Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo €10,99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Herman Melville (Una biografía)
Herman Melville (Una biografía)
Herman Melville (Una biografía)
Libro electrónico176 páginas3 horas

Herman Melville (Una biografía)

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Una sola novela, un clásico eterno, lo consagró como padre fundador de la literatura estadounidense. Ahora, más de un siglo después de su muerte, un renovado interés por el autor de Moby Dick reclama el análisis de Elizabeth Hardwick sobre el conjunto de su obra y su desafiante forma de vivir. Hardwick se centra en los textos de Melville, completando inteligentemente su disección con la información biográfica que considera esencial para ofrecer una lectura que resulta fascinante incluso cuando deja intacto el misterio. Gracias a su distintivo estilo novelístico, consigue transmitir un sutil entendimiento del alma del escritor al tiempo que, insiste, no se atrevería a intentar comprenderla.De incalculable valor para los entusiastas de la literatura, Herman Melville es un pequeño libro contundente y excéntrico que traza un relato tan abstracto como acertado del enigmático autor norteamericano.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 sept 2024
ISBN9788410180031
Herman Melville (Una biografía)

Relacionado con Herman Melville (Una biografía)

Libros electrónicos relacionados

Biografías y memorias para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Herman Melville (Una biografía)

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Herman Melville (Una biografía) - Elizabeth Hardwick

    Índice

    La caza de ballenas

    Nueva York

    «Redburn»

    «Taipi»

    Elizabeth

    «Omú», «Mardi»

    «Moby Dick»

    La familia, «Pierre», «Benito Cereno», «Bartleby, el escribiente»

    Matrimonio, «El estafador y sus disfraces»

    Hawthorne

    «Billy Budd»

    Fallecimiento

    Epílogo

    Bibliografía

    La caza de ballenas

    Herman Melville: resuena el nombre y ahí está el misterio del mar, las infinitas y enigmáticas aguas para las que mil adjetivos no bastan. Sus vibraciones místicas; los grandes océanos, «sagrados» para los persas, una deidad para los griegos; los mares prohibidos, un pasaje a las costas bárbaras: un puñado de palabras de Melville para el imperioso deseo de conocer las relucientes aguas y la belleza que fluye, y, cuando el mar está furioso, su poderosa y traicionera indiferencia hacia los barcos en apuros y los desventurados marineros.

    El mar y la ballena, el Leviatán, monarca de las profundidades, de una inmensidad sobrenatural, de apetito desorbitado, un «barril de arenques en la barriga»; tejido adiposo en vez de pelo, cola horizontal: el encanto de la ballena en sí misma, de envergadura como una isla, «un gigantesco fantasma encapuchado, como una montaña de nieve en el aire». Creemos a Melville a pies juntillas, porque es el historiador, el biógrafo de la ballena; el cachalote con sus preciados aceites y sus huesos, la tímida ballena de aleta común, la ballena piloto, la ballena franca, la orca o ballena asesina. La cetología: todo un desafío para la mente y el alma; la ballena, un pez para Melville, no un mamífero, por muy de sangre caliente que el enorme animal pueda ser.

    Pasar de la contemplación de la ballena a la caza de ballenas es un descenso a los infiernos que haría que el joven de espíritu viajero viera mundo mediante un oscuro contrato al embarcarse. Se trata de un matadero flotante, su tarea fatídica es divisar una o un grupo cuando salen a la superficie en busca de aire, manejar los botes que penden en el lateral del barco y, en medio de las furiosas salpicaduras del agua, con un esfuerzo sobrehumano, enfrentarse a la lucha torrencial de la ballena con los arpones voladores. Apresada, amarrada a un costado del barco, galones y galones de sangre... y los tiburones al acecho. Ahí está, el enorme cargamento moribundo, después muerto, listo para ser troceado. Será despojada de su gruesa capa de grasa, no en secciones sino como una manta. «Ahora, como la capa de grasa envuelve a la ballena igual que una cáscara a una naranja, a veces la despojan de ella pelándola en espiral. (...) Por unos instantes la ingente masa sanguinolenta se balancea hacia delante y hacia atrás como si descendiera del cielo».

    Capturada, mutilada, la enorme cabeza de la ballena es cercenada, su decapitación en un ballenero se considera una corona muy preciada, por así decir; igual que el esperma de ballena, las toneladas de grasa y el relajante ámbar gris. El aceite se hierve para hacer velas, alumbrar en la oscuridad. Y en algún momento del despiece, los huesos se utilizan para la pierna de Ahab, para los corsés, las baratijas de marfil. Hay muchas sutilezas domésticas y aromas ahí, en la sangre y las tripas. La textura de los pedazos no es muy apta para la comida, nos dice Melville, aunque lo comían los antiguos cazadores, los esquimales, y en el Pequod el segundo de a bordo, Stubbs, que en un capítulo cómico da cuenta de varios enormes filetes de ballena con verdadero deleite.

    El ballenero, la explotación de la bestia muerta, no es una aventura romántica juvenil que apuntale la experiencia. Muchos compañeros se fugaron, sin dirección conocida, de los acreedores que ladraban, las esposas que acusaban, las alertas policiales o la mendicidad en tierra firme. Salvo unas pocas sensibilidades refinadas, como la del propio Melville, son días y noches, meses, años, con personas completamente arruinadas, los parias, los borrachos y enfermos, y de vez en cuando un bienvenido grumete de una excentricidad inofensiva y talentos de vagabundo.

    En las novelas de Melville anteriores a Moby Dick, la idea de embarcarse para trabajar en un barco pronto se convierte en la de planear una huida sin importar el riesgo. La ballena en sí, la mera idea de ella, no llega a su clímax hasta el viaje imaginario a bordo del Pequod, donde, por necesidad, por la propia destreza del libro, los términos de la vida en el ballenero ofrecerán una suerte de avance, un ascenso. De un capítulo de Moby Dick titulado «El abogado defensor»:

    Sin duda, una de las principales razones por las que el mundo se niega a honrarnos a los balleneros es esta: se piensa que, en el mejor de los casos, nuestra vocación equivale al negocio de los carniceros; y que cuando nos afanamos en ello, estamos rodeados por todo tipo de sacrilegios. Somos carniceros, eso es cierto. Pero también carniceros, y carniceros de la peor calaña, han sido todos los comandantes militares a quienes el mundo, de forma invariable, gusta de honrar. (...) ¿Qué caóticas y resbaladizas cubiertas de barco ballenero son comparables a la horrible carroña de esos campos de batalla de los cuales regresan tantos soldados para empaparse de todos los elogios de las señoritas?

    Después continúa enumerando las ventajas para la humanidad que ha traído la industria ballenera: «¡las candelas, lámparas y velas que se encienden alrededor del mundo arden, como antiguamente tantos templos, para nuestra gloria!». Y el barco ballenero como instrumento de exploración: «Durante muchos años el ballenero ha sido pionero en descubrir las zonas de la tierra más remotas y menos conocidas. Ha explorado mares y archipiélagos que no figuraban en las cartas náuticas, hasta donde ningún Cook o ningún Vancouver habían navegado jamás». Y en lo que puede ser leído como una jocosa «Posdata» —ese es su título—, declara las ventajas de la pomada y del aceite para el cabello en la cabeza del rey en su coronación, «incluso como aliño de ensalada. (...) Por supuesto, no puede ser aceite de oliva, ni aceite de Macasar, ni aceite de ricino, ni aceite de oso, ni aceite de cetáceo, ni aceite de hígado de bacalao. Entonces, ¿qué puede ser más que aceite de ballena sin elaborar, en estado puro, el más dulce de todos los aceites?».

    Este es el espíritu de Moby Dick y el ballenero Pequod, un barco de la muerte, pero no una embarcación de vulgar ferocidad comercial. El objetivo de llenar cubas de aceite y regresar a Nantucket con ingresos para la casa y la familia es, bajo el mando del capitán Ahab, si acaso solo secundario. El viaje obedece a un deseo de venganza personal oculto: la muerte de la ballena blanca como pago o revancha por la pierna de Ahab que se cobró. Una trama mágica de gran extrañeza y parte de la grandeza de los reyes históricos en el campo de batalla. Del Pequod, Melville no propone una huida a las islas como en sus otras novelas marinas. Será una trama intensa y una historia de la ballena y la caza de ballenas ofrecida con detalle enciclopédico y escrita con un lenguaje embravecido, inagotable, que se precipita como las olas, honrando así la empresa mortal.

    «Si a mi muerte, mis albaceas, o más apropiadamente mis acreedores, encuentran algún valioso manuscrito en mi escritorio, entonces asigno por adelantado todo el honor y la gloria a la caza de ballenas; pues un ballenero fue mi Universidad de Yale y mi Harvard». No está del todo, de hecho nada en absoluto, lejos de la verdad. Melville es el más leído de los escritores, un incansable estudiante nocturno. Ha leído y lo utiliza todo: Shakespeare, la Biblia, sir Thomas Browne, la epopeya Los lusiadas, del poeta portugués Camões, la historia nacional, la historia marina, la historia natural, la zoología.

    La división del capítulo «Cetología» es una especie de parodia del formato académico: el folio de las ballenas, el octavo de las ballenas, el dozavo de las ballenas. Esta extensa información es necesaria para los lectores que no saben mucho de ballenas ni de su caza y sirve al mismo propósito didáctico que la información sobre la minería de carbón en Germinal de Zola.

    Pero Melville ofrece la información mediante un lenguaje barroco y poético que ensalza los hechos:

    La ballena de aleta no es gregaria. Parece odiar a las otras ballenas, igual que algunos hombres son misántropos. Es muy tímida; siempre va en solitario. (...) Este leviatán parece el desterrado e invencible Caín de su estirpe, y lleva como marca ese rasgo distintivo en los lomos.

    En los comentarios sobre Melville hay un considerable sentimentalismo sobre la navegación y los océanos y sobre el propio Melville como vagabundo enamorado del mar, un joven criado en tierra con sed de una vida errante. Aunque no lo supo en su momento, el mar le iba a dar su obra, su ocupación, pero el romance real del paisaje, el sol sobre las olas, las estrellas en la noche, están casi siempre mezclados con la brutalidad de la vida a bordo. Y el arte que le salvó, el descubrimiento de su genio, fue una especie de Grub Street, un libro al año, a veces dos.¹ Y en general no difiere de la descripción que en su momento hizo Macaulay del «juego literario» del Doctor Johnson:

    Incluso un autor cuyas obras eran respetadas, y cuyas obras eran populares, un autor como Thomson, cuyas Estaciones estaban en todas las bibliotecas, un autor como Fielding, de cuyo Pasquín había una tirada mayor que de ninguna otra obra de teatro desde La ópera del mendigo, estuvo alguna vez contento, empeñando su mejor abrigo, de poder cenar unos callos en una tienda clandestina de comida preparada, donde pudiera limpiarse las manos, tras una grasienta comida, sobre el lomo de un perro de raza Terranova.

    Y puede que el propio Melville, aunque se mataba a trabajar en una casa respetable en Manhattan y en las exuberantes praderas de un acogedor pueblo en el oeste de Massachusetts, dado su carácter oscuro y nunca comprendido del todo, hubiera preferido la vida en una tienda clandestina de comida preparada con un perro de raza Terranova.

    ¹ Grub Street era una calle de Londres donde vivían algunos escritores o aspirantes a serlo. Grub Street ya no existe, pero el término se utiliza para referirse a los escritores mediocres que escriben libros o artículos de poca calidad por dinero. (N. de la T.)

    Nueva York

    El poeta del mar, el joven observador de los barcos y las islas encantadas; está eso y también Ismael arrastrado por la corriente en el ataúd del salvaje. El único superviviente. Con los años, más de un siglo después, hay tanto que ha quedado sumergido del escritor que parece que la expresión «el pobre Melville» es lo único que nos viene a la cabeza cuando pensamos en este pródigo filántropo de nuestra literatura.

    Cierto tono melancólico ensombrece la potencia de su pensamiento y su imaginación. Hay una dignidad triste en su vida y su forma de actuar, y en ocasiones un alarmante abandono del decoro en sus páginas. No era un ángel talentoso que hubiera levantado el vuelo de las calles, de los barrios bajos de la gran metrópolis, Manhattan. Más bien, era de tan buena cuna como cualquier estadounidense de su época. Y, sin embargo, el dinero fue escaso y exiguo a lo largo de su juventud, y no siempre estuvo disponible para alguien que publicó diez obras de ficción en once años antes de dejarlo para pasarse casi dos décadas como inspector de aduanas en el Battery Park, hasta su muerte a los setenta y dos años de edad.

    Ha habido escritores más pobres que murieron siendo más jóvenes que Melville; de hecho, el pobre Melville es un suspiro motivado no solo por el cobrador que llamaba a su puerta y el abandono de su obra, sino también por la impresión que tenemos de que era un hombre tan turbado como turbador. ¿Quién fue? ¿Era ateo o buscaba a Dios? ¿Era místico o realista? ¿Padre y marido innato o alguien que nadaba en los oceánicos anhelos homoeróticos? ¿Estaba decepcionado, inquieto o al borde de la locura? Respecto a esa espléndida fantasmagoría, Moby Dick: ¿quién puede saber a ciencia cierta el propósito de Melville a la hora de crear a los furiosos gladiadores, el capitán Ahab y la ballena blanca?

    Es escurridizo, los hechos de su vida son solo una trampa, como tal vez ocurre con los muertos estimados y muy estudiados, así como con los oscuros. Este hombre con frecuencia infeliz conoció muchos días felices; ¿o era que este caballero más o menos estable tenía periodos de desolación? Cualquier cosa sería posible. Hubo una chimenea y una mesa de comedor, una esposa, la admirable Elizabeth Shaw Melville, dos hijos y dos

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1