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HOMENAJE A CATALUNA - ORWELL
HOMENAJE A CATALUNA - ORWELL
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Libro electrónico303 páginas4 horas

HOMENAJE A CATALUNA - ORWELL

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George Orwell, seudónimo de Eric Blair (1903 - 1950) fue un escritor británico, autor de numerosas obras de éxito, entre ellas: "Revolución en la Granja" y "1984".  "Homenaje a Cataluña" de George Orwell es un relato personal y crítico sobre su experiencia durante la Guerra Civil Española, en la que participó como voluntario en las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). La obra no solo es un testimonio directo de los horrores del conflicto, sino también una reflexión profunda sobre la política, el idealismo y las traiciones internas en los movimientos revolucionarios. Orwell muestra con claridad las divisiones entre los diferentes grupos de la izquierda, revelando cómo la lucha por el poder entre comunistas, anarquistas y socialistas socavó los esfuerzos para derrotar al fascismo. 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2024
ISBN9786558946656
HOMENAJE A CATALUNA - ORWELL
Autor

George Orwell

George Orwell (1903–1950), the pen name of Eric Arthur Blair, was an English novelist, essayist, and critic. He was born in India and educated at Eton. After service with the Indian Imperial Police in Burma, he returned to Europe to earn his living by writing. An author and journalist, Orwell was one of the most prominent and influential figures in twentieth-century literature. His unique political allegory Animal Farm was published in 1945, and it was this novel, together with the dystopia of 1984 (1949), which brought him worldwide fame. 

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    HOMENAJE A CATALUNA - ORWELL - George Orwell

    cover.jpg

    George Orwell

    HOMENAJE A CATALUÑA

    Título original:

    Homage to Catalonia

    Primera edición

    img1.jpg

    SUMARIO

    PRESENTACIÓN

    HOMENAJE A CATALUÑA

    Prólogo

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    Apéndice I

    Apéndice II

    PRESENTACIÓN

    img2.jpg

    George Orwell

    1903 - 1950

    George Orwell fue un escritor británico, ampliamente reconocido como una de las figuras literarias más influyentes del siglo XX. Nacido en Motihari, India, entonces parte del Imperio Británico, Orwell es conocido por sus agudas críticas sociales y políticas, plasmadas en obras que exploran el totalitarismo, la represión política y la manipulación de la verdad. A lo largo de su carrera, Orwell escribió algunas de las novelas más icónicas del siglo, consolidándose como un maestro de la literatura distópica y del ensayo político.

    Vida temprana y educación

    Orwell, cuyo verdadero nombre era Eric Arthur Blair, nació en una familia de clase media baja. Fue educado en colegios prestigiosos como Eton, donde desarrolló un profundo interés por la política y la literatura. A pesar de su brillantez académica, Orwell abandonó sus estudios formales y decidió unirse a la Policía Imperial en Birmania, experiencia que marcaría su crítica al colonialismo británico y que más tarde plasmaría en su obra Los días de Birmania (1934).

    Carrera y contribuciones

    Orwell es célebre por dos de sus obras más influyentes: Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949). En Rebelión en la granja, una fábula satírica sobre una granja en la que los animales se rebelan contra sus opresores humanos, Orwell critica ferozmente el estalinismo y la corrupción del ideal comunista. Por otro lado, en 1984, Orwell presenta una visión distópica del futuro en el que el estado totalitario, representado por el omnipresente Gran Hermano, controla y manipula cada aspecto de la vida humana, una poderosa advertencia sobre los peligros de la vigilancia masiva y la supresión de la libertad individual.

    Ambas obras consolidaron a Orwell como un crítico incansable del totalitarismo, la manipulación de la información y la importancia de la verdad objetiva. Su estilo, marcado por la claridad y la sencillez, reflejaba su creencia de que la prosa debía ser una herramienta para expresar ideas complejas de forma accesible, algo que aplicó tanto en sus novelas como en sus ensayos.

    Impacto y legado

    El impacto de las obras de Orwell ha sido profundo y duradero. La novela 1984 ha acuñado términos como orwelliano, que se refiere a situaciones de control opresivo y manipulación de la verdad, y doblepensar, una técnica utilizada para aceptar simultáneamente dos creencias contradictorias, algo que sigue siendo relevante en discusiones sobre política y libertad. Su análisis de las distorsiones de la verdad y la propaganda ha influido en innumerables pensadores, políticos y escritores.

    Orwell fue un ferviente defensor de la justicia social y un crítico del abuso de poder, aspectos que se ven reflejados en toda su obra. Además de sus novelas, sus ensayos, como Homenaje a Cataluña (1938), que narra su experiencia en la Guerra Civil Española, y El león y el unicornio (1941), son ejemplos de su compromiso con los ideales democráticos y su lucha contra el fascismo y el totalitarismo.

    Orwell murió en 1950 a los 46 años, a causa de la tuberculosis. A pesar de su relativamente corta vida, dejó un legado literario y político monumental. Hoy en día, sus obras siguen siendo estudiadas y debatidas en todo el mundo por su lúcida crítica a las estructuras de poder y su defensa de la libertad individual. Orwell no solo fue un escritor influyente, sino también un intelectual cuyo compromiso con la verdad y la justicia lo ha convertido en una figura central en la literatura del siglo XX.

    Sobre la obra

    Homenaje a Cataluña de George Orwell es un relato personal y crítico sobre su experiencia durante la Guerra Civil Española, en la que participó como voluntario en las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). La obra no solo es un testimonio directo de los horrores del conflicto, sino también una reflexión profunda sobre la política, el idealismo y las traiciones internas en los movimientos revolucionarios. Orwell muestra con claridad las divisiones entre los diferentes grupos de la izquierda, revelando cómo la lucha por el poder entre comunistas, anarquistas y socialistas socavó los esfuerzos para derrotar al fascismo.

    A través de su estilo directo y observaciones agudas, Orwell denuncia las manipulaciones políticas y la censura que sufrió, criticando tanto la propaganda comunista como la indiferencia de los países occidentales hacia el conflicto. La desilusión del autor con las traiciones internas y la corrupción de los ideales revolucionarios es uno de los temas centrales de la obra, lo que convierte a Homenaje a Cataluña en una crítica a la instrumentalización de la política y la guerra.

    Desde su publicación, Homenaje a Cataluña ha sido valorada como una de las obras más sinceras y crudas sobre la guerra y la política. El testimonio de Orwell no solo es un relato sobre la Guerra Civil Española, sino también una meditación sobre la naturaleza de la verdad, la lucha por la justicia y las complejidades de la acción política. La relevancia de la obra perdura, ya que sigue ofreciendo una perspectiva crítica sobre los conflictos ideológicos y las traiciones en tiempos de guerra.

    HOMENAJE A CATALUÑA

    Prólogoi

    Esta nueva edición de la obra de George Orwell que lleva por título Homenaje a Cataluña permitirá conocer a fondo uno de los aspectos del drama que vivió el pueblo español antifascista durante la heroica gesta iniciada en julio de 1936 y finalizada con una inmerecida derrota a fines de marzo de 1939.

    Sin duda, la difusión del libro del celebrado autor de 1984 y de La rebelión en la granja cobra mayor actualidad después de la exhibición de la película del director inglés Ken Loach, Tierra y Libertad, inspirada en Homenaje a Cataluña, que Orwell escribió en 1938.

    Aunque la temática esencial de la obra está dirigida a revelar la inescrupulosa y violenta represión contra el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) llevada a cabo por los comunistas, el título elegido para su libro tiene una significación más amplia: refleja su admiración por el espíritu y el esfuerzo de los trabajadores volcados a la profunda transformación revolucionaria orientada según los principios libertarios.

    Uno de los méritos más salientes de la obra consiste en la objetividad con que hilvana sus recuerdos y sus anotaciones. Si se incorpora a la militancia del POUM ello se debió a su pertenencia al Partido Laborista Independiente de Inglaterra. Su odisea transcurre entre enero y junio de 1937. Lo más impresionante de sus relatos está en las muchas paginas que destina a sus vivencias en el frente de Aragón, sufriendo penurias y desesperanzas que sólo se pueden sobrellevar con una férrea voluntad puesta al servicio de una noble causa.

    Como decenas de miles de voluntarios que vinieron de todas partes al suelo español para luchar por la libertad y no para enfangarse en pujas partidistas, Orwell no sospechó que iba a ser protagonista y testigo de situaciones como las provocadas por la política de José Stalin y sus títeres de distinto pelaje. El peligro de ser apresado le obligó a interrumpir la gloriosa aventura de seguir en la brega, como hubiera deseado, hasta el fin de la epopeya antifascista.

    Desde la primera a la ultima pagina, escritas con el tan atrayente estilo literario de todas las obras de Orwell, se aprecia una sinceridad conmovedora: describe lo que ve, lo que siente, lo que piensa; usa el más crudo lenguaje para mostrar calamidades durante su estadía de varios meses en los frentes de guerra; califica lo mejor y lo peor de las condiciones humanas de sus compañeros de trinchera; menciona una y otra vez sus propias dudas y cambios de opinión; certifica su testimonio y casi todas sus interpretaciones con pruebas documentales irrebatibles; trasluce la sorpresa y la pena ante la locura represiva que desata el sector obediente a las ordenes de Stalin para destruir al POUM y para aplastar la revolución libertaria.

    De sus peripecias y sinsabores en el frente resaltan las tremendas dificultades de su grupo por las carencias, la falta de armas sobre todo, y en buena parte por ser adolescentes quienes lo integran. Cabe aclarar que ese cuadro lamentable no corresponde a todas las milicias que se situaron en Aragón, en lo que concierne a la capacidad combativa, especialmente. En esa zona actuaron columnas y agrupaciones diversas: tres columnas confederales (CNT-FAI), de las cuales la primera al mando de Buenaventura Durruti salió de Barcelona el 24 de julio, una del PSUC, otra del POUM y una más de la Esquerra catalana; además de valerosos conjuntos como el de los voluntarios italianos encabezados en sus comienzos por Carlo Roselli.

    Cabe señalar que las columnas de milicianos anarquistas fueron avanzando y conquistando pueblo tras pueblo, en algunos casos luchando casa por casa, y que las numerosas colectividades campesinas que surgieron en la región tuvieron una permanente preocupación por ayudar a los combatientes. Muchas bajas hubo en los combates. En uno de ellos, en Monte Pelado, a poco de iniciarse la contienda, perdió la vida Fausto Falaschi, quien en la Argentina trabajó como ladrillero y fue un notable escritor, colaborando en el diario La Protesta de Buenos Aires.

    Al referirse a los días iniciales de la sublevación militar, dice: El gobierno no hizo prácticamente intento alguno para impedir el levantamiento, que se esperaba desde hacía bastante tiempo, y cuando comenzaron las dificultades su actitud fue débil y vacilante; tanto es así que España tuvo tres primeros ministros en unos pocos días (Quiroga, Martínez Barrios y Giral). Además, la única medida que podía salvar la situación inmediata, armar a los trabajadores, fue tomada con renuencia y en respuesta al violento clamor popular. (…) Mientras tanto, los trabajadores contaban con armas y, ya a esta altura, se abstuvieron de devolverlas. (…) Las propiedades de los grandes terratenientes profascistas fueron tomadas en muchos lugares por los campesinos. Junto con la colectivización de la industria y el transporte, se hizo el intento de establecer los comienzos de un gobierno de trabajadores por medio de comités locales, patrullas de obreros en reemplazo de las viejas fuerzas policiales procapitalistas, milicias proletarias basadas en los sindicatos, etcétera. (…) En ciertos lugares se crearon comunas anarquistas independientes. (…) En Cataluña, durante los primeros meses, el poder estaba casi por entero en manos de los anarcosindicalistas, quienes controlaban la mayor parte de las industrias clave. En una síntesis bien elocuente explica el drama de la declinación: El vuelco general hacia la derecha se produjo en octubre-noviembre de 1936, cuando la URSS inició el envío de armas al gobierno y el poder comenzó a pasar de los anarquistas a los comunistas. Con la excepción de Rusia y México, ningún gobierno había tenido la decencia de acudir en auxilio de la República, y México, por razones obvias, no podía proporcionar armas en grandes cantidades. En consecuencia, los rusos podían imponer sus condiciones. Caben muy pocas dudas de que tales condiciones eran, en esencia, impedir la revolución o quedarse sin armas, y de que la primera medida contra los elementos revolucionarios, la expulsión del POUM de la Generalidad catalana, se tomo por orden de la URSS.

    Al respecto, tienen un irrefutable valor testimonial las numerosas revelaciones que hace el ex alto jefe del Partido Comunista español que fuera ministro de Instrucción Pública y Comisario General del Ejercito durante la guerra, Jesús Hernández, en el libro que escribió en México después de cumplir su afán desesperado de salir de Rusia, el paraíso socialista adonde fueron tanto él como José Díaz, ex secretario general del partido, quien enfermo, fue antes y allí se suicidó, y el publicitado comandante El campesino (Valentín González), quien después de huir se despachó con dureza en el libro Vida y muerte en la URSS. Todos ellos acataron las ordenes de los emisarios rusos de Moscú, casi siempre acompañados de los muy fieles Togliatti (de Italia) y Codovilla (de Argentina). Según Hernández, él objetaba primero y después cumplía lo ordenado, por cruel y alocado que fuera. Entre otras cuestiones denuncia la campaña contra la revolución y el hostigamiento al POUM, la caída de Francisco Largo Caballero, e1 entronizamiento de Juan Negrín y de Indalecio Prieto, la separación de este ultimo, la imputación contra los dirigentes del POUM de ser aliados y espías de Hitler y de Franco, el secuestro, la tortura y el asesinato de Andrés Nin, la negativa a realizar operaciones militares dispuestas por Largo Caballero, y luego por Prieto, y la ejecución de otras muy desastrosas — Brunete, El Ebro, etc. — para prestigiar a figuras del gobierno nacional o a comandantes comunistas, los ataques armados a las Colectividades campesinas y los fallidos intentos de eliminar a la CNT y a la FAI, los entretelones del frustrado golpe de Negrín en la Región Centro después de la perdida de Cataluña, provocando la reacción de todas las fuerzas antifascistas que apoyaron a la Junta presidida por el coronel Casado en Madrid.

    Sobre las motivaciones de Stalin para prolongar la guerra en la Península cuando todo estaba perdido, algo aclara otro de sus ex agentes arrepentidos, el general Walter Krivitski, quien se desempeñó como jefe del espionaje del Kremlin en Europa Occidental, en su libro Yo, espía de Stalin. Esa política fue algo así como un prólogo del infame pacto nazisoviético entre Hitler y Stalin, de agosto de 1939.

    George Orwell reproduce textos y describe hechos que asombran por el ensañamiento que terminó con la disolución de un partido por supuesto trotskismo y la razzia que llevó a la cárcel a sus dirigentes, afiliados y simpatizantes. La excelente película de Ken Loach no pudo transmitir todo lo que contiene el libro en que se inspiró para producir Tierra y Libertad. Si él o algún otro cineasta se propusiera abordar la historia de los treinta y dos meses de la trágica epopeya, tendría que apelar a una larga serie cinematográfica. En las fuentes arriba citadas y en otras muy valiosas de la bibliografía sobre el tema, encontraría una apasionante inspiración para sus guiones. Lo que empañó la gesta del pueblo por culpa del chantaje staliniano, tendría su contracara en el inagotable heroísmo de los combatientes y en la ardua y promisoria reconstrucción social que pusieron en marcha los libertarios mediante una multifacética experiencia autogestionaria de la que tomaron parte también, en no pocos casos, trabajadores de la UGT hasta que esa central obrera fue copada por quienes traicionaron a Largo Caballero.

    Abundantes, hasta el punto de que algunos podrán considerarlo un exceso y hasta una obsesión, son las paginas que Orwell dedica a demostrar la falacia de los ataques al POUM, al que sus detractores cargaron toda la culpa por los sangrientos hechos de mayo de 1937, llegando a afirmar que con ello querían abrir las puertas a las fuerzas invasoras nazi fascistas. Como un ejemplo del lenguaje común de la prensa comunista de España y del exterior, trascribe este párrafo del Daily Worker de Londres publicado el 21 de julio de 1937: Como resultado del arresto de un gran número de trotskistas destacados en Barcelona y otras ciudades… se han puesto al descubierto durante el fin de semana detalles de uno de los más detestables actos de espionaje que se hayan conocido jamás en tiempo de guerra, y de la más horrenda traición trotskista nunca revelada… Documentos en poder de la policía, junto con la confesión detallada de no menos de doscientos arrestados demuestran, etc.

    Cabe recordar aquí algo que no figura en el libro de Orwell. Después de su detención, los dirigentes del POUM fueron huéspedes de distintas cárceles de Madrid, Valencia y Barcelona. Mucho tiempo tardó en llegar el día del juicio oral contra ellos. Negrín había intentado convencer a los jueces de que debían condenar a cualquier costo. Fue en Barcelona, con un fiscal que en los interrogatorios y en las acusaciones arrojó toda la basura que componía la trama comunista sobre la complicidad de los presos con los nazis y franquistas. El Tribunal de Alta Traición y Espionaje fue el juzgador. El rabioso fisca1 hizo el ridículo ante las respuestas de Escuder, Gorkin, Andrade, Gironella, Bonet, Arquer y Rey. Fracasó el propósito de condenarlos a muerte por espías. Pero fueron condenados a muchos años de prisión (al parecer, por asociación ilícita y provocación de los hechos de mayo de 1937). Estuvieron en la cárcel hasta la caída de Barcelona y salieron junto con oficiales de la justicia en un camión en el éxodo masivo hacia Francia.

    Con una grandeza de espíritu excepcional, Orwell vuelve al frente de guerra tres días después de la semana trágica de mayo de 1937. Un año más tarde se elabora la obra que comentamos, con sus apuntes, sus recuerdos y su doloroso final; herido de gravedad, pasa por varios hospitales. Cuando regresa a Barcelona, se produce la furiosa caza de gente del POUM, y decide huir junto con su esposa. Consigue viajar a Francia y de allí a su país, Inglaterra.

    En las ultimas paginas, deja para la posteridad una reflexión que podrían suscribir cuantos, de una u otra manera, han procurado aportar algo en una lucha que honró a la humanidad: "Esta guerra, en la que desempeñé un papel tan ineficaz, me ha dejado recuerdos en su mayoría funestos, pero aun así no hubiera querido perdérmela. (…)

    Por curioso que parezca, toda esta experiencia no ha socavado mi fe en la decencia de los seres humanos, sino que, por el contrario, la ha fortalecido".

    Jakobo Maguid

    (Jacinto Cimazo)

    Nunca respondas al necio conforme a su necedad, para no hacerte como él. Responde al necio según su necedad, para que no se tenga por sabio.

    Proverbios, XXVI, 4-5

    I

    En los Cuarteles Lenin de Barcelona, el día antes de ingresar en la milicia, vi a un miliciano italiano de pie frente a la mesa de los oficiales.

    Era un joven de veinticinco o veintiséis años, de aspecto rudo, cabello amarillo rojizo y hombros poderosos. Su gorra de visera de cuero estaba fieramente inclinada sobre un ojo. Lo veía de perfil, la barbilla contra el pecho, contemplando con expresión de desconcierto el mapa que uno de los oficiales había desplegado sobre la mesa. Algo en su rostro me conmovió profundamente: era el rostro de un hombre capaz de matar y de dar su vida por un amigo, la clase de rostro que uno esperaría encontrar en un anarquista, aunque casi con seguridad era comunista. Había a la vez candor y ferocidad en él, y también la conmovedora reverencia que los individuos ignorantes sienten hacia aquellos que suponen superiores. Evidentemente, no entendía nada del mapa, y parecía que consideraba su lectura como una estupenda hazaña intelectual. Casi no puedo explicármelo, pero rara vez he conocido a alguien por quien experimentara una simpatía tan inmediata. Mientras charlaban alrededor de la mesa, una observación puso de manifiesto mi origen extranjero. El italiano levantó la cabeza y preguntó rápidamente:

     — ¿Italiano?ii]

    Yo respondí en mi mal español:

     — No, inglés. ¿Y tú?*

     — Italiano.*

    Cuando íbamos a salir, cruzó la habitación y me apretó con fuerza la mano. ¡Resulta extraño cuánto afecto se puede sentir por un desconocido! Fue como si su espíritu y el mío hubieran logrado momentáneamente salvar el abismo del lenguaje y la tradición y unirse en absoluta intimidad. Deseé que sintiera tanta simpatía por mí como yo por él. Pero sabía que para conservar esa primera impresión no debía volver a verlo, y así ocurrió en efecto. Uno siempre establecía contactos de ese tipo en España.

    Menciono a este miliciano porque su figura se ha mantenido muy viva en mi memoria. Con su raído uniforme y su rostro feroz y patético simboliza para mí la atmósfera especial de aquella época. Permanece asociado a todos mis recuerdos de aquel período de la guerra: las banderas rojas en Barcelona, los largos trenes que se arrastraban hacia el frente repletos de soldados zarrapastrosos, las ciudades grises agobiadas por la guerra a lo largo de la línea de fuego, las trincheras heladas y fangosas en las montañas.

    Esto ocurría hace menos de siete meses, a finales de diciembre de 1936, no obstante lo cual me parece que aquel período pertenece ya a un pasado remoto. Acontecimientos posteriores lo han esfumado hasta tal punto que podría situarlo en 1935, y hasta en 1905. Había viajado a España con el proyecto de escribir artículos periodísticos, pero ingresé en la milicia casi de inmediato, porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible. Los anarquistas seguían manteniendo el control virtual de Cataluña, y la revolución estaba aún en pleno apogeo. A quien se encontrara allí desde el comienzo probablemente le parecería, incluso en diciembre o en enero, que el período revolucionario estaba tocando a su fin; pero viniendo directamente de Inglaterra, el aspecto de Barcelona resultaba sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todos los templos habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes, cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias. En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro. Camareros y dependientes miraban al cliente cara a cara y lo trataban como a un igual. Las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían desaparecido. Nadie decía señor*, o don* y tampoco usted*; todos se trataban de camarada y , y decían ¡salud!* en lugar de buenos días*. La ley prohibía dar propinas desde la época de Primo de Rivera; tuve mi primera experiencia al recibir un sermón del gerente de un hotel por tratar de dársela a un ascensorista. No quedaban automóviles privados, pues habían sido requisados, y los tranvías y taxis, además de buena parte del transporte restante, ostentaban los colores rojo y negro. En todas partes había murales revolucionarios que lanzaban sus llamaradas en límpidos rojos y azules, frente a los cuales los pocos carteles de propaganda restantes semejaban manchas de barro. A lo largo de las Ramblas, la amplia arteria central de la ciudad constantemente transitada por una muchedumbre, los altavoces hacían sonar canciones revolucionarias durante todo el día y hasta muy avanzada la noche. El aspecto de la muchedumbre era lo que más extrañeza me causaba. Parecía una ciudad en la que las clases adineradas habían dejado de existir. Con la excepción de un escaso número de mujeres y de extranjeros, no había gente bien vestida; casi todo el mundo llevaba tosca ropa de trabajo, o bien monos azules o alguna variante del uniforme miliciano. Ello resultaba extraño y conmovedor. En todo esto había mucho que yo no comprendía y que, en cierto sentido, incluso no me gustaba, pero reconocí de inmediato la existencia de un estado de cosas por el que valía la pena luchar. Asimismo, creía que los hechos eran tales como parecían, que me hallaba en realidad en un Estado de trabajadores, y que la burguesía entera había huido, perecido o se había pasado por propia voluntad al bando de los obreros; no me di cuenta de que gran número de burgueses adinerados simplemente esperaban en las sombras y se hacían pasar por proletarios hasta que llegara el momento de quitarse el disfraz.

    Además de todo esto, se vivía la atmósfera enrarecida de la guerra. La ciudad tenía un aspecto desordenado y triste, las aceras y los edificios necesitaban reparaciones, de noche las calles se mantenían poco alumbradas por temor a los ataques aéreos, la mayoría de las tiendas estaban casi vacías y poco cuidadas. La carne escaseaba y la leche prácticamente había desaparecido; faltaba carbón, azúcar y gasolina, y el pan era casi inexistente. En esos días las colas para conseguir pan alcanzaban a menudo cientos de metros. Sin embargo, por lo que se podía juzgar, hasta ese momento la gente se mantenía contenta y esperanzada. No había desocupación y el costo de la vida seguía siendo extremadamente bajo; casi no se veían personas manifiestamente pobres y ningún mendigo, exceptuando a los gitanos. Por encima de todo, existía fe en la revolución y en el futuro, un sentimiento de haber entrado de pronto en una era de igualdad y libertad. Los seres humanos trataban de comportarse como seres humanos y

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