Viejo Ciego, Llorabas..
Viejo Ciego, Llorabas..
24/03/13
cuando esa obra de la ingeniera que son las rodillas, se desgastan uno se ve limitado a disfrutar de la tierra, empieza a mirar la cantidad de bastones, de prtesis, de sillas de ruedas que hay alrededor, y contrariamente pasa a disfrutar cada paso que da aunque sea lento y sin sorpresa. En cuanto a la vista, recuerdo que venan a la escuela de la Pestalozi para revisarnos los dientes y tambin nos hacan leer unas letras desde el ltimo banco pegadas en el pizarrn y tapndonos un ojo con un cartn y siempre fui el que ms lejos vea. En la escuela Vctor usaba jopo, delantal como una coraza, metido su cuerpo ralo rematado en una cabeza de pirincho con cara de bho. Era capaz de ver un avin a la distancia mucho antes que apareciera en el cielo, las hormigas en un lejano rbol o las bombachas de algunas chicas all en el horizonte de escaleras. Su picarda estaba asentada en su visin y poda horadar al mundo con sus ojos de lechuza. Lo imagino escribiendo, contestando esto en la medianoche de Echesortu, sin lentes, con una lmpara mdica, fumando y en calzoncillos. Cuando bamos al ro ganaba las apuestas por ver las letras de los barcos primero, tambin distingua las banderitas de los taxis libre, o al 218 ni bien doblaba calle San Nicols. Las letras de las propagandas, los nombres de los de las figus, las marcas en el almacn, quin vena por la noche en bicicleta, de quin era esa sombra antes de pegar la vuelta en la ochava, cuanto valan los juguetes mirando el exiguo cartelito con el precio. Stella me sirve ms granadina piensa asesinarme a azcar? Ella es dulce como una cesta de frutas y ha conquistado mi cabeza con lo mejor de una mujer: su voz. A veces pasa, me toca la nuca con su dedo ndice y me anuncia que saldr pero que vendr temprano, apenas termine en la biblioteca de este pueblo donde trabaja. Pero cuando descubr la inmensidad, lo pequeo que somos, lo de paso que estamos, fue cuando vi el mar, cuando me qued horas mirndolo igual que lo hago ahora, sin cansarme, sin comer, sin fumar, sin hablar, solo hasta confundirme con la bruma esperando que me cubra para saber que no somos ms que una parte de ella Vctor debera enterarse. No lo quiero amargar. Pero siento que lo estoy engaando de algn modo. Quin sabe. Le digo a Stella que ha regresado que se ponga frente al teclado que le empezar a dictar. Ella ya ha pasado con sus dedos mi segunda y tercera novela y est diestra. Slo hay que esperar que se duche, tome ese caf ritual, me lleve al campanario abandonado donde tenemos la oficina porque el cura es viejo y nos permite usarlo de escritorio a cambio que se lo mantengamos limpio y sonoro a la hora de las campanadas de medianoche. Somos como guardianes de faro en la niebla de las noches. La ma, es una bruma superior, adiestrada y convive en un todo con mi cuerpo. Ac Vctor, el Lechuza, podra pararse junto a m y narrarme lo que presiento debajo: los peones, la campia florida, las nubes grisadas que Stella me enuncia y el lejano mar en un pedacito del cuadro, a la izquierda me hace saber que existe. Llega y me anuncia que est lista, me pone un cigarrillo en los labios y la infaltable granadina en mi mano. No, no vale la pena decirle nada a Vctor. Que lo extrao, que estoy bien y feliz en esta isla de rocas y de aceitunas, que escribe tan bien como yo que se supone soy un narrador profesional segn cuentan y que me han dejado tan ciego como el perro en el poema de Neruda. abonizio@hotmail.com
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