El cordón
Por Domingo Boari
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Domingo Boari, con cincuenta años de psicoanalista y unas sesenta mil horas escuchando pacientes, en El cordón, su segunda novela, plantea estos y otros interrogantes. La respuesta es un relato polifónico, en el que a la de Francisco se le ensamblan las voces de niños, adultos, parturientas y enamorados; psicólogos, camioneros y enfermeras. Y la de una madre posesiva que a cada rato entromete su molesta cantinela. Distanciada del registro técnico y del tono complaciente de los posteos en redes sociales, la novela de Boari puede leerse también como un caso de estudio, donde se muestra la lucha de alguien por encontrar una solución mejor que la locura y donde se ilustra la paradoja del sufriente: del dolor se sale por donde se entró. En el caso de Francisco, en pleno tratamiento, la búsqueda lo lleva a emprender un viaje a un pequeño pueblo del Chaco: un alejamiento que puede significar el despegue (anhelado?) o el derrumbe definitivo.
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Vista previa del libro
El cordón - Domingo Boari
Domingo Boari
El cordón
Novela
Ediciones BiebelÍndice
Cubierta
Portada
Dedicatoria
CPSEA. Centro Psicoanalítico de Estudio y Asistencia (2004-2019)
Epígrafe
Capítulo I
Francisco
Raquel
Francisco
Tamara
Dr. Pastore (ante los pasantes de la clínica Rocamora)
Francisco
Tamara
Al Sur. Instituto de Formación en Psicoterapia Psicoanalítica. Lic. Lucas Pérez. Material para ateneo clínico. El paciente F
Capítulo II
Arias y Elpidio
Francisco
Francisco y Tamara
Francisco
Francisco y Tamara
Francisco
Tamara y Lucas
Tamara
Francisco
El gordo César
Francisco
Tamara
El gordo César
Francisco
Francisco y Elpidio
Don Arias y Francisco
Francisco y Elpidio
Tamara y Francisco
Francisco
Tamara y Francisco
Francisco
Tamara y Francisco
Francisco y Lucas
Lucas y Ariel
Raquel
AL SUR. Instituto de Formación en Psicoterapia Psicoanalítica Lic. Lucas Pérez
Capítulo III
Raquel
Francisco
Raquel y Francisco
Francisco
Don Arias y Francisco
Francisco
Don Arias y Francisco
Francisco
Tamara
Tamara y Francisco
Francisco
Tamara
Francisco
Tamara y Francisco
Francisco
Al sur. Instituto de Formación en Psicoterapia Psicoanalítica Lic. Lucas Pérez
Capítulo IV
Raquel
Francisco
El Dr. Pastore y Francisco
Raquel y Luciana
Al Sur. Instituto de Formación en Psicoterapia Psicoanalítica Lic. Lucas Pérez
AL SUR. Instituto de Formación en Psicoterapia Psicoanalítica Ateneo Clínico Jueves 11 de diciembre (fragmentos seleccionados)
Profesor Guillermo, director de AL SUR
Capítulo V
Lucas
Ariel y Lucas
Francisco
Raquel y Francisco
Raquel
Francisco
Francisco
Epílogo
Francisco y don Arias
Francisco y Elpidio
Francisco
Francisco
Sobre este libro
Sobre Domingo Boari
Otros títulos del autor
Créditos
A mi hermano Mario.
Entre dos, fue posible.
CPSEA
Centro Psicoanalítico de Estudio y Asistencia
(2004-2019)
A lo largo de 15 años, un grupo de colegas formamos una agrupación en la que estudiamos, enseñamos e investigamos; atendimos pacientes, sostuvimos un grupo de Psicoanálisis Multifamiliar, hicimos presentaciones teóricas y ateneos clínicos; le dimos continuidad al ciclo El cine con otros ojos, festejamos los cumpleaños de la institución invitando a escritores reconocidos; obtuvimos un premio internacional (Fepal) por el trabajo de investigación y servicio a la comunidad con pacientes discapacitados intelectuales… Y, sobre todo, llegamos a conformar un modo de ser psicoanalistas al que, entre nosotros y espontáneamente, dimos en llamar espíritu cpseano.
Aunque no fue la intención cuando escribí este libro, su publicación me da la oportunidad de ofrecerlo como homenaje a esos colegas y a esa historia. Sobre todo porque, visto ahora, terminado, se revela como un registro testimonial palpable de ese espíritu que los que estuvimos comprometidos en CPSEA llevamos adentro para siempre.
Prácticamente ninguno de los hechos narrados ocurrió realmente.
Pero todo lo que aquí se cuenta es verdad.
No se sabe nunca cuándo se nace:
el parto es una simple convención.
Muchos mueren sin haber nacido.
Otros nacen apenas,
otros mal, como abortados.
Algunos, por nacimientos sucesivos,
van pasando de vida en vida,
y si la muerte no viniese a interrumpirlos,
serían capaces de agotar el ramillete de mundos posibles
a fuerza de nacer una y otra vez,
como si poseyesen una reserva inagotable
de inocencia y abandono.
Juan José Saer, El entenado
Capítulo I
Francisco
Estoy tranquilo. Con la mente en blanco. Tranquilo. El timbre del teléfono me pone en alerta. Mamá atiende enseguida. Es Luciana otra vez. Ahora voy a tener que escuchar a mamá hablar y hablar. No, ella no habla: enseña. Ahí está, ya empezó: vos tenés que decirle a Ben-ny que. ¿Por qué dice Ben-ny? Benjamín se llama. Que le diga Benja, si quiere. Luciana, Lu, escuchame, hija, vos tenés que decirle a Ben-ny que no importa la pelota… que el inglés, que si estudia inglés, yo… Luciana, ¡Luciana! Uh, ya está, ahora empieza a llorar.
¡Doncrái, mom!, ¡doncrai, móm! Siento esas palabras adentro de mi cabeza que está a punto de estallar. Ahora las grito fuerte, pero no se van. Las pronuncio como una burla pero igual me molestan. La lengua se me mueve sola. Me la muerdo con fuerza pero no me duele. Pateo la pata de la mesa. Voy a la cocina y después de haberlo pensado tantas veces por fin me decido, esta vez sí. Saco del cajón un cuchillo Tramontina, me voy al baño saco la lengua frente al espejo y me la aprieto fuerte con el pulgar y el índice de la mano izquierda y tiro hacia afuera. Con el cuchillo en la mano derecha me empiezo a cortar la lengua. Pero se me escapa entre los dedos. Me duele. Doy un terrible alarido. Me corté, pero igual puedo gritar, tengo sangre en las manos y en la camisa. Mamá me escuchó, grita, está desencajada. Me quiere agarrar, me quiere quitar el cuchillo. Forcejeo con ella, la empujo, me la saco de encima. Me tiene miedo. Y eso que nunca le hice nada. Tiro el cuchillo para que no piense que la quiero lastimar. Siempre piensa lo peor. Me saca de quicio cuando me mira con esos ojos de susto, como si yo estuviera loco. Siento gusto a sangre pero puedo hablar. Se ve que no me corté casi nada. Donlúcatmi, donlúcatmi, loca de mierda. No puedo parar. Se asusta. Corre a la habitación y se encierra. ¡Doncrái, mom!, ¡doncraííííí, mom!, ¡doncrai, móóóóóm!, le grito.
Me meto en mi cuarto, cierro la puerta y golpeo la cabeza contra la pared, dos veces, tres, pero las ideas no se me van. O un poco sí, porque parece que me tranquilizo. Busco un pañuelo de tela. Doblado como está me lo pongo en la boca, un poco por debajo y otro por encima de la lengua cortada. Lo muerdo como para que pare la sangre. Me tiro en la cama, boca arriba, respiro agitado, transpiro. Busco en la mesa de luz el control remoto del ventilador: on/off. ¿Qué mierda es esto? Eso, una mierda es. Lo miro de nuevo: On/off. Lo revoleo contra las aspas del ventilador. Pega contra el techo y cuando cae se desarma en pedazos, se apagaron las letras. Ahora sí, ahora todo está en orden, mierda.
El portero eléctrico suena fuerte, largo. Me pongo en alerta y corro a trabar la puerta del cuarto con la tranca que tengo escondida. ¿Cómo no me di cuenta que los iba a llamar? Me quedo quieto al lado de la puerta. Espero. Son ellos. Murmuran, no alcanzo a oír lo que dicen pero se ve que mamá les explica y no saben qué hacer. Golpean a mi puerta. No contesto. Golpean, quieren abrir y no pueden. Me hablan, pero se ve que me tienen miedo. Fran, abrí, son los médicos. Me da rabia, pero disfruto que no sepan qué hacer. Suena otra vez el portero, pero es alguien conocido. ¿Quién toca así? ¿Quién toca así? ¿Cómo no reconozco ese timbre? Es porque estoy nervioso, me falta lucidez. Ah, Lucas, es Lucas. Pobre, lo llaman para todos los quilombos. Uh, se ve que la vieja se asustó en serio, si no, no lo habría llamado. Tal vez pensó que me iba a matar, o que la iba a matar a ella. Francisco, hola, soy Lucas, escúchame, Fran. Tu mamá se asustó, pensó que te ibas a desangrar, pero ya le mostramos que mucha sangre no hay. Los médicos están hablando con ella, ya la vamos a tranquilizar.
***********
Me siento muy pesado. Las piernas. La boca llena de una pasta de harina. Voy por un sendero pero casi no puedo caminar. Tropiezo y termino en el suelo; una rama con hojas pegajosas se me cae encima y me aplasta. Quiero salir pero estoy atrapado. Sólo tengo libre un brazo. No puedo abrir el ojo izquierdo porque está contra el piso. Abro el derecho y veo un pájaro que viene hacia mí a los saltitos. Parece un gorrión, no alcanzo a verlo bien. Uy, no; es un carancho, pero miniatura, del tamaño de un hornero, tiene un ojo tapado como si fuera un pirata. Se me acerca cada vez más. Lo veo agresivo, el pico encorvado. Lo quiero espantar con el brazo libre pero aunque hago tremenda fuerza no lo puedo mover. El pájaro me empieza a picar el ojo. Alcanzo a cerrar el párpado, lo arrugo. Fáquiu, péquiu. No es verde pero habla como un loro el bicho este. No entiendo lo que me dice, y me pica de nuevo. Me desespero porque, aunque hago toda la fuerza del mundo, el cuerpo no responde. Logro abrir la boca y trato de espantarlo con la lengua. Pero es peor, porque en vez de asustarlo me la pica y me produce un dolor agudo, un pinchazo profundo. Siento la lengua hinchada. Hago un esfuerzo supremo para zafar: me sobresalto, me despierto y estoy agitadísimo. Me quiero incorporar pero me siento muy pesado. Con torpeza me acomodo boca arriba. Tengo la garganta seca y el dolor en la lengua es penetrante. Trato de respirar profundo. Me pica el ojo y me lo rasco, pero la picazón no se va: me pica adentro. Abro apenas los ojos pero no sé dónde estoy, no es mi cama, no es mi casa. Hay una semi penumbra que conozco. Uh, no, otra vez internado. Me pesa todo, se ve que estoy empastillado. Ah, pero parece que es la clínica Rocamora, la de Pastore. Tendría que haber una botellita de agua. Giro la cabeza, resoplo y la giro un poco más. Sí, hay. La alcanzo con esfuerzo. Me la tomo casi toda. ¿Cuánto faltará para que sea de mañana? Si me duermo de nuevo voy a volver a soñar. Estar despierto también es una pesadilla. Si llamo a la enfermera me va a meter más medicación. Respiro profundo. Respiro profundo. Trato de no pensar en nada. Acordarme de cosas lindas, cosas azules, azules y verdes…
Hay mucha luz. Alguien me despierta, es una voz conocida. Ah, es Margarita, buena mina; y linda, además. Hola Francisco, son como las once, dormiste un montón, me sorprendí esta mañana cuando me dijeron que estabas aquí. Quiero saludarla pero siento la lengua hinchada. Igual algo pronuncio, creo que no se entiende. Me despierto un poco más y me doy cuenta de que estoy todo meado. ¿Por qué tuvo que venir Margarita hoy?
***********
Estoy bañado, con ropa limpia, sentado a la mesa en el comedor. Con la lengua así no voy a poder comer. Me traen una sopa espesa, voy a tener que esperar que se enfríe. Por suerte llega Lucas y se sienta al lado mío. Lo saludo y le hago señas de que mucho no recuerdo y me refresca todo. Esta vez no pude evitarte la internación, me dice: estuviste dos días seguidos haciendo quilombo, primero amenazando con tirarte, agarrado del balcón del lado de afuera. Esa noche los convencí de que estabas haciendo teatro, pero con el corte en la lengua no pude hacer nada, sobre todo porque había que darte puntos. Se te fue la mano, ¿qué te pasó? No le contesto, le hago señas de que estoy medio aturdido y con la lengua embotada. Sos boludo, eh, me dice, y sonríe. Nos quedamos callados y escucho los ruidos de los que están comiendo. Lucas se pone a mirar el celular y yo me aflojo un poco mientras sigo esperando que se enfríe la sopa.
Raquel
Ah, doctor, ¿usted es nuevo? Pensé que me iba a atender el doctor Ariel.
Uh, qué lástima, justo esta semana. ¿Usted habló con él? Porque él lo conoce a Francisco, mi hijo, y es el que mejor lo entiende.
Sí, sí. Me imagino. ¿Pero usted se va a hacer cargo hasta que vuelva Ariel o es que hoy está de guardia, digamos?
Ah, mejor así. Bueno, a Francisco lo tuvimos que traer de nuevo porque es un peligro. Esta vez se lastimó y casi me lastima a mí. No sé qué le pasó. Parecía totalmente tranquilo, yo estaba hablando por teléfono con mi hija Luciana y de golpe siento gritos. Voy corriendo y estaba en el baño, con un cuchillo, con sangre en la cara. Me empujó y tuve miedo de que me lastimara. No sé, esto está fuera de control, doctor. Yo estoy asustada porque no se sabe con qué puede salir. De la nada, de un momento a otro y… Siempre es así.
Ahí en la historia clínica debe decir. Qué lástima que Ariel... Bueno, ya es la tercera internación. Claro, la segunda acá en la clínica Rocamora, no sé qué dice ahí en la carpeta.
Perdón, doctor, lo que pasa es que me pongo nerviosa, es mi hijo, ¿me entiende? Y está mal, muy mal. ¿A quién se le ocurre así de la nada cortarse la lengua con un Tramontina? ¿Conoce algún caso de alguien que se haya cortado la lengua? Tiene un desequilibrio. El médico de la guardia que lo suturó dijo que él no había visto nunca algo así. Que el tajo no era profundo, pero que si el cuchillo hubiera estado más filoso… Es muy raro, de golpe, sin motivo. ¿Eso no es esquizofrenia, doctor? Tal vez tenían razón en la otra clínica, que decían que era esquizofrenia, que viene por brotes y que