Quidora, joven mapuche
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Quidora, joven mapuche - Jacqueline Balcells
Un día en la vida de…
I.S.B.N. 978-956-12-2974-7
I.S.B.N. digital 978-956-12-2652-4.
39ª edición: noviembre de 2021.
Obras Escogidas
I.S.B.N. 978-956-12-2975-4
I.S.B.N. digital 978-956-12-2652-4
40ª edición (nuevo formato): noviembre de 2021.
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y Ana María Güiraldes Camerati.
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El alba blanqueaba los maizales y teñía de amarillo las quince rucas que formaban el pequeño poblado indígena. El bosque y la quebrada parecían aún dormidos en espera de que el sol asomara tras los picachos nevados. Y cuando Quidora, con sus cabellos sueltos hasta la cintura, se deslizó en silencio hacia la choza de paja donde dormía don Diego, un pájaro chilló entre las ramas de un canelo.
Todavía humeaba la fogata de la noche anterior, donde el padre de Quidora, el cacique, y los jóvenes guerreros que lo rodeaban se habían reunido a conversar junto al calor de las llamas. Habían planeado los últimos detalles de la partida y bebido agua de hierbas purificantes preparada por la machi hasta que el cielo se puso del color de la luna. Ahora, los ronquidos de los hombres, cansados después de siete días de intensos ejercicios, se escuchaban tras las paredes de barro y paja.
La joven entró a la ruca del español con el silencio de un gato.
–Ya está todo preparado, Diego –susurró a la figura tendida en el jergón.
El hombre abrió los ojos y las hebras negras y brillantes del cabello de Quidora tocaron su frente. Las acarició con la mano y se incorporó a medias en su colchón de hojas de maíz.
–¿Qué dices, pequeña? –su voz era débil.
–Ha llegado el día –repitió la joven indígena. Y tocando la áspera barba del hombre, agregó–: Mi padre desató anoche el último nudo del quipu que le envió hace siete días el maputoqui, junto a la flecha ensangrentada.
Don Diego se enderezó con dificultad y su rostro se contrajo en un espasmo de dolor. La herida de su hombro aún no cicatrizaba, pese a las numerosas cataplasmas de hierbas que Quidora y la machi habían aplicado a diario sobre ella.
–¿El último nudo, dices? –preguntó, con voz tensa.
–Sí. Atacarán hoy, cuando el sol esté bajando hacia el mar oculto tras las montañas. Y además... –la muchacha bajó la voz y dejó la frase inconclusa.
–¿Sí? –el rostro de don Diego parecía esperar lo peor–. ¿Sí...? ¡Termina de hablar!
–Maulicán ha sido nombrado toqui..
El hombre dio un largo suspiro. Si era así, ahora más que nunca su vida corría peligro. Dejó que la joven, con dedos livianos, levantara las vendas que cubrían la herida. La flecha del guerrero Maulicán había sido certera para inmovilizar ese fuerte brazo.
Quidora se dirigió a un rincón de la choza y con dedos ágiles recogió sus cabellos en una gruesa trenza. El hombre contempló desde su lecho la figura