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CHÁVEZ DE FRENTE Y DE PERFIL: LA HISTORIA DETRÁS DEL MITO
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Libro electrónico652 páginas8 horas

CHÁVEZ DE FRENTE Y DE PERFIL: LA HISTORIA DETRÁS DEL MITO

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Quienes piensen que este libro trata únicamente sobre la vida del presidente Hugo Chávez se equivocan. Chávez de Frente y de Perfil aborda la vida política de la humanidad, o al menos de sus líderes. Con un lenguaje sencillo y directo, la escritora esculpe el crudo panorama que se ha cernido sobre los pueblos de América Latina y que ahora se esparce como un virus por el mundo.
Romanticismo, idealismo, populismo, crudeza, revanchas, venganzas y traiciones han sido las herramientas de muchos políticos de ayer y de hoy, apoyados por los oportunistas de siempre, para alcanzar y mantener el poder. Lo curioso de esta obra es que, a pesar de esto, en ningún momento su autora manifiesta alguno de estos sentimientos, permitiendo al lector sacar sus propias conclusiones.
Estos testimonios están envueltos en una serie de circunstancias tan intrigantes que es imposible dejar de leer el libro hasta llegar al final. Nos invita a reflexionar no solo sobre lo que se narra, sino también sobre aquello que, por razones que sin duda su autora conocerá mejor que nadie, no se ha mencionado.
Misterio, acción, suspenso, comedia y pasión nos acompañan a lo largo de esta narrativa, convirtiendo el tránsito político de sus actores en una conmovedora historia entre lo que fue y lo que pudo ser.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento3 sept 2024
ISBN9781506553641
CHÁVEZ DE FRENTE Y DE PERFIL: LA HISTORIA DETRÁS DEL MITO
Autor

Virginia Contreras

Virginia Contreras es una destacada venezolana, abogada, profesora universitaria y exdiplomática con una trayectoria impresionante en los campos de la seguridad y defensa, derechos humanos, y administración pública. Graduada en la Universidad Central de Venezuela, posee una Maestría en Seguridad y Defensa de la Universidad de Nebrija, España. Además, ha realizado estudios en políticas públicas en derechos humanos, contraterrorismo y contrainsurgencia, liderazgo democrático y políticas de seguridad, y observación electoral internacional. Desde muy joven, Virginia comenzó su vida profesional encargándose de la Dirección de Prisiones del Ministerio de Justicia de Venezuela. Ha ocupado varias posiciones en el Poder Judicial de Venezuela, incluyendo la de Juez Décimo de Primera Instancia en lo Penal y de Salvaguarda del Patrimonio Público, y Relatora de la Corte Primera en lo Contencioso Administrativo. Su profundo conocimiento del funcionamiento de la administración pública y su experiencia en el sistema penitenciario y judicial la llevaron a convertirse en una crítica ferviente de las deficiencias y la corrupción del Estado, así como en una defensora comprometida de los Derechos Humanos. Ha sido profesora de Derecho Penal y Criminología en la Universidad Central de Venezuela y profesora invitada en el Centro de Estudios Hemisféricos de Defensa (CHDS), la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) en Washington DC, y la Escuela Superior de Inteligencia, Universidad para la Seguridad en Monterrey, México. En 1992, mientras se desempeñaba como juez penal, tuvo a su cargo un recurso judicial que la llevó a conocer al grupo de militares que intentaron derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez, entre ellos el comandante Hugo Chávez. Años después, Chávez se convertiría en presidente de Venezuela, un evento que resonaría por todo el continente. Este encuentro marcó un punto de inflexión en su vida, dedicándose posteriormente a la defensa de los militares insurrectos de los intentos golpistas de ese mismo año. En 1999, al llegar Hugo Chávez al poder, la designó Embajadora de Venezuela ante la Organización de los Estados Americanos (OEA) en Washington D.C., cargo que ocupó hasta 2001. En ese año, se separó del gobierno y decidió quedarse en los Estados Unidos junto a su familia. Desde entonces, ha continuado apoyando a instituciones gubernamentales, académicas, ONG y sociedad civil en el continente americano en el fortalecimiento del Estado de derecho, reforma del Estado, Derechos Humanos, y seguridad ciudadana. Ha participado en numerosos eventos internacionales y ha escrito artículos de investigación sobre las políticas estatales y la corrupción. En 2017, fue designada Jefe de la División de Seguridad Pública de la Misión Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras de la OEA (MACCIH), donde trabajó hasta la finalización de la misión internacional en 2020. Actualmente, se desempeña como consultora independiente y analista internacional en temas de seguridad y defensa. Virginia Contreras sigue siendo una voz influyente y respetada en su campo, con un compromiso inquebrantable con la justicia y los derechos humanos.

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    CHÁVEZ DE FRENTE Y DE PERFIL - Virginia Contreras

    Copyright © 2024 por Virginia Contreras.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 29/08/2024

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    860998

    ÍNDICE

    Prólogo

    Introducción

    1     Nueva ola de insurrecciones en la región

    2     Cuando nos negamos a ver la realidad

    3     Mi primera visita al anexo para procesados militares

    4     Encuentro con los militares insurrectos

    5     Problemas a raíz de mi visita a la cárcel de Yare

    6     Consecuencias imprevistas

    7     Entre inspecciones judiciales y concursos de oposición

    8     Sin duda alguna ser juez es un honor

    9     De vuelta a casa

    10   Armas de fuego en la cárcel

    11   Vida social en el anexo militar

    12   Camino hacia la Insurrección cívico-militar del 27 de noviembre

    13   No hay vuelta atrás

    14   La segunda intentona golpista ya es una realidad

    15   Encuentro con los oficiales del 27 de noviembre

    16   La libertad de los procesados militares

    17   La batalla judicial

    18   Entre buenos y malos tratos

    19   Las consecuencias del juicio al presidente Pérez

    20   Relaciones que pasan, historias que quedan

    21   La esperanza por el nuevo gobierno

    22   El último preso

    23   El candidato Chávez

    24   Chávez presidente, un triunfo que cambio la historia

    25   Un mandato que comienza

    26   La primera crisis presidencial de Chávez

    27   Detrás de la Asamblea Constituyente

    28   Primer año del Gobierno de Chávez

    29   Chávez en Nueva York: ¡Adiós Chávez!

    30   Lo aprendido del viaje a Nueva York

    31   Camino a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos

    32   ¿A quién le importaba Chávez?

    33   Diplomacia en tiempos de cambio

    34   La invasión gringa

    35   La verdadera relación entre Chávez y Fujimori

    36   ¿Dónde estaba el verdadero poder?

    37   Visitas imprevistas

    38   Noviembre horribilis

    39   Todo tiene su final

    40   Nunca dejas de ser venezolano

    Epílogo

    PRÓLOGO

    L A PRIMERA VEZ que vi a Chávez en imagen de cuerpo entero fue durante el Festival de Cine en Biarritz que se celebrara anualmente en Biarritz, Francia (1996) cuando mi amigo, el cineasta venezolano, Carlos Azpúrua, presentó Amaneció de Golpe , un recuento acerca del épico alzamiento del 4 de febrero de 1992 del entonces teniente coronel Hugo Chávez Frías contra el presidente en funciones Carlos Andrés Pérez. A sus 33 años Chávez quizá deseaba emular el bautizo de fuego de Fidel Castro, ocurrido en el Cuartel Moncada muchos años antes.

    Entonces, tenía marcada curiosidad por conocer a Chávez, quien además prestaba religioso culto al Libertador Bolívar, fundador de Bolivia (1825) mi país de origen. Por esa razón, al rendirle la mano en el Hotel Monasterio de Cusco, donde se celebraba la XVII Cumbre del Grupo de Río (23 de mayo de 2003) me sorprendió que replicara con un apretado abrazo. Pleno de fraternidad bolivariana, caramba manifestara con sincera espontaneidad. Era la personalidad de Chávez, caluroso en el contacto humano con los de arriba y, mayormente con los de abajo. Mediana estatura, abultado en carnes, mulato en sus facciones faciales, mirada escurridiza, labios carnosos y ademanes ligeramente simiescos. Podía mantener sin apuro una charla insustancial, condimentada de adjetivos superlativos que dejaba seducido al interlocutor, comprometiendo su simpatía o cuando menos dejando un buen recuerdo. Atendiendo el interés del presidente boliviano, trate de organizar una reunión bilateral con Chávez, pero, ante el fastidio del presidente Sánchez de Lozada, Chávez solo apareció dos horas más tarde de lo concertado y, en breve dialogo el único punto de la agenda fue Evo Morales, mostrando un apoyo encubierto para su aliado del Sur. El 26 de junio de 2003, en otra cumbre lo saludé y conversamos nuevamente en Rio Negro (Colombia) y finalmente en la Cumbre Iberoamérica realizada en Santa Cruz (noviembre 2003) donde Chávez reclamó por la salida al mar para Bolivia, con tanto fervor como cuando otro venezolano, Carlos Andrés Pérez, regaló un barco a la armada boliviana. Todo ello para registrar que, desde Rómulo Betancourt, conocí, frecuenté y traté a todos los presidentes venezolanos, hasta hoy. Confío que esa aproximación me dotará de cierta objetividad para revisar y comparar los juicios emitidos por Virginia Contreras, en su libro Chávez de Frente y de Perfil que en sus páginas nos regala docenas de episodios secretos y otros discretos que solo una personalidad como ella posee y, ahora los pone a disposición del público desde el pináculo de excepción: testigo y actriz de la vida, pasión y muerte de Chávez. Privilegiado sitial como jurista notable, primero jueza en lo penal y luego abogada de Chávez. Sus escritos me admiran por su memoria privilegiada, diestra en rememorar a los dramatis personae implicados en los cuarteles y a los impasibles burócratas típicos en los regímenes penitenciarios latinoamericanos. Su visión y revisión de Chávez nos acercan como nunca al hombre providencial, con sus luces y sombras, por eso vale. No se asemeja a otras hagiografías o libros por encargo. Es el Chávez de carne y hueso, a quien Virginia Contreras retrata como abogada, jueza, amiga y también como su representante diplomática ante la OEA. En todos aquellos ángulos muestra y demuestra su vasta preparación académica y el talento para desempeñar con idoneidad las tareas que se le han encomendado y, cuando llega el momento de criticar y autocriticar toma la tinta y esta fluye con la fácil pluma de la verdad.

    Seguramente los venezolanos hallaran en esas hojas muchos detalles hasta hoy ignorados, son los que hacen la pequeña historia y no cometeremos la imprudencia de revelarlos.

    Éxito editorial para Virginia y curiosidad satisfecha para los bolivarianos.

    Paris, septiembre 2023

    Carlos Antonio Carrasco

    INTRODUCCIÓN

    D ESDE HACE ALGUNOS años había venido recibiendo las sugerencias de familiares y amigos para que escribiera sobre las circunstancias de la vida que me llevaron a conocer a Hugo Chávez. Debo confesar que no me llamaba mucho la atención. Entre otras cosas, porque eso significaba desempolvar muchos recuerdos, que a veces me entristecen. En segundo lugar, porque escribir un libro sobre hechos y personajes implica una gran responsabilidad, con consecuencias impredecibles. Adicionalmente, existen infinidad de libros que se han escrito sobre Chávez, algunos de los cuales son meras repeticiones de artículos de prensa, o simplemente representan una sarta de chismes de difícil comprobación.

    Hablar sobre un ser, más aún cuando este ha adquirido fama y para colmo está muerto, es como profanar una tumba. Por lo menos, eso es lo que había pensado, hasta hace unos meses, cuando algunas personas me convencieron sobre la necesidad de escribir. Para animarme a hacerlo, me hice un compromiso. Yo no escribiría exclusivamente sobre el comandante, sino sobre mi experiencia durante los años en que transitamos juntos, en los cuales participaron muchos otros personajes dentro del contexto de la Venezuela de ese tiempo.

    Es mucho lo que ha pasado desde ese viernes de 1992, cuando siendo juez visite por primera vez la cárcel de Yare, en la cual el entonces comandante Chávez, y algunos de sus compañeros de armas fueron trasladados desde el Cuartel San Carlos, en la ciudad de Caracas, a raíz de su participación en la intentona golpista del 4 de febrero de 1992 (4F) hacia el Centro Penitenciario de Yare, una ruinosa cárcel civil a las afueras de la capital. Irónicamente, mientras las instalaciones de Yare se convertían en prisión para Chávez y su grupo, para muchos otros se transformó en el camino hacia la libertad.

    Con este libro, no pretendo imponer al lector alguna posición ideológica. Tampoco, deseo hablar en favor o en contra de alguien, por el gusto de hacerlo para elogiarlo o criticarlo. Si bien pareciera estar referido solamente a Venezuela, son muchos los países-y no solo sudamericanos- que padecen las consecuencias de las acciones de sus líderes. De allí, que más allá de hablar sobre la vida alrededor de un personaje, pretenda humildemente que quien se interese por este escrito, se coloque en un espejo para que pueda apreciar las semejanzas y coincidencias que padecen otros pueblos, incluyendo algunos de países desarrollados. Los sucesos de 1992 en Venezuela, las experiencias vividas en Guatemala (1993), Paraguay (1996), Ecuador (1997, 2002, 2005, 2010), Perú (2000, 2004, 2022), Venezuela nuevamente (2000), Haití (2004, 2024), Honduras (2009), Bolivia (2019, 2024), e incluso los hechos producidos el 6 de enero de 2020 en el Capitolio de la capital de los Estados Unidos, por nombrar ejemplos, nos demuestran que algo está pasando entre los ciudadanos y sus líderes políticos. Podemos llamarlos golpes de Estado, auto golpes, insurrecciones o vacíos de poder, pero indistintamente de sus definiciones, es innegable que nos demuestran que cuando se encienden las alarmas, hay que atenderlas.

    En el caso de Venezuela, el tiempo se encargará de aclarar las dudas, desempolvar las verdades y desenmascarar a quienes hoy en día, a consecuencia de la tragedia que padece el país, se declaran fervientes opositores de un régimen al que, si no lo han apoyado directamente, lo han hecho solapadamente. Algunos, con réditos económicos o políticos. Todo, bajo la mirada de un pueblo ingenuo, desesperado por encontrar a un líder que le diga lo que quiere escuchar, olvidando que a veces es peor el remedio que la misma enfermedad.

    Agradezco, a quienes desde siempre me animaron a dejarlo todo para enrumbarme en la ruta de un imposible, como me parecía escribir este libro, fundamentalmente a mi esposo Guillermo, y a mis hijos Guillermo Alberto y Carlos Guillermo. Guillermo, ya no está físicamente con nosotros. A diferencia de nuestros hijos, el nunca leyó una sola línea siquiera del borrador del texto. Quise darle una sorpresa, al pretender entregarle el libro terminado, pero la sorpresa me la dio el, al marcharse anticipadamente. En todo caso, ellos, no solo insistieron para que hiciera realidad esta obra, sino cedieron parte de los momentos más importantes de sus vidas, para que pudiera dedicarme a cumplir mis sueños en la búsqueda de un país más democrático, en paz y prosperidad. Puede que no lo haya conseguido, pero nunca renunciare a hacerlo.

    Virginia

    1

    NUEVA OLA DE INSURRECCIONES EN LA REGIÓN

    S ERÍAN UN POCO más de las 10 de la noche del 3 de febrero de 1992, cuando el comisario Hermes Rojas, director de la Policía del Municipio Sucre del estado Miranda ¹, conocida como ""la Gallera," se comunicó telefónicamente conmigo a mi casa y me informara respecto a un golpe de Estado en progreso. Era un lunes, y estaba terminando de hacer lo que regularmente hacemos las amas de casa, para proceder a sentarme por un rato en mi máquina de escribir, a fin de adelantar trabajo en una sentencia que debía dictar en esa semana. Una de las cosas que me propuse hacer cuando llegué como juez, fue garantizar que quien tomara las decisiones fuera efectivamente mi persona y no los funcionarios que trabajaban como escribientes en el tribunal.

    Como abogada, y habiendo ejercido la profesión en los tribunales, veía con preocupación cómo muchos juzgados estaban en manos de los funcionarios subalternos, sin que los jueces tuvieran mayor interacción con los procesados a su cargo. Esto no es algo banal. Si consideramos que lo que está en juego es la libertad de las personas, y por tanto sus vidas, la situación es muy delicada. Adicionalmente al derecho de todo ciudadano, de tener contacto con la persona encargada de juzgarlo, la entrega de los tribunales del país a manos de los empleados subalternos se había convertido en un instrumento de corrupción.

    Para esa época, el sistema procesal imperante era el inquisitivo², en la práctica el juez tenía un poder impresionante. Lamentablemente, los jueces, tal vez por exceso de trabajo, delegaban esa relación que debía existir entre los procesados y su persona, en los funcionarios subalternos del tribunal. Es obvio que el juez no lo puede hacer todo, pero una cosa es que los escribientes instruyan los expedientes, y otra muy distinta era que redactaran las sentencias al juez. Esta situación, en muchas ocasiones creaba una relación turbia entre el procesado y el funcionario, la cual facilitaba a este la obtención de prebendas, a veces en cantidades fabulosas, a cambio de una sentencia favorable. Así es que, a fin de ser coherente con lo que siempre pensé, y dado que en horas de oficina era muy difícil estudiar a fondo los expedientes a mi cargo, me llevaba el trabajo para mi casa, en la cual contaba con la tranquilidad necesaria para estudiarlos con detenimiento.

    Estaba un poco cansada, y tenía que dedicarme a leer. El teléfono sonó y lo último que quería era atenderlo. Lo tomé y atendí con voz desconfiada. Inmediatamente que escuché la voz del comisario, supe que algo anormal estaba pasando. Hermes y yo manteníamos una buena relación profesional, y de amistad. Teniendo bajo mi competencia tantas actividades, debía mantener una estrecha relación con los organismos de seguridad que hacían vida en la jurisdicción del municipio Sucre, en la cual trabajaba.

    Comenzó a hablarme de un golpe de Estado en el país. Pensé que yo estaba entendiendo mal. Hermes hablaba a toda velocidad de cosas que en ese momento me resultaban incoherentes.

    Durante el tiempo que tenía conociéndolo, nunca logré que me llamara por mi nombre, y esa noche no fue la excepción. Él había sido funcionario de la policía política del país, la Disip³. Regularmente, en esos ambientes los compañeros suelen colocarles sobrenombres a sus pares, el de Hermes era el zancudo. Si bien yo lo había escuchado llamar por ese nombre, nunca se lo mencioné. A pesar de la manera solemne como él me trataba, yo siempre lo llamé por su nombre, y lo consideraba un buen compañero. Nunca me fallo cuando tenía alguna necesidad de apoyo operativo, y lo último que hubiera querido era fallarle a él.

    Esa noche, a pesar de lo alterado que se encontraba, nunca perdió las formas. Me dijo, Dra. Contreras, hay un golpe de Estado en progreso. Mis funcionarios están repeliendo las acciones de un grupo de militares que quieren tomar la Casona"⁴, (casa presidencial ubicada a pocas cuadras de la sede del tribunal). La tienen rodeada, allí se encuentra la primera dama, acompañada de una de sus hijas. Necesitamos refuerzos para poder neutralizarlos, pero requiero de su ayuda para que usted como juez pueda tratar de negociar con ellos. Mis funcionarios, (haciendo alusión al personal policial a su cargo), también están en peligro".

    A pesar de la hora, mis hijos correteaban a mí alrededor, y yo le hacía señas a mi esposo para que tratara de calmarlos, a fin de poder escuchar con claridad lo que el comisario me estaba diciendo.

    La conversación resultaba algo surrealista. Yo estaba un poco confusa con toda esa información. Tanto así que, ni siquiera le pregunté quiénes lideraban ese golpe de Estado, limitándome a decirle que me dejara unos minutos para pensar en lo que debía hacer, y que me facilitara el número de teléfono de la casa presidencial para conocer exactamente lo que estaba sucediendo allí adentro.

    Todavía me parece ver la cara de mi esposo al terminar mi llamada y decirle lo que acababa de conocer. No creo que él se hubiera asombrado exactamente por la posibilidad de un golpe de Estado, sino por la manera jocosa como lo comenté. Para aquel entonces, él se desempeñaba como consultor jurídico del Consejo de la Judicatura⁵, órgano que garantizaba el funcionamiento del Poder Judicial. Por tal razón, debía mantener contacto con toda la familia judicial. Esto incluía, no solo a los magistrados, jueces y demás funcionarios de los tribunales, sino a los sindicatos que agrupaban, tanto a los obreros, como a los funcionarios judiciales, y a organizaciones vinculadas al personal judicial. Tales circunstancias, le permitían llevar un termómetro de lo que ocurría en el país. Más de una vez me había comentado sobre el descontento que le habían manifestado los funcionarios de menor capacidad económica, quienes criticaban la desigualdad que existía en el país y la manera como se administraban los recursos del Poder Judicial.

    Mi comentario sobre el golpe de Estado, evidenciaba mi incredulidad frente a lo que acababa de escuchar. Jamás me hubiera imaginado que en Venezuela volverían a ocurrir este tipo de acciones, como si había ocurrido en el siglo pasado en el país.

    Yo no tenía ninguna vivencia de hechos de esta naturaleza. Tampoco tenía alguna relación con miembros de la Fuerza Armada, salvo con algunos efectivos de la guardia nacional, con quienes participaba en comandos unificados de policía en el estado Miranda. Por esa razón, me limité a repetir lo que acababa de escuchar por teléfono. Pero Guillermo tenía otras experiencias en su vida, entre ellas el haber presenciado de niño la caída del último dictador que había tenido Venezuela, el general Marcos Pérez Jiménez⁶, y la persecución y linchamientos a miembros de aquel gobierno y de la policía política, por parte del pueblo indignado por los atropellos que habían cometido. Esto le permitía creer las afirmaciones de Hermes, procediendo a preguntarme seriamente sobre mis planes frente a la solicitud realizada por este.

    La noche estaba silenciosa, y nada presagiaba lo que ocurriría después. Llamé por teléfono al número que aquel me había facilitado como de la casa presidencial, y conversé con una persona, cuya voz me pareció ser de alguien bastante joven. En un principio, se mantuvo en la línea sin decir una palabra, pero percibí que la conversación no se había cortado. Inmediatamente me presenté como Virginia Contreras, juez décima de Primera Instancia en lo Penal del municipio Sucre, y le manifesté que me había enterado que en los alrededores de la Casona había disparos, y quería saber qué estaba sucediendo y cómo podía ayudar. Le pregunté su nombre, sin obtener respuesta.

    Ahora, que ha pasado tanto tiempo, puedo entender la actitud de mi interlocutor al mantenerse inicialmente en silencio, considerando la gravedad de la situación y lo surrealista de esa llamada telefónica.

    La línea continuaba en silencio, debiendo preguntar si se encontraba todavía alguien del otro lado. Fue así como escuche un lacónico , seguido de medias palabras en susurro. Recuerdo haberlo escuchado decir, Doctora, en estos momentos no estoy autorizado para conversar por teléfono, efectivamente hay disparos alrededor, pero no sabemos de dónde vienen, ni la razón de los mismos. Le agradezco que liberemos la línea telefónica, para poder comunicarnos con las autoridades.

    Dicho esto, la persona cortó la llamada, dejándome pocas opciones de comunicarme nuevamente. Lo único positivo de esta, fue poder verificar, por la manera de hablar de mi interlocutor, que este parecía ser un funcionario de seguridad, lo que me daba cierta confianza. Adicionalmente, la persona me confirmaba lo que parcialmente me había indicado el director de la Policía. Todavía en ese momento no había noticias en la televisión, y salvo la comunicación con dicho comisario, no había recibido ninguna otra llamada, lo cual me hacía pensar que nadie a mí alrededor parecía saber lo que ocurría.

    Mientras me debatía entre vestirme y acudir a la casa presidencial, o esperar hasta ver el desarrollo de los acontecimientos, recibo la llamada del comisario Rodríguez Franco, jefe de la Comisaría de Chacao del Cuerpo Técnico de Policía Judicial⁷, (actualmente el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas/CICPC), quien me informaba sobre una situación de alerta en toda la capital, así como de movimientos militares debido a un golpe de Estado.

    La Comisaría de Chacao, era una dependencia muy particular. Allí, confluían, bajo su jurisdicción, los dos extremos de la sociedad venezolana. Por un lado, personas de muy bajos recursos, mezcladas entre locales comerciales, bares, restaurantes, ferreterías, y negocios en general. Adicionalmente, convivían vecinos de lo que se considera la alta sociedad de la ciudad, los cuales residen en zonas como el Country Club de Caracas, entre otras. Por tanto, era una instalación policial estratégica, muy respetada en la localidad.

    Rodríguez Franco, era una persona muy cercana a mí. Trabajando al servicio de la Policía Judicial, realizábamos actividades conjuntas. Era normal verlo llegar, prácticamente todos los días, al tribunal a mi cargo. A veces, participábamos juntos en allanamientos durante los fines de semana, así como en las actividades de los Comandos Unificados de Policía, en donde actuábamos con todos los cuerpos de seguridad del Estado.

    La presencia de este funcionario me daba tranquilidad, dada su experiencia y la manera tan seria y respetuosa con la cual se dirigía a mí. Recuerdo sus regaños cuando, por terquedad, me negaba a usar un pesadísimo chaleco antibalas con el cual me recibía cada vez que hacíamos algunas de estas actividades. Sus palabras me sirvieron de mucho para aprender a respetar su experiencia, y en este momento, para calibrar su opinión sobre lo que pasaba en el país.

    De no ser por él, muy seguramente a estas alturas no estaría viva. En una oportunidad, fuimos recibidos a tiros por unos delincuentes durante un operativo en Caucaguita⁸, una zona del municipio Sucre, en donde vivían personas de bajísimos recursos. Esta localidad llegó a adquirir notoriedad, a raíz de ciertas propagandas que el expresidente Luis Herrera Campins⁹, durante su campaña electoral, hizo en sus alrededores. Lamentablemente, así como allí vivían familias honestas y trabajadoras, cierto sector de la zona había sido tomado por la delincuencia.

    Un sábado en la madrugada mientras estaba allí, distraída conversando con algunos funcionarios policiales, fui empujada al suelo por el comisario Rodríguez Franco. Este, había avistado una ráfaga de ametralladora dirigida a nosotros, proveniente de uno de esos bloques que conformaban el vecindario. Ese día resultó una de las experiencias más dramáticas de mi vida. Aparte de darme cuenta de lo cerca que estuve de perder la vida, al ingresar a los bloques que componían el sector y ver cómo vivían sus habitantes, quedé petrificada.

    Los edificios, que eran construcciones de interés social, habían sido entregados por el gobierno a los inquilinos, sin terminar su construcción. Carecían casi permanentemente de agua. Por otro lado, al parecer, nunca hubo un compromiso entre los habitantes del lugar y las autoridades, respecto a las obligaciones de cada parte. En mi caso, por ejemplo, aprecié en varios apartamentos que las bañeras estaban siendo utilizadas como gallineros. Se encontraban repletas de gallos y gallinas. Esto me conmovió enormemente, enseñándome una realidad que en aquella época apenas conocía.

    En esto se me iba la memoria mientras esperaba las palabras de Rodríguez Franco. Este, con su parsimonia habitual, además de saludarme y disculparse por la hora de la llamada -casi media noche- me dijo, …la llamo para informarle que tenemos una novedad en el país, miembros de las fuerzas armadas se dirigen con tanquetas hacia algunos centros de poder de la capital, como el palacio de Miraflores (asiento del poder político del país). Igualmente, tenemos conocimiento que en las adyacencias de la Casona ha habido intercambio de disparos entre los funcionarios a cargo de la seguridad de la familia presidencial y los insurrectos. El director del Cuerpo nos ha confirmado que esta operación obedece a un golpe de Estado. Por esta razón, me pongo a sus órdenes.

    Después de tanto tiempo que ha transcurrido desde ese momento hasta ahora, me parece revivir mi propio silencio cuando comencé a asimilar realmente la magnitud de la situación que se estaba desarrollando en el país. Sentía, además, una gran preocupación por mi responsabilidad al haber recibido una hora antes la llamada del funcionario de la policía municipal, sin que hasta ese momento yo hubiera hecho algo al respecto.

    Le agradecí a Rodríguez la información, y le transmití nuevamente lo que aquel me había solicitado, indicándole la necesidad de que ordenara el envío de una patrulla policial a fin de trasladarnos hacia la casa presidencial, con el objeto de mediar por la vida de sus inquilinos y del personal de seguridad que se encontraba en los alrededores. La respuesta de este no se hizo esperar: …Yo creo que usted no ha entendido lo que le estoy diciendo Dra. Esto que está ocurriendo es un golpe de Estado, y me parece que usted no va a ninguna parte. Aprovecho para decirle que encienda la televisión para que vea lo que está pasando….

    Tranqué el teléfono y encendí el televisor. Lo primero que vi en las noticias, fue una tanqueta militar intentando ingresar por una de las rejas hacia el palacio de Miraflores. Fue así, que pensé, "efectivamente, Virginia, tu no vas a ninguna parte".

    2

    CUANDO NOS NEGAMOS A VER LA REALIDAD

    D ESPUÉS DE LA manera como el jefe de la comisaría me habló y de ver en las noticias las primeras imágenes de lo que estaba sucediendo en Caracas, consideré una temeridad salir de mi casa para intentar mediar en una situación como esa. Se adentraba la noche, y ya los rumores corrían por todas partes. Si bien, se desconocía el nombre de quiénes lideraban el golpe de Estado, no había ninguna duda sobre la naturaleza militar de sus líderes.

    Intenté comunicarme con el comisario Rojas, pero fue imposible. De repente, pasada la 1:00 de la madrugada del 4 de febrero, aparece el presidente de la República, Carlos Andrés Pérez (CAP)¹⁰, en la televisión¹¹, enviando un mensaje al país y fundamentalmente a la Fuerza Armada Nacional (FAN). Le siguió un segundo mensaje, horas después, desde el mismo canal de televisión. Aún lo recuerdo verlo desde la estación de televisión, Venevision¹², insistiendo en el apoyo de varios jefes de Estado y presidentes de la República, al Gobierno de Venezuela, entre ellos el del presidente norteamericano George Bush¹³.

    Debemos decir con toda claridad que las fuerzas armadas venezolanas están junto a su presidente y su comandante en jefe. Son grupos ambiciosos los que se han dado a esta criminal tarea de destruir la democracia, decía.

    Las palabras del mandatario representaban un revés para los oficiales que participaban en la asonada, y una advertencia para aquellos que todavía no se habían unido a esta, aun cuando las acciones militares continuaban en la capital y en distintos estados del país. Si uno de sus objetivos era neutralizar al jefe del Estado, como cabeza del gobierno al que pretendían sustituir, y se había hecho público que esto no había sido posible, era fácil predecir que el ánimo de los participantes tarde o temprano tendría que desinflarse. Aun así, no había que ser un estratega militar para entender que la situación distaba mucho de estar resuelta. Si Pérez, en vez de transmitir su mensaje desde Miraflores, lo hacía desde una estación de televisión, más aún cuando la mayoría de los venezolanos habíamos visto por los medios el intento de los militares insurrectos de ingresar al palacio, es que la situación no estaba controlada en absoluto.

    He escuchado interesantes análisis sobre la derrota militar de estos oficiales. Seguramente, los expertos tendrán razón en la mayoría de sus comentarios. A lo mejor, fue un error tomar esos cuarteles y no otros. Tal vez, los insurrectos no han debido entrar por este lado, sino por aquel. En fin, que no estamos hablando de la Batalla de las Termópilas, ni tampoco de la guerra de independencia de Venezuela. Lo que es innegable, es que políticamente el impacto no ha podido ser más grande.

    Mientras escuchaba al presidente hablar, lo primero que pensé fue en las circunstancias políticas que antecedieron en el país a dichas acciones militares y que habían causado una gran molestia en la mayoría de los venezolanos. Recordé, por ejemplo, la impresionante celebración cuando Carlos Andrés Pérez asumió por segunda vez la presidencia de la Republica. Esta fue criticada duramente en Venezuela, dado el derroche de dinero que representó en un país con tantas necesidades económicas.

    Hubo quien la bautizó, por lo suntuosa, como la coronación de CAP. Igualmente, tuve en mi mente uno de los momentos más desgarradores de mi vida, cuando en compañía de un juez colega, Saúl Ron, quien para el momento se desempeñaba como juez décimo cuarto en lo penal del Distrito Federal, así como de algunos fiscales del Ministerio Público, visitamos un año antes, al sector conocido como la Peste¹⁴, en el Cementerio General del Sur¹⁵, en Caracas.

    Este, fue el lugar en donde fueron sepultados los cadáveres de las personas sin identificar, víctimas de las acciones, mayoritariamente de las fuerzas militares y policiales, durante una revuelta popular, producida en algunas zonas del país, en febrero de 1989, conocida como el Caracazo¹⁶. Decir que estaban sepultadas estas personas, representa una expresión muy elegante. Semanas antes a la fecha en que hicimos esa visita, había habido fuertes lluvias. Siendo que muchos de esos cadáveres, fueron enterrados sin cumplir con las medidas sanitarias y sin contar con un ataúd decente que garantizara las mismas, las lluvias habían erosionado la tierra haciendo que partes de los cuerpos salieran a la superficie.

    Durante aquella caminata por el cementerio, pudimos ver restos de manos, de cráneos, de pies. Esto, sin contar el olor nauseabundo que emanaba de las tumbas improvisadas. Nunca olvidaré que el juez Ron, quien años después tomó los hábitos como sacerdote, pidió que lo dejáramos un rato a solas y lloró y oró frente a este escenario dantesco.

    Por estas razones, cuando escuche como un eco las palabras del presidente Pérez, si bien desconocía las razones exactas por las cuales esos militares habían decidido levantarse en armas, no me sorprendió para nada que hubiera alguna reacción por todo lo que había venido sucediendo en tan poco tiempo desde que el gobernante había tomado posesión por segunda vez de la presidencia. Incluso, dudaba respecto a la verdadera situación que se estaría produciendo en el país en ese momento, y hasta me preguntaba: ¿Qué hubiera pasado, si en vez de transmitir ese mensaje el presidente Pérez desde la televisora, hubieran transmitido los insurrectos un mensaje desde el palacio de Miraflores?

    Su tercera intervención fue ya desde Miraflores, minutos después del mediodía, acompañado de su gabinete. Aquí, hizo referencia al decreto de suspensión de las garantías constitucionales¹⁷. Después de estas transmisiones, mientras veíamos lo que estaba sucediendo en parte del territorio, la población estaba desconcertada.

    Pero la alocución más impactante del día, no la hicieron ni el jefe de Estado, ni los ministros. La hizo uno de los líderes de la insurrección militar; quien, aparte de responsabilizarse por los hechos, solicitaba la rendición de sus compañeros de armas.

    Fue así, que pasados unos minutos, después de las 11:00 de la mañana del 4 de febrero, apareció ante los medios de comunicación, desde las instalaciones del Fuerte Tiuna¹⁸, asiento del Ministerio de la Defensa y de importantes instalaciones militares, una persona vestida de militar, con traje camuflado y boina roja, al estilo de los paracaidistas.

    Ese militar se identificaría como el comandante Chávez¹⁹. Junto a él, estaban el viceministro de la defensa, el almirante (A) Elías Daniels²⁰, el General de Brigada (G/B) Ramón Santeliz Ruiz²¹ y un civil, de nombre Fernán Altuve Febres. Al poco tiempo, me enteraría de las peculiaridades de estos dos últimos personajes. En el caso del general Santeliz, este formaba parte desde su tiempo de coronel, junto a algunos militares activos, de un grupo creado más de 10 años antes de los eventos de ese 4 de febrero, que se había constituido subrepticiamente con la idea de la toma del poder. Me refiero al llamado R-83 ²² (Revolución 1983). El civil, era un gran amigo, tanto de Santeliz, como del propio ministro de la defensa y del comandante Chávez.

    Siempre me resultó curioso, que entre decenas de personas que el ministro Fernando Ochoa Antich²³ hubiera podido designar para mediar con el comandante Chávez, hubiera escogido precisamente a quienes de una u otra forma estaban vinculados con logias conspirativas. No soy yo la encargada de sacar conclusiones, pero evidentemente que las probabilidades de nombrar a estos mensajeros, que reunían estas características, eran de una en un cien.

    Chávez²⁴, con voz grave y los brazos cruzados, dijo lo siguiente: Primero que nada quiero dar buenos días a todo el pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el regimiento de paracaidistas de Aragua y en la Brigada Blindada de Valencia. Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos. Compañeros, oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias.

    El mensaje enviado por este líder militar, fue algo poco menos que alucinante. En primer lugar, resultaba curioso que el presunto jefe de una intentona golpista, saliera ante los medios de comunicación, como si fuera un miembro del gobierno que estuviera haciendo un anuncio oficial. Posteriormente, nos enteraríamos que la decisión de permitir el acceso a los medios de comunicación, no fue consultada al presidente Pérez, y más bien se hizo a sus espaldas. En segundo lugar, el mensaje enviado por el oficial, además de reconocer su responsabilidad por los hechos, dejaba abierta la posibilidad de una nueva intentona. Así podía inferirse del famoso por ahora. En tercer lugar, por lo menos para mí, que posteriormente tuve acceso a la mayoría de los oficiales que participaron el 4 de febrero (4F) junto al comandante Chávez, la presencia de este en dicha instalación militar y no en Miraflores, como inicialmente había sido sugerido, representó una posición de poder de este oficial, quien lo exigió como requisito mínimo para preservar su vida, y así fue aceptado.

    Para quienes no han tenido la oportunidad de relacionarse con el mundo militar, tal vez no sea fácil asimilar la diferencia de presentarse ante el centro del poder político del país, como lo es el palacio de Miraflores, que, en una dependencia militar, como el Fuerte Tiuna. Sin duda alguna, un oficial se siente mucho mejor resguardado frente a sus compañeros de armas, en vez de estar junto a un grupo de políticos, entre los cuales se encontraba el presidente de la República, el cual denunciaba a cada rato que los oficiales sublevados intentaban asesinarlo.

    El decreto de suspensión de garantías²⁵ debía ser ratificado por el Congreso Nacional, razón por la cual fue convocada para el día siguiente una sesión bicameral extraordinaria en el Hemiciclo del Poder Legislativo. Si bien los partidos políticos, allí representados, habían resuelto presentar un acuerdo general de condena a las acciones militares, no todos los congresistas cumplieron este acuerdo. De hecho, varios diputados y senadores aprovecharon esa oportunidad para analizar públicamente dichas acciones militares.

    Entre estos últimos, estaba el expresidente y senador vitalicio, fundador del partido social cristiano COPEI²⁶, Rafael Caldera²⁷, quien además de referirse a las causas que en el pasado habían garantizado la estabilidad democrática en Venezuela, solicitaba una rectificación al gobierno y a la dirigencia política del país. El discurso del expresidente²⁸ llamó la atención de muchos venezolanos. Si bien, otros no estuvieron de acuerdo con sus opiniones, y hasta lo acusaron de apoyar a los golpistas. En definitiva, lo que fue cierto, es que el exmandatario se metió en el bolsillo a gran parte de la población, entre ellos a mí. Así lo demostró el hecho de que al año siguiente hubiera logrado llegar a la presidencia de la República, por segunda vez.

    Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia, cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad, fueron algunas de sus afirmaciones más retumbantes.

    Otro de los oradores, cuyo discurso también llamó la atención, fue el del diputado por el partido Causa R²⁹, Aristóbulo Istúriz³⁰. El profesor Istúriz, como solía ser llamado, por su profesión de maestro, se negó a calificar de sediciosos a los militares, haciendo ver la responsabilidad de algunos de sus compañeros, al aprobar privatizaciones, señalando igualmente que los atropellos a la Constitución también son golpes de Estado.

    Por último, le llegó el turno a David Morales Bello³¹, veterano senador por el partido Acción Democrática (AD)³², cuya opinión causó gran conmoción, si bien por razones contrarias a la de sus dos antecesores. Este, aparte de rechazar las acciones de los militares, y de criticar indirectamente las palabras del expresidente Caldera, terminó su intervención con un dramático, ¡mueran los golpistas!

    Las palabras del senador Morales Bello, me resultaron escalofriantes. Si bien los hechos que se habían producido en el país eran bastante graves, por la formación recibida en mi hogar, y por convicción, nunca he creído que la muerte sea la solución para resolver los conflictos, ni mucho menos para castigar a alguien, más aún sin previo juicio y sin posibilidad de ser oído. Si no pensara esto, no habría sido abogada, ni mucho menos hubiese aceptado ser juez. De allí, que todo esto que surgía alrededor de la intentona militar, en donde el jefe de Estado se declaraba víctima de un posible magnicidio, y uno de los líderes más importantes del partido de gobierno pedía a voz en cuello que murieran los golpistas, me causaron una gran preocupación.

    Si a esto le sumamos las circunstancias vinculadas con las acciones de los insurrectos para la toma de la casa presidencial, en donde se denunciaba el intento por parte de estos de asesinar a la primera dama y a su familia, la situación me resultaba bastante confusa, en el sentido de dudar que hubiera un juez en el país capaz de aclarar la situación. No me refiero a la aplicación de la justicia de un lado de la historia, como parecía verse, sino de la verdadera justicia, la única existente, aquella que garantizara que hechos como estos no volvieran a producirse, pero que también evitara que se produjeran abusos por parte de todas las partes involucradas.

    Sería mucho tiempo después, gracias a mi relación con los procesados militares que participaron el 4F, que tendría la oportunidad de escuchar su versión sobre los hechos. No tengo interés de convencer a nadie sobre las verdaderas intenciones de estos oficiales sobre respetar o no la vida, tanto del presidente Pérez, como la de su familia. El exmandatario Caldera, durante su intervención en la sesión extraordinaria del Congreso, manifestó su incredulidad respecto a la tesis de que dichos militares tuvieran como objetivo asesinar al jefe de Estado.

    En mi caso, mi convicción iba un poco más allá. Habiendo tenido a mi vista muchos de los documentos preparados como directrices de los eventos a ejecutar por estos oficiales, de haber llegado al poder, así como después de tantas conversaciones sostenidas con muchos de ellos, entre los que puedo mencionar al comandante Chávez, sé que el objetivo fundamental de los militares rebeldes dentro de la planificación para la toma del poder, era apresar al jefe de Estado para posteriormente ser juzgado por distintos delitos de corrupción.

    No estoy en condiciones de facilitar mayores datos al respecto, pero no tengo por qué dudar sobre sus verdaderas intenciones. Obviamente que, en toda acción de esa naturaleza, en donde participan personas armadas, el riesgo a perder la vida está latente, tal y como lamentablemente sucedió en algunos casos. No obstante, pensar que un grupo de militares iba a organizar toda una serie de acciones, con la intención de cometer el degradante delito de asesinar al presidente de la República y a su esposa, carece de toda lógica. En el peor de los casos, las vidas del mandatario, la de su familia, e incluso la de miembros de su gabinete, hubieran sido instrumentos de los rebeldes para negociar con las autoridades, si las circunstancias lo hubieran requerido.

    En el caso particular de la situación producida en la casa presidencial, hay un ingrediente adicional del que hoy en día nadie habla. Me refiero al ajusticiamiento del cual fue víctima un miembro del ejército, el subteniente José Alberto Carregal Cruz³³, miembro del grupo insurrecto.

    Este asesinato, al cual me refiero como ajusticiamiento, en vista de los resultados de la autopsia realizada por la Medicatura Forense, es uno de los tantos hechos de sangre que se produjeron en esos días, al igual que sucedió durante el Caracazo, y cuyos autores andan por la vida tan campantes, como si no hubiera pasado nada.

    La historia de este oficial es el típico caso de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Según las conversaciones sostenidas con algunos de los militares que participaron en los sucesos de la Casona, este oficial no formaba parte del grupo organizado inicialmente para participar el 4F. Carregal, cuando aprecia que sus compañeros de armas se están alistando para una supuesta maniobra militar, solicita acudir con ellos. Uno de sus compañeros le informa en ese momento, que la maniobra no es otra cosa que una rebelión militar para la toma del poder. Es allí, cuando el teniente pide con insistencia que le permitieran acompañarlos.

    Hay algunos elementos que no están claros respecto a las acciones en la Casona. La información que los insurrectos tenían sobre la residencia presidencial, era que el presidente Pérez, después de haber regresado de un viaje a Suiza horas antes, se encontraba descansando allí, lo cual fue cierto. Lo que no sabían estos militares, era que, a las pocas horas de haber llegado a la casa, el presidente se había trasladado hacia Miraflores. Por mera casualidad, no se cruzaron los rebeldes que venían a apresarlo en su residencia, con el presidente Pérez que salía de allí hacia la sede del gobierno. Es después, durante las acciones militares alrededor de su casa, que los insurrectos se enteran que el mandatario ya no estaba en el lugar. Esa es la información que yo poseo y es la que siempre, a pesar del tiempo transcurrido desde ese momento hasta ahora, han mantenido estos. Entre esta confusión, se encontraba Carregal Cruz. Este, había sido herido inicialmente en una pierna por parte de las fuerzas leales que defendían la residencia.

    Hay una serie de versiones que vinculan a una funcionaria de la policía política del Estado, la Disip, con la muerte de ese militar. De acuerdo a las declaraciones de algunos civiles que pudieron escuchar por los radios transmisores, cuya frecuencia habían penetrado, un presunto comisario de ese organismo, le ordena a la funcionaria que le disparara al teniente, al cual esta le informaba que había encontrado herido cerca de un parque infantil, recostado en un árbol. Según el informe pericial antes señalado, los disparos fueron hechos por una subametralladora UZI (armamento usual de los comandos de la policía política), a quemarropa.

    Los nombres del funcionario que dio la orden por radio, y del comando que la ejecutó, forman parte de la memoria de los compañeros del teniente fallecido. Al no tener información exacta sobre tales acontecimientos, he preferido no mencionarlos. En todo caso, lo que sí es cierto, porque consta en la respectiva autopsia, es que el oficial falleció como consecuencia de 9 disparos provenientes de esa arma de fuego.

    Dichos disparos penetraron el cráneo, la frente, el lagrimal izquierdo y el resto destrozó el maxilar del mismo lado. Los otros proyectiles penetraron hasta el pulmón y lo hizo estallar. También hubo impactos en el brazo izquierdo y la rodilla del mismo costado. Estas eran las circunstancias que también se produjeron ese 4 de febrero y que nunca imaginé en aquella época, que la vida me permitiría conocer con más detalles y tan profundamente.

    El decreto de suspensión de garantías se hizo efectivo a partir de esa fecha, e incluyó un toque de queda. En mi caso, creí equivocadamente, que por ser juez tendría la posibilidad de trasladarme hasta el tribunal para ir a trabajar, dado que existían una serie de decisiones que dictar, cuyo plazo estaba por vencerse. Esto no fue posible. Solo cierto grupo de personas, y mediante un salvoconducto, podían movilizarse.

    Mientras esto sucedía, era poca la información con la que contaba sobre la insurgencia, dado que los medios de comunicación transmitían básicamente lo mismo. Por fin, a la semana, el Consejo de la Judicatura ordenó el reinicio de las actividades del Poder Judicial, y salí casi desesperadamente a cumplir con mi deber para resolver sobre la libertad de

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