medida, un componente de tipo libertario, ya que su forma de ser se distancia de la sumisión voluntaria y se inclina por el placer de subvertir lo establecido y por adentrarse en los terrenos prohibidos. Pero algunos hackers añaden a ese componente libertarizante un confeso compromiso con el anarquismo, mostrando en consecuencia una clara beligerancia contra el sistema político-social instituido y una defensa de los principios anarquistas. Carlo es un hacker de ese tipo, y no es necesario haberlo frecuentado para adivinar que su concepción del anarquismo es abierta, plural, no dogmática y convivial, porque la combinación de una actitud auténticamente hacker junto con un compromiso resueltamente anarquista solo puede dar lugar a esa particular forma de anarquismo.

    Sin duda, tras unos segundos de absoluta incredulidad, cualquiera que participe de la vulgarizada imagen del hacker —individuo con la cara cubierta por la famosa máscara de V de Vendetta y enganchado día y noche al teclado del ordenador para penetrar en los sistemas informáticos mejor protegidos— soltaría una enorme carcajada si alguien le dijese que me he convertido en un hacker. En efecto, nadie encaja peor que yo en esa imagen, ya que mi incompetencia en materia informática es supina, y además estoy cargado de prevenciones contra esa tecnología. Sin embargo, tal persona haría muy mal en reírse, porque es precisamente esa conversión la que ha conseguido Carlo Milani mediante un libro que presenta la infrecuente virtud de hacer lo que dice.

    En efecto, el libro dice que hay que luchar contra la dominación y eso es precisamente lo que hace, aportando conocimientos, indicando formas de actuar y proponiendo actitudes que materializan ese propósito. El autor declara, textualmente, que no hay que colaborar con los sistemas jerárquicos organizados, que hay que desertar de la técnica dominante e inventar métodos de colaboración convivial, concretos y fáciles de poner en práctica, pero resulta que no se limita a declararlo, sino que traza sendas que permiten rehuir a toda jerarquía organizada e inventar modos conviviales de colaboración. Se trata de una lucha que siempre presenta la particularidad de ser bifronte, porque debe enfrentarse a las semillas de la dominación y su exuberante floración, al mismo tiempo que debe sembrar semillas de libertad y producir las condiciones sociales y materiales para que de ellas broten prácticas de libertad.

    El autor dice que en lugar de formular discursos teóricos resulta preferible ir a lo concreto, adoptar un enfoque eminentemente práctico, totalmente situado, y formular preguntas sencillas que no requieren buscar las respuestas en el cielo de la teoría, sino en la sencilla observación de los procesos y las interacciones cotidianas. Y eso es lo que hace efectivamente cuando nos ayuda a ver, por ejemplo, qué es lo que ocurre según el modo de pago que utilizamos en situaciones tan cotidianas como pagar una compra o un servicio en efectivo, o con tarjeta, o con el móvil, etcétera, y cuáles son las implicaciones ocultas de cada modalidad de pago.

    También dice que hay que cambiar la perspectiva y mirar las cosas desde un ángulo inhabitual, articular una mirada diferente, nueva, que nos haga ver otras cosas que las que vemos habitualmente, y que nos ayude a tomar conciencia de que somos creadores de nuestra propia visión, porque esta no está estrictamente determinada por cómo son las cosas. Al alumbrar otra realidad, ese desplazamiento de la mirada también nos cambia a nosotros mismos, puesto que no somos sino el haz de las múltiples relaciones que tejemos con la realidad. A nadie se le escapa que ese planteamiento tiene claras resonancias foucaultianas y que evoca el concepto de la problematización, es decir, la operación que consiste en interrogar las evidencias, cuestionar lo que nos parece ir de sí, cambiar nuestra mirada sobre las cosas, verlas como si nunca las hubiéramos visto antes, adoptar perspectivas no habituales y, en definitiva, desaprender lo que damos por supuesto.

    Es precisamente mediante un ejercicio de ese tipo como el autor consigue que salgamos de la lectura de su libro con el extraño sentimiento de haber descubierto el huevo de Colón, preguntándonos a nosotros mismos por qué hemos tardado tanto en abandonar la convicción de que la tecnología informática era tan compleja que nunca lograríamos entenderla, y, sobre todo, abandonar la nefasta creencia de que no era necesario entenderla porque nos bastaba con usarla.

    Lo que hace este libro es sencillamente conseguir que cosas que parecen complejas, difíciles, casi imposibles de entender, de repente resulten sencillas, obvias, una vez nos damos los medios necesarios para entender su principio y hacemos el esfuerzo requerido para desentrañar su lógica.

    Este libro no nos ofrece una docta disertación amparada en la objetividad de una mirada desapasionada. Aquí el narrador forma parte de la narración, vibra en el texto y forma cuerpo con él. No se trata de un texto esculpido laboriosamente, con aristas nítidas y bien recortadas; es más bien fluido, cercano, amigable, llano. El autor ha querido evitar, y lo ha conseguido, un discurso de poder, académico, abstracto, enrevesado, que no deja espacio a un diálogo con un lector no especializado. Sin duda, un factor que contribuye a crear esa impresión de cercanía es el hecho de que la exposición no trata de disimular su andamiaje, ni lo que se encuentra entre bastidores ni tampoco las vicisitudes de su propio caminar. No se ofrece un producto acabado, como recién salido de fábrica, sino que se muestran las decisiones tomadas y los presupuestos asumidos para que se puedan evaluar sus aciertos y sus desaciertos.

    Desde los pupitres de la escuela estamos entrenados a elegir, o a que se nos asigne, un tema y a preparar su desarrollo con mayor o menor acierto, pero con la obligación de entregar un producto acabado donde no aparezcan las rectificaciones del enfoque, los pasos en falso, los desarrollos finalmente desechados, en suma, donde se haya borrado por completo el proceso de construcción del relato y donde el relator se mantenga fuera del escenario, invisible para el lector. El resultado puede ser el de ofrecer un texto formalmente intachable, pero que deja una inconfundible impresión de artificialidad, de algo abstracto y alejado de la vida. A la inversa, es el propio Carlo quien palpita en su texto, y sentimos que los seres técnicos de los que nos habla forman parte de la cotidianidad de su vida y que los trata con la amabilidad con la que se trata a un allegado.

    Pensando en el tipo de relación que el común de los mortales mantiene con la tecnología digital, no deja de acudir a mi mente, mientras voy redactando este prólogo, la desagradable metáfora de Fausto vendiendo su alma al diablo. Sin embargo, al pensarlo más detenidamente, resulta que no vendemos nuestra alma al diablo por el hecho de utilizar las tecnologías digitales, sino porque aceptamos unas condiciones de uso que nos llevan necesariamente a potenciar los dispositivos de dominación. Enajenamos nuestra autonomía y las prácticas de libertad que la sostienen cuando dejamos en manos de las grandes corporaciones y de los expertos a sueldo las condiciones del uso que hacemos de esas tecnologías.

    Ser un hacker no remite necesariamente al ámbito de la tecnología digital, aunque por su actual importancia es allí donde estos suelen habitar. La actitud hacker consiste en el rechazo a considerar que, frente a la complejidad de ciertas tecnologías, lo mejor es bajar los brazos y acudir a los expertos, abonando de esa forma los vastos terrenos de la dominación. Ser hacker es adoptar una actitud que consiste en procurar entender cómo funciona algo, cualquier cosa, y en nuestros días particularmente las cosas relacionadas con las tecnologías digitales, con tal de que no se utilice nuestro desconocimiento a fin de dominarnos. Más precisamente, la actitud hacker como práctica libertaria consiste en no buscar dominar ni aceptar ser dominado; su norte apunta sin ambigüedades a deshacer la dominación.

    Ni que decir tiene que comparto a pies juntillas el punto de vista de Carlo respecto de la absoluta ausencia de neutralidad de las técnicas. Partiendo de la constatación de que a lo largo de toda nuestra vida habitamos una envolvente e inescapable tecnonaturaleza donde, a la vez, construimos técnicas y somos construidos por ellas, escribí hace más de un cuarto de siglo que toda innovación tecnológica efectiva —es decir, aquella que consigue implantarse en una sociedad— representa siempre un plus de poder sobre las cosas y/o sobre las gentes y lleva incorporada en sí misma las características de sus condiciones sociales de producción, aquellas que le han permitido existir, arraigar y expandirse. La incorporación de una determinada tecnología a la tecnonaturaleza es el resultado de una serie de luchas, de conflictos, de negociaciones, entre una multitud de agentes sociales (banqueros, políticos, ingenieros, legisladores, juristas, publicistas, etcétera.). Por lo tanto, cualquier técnica lleva incorporada en sí misma la memoria de las relaciones sociales que le han permitido implantarse y representa el desenlace final del conjunto de relaciones de fuerza que han presidido a su asentamiento. Concluía aquel escrito recalcando que nuestra actual tecnonaturaleza se ha construido a través de la incorporación sucesiva de innovaciones tecnológicas marcadas en lo más íntimo de su ser por relaciones de dominación, de explotación, de poder, y de jerarquía. Esa íntima imbricación entre tecnología y poder permite entender que, como señala Carlo Milani, sea la línea evolutiva de la dominación la que ha adquirido la preeminencia a lo largo de la historia.

    En ese mismo orden de cosas, es decir, en la reflexión sobre los efectos de poder vinculados con los seres técnicos, cabe recalcar la creciente distancia que se instaura entre nuestras operaciones y sus resultados, la enorme caja negra que media entre, por ejemplo, el gesto de darle a un interruptor y que se encienda una bombilla. Cada día que pasa, unos gestos cada vez más simples de ejecutar dan lugar a efectos cada vez más complejos, y eso genera un doble efecto. Por una parte, un creciente halo de misterio envuelve la relación existente entre los productos, o resultados, y los procesos que los producen; por otra parte, nos encontramos totalmente desamparados e impotentes cuando falla el misterioso enlace entre el gesto y su resultado. Al no saber cómo funcionan las cosas, no tenemos la más remota idea de qué debemos hacer cuando se estropean, salvo, claro está, recurrir apresuradamente a los servicios de algún experto. De tal forma que, si bien es cierto que gozamos de un enorme poder gracias a las nuevas tecnologías de la información, también es cierto que a cambio se nos hace pagar el desorbitado precio de una servil dependencia de los expertos. Como lo recalca acertadamente Carlo, es cuando se produce una avería, un disfuncionamiento, cuando se ponen de manifiesto las intensas y variadas relaciones de poder que sustentan el correcto funcionamiento de los objetos técnicos.

    Dejando de lado la amplia cuestión del exhaustivo control y de la minuciosa vigilancia posibilitadas por las tecnologías de la información, o sea toda la problemática del nuevo tipo de totalitarismo que se nos viene encima y que está siendo propiciado por la ubicuidad del ojo que todo lo ve, de la memoria que todo lo almacena para siempre y del sabueso digital que rastrea todo lo que está almacenado, quiero detenerme en aquello que no pensamos cuando con un solo gesto pagamos con el móvil o enviamos un correo electrónico. Lo se oculta a nuestro pensamiento en ese preciso momento es todo lo que se requiere para que ese diminuto gesto produzca el resultado deseado. Y es precisamente sobre eso que Carlo llama nuestra atención, abriendo en canal las tripas del monstruo que se esconde tras la pantalla del ordenador, mostrándonos el esqueleto que lo sostiene, los músculos que forman su cuerpo, las venas y los nervios que lo recorren y que transportan los flujos informacionales, las neuronas que forman sus cerebros, es decir, toda una pesada infraestructura material sin la cual nada de lo que nos ofrece la informática estaría a nuestro alcance. Una infraestructura material que se declina en miles de kilómetros de cables submarinos, en centenares de satélites, en decenas de granjas de datos, en un consumo masivo de energía para, entre otras cosas, refrigerar la maquinaria informática almacenada en las granjas, a lo que hay que añadir los materiales raros indispensables para que el monstruo funcione y la mano de obra sobreexplotada que tiene que proveer el mercado con los millones de terminales de todo tipo que la población mundial ha sido condicionada a necesitar imperativamente.

    Está claro que saber mínimamente lo que se esconde tras la pantalla del móvil, tener algún conocimiento de cómo todo eso funciona y de qué está compuesta la megamáquina informática es un primer paso para lograr percibir los dispositivos y las relaciones de dominación que nos atrapan cuando recurrimos a los servicios proporcionados por esa megamáquina. Pero se puede ir bastante más allá y es a eso a lo que nos invita precisamente el tipo de hacker que es Carlo Milani, incitándonos a actuar para desconectarnos del monstruo industrial y sustituirlo por un ser tecnológico convivial.

    Decía Foucault que pensar seriamente sobre una determinada cuestión modificaba necesariamente lo que se pensaba sobre esa cuestión antes de emprender ese ejercicio. Algo parecido me ha sucedido con la lectura de este libro, y tras cerrarlo me quedo con la convicción de que he iniciado mi andadura hacia conseguir incorporar la actitud hacker en mi forma de ser. Solo me queda desear que estas páginas sean un semillero de donde nazcan muchísimas actitudes hacker.

    TOMÁS IBÁÑEZ

    INTRODUCCIÓN

    Las herramientas técnicas como seres técnicos, partícipes de los mecanismos evolutivos. Dinámicas del poder técnico: acumulado genera dominación, distribuido es precondición de libertades posibles. La alienación técnica oscila de forma esquizofrénica entre la tecnofilia y la tecnofobia y, sin embargo, pasa siempre por alto los objetos técnicos. La actitud hacker como práctica libertaria, como relación igualitaria con los seres técnicos, en la que no se obedece ni se manda. Las reglas del juego de la convivialidad, o la evolución del apoyo mutuo.

    Seres humanos y seres técnicos

    Las herramientas técnicas son el esqueleto del mundo humano. Las digitales, además, se han convertido en centros neurálgicos, auténticos nervios, tendones, músculos, reservas de energía y órganos activos de nuestro mundo. Gracias a ellas, y de forma cada vez más automatizada, se administran las infraestructuras logísticas globales, se libran guerras, se asignan recursos a los lugares considerados estratégicos, se dirimen pulsos financieros, se interviene en los flujos de comunicación, se difunden modelos de comportamiento.

    Máquinas, ordenadores, dispositivos electrónicos o redes de comunicación juegan un papel cada vez más fundamental en las interacciones psicosociales, políticas y económicas en que los seres humanos están inmersos. Pero no solo son instrumentos útiles para nuestros fines. Son algo más que eso: seres técnicos dotados de características propias, específicas, más allá de su relación con los humanos. Igual que el resto de seres (humanos y no humanos) que conviven en este planeta, hay cosas que los seres técnicos pueden hacer y otras que no; destacan en algunas actividades y son deficientes en otras; pueden cooperar entre sí; evolucionan. Estas herramientas están sujetas a los mismos mecanismos evolutivos que rigen la coevolución de los organismos vivos: la adaptación (de la función al órgano) y la exaptación (del órgano a la función).

    Las plantas no pueden correr (aunque las semillas son capaces de volar, o de flotar en el agua...) pero pueden hacer la fotosíntesis. Algunos animales pueden correr, y otros nadar, volar, o incluso las tres cosas a la vez, pero no se les da nada bien hacer la fotosíntesis. Los micrófonos enchufados a ordenadores conectados en red transmiten los sonidos que captan, pero no son buenos con las sumas. Las hojas de cálculo, si están bien programadas, pueden calcular de forma satisfactoria, pero no son capaces de transmitir vídeos. Las cámaras sí que pueden transmitir vídeos, siempre que estén conectadas a redes adecuadas. Y así sucesivamente, cada uno con sus características particulares. Hace ya mucho tiempo que nos relacionamos con los seres técnicos, al igual que con protozoos, cromistas, hongos, plantas y animales (todos ellos eucariotas como nosotros), y con arqueobacterias y bacterias (procariotas), si aceptamos la taxonomía de dos superreinos y siete reinos elaborada en 2015 por un grupo de científicos que perfeccionaron la propuesta del zoólogo británico Thomas Cavalier-Smith.¹

    A diferencia del resto de seres mencionados, las herramientas electrónicas son seres no vivos. Pero, al igual que los seres vivos, tienen una enorme influencia en nuestras vidas humanas. Del mismo modo que nos preocupamos y cuidamos del aire que respiramos, de los alimentos que comemos y del medio social y natural en el que vivimos, sería muestra de sensatez cuidar de estos seres que forman parte de nuestro entorno y lo determinan en gran medida porque son fuente de un poder inmenso. Gracias a ellos, por ejemplo, podemos ver a distancia, hablar a distancia o comunicarnos a distancia: por medio de las relaciones que establecemos con los seres técnicos adquirimos poderes extraordinarios.

    Saltemos a las conclusiones: los seres técnicos son potenciales aliados para construir relaciones de apoyo mutuo. La disyuntiva es simple: si no nos ayudan a difundir su poder para practicar la autogestión y abolir el principio de gobierno a todos los niveles, entonces son herramientas de opresión individual y colectiva. Así funciona el poder: o se acumula, tendiendo

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