Historia KARL BÖHMER

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HISTORIA CONTEMPORNEA DE AMRICA LATINA


Autor Compilador: Karl Bhmer

* Slo uso con fines educativos

Libertad 53 / Santiago / Chile Fono: 386 6422 www.uarcis.cl

ndice
I Programa de la Asignatura 1.1. Descripcin General 1.2. Objetivos 1.3. Contenidos 1.4. Evaluacin 1.5. Bibliografa Bsica II Introduccin General a las Unidades III Bibliografa Fundamental Lectura N 1 Bethell, Leslie (ed.), Los Orgenes de la Independencia Hispanoamericana, en Historia de Amrica Latina, (T. 5 Lectura N 2 Bethell, Leslie, (ed.), Economa y Sociedad (Cap. I), en Historia de Amrica Latina, (T. 6) Lectura N 3 Bethell, Leslie, Argentina, 1946-c. 1990, en Historia de Amrica Latina (T.15) Lectura N 4 Hofman, Andr A., The Economic Development of Latin America in the Twentieth Century Lectura N 5 Rouqui, Alain, Extremo Occidente, Introduccin a Amrica Latina Lectura N 6 J. Roberts Timmons and Nikki Demetria Thanos, Trouble in Paradise. Globalization and Environmental Crises in Latin America 5 5 5 5 6 6 8 11 11 49 84 161 184 325

I Programa de la Asignatura
1.1. Descripcin General El Seminario Historia Contempornea de Amrica Latina es una asignatura correspondiente al primer semestre del programa del Doctorado en Cultura y Educacin en Amrica Latina. Es una instancia de formacin reflexiva en la cual se trata de revisar historiogrficamente los procesos sociales, culturales, econmicos y ambientales que han estructurado la formacin de la llamada Amrica Latina Contempornea. 1.2. Objetivos Generales: Entender los fenmenos actuales de Amrica Latina teniendo como antecedentes el conocimiento y anlisis del pasado. Desarrollar la capacidad de anlisis de los problemas sociales del continente en una perspectiva histrica. Conocer las grandes lneas del desarrollo de Amrica Latina en su perodo nacional. Especficos: Conocer y comprender la relacin de Amrica Latina con la historia universal. Entender la relacin entre lo general y lo particular en los pases latinoamericanos. 1.3. Contenidos Introduccin a. Proyeccin de una visin de Amrica Latina y debate con los alumnos sobre que es el continente. b. Situacin y problemtica actual (diagnstico hecho por los alumnos) I Unidad Los antecedentes histricos: - Amrica Latina de la independencia a la Primera Guerra Mundial - Sociedad y Cultura Las transformaciones de Amrica Latina hasta la crisis estructural de los aos 1970: - La crisis del 30 y su impacto en la regin: autoritarismos y populismos - USA Latinoamrica: del Big Stick a la Guerra Fra. LA URSS y Amrica Latina - De la sustitucin de las importaciones al estado desarrollista - La cultura de la Guerra Fra en Amrica Latina: la Voz de Amrica, Plstico, Coca Cola, el Che y Macondo

II Unidad De las transiciones a la democracia a la actualidad: - Los aos del autoritarismo, la Crisis de la Deuda y la transicin a la democracia 1970 1990 - Los cambios sociales, polticos y culturales: los desafos actuales 1.4. Evaluacin El trabajo en historia en el Doctorado est definido por los siguientes parmetros: El trabajo final debe ser un ARTCULO, de a lo menos 15 carillas, asumiendo una problemtica contextualizada histricamente: esto no quiere decir que se haga una introduccin en forma de historia narrando un fenmeno pasado, sino que se asuma el reto de contextualizar puede ser en la actualidad la cuestin abordada en los procesos histricos de larga duracin. El primer trabajo ser un PROYECTO del artculo, de a lo menos 5 a 6 carillas con las siguientes caractersticas: - Introduccin y presentacin del tema - Discusin bibliogrfica sobre el tema - Objetivos e hiptesis - Bibliografa ampliada El artculo final deber cumplir con los criterios que definen las revistas cientficas como tal: por ejemplo ver www.polis.cl etc. Cul es la dimensin histrica del artculo? Para este curso la dimensin histrica es la relacin de los hechos analizados en el mismo con una contundente reflexin sociolgica y temporal en la que se materialice el vnculo del objeto analizado con los fenmenos socio-histricos de larga duracin en el continente. 1.5. Bibliografa Bsica Alperovich, M.; Sliezkin, L. Historia de Amrica Latina. 1 ed. Mxico D.F.: Quinto Sol, 1983. Bethell, Leslie. Ed. Historia de Amrica Latina. Barcelona.: Crtica, 1992 varios volmenes. Beyhaut Gustavo y Hlne. Amrica Latina III de la Independencia a la Segunda Guerra Mundial. Mxico D.F. Siglo XXI Editores 7 edicin 1999, Volumen 23 Historia Universal Siglo XX. Chaunu, Pierre. Historia de Amrica Latina. 8 ed. Buenos Aires. AR: EUDEBA, 1976.

Chevalier, Francois. Amrica Latina: de la independencia a nuestros das. Barcelona. ES: Ed. Labor, 1983. Del Pozo Jos. Historia de Amrica Latina y del Caribe 1825 2001. Santiago, Lom, 2002. Di Tella Torcuato S. Historia de los partidos polticos en Amrica Latina siglo XX. Santiago de Chile. Fondo de Cultura Econmica, 1997 Primera Reimpresin. Halperin, Tulio. Historia Contempornea de Amrica Latina. 13. ed. Madrid: Alianza, 1990, 772 p. Hofman Andr. The Economic Development of Latin America in the Twentieth Century. Cheltenham, UK, Edward Elgar Publishing Limited, 2000. Lowenthal Abraham F. y Greogory F. Treverton. Amrica Latina en un Mundo Nuevo Mxico D.F. Fondo de Cultura Econmica, 1996. Roberts J. Timmons and Nikki Demetria Thanos. Trouble in Paradise. Globalization and Environmental Crises in Latin America. New York Routledge, 2003. Rouqui, Alain. Amerique Latine: introduction a lextrme-occident. 1 ed. Paris. FR: du Seuil, 1987. William Miller Shawn 2007 An environmental history of Latin America. New York, Cambridge University Press, 2007. Vargas-Hernndez Jos. Algunos mitos, estereotipos, realidades y retos de Latinoamrica (documento Web). Van Dijk Teun (Coord.) Racismo y Discursos en Amrica Latina. Barcelona, Editorial Gedisa, 2007. Recursos en INTERNET
AMRICA LLATINA: HISTRIA I PRESENT Universitat de Valncia Estudi General http://www.uv.es/~jalcazar/ Don Mabrys Historical Text archives http://historicaltextarchive.com/ Environmental History of America (Bibliografa) http://www.stanford.edu/group/LAEH/index.htm Earth trends. The environmental information portal. http://earthtrends.wri.org/ Materiales que abordan grandes temas histricos que cubren reas mayores que un pas http://uab.es/historia/hn070202.htm Organizacin de los Estados Americanos (OEA) http://www.oas.org/defaultesp.htm Worldwatch Institute http://www.worldwatch.org/

UNESCO http://www.unesco.cl Biodiversidad en Amrica Latina http://www.biodiversidadla.org/ CEPAL http://www.cepal.org/

II Introduccin General a las Unidades


La actual propuesta de seminario de Historia Contempornea de Amrica Latina tiene como objetivo introducir a una reflexin crtica, distanciada y sobre todo actual de los rasgos histricos que se manifiestan en nuestras sociedades. El seminario no pretende entregar una visin pre hecha y teleolgica de la historia de lo que solemos llamar Amrica Latina, sino ofrecer una la oportunidad de construir por parte de los y las participantes una nueva interpretacin propia de lo que ha sido la historia de los pueblos que conforman el continente y en especial los elementos socio-econmicos de largo aliento que nos determinan en la actualidad. La ctedra NO tiene una respuesta a las grandes interrogantes de los caminos y avatares que han tomado las sociedades del continente, slo pretende introducir a los grandes desafos que quedan por efectuarse: como generar una relacin efectiva entre nacin y Estado; lograr un estado eficiente, eficaz, incluyente y democrtico regido por una burocracia profesional; las dificultades de estructurar una economa que supere vivir de los recursos naturales y finalmente discutir en torno a cmo se puede construir una sociedad inclusiva, igualitaria y que se base en el respeto de la dignidad y heterogeneidad de los pueblos que construyen nuestras naciones. Los principales temas a tratar en el seminario son los siguientes: Buscando los fenmenos histricos de larga duracin o los desafos actuales y sus orgenes histricos nos topamos y reflexionamos en primer trmino en torno a la comnmente denominacin de Amrica Latina. Qu es eso de Amrica? Qu dimensin tiene eso de Latina? Tiene ello una acepcin cultural o tnica? Qu significa esta denominacin para nosotros hoy y en qu sentido da nombre a la propuesta de curso de doctorado? Qu significa para cada uno de los matriculados en dicho curso? Como todos sabemos la denominacin fue inventada por el filsofo y poltico chileno Francisco Bilbao (1823 1865) y ha tenido una carrera de significados extraordinaria. Pero sobre todo, llena de confusin y de usos errneos se ha convertido en nomen et omen de toda aquella parte del continente americano que no fuera colonizado por ingleses a partir del siglo XVII. Discutir hoy en da su significado para las actuales generaciones es, segn este seminario, un ejercicio intelectual de primera importancia ya que el significado del trmino ha sido llenado de sentidos negativos: retraso, expoliacin deliberada por los otros, inferioridad, entre muchos otros contenidos negativos. Lo que deben hacer los actuales intelectuales del continente es asumir llenar de nuevo significado y contenido esta palabra que se ha vuelto un slogan vaco. La lectura de A. Rouqui y las sugeridas en la bibliografa adjunta, invitan a una relectura de la denominacin Amrica Latina y a definir en, trminos contemporneos, lo que vamos a entender con la misma. Una de la cuestiones ms fascinantes de la historia de nuestro continente americano, es que desde Canad a la Patagonia somos an una conquista no asimilada (Benz/Graml

1990) en la que la mayora de la poblacin originariamente conquistada y desplazadas sus lites del poder, siguen marginadas y constituyendo a los pobres y despreciados de nuestro continente. Ello lleva a su vez a la prevalencia del racismo en el continente, a veces ms o menos obvio, y que en la parte Sur del mismo se manifiesta en la pigmentocracia (Rouqui) o el orden de estructuracin social basado en la pigmentacin de la piel y en el Norte, hasta los aos 1950, en leyes segregacionistas. Un orden social que sigue como en toda sociedad de conquistadores valorando la tenencia de la tierra ms all de su valor econmico para darle el valor simblico de seoro. Sin embargo, como nos indica muy bien Rouqui, ello no slo es producto de esta conquista no asimilada sino tambin de estructura mentales y culturales propias de la Europa del Sur y mediterrnea. As, se va conformando un panorama en el cual Amrica es una extensin socio-cultural de las dos Europas y en la cual siguen existiendo estructuras propias de sociedades productos de conquistas histricamente recientes. Interesantes lectura adicional la pueden consultar en el libro editado por Teun A. van Dijk (2007) Racismo y discurso en Amrica Latina, mencionado en la bibliografa. Otra de las grandes discusiones en torno a la historia social de Amrica llamada Latina es sin duda el rol que le caben a las oligarquas, clases medias y asalariados de todos los sectores de la economa en la configuracin del panorama poltico de la regin y los movimientos polticos que se han constituido, como en el resto del mundo, a partir de propuestas ideolgicas e intereses de grupos sociales especficos. La lecturas que se ofrecen abordan dichos temas desde la historiografa poltica social tradicional (Bethell) hasta la sociologa histrica de Rouqui y su hiptesis de una Amrica Latina profundamente arraigada en las sociedades de la Europa meridional. Muy ligado a ello tenemos las reflexiones relativas a la constitucin del estado, la democracia y el permanente protagonismo de actores polticos informales como los caciques locales, los militares y el fenmeno poltico-social-cultural de los caudillos. La conformacin de repblicas legitimadas por las ciudadanas, de regmenes democrticos profundos y de partidos polticos masivos no es slo una historia problemtica para nuestra parte del continente americano, sino para ambas costas del Atlntico. La constitucin de estados nacionales con burocracias profesionales y legtimas frente a sus poblaciones es un fenmeno reciente y estuvo marcada por perodos de dictaduras, guerras civiles y otros fenmenos de ilegitimidad y arbitrio. Por lo tanto, la historia de la construccin de la democracia en Amrica Latina no es muy diferente a los pases europeos y de Norteamrica. No hay que olvidar en este contexto, que los Estados Unidos de Amrica recin encuentran un rgimen estatal legtimo para todo el mundo despus de la Guerra de Secesin (1861-65) y Alemania Federal lo hace recin a partir del 1949, por ende, es de muy corta data. La incorporacin efectiva al Imperio Espaol hasta 1810 hace a la regin partcipe en la discusin y la conceptualizacin del moderno estado Nacin. No somos unos llegado tarde al hecho ni se nos ha impuesto una racionalidad estatal ajena: ello es cierto en frica o Asia, sin embargo el continente americano fue parte integral y actor en la conformacin de las entidades y estructuras administrativas estatales contemporneas. Lo que s queda por dilucidar y es preciso discutir es cmo se desarrollarn estas formas de poder en una poca en la que globalmente hay una creciente desafeccin por la democracia representativa, los partidos polticos han perdido credibilidad y poder de representacin y los estados an no cumplen con implementar una relacin de respeto y reconocimiento de la dignidad plena de los individuos. 9

Parte de esta problemtica tiene que ver sin lugar a dudas, al mayor de todos los desafos: lograr la superacin de la pobreza, la efectiva inclusin de los pueblos en las economas, la creacin de respuestas a los desafos del desarrollo que incluya los aspectos humanos y la adecuacin de las economas a los flujos energticos de la bisfera. La reflexin sobre los desafos de la llamada economa lo abordaremos principalmente basados en las reflexiones de A. Hoffman (2000) con sus aproximacin clsica de la historia de la economa de Amrica Latina nos libera de las visiones estructuralistas y neo estructuralistas de los autores cepalianos y nos abre nuevas dimensiones de interrogantes para explicarnos nuestra situacin econmica en el concierto mundial. All se sealan de nuevo aspectos cruciales: la tradicin de la exportacin de recursos naturales, la falta de capital por parte de las elites, la falta de una educacin, la inflacin estructural que empobreci al continente por dcadas, la falta de autonoma e las instituciones emisoras y una inclusin efectiva de la totalidad de la poblacin en la sociedad y la economa, para nombrar las ms relevantes. La desigualdad, tan caracterstica de la sub-regin, es, sin lugar a dudas, una de las causas ms visibles de la perpetuacin de la pobreza y de la crisis financiera de la regin. El experimento de copiar el modelo sovitico de planificacin econmica e industrializacin en los aos 30 hasta 60 del siglo recin pasado no abord los problemas de financiacin de este modelo por medio de impuestos como se hiciera en Europa y llev a que a finales de los aos 60 se produjera el colapso del modelo y del Estado Desarrollista asociado al mismo, y la consecuente aparicin, en la mayora de los estados de la regin de dictaduras que en el caso chileno van a instalar un modelo de estado casi corporativista-catlico con una economa liberal clsica. Otros de los retos de la sub-regin se encuentran en los procesos de integracin y de incorporacin de sta al proceso de globalizacin. Sus efectos, a largo plazo, an no pueden mesurarse, sin embargo la tendencia a la autarqua y al aislamiento de los estados y sus economas en la subregin hacen bien poco viable las endebles propuestas de integracin como lo demuestra la historia de la ALALC y el recientemente creado Mercosur. A ello hay que aportar la visin historiogrfica aportada por autores como J. Timmons Roberts y Nikki Demetria Thanos (2003) con la evaluacin de los desafos ambientales y los principales orgenes histricos de la desmejorada situacin de la bisfera en los biomas de nuestro continente. La degradacin del medio ambiente, producto netamente humano y cultural de nuestra especie, no debe ser entendido slo como consecuencia de la incorporacin al tradicional mercado de recursos naturales en esta economa globalizada, sino tambin como consecuencia del alejamiento de la bisfera que hemos tenido como seres citadinos desde Ur, pasando por Tikal y las actuales mega ciudades que pueblan la regin. Los desafos heredados de los procesos histricos estn ah, a nuestra vista. Est en los intelectuales de la regin y el mundo reflexionar en torno a ellos y construir nuevas repuestas y sobre todo, respuestas que asuman nuestra responsabilidad en las falencias actuales y en la superacin de vernos como una regin vctima y de construirnos como un actor global activo, creativo y capaz de entregar una respuesta humana a los desafos expuestos.

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III Bibliografa Fundamental Lectura N 1 Bethell, Leslie (ed.), Los Orgenes de la Independencia Hispanoamericana, en Historia de Amrica Latina, (T. 5), Barcelona, Espaa, Editorial Crtica S.A., 1991, pp. 1 - 40.
Captulo 1 Los Orgenes de la Independencia Hispanoamericana Espaa era una metrpoli antigua, pero sin desarrollar. A fines del siglo XVIII, despus de tres siglos de dominio imperial, Hispanoamrica an encontraba en su madre patria un reflejo de s misma, ya que si las colonias exportaban materias primas, lo mismo haca Espaa; si las colonias dependan de una marina mercante extranjera, lo mismo suceda en Espaa; si las colonias eran dominadas por una elite seorial, sin tendencia al ahorro y a la inversin, lo mismo ocurra en Espaa. Pero, por otro lado, las dos economas diferan en una actividad, ya que las colonias producan metales preciosos y la metrpoli no. Sin embargo, a pesar de existir esta excepcional divisin del trabajo, sta no beneficiaba directamente a Espaa. He aqu un caso extrao en la historia moderna: una economa colonial dependiente de una metrpoli subdesarrollada. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la Espaa borbnica hizo balance de s misma y busc la manera de modernizar su economa, sociedad e instituciones. La ideologa reformista era de inspiracin eclctica y se planteaba objetivos pragmticos; el punto de arranque de las reformas se estableci en la propia situacin espaola, especialmente en lo referente a la disminucin de la productividad. Las soluciones se buscaron en diferentes escuelas de pensamiento; as, las ideas de los fisicratas se invocaban para establecer la primaca de la agricultura y el papel del Estado; el mercantilismo, para justificar una explotacin ms eficaz de los recursos de las colonias; el liberalismo econmico, para erradicar las restricciones comerciales e industriales. La Ilustracin tambin ejerci su influencia, pero sta se dio no tanto en el campo de nuevas ideas polticas o filosficas como en la preferencia por la razn y la experimentacin, entendidas como opuestas a la autoridad y la tradicin. Si bien estas tendencias divergentes pudieron existir conjuntamente en la mente de los intelectuales, ayudan a explicar la inconsistencia de las formulaciones polticas, as como que la modernidad luchara al lado de la tradicin. El deseo principal consista ms en reformar las estructuras existentes que en establecer otras nuevas, y el principal objetivo econmico resida ms en mejorar la agricultura que en promover la industria. El gran crecimiento demogrfico del siglo XVIII presion sobre la tierra. El nmero de espaoles aument un 57 por 100, pasando de los 7,6 millones de principios de siglo a los 12 de 1808. La creciente demanda de productos agrcolas, tanto en Espaa como en el mercado internacional, hizo subir los precios y las ganancias de los propietarios. Al mismo tiempo, el crecimiento de la poblacin rural origin una gran demanda de tierra, y las rentas empezaron a subir incluso en mayor grado que los precios. Ahora ms que nunca, resultaba de vital importancia mejorar las tcnicas, comercializar la produccin y abatir los obstculos que impedan el crecimiento. La ley de granos de 1765 aboli la tasa sobre stos, permitiendo el libre comercio de cereales en

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Espaa y su exportacin, excepto en tiempos de escasez. En 1788, los propietarios obtuvieron el derecho a cercar sus tierras y a arar tierras de pasto. Hubo una distribucin limitada de tierras de patrimonio real, municipales y eclesisticas. Por otro lado, las regulaciones del comercio libre, desde 1765, hicieron desaparecer las peores restricciones que pesaban sobre el comercio con la Amrica espaola. Las mejoras econmicas no conllevaron un gran cambio social. Entre los reformadores gubernamentales que deseaban aumentar la produccin de alimentos, los propietarios sobre todo miembros de la nobleza y del clero, que queran maximalizar sus ingresos, y los exportadores, que buscaban nuevos mercados, existan intereses coincidentes. Pero apenas se dejaba entrever una incipiente clase media. Los comerciantes eran activos en el comercio de ultramar, mientras que en algunas provincias de la Pennsula surgan nuevos fabricantes. En Catalua se haba desarrollado una moderna industria algodonera y lanera que exportaba a Amrica va Cdiz y estaba buscando unos puntos de salida ms directos. Los comerciantes y los manufactureros queran liberalizar el comercio an ms, y esperaban encontrar en Amrica los mercados que no se podan asegurar en Espaa. De hecho, se anticiparon al comercio libre y se aprovecharon de l. Espaa, sin embargo, perdi la oportunidad de efectuar un cambio fundamental en el siglo XVIII y termin por abandonar el camino de la modernizacin. Pareca que los castellanos no deseaban acumular capital para invertirlo en la industria, ni tan siquiera en el fomento de la industria popular (las industrias artesanales, tan queridas por algunos reformadores), y preferan en cambio adquirir ms tierra e importar productos suntuarios. Los proyectos de reforma agraria se vieron frustrados por la apata del gobierno y la oposicin de poderosos intereses; los ingresos agrcolas permanecieron bajos y de este modo obstaculizaron el desarrollo de un mercado nacional necesario para la industria. La infraestructura se encontraba asimismo en franca obsolescencia. Hacia 1790 el sistema de transportes era incapaz de cubrir la demanda existente o de satisfacer las necesidades de una poblacin creciente; el transporte fue un grave obstculo que impidi el crecimiento econmico de Castilla y la priv de desarrollar su propia industria o bien de convertirse en un mercado para la industria de otras regiones. Catalua y otras zonas martimas encontraban ms fcilmente mercados y fuentes de materias primas en el exterior, por va martima, que en Castilla por tierra. Por ltimo, a excepcin de las ciudades catalanas y de unos cuantos puertos del norte de Espaa, la organizacin mercantil era dbil. A pesar del soporte del Estado, la trayectoria de la mayora de las compaas comerciales era poco impresionante, padeciendo como padecan falta de capital y lentitud de las transacciones, especialmente las que se hacan con Amrica. La infraestructura comercial estaba tan atrasada que, aunque Espaa produca suficiente grano, las regiones costeras a menudo tenan que importarlo, mientras que tambin se perdan las ocasiones de poderlo exportar: no hablemos de los 60.000 barriles de harina que por lo menos necesita la isla de Cuba y que podan y deban enviarse de Espaa, lucrndose nuestra agricultura de ms de 20.000.000 de reales que sacan anualmente de aquella colonia los anglo-americanos por este artculo.1 Es verdad que en la segunda mitad del siglo XVIII existi una cierta recuperacin econmica en la que la industria catalana y el comercio colonial tuvieron su propio peso. Pero Espaa continu teniendo una economa esencialmente agraria, y el comercio exterior
Correo Mercantil, 25 octubre 1804, referencia en Gonzalo Anes, Las crisis agrarias en la Espaa Moderna, Madrid, 1970, p. 312.
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fue considerado sobre todo como salida de productos agrcolas. En ltima instancia, las medidas modernizadoras del reinado de Carlos III (1759-1788) se concibieron para revitalizar el sector tradicional de la economa y pusieron en evidencia ms que nunca que el mundo hispnico no estaba construido sobre la divisin de trabajo entre la metrpoli y las colonias, sino sobre ominosas similitudes. Las viejas estructuras sobrevivieron y el movimiento reformista se colaps en medio del pnico producido por la Revolucin francesa y la consiguiente reaccin durante el reinado de Carlos IV (1788-1808). El xito de la monarqua absoluta dependa entre otras cosas del carcter del monarca. Bajo Carlos IV la monarqua perdi toda credibilidad como gestora de la reforma. Los hombres de gobierno dieron paso a los cortesanos y la designacin de Manuel Godoy signific un retorno a las prcticas de los ltimos Habsburgo; el nuevo primer secretario fue un valido clsico, que no deba su situacin a ninguna cualidad personal, sino tan slo al favor real. Godoy trat a Amrica como si fuera exclusivamente una fuente proveedora de metales preciosos y a sus gentes como simples contribuyentes. Entre tanto, si Hispanoamrica no poda tener en Espaa a un abastecedor industrial y a un socio comercial, exista otra alternativa. Durante el siglo XVIII la economa britnica estaba efectuando un cambio revolucionario, y de 1780 a 1800, cuando la Revolucin industrial se torna realmente efectiva, experiment un crecimiento comercial sin precedentes que se basaba principalmente en la produccin fabril de tejidos. Fue entonces cuando la industria algodonera del Lancashire conoci su gran expansin, mientras la produccin de hierro y acero mostraba tambin una importante tasa de crecimiento. Francia, el primer pas en seguir el ejemplo de Gran Bretaa, an se encontraba rezagada en cuanto a productividad y la distancia an se acrecent ms, a partir de 1789, durante la guerra y el bloqueo. En este momento, Gran Bretaa no tena virtualmente rival. Se exportaba una proporcin sustancial posiblemente en torno a un tercio de toda la produccin industrial. Hacia 1805, la industria algodonera exportaba el 66 por 100 de su produccin total, la lanera el 35 por 100 y el hierro y el acero el 23,6 por 100. A lo largo del siglo XVIII el comercio britnico haba ido contando de forma creciente con el mercado colonial. Mientras que a principios de siglo el 78 por 100 de las exportaciones britnicas se dirigan a Europa, a finales del mismo los mercados protegidos de las potencias europeas rivales de la Gran Bretaa absorban tan slo el 30 por 100, Norteamrica otro 30 por 100 y el 40 por 100 restante se diriga a todas las partes del mundo, lo que en realidad significa hacia el imperio britnico, especialmente a las Indias Occidentales (25 por 100), incluidas las colonias americanas de Espaa. De hecho, la nica limitacin existente en la expansin de las exportaciones britnicas en los mercados coloniales era el poder adquisitivo de sus clientes, y ste dependa de lo que ellos podan ganar con sus exportaciones a Gran Bretaa. Si bien la Amrica espaola slo generaba una limitada gama de productos exportables a Inglaterra, dispona de un medio de intercambio vital: la plata. En consecuencia, Gran Bretaa apreciaba su comercio con la Amrica espaola y busc el medio de expandirlo, ya fuera a travs del comercio de reexportacin desde Espaa, ya fuera a travs de las redes de contrabando existentes en las Indias Occidentales y el Atlntico sur.

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Estos factores, desde luego, no significaron una poltica britnica de carcter imperialista en Hispanoamrica, ni un propsito de expulsar de ella a Espaa por la fuerza. El gobierno britnico no tena proyectos ni de conquista ni de liberacin. A pesar de las presiones ejercidas por los exiliados hispanoamericanos y de las incitaciones de los interesados comerciantes, Gran Bretaa se mantuvo al margen. El argumento comercial esgrimido para forzar su intervencin en Hispanoamrica fue considerado suficiente como para justificar la lucha por abrir nuevos mercados. Hasta la crisis de los aos 1806-1807, cuando pareca que el continente europeo quedara cerrado a las exportaciones britnicas, las salidas existentes se consideraban adecuadas. El mercado hispanoamericano, aunque era valioso y lo suficientemente importante como para que se incrementara hasta donde fuera 14

posible, nunca fue tan vital como para exigir su incorporacin al imperio britnico. Sin embargo, el mercado se haba mostrado vulnerable a la penetracin britnica y los consumidores se mostraron dispuestos. Durante los aos de guerra con Espaa, especialmente despus de 1796, cuando la flota britnica bloque Cdiz, las exportaciones britnicas cubrieron la consiguiente escasez en las colonias espaolas. El contraste entre Gran Bretaa y Espaa, entre crecimiento y estancamiento, entre potencia y debilidad, ejerci un poderoso efecto en la conciencia de los hispanoamericanos. Adems, exista otro componente psicolgico: si una potencia mundial como Gran Bretaa poda perder la mayor parte de su imperio Americano, con qu derecho perduraba el de Espaa? El imperio espaol en Amrica descansaba en el equilibrio de poder entre varios grupos: la administracin, la Iglesia y la elite local. La administracin ostentaba el poder poltico, pero su poder militar era escaso y asentaba su autoridad en la soberana de la corona y en sus propias funciones burocrticas. La soberana secular estaba reforzada por la de la Iglesia, cuya misin religiosa se apoyaba en el poder jurisdiccional y econmico. Pero el mayor poder econmico estaba en manos de las elites, propietarios rurales y urbanos, que englobaban a una minora de peninsulares y a un mayor nmero de criollos. En el siglo XVIII, las oligarquas locales, basadas en importantes intereses territoriales, mineros y mercantiles, y en los estrechos lazos de amistad y de alianza con la burocracia colonial, con el crculo del virrey y con los jueces de la audiencia, as como en un fuerte sentido de identidad regional, estaban bien establecidas a lo largo de toda Amrica. La debilidad del gobierno real y su necesidad de recursos permitieron a estos grupos desarrollar efectivas formas de resistencia frente al distante gobierno imperial. Se compraban oficios y se realizaban tratos informales. Al ceder ante las presiones y al tratar de evitar los conflictos la burocracia tradicional reflejaba dicha situacin, y de hecho se converta no en el agente del centralismo imperial, sino en un intermediario entre la corona espaola y sus sbditos Americanos; vena a ser ms bien una delegacin burocrtica que el instrumento de un Estado centralista. Los Borbones encontraron esta situacin del todo inaceptable. La poltica borbnica alter la relacin existente entre los principales grupos de poder. La propia administracin fue la primera en perturbar el equilibrio. El absolutismo ilustrado fortaleci la posicin del Estado a expensas del sector privado y termin por deshacerse de la clase dominante local. Los Borbones revisaron detenidamente el gobierno imperial, centralizaron el control y modernizaron la burocracia; se crearon nuevos virreinatos y otras unidades administrativas; se designaron nuevos funcionarios, los intendentes, y se introdujeron nuevos mtodos de gobierno. stos consistan en parte en planes administrativos y fiscales, que implicaban al tiempo una supervisin ms estrecha de la poblacin Americana. Lo que la metrpoli concibi como un desarrollo racional, las elites locales lo interpretaron como un ataque a los intereses locales. Por ejemplo, los intendentes sustituyeron a los alcaldes mayores y a los corregidores, funcionarios que tenan una larga experiencia en conciliar intereses encontrados. No obtenan sus ingresos de un sueldo, sino a travs de actividades mercantiles, tales como comerciar con los indios que tenan bajo su jurisdiccin, avanzar capital y crdito, proporcionar instrumentos de trabajo y materias primas y ejercer un monopolio econmico en su distrito. Sus avaladores financieros los comerciantes especuladores de las colonias garantizaban unos ingresos y gastos a los funcionarios entrantes, quienes as forzaban a los indios a tomar prstamos en metlico y en suministros para que cultivaran productos exportables o simplemente para que consumieran productos adicionales. En esto consista el conocido repartimiento de comercio, y a travs de l se satisfacan distintos grupos de intereses. Los indios se vean 15

forzados a producir y a consumir, los funcionarios reales reciban un salario, los comerciantes obtenan productos agrarios exportables y la corona se ahorraba los sueldos. Sin embargo, el precio le resultaba caro en otros aspectos, pues supona abandonar el control imperial frente a las presiones locales. Esta prctica estaba muy extendida en Mxico, y en Per influy en la gestacin de la rebelin indgena de 1780. Los reformadores espaoles decretaron la abolicin de todo el sistema en nombre de una administracin racional y humana. La Ordenanza de Intendentes (1784 en Per, 1786 en Mxico), instrumento bsico de la reforma borbnica, acab con los repartimientos y sustituy a los corregidores y a los alcaldes mayores por los intendentes, que eran asistidos por subdelegados en los pueblos de indios. La nueva legislacin introdujo funcionarios remunerados y garantiz a los indios el derecho a comerciar y a trabajar como quisieran. La reforma administrativa no funcion como se esperaba. Los intereses coloniales, tanto los de los peninsulares como los de los criollos, consideraron paralizante la nueva poltica y se resentan de la inusitada intervencin de la metrpoli. La abolicin de los repartimientos constitua una amenaza no slo para comerciantes y terratenientes, sino tambin para los indios mismos, poco acostumbrados a utilizar dinero en un mercado libre y dependientes del crdito para la adquisicin de ganado y de mercancas. Cmo se podra ahora incorporar a los indios a la economa? Los capitalistas privados dudaron en introducirse en el lugar que antes ocupaban los funcionarios y avanzar crdito porque teman que fuese ilegal. As pues, hubo confusin y la produccin y el comercio salieron perjudicados. Algunos esperaban la supresin de las intendencias y la reposicin de los repartimientos. Otros se tomaron la ley por su cuenta. En Mxico y Per, reapareci el repartimiento, ya que los subdelegados queran redondear sus ingresos, los propietarios deseaban ejercer control sobre la mano de obra y a los comerciantes les interesaba restablecer los viejos mercados. Despus de un corto trasiego, la poltica de los Borbones fue saboteada en las colonias mismas; las elites locales respondieron de forma negativa al nuevo absolutismo y pronto tendran que decidir si queran hacerse con el poder poltico a fin de evitar nuevas medidas legislativas ilustradas. Los Borbones del mismo modo que fortalecieron la administracin, debilitaron la Iglesia. En 1767 expulsaron de Amrica a los jesuitas; unos 2.500 individuos, la mayora de ellos americanos, tuvieron que marchar de su propia tierra, as como de sus misiones. La expulsin fue un ataque a la parcial independencia que tenan los jesuitas y a la vez una reafirmacin del control imperial. Porque en Amrica los jesuitas gozaban de gran libertad; en Paraguay tenan un enclave fortificado; sus haciendas y otras formas de propiedad les confera un poder econmico independiente, que se fue incrementando gracias a sus xitos en diferentes actividades empresariales. A largo plazo, los hispanoamericanos fueron ambivalentes respecto a la expulsin. Por una parte, los bienes de los jesuitas, expropiados en 1767, sus extensas tierras y sus ricas haciendas, fueron vendidas a la gente ms rica de las colonias, es decir, a las familias criollas que contaban con suficiente numerario como para participar en las subastas. Sin embargo, de una forma ms inmediata, los hispanoamericanos consideraron la expulsin como un acto de despotismo, un ataque directo contra sus compatriotas y a sus propios pases. De los 680 jesuitas expulsados de Mxico, cerca de 450 eran mexicanos; de los aproximadamente 360 expulsados de Chile, cerca del 58 por 100 eran chilenos, mientras que el 25 por 100 eran espaoles y el resto proceda de distintos puntos de Europa y de Amrica. Su exilio de por vida provoc gran resentimiento no slo entre ellos, sino tambin entre sus familias y los simpatizantes que dejaron atrs. 16

Todo privilegio es odioso, dijo el conde de Campomanes. Cuestin esencial de la poltica borbnica fue su oposicin a las corporaciones que posean privilegios especiales dentro del Estado. La encarnacin del privilegio era la Iglesia, cuyos fueros le daban inmunidad frente a la jurisdiccin civil y cuya riqueza la convirti en la principal fuente de inversin de capitales en la Amrica espaola. El poder de la Iglesia, aunque no su doctrina, fue uno de los blancos principales de los reformistas borbnicos. Buscaron la manera de poner al clero bajo la jurisdiccin de los tribunales seculares y a lo largo del intento recortaron de forma creciente la inmunidad eclesistica. Despus, cuando las defensas de la Iglesia se debilitaron, quisieron poner sus manos sobre sus propiedades, ante lo que el clero reaccion vigorosamente. Si bien no se enfrent al regalismo borbnico, se resinti amargamente de la violacin de sus privilegios personales. Resisti ante la poltica borbnica y en muchas ocasiones recibi el apoyo de laicos piadosos. El bajo clero, cuyo fuero constitua virtualmente su nica ventaja material, fue el ms afectado y de entre sus filas, particularmente en Mxico, se reclutaran muchos de los oficiales insurgentes y jefes de la guerrilla. El ejrcito constitua otro foco de poder y privilegios. Espaa no dispona de los medios para mantener grandes guarniciones de tropas peninsulares en Amrica y se apoyaba principalmente en milicias de americanos, reforzadas por unas pocas unidades peninsulares. A partir de 1760 se cre una nueva milicia y la carga de la defensa la soportaron abiertamente las economas y las tropas de las colonias. Pero las reformas borbnicas tenan a menudo consecuencias contradictorias: para estimular el reclutamiento, se confera a los miembros de la milicia el fuero militar, un estatus que daba a los criollos, y hasta cierto punto incluso a las castas, los privilegios y las inmunidades de que ya disfrutaban los militares espaoles, particularmente la proteccin de una ley militar, en detrimento de la jurisdiccin civil. Por otra parte, puesto que la defensa del imperio estaba siendo encomendada cada vez ms a la milicia colonial y era dirigida en muchas ocasiones por oficiales criollos, Espaa cre un arma que en ltima instancia poda volverse contra ella. Incluso antes de que se llegara a esta situacin, la milicia cre problemas de seguridad interna. En Per, al estallar la rebelin indgena de 1780, la milicia local se limit inicialmente a observar el movimiento, y luego fue severamente derrotada. Puesto que su eficacia y su lealtad eran dudosas, las autoridades decidieron que era un riesgo demasiado grande emplear una milicia constituida por tropas mestizas y oficiales criollos muchos de los cuales tenan sus propias quejas contra la poltica borbnica en una campaa de contrainsurgencia dirigida hacia indios y mestizos. Para aplastar la rebelin, se enviaron desde la costa unidades del ejrcito regular, dirigidas por peninsulares y compuestas en gran medida por negros y mulatos apoyados por conscriptos indgenas leales. A raz de la rebelin, Espaa adopt una serie de medidas para reforzar el control imperial. Se redujo el papel de la milicia y la responsabilidad de la defensa recay de nuevo en el ejrcito regular. Los oficiales de alto rango, tanto en las unidades regulares como en la milicia, eran ahora espaoles. Por otro lado, se restringi el fuero militar, sobre todo en el caso de los no blancos. Con ello se evit que la milicia llegara a ser una organizacin independiente y los criollos se vieron detenidos en su carrera de promocin militar. Todo ello fue fuente de resentimientos que de momento no se manifestaron abiertamente, dada la peculiar estructura social del Per. El miedo a las masas indias y mestizas fue un poderoso acicate a la lealtad entre los criollos y una potente razn para aceptar el dominio de los blancos aun cuando stos fueran peninsulares. 17

En Mxico tambin se registr una reaccin contra la participacin de los criollos en las tareas de defensa. A fines del siglo XVIII el virrey Revillagigedo estim que era una locura distribuir armas a los indgenas, negros y castas, y expres sus dudas respecto a las verdaderas lealtades de los oficiales criollos. En el fondo, los peninsulares desconfiaban de los americanos, razn suficiente como para explicar el reducido nmero de criollos que pudo ingresar en las jerarquas militares, incluso en los perodos en que Espaa no poda darse el lujo de enviar oficiales desde Europa. La leccin aprendida por los mexicanos fue que tanto el acceso a las promociones militares como en la administracin comenzaba a ser cada vez ms restringido. Aparentemente, la hostilidad oficial contra las instituciones y privilegios corporativos coincidi con una fuerte reaccin contra la participacin criolla en el gobierno. En otras regiones del imperio las crecientes necesidades defensivas probaron ser ms fuertes que los prejuicios imperiales contra los americanos. Durante el siglo XVIII Espaa reorganiz las guarniciones de las Amricas, estableciendo batallones fijos, que reforzaran las guarniciones locales en tiempos de guerra; un elemento significativo fue la estipulacin de que el ejrcito deba estar compuesto predominantemente por peninsulares, con no ms de un 20 por 100 de criollos. Esta nueva regla se aplic en La Habana y en Cartagena, mientras en Santo Domingo y Puerto Rico el lmite fue extendido a un 50 por 100. Las dificultades que presentaba en otras regiones de las Indias el reclutamiento de espaoles y su posterior transporte parecen haber limitado estas restricciones a los puertos nombrados. Sin embargo, a pesar de las restricciones, la Americanizacin de las jerarquas militares continu teniendo lugar. En 1789, de los 87 oficiales en el regimiento de Infantera de La Habana, 51 eran criollos. Aunque Jos de Glvez, ministro de Indias, discrimin contra los criollos para fortalecer la autoridad real, especialmente en Nueva Granada y en Per, la Americanizacin del ejrcito regular de las colonias prob ser un proceso irreversible. No fue estimado como un riesgo demasiado excesivo. El nuevo imperialismo no estaba basado en la militarizacin masiva para contener un enemigo interno. La corona todava haca descansar su poder sobre su antigua legitimidad y sobre el sistema administrativo colonial. Al mismo tiempo que limitaban los privilegios en Amrica, los Borbones ejercan un mayor control econmico, obligando a las economas locales a trabajar directamente para Espaa y enviar a la metrpoli el excedente de produccin y los ingresos que durante aos se haban retenido en las colonias. Desde la dcada de 1750 se hicieron grandes esfuerzos para incrementar los ingresos imperiales. Sobretodo pesaron dos medidas: por un lado se crearon monopolios sobre un nmero creciente de mercancas, como el tabaco, el aguardiente, la plvora, la sal y otros productos de consumo; por otro, el gobierno se hizo cargo de nuevo de la administracin directa de las contribuciones, cuyo cobro tradicionalmente se arrendaba. Las temidas alcabalas, o impuesto que se cobraba sobre todas las ventas, continuaron obstruyendo todas las transacciones, y ahora su tasa se elev en algunos casos del 4 al 6 por 100, mientras que su percepcin ahora se hizo ms rigurosa. Los nuevos ingresos normalmente no se gastaban en Amrica ni en trabajos ni servicios pblicos. Rpidamente se convertan en metlico que se enviaba a Espaa, desproveyendo de dinero a las economas locales. En Mxico, los ingresos reales pasaron de los 3 millones de pesos de 1712 a los 14 millones anuales de finales de siglo. Seis de estos millones iban a Madrid como ganancias netas del erario. En los aos buenos, los ingresos que proporcionaban las colonias podan representar el 20 por 100 de los ingresos del erario espaol. stos, sin embargo, descendieron casi a cero en los aos de guerra con Inglaterra, 18

sobre todo en los aos de 1797 a 1802 y de 1805 a 1808, si bien incluso entonces la corona an obtena indirectamente ingresos de Amrica, al vender letras de cambio y licencias para que los comerciantes neutrales y a veces incluso los enemigos pudieran comerciar con las colonias. A los americanos no se les consult acerca de la poltica exterior espaola, aunque tuvieron que subvencionarla a travs de impuestos crecientes y de la escasez provocada por la guerra. Adems de las quejas generales de todos los consumidores, cada sector econmico tena sus agravios particulares. Los sectores mineros de Mxico y Per entregaron sumas importantes en concepto de quinto real, de los impuestos de guerra sobre la plata, de imposiciones sobre el refinado y la acuacin, de los derechos sobre el aprovisionamiento de mercurio y plvora (que era controlado por el Estado), por no mencionar los prstamos de guerra y otras contribuciones extraordinarias. Adems, a partir de 1796, cuando la guerra con Gran Bretaa impidi el abastecimiento de mercurio desde Espaa, los mineros sufrieron graves prdidas. Entonces, se consider que las condiciones inherentes al dominio espaol eran un obstculo a la productividad y al beneficio. Pero, con todo, como la minera tena un valor extraordinario para Espaa, sta la favoreci. Desde 1775 el Estado contribuy a que el costo del producto descendiera, al reducir a la mitad el precio del mercurio y de la plvora, al eximir de alcabalas a los equipamientos y a las materias primas, al extender las facilidades del crdito y, en general, al mejorar la infraestructura de la industria. Otros sectores productivos no recibieron un trato tan privilegiado. Los intereses agrcolas, por su parte, presentaban otra serie de quejas. Los estancieros se lamentaban de los numerosos impuestos que existan en las transacciones ganaderas y las alcabalas que pesaban sobre la compra y venta de toda clase de animales; los productores de azcar y aguardientes se quejaban de los altos impuestos; y los consumidores, tanto los peninsulares como los criollos y las castas, protestaban por las contribuciones existentes sobre los productos de uso cotidiano. Aunque las cargas impositivas no convertan a sus vctimas necesariamente en revolucionarios ni hacan que exigieran la independencia, engendraban de todos modos un clima de resentimiento y el deseo de establecer cierto grado de autonoma local. Desde aproximadamente 1765 la resistencia a los impuestos imperiales fue constante y a veces violenta. Y como desde 1779, con motivo de la guerra con Gran Bretaa (1779-1783), Espaa empez a apretar las tuercas an ms, la oposicin se hizo ms desafiante. En Per, en 1780 los desrdenes criollos quedaron superados por la rebelin indgena; por otro lado, en Nueva Granada, en 1781, los criollos y los mestizos sorprendieron a las autoridades por la violencia de sus protestas. Desde 1796, a causa de una nueva guerra en Europa, las exigencias contributivas no se detuvieron, y desde 1804 se elevaron an ms. Se pidieron donaciones a las ricas familias, en Mxico ascendieron a sumas que oscilaban entre 50.000 y 300.000 pesos, y en el Per, a sumas algo menores. Se exigieron prstamos a los fondos de las pensiones militares y a otros fondos pblicos, a los de los consulados y a los de los cabildos. Sin duda, algunas de estas donaciones expresaban el patriotismo de peninsulares y funcionarios ricos, pero otras fueron forzadas y ofensivas. El mayor agravio fue el causado por el decreto del 26 de diciembre de 1804, la llamada consolidacin de vales reales, mediante la cual se ordenaba la confiscacin de los fondos de caridad que existan en Amrica y su remisin a Espaa. Al ser aplicado a Mxico, el decreto atac donde ms le dola al patrimonio de la Iglesia. La Iglesia dispona de grandes recursos de capital. En particular, las capellanas y las obras pas posean una gran reserva financiera acumulada a lo largo de los siglos gracias 19

a los legados de los creyentes. Al poner en activo estos capitales, la Iglesia actuaba como una institucin financiera, avanzando dinero a los comerciantes y a los propietarios o a cualquier persona que deseara obtener un prstamo hipotecario para poder comprar una propiedad o para cualquier otra cosa, a cambio de pagar un inters anual del 5 por 100. La principal riqueza de la Iglesia en Mxico consista en capital, ms que en bienes races, y el capital de la Iglesia era el principal motor de la economa mexicana. Con la aplicacin del decreto, las capellanas y las obras pas perdieron muchos de sus caudales; esto afect no slo a la Iglesia, sino tambin a los intereses econmicos de mucha gente que contaba con los fondos de la Iglesia para obtener capital y crdito. Entre ellos haba nobles hacendados y pequeos rancheros, propietarios urbanos y rurales, mineros y comerciantes, es decir, toda una variedad de tipos sociales, tanto espaoles como criollos. Quiz el peor perjuicio lo sufrieron un gran nmero de pequeos y medianos propietarios que no pudieron reunir el dinero con suficiente rapidez y se vieron obligados a vender sus bienes en unas condiciones altamente desfavorables. Algunos terratenientes importantes tuvieron dificultades para poder devolver el dinero, y por ello a algunos se les confiscaron y subastaron sus bienes. El clero se enoj, especialmente el bajo clero, que a menudo viva de los intereses que generaba el capital prestado. El obispo Manuel Abad y Queipo, que estimaba en 44,5 millones de pesos el valor total del capital de la Iglesia invertido o cargado en la economa mexicana los dos tercios de todo el capital invertido, hizo conocer al gobierno que la resistencia sera muy fuerte. Se desplaz personalmente a Madrid para pedir al gobierno que lo reconsiderara; Manuel Godoy, el primer ministro de Carlos IV, no le dio ninguna respuesta satisfactoria, pero a causa de las circunstancias la inmediata invasin de la pennsula por Napolen el odiado decreto fue suspendido, primero por la iniciativa del virrey (agosto de 1808) y despus de modo formal por la Junta Suprema de Sevilla (4 de enero de 1809). Mientras, se haban enviado a Espaa unos 10 millones de pesos y los funcionarios que los recaudaron, incluido el virrey, se repartieron la cantidad de 500.000 pesos en concepto de comisin. La confiscacin de la riqueza de la Iglesia fue el eptome de la poltica colonial espaola en la ltima dcada del imperio. Si bien los efectos de tal medida no condujeron a la catstrofe y la rebelin, de todos modos resultaron nefastos para Espaa. Esta medida atolondrada e ignorante alert a la Iglesia, ofendi a los propietarios y dio lugar a una crisis de confianza. Constituy un ejemplo supremo de mal gobierno, mostr la corrupcin existente entre la burocracia espaola en Mxico y el mal uso del dinero mexicano en Espaa. La imposicin rompi la unidad de los peninsulares en Mxico y puso a algunos espaoles en contra de la administracin. Para los mexicanos, el ver cmo el capital mexicano se sustraa de su economa y se enviaba a Espaa para financiar una poltica exterior en la que no podan decir nada ni tampoco tenan ningn inters, constituy la ltima prueba de su dependencia. La expropiacin uni a ricos y pobres, espaoles y criollos, en su oposicin a la interferencia imperial y en busca de un mayor control sobre sus propios asuntos. Adems, se produjo en un momento en que la creciente demanda de impuestos ya no poda justificarse como una medida que gravaba una productividad creciente o un comercio en expansin. Los reformadores borbnicos quisieron ejercer una presin fiscal creciente sobre una economa controlada y en expansin. Al principio reorganizaron el comercio colonial para rescatarlo de las manos de los extranjeros y para asegurar los retornos en beneficio exclusivo de Espaa. Su ideal era exportar productos espaoles, en barcos nacionales a un mercado imperial. Entre 1765 y 1776 desmantelaron la vieja estructura del comercio trasatlntico y abandonaron antiguas reglas y restricciones. Bajaron las tarifas, abolieron el 20

monopolio de Cdiz, abrieron comunicaciones directas entre los puertos de la pennsula y las islas del Caribe y el continente, y autorizaron el comercio entre las colonias. Se fue extendiendo un comercio, libre y protegido entre Espaa y Amrica, que en 1778 se aplic a Buenos Aires, Chile y Per, y en 1789 a Venezuela y Mxico. En las obras de la poca se dejaba bien claro que el propsito del comercio libre era el desarrollo de Espaa, y no el de Amrica; se estaba intentando atar ms estrechamente la economa de las colonias a la metrpoli. Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los economistas espaoles ms liberales, ensalz el decreto de 1778 porque daba mayores oportunidades a la agricultura y a la industria espaolas en un mercado cuya existencia se justificaba por el hecho de ser consumidor de productos espaoles:Las colonias son tiles en cuanto ofrecen un seguro consumo al sobrante de la industria de la metrpoli.2 Un pacto colonial de esta clase haca que un 80 por 100 del valor de las importaciones procedentes de Amrica consistiera en metales preciosos y el resto en materias primas comercializables, y por ello no se permiti industrias manufactureras en las colonias, a excepcin de los molinos azucareros. De acuerdo con este criterio, el comercio libre era un xito. Los decretos por s mismos no podan crear evidentemente el crecimiento econmico. En cierto grado, el comercio libre simplemente sigui y dio expresin legal a tendencias preexistentes en la economa atlntica. Pero, cualquiera que fuera la causa principal, no hay duda de que la agricultura y la industria espaolas experimentaron cierta revitalizacin en este perodo, que se reflej en la expansin del comercio exterior. El trfico martimo aument en un 86 por 100, de los 1.272 navos de 1710-1747 se pas a los 2.365 de 1748-1778. Las importaciones de oro y plata, tanto pblicas como privadas, se elevaron de los 152 millones de pesos de 1717-1738 a los 439 millones de 1747-1778, lo que representa un aumento del 188 por 100; por otro lado, los metales preciosos llegaron a representar al menos el 76 por 100 de las importaciones totales desde las colonias. Cdiz, que contaba con la ventaja de poseer ms mercados en Amrica, continuaba dominando dicho comercio. Es cierto que las exportaciones catalanas a Amrica, que haban ayudado a preparar el terreno para la implantacin del comercio libre, an se beneficiaron ms con su aplicacin, y el comercio colonial, as como las manufacturas de Barcelona, experimentaron un crecimiento mayor que antes. Cdiz, sin embargo, continuaba siendo el principal puerto de Espaa; sus exportaciones a Amrica ascendan firmemente: en el perodo de 1778-1796 sumaron el 76 por 100 de todas las exportaciones espaolas a Amrica; Barcelona ocupaba el segundo lugar con algo as como el 10 por 100 del total. Esta fue la poca de oro del comercio gaditano y un momento de nuevo crecimiento para Espaa. El porcentaje del valor anual de las exportaciones de Espaa a Amrica en los aos de 1782-1796 era un 400 por 100 superior al de 1778. Incluso en estos aos existan signos de mal agero. La mayora de las exportaciones espaolas a Amrica eran productos agrcolas: aceite de oliva, vino y aguardiente, harina, frutos secos. Incluso ms de un 40 por 100 de todo lo que exportaba Barcelona, el centro industrial de Espaa, eran productos agrarios, sobre todo vinos y aguardientes, mientras que sus exportaciones industriales eran exclusivamente textiles; todas estas mercancas se producan tambin en Amrica y podan haberse desarrollado ms all. Las exportaciones espaolas, ms que complementar a los productos Americanos,
Dictamen sobre embarque de paos extranjeros para nuestras colonias, Obras de Jovellanos, Madrid, 1952, II, p. 71.
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competan con ellos, y el comercio libre no hizo nada para sincronizar las dos economas. Al contrario, fue concebido para estimular la agricultura, que era el sector dominante de la economa espaola. El vaco en la industria que dej Espaa fue llenado por los extranjeros, quienes an dominaban el comercio transatlntico. Existen evidencias de que despus de mediados de siglo, 1757-1776, el mayor peso de las exportaciones industriales (71,84 por 100) sobre las agrarias (28,16 por 100) haba aumentado al compararlo con las cifras del perodo de 1720-1751 (54,43 y 45,5 por 100 respectivamente); una parte sustancial de este incremento, sin embargo, debe atribuirse al peso de los productos extranjeros. Gran parte del comercio de Cdiz con Amrica consista en la reexportacin de productos extranjeros. En 1778, stos alcanzaban el 62 por 100 de las exportaciones a Amrica registradas, y tambin estaban a la cabeza en 1784, 1785 y en 1787. Ms tarde, la proporcin de productos nacionales (an predominantemente agrarios) fue cada ao mayor, excepto en 1791, y hacia 1794 la correlacin se haba invertido. Pero estas mejoras se vieron contrarrestadas por el contrabando y por la penetracin extranjera en Amrica; adems, cerca del 75 por 100 de todos los barcos que participaban en el comercio colonial eran de origen extranjero. Espaa continu siendo una cuasimetrpoli, apenas ms desarrollada que sus colonias. Pero, qu hizo el comercio libre en favor de Hispanoamrica? Sin duda estimul algunos sectores de la produccin colonial. Las rutas comerciales tradicionales de Amrica se ensancharon y las exportaciones Americanas a Espaa se multiplicaron a partir de 1782. Aument la cantidad de cueros de Buenos Aires, de cacao y otros productos de Venezuela y de azcar de Cuba. En Mxico estaba apareciendo una nueva clase comercial y los inmigrantes llegados de Espaa empezaron a competir con los antiguos monopolistas. A pesar de la oposicin de los intereses tradicionales existentes en Ciudad de Mxico, se establecieron nuevos consulados en Veracruz y Guadalajara (1795). Las presiones a favor del crecimiento y el desarrollo se volvieron ms apremiantes: los informes de los consulados llamaban la atencin sobre los recursos sin explotar del pas y pedan que hubiera ms comercio, mayor produccin local, mayores opciones, capacidad de eleccin y precios ms bajos. Ello no significaba reclamar la independencia, pero los consulados expresaban unos sentimientos comunes de frustracin ante los obstculos que frenaban el desarrollo y su insatisfaccin por el monopolio comercial espaol. Tal como escribi el secretario del consulado de Veracruz en 1817,entre los motivos ciertos o figurados de que se han valido los rebeldes para haber encendido la tea de la insurreccin, uno de ellos ha sido la queja de estar sujetos a escasez y a precios subidos los gneros y efectos nacionales y extranjeros cuando quieren remitirlos los negociantes de la pennsula.3 De todas maneras, el comercio libre dej intacto el monopolio. Las colonias an estaban excluidas del acceso directo a los mercados internacionales a excepcin de las vas que abra el contrabando. An padecan tributos discriminatorios o incluso prohibiciones sin reserva en beneficio de los productos espaoles. El nuevo impulso del comercio espaol pronto satur estos limitados mercados y el problema de las colonias fue ganar lo suficiente para pagar las importaciones en aumento. Las bancarrotas fueron frecuentes, la industria local decay; incluso productos agrcolas como el vino y el aguardiente fueron objeto de competencia en los puertos, y los metales preciosos desaparecieron en esta lucha desigual.

Javier Ortiz de la Tabla Ducasse, Comercio exterior de Veracruz 1778-1821. Crisis de dependencia, Sevilla, 1978, p. 113.

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La metrpoli no contaba con los medios o no tena inters en ofrecer los diversos factores de produccin necesarios para el desarrollo, para invertir en el crecimiento y para coordinar la economa imperial. Ello era as no slo en una colonia desatendida como Nueva Granada, sino tambin en una economa minera como Per, donde la agricultura decaa por falta de mano de obra, capital y medios de transporte, donde la poblacin dependa del grano de Chile, y donde solamente sus recursos mineros la salvaban de un estancamiento completo. Adems, la metrpoli estaba interesada primordialmente en su propio comercio con las colonias y no promocion de forma consistente el comercio intercolonial. El imperio espaol continuaba siendo una economa no integrada, en la que la metrpoli trataba con una serie de partes separadas a menudo a costa de la totalidad. El mundo hispnico se caracterizaba por la rivalidad y no por la integracin; as exista la oposicin de Chile contra Per, la de Lima contra el Ro de la Plata, la de Montevideo contra Buenos Aires, anticipando, como colonias, las divisiones de las futuras naciones. El papel de Amrica continu siendo el mismo: consumir las exportaciones espaolas y producir minerales y algunos productos tropicales. En estos trminos, el comercio libre necesariamente iba ligado al incremento de la dependencia, volviendo a una concepcin primitiva de las colonias y a una dura divisin del trabajo despus de un largo perodo en que la inercia o quizs el consenso haban permitido cierto grado de desarrollo autnomo. Ahora, la afluencia de productos manufacturados perjudic a las industrias locales, que a menudo eran incapaces de competir con importaciones de menor precio y de mejor calidad. Las industrias textiles de Puebla y Quertaro, los obrajes de Cuzco y Tucumn, fueron zarandeados por esta competencia europea paralizadora. Las exportaciones de Guayaquil, proveedora tradicional de textiles para distintas partes de Amrica, cayeron de las 440 balas de 1768 a las 157 de 1788.Desde esta poca, la industria textil de Quito entr en decadencia, desplazada de Per y de otros mercados por las importaciones ms baratas de Europa. El arzobispo Antonio Caballero y Gngora, virrey de Nueva Granada (1782-1789), inform con satisfaccin de la decadencia de los tejidos de Quito, al observar que la agricultura y la minera eran ms conforme[s] al instituto de las Colonias, mientras que la industria slo proporcionaba las manufacturas que deben recibir de la Metrpoli.4 El hecho de que Espaa no pudiera producir ella misma todas las manufacturas que necesitaban sus colonias, no invalidaba, segn las mentes dirigentes de Espaa, su poltica. Despus de todo, en Espaa exista un pequeo sector industrial celoso de sus intereses; por otro lado, los comerciantes espaoles an podan beneficiarse de la reexportacin de los productos procedentes del extranjero. Adems se consideraba ms importante mantener la dependencia que mitigar sus consecuencias. Entre los hombres de estado y los funcionarios espaoles exista la conviccin de que la dependencia econmica era una precondicin de la subordinacin poltica y que el crecimiento de las manufacturas en las colonias conducira a la autosuficiencia y a la autonoma. En aras de las concepciones del imperio, los funcionarios a menudo daban la espalda a la realidad. Antonio de Narvez y la Torre, gobernador de Santa Marta, informaba en 1778 que haba considerado si era conveniente crear establecimientos de manufacturas algodoneras, dada la abundante provisin local de materia prima de la mejor calidad, pero lo haba desestimado teniendo en cuenta el inters del sistema porque Amrica provea a Espaa los materiales que la fertilidad, y extensin inmensa de este pas produce, y Espaa se los redistribuya en
Relacin del estado del Nuevo Reino de Granada (1789), Jos Manuel Prez Ayala, Antonio Caballero y Gngora, virrey y arzobispo de Santa Fe 1723-1796, Bogot, 1951, pp. 360-361.
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manufacturas, que la industria y aplicacin de sus artfices trabaja, para emplear as a todos con respeto a la naturaleza de ambos pases, y mantener las conexiones, vnculos y dependencias recprocas de una y otra parte de la Monarqua.5 Los manufactureros espaoles vigilaban constantemente que no se infringiera esta norma. En particular Catalua, faltndole una salida en la estancada y aislada Espaa interior, necesitaba el mercado Americano, que era un importante consumidor de sus tejidos y de otros productos y un abastecedor de algodn en rama. Los talleres textiles de Mxico y Puebla producan lo suficiente como para preocupar a los manufactureros de Barcelona; stos se quejaban frecuentemente del efecto de la competencia local sobre sus exportaciones y esperaban de la corona que se expidiesen las ms eficaces rdenes para que se destruyesen desde luego las fbricas de tejidos y pintados establecidas en aquellas colonias.6 Se trataba de un conflicto directo de intereses y era previsible cul sera la respuesta del gobierno imperial. A la real orden de 28 de noviembre de 1800, que prohiba el establecimiento de manufacturas en las colonias, sigui la de 30 de octubre de 1801 relativa al exceso notado en el establecimiento en aquel Reyno de Fbricas y artefactos contrarios a los que prosperan en Espaa y tienen por principal objeto el surtido de nuestras Amricas. El gobierno dijo que no poda permitir la expansin de los establecimientos industriales ni tan siquiera durante la guerra, porque quitaba fuerza de trabajo a las esenciales tareas de la minera de oro y plata y a la produccin de frutos coloniales. El funcionariado recibi rdenes de recontar el nmero de talleres de su distrito y de procurar la destruccin de ellos por los medios que estime ms conveniente aunque sea tomndolos por cuenta de la Real Hacienda y so calor de hacerlo para fomentarlos.7 Pero los tiempos estaban cambiando, y desde 1796-1802, cuando la guerra con Gran Bretaa aisl a las colonias de la metrpoli, los manufactureros textiles locales consiguieron empezar o bien renovar sus actividades; a partir de 1804 la guerra an ofreci mejores oportunidades. Juan Lpez de Cancelada dijo en Cdiz, en 1811, que cada una de las guerras que hemos tenido con la nacin inglesa ha sido un motivo de incremento en las manufacturas de Nueva Espaa, y ejemplific la situacin con el caso de los establecimientos textiles del cataln Francisco Iglesias en Mxico, quien emple a ms de 2.000 trabajadores.8 Los fabricantes espaoles se opusieron a este proceso con todas sus fuerzas. Ahora las colonias servan a Espaa ms que nunca con sus minas, plantaciones y estancias, pero incluso desarrollando estas funciones que el rgimen colonial estableca estaban sujetas a una presin creciente. En el curso del siglo XVIII, la produccin de plata mexicana se elev continuamente desde los 5 millones de pesos de 1702 a los 18 millones en el boom de la dcada de 1770, y al mximo de 27 millones en 1804. En esta poca, Mxico proporcionaba el 67 por 100 de toda la plata producida en Amrica, una posicin a la que haba llegado gracias a la conjuncin de una serie de circunstancias: frtiles bonanzas, mejoras tecnolgicas, consolidacin de las minas en manos de grandes propietarios, reduccin de los costos de produccin a causa de las concesiones fiscales. Tambin por entonces, desde los aos de 1780, la industria recibi grandes inyecciones de capital comercial, un hecho derivado del mismo comercio libre. Nuevos comerciantes entraron en el sector, con menos capital pero con mayor espritu empresarial. Como la
Sergio Elas Ortiz, ed., Escritos de dos economistas coloniales, Bogot, 1965, pp. 25-26. Antonio Garca-Baquero, Comercio colonial y guerras revolucionarias, Sevilla, 1972, p. 83. 7 Ibid., p. 84. 8 Ortiz de la Tabla Ducasse, Comercio exterior de Veracruz, pp. 336-339.
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competencia redujo los beneficios, los viejos monopolistas empezaron a extraer sus capitales del comercio transatlntico y buscaron inversiones ms rentables, incluida la minera, con ventajosos resultados para la economa y para ellos mismos. Mxico en este campo tuvo un xito excepcional. En el Alto Per no todo iba bien en la minera, pero Potos sobrevivi y continu produciendo algunos excedentes para Espaa. La produccin de plata tendi a incrementarse a partir de la dcada de 1730, y la produccin anual se duplic entre 1740 y 1800, gracias a la creciente explotacin del trabajo indio forzado. A finales del siglo XVIII, el Bajo Per aument su produccin de plata, conociendo un boom que, comparado con el de Mxico, era modesto pero que result vital para el comercio exterior de la colonia. La plata registrada se elev de los 246.000 marcos de 1777 al mximo de 637.000 marcos en 1799 (un marco vala 8 pesos 4 reales) y mantuvo un alto nivel de produccin hasta 1812; durante este perodo se avanz en las tcnicas de drenar las minas; ello, junto con la llegada de capital de Potos, el aprovisionamiento de mano de obra libre y el apoyo del tribunal de minera, contribuy a elevar la produccin. El ltimo ciclo minero colonial, aunque fue importante para las colonias, no estuvo enteramente al servicio de los intereses coloniales. En primer lugar, la metrpoli reciba de las colonias presiones cada vez ms acuciantes para mantener en pie el vital aprovisionamiento de mercurio y equipamientos, algo que, de forma patente, era imposible cubrir durante la guerra; por ello se vio a Espaa como un obstculo al crecimiento. En segundo lugar, en una de las grandes ironas de la historia espaola colonial, el apogeo de la gran produccin de plata coincidi con la destruccin del podero naval espaol, y por lo tanto de su comercio colonial. Desde 1796, Espaa y sus comerciantes vieron, sin poderlo remediar, cmo los productos procedentes del imperio iban a parar a manos de otros, cmo los ingresos de la bonanza minera se exponan al peligro de merodeadores extranjeros o bien cmo se reducan debido a la participacin de los comerciantes extranjeros. En la agricultura, al igual que en la minera, era imposible conciliar los intereses de Espaa con los de Amrica. Los terratenientes criollos buscaban mayores salidas a sus exportaciones de las que Espaa permita. En Venezuela, los grandes propietarios, productores de cacao, ndigo, tabaco, caf, algodn y cueros, se sentan permanentemente frustrados por el control espaol sobre el comercio de importacin y de exportacin. Incluso despus del comercio libre, la nueva generacin de comerciantes, ya fueran espaoles o venezolanos inclinados hacia Espaa, ejercan un monopolio estrangulador sobre la economa venezolana, al pagar precios bajos en las exportaciones y al imponer precios altos en las importaciones. Los terratenientes y los consumidores criollos exigan un comercio mayor con los extranjeros, denunciaban a los comerciantes espaoles como opresores, se oponan a la idea de que el comercio exista para el slo beneficio de la metrpoli, y se movilizaron en contra de lo que ellos llamaron, en 1797, el espritu de monopolio de que estn animados, aquel mismo bajo el cual ha estado encadenada, ha gemido y gime tristemente esta Provincia.9 En el Ro de la Plata, el comercio libre tambin conllev que ms comerciantes espaoles controlaran el comercio de Buenos Aires, algunas veces en connivencia con agentes locales. Pero en la dcada de 1790 tuvieron que hacer frente al desafo de los independientes comerciantes porteos que exportaban cueros, empleaban su propio capital y barcos, y ofrecan mejores precios a los estancieros. Estos intereses requeran la libertad de comerciar directamente con todos los pases y de exportar los productos del pas sin restricciones. En 1809 presionaron para obtener la
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E. Arcila Faras, Economa de Venezuela, Mxico, 1946, pp. 368-369.

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apertura del puerto al comercio britnico, a lo que los espaoles, tanto los catalanes como los otros peninsulares, se opusieron con fuerza. Aqu tambin exista un conflicto irreconciliable de intereses. Pero incluso dentro de los intereses econmicos de la colonia no exista una visin homognea o unitaria de la independencia; el creciente regionalismo, en una provincia que peda proteccin para los productos locales y otra que quera la libertad de comercio, creaba sus propias divisiones. An as, todava se hizo ms fuerte la conviccin, fuera cual fuere la respuesta a estos problemas, de que slo podran ser resueltos a travs de decisiones autnomas. La funcin de Espaa como imperio y la dependencia de Amrica fueron puestos a prueba por ltima vez durante la larga guerra que hubo con Gran Bretaa desde 1796. En abril de 1797, tras la victoria sobre la flota espaola en el cabo de San Vicente, el almirante Nelson coloc a un escuadrn britnico frente al puerto de Cdiz e impuso un bloqueo total. Al mismo tiempo, la armada real britnica bloque los puertos hispanoamericanos y atac a los barcos espaoles en el mar. Las consecuencias fueron nefastas. El comercio gaditano a Amrica, que ya se encontraba en recesin desde 1793, qued ahora completamente paralizado. En Veracruz las importaciones espaolas descendieron de los 6.549.000 pesos de 1796 a los 520.000 pesos de 1797, y las exportaciones de los 7.304.000 pesos a los 238.000, mientras que los precios de diversos productos europeos se encarecieron un 100 por 100. Desde toda Amrica, los consulados informaban de la extrema escasez de bienes de consumo y de las provisiones ms vitales. Y mientras los intereses Americanos presionaban para que se permitiera la actividad de los abastecedores extranjeros, los comerciantes de Cdiz insistan en que se mantuviera el monopolio. Mientras Espaa consideraba el dilema, perdi la batalla. La Habana simplemente abri su puerto a los norteamericanos y a otros barcos de pases neutrales. Espaa se vio obligada entonces a permitir lo mismo a todos los que haba en Hispanoamrica o bien se arriesgaba a perder el control, y los ingresos. Como medida de emergencia se emiti un decreto (18 de noviembre de 1797) que permita el comercio legal y cargado de impuestos con Hispanoamrica en navos neutrales o, como lo formulaba el decreto: en Buques nacionales o extranjeros desde los Puertos de las Potencias neutrales, o desde los de Espaa, con retorno preciso a los ltimos.10 El objetivo era hacer de los neutrales un instrumento de comercio con las colonias para eludir mejor el bloqueo ingls y cubrir la falta de barcos espaoles. De hecho se convirtieron virtualmente en los nicos transportistas, en la nica va que conectaba las colonias espaolas con sus mercados y provisiones. El resultado de esta prctica es tan revelador como el de la paralizacin previa. Bajo el comercio neutral las importaciones a Veracruz ascendieron de los 1.799.000 pesos de 1798 a los 5.510.400 de 1799, y las exportaciones de los 2.230.400 a los 6.311.500. Estas concesiones hechas en tiempo de guerra se dieron a regaadientes y se revocaron rpidamente. El gobierno espaol tema perder el control en beneficio del comercio y de la industria del enemigo, puesto que durante este perodo el comercio colonial qued casi completamente en manos de los extranjeros, incluso de ingleses en forma indirecta, cuyos productos fueron introducidos por los neutrales. As, Espaa se qued con las cargas del imperio pero sin ninguno de los beneficios. Naturalmente los comerciantes de Cdiz y de Barcelona se quejaron y, a pesar de las protestas de las colonias, la autorizacin fue revocada el 20 de abril de 1799. La medida result an ms perjudicial para Espaa, ya que no se hizo caso de la revocacin, y colonias como Cuba,
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Sergio Villalobos R., El comercio y la crisis colonial, Santiago, 1968, p. 115.

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Venezuela y Guatemala continuaron comerciando con los neutrales. Los barcos espaoles ni tan slo podan hacer la ruta, tal era el dominio britnico sobre el mar: de los 22 barcos que salieron de Cdiz en los doce meses que siguieron a la orden de abril de 1799, slo 3 llegaron a su destino. Fueron los barcos neutrales los que salvaron el comercio colonial y tambin fueron los que obtuvieron beneficios. Este comercio tambin result beneficioso para las colonias, ya que as se proveyeron de productos importados mejores y la demanda de exportaciones recibi un nuevo impulso. El gobierno espaol prohibi de nuevo el comercio con neutrales por el decreto de 18 de julio de 1800, pero para entonces Amrica se haba habituado a tratar directamente con sus clientes y proveedores, y el comercio con los extranjeros ya era imparable. Como la guerra continuaba, Espaa tuvo que aceptar la realidad. En 1801 se dio un permiso especial a Cuba y a Venezuela para comerciar con los neutrales. Para reservarse un puesto a s misma, Espaa se limit a vender licencias a diferentes compaas europeas y norteamericanas, y tambin espaolas, para que comerciaran con Veracruz, La Habana, Venezuela y el Ro de la Plata; parte de su carga eran manufacturas inglesas, navegaban con las licencias britnica y espaola y llevaban retornos en oro, plata o productos coloniales a Espaa, a los puertos neutrales o incluso a Inglaterra. El monopolio comercial espaol concluy de hecho en el perodo de 1797-1801, adelantando la independencia econmica de las colonias. En 1801, las exportaciones coloniales de Cdiz descendieron al 49 por 100 de las de 1799 y las importaciones lo hicieron en un 63,24 por 100. Entretanto, el comercio de los Estados Unidos con las colonias espaolas alcanz unas cifras espectaculares: las exportaciones se elevaron de los 1.389.219 dlares de 1795 a los 8.437.659 de 1801, y las importaciones de los 1.739.138 dlares a los 12.799.888. Es cierto que la paz de Amiens de 1802 permiti que Espaa restableciera su comunicacin con las colonias y que los comerciantes llegaran de nuevo a los puertos y mercados de Amrica. Hubo un resurgimiento comercial, y en los aos de 1802-1804 Cdiz se recobr, aunque el 54 por 100 de sus exportaciones a Amrica lo constituan productos extranjeros. Pero era imposible restaurar el viejo monopolio: las colonias ahora tenan establecidos unos fuertes vnculos comerciales con los extranjeros, especialmente con los Estados Unidos, y se dieron cuenta de las obvias ventajas que durante tanto tiempo se les haban negado. La nueva guerra con Gran Bretaa lo puso en evidencia. Los ltimos restos del podero naval espaol fueron barridos. El 5 de octubre de 1804, anticipndose a la guerra formal con Espaa, unas fragatas britnicas interceptaron una gran flota que transportaba metales preciosos desde el Ro de la Plata, hundieron uno de los barcos espaoles y capturaron otros tres que conducan cerca de 4,7 millones de pesos. Al ao siguiente, en Trafalgar, se complet el desastre; sin una flota transatlntica, Espaa quedaba aislada de Amrica. Las importaciones de productos coloniales y de metales preciosos descendieron, y en 1805 las exportaciones gaditanas bajaron a un 85 por 100 de las de 1804. Al desmoronarse el mundo hispnico, las colonias empezaron a protestar, ya que sus exportaciones quedaban bloqueadas y se devaluaban, y las importaciones eran escasas y caras. Y de nuevo otros pases corrieron a sustituir a Espaa. La decadencia del comercio Americano de Espaa coincidi con el desesperado intento britnico de compensar el bloqueo de los mercados europeos efectuado por Napolen en el continente. As pues, la situacin favoreca de nuevo la expansin del contrabando ingls, que proporcionaba beneficios y a la vez la fuerza para la guerra, demostrando a las

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colonias, segn advirti un funcionario espaol, cmo los ingleses sacan de nuestras mismas posesiones el dinero que les da la fuerza con que nos destruyen.11 Para Espaa slo exista un medio de contrarrestar el contrabando, y ste era la admisin del comercio con neutrales; as, en 1805 se autoriz de nuevo este tipo de comercio, pero esta vez sin la obligacin de regresar a Espaa. Ahora la metrpoli quedaba virtualmente eliminada del Atlntico. Desde 1805 los barcos neutrales dominaron el comercio de Veracruz, contribuyendo con el 60,53 por 100 del total de las importaciones de 1807 y con el 95,11 por 100 de las exportaciones (ms del 80 por 100 era plata). En 1806 no entr ni un solo barco espaol en La Habana, y el comercio cubano era efectuado por los neutrales, por colonias extranjeras y por las colonias espaolas. En 1807, la metrpoli no recibi ni un solo cargamento de metales preciosos. En Espaa los efectos de la guerra resultaron un desastre nacional. Una gran proporcin de sus productos agrcolas, junto con las manufacturas, se vieron privados de un mercado vital, y mientras esto provocaba la recesin del sector agrcola, cerca de un tercio de la produccin textil se hundi. Tanto la industria como los consumidores padecieron la escasez de materias primas coloniales, y por otro lado, la no llegada de metales preciosos zarande tanto al Estado como a los comerciantes. La corona tuvo que buscar nuevas fuentes de ingresos: desde 1799 intent ahorrar en la administracin y exigi una contribucin anual de 300 millones de reales; se lanzaron nuevas emisiones de bonos estatales, se pidieron impuestos de importacin ms altos y finalmente se decret la fatal consolidacin de vales. El futuro de Espaa como potencia imperial estaba ahora totalmente en duda. El monopolio econmico se perdi irremediablemente. Lo nico que quedaba era el control poltico y ste tambin estaba sujeto a una creciente tensin. El 27 de junio de 1806, una fuerza expedicionaria britnica procedente del cabo de Buena Esperanza ocup Buenos Aires. Los invasores calcularon correctamente que tenan poco que temer del virrey espaol y de sus fuerzas, pero subestimaron el deseo y la habilidad de la poblacin de Buenos Aires para defenderse a s misma. Un ejrcito local, incrementado con voluntarios y dirigido por Santiago Liniers (un oficial francs al servicio de Espaa), atac a los britnicos el 12 de agosto y los oblig a capitular. La original expedicin no haba sido autorizada, pero el gobierno britnico cay en la tentacin de querer que continuara y le envi refuerzos que se apoderaron de Montevideo el 3 de febrero de 1807.De nuevo la reaccin local fue decisiva. El incompetente virrey fue depuesto por la audiencia y Liniers fue nombrado capitn general. Las milicias criollas fueron desplegadas de nuevo y los invasores les cedieron la ventaja. Cruzando el Ro de la Plata desde Montevideo, los britnicos avanzaron hasta el centro de Buenos Aires. All fueron atrapados por los defensores, capitularon y accedieron a marcharse. La invasin britnica de Buenos Aires ense varias lecciones. Qued bien claro que los americanos no queran pasar de un poder imperial a otro. Esto, sin embargo, no era nada reconfortante para Espaa. Tambin se puso en evidencia la inoperancia de las defensas coloniales y se humill a la administracin. La destitucin del virrey fue un suceso sin precedentes y que tena un significado revolucionario. Fueron los habitantes, y no las fuerzas militares espaolas, quienes defendieron la colonia. Los criollos particularmente probaron el poder, se dieron cuenta de su fuerza y adquirieron un nuevo sentido de identidad, incluso el de la nacionalidad. As, la debilidad de Espaa en Amrica llev a los criollos a la poltica.
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Antonio de Narvez, Cartagena, 30 de junio de 1805, Ortiz, Escritos de dos economistas coloniales, p. 112.

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En la segunda mitad del siglo XVIII, las nuevas oportunidades existentes en la administracin colonial y en el comercio, llevaron a un creciente nmero de espaoles a Amrica. Algunos buscaron empleo en la nueva burocracia y otros siguieron la ruta del comercio libre. Esparcindose por todos lados desde el norte de Espaa, los inmigrantes llegaron a conformar una exitosa clase de empresarios, activos en el comercio y la minera, que constantemente eran reforzados con nuevos recin llegados de la pennsula, donde el crecimiento de la poblacin presionaba fuertemente sobre la tierra y el empleo, generando una justificacin adicional para la existencia del imperio. Los americanos se sentan vctimas de una invasin, de una nueva colonizacin, de un nuevo asalto espaol sobre el comercio y los cargos pblicos. Adems, la situacin demogrfica estaba del lado de los criollos. Hacia 1800, segn Alexander von Humboldt, en Hispanoamrica, en una poblacin total de 16,9 millones de habitantes, slo haba 3,2 millones de blancos, y de ellos slo 150.000, eran peninsulares. De hecho, el nmero real de peninsulares an era ms bajo, unos 30.000, y en todo caso no superaban los 40.000 en toda la Amrica espaola. Incluso en Mxico, en el rea de mayor inmigracin, slo existan cerca de 14.000 peninsulares en una poblacin total de 6 millones, de los que 1 milln eran blancos. Esta minora no poda esperar mantener el poder poltico de forma indefinida. A pesar de la creciente inmigracin, la tendencia demogrfica estaba en contra de ellos. La independencia posea una inevitabilidad demogrfica, y en este sentido simplemente representaba la expulsin de una minora por una mayora. Pero adems de las cifras haba algo ms. Todos los espaoles podan ser iguales ante la ley, ya fueran peninsulares o criollos. Pero la ley no lo era todo. Esencialmente, Espaa desconfiaba de los americanos en puestos de responsabilidad poltica; los peninsulares an eran preferidos en la burocracia y en el comercio transatlntico. Algunos criollos, propietarios de tierra y quiz de minas, eran lo suficientemente ricos como para ser considerados miembros de la elite al lado de los espaoles. Pero la mayora slo tena unos ingresos moderados. Algunos eran hacendados que se enfrentaban a hipotecas y a los gastos de su mantenimiento; otros eran administradores de haciendas o de minas, o bien eran hombres de negocios de alcance local; haba quien se ganaba la vida con el ejercicio de una profesin liberal, algunos criollos pobres se encontraban entre los rangos superiores de las clases populares, donde se mezclaban con los mestizos y los mulatos a travs del matrimonio y de la movilidad social. La primera generacin de americanos se senta bajo una gran presin porque continuamente eran desafiados por una nueva ola de inmigrantes y, al estar ms cerca de los europeos, eran ms agudamente conscientes de las desventajas que pesaban sobre ellos. Para los criollos, la obtencin de una plaza de funcionario constitua una necesidad y no un honor. Ellos no slo deseaban igualdad de oportunidades con los peninsulares o una mayora de nombramientos, sino que lo deseaban por encima de todo en sus propias regiones; miraban a los criollos de los otros pases como a extranjeros; stos apenas eran mejor recibidos que los peninsulares. Durante la primera mitad del siglo XVIII las necesidades financieras de la corona dieron lugar a la venta de cargos a los criollos, y as su presencia en las audiencias se hizo corriente y a veces predominante. En el perodo de 1687-1750 sobre un total de 311 miembros de audiencias, 138 un 44 por 100 eran criollos. En la dcada de 1760 la mayora de los oidores de las audiencias de Lima, Santiago y Mxico eran criollos. Las implicaciones que de ello se derivaban para el gobierno imperial eran obvias. La mayora de los oidores criollos estaban conectados por lazos de amistad o de inters con la elite de los terratenientes, y las audiencias se haban convertido 29

en un dominio seguro de las familias ricas y poderosas de la regin, as que la venta de cargos dio lugar a una especie de representacin criolla. El gobierno imperial sali de su largo compromiso con los americanos y desde 1750 empez a reafirmar su autoridad, reduciendo la participacin criolla tanto en la Iglesia como en la administracin, y a romper las relaciones existentes entre los funcionarios y las familias poderosas a nivel local. Los ms altos cargos eclesisticos se reservaron de nuevo para los europeos. Entre los nuevos intendentes era raro encontrar a un criollo. Un creciente nmero de los funcionarios financieros de mayor rango fueron designados desde la pennsula. Los oficiales criollos que haba en el ejrcito fueron sustituidos en algunos casos por espaoles. El objetivo de la nueva poltica era desamericanizar el gobierno de Amrica, y esto se consigui. Se acab con la venta de los cargos de la audiencia, se redujo el nmero de puestos ocupados por los criollos y a partir de entonces raramente fueron designados para ocupar puestos en sus zonas de origen. En los aos de 1751 a 1808, de los 266 nombramientos que hubo en las audiencias Americanas slo 62 (el 23 por 100) recayeron sobre criollos, en contra de los 200 (el 75 por 100) consignados a espaoles. En 1808 de los 99 individuos que ocupaban los tribunales coloniales slo 6 criollos haban sido destinados a su propio distrito de origen, mientras que 19 lo fueron fuera. La conciencia de las diferencias existentes entre criollos y peninsulares se acrecent con el nuevo imperialismo. Tal como observ Alexander von Humboldt: el europeo ms miserable, sin educacin y sin cultivo intelectual, se cree superior a los blancos nacidos en el Nuevo continente.12 Desde el Ro de la Plata, Flix de Azara informaba que la animadversin mutua era tan grande que a menudo exista entre padre e hijo, entre marido y mujer. En Mxico, Lucas Alamn estaba convencido de que este antagonismo, nacido de la eleccin preferente de espaoles para ocupar los cargos y las oportunidades, fue la causa de la revolucin de independencia. La historiografa moderna no est tan segura. Se dice que las elites coloniales, como empresarios que invertan en la agricultura, la minera y el comercio, tendieron a fusionar a los grupos peninsulares y criollos, como lo haca su asociacin en las actividades urbanas y rurales. A pesar de la poltica borbnica, an exista una conexin estrecha entre las familias con poder local y los funcionarios. En Chile la elite criolla estaba totalmente integrada dentro de grupos de parentesco y polticos y prefiri manipular la administracin ms que enfrentarse a ella. En Per existan grupos oligrquicos interrelacionados de terratenientes, comerciantes, funcionarios municipales y burcratas, en los que los peninsulares y los criollos se fundan en una clase dominante de blancos. En Mxico la nobleza cerca de unas cincuentas familias combinaba una variedad de funciones y de cargos. Un grupo hizo su fortuna en el comercio exterior, invirti los beneficios en minas y plantaciones y actu primordialmente en el sector exportador. ste lo formaban principalmente peninsulares. Otro grupo, compuesto en su mayora por criollos, se dedicaba a la minera y a la agricultura abastecedora del sector minero. Todos ellos derrochaban grandes sumas en gastos suntuarios, en ganar un estatus militar y en hacer donaciones a la Iglesia. Preferan cooperar con la burocracia imperial a travs de las redes matrimoniales y de inters antes que enfrentarse a ella. Al final se encontraron con que su influencia tena un lmite, que Espaa an interfera el desarrollo de Mxico, que gravaba su riqueza y que slo les dejaba intervenir en el gobierno local. Si bien esto les alej de la poltica borbnica, no necesariamente les haca partidarios de la
Alexander von Humboldt, Ensayo poltico sobre el reino de la Nueva Espaa, 4 vols., Mxico, 19416, II, p. 117.
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independencia. En toda Amrica, las guerras de independencia fueron guerras civiles, entre defensores y oponentes de Espaa, y hubo criollos tanto en un lado como en el otro. En este sentido, las funciones, los intereses y el parentesco se entreven como ms importantes que la dicotoma criollo-peninsular y sta se considera menos significativa. El argumento es un til correctivo a la hiprbole, pero no es toda la historia. La evidencia de la antipata existente entre criollos y espaoles es demasiado especfica para negarla y demasiado extendida para ignorarla. La rivalidad formaba parte de la tensin social de la poca. Los contemporneos hablaban de ella, los viajeros la comentaban y los funcionarios quedaban impresionados por ella. La burocracia espaola era consciente de la divisin, y lo mismo suceda con los americanos. En 1781, los comuneros de Nueva Granada pidieron que los funcionarios fueran criollos nacidos en este reino e insistan en que en los empleos de primera, segunda y tercera plana hayan de ser antepuestos y privilegiados los nacionales de esta Amrica a los europeos. En Mxico hubo un entretejido grupo de inmigrantes peninsulares que se haba enriquecido en el comercio, en las finanzas y en la minera y cuyos miembros algunas veces se casaron con alguna fortuna local. Sus herederos, criollos, a menudo perdan las fortunas familiares al invertir en tierra, donde los bajos beneficios, las hipotecas y la dispendiosa forma de vida acababan por frustrar sus expectativas, dando lugar a un resentimiento que, aunque irracional, no por ello dejaba de ser menos real. En Venezuela, la aristocracia criolla, los mantuanos, eran un poderoso grupo de terratenientes, funcionarios y miembros del cabildo que aprovecharon la expansin comercial bajo los Borbones para incrementar sus exportaciones de cacao y otros productos. Pero el crecimiento econmico les amenazaba tanto como les favoreca, ya que los comerciantes monopolsticos espaoles en Venezuela estrecharon su control sobre el comercio de importacin y exportacin. Adems, la expansin llev a la colonia enjambres de nuevos inmigrantes: vascos, catalanes y sobre todo canarios, hombres pobres pero ambiciosos que pronto controlaron el eje del comercio venezolano con Espaa y en el interior se convirtieron en propietarios de almacenes, tiendas y bodegones. Sin duda que el antagonismo entre los terratenientes y los comerciantes se poda describir como el existente entre productores y compradores sin tener que invocar al argumento de criollos versus peninsulares. Pero tambin es cierto que los comerciantes dependan de Espaa para mantener su monopolio. El bloqueo britnico les permiti estrujar an ms a los productores criollos, ofrecindoles para las exportaciones los precios mnimos mientras que los de las importaciones los encarecieron al mximo. Por esta razn, se opusieron con firmeza al comercio neutral, como si, se quejaban los productores venezolanos en 1798, nuestras leyes relativas al comercio hayan sido establecidas para slo el beneficio de la metrpoli.13 Adems, los nuevos peninsulares invadan los espacios polticos de la aristocracia venezolana. En 1770 la corona estableci que los espaoles europeos tenan tanto derecho como los americanos a ostentar un puesto oficial en Venezuela. Con el respaldo de la corona, los peninsulares entraron a compartir los cabildos con los venezolanos y dominaron la recin creada audiencia. En Venezuela, como en cualquier parte, en las ltimas dcadas del imperio se produjo una reaccin espaola en contra del dominio criollo; all los puestos tambin eran buscados por los criollos, no como un honor sino como un medio de ejercer el control poltico y de defender sus privilegios tradicionales. Los ltimos Borbones, al
Miguel Izard, El miedo a la revolucin. La lucha par la libertad en Venezuela (1777-1830), Madrid, 1979, p. 127.
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favorecer a los espaoles frente a los criollos, al utilizar Amrica como un premio para los espaoles, agudizaron las divisiones existentes e incrementaron el descontento de los criollos. Si los criollos tenan un ojo puesto sobre sus amos, tenan el otro sobre sus sirvientes. Los criollos eran muy conscientes de la presin social existente desde abajo y se esforzaron por mantener a distancia a la gente de color. El prejuicio racial cre en los americanos una actitud ambivalente hacia Espaa. Los peninsulares eran blancos puros, aunque fueran pobres inmigrantes. Los americanos eran ms o menos blancos, incluso los ms ricos eran conscientes de la mezcla racial existente, y estaban preocupados por demostrar su blancura aunque fuera necesario ir a los tribunales. La cuestin racial se complicaba con los aspectos sociales, econmicos y culturales, y la supremaca blanca no fue discutida; tras estas barreras defensivas estaban los indios, los mestizos, los negros libres, los mulatos y los esclavos. En algunas partes de la Amrica espaola la revuelta de los esclavos fue tan temida que los criollos no abandonaran la proteccin del gobierno imperial, o bien no se atrevieron a abandonar las filas de los blancos dominantes. Adems, por otro lado, la poltica borbnica dio mayores oportunidades de movilidad social. Los pardos negros libres y mulatos fueron admitidos en la milicia. Tambin pudieron comprar su blancura legal con las cdulas de gracias al sacar. La ley del 10 de febrero de 1795 ofreca a los pardos la dispensa del estado de infame: los solicitantes que la obtuvieron fueron autorizados a recibir una educacin, a casarse con un blanco, a tener cargos pblicos y a entrar en el sacerdocio. De este modo el gobierno imperial reconoca al creciente nmero de pardos y buscaba la manera de mitigar la tensa situacin social existente al hacer desaparecer las mayores formas de discriminacin. El resultado fue que las lneas entre los blancos y las castas se diluyeron y el hacer posible que algunos de los que no eran claramente indios o negros fueran considerados como espaoles, tanto social como culturalmente. Pero los blancos reaccionaron vivamente ante estas concesiones. El crecimiento demogrfico de las castas en el curso del siglo XVIII, junto con la creciente movilidad social, alarmaron a los blancos y alimentaron en ellos una nueva conciencia de raza y la determinacin de mantener la discriminacin. Ello pudo observarse en el Ro de la Plata, en Nueva Granada y en otras partes de Amrica. Pero fue Venezuela, con su economa de plantacin, la fuerza de trabajo esclava y los numerosos pardos que en conjunto formaban el 61 por 100 de la poblacin, la que tom el liderazgo en el rechazo de la poltica social de los Borbones y cre el clima para la futura revolucin. Los blancos de Venezuela no constituan una clase homognea. En la parte superior de la escala social estaba la aristocracia de la tierra y de la burocracia, propietarios de esclavos, productores de la riqueza de la colonia, y comandantes de la milicia colonial. En medio se encontraba un grupo de funcionarios y clrigos de menor categora. Y debajo de todo estaban los blancos de orilla, blancos marginados tales como tenderos y pequeos comerciantes, artesanos, marineros y personal de los servicios y los transportes; muchos de ellos eran considerados pardos, con los que a menudo se casaban. La mayora de los peninsulares y canarios residentes en Venezuela pertenecan a esta clase de blancos pobres; parte del antagonismo de los criollos hacia los peninsulares bien puede deberse al resentimiento de los terratenientes patricios hacia los inmigrantes comunes a quienes consideraban de origen muy bajo. Pero los peninsulares eran blancos puros, mientras muchos criollos no lo eran. Este hecho simplemente acentu de forma notoria la susceptibilidad respecto a la raza e hizo aumentar los recelos criollos hacia los pardos, los indios y los esclavos. La poltica imperial los enoj porque la consideraban demasiado 32

indulgente respecto a los pardos y los esclavos. La elite criolla se opuso tercamente avance de la gente de color, protest por la venta de los certificados de blancura y se resisti a la extensin de la educacin popular y al ingreso de los pardos en la universidad. Entre otras cosas, se vieron afectados por la prdida de la fuerza de trabajo en un perodo de expansin de la hacienda y de crecimiento de las exportaciones. En tanto que los pardos se establecieron como artesanos, agricultores independientes, o criadores de ganado en los llanos, los terratenientes blancos intentaron mantenerlos subordinados y sujetos al peonaje. Ellos tambin vieron un riesgo en el aumento de los pardos y se manifestaron, aunque sin xito, en contra de su presencia en la milicia. Consideraban inaceptable que los vecinos y naturales Blancos de esta Provincia admitan por individuos de su clase para alternar con l a un Mulato descendiente de sus propios esclavos; y argumentaron que la creacin de milicias de pardos ofreca a la gente de color un instrumento de revolucin sin mejorar con ello sustancialmente la defensa imperial.14 El horror a la agitacin esclava y a la revuelta hizo que estos presentimientos empeoraran. De nuevo, la aristocracia criolla se quejaba de que la metrpoli le haba abandonado. El 31 de mayo de 1789 el gobierno espaol public una nueva ley sobre esclavos que codificaba la legislacin, clarificaba los derechos de los esclavos y los deberes de los amos y buscaba proporcionar mejores condiciones en la vida y el trabajo de los esclavos. Pero los propietarios criollos rechazaron la intervencin estatal entre amo y esclavo y se opusieron tenazmente a este decreto sobre la base de que los esclavos eran propensos al vicio y a la independencia y de que su trabajo era esencial para el funcionamiento de la economa. En Venezuela como en toda el rea del Caribe espaol los plantadores se opusieron a la nueva ley y lograron su abolicin en 1794. Los criollos eran hombres asustados: teman una guerra de castas promovida por las doctrinas de la Revolucin francesa y la violencia contagiosa de Saint-Domingue. En otras partes de Amrica las tensiones raciales tomaron la forma de confrontaciones directas entre la elite blanca y las masas indias, y en estos casos los criollos tambin tomaron medidas para autodefenderse. En Per formaban parte de una minora muy reducida. En una poblacin de 1.115.207 (1795), el 58 por 100 eran indios, el 22 por 100 mestizos, el 8 por 100 pardos y esclavos, y el 12 por 100 eran blancos. Esta minora, si bien controlaba la vida econmica y poltica del pas, nunca poda olvidar las masas indias que la rodeaba ni ignorar la sucesin de rebeliones contra los funcionarios reales y la opresin de los blancos. En Per, los criollos no podan poner en duda la resolucin espaola de mantener subordinados a los indios; pero despus del gran levantamiento de Tupac Amaru se dieron cuenta del modo en que ellos mismos eran postergados del sistema de seguridad y cmo sus milicias eran desmovilizadas. En Mxico la situacin social tambin era explosiva; los blancos siempre eran conscientes de la indignacin contenida de los indios y de las castas, de la creciente falta de respeto a la ley entre las clases ms bajas, para cuyo control eran frecuentes los despliegues de fuerzas militares y de la milicia. Alamn describi a los indios mexicanos como una nacin enteramente separada; ellos consideraban como extranjeros a todo lo que no era ellos mismos, y como no obstante sus privilegios eran vejados por todas las dems clases sociales, a todas las miraban con igual odio y desconfianza.

Representacin con fecha del 28 de noviembre de 1796, F. Brito Figueroa, Las insurrecciones de los esclavos negros en la sociedad colonial venezolana, Caracas, 1961, pp. 22-23.

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En 1799, Manuel Abad y Queipo, obispo electo de Michoacn, seal las profundas grietas de la sociedad mexicana donde entre los indios y los espaoles resulta... aquella oposicin de intereses y de afectos que es regular entre los que nada tienen y los que lo tienen todo, entre los dependientes y los seores.15 Tradicionalmente la elite esperaba que Espaa la defendiera; los propietarios, ante las amenazas de los jornaleros y los trabajadores y de la violencia nacida de la pobreza y la delincuencia, dependan de las autoridades espaolas. La ira contenida de las masas mexicanas explot en 1810 en una violenta revolucin social que mostr a los criollos lo que ya haban sospechado: que en ltimo trmino ellos mismos eran los guardianes del orden social y de la herencia colonial. Dada su superioridad numrica entre los blancos, lo tenan que ser. Si bien existi una reaccin espaola en las ltimas dcadas del dominio imperial, tambin hubo un contragolpe criollo. Los criollos perdieron la confianza en el gobierno espaol y empezaron a poner en duda la voluntad de Espaa de defenderlos. Se les plante el dilema con urgencia, cogidos como estaban entre el gobierno colonial y la masa de la gente. El gobierno haca poco que haba reducido su influencia poltica mientras las clases populares estaban amenazando su hegemona social. En estas circunstancias, cuando la Monarqua se derrumb en 1808, los criollos no podan permitir que el vaco poltico se mantuviera as, y que sus vidas y bienes quedaran sin proteccin. Tenan que actuar rpidamente para anticiparse a la rebelin popular, convencidos como estaban de que si ellos no se aprovechaban de la situacin, lo haran otros sectores sociales ms peligrosos. Las grietas de la economa colonial y las tensiones de la sociedad colonial se mostraron con claridad en el motn y la rebelin. De alguna manera se trataban de simples respuestas a la poltica borbnica. El desarrollo de la economa colonial y el crecimiento de los ingresos pblicos, dos objetivos perfectamente compatibles a los ojos de los reformadores espaoles, eran sentidos por los americanos como una contradiccin bsica dentro de la poltica imperial. La poltica borbnica respecto a los indios tambin resultaba contradictoria para los indios si no para la corona, desgajada como estaba entre el deseo de protegerlos de los abusos y la explotacin excesiva que padecan y como contribuyentes y abastecedores de mano de obra. Los instrumentos del cambio tambin eran juzgados desde distintos puntos de vista. El avance del Estado borbnico, el fin del gobierno descentralizado y de la participacin criolla eran considerados por las autoridades espaolas como condicin previa para poder ejercer el control y dar lugar a la recuperacin. Pero para los criollos significaba que en lugar de las tradicionales negociaciones que se establecan con los virreyes, quienes aceptaban compromisos entre la ley y el pueblo, la nueva burocracia ejecutaba rdenes no negociables que provenan de un Estado centralizado; esto para los criollos no constitua un avance. Los movimientos de protesta eran, por consiguiente, una oposicin abierta a las innovaciones del gobierno; motines antifiscales y levantamientos en contra de abusos especficos ocurran dentro del marco de las instituciones y de la sociedad coloniales y no intentaron desafiarlas. Pero las apariencias engaan. Las rebeliones mostraron la existencia de profundas tensiones sociales y raciales, conflictos e inestabilidad, que haban permanecido aletargadas a lo largo del siglo XVIII y que estallaron de repente cuando la presin fiscal y otros agravios dieron lugar a la alianza
Lucas Alamn, Historia de Mxico, 5 vols., Mxico, 1883-1885, I, p. 67; Manuel Abad y Queipo, Estado moral y poltico en que se hallaba la poblacin del virreinato de Nueva Espaa en 1799, Jos Mara Luis Mora, Obras sueltas, Mxico, 1963, pp. 204- 205.
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de distintos grupos sociales contra la administracin y ofrecieron a los sectores ms bajos la oportunidad de sublevarse. Aunque no eran autnticas revoluciones sociales, pusieron de relieve conflictos sociales velados hasta entonces. Esto es lo que puede verse en la reaccin de los dirigentes criollos. Despus de haberse implicado en lo que era una simple agitacin antifiscal, generalmente vean el peligro de una protesta ms violenta desde abajo, dirigida no slo contra las autoridades administrativas sino tambin contra todos los opresores. Los criollos entonces se unan a las fuerzas de la ley y el orden para suprimir a los rebeldes sociales. La tipologa de las rebeliones fue diversa. Los dos primeros movimientos, el de los comuneros del Paraguay (1721-1735) y la rebelin de Venezuela (1749-1752), aislados tanto cronolgica como espacialmente de los otros, indicaron la existencia de un incipiente despertar regional y de la conciencia de que los intereses de Amrica eran diferentes a los de los espaoles. Por otro lado, la revuelta de Quito de 1765, fue una protesta urbana y popular; se trat de un violento movimiento antifiscal en un rea con una industria en decadencia, el cual puso de manifiesto el latente conflicto entre los espaoles y los americanos y, tal como inform el virrey de Nueva Granada, demostr que los criollos sentan odio a las rentas, a los europeos, que es el escollo contra el que por emulacin ms se combate, y a cuanto es sujecin.16 Los recaudadores de impuestos se volvieron ms exigentes en tiempos de guerra, y lo fueron no slo para obtener ingresos para la defensa del imperio, sino tambin para financiar las operaciones blicas de Espaa en Europa o en cualquier parte. La guerra de 1779-1783 entre Espaa y la Gran Bretaa pes fuertemente sobre las colonias, puesto que la metrpoli se empe en extraer an mayores beneficios de ellas; el resentimiento se convirti en rebelin, y pronto las provincias andinas del imperio se sumergieron en una crisis. En 1781, en Nueva Granada estall un movimiento que constituy una secuencia modelo de las innovaciones borbnicas, de la resistencia colonial y del absolutismo renovado. La principal causa del ultraje la constitua el proceder del regente y visitador general, Juan Francisco Gutirrez de Pieres, cuyos implacables mtodos e inflexibles demandas contrastaban enormemente con el tradicional procedimiento del regateo y el compromiso. Aument las alcabalas sobre las ventas en un 4 por 100, reintegr la percepcin de impuestos por la administracin (sustrayndola de los arrendatarios) y reimplant un impuesto en desuso para la defensa naval. Tambin reorganiz los monopolios del tabaco y el alcohol, aumentando los precios de su consumo y, en el caso del tabaco, restringi la produccin a las reas que lo producan de mayor calidad. Estas cargas recayeron sobre una economa estancada, una poblacin pobre y, ante todo, sobre los numerosos pequeos agricultores. Despus de una serie de protestas y de disturbios, el 16 de marzo de 1781 estall una seria rebelin que tena como centro Socorro y San Gil. Los rebeldes se negaron a pagar los impuestos, atacaron los almacenes del gobierno, expulsaron a las autoridades espaolas y, en nombre del comn, nombraron a sus dirigentes. El mximo era Juan Francisco Berbeo, un hacendado de modesta posicin y con cierta experiencia militar. Pronto, un movimiento que haba empezado siendo popular y predominantemente mestizo pas al control de una elite criolla de propietarios y funcionarios, que se sumaron a ella con cierta vacilacin a fin de controlar lo que no haban podido prevenir. Los comuneros fueron una fuerza poderosa, al menos en nmero; un grupo de varios centenares se dirigieron a Bogot juntamente con un contingente de indios. Hubieran podido asaltar la capital e
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Joseph Prez, Los movimientos precursores de la emancipacin en Hispanoamrica, Madrid, 1977, p. 64.

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imponer el reino del terror sobre los espaoles y los criollos, pero Berbeo y sus allegados no eran revolucionarios y el lema de su movimiento era tradicional: Viva el rey y muera el mal gobierno. La tirana a la que se oponan era la de los funcionarios espaoles, pero no se enfrentaban a la estructura de la sociedad colonial. Adems, Berbeo y los dems criollos contuvieron a las fuerzas rebeldes y prefirieron negociar con el arzobispo Caballero y Gngora e indirectamente con la elite de Bogot. sta era la salida tradicional y el resultado fue un compromiso, las llamadas capitulaciones de Zipaquir (8 de junio de 1781). Por stas, se suprimieron el monopolio del tabaco y varios impuestos, se restringi y redujo la alcabala del 4 al 2 por 100, se establecieron ciertas reformas administrativas que favorecan al autogobierno local, se prometi a los americanos un mayor acceso a los cargos y se mejoraron las condiciones de los indios. Las capitulaciones fueron negociadas por dos hombres, Berbeo y Caballero, convencidos de que era necesario hacer alguna concesin para evitar una revolucin ms violenta. Berbeo fue nombrado corregidor de Socorro pensando que el movimiento se haba terminado. Pero, haba concluido en realidad? Todos los sectores sociales de la colonia tenan alguna queja contra la poltica real y en un principio la revuelta lo reflej. El movimiento comunero fue el resultado de la alianza temporal entre el patriciado y la plebe, entre los blancos y la gente de color, que se oponan a la opresin burocrtica y a las innovaciones fiscales. Los dirigentes eran propietarios agrcolas y comerciantes de nivel medio que encabezaron la revuelta para controlarla y conducirla segn sus intereses. La aristocracia criolla de Bogot tambin era algo as como aliada; como todo el mundo, tena agravios a causa de los impuestos. Adems tena un inters particular en cierto artculo de las capitulaciones, uno que tena poco que ver con los motivos del comn, concretamente el que haca referencia a los cargos: hayan de ser antepuestos y privilegiados los nacionales de esta Amrica a los europeos.17 Esto satisfizo a la elite criolla, por lo que se prepar para hacer causa comn con las autoridades si la insurreccin iba ms lejos. Porque existan tambin otras vctimas y otras injusticias. Los indios tambin participaron en la revuelta: en Santa Fe y Tunja pidieron la restitucin de sus tierras y en los llanos de Casanare se levantaron en contra de las autoridades espaolas, el clero y los blancos. En todas partes se negaron apagar el tributo. Los ciudadanos de Bogot sentan ms terror de los indios que se encontraban fuera de las murallas que de los comuneros. Los indios, encolerizados por la invasin de sus tierras comunales (resguardos), eran aliados fciles de los hacendados criollos y de los mestizos deseosos de tierra, algunos de los cuales se haban aprovechado de los poblamientos de los indios y de la subasta de sus tierras. Aunque las capitulaciones aseguraron una reduccin de los tributos y la restauracin de los resguardos, intencionadamente establecan que los indios tenan el derecho de poseer y vender la tierra, lo cual ms bien constitua una ganancia para los criollos y los mestizos, compradores potenciales, que para las comunidades indias. Pero los indios no eran los nicos comuneros que se sentan frustrados. La rebelin tambin haba creado esperanzas entre los pobres y desposedos de la colonia. Aunque tambin queran la abolicin de los monopolios, lo que significaba productos de consumo ms baratos y libertad de produccin, su mvil era el odio de los pobres contra los ricos, de los que nada tenan contra los que lo posean todo. En la regin de Antioquia, los mestizos, los mulatos y gente de otras castas se amotinaron, y los esclavos se enfrentaron a sus dueos y pidieron la libertad. En el mismo epicentro de la rebelin emergi un dirigente que representaba a los socialmente oprimidos.
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Phelan, The people and the king, pp. 179-180.

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Jos Antonio Galn, un hombre del pueblo, quizs un mulato o un mestizo, vio las capitulaciones como una traicin, un recurso para evitar que los comuneros entraran en Bogot. Retom los aspectos ms radicales del movimiento e hizo con ellos, si no una revolucin autntica, s una protesta con un llamamiento ms decidido a los sectores sociales ms bajos, a las castas y quizs a los esclavos. Los criollos se sintieron atropellados y colaboraron con las autoridades para suprimir esta evolucin desautorizada de su movimiento. Los antiguos dirigentes comuneros persiguieron a Galn, el Tupac Amaru de nuestro reyno as le designaban ahora, y le impidieron que organizara una segunda marcha sobre Bogot. Tal como inform un funcionario, los mismos capitanes del Socorro que, en la prontitud, unin y celo con que proceden a sosegar inquietudes con los nuestros, bien muestran su fidelidad, obediencia y amor al rey, y que slo aspiraban a libertarse de opresiones y de las tenacidades del regente.18 As los dirigentes de los comuneros fueron exonerados. Galn y sus seguidores, en cambio, fueron brutalmente ejecutados, constituyendo un aviso para los criollos y un ejemplo para la poblacin. A raz de la rebelin se redujeron los impuestos a los niveles anteriores pero se mantuvieron los monopolios y, si bien el rgimen fiscal se abland, conserv el mismo objetivo y los ingresos reales continuaron subiendo. Ms adelante el movimiento comunero fue considerado una oportunidad perdida en el camino hacia la independencia. Sin embargo, en el momento en que aconteca la insurreccin, ni los comuneros ni sus oponentes lo vieron como un movimiento de independencia. Las autoridades utilizaron el tema de la subversin social y los criollos demostraron que teman a las masas ms que a Espaa y que preferan la dependencia a la revolucin. En toda la Amrica espaola pasaba lo mismo. El movimiento comunero se esparci por Venezuela, donde puso de manifiesto la existencia de divisiones similares en la sociedad colonial y donde fracas en un aislamiento parecido. De hecho, se trat de otra revuelta antifiscal y antimonopolista; como tal abarc a todos los sectores de la sociedad que estaba resentida por el incremento de la presin imperial ejercida por la nueva intendencia y por la poltica opresora del intendente, Jos de Abalos. Tal como observ el capitn general de los comuneros, Juan Jos Garca de Hevia, Los ricos y los pobres, los nobles y la gente comn, todos se quejan. Pero no todos reaccionaron de la misma manera. La reaccin ms violenta fue la insurreccin armada de la gente corriente de las provincias andinas: los pequeos labradores, los artesanos y vendedores al por menor, los trabajadores urbanos y rurales, a los que a veces se unieron los indios. Los caudillos del movimiento, que procedan de estratos sociales superiores, crean que podran beneficiarse de las capitulaciones tal como lo consiguieron los criollos de Nueva Granada. Pero la mayora de la gente acomodada se mantuvo al margen. Los ricos criollos de Maracaibo se interesaban ms por el comercio, por la expansin de la produccin y de las exportaciones, que por los agravios padecidos por la pobre gente del interior. Y cuando finalmente se enteraron de lo que ocurra con los comuneros, los condenaron y se ofrecieron para colaborar en la represin incluso con sus propias personas.19 El capitn general de Venezuela alab ante el gobierno a la aristocracia criolla por su espritu de lealtad y amor al rey y por su oposicin a las exigencias de la poblacin. En efecto, los criollos preferan Espaa a la

Informe del 2 de junio de 1781, Archivo del General Miranda, 24 vols., Caracas, 1929-1950, XV, p. 42. Carlos E. Muoz Ora, Los comuneros de Venezuela, Mrida, 1971, pp. 136-137; Prez, Los movimientos precursores, p. 105.
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anarqua. De hecho, la misma estructura social existente constitua la ltima lnea defensiva espaola. Esto an se sinti ms vivamente en Per, donde los diferentes mundos de los blancos y de los indios coexistan en una proximidad poco tranquila. Sin embargo, en Per la rebelin no era solamente india. En las ciudades exista otro tipo de movimiento, una insurreccin que desde enero de 1780 se expanda como una infeccin y que se diriga contra las aduanas interiores, las crecientes alcabalas y en contra de otras formas de presin fiscal. Aunque desde las ciudades y las sierras vecinas los indios se juntaban por cientos a la protesta, era ms significativa la participacin de los criollos pobres, de los mestizos, cholos y otras castas, que estaban resentidos por la extensin de las contribuciones sobre ellos. Los centros principales del movimiento eran Cuzco, Arequipa, La Paz y Cochabamba. Los sublevados de La Paz apelaron por el establecimiento de una unidad al estilo de la que se haba creado en las colonias inglesas de Amrica del Norte, dignas de memoria y nuestra envidia.20 Pero el descontento criollo no era de la misma clase que el de los indios, y la revuelta antifiscal fue sobrepasada por la rebelin india, as que la mayora de los criollos se retrotrajeron o alejaron de los movimientos urbanos. Este fue el caso de Oruro, donde, en 1781, una revuelta dirigida por criollos fue superada numricamente por la alianza establecida entre los indios y los cholos, hasta que los criollos se pasaron al lado de las autoridades espaolas para defenderse de ellos y expulsarlos de la ciudad. Las quejas de los indios eran ms serias y sus causas eran ms profundas, procediendo como procedan de la tirana de los corregidores (que respecto a los indios eran a la vez sus funcionarios, jueces y comerciantes), con su inflexible demanda de tributos, contribuciones y diezmos, con el reparto, o imposicin de bienes que obligaban a consumir, y con el sistema de la mita que supona, sobre todo en las minas de Potos, la inhumana exigencia de mano de obra forzada. Entre las diferentes medidas borbnicas, particularmente dos el incremento de la alcabala del 4 al 6 por 100 y el establecimiento de aduanas interiores para asegurarse la recaudacin pesaban duramente sobre los indios, los comerciantes y asimismo sobre los consumidores, y sirvieron para enajenar el apoyo de los grupos medios de la sociedad india y para estimular la aparicin de cabecillas rebeldes. Per, a lo largo del siglo XVIII, fue escenario de peridicas sublevaciones indias que culminaron en la conducida por Jos Gabriel Tupac Amaru, un educado cacique que era descendiente de la familia real inca. En la dcada de 1770 Tupac Amaru empez una movilizacin pacfica para obtener reformas; la inici buscando justicia ante los tribunales espaoles. Cuando no obtuvo ningn resultado, y como el visitador general Jos Antonio de Areche apret el dogal an ms al Per indio, condujo a sus seguidores a una insurreccin violenta, con ataques a los corregidores, saqueo de los obrajes y ocupacin de los pueblos. El movimiento empez en Cuzco, en noviembre de 1780 y pronto se extendi por el sur de Per, y en un segundo momento, en una fase ms radical, se propag por los territorios aymara del Alto Per. La extensa red familiar de Tupac Amaru y sus conexiones con el comercio y el transporte regional confirieron al movimiento una direccin coherente, una fuente de reclutamiento y una continuidad del liderazgo. Pero el mayor mpetu provino de la misma causa.

Boleslao Lewin, La rebelin de Tupac Amaru y los orgenes de la emancipacin americana, Buenos Aires, 1957, p. 151.

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Tupac Amaru declar la guerra a muerte contra todos los espaoles; su objetivo era que no haya ms corregidores en adelante, como tambin con totalidad se quiten alcabalas, mitas en Potos, adunas y otras muchas introducciones perniciosas. Se esforz por dar a su movimiento un carcter amplio, haciendo un llamamiento general sin tener en cuenta las divisiones sociales. Convoc a los criollos a juntarse con los indios destruyendo a los europeos, y se declar a favor de el amparo, proteccin y conservacin de todos los espaoles criollos, de los mestizos, zambos e indios, y su tranquilidad, por ser todos paisanos y compatriotas, como nacidos en nuestras tierras, y de un mismo origen de los naturales, y de haber padecido todos igualmente dichas opresiones y tiranas de los europeos.21 El intento de lograr la alianza con los criollos fracas. La poltica social de Tupac Amaru era demasiado revolucionaria para satisfacer a alguien ms que a los desposedos. Atac el trabajo forzado y prometi la libertad de los esclavos, o al menos de aquellos que entraran a formar parte de su ejrcito. Busc la manera de destruir los obrajes y los repartimientos de comercio, mientras sus seguidores atacaban las ciudades blancas y sus habitantes de forma indiscriminada. Espantados por la magnitud de la rebelin, los criollos hicieron causa comn con los espaoles para defender su herencia. La Iglesia y el Estado, los criollos y los europeos, todos los que formaban parte del orden establecido, cerraron filas en contra de Tupac Amaru y despus de una violenta lucha en la que murieron 100.000 personas, la mayora indios, el movimiento fracas. Los dirigentes indios fueron brutalmente ejecutados, sus seguidores abatidos; hacia enero de 1782, despus de una conmocin corta pero seria los espaoles recuperaron el control. Se ponan en vigor unas pocas reformas de las instituciones los intendentes sustituyeron a los corregidores y se abolieron los repartimientos, pero debe entenderse que estas medidas fueron dictadas ms bien para fortalecer el poder imperial que para asegurar el bienestar de los indios. Aspiraba Tupac Amaru a la independencia? Las autoridades espaolas lo aseguraban, y simpatizantes suyos en otras partes de Amrica le vieron como rey de Per. Indudablemente se hizo ms radical una vez que estall la rebelin, pero que pretendiera la independencia es otra cosa. Las pruebas documentales son muy poco claras y a veces incluso son sospechosas. De todos modos, la libertad respecto a Espaa era slo una parte de su programa. La autntica revolucin era contra los privilegios de los blancos, ya fueran criollos o espaoles, y su deseo final era acabar con el sometimiento de los indios. Se trataba esencialmente de objetivos de carcter social. En cuanto a la independencia, era poco probable que una rebelin india pudiera haber tenido las ideas, la organizacin y los recursos militares necesarios para tal causa. Adems, entre los indios falt solidaridad. Durante el levantamiento de Tupac Amaru, al menos 20 caciques, ya fuera por motivos de rivalidad personal y tribal o bien porque ya se encontraban insertos en el sistema espaol, mantuvieron leal a la corona a su gente y en algunos casos se integraron en las fuerzas realistas. A las revueltas indias les falt otro ingrediente para obtener la independencia: la direccin criolla. Los criollos estaban inmersos en la estructura econmica existente, y sta se basaba en el trabajo indio en las minas, en las haciendas y en los obrajes. Y, pocos como eran, dudaron en ponerse a la cabeza de un movimiento que podan no ser capaces de controlar. La independencia, cuando lleg, se hizo sobre trminos diferentes. Las rebeliones del siglo XVIII no fueron propiamente hablando antecedentes de la independencia. Es verdad que las autoridades espaolas las denunciaron como subversivas,
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Ibid., pp. 402-403, 415-416, 422-423.

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ya fuera por miedo o con propsitos propagandsticos, El intendente Abalos arguy que la raz de todas las rebeliones de 1780-1781 no estaba en las imposiciones sino en la desafeccin de estos naturales a la Espaa y en el vehemente deseo de la independencia.22 Esto era ms de lo que los propios rebeldes pensaban. Apelaban ms a utopas sobre al pasado, a una poca dorada precarolina en la que la centralizacin burocrtica y la opresin impositiva eran desconocidas. Sin embargo, aunque los insurrectos no formularon ninguna idea de independencia, colaboraron en crear un clima de opinin que los presentaba como un reto fundamental al sistema tradicional. Probaron que en efecto la frmula Viva el rey y muera el mal gobierno era obsoleta; como medio de protesta ya no poda seguir siendo realista, desacreditada como estaba por los mismos Borbones, cuya poltica centralizadora invalidaba la vieja distincin entre el rey y el gobierno, e hizo a la corona francamente responsable de los actos de sus servidores. Adems, las revueltas hicieron ms patente el hecho de que el nuevo gobierno vena de fuera. En este sentido, constituyeron una etapa ms avanzada del desarrollo o en la toma de conciencia de las colonias, signo de incipiente nacionalismo, defensa dramtica de una identidad y de unos intereses claramente diferentes de los de la metrpoli. Los comuneros manifestaron que Nueva Granada era su pas, que ste perteneca a quien haba nacido y viva all, y que estos propietarios naturales se vean amenazados por los espaoles intrusos. Tambin la rebelin en Per expres un sentido de nacionalidad. Tupac Amaru habl de paisanos, de compatriotas, sealando a los peruanos como distintos de los espaoles europeos. En su proclama del 16 de noviembre de 1780, en que ofreci la libertad a los esclavos, hizo un llamamiento a la Gente Peruana para que le ayudasen en su enfrentamiento con la Gente Europea, para el bien comn de este reyno.23 La Gente Peruana, a quien tambin llamaba gente nacional, comprenda a los blancos, mestizos e indios, todos los que haban nacido en Per, dado que eran distintos de los extranjeros. Estas ideas fueron un resultado natural de la experiencia colonial. Sin embargo, no eran representativas del movimiento indio en su conjunto. El incipiente nacionalismo tuvo una poderosa influencia, pero no fue india. El manifiesto de Tupac Amaru ms bien expresaba conceptos criollos que indios: eran ideas de un dirigente precoz, no las de un indio propiamente dicho. Los indios, as como otros elementos marginalizados de la sociedad colonial, podan tener bien poco, si es que tenan algo, de sentido de identidad nacional, y sus relaciones ms cercanas eran con la hacienda, la comunidad o la administracin local, y no con una entidad mayor. Las expectativas de los criollos, por otro lado, reflejaban la existencia de una percepcin ms profunda, de un sentido de identidad en desarrollo, de la conviccin de que ellos eran americanos y no espaoles. Este protosentimiento de nacionalidad era ms subversivo ante la soberana espaola y mejor conductor a la independencia que las peticiones especficas de reforma y cambio. Al mismo tiempo que los americanos empezaban a repudiar la nacionalidad espaola, estaban tambin tomando conciencia de las diferencias que haba entre ellos, porque incluso en el estado prenacional las diferentes colonias rivalizaban entre ellas en cuanto a sus recursos y a sus pretensiones. Amrica era un continente demasiado vasto y un concepto demasiado vago como para atraer lealtades individuales. Los hombres eran en primer lugar mexicanos, venezolanos, peruanos, chilenos, y era en su propio pas y no en
Representacin a Carlos III, Caracas, 24 de septiembre de 1781, Muoz Ora, Los comuneros de Venezuela, p. 39. 23 Coleccin documental de la independencia del Per, 30 vols., Lima, 1971, II, p. 272.
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Amrica donde encontraban su hogar nacional. Estos pases se definan por su historia, por sus fronteras administrativas y por los contornos fsicos que los demarcaban, no slo ante Espaa sino tambin entre s. Este era el mbito donde estaban establecidas las sociedades americanas, cada una de ellas nica, y sus economas, todas con intereses diferentes. De qu fuentes se alimentaba esta conciencia nacional? Los americanos estaban redescubriendo su tierra, gracias a una original literatura Americana. Los escritores criollos de Mxico, Per y Chile expresaban y nutran un nuevo despertar de patria y un mayor sentido de exclusivismo, porque tal como seal el Mercurio Peruano: Ms nos interesa el saber lo que pasa en nuestra nacin.24 Entre los primeros que dieron expresin cultural al americanismo se encuentran los jesuitas criollos que fueron expulsados de su tierra en 1767, los cuales en el exilio se convirtieron en los precursores del nacionalismo americano. El jesuita Peruano Juan Pablo Viscardo fue un ardiente abogado de la independencia, a favor de cuya causa public en 1799 Lettre aux Espagnols-Amricains. El Nuevo Mundo escribi Viscardo es nuestra patria, su historia es la nuestra, y es en ella que debemos examinar nuestra situacin presente, para determinarnos, por ella, a tomar el partido necesario a la conservacin de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores.25 La obra de Viscardo fue un llamamiento a la actuacin revolucionaria. Sin embargo, la mayora de los jesuitas exiliados tenan otro objetivo: escriban para hacer desaparecer la ignorancia que los europeos tenan sobre sus pases; describieron la naturaleza y la historia de sus lugares de procedencia, sus recursos y sus bienes, dando lugar tanto a estudios de erudicin como de literatura. Aunque no se trataba an de una literatura nacional, contena un ingrediente esencial del nacionalismo: la conciencia del pasado histrico de la patria. Pero el sentido autntico de los trabajos de los jesuitas no radic en su directa influencia slo unos pocos se publicaron en espaol durante su vida, sino en el hecho de que expresaron el pensamiento menos articulado de otros Americanos. Cuando los criollos expresaron ellos mismos su patriotismo, lo hicieron de un modo ms optimista que el de los exiliados. El perodo de la preindependencia vio el nacimiento de una literatura de identidad en la que los americanos glorificaban sus pases, exaltaban sus recursos y valoraban a sus gentes. A la vez que enseaban a sus compatriotas cul era su patrimonio, les mostraban cules eran las cualidades americanas para ocupar cargos y, de hecho, las que tenan para poder autogobernarse. Los mismos trminos utilizados patria, tierra, nacin, nuestra Amrica, nosotros los americanos creaban confianza a fuerza de repetirlos. Aunque se trataba de un nacionalismo cultural ms que poltico y que no era incompatible con la unidad del imperio, prepar a la gente para la independencia, al recordarles que Amrica tena recursos independientes y que los tenan en sus manos. El nuevo americanismo tuvo un poder ms fuerte que la Ilustracin. Las ideas de los philosophes franceses, su crtica a las instituciones sociales, polticas y religiosas contemporneas y su concepto de la libertad humana no eran desconocidos en el mundo hispnico, aunque no contaban con una aceptacin universal, y la mayora de la gente continuaba siendo de conviccin catlica y fiel a la Monarqua absoluta. La versin espaola de la Ilustracin estaba purgada de contenido ideolgico y qued reducida a un programa de modernizacin dentro del orden establecido. Aplicada a Amrica, por un lado significaba convertir a la economa imperial en una fuente de riqueza y poder ms fructfera
R. Vargas Ugarte, Historia del Per. Virreinato (Siglo XVIII), Buenos Aires. 1957, p. 36. Miguel Batllori. El Abate Viscardo. Historia y mito de la intervencin de los Jesuitas en la Independencia de Hispanoamrica, Caracas, 1953, Apndice, p. VIII.
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y, por otro, mejorar los medios de control. De poner en sus debidos valores mis rentas reales, as era como Carlos III calificaba su poltica colonial en 1776, y eso tena poco que ver con la Ilustracin. Y si en la propia Espaa los cambios que tuvieron lugar despus de 1765 fueron solamente marginales, en Hispanoamrica los valores y las estructuras permanecieron igualmente sin cambiar. En este contexto se puede cuestionar si el trmino Ilustracin o incluso reforma son apropiados para describir la poltica imperial espaola o a su entorno ideolgico en el perodo de 1765-1810. Desde luego haba un sentido en el que la modernizacin estaba en deuda con el pensamiento del siglo XVIII: el valor concedido al conocimiento til, los intentos de mejorar la produccin a travs de las ciencias aplicadas, la creencia en la benfica influencia del Estado, eran todas reflexiones de su tiempo. Tal como el arzobispo y virrey Caballero y Gngora explicaba a su sucesor, era necesario sustituir las especulaciones infructuosas por ciencias tiles y exactas, y en un reino como Nueva Granada, que tena productos para explotar, carreteras que construir, minas y marismas para drenar, haba ms necesidad de gente preparada para observar y medir que para filosofar. Una modernizacin de este tipo tena ms que ver con la tecnologa que con la poltica. En realidad, la Ilustracin espaola en Amrica fue poco ms que un programa de imperialismo renovado. Sin embargo, la Amrica espaola pudo conocer la nueva filosofa directamente de sus fuentes originales en Inglaterra, Francia y Alemania, ya que la literatura de la Ilustracin circulaba con relativa libertad. En Mxico exista un pblico para las obras de Newton, Locke y Adam Smith, para Descartes, Montesquieu, Voltaire, Diderot, Rousseau, Condillac y DAlembert. Los lectores se encontraban entre los oficiales de alta graduacin, entre los comerciantes y los individuos de los sectores profesionales, entre el personal de las universidades y los eclesisticos. En Per haba un grupo de intelectuales, algunos de ellos salidos del real colegio de San Carlos, miembros de la Sociedad Econmica y colaboradores del Mercurio Peruano, que admiraban los escritos de Locke, Descartes y Voltaire, y estaban familiarizados con las ideas del contrato social, la primaca de la razn y el culto a la libertad. Pero qu significaba todo ello? La Ilustracin de ningn modo era universal en Amrica, ni tampoco sobrevivi intacta una vez que se implant all, puesto que su expansin, mermada por el conservadurismo y limitada por la tradicin, fue escasa. Cronolgicamente su impacto fue tardo. Las revoluciones de 1780-1781 tenan muy poco, si es que algo tenan, del pensamiento de la Ilustracin; fue entre entonces y 1810 cuando empez a enraizar. Su difusin se increment en la dcada de 1790: en Mxico la Inquisicin empez a reaccionar, alarmada menos por la heterodoxia religiosa que por el contenido poltico de la nueva filosofa a la que se miraba como sediciosa, contraria a la quietud de los estados y reynos, llena de principios generales sobre la igualdad y libertad de todos los hombres, y en algunos casos un medio de obtener noticias de la espantosa revolucin de Francia que tantos daos ha causado.26 En general, sin embargo, la Ilustracin inspir en sus discpulos criollos, ms que una filosofa de la liberacin, una actitud independiente ante las ideas e instituciones recibidas, signific una preferencia por la razn frente a la autoridad, por el experimento frente a la tradicin, por la ciencia frente a la especulacin. Sin duda estas fueron influencias constantes en la Amrica espaola, pero por el momento fueron agentes de reforma y no de destruccin.
M. L. Prez Marchand, Dos etapas ideolgicas del siglo XVIII en Mxico a travs de los papeles de la Inquisicin, Mxico, 1945, pp. 122-124.
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Pero an as haba cierto nmero de criollos que miraban ms all de la reforma, hacia la revolucin. Francisco de Miranda, que haba ledo los trabajos de los philosophes mientras segua su carrera militar en Espaa en la dcada de 1770, transform la ideologa en activismo. Lo mismo hizo Simn Bolvar, cuya educacin liberal, amplias lecturas y extensos viajes por Europa le abrieron la mente a nuevos horizontes, en particular al ejemplo poltico ingls y al pensamiento de la Ilustracin. Hobbes y Locke, los enciclopedistas y los philosophes, especialmente Montesquieu, Voltaire y Rousseau, todos le dejaron una honda huella y le imprimieron el gusto por la razn, la libertad y el orden que le dur toda la vida. En el Ro de la Plata, Manuel Belgrano ley extensamente la nueva filosofa. Mariano Moreno, que se form en la Universidad de Chuquisaca junto con otros revolucionarios, era un admirador entusiasta de Rousseau, cuyo Contrato social edit en 1810 para instruccin de los jvenes Americanos. En Nueva Granada un grupo de criollos educados, polticamente ms avanzados que los comuneros, constituyeron un ncleo de oposicin radical al rgimen espaol. Pedro Fermn de Vargas condujo la Ilustracin hasta la subversin. En 1791 abandon Zipaquir, de donde era corregidor, para ir al extranjero en busca de ayuda para sus propsitos revolucionarios. Manifest ante el gobierno britnico que los americanos y los indios eran tratados como extranjeros y esclavos en su propio pas y se encontraban al borde de la insurreccin: la poblacin del pas es suficiente para aspirar a la Independencia y el Nuevo Reyno de Granada es hoy como un hijo mayor que necesita emanciparse.27 Para poder financiar su viaje vendi sus libros a Antonio Nario, un joven y rico criollo de Bogot. En 1793 Nario imprimi en su propia imprenta una traduccin del francs de la Declaracin de los Derechos del Hombre, un documento que ya haba sido prohibido en Amrica por la Inquisicin de Cartagena. La edicin de cien ejemplares fue destruida apenas sali de la imprenta, y su editor exiliado por traidor. Nario era amigo de Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, mdico y abogado mestizo de Quito, discpulo tambin de la Ilustracin. En una serie de publicaciones satricas, Espejo critic con rudeza los defectos de la economa quitea, denunciando el dominio espaol como su causa principal. En 1795 tambin l fue encarcelado acusado de subversin. Aunque las autoridades espaolas trataron esta oposicin criolla como si fuera una conspiracin, de hecho los sucesos de 1793-1795 fueron actos de propaganda ms que de revolucin y se hallaban limitados a la elite. Su importancia radica en que mostraron la influencia de la Revolucin francesa, pero no contaban con una base firme. La conspiracin de Manuel Gual y Jos Mara Espaa fue ms seria, ya que pens establecer una repblica independiente en Venezuela. A los dos venezolanos se les uni un exiliado espaol, Juan Bautista Picornell, lector de Rousseau y de los enciclopedistas y un decidido republicano. Habiendo reclutado pardos y blancos pobres, trabajadores y pequeos propietarios, la conspiracin estall en La Guaira en julio de 1797 haciendo un llamamiento a la igualdad y a la libertad, a la armona entre las clases, la abolicin del tributo indio y de la esclavitud de los negros, y el establecimiento de la libertad de comercio. Los conspiradores atacaban el mal gobierno colonial, e invocaron el ejemplo de las colonias inglesas de Norteamrica. La frmula de los levantamientos anteriores, viva el rey y muera el mal gobierno, fue rechazada como contradictoria. O el rey saba lo que haca su gobierno y lo autorizaba, o no lo saba y faltaba a su deber. Ellos queran una repblica, nada menos; pero obtuvieron una dbil respuesta. Los propietarios criollos colaboraron con
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Vargas al gobierno britnico, 20 de noviembre de 1799, Archivo del General Miranda, XV, p. 388.

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las autoridades para suprimir a los hombres de La Guaira, ofreciendo sus servicios al capitn general no slo con nuestras personas y haciendas, sino tambin formar en el momento compaas armadas a nuestra costa. El movimiento qued condenado al fracaso a causa de su radicalismo. Estos hombres fueron autnticos precursores de la independencia, aunque constituan una minora y mantenan una posicin por delante de la que tena la opinin pblica. Los criollos tenan muchas objeciones frente el rgimen colonial, pero eran ms de carcter pragmtico que ideolgico; en ltima instancia, la amenaza ms grande al poder espaol vino de los intereses americanos y no de las ideas europeas. La distincin puede ser sin embargo irreal. El pensamiento de la Ilustracin formaba parte del conjunto de factores que a la vez eran un impulso, un medio y una justificacin de la revolucin venidera. Si bien la Ilustracin no fue una causa aislada de la independencia, es parte de su historia; provey algunas de las ideas que la informaron y constituy un ingrediente esencial del liberalismo hispanoamericano en el perodo de la postindependencia. Durante las guerras de independencia y tambin despus de ellas, hombres de intereses econmicos y de posicin social idnticos frecuentemente adoptaron sus principios polticos opuestos. Las ideas tenan su propia fuerza y las convicciones su propia persuasin. Las revoluciones de Amrica del Norte y Francia condujeron la Ilustracin a la vida poltica. En torno a 1810 la influencia de los Estados Unidos se ejerca por su misma existencia; el cercano ejemplo de libertad y de republicanismo se mantuvo como una activa fuente de inspiracin en Hispanoamrica, la cual an no tena motivos de recelo respecto a la poltica de su poderoso vecino. Ya en 1777 el Dr. Jos Ignacio Moreno, primer rector de la Universidad Central de Venezuela y despus participante en la conspiracin de 1797, tena una versin en espaol de la proclamacin del Congreso Continental (1774-1775). Los trabajos de Tom Paine, los discursos de John Adams, Jefferson y Washington circulaban por el continente suramericano. Varios de los precursores y dirigentes de la independencia visitaron los Estados Unidos y vieron en directo el funcionamiento de las instituciones libres. Fue en Nueva York, en 1748, donde Francisco de Miranda concibi la idea de la libertad y la independencia de todo el continente hispanoamericano. Bolvar tuvo un respeto permanente por Washington y admiraba, aunque no de modo acrtico, el progreso de los Estados Unidos, el trono de la libertad y el asilo de las virtudes, tal como l deca. El comercio estadounidense con la Amrica espaola fue una va no slo de colocar productos y servicios, sino tambin para introducir libros e ideas. Comerciantes de los Estados Unidos, cuyos principios liberales coincidan con su inters en la expansin de un mercado no monopolista, introdujeron en el rea copias, traducidas al espaol, de la Constitucin Federal y de la Declaracin de Independencia. Despus de 1810, los hispanoamericanos buscaran en la experiencia republicana de sus vecinos del norte una gua de los derechos a la vida, a la libertad y a la felicidad. Las constituciones de Venezuela, de Mxico y de otros pases se moldearan segn la de los Estados Unidos y muchos de los nuevos lderes aunque no Bolvar estaran profundamente influidos por el federalismo norteamericano. El modelo de revolucin que ofreca Francia cont con menos adeptos. En 1799 Miranda dijo al respecto: Dos grandes ejemplos tenemos delante de los ojos: la Revolucin Americana y la Francesa. Imitemos discretamente la primera; evitemos con sumo cuidado los fatales efectos de la segunda.28 Las primeras impresiones haban
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Miranda a Gual, 31 de diciembre de 1799, ibid., XV, p. 404.

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levantado las ms grandes esperanzas. Manuel Belgrano en su autobiografa describi la respuesta de los jvenes intelectuales l se encontraba entonces en Espaa ante los sucesos de 1789: se apoderaron de m las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y slo vea tiranos en los que se oponan a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la Naturaleza le haban concedido.29 El gobierno espaol intent evitar la llegada de noticias y propaganda francesas impidiendo su entrada, pero una oleada de literatura revolucionaria en Espaa y Amrica derrib las barreras. Algunos la leyeron por curiosidad. Otros encontraron en ella su soporte espiritual, abrazaron los principios de la libertad y aplaudieron los derechos del hombre. La igualdad era otra cosa. Situados como estaban entre los espaoles y las masas, los criollos queran ms igualdad para ellos y menos para las clases inferiores. A medida que la Revolucin francesa se volva ms radical y que cada vez se conoca mejor, atraa menos a la aristocracia criolla. La vieron como un monstruo de democracia extrema y anarqua, que, si era admitida en Amrica, destruira el mundo de privilegio que disfrutaban. No se trataba de un peligro remoto. En 1791 a colonia francesa en el Caribe, Saint-Domingue, se vio envuelta en una revuelta esclava de grandes dimensiones. Saint-Domingue era todo un prototipo, puesto que era la colonia ms productiva del Nuevo Mundo, dedicada nicamente a exportar azcar y caf a la metrpoli. Por esta razn Francia tena all un destacamento militar y funcionarios, una economa de plantacin y una fuerza de trabajo esclava que estaba controlada por la violencia. La situacin social siempre era explosiva, no slo por la despiadada explotacin ejercida sobre medio milln de esclavos y el sistema de degradacin padecido por la gente de color libre, sino tambin a causa de las divisiones existentes dentro de la minora blanca. Con este panorama de desintegracin en que los grands blancs se enfrentaban a los petits blancs, los blancos a los mulatos, los mulatos a los negros, Saint-Domingue era el microcosmos de la Amrica colonial. La Revolucin de 1789 actu de disolvente instantneo, produjo diferentes respuestas a la oportunidad de libertad e igualdad que se presentaba y liber las tensiones sociales y raciales tanto tiempo reprimidas. Al conocer que la raza dominante se hallaba dividida, los esclavos se rebelaron en agosto de 1791, atacaron las plantaciones y a sus propietarios y comenzaron una larga y feroz lucha por la abolicin de la esclavitud y por la independencia respecto a Francia. La poltica francesa se movi entre la abolicin decretada por la Asamblea Nacional y el intento de Napolen de recuperar la isla y reintroducir la esclavitud. Al final Francia tuvo que admitir su fracaso y el 1 de enero de 1804 los generales negros y mulatos proclamaron el nuevo estado de Hait, la primera repblica negra de Amrica. Hait, observada por los dirigentes y los dirigidos con creciente horror, constituy un ejemplo y un aviso para la Amrica espaola. Los criollos ahora podan ver los resultados inevitables producidos por la falta de unidad en la metrpoli, por la prdida de energa por parte de las autoridades y por la prdida del control por parte de la clase dirigente colonial. Hait no slo representaba la independencia sino la revolucin, no slo la libertad sino tambin la igualdad. El nuevo rgimen extermin sistemticamente a los blancos que quedaban e impidi que cualquier blanco se volviera a establecer como propietario; se reconoca como haitiano a cualquier negro y mulato descendiente de africano nacido en otras colonias, fuera esclavo o libre, y se les invit a desertar; por otro lado, declar la guerra al comercio de esclavos. Estas medidas sociales y raciales
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Manuel Belgrano, Autobiografa, Buenos Aires, 1945, pp. 13-18.

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convirtieron a Hait en un enemigo ante los ojos de los regmenes coloniales y esclavistas de Amrica, que inmediatamente tomaron medidas para protegerse; nadie lo hizo de manera ms vigorosa que Espaa, que en el curso de la revolucin haitiana haba perdido la colonia vecina de Santo Domingo. En noviembre de 1791, dentro de los tres meses que siguieron al estallido, se avis a las autoridades coloniales espaolas para que adoptaran medidas defensivas para prevenir el contagio. A los haitianos negros se les neg la entrada en las colonias espaolas e incluso se sospechaba de los refugiados blancos procedentes de la isla. Venezuela fue considerada como particularmente vulnerable a la penetracin, dada su proximidad y su propia historia de protestas, resistencia y fugas de esclavos a lo largo de todo el siglo XVIII. Algunos negros y mulatos de las Antillas francesas, huyendo de la contraofensiva de Napolen, llegaron a la costa este venezolana, va Trinidad, constituyendo, a los ojos del gobierno, una quinta columna. Alarmados por el avance de sus propios pardos, los criollos de Venezuela reaccionaron duramente. La Audiencia de Caracas busc la manera de proteger la esclavitud frente a las doctrinas revolucionarias francesas, capaces de causar perjudiciales impresiones en las gentes sencillas, especialmente en los esclavos que en slo esta Provincia pasan de cien mil. Haba pruebas recientes de ello: en 1795 una revuelta de negros y de pardos convulsion Coro, el centro de la industria de la caa de azcar y la base de la aristocracia blanca extremadamente consciente de su raza y de su clase. El movimiento estaba dirigido por Jos Leonardo Chirino y Jos Caridad Gonzlez, unos negros libres que haban viajado por el Caribe y conocan los sucesos de Francia y de Hait. Movilizaron a los esclavos y trabajadores de color; unos 300 se levantaron en mayo de 1795 y proclamaron la ley de los franceses, la Repblica, la libertad de los esclavos y la supresin de los impuestos de alcabalas y dems que se cobraban a la sazn.30 Los rebeldes ocuparon las haciendas, saquearon las propiedades, mataron a los terratenientes y asaltaron la ciudad de Coro, pero quedaron aislados, fueron aplastados fcilmente y algunos fueron fusilados sin juicio previo. La revolucin haitiana tuvo an ms consecuencias. En mayo de 1799 una expedicin corsaria de Puerto Prncipe quiso colaborar con una rebelin en Maracaibo, donde 200 hombres de la milicia parda queran matar a los blancos, establecer el sistema de la libertad y de la igualdad y crear una repblica negra como Hait, empezando por abolir la esclavitud. Tambin fracas, pero constituye otro ejemplo de que la lucha latente y constante de los negros contra los blancos caracteriz los ltimos aos del rgimen colonial. Los revolucionarios hispanoamericanos queran mantenerse a distancia de la revolucin haitiana. Miranda en particular estaba preocupado por el efecto que podra tener sobre su reputacin en Inglaterra: Le confieso que tanto como deseo la libertad y la independencia del Nuevo Mundo, otro tanto temo la anarqua y el sistema revolucionario. No quiera Dios que estos hermanos pases tengan la suerte de Saint-Domingue, teatro de sangre y crmenes, so pretexto de establecer la libertad; antes valiera que se quedaran un siglo ms abajo la opresin brbara e imbcil de Espaa.31 Miranda consider que le era vital alcanzar Venezuela antes de que lo hicieran los haitianos, y en 1806 condujo una pequea expedicin a su patria. Desafortunadamente para su reputacin, para reagruparse se par en Hait donde se le dijo que no se contentaran con exhortar a los criollos para que se levantaran, sino que queran cortar las cabezas de todos sus enemigos y prender fuego
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Pedro M. Arcaya, Insurreccin de los negros en la serrana de Coro, Caracas, 1949, p. 38. Miranda a Turnbull, 12 de enero de 1798, Archivo del General Miranda, XV, p. 207.

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en todas partes, y desde donde corri el rumor de que pensaba recurrir a haitianos negros.32 De hecho, Miranda, como otros criollos, era conservador en cuestiones sociales y no tena intencin de incitar a una guerra racial. Pero el dao ya estaba hecho. En Coro, primero fue recibido por un silencio sepulcral y despus por la oposicin de los terratenientes criollos, que le denunciaron como hereje y traidor. Si el caso de Hait constituy un aviso, tambin fue un ejemplo. Los hispanoamericanos pronto tendran que enfrentarse a la crisis de la metrpoli y a la quiebra del control imperial. Entonces tendran que llenar el vaco poltico y agarrarse a la independencia, no para crear otro Hait sino para evitar que sucediera lo que all sucedi. La crisis se produjo en 1808, como culminacin de dos dcadas de depresin y guerra. Las reformas borbnicas en Espaa quedaron interrumpidas por el impacto de la Revolucin francesa, que llev a los atemorizados ministros a la reaccin y al desconcertado rey a los brazos de Manuel Godoy. Al descender la calidad de los dirigentes, desde los niveles de Carlos III y sus ministros reformadores a los de Carlos IV y al favorito de la corte, el gobierno se redujo al simple patronato en el interior y al clientelismo en el exterior. Adems, los espaoles sufrieron grandes adversidades. La crisis agraria de 1803 produjo una gran escasez, hambre y mortalidad, lo que prueba lo poco que hicieron los Borbones para mejorar la agricultura, el comercio y las comunicaciones. Entretanto, a pesar de los esfuerzos por mantener la independencia nacional, el gobierno no tuvo ni la visin ni los recursos necesarios para resolver los urgentes problemas de la poltica extranjera. La alianza francesa no salv a Espaa, sino que acentu su debilidad, prolong sus guerras y expuso su comercio colonial a un ataque ingls. Los visitantes de la Amrica espaola que llegaron entonces a Espaa estaban horrorizados de lo que vean: la que antes haba sido una poderosa metrpoli se haba debilitado hasta el punto de derrumbarse y de agradecer ser un satlite de Francia. Ahora ms que nunca se dieron cuenta de que los asuntos espaoles no eran sus asuntos y de que en Amrica nosotros no tenemos necesidad sino guardar neutralidad y seremos felices, como dijo Servando Teresa de Mier. Pero lo peor an tena que llegar. En 1807-1808, cuando Napolen decidi reducir a Espaa totalmente a su voluntad e invadi la pennsula, el gobierno borbnico se hallaba dividido y el pas se encontraba sin defensas ante el ataque. En marzo de 1808 una revolucin palaciega oblig a Carlos IV a exonerar a Godoy y a abdicar en favor de su hijo Fernando. Los franceses ocuparon Madrid y Napolen indujo a Carlos y a Fernando VII a desplazarse a Bayona para discutir. All, el 5 de mayo de 1808, oblig a ambos a abdicar y al mes siguiente proclam a Jos Bonaparte rey de Espaa y de las Indias. En Espaa el pueblo se levant y empez a luchar por su independencia. A finales de mayo de 1808 las juntas provinciales haban organizado la resistencia ante el invasor y en septiembre se form una Junta Central que invocaba el nombre del rey. sta quera unificar la oposicin frente a Francia y, en enero de 1809, public un decreto estableciendo que los dominios de Amrica no eran colonias sino que eran una parte integrante de la Monarqua espaola. En Amrica estos sucesos crearon una crisis de legitimidad poltica y de poder. Tradicionalmente la autoridad haba estado en manos del rey; las leyes se obedecan porque eran las leyes del rey, pero ahora no haba rey a quien obedecer. Esta situacin tambin plante la cuestin de la estructura del poder y de su distribucin entre los funcionarios imperiales y la clase dominante local. Los criollos tenan que decidir cul era el mejor
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Paul Verna, Ption y Bolvar, Caracas, 1969, p. 95.

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medio para preservar su herencia y mantener su control. La Amrica espaola no poda seguir siendo una colonia si no tena metrpoli, ni una Monarqua si no tena un rey.

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Lectura N 2 Bethell, Leslie, (ed.), Economa y Sociedad (Cap. I), en Historia de Amrica Latina, (T. 6), Barcelona, Espaa, Editorial Crtica, 1991, pp. 341.
Primera Parte Hispanoamrica En los aos que transcurrieron de 1808 a 1825 se estableci una nueva relacin entre la economa hispanoamericana y la economa mundial. Si bien los cambios que siguieron a la consecucin de la independencia pueden parecer superficiales y limitados en comparacin con la incorporacin mucho ms completa en la economa mundial en expansin que empez a producirse a mediados de siglo y que se acentu a partir de la dcada de 1870, sin embargo fueron decisivos en las relaciones entre Hispanoamrica y el resto del mundo. El viejo sistema comercial colonial se estaba desintegrando desde finales del siglo XVIII, pero slo despus de 1808 Espaa qued eliminada en su papel de intermediaria entre Hispanoamrica y Europa (sobre todo Gran Bretaa). Las circunstancias que, como un todo, imperaban tanto en Europa como en la economa atlntica tuvieron graves consecuencias para las futuras relaciones comerciales de Hispanoamrica. El avance del ejrcito francs en la pennsula ibrica, que provoc la separacin de las colonias americanas de Espaa y Portugal, se emprendi para completar el cierre de la Europa continental al comercio britnico. Inglaterra, estando cada vez ms aislada de sus mercados europeos, busc reemplazarlos con una urgencia que empezaba a parecerse a la desesperacin. Por esta razn la ocasin que represent la transferencia de la corte portuguesa a Ro de Janeiro para comerciar directamente con Brasil por primera vez se acept calurosamente. Y como, tras el derrocamiento de la monarqua espaola en Madrid, se produjeron los primeros levantamientos polticos en la Amrica espaola, Ro de Janeiro se convirti en el centro de la agresiva actividad comercial britnica no slo en Brasil, sino tambin en la Amrica espaola, especialmente la zona del Ro de la Plata y la costa del Pacfico de Amrica del Sur. En 1809 el ltimo virrey espaol del Ro de la Plata abri el territorio que gobernaba al comercio ingls. La expansin posterior de ste en la Amrica del Sur espaola seguira sobre todo la suerte de las armas revolucionarias; aunque quienes administraban las zonas realistas terminaran por manifestarse dispuestos a abrirlas a ttulo excepcional al comercio directo con Gran Bretaa, la actividad de los corsarios patriotas lo haca poco atractivo. Chile slo se abri definitivamente al exterior en 1818, y Lima en 1821, si bien el resto de Per no lo hizo hasta ms tarde. En las tierras baadas por el mar de las Antillas las transformaciones fueron ms lentas y parciales. En Venezuela la guerra de la Independencia dur veinte aos, al igual que en Nueva Granada. Mxico, que contena ms de la mitad de la poblacin y de la riqueza de las Indias espaolas, logr independizarse tarde, en 1821. Incluso entonces pasaron unos cuantos aos antes de que se liquidara a los realistas de San Juan de Ula y esto afect a Veracruz, el principal puerto mexicano en el Caribe. Las islas de Cuba y de Puerto Rico continuaron en manos de los espaoles, pero desde 1817 quedaron abiertas al comercio directo con el extranjero, si bien este comercio sufri restricciones al reservarse este ltimo mercado colonial para los

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productos espaoles, empezando por los tejidos y terminando por la harina. Santo Domingo estuvo ocupada por los haitianos hasta 1844.

La franja martima del Atlntico suramericano fue la zona que primero se incorpor al nuevo sistema comercial y donde la peculiar coyuntura que empuj a Gran Bretaa a expansionar rpidamente sus mercados ultramarinos alcanz un primer y mximo impacto. En 1808-1812 los comerciantes-aventureros britnicos llegaron a Ro de Janeiro, a Buenos Aires y a Montevideo en gran cantidad. Pocos aos despus Valparaso se convirti en el principal puerto del Pacfico suramericano; fue el centro desde donde los productos ingleses 50

eran trasladados a otros puertos desde La Serena a Guayaquil. Estos comerciantesaventureros que emprendieron la exploracin y la explotacin del mercado latinoamericano actuaban de modo distinto a los comerciantes y los industriales que vivan en Gran Bretaa: su objetivo era encontrar lo antes posible un mercado para el excedente que amenazaba el crecimiento de la economa inglesa. Desde el comienzo se preocuparon menos de los precios que de la venta rpida y de la obtencin de retornos igualmente rpidos (entre los cuales se preferan con gran diferencia los metales preciosos). Para poder efectuar esta penetracin comercial, los productos ingleses a menudo se ofrecan a precios ms bajos de lo que en principio se haba pensado. Por ejemplo, en 1810, ante las noticias de la liberacin mercantil y del estallido de la revolucin en Buenos Aires, muchos comerciantes-aventureros salieron de Londres esperando vender productos ingleses en Suramrica; cuando llegaron a Buenos Aires no slo se encontraron con que eran demasiados, sino que tuvieron que sufrir la inesperada competencia de los envos de los comerciantes britnicos instalados en Ro de Janeiro. El resultado fue que terminaron vendiendo a prdida y con ello aceleraron la victoria de los productos ultramarinos sobre los que tradicionalmente haban surtido el mercado de Buenos Aires desde zonas tan alejadas como los contrafuertes andinos o el Alto y el Bajo Per. Otra consecuencia fue la expansin del mercado de consumo existente al incorporarse a l niveles sociales que antes slo de forma muy limitada haban sido consumidores. La apertura del comercio latinoamericano al mundo exterior y la llegada de gran nmero de ingleses tambin constituyeron un severo golpe a las viejas prcticas comerciales que al menos en la Amrica espaola se haban basado en una rgida jerarqua. El comerciante-exportador espaol estaba relacionado con el comerciante espaol de los puertos y de los centros distribuidores de la Amrica espaola, ste con los comerciantes menores de las poblaciones ms pequeas y stos a su vez con los vendedores ambulantes. El sistema se mantena cohesionado sobre todo por el avo (Mxico) o por la habilitacin (Suramrica espaola) es decir, por la provisin de capital por parte de quienes ocupaban los niveles ms altos de la jerarqua a los que pertenecan al nivel inferior y queran desarrollar una actividad productiva y por el crdito. En cada uno de estos grupos se aseguraban mrgenes de ganancia muy altos, si bien los beneficios derivados de la provisin de crdito no siempre se diferenciaban fcilmente de la actividad comercial en el estricto sentido de la palabra. La aparicin de los ingleses que a medida que los empujaba la desesperacin hacan sentir su presencia, aunque de modo espordico, en los niveles ms bajos de la estructura comercial tuvo consecuencias devastadoras. Su preferencia por las operaciones rpidas a precios ms bajos y el uso del pago en efectivo en vez del crdito empez a constituir, a todos los niveles, una alternativa al sistema que concentraba los mayores beneficios en manos de los que estaban ms arriba. La pacfica invasin britnica de Hispanoamrica se vio facilitada por el largo periodo de inestabilidad poltica, social y militar de las guerras de independencia en las que sus rivales locales quedaron debilitados. Los mercaderes-aventureros pronto se dieron cuenta de las oportunidades que haba de obtener unos beneficios excelentes dada la inestabilidad existente. Esto les llev a acentuar la agilidad de su estilo mercantil en detrimento de cualquier tentativa de establecer estructuras regulares de trfico. Por ejemplo, en el Paran, los hermanos Robertson corrieron a Santa Fe para vender la yerba mate del aislado Paraguay que debido a su escasez all era mucho ms cara.1 Encontramos otro
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J. P. y W. P. Robertson, Letters on Paraguay, Londres, 1838, I, pp. 358-359.

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ejemplo en 1821 cuando San Martn estaba en Chile preparando su campaa para ocupar Lima: Basil Hall fue secretamente comisionado por los comerciantes londinenses para llevar all un cargamento antes de que lo hicieran otros comerciantes; as pudo espumar la crema de este mercado capital del virreinato del Per que durante tantos aos haba estado aislado.2 Aunque este comercio result fatal para los comerciantes locales, ello no quiere decir que los comerciantes ingleses no se arriesgaran. Se vieron obligados a desarrollar una audacia creciente y muy pocos de ellos lograron sobrevivir hasta el final de esta fase de exploracin y conquista. Esto, dadas las circunstancias mismas de esta etapa, quiz fue inevitable. Las necesidades de la economa britnica forzaban a los comerciantes a que expandieran el mercado, cuyos lmites slo se hacan evidentes cuando no haba demanda local; este mtodo de tantear y errar haca que cada intento de expansin terminara en un fracaso, ya que este fracaso le pona fin; lgicamente, los informes amargos de las vctimas se fueron acumulando. Sin embargo, ninguna de las vctimas anulaba los avances que ella misma haba ayudado a obtener. Incluso los que valoran los resultados desde un punto de vista britnico, ms que latinoamericano, encuentran difcil sostener que los logros de este periodo no dejaran un legado significativo para el futuro. Si bien las exportaciones britnicas a Hispanoamrica ya no rondaban el 35 por 100 del total de las exportaciones britnicas, tal como haba sucedido en 1809 y 1811, sin embargo, con un promedio anual de cerca de cinco millones de libras esterlinas en 1820-1850 (casi la mitad de las cuales iba a Hispanoamrica y la otra mitad a Brasil), aqullas haban duplicado en valor, y multiplicado varias veces en volumen, los promedios de la segunda mitad del siglo XVIII.3 En el segundo cuarto del siglo XIX Gran Bretaa fue perdiendo el casi monopolio comercial que haba ejercido durante las guerras de independencia. Este predominio estuvo amenazado durante algn tiempo por la competencia de los Estados Unidos. Apoyndose en una excelente flota mercantil, los comerciantes norteamericanos iniciaron un sistema comercial y de navegacin ms gil que el de los ingleses. Puesto que no estaban al servicio de las necesidades de una economa industrial como sus rivales britnicos, no slo vendan productos de los Estados Unidos sino tambin de Europa, de frica y de Asia al mercado latinoamericano (y sobre todo a los puntos peor suministrados por los ingleses, que como sus antecesores espaoles y portugueses tendieron a preferir las zonas ms ricas y ms densamente pobladas). Sin embargo, un componente esencial de las exportaciones norteamericanas era de produccin propia; ofrecan un tejido ms basto y barato que los de Manchester. Pero el descenso a largo plazo de los precios, a consecuencia de la Revolucin industrial, anul la ventaja del precio y elimin este producto irremplazable en el desafo del predominio britnico. Sin embargo, aunque el comercio norteamericano pudo disfrutar de algunas ventajas en algunos sitios (por ejemplo, en Venezuela a mediados de siglo rivalizaba con el comercio britnico), no produjo ninguna alarma ni en Londres ni en Liverpool.
Samuel Haigh, Sketches of Buenos Aires, Chile and Peru, Londres, 1831, p. VII. Para las cifras de las exportaciones inglesas a Amrica Latina en 1820-1850, vase D. C. Platt, Latin America and British trade, 1806-1914, Londres, 1973, p. 31. Si estas conclusiones a las que se llega tras examinar las cifras propuestas por el profesor Platt permiten o no concluir con l que las cifras de las tres dcadas posteriores a la independencia no estn totalmente en desacuerdo con las estimaciones hechas del comercio colonial depende en ltimo trmino de si se considera que un comercio que se ha doblado constituye un cambio significativo. Desde luego, este cambio puede parecer insignificante si se lo compara con el que sobrevendr a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
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Adems del comercio norteamericano, se notaba con intensidad creciente el comercio de Francia, el de los estados alemanes, el de Cerdea y el de las viejas metrpolis polticas. Sin embargo, parece que todos ellos complementaban, ms que compartan, con el comercio britnico. Francia venda productos de lujo y Alemania de semilujo, lo cual no afectaba el predominio britnico sobre la mucho ms vasta gama de productos industriales de consumo popular. De nuevo Francia, Cerdea, Espaa, Portugal y tambin los Estados Unidos de Norteamrica eran los puntos de origen de las crecientes exportaciones agrcolas hacia Latinoamrica (vino, aceite y harina). No era posible esperar que a travs de Gibraltar Gran Bretaa conservara la preeminencia que haba alcanzado incluso en estos productos debido a una coyuntura poltico-militar tan excepcional como fue la de las guerras de la independencia. Por lo tanto, Gran Bretaa conserv una posicin predominante como exportadora a Latinoamrica. Adems, a la vez, constitua el principal mercado de las exportaciones latinoamericanas, si bien en este aspecto su predominio tuvo algunas excepciones importantes (como el caf brasileo) y la posicin de Gran Bretaa al respecto declin ms rpidamente que en el caso de las exportaciones a Latinoamrica. Esta vinculacin mercantil se completaba con el predominio del bill on London en las transacciones financieras entre Latinoamrica y el resto del mundo. El aumento de las exportaciones britnicas a Amrica Latina despus de 1808 tuvo un gran impacto en la balanza comercial de la regin. En el periodo colonial (y a pesar de los efectos del llamado comercio libre establecido en 1778-1782) el valor de las exportaciones hispanoamericanas haba sido considerablemente superior al valor de las importaciones. La situacin ahora se haba invertido. La mayor parte del desequilibrio comercial desde luego se cubra con la exportacin de metales preciosos que en el periodo colonial siempre haba sido el principal producto exportado de la Amrica espaola y tambin predomin en las exportaciones brasileas durante los dos primeros tercios del siglo XVIII. Sin embargo, el boom del oro brasileo ahora perteneca a un pasado irrecuperable y, si bien en Hispanoamrica con la excepcin significativa del Alto Per la minera del oro y de la plata no sufri descensos importantes en la produccin hasta la vigilia de la crisis de la independencia, en cambio cay rpidamente durante el periodo de guerra. La importante salida de metal que tuvo lugar en Hispanoamrica durante la segunda y tercera dcadas del siglo XIX se consideraba como una prdida, incluso como una fuga de capital, ms que como la constitucin o la reiniciacin de una exportacin tradicional. No hay duda de que hubo varias causas de esta huida de capital. La inestabilidad poltica, que produjo la salida de muchos espaoles, fue una de ellas. Por otro lado, los hbitos comerciales de los conquistadores britnicos del mercado latinoamericano causaron ciertamente una salida de metales preciosos. Sin embargo, ya en 1813-1817 disminuy el golpe que caracteriza la primera ofensiva comercial britnica. Adems, desde los primeros aos de la dcada de 1820, a lo largo de Amrica Latina se fue estableciendo un sistema ms regular respaldado por una serie de tratados comerciales (que fueron impuestos sin posibilidad de negociacin como una precondicin para conseguir el reconocimiento britnico de la independencia) firmados con los nuevos estados que garantizaban la libertad de comercio. Los comerciantes britnicos empezaron a adoptar prcticas comerciales similares a las que haban mantenido los espaoles, incluyendo el crdito. Sin embargo, la balanza comercial continu desequilibrada a pesar de que las exportaciones britnicas a Amrica Latina descendieron. Por lo tanto, la razn principal del desequilibrio parece que 53

fue el estancamiento de las exportaciones de Amrica Latina. En algunos sectores de particular importancia del comercio internacional especialmente en la minera, las exportaciones fueron considerablemente ms bajas que en las ltimas dcadas del periodo colonial. Al mismo tiempo, las caractersticas del nuevo sistema comercial no favorecan la acumulacin local de capital. Al contrario, gran cantidad de metales preciosos acumulados durante varias dcadas se perdi justo en el momento en que un mayor acceso a la economa mundial ofreci la oportunidad de invertirlos. En cambio se malgastaron importando productos de consumo a un nivel que Amrica Latina no poda afrontar sobre las bases de su corriente normal de exportaciones. Incluso el reducido nivel del comercio internacional existente en la dcada de 1820 no se pudo sostener sin aumentar la produccin para la exportacin que exiga una inversin importante, mucho mayor que el capital local disponible. Entonces (al igual que ocurri un siglo despus) a algunos les pareci que si Gran Bretaa quera retener e incluso expansionar sus vnculos con los estados latinoamericanos recin independizados, la relacin comercial deba ir acompaada de una relacin financiera que proporcionara prstamos al gobierno e inversiones a los particulares. Esto fue lo que en 1827 propuso para Mxico sir H. G. Ward, el ministro britnico en este pas un observador perceptivo pero no por ello desinteresado; segn l, lo primero y lo ms importante que deban hacer los inversores britnicos era habilitar la industria minera que a la larga procurara el capital necesario para poder cultivar las descuidadas y poco pobladas tierras bajas tropicales, dando as un nuevo impulso a las exportaciones mexicanas. Sin embargo, la rehabilitacin de la industria minera a corto plazo slo permiti a Mxico pagar sus crecientes importaciones. No es extrao que Ward rechazara vehementemente otra solucin posible: equilibrar la balanza de pagos restringiendo las importaciones y estimulando la produccin local, por ejemplo, de tejidos.4 La inversin de capital en Amrica Latina no era el principal objetivo de los comerciantes britnicos deseosos como estaban de mantener un flujo comercial recproco. Aqulla, en cambio, atrajo a los inversores que buscaban beneficios altos y rpidos. Sin embargo, sufrieron una desilusin ya que, a pesar de que los bonos de los nuevos estados y las participaciones de las compaas que se organizaron en Londres para explotar la riqueza minera de diferentes pases latinoamericanos al principio remontaron fcilmente la cresta del boom de la bolsa londinense de 1823-1825, en 1827 todos los pases, excepto Brasil, dejaron de pagar los intereses y la amortizacin de sus obligaciones y slo algunas compaas mineras mexicanas pudieron salvarse de la bancarrota. Durante el cuarto de siglo siguiente (1825-1850), la relacin econmica existente entre Amrica Latina y el mundo exterior fue bsicamente comercial; de las relaciones financieras establecidas slo sobrevivieron algunas compaas mineras organizadas en sociedades annimas (que al no prosperar no tuvieron imitadores) y algunos comits de detentores de los ttulos de la deuda, desilusionados y descontentos, que ansiosamente esperaban un signo de mejora en la situacin econmica de Amrica Latina para poder acentuar sus reclamaciones. Incluso Brasil, que consigui levantar la suspensin de pagos, durante muchos aos no pudo recurrir de nuevo al crdito exterior. Como que el desequilibrio comercial no desapareci inmediatamente, debe pensarse que durante este periodo a pesar de todo existi cierto grado de crdito y de inversin externa suficiente al menos (ante la ausencia de otros mecanismos institucionalizados ms efectivos) para mantener algn tipo de equilibrio. Para empezar, desde 1820 se necesit
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H. G. Ward, Mexico in 1827, Londres, 1828, I, p. 328.

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invertir para establecer el sistema mercantil ms regular que entonces se impuso (almacenes, medios de transporte, etc.), y adems haba las inversiones en parte suntuarias: incluso en los centros comerciales menores, los comerciantes extranjeros generalmente posean las mejores casas. Estos comerciantes tambin invirtieron en otros sectores, ya que emprendieron actividades industriales o, an ms a menudo, adquirieron propiedades agrcolas. Sin embargo, estas inversiones slo pudieron compensar el desequilibrio comercial existente entre la economa latinoamericana y la del mundo exterior si, durante el periodo de consolidacin y de regularizacin, los residentes extranjeros continuaron actuando como agentes o socios de los comerciantes o capitalistas de los pases metropolitanos. No es fcil poderlo afirmar, pero se pueden encontrar ejemplos de este tipo de relaciones desde Mxico hasta el Ro de la Plata. En Amrica Latina, la independencia redefini la relacin con la metrpoli sobre unas bases ms favorables que en el pasado. No se trat slo de que los vnculos comerciales ya no iban acompaados de la dominacin poltica directa. (Ello signific eliminar el aspecto fiscal que haba sido uno de los ms onerosos de la antigua relacin colonial.) Se trataba tambin de que la nueva metrpoli comercial tena una industria ms dinmica que los antiguos poderes coloniales y, al menos a corto plazo, sus agentes estaban preparados para sacrificar cierto margen de beneficios para obtener un volumen superior de ventas en los nuevos mercados. Incluso cuando, desde la dcada de 1820, el comercio de Amrica Latina con Gran Bretaa lleg a parecerse bastante al de finales del periodo colonial, el firme avance de la Revolucin industrial garantizaba que Amrica Latina se beneficiara a largo plazo, a pesar de las fluctuaciones provocadas por circunstancias pasajeras, de la cada de los precios de las exportaciones britnicas. As, hacia 1850 el precio del tejido de algodn de calidad ms popular (que an constitua el principal artculo exportado a Amrica Latina) haba descendido tres cuartos del que haba tenido en la dcada de 1810. Los precios de otros productos cayeron menos (las telas de lana que slo hacia 1850 vieron transformada completamente su tcnica productiva descendieron alrededor de un tercio). La comparacin es menos fcil en el caso de otros productos loza, porcelana y vidrio, por ejemplo debido a los cambios acaecidos en las clasificaciones aduaneras britnicas, pero parece que sufrieron un descenso comparable y, en cualquier caso, representaron una proporcin ms pequea del total de las exportaciones que los tejidos. En conjunto, el precio de las exportaciones britnicas de mediados de siglo (cuya comparacin es notablemente cercana a las de los primeros aos de la liberalizacin comercial) parece haber descendido alrededor de la mitad del de las de 1810-1820. En estas dcadas, los precios de los productos del sector primario tambin tendieron a bajar, pero menos marcadamente. La plata sufri una cada del 6 por 100 respecto al oro, el cuero rioplatense descendi aproximadamente un 30 por 100, el caf y el azcar se colocaron a niveles comparables. Slo el tabaco cay alrededor de un 50 por 100.5 Hasta mediados del siglo XIX no se notaron los primeros signos de un cambio ms favorable para el comercio de Amrica Latina.
Los precios de las exportaciones inglesas, en los aos referidos, se basan en los valores reales declarados en las exportaciones a Buenos Aires, en Public Record Office, Londres, Aduanas, serie 6. Para los precios de los cueros rioplatenses, vase T. Halpern-Donghi, La expansin ganadera en la campaa de Buenos Aires, Desarrollo econmico, Buenos Aires, 1963, p. 65. Para los precios del caf venezolano, vase Miguel Izard, Series estadsticas para la historia de Venezuela, Mrida, 1970, pp. 161- 163. Para los del azcar y el tabaco, vase M. G. Mulhall, Dictionary of statistics, Londres, 1892, pp. 471-474.
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Paradjicamente, como consecuencia de esta situacin favorable, la apertura de Amrica Latina al comercio mundial tuvo consecuencias menores de lo que se haba pensado antes de 1810. Como el nivel de los precios de los productos exportables no pareca amenazado inmediatamente, el efecto de la apertura consisti ms en estimular un aumento del volumen de las exportaciones que en impulsar la adopcin de cualquier avance tecnolgico en la produccin a fin de reducir los costes. En cualquier caso, los intentos de desarrollar el sector exportador se vieron severamente reducidos por la falta de capital local (acentuada por la guerra) y, tal como se ha visto, por el desequilibrio de la balanza comercial existente en el periodo de la independencia. No obstante, las limitaciones del impacto transformador del nuevo lazo exterior se debieron bsicamente al carcter casi exclusivamente mercantil de esta relacin: como ya se ha visto, slo de forma excepcional (durante el breve periodo de optimismo que acompa el boom de 1823-1825) se asignaron inversiones metropolitanas para extender y modernizar tcnicamente la produccin latinoamericana de bienes exportables; se ha visto tambin cmo la evolucin posterior de esas empresas hizo que conservaran su carcter excepcional durante varias dcadas. La escasez de capital local y la poca inclinacin de los extranjeros a invertir en la zona no fueron consideradas por los coetneos como la causa principal del lento crecimiento de la economa de exportacin de Amrica Latina en el periodo que sigui a la independencia. Los observadores en primer lugar generalmente se referan a la destruccin provocada por la guerra. Para apreciar la validez de este punto de vista es preciso recordar que no slo se destruyeron los recursos (desde el ganado consumido por los ejrcitos combatientes, hasta la inundacin de las minas o la sustraccin de bienes pblicos o privados) sino tambin un sistema completo de relaciones econmicas, jurdicas y sociales. Ello incluye, pues, el deterioro del control ejercido por los plantadores y los mineros sobre sus esclavos en Venezuela, en el Alto Cauca colombiano o en la costa peruana, el fin de la mita (que proporcionaba trabajadores forzados de la sierra de Per a las minas del Alto Per) y la imposibilidad de restablecerla debido a la subsecuente separacin poltica de las dos regiones, la fluctuacin de las exportaciones de trigo chileno a lo que sera el mercado peruano, y la desarticulacin del complicado trfico andino de alimentos, bebidas alcohlicas y manufacturas textiles efectuado sobre mulas. Se pueden incluir tambin las consecuencias indirectas de la guerra, como la cada de la produccin minera junto con la destruccin de minas en las zonas de combate all donde sus propietarios, a causa de la guerra, dejaron de hacer durante aos las inversiones necesarias. Entendida as, la herencia de la guerra puede parecer abrumadora, aunque es difcil evaluarla con precisin. Las prdidas reales tampoco se han podido valorar adecuadamente. Por otro lado, hay que tener en cuenta que, al igual que el impacto de la apertura de Amrica Latina al comercio mundial, los efectos de la guerra fueron muy distintos segn las regiones y segn los sectores de produccin. Tanto en Hispanoamrica como en Europa se pens que los metales seran el primer producto en beneficiarse de las oportunidades que ofreca la apertura del comercio, pero el optimismo fue decayendo gradualmente. Slo en Chile la produccin minera logr superar, ya antes de mediados de siglo, el volumen alcanzado en el periodo colonial (que haba sido modesto). En el resto de Hispanoamrica las reas mineras que conocieron mayores xitos fueron aquellas cuya produccin, tras atravesar un descenso, recuper el nivel que haba alcanzado antes del periodo revolucionario; en muchos sitios, como fue el caso de Nueva Granada y Colombia, esta recuperacin no se alcanz hasta ms tarde y en otros, nunca. 56

Las razones que explican que estos esfuerzos resultaran decepcionantes son complejas. Para entenderlas mejor es preciso recordar ante todo que la decepcin debe achacarse en parte a la esperanza quizs excesiva suscitada en Europa con medios en parte artificiales y en Amrica Latina como reflejo de las expectativas europeas que existieron durante el breve boom inversionista que concluy abruptamente en la crisis de 1825. Las realizaciones de los aos 1810-1850, colocadas en el contexto de la historia de la minera hispanoamericana desde sus orgenes coloniales, no nos parecen como en cambio pareci a los observadores coetneos consecuencia del nuevo marco socioeconmico en que se encontraba la minera. Fuesen las que fueran las circunstancias anteriores, la minera atraves los ciclos de descubrimiento, explotacin y agotamiento de los filones. As, no es sorprendente que Mxico o incluso Per, que alcanz su mxima produccin en las ltimas dcadas del periodo colonial tardara un cuarto de siglo, una vez restablecida la paz, en recuperarse. Igualmente, tambin es ms fcil comprender por qu Chile disfrut de la prosperidad posrevolucionaria antes que otras zonas, si se recuerda que su centro minero, la mina Chaarcillo, no se descubri hasta despus de la independencia. La recuperacin de la minera mexicana, al igual que sucedi en Bolivia incluso ms tarde, no se debi tanto a que los viejos centros mineros retornaran a los antiguos niveles de produccin como a la aparicin de otros centros en Zacatecas o en otros estados. Sin embargo, la decepcin por la produccin y la explotacin minera del periodo de la post independencia se puede justificar. Era razonable esperar que la revolucin comercial, al hacer ascender el volumen y el valor de las importaciones, aadiera un nuevo factor de apremio a la necesidad de que se ampliaran las exportaciones, especialmente de metales preciosos. La respuesta lenta y modesta de la minera requiere, por lo tanto, una explicacin que vaya ms all del ciclo de bonanzas y crisis dictado por el descubrimiento o el agotamiento de los filones ms ricos. La mayora de explicaciones culturales e institucionales las dieron los extranjeros que haban llegado a Amrica atrados por las aparentemente brillantes expectativas que haba antes de 1825, lo cual no debe sorprender; se referan a la inmoralidad y a la frivolidad de la clase gobernante, a la dificultad de encontrar trabajadores para las minas dotados de las cualidades necesarias, a la inesperada indulgencia de aqulla frente a stos en casos de indisciplina laboral que slo perjudicaba a los empresarios extranjeros, a la rigidez de las leyes que regan la explotacin minera, y a otras causas parecidas. No se entrar aqu a examinar este enmaraado captulo de cargos que sobre todo refleja las profundas diferencias existentes entre los hispanoamericanos y los que intentaban insertarse en su economa. Estas diferencias se ensanchaban cuando los extranjeros ya no se limitaban al comercio y queran introducirse en las actividades productivas. Otros obstculos que tambin se interponan en el progreso del sector minero eran ms estrictamente econmicos, como por ejemplo la escasez de mano de obra y de capital. Ambos factores existan con intensidad variable en las distintas zonas mineras hispanoamericanas. Sin embargo, parece posible concluir que en todas partes se exageraba sobre la dificultad de reclutar mano de obra. Sin duda los efectos de la guerra en Mxico la zona minera ms rica de finales del periodo colonial estorbaron gravemente la reconstruccin pos blica; sin embargo, no hay pruebas de que se hubiera producido tal falta de brazos. Despus de la independencia, los peones de las minas cobraban sueldos ms altos que los de las haciendas agrcolas, pero esto no era nada nuevo y en cualquier caso no necesariamente significaba un desnivel equivalente en sus salarios reales. Por otro lado, a pesar de que el fin de la mita, como ya se ha comentado anteriormente, sustrajo en la Bolivia independiente una fuente importante de fuerza de trabajo en las minas, no deja de 57

ser significativo que durante las primeras dcadas que siguieron a la independencia los salarios de los trabajadores libres fueran ms parecidos a los que reciban los mitayos que a los de los trabajadores libres del periodo colonial.6 Todo esto no indica ninguna falta de mano de obra. Adems, las nuevas zonas mineras, o aquellas en ms rpida expansin, no parece que tuvieran ms dificultades que las viejas y estancadas para reclutar la fuerza de trabajo necesaria; por ejemplo, no parece que hubiera escasez de ella en la expansin minera chilena. El problema causado por la falta de capital parece ms serio. En este aspecto, el dao ocasionado por la guerra pareca menos fcil de reparar. La destruccin de las minas y de los centros de procesamiento debida a las operaciones realmente militares fue muy limitada incluso all donde la zona minera fue teatro de la guerra. La suspensin de las inversiones en la expansin y en el mantenimiento de las minas tuvo unas consecuencias ms duraderas y por ello antes de que la minera latinoamericana pudiera recuperarse fue necesario efectuar una inversin de capital importante. Pero, vista desde esta perspectiva, la evolucin de la minera hasta 1850 no fue tan negativa, ya que gracias a capitales britnicos y locales en Mxico y en Bolivia, o casi exclusivamente locales en Chile y Per, se produjo un modesto renacimiento. An as, cabe preguntarse por qu no se dio una inversin ms intensa, con resultados ms considerables. Las razones que tenan para no hacerlo quienes deban tomar la decisin de invertir son muy comprensibles. Salvo en Chile, el rendimiento de las inversiones mineras result nulo o fue muy bajo. Por ejemplo, en Mxico la compaa inglesa de Real del Monte, la ms importante de las creadas durante el boom que se termin en 1825, no obtuvo beneficios de las inversiones. Fue as no por falta de iniciativas para sacar a la mina de su estancamiento; por el contrario, la empresa multiplic los costosos intentos de mejoras, continu con an menos suerte los esfuerzos de los anteriores propietarios por librar del agua los niveles inferiores de la veta, y construy una carretera que permiti el acceso de vehculos a un rea antes servida slo por mulas. Sin duda, la compaa Real del Monte tena derecho a quejarse de su mala suerte: cuando tras un cuarto de siglo de invertir a prdida transfiri los derechos de explotacin a empresarios locales, stos comenzaron a obtener rpidas ganancias en parte como consecuencia de esas inversiones.7 Pero los observadores coetneos parecan dispuestos a extraer de esa experiencia una moraleja ms precisa: H. G. Ward, apologista no del todo desinteresado de las compaas britnicas establecidas en Mxico, admiti de buen grado que la decisin de invertir sumas ingentes en mejorar la produccin, laboreo y transporte haba sido imprudente. En el otro extremo de Hispanoamrica, John Miers sac una conclusin anloga de su experiencia como frustrado productor de cobre en Chile: tambin a su juicio era preciso examinar cuidadosamente el efecto econmico de cualquiera de las mejoras tcnicas que se proyectara emprender; e incluso las inversiones destinadas a aumentar el volumen de la produccin sin introducir mejoras tecnolgicas corran el riesgo de resultar contraproducentes.8 As pues, este conservadurismo que refleja la situacin dominante en una etapa en que no se producan progresos tcnicos comparables a los que conocera la minera en la segunda mitad del siglo provoc una creciente cautela en el momento de hacer nuevas inversiones mineras, excepto all en donde la presencia de yacimientos
Luis Pealoza, Historia econmica de Bolivia, La Paz, 1953-1954, I, p. 208; II, p. 101. Robert W. Randall, Real del Monte, a British mining venture in Mexico, Austin, Texas, 1972, pp. 81, 100108 y 54-56. 8 John Miers, Travels in Chile and La Plata, Londres, 1826, II, pp. 382-385.
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excepcionalmente ricos es el caso de los chilenos garantizaba rpidos y altos beneficios. La reconstruccin pos blica no conllev la introduccin de innovaciones decisivas en la organizacin de las explotaciones mineras. En cuanto a la fuerza de trabajo no hay duda de que el asalariado predomin incluso all donde no lo haba en el periodo colonial. Este fue el caso de Bolivia; la situacin fue algo distinta en la zona aurfera de Nueva Granada, aunque tambin all es indudable que la mano de obra esclava perdi importancia. Sin embargo, la figura del asalariado predominaba en las reas mineras donde ya haba tenido un desarrollo ms rpido en los ltimos aos del periodo colonial. Esto desde luego comportaba incluso entonces realidades muy distintas segn las diferentes cuencas mineras de Amrica Latina, desde la opulenta Mxico (en donde Humboldt hall niveles de salarios superiores a los de Sajonia) hasta el estancado Norte Chico de Chile, en donde se dice, ms convincentemente que en otros casos, que no exista un verdadero asalariado. Esas variaciones continuaron existiendo despus del trnsito a la independencia, aunque sin duda el paso del estancamiento a la rpida expansin no puede haber dejado de afectar la situacin de los mineros chilenos. En el periodo colonial haba existido la misma variedad en la organizacin de la minera. En Mxico predominaban las grandes unidades productivas que financiaban su expansin con sus propios beneficios; a veces, incluso podan invertir en la adquisicin de haciendas que integraban econmicamente a las minas. En Per, Bolivia y Chile las unidades productivas eran ms pequeas y carecan de independencia real frente a los aviadores o habilitadores que adelantaban el capital necesario para continuar las actividades.9 (En el caso del Alto Per la situacin de los empresarios mineros an era peor, ya que frecuentemente tenan que alquilar los derechos de explotacin a unos precios muy altos a sus titulares absentistas). Despus de la independencia los contrastes entre Mxico y Per al respecto continuaron existiendo. En una fecha tan tarda como 1879, Maurice du Chatenet seal que la mayora de los empresarios mineros de Cerro de Pasco no eran personas ricas, que pueden disponer de capitales... tienen que recurrir a la plata ajena; a la vez deban vender sus productos a sus acreedores, que se los pagaban a un precio inferior al normal.10 En la dcada de 1820 Miers describi una situacin similar para la zona chilena del cobre. Pero la prosperidad de la minera argentfera a partir de 1831 permiti que en Chile surgiera una clase de empresarios mineros no slo independientes, sino lo bastante prsperos como para que a partir de mediados de siglo pudiera invertir grandes cantidades de capital; los mineros ms ricos emergieron como fuertes propietarios urbanos y rsticos en el Chile central. En el mismo periodo, en Bolivia hubo cambios radicales en el contexto legal en que operaba la actividad minera. La nacin independiente elimin los derechos de los titulares absentistas y, al otorgar nuevas concesiones, favoreci la aparicin de unidades mineras ms amplias que las existentes en la etapa colonial. Pero el marasmo de la minera boliviana impidi que estos cambios alcanzaran todas sus posibles consecuencias antes del ltimo tercio del siglo XIX. Por lo tanto, la expansin minera en casi todas partes se vio limitada por la necesidad de capital que nunca lleg a cubrirse del todo satisfactoriamente. Sin embargo, el nivel de la demanda otro factor limitador de la expansin de la economa de exportacin
John Fisher, Minas y mineros en el Per colonial, 1776-1824, Lima, 1977, p. 101. Maurice du Chatenet, Estado actual de la industria minera en el Cerro de Pasco, Anales de la Escuela de Construcciones Civiles y de Minas, 1 serie, I (Lima, 1880), p. 119.
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de Amrica Latina no afect al sector minero. Es verdad que en la dcada de 1820 se produjo el boom y la cada de la produccin cuprfera chilena a consecuencia del aumento y la posterior disminucin catastrfica de la demanda de cobre de la India britnica.11 Sin embargo, en toda Amrica Latina la plata era, con gran diferencia, ms importante que cualquier otro mineral y la demanda de plata latinoamericana para acuarla era tan grande que era imposible imaginar que pudiera existir algn tipo de lmite que pudiera frenar la expansin de su produccin. En cambio, el sector agropecuario no poda depender de una demanda tan firme, pero por otro lado, respecto al aspecto mencionado, este sector poda contar con una ventaja: no era necesario hacer una gran inversin antes de comenzar a percibir ganancias, a diferencia de la industria minera descalabrada durante las luchas por la independencia. La ganadera era el sector productivo que requera la inversin ms pequea. Sin embargo, quizs estaba ms afectado que cualquier otro por la disponibilidad de mercados externos. Desde el comienzo de la colonizacin de la Amrica espaola, la ganadera vacuna fue el modo de explotar los recursos naturales cuando no haba otros ms provechosos. Las reas sobre las cuales se expandi, an sin contar entonces con mercados externos satisfactorios, terminaron por ser amplsimas: desde el norte de Mxico hasta el noreste brasileo (y en el mismo Brasil, Minas Gerais, una vez agotada su prosperidad minera), las tierras neogranadinas y los llanos venezolanos, vastas extensiones de Amrica Central, buena parte del valle central de Chile y todo el Ro de la Plata y el sur de Brasil. En la primera mitad del siglo XIX este sistema de explotacin que an estaba tecnolgicamente muy atrasado no significaba necesariamente (como signific ms tarde) limitar la explotacin ganadera a las zonas ms aptas dentro de esas vastas tierras. Lo que haca que slo algunas de entre ellas se incorporaran slidamente a la nueva economa exportadora tena entonces menos que ver con la esfera de la produccin que con la mercantil: la capacidad de volcar esa produccin en circuitos comerciales preexistentes tanto antes como despus de la independencia es lo que explica el xito de la ganadera rioplatense, venezolana o sur-brasilea. Dada la extrema falta de capital y ante el hecho de que eran unas reas muy poco pobladas donde la disciplina social en muchos casos se vea seriamente afectada por los tiempos revueltos, la expansin de la produccin vacuna se basaba en la extensin de tierra disponible. Sin embargo, la diferencia entre la creciente prosperidad de los ganaderos de Buenos Aires y el empobrecimiento de los de la vertiente del Pacfico en Centroamrica como observaba John L. Stephens a mediados de siglo resida en el hecho de que los hacendados de Centroamrica cuyas propiedades eran tan grandes como algunos principados europeos no podan vender su intil riqueza, mientras que los hacendados del Ro de la Plata tuvieron libre acceso al mercado europeo.12 Ello se deba a que la expansin de las importaciones de ultramar consecuencia de la liberalizacin del mercado haba tenido lugar antes y con mayor intensidad en el Ro de la Plata que en ningn otro sitio y esto cre la necesidad de una corriente de exportacin que hiciera posible la perduracin de las importaciones. En Chile, a pesar de la ausencia de unas circunstancias parecidas a las del Ro de la Plata, tambin hubo un incremento de la
Informe del cnsul britnico en Valparaso, Charles R. Nugent, 17 de marzo de 1825, en R. A. Humphreys, ed., British consular reports on the trade and politics of Latin America, Londres, 1940, pp. 96 y ss. 12 John L. Stephens, Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatan, New Brunswick. N. J., 1949, I, pp. 300-301.
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ganadera para la exportacin, aunque su volumen fue mucho menor. Los importadores de Buenos Aires, Montevideo y Valparaso necesitaban productos para enviar a Europa y sus barcos necesitaban carga para el viaje de regreso. Algunas veces tomaron a su cargo la responsabilidad de exportar productos ganaderos. La falta de importaciones era lo que impeda la expansin de las exportaciones a otras reas menos afectadas por la apertura mercantil y esto fue lo que ciertamente ocurri, hasta mediados del siglo XIX, en la costa del Pacfico desde Guayaquil a California. La apertura del comercio permiti que los ganaderos latinoamericanos pudieran acceder al mercado europeo que desde haca mucho tiempo estaba dominado por los rusos. Esto limitaba las posibilidades de la expansin latinoamericana, pero a pesar de todo pudo extenderse dada la abundancia y la baratura de la tierra. El descenso secular del precio de los cueros en el mercado europeo recort peligrosamente el margen de ganancia de los hacendados. La cra se mantuvo y se expandi gracias a la diversificacin de las exportaciones de origen pecuario; el cuero mantuvo desde luego su posicin dominante y la carne salada (charque y tasajo), cuya exportacin haba comenzado antes de la crisis de la independencia, ya hacia 1820 recuper los niveles de preguerra y estos continuaron aumentando hasta mediados de siglo. La carne salada hall su mercado en las zonas esclavistas tropicales (Cuba y Brasil, sobre todo). A partir de 1830, el sebo comenz a pesar cada vez ms en las exportaciones a Europa y, a diferencia de los cueros, goz de una subida casi constante de precios. Buena parte del sebo exportado no era ya en rama, sino grasa concentrada al vapor; propietarios y comerciantes de la zona rioplatense instalaron vapores para producir sebo y grasa. Por lo tanto, su produccin inclua un aspecto manufacturero, si bien era de carcter muy modesto tanto en lo referente a la demanda como en el nmero y en la especializacin de la mano de obra, como tambin en la inversin de capitales. La produccin de tasajo exiga una dimensin manufacturera mucho ms importante. El saladero, establecido en un puerto o cerca de l, agrupaba un nmero de trabajadores que casi nunca bajaba de cincuenta y en los ms grandes llegaba a varios centenares que se especializaban en tareas bien diferenciadas cubriendo las distintas etapas de elaboracin, desde el sacrificio del animal hasta el salado y secado de las mantas de carne. Al revs de lo que ocurra en el sur brasileo, donde estas empresas manufactureras marcadas por tantos rasgos capitalistas utilizaban predominantemente mano de obra esclava, en el Ro de la Plata y Chile la que trabajaba en el saladero era asalariada y se beneficiaba de los altos niveles de remuneracin que por entonces reciban los trabajadores especializados en las ciudades hispanoamericanas.13 La fuerza de trabajo necesaria para la cra del vacuno tambin era asalariada: el trabajador perciba salarios en dinero y no se vea forzado por presin extraeconmica o por el aislamiento a gastarlos exclusivamente en lo que adquira de su patrn, o del comerciante que deba a este patrn la posibilidad de traficar en la estancia. Este era el caso de los trabajadores temporales y especializados (domadores, herradores, arrieros), cuyo nivel de remuneracin era mucho ms alto que el de los permanentes. Pero, a pesar de que estos ltimos podan no tener acceso directo al mercado de consumidores (lo que est lejos de ser evidente en todos los casos) y eran objeto de medidas legislativas que los obligaban a estar siempre empleados so pena de sufrir encarcelamientos, trabajos forzados o enrolamiento en
Sobre el sur de Brasil, vase Fernando H. Cardoso, Capitalismo e escravido no Brasil meridional: o negro na sociedade escravocrata do Rio Grande do Sul, So Paulo, 1962. Sobre la regin del Ro de la Plata, vase Alfredo J. Montoya, Historia de los saladeros argentinos, Buenos Aires, 1956.
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el ejrcito, todo este aparato de control social y poltico los testimonios de todas las zonas de ganadera vacuna lo confirman slo serva para asegurar la presencia de la fuerza de trabajo en la hacienda vacuna; su disciplina era relativa en parte porque la cra del vacuno requiere muy poca y en parte debido a la escasez de mano de obra. De los diferentes tipos existentes de produccin ganadera (sobre las reas medio vacas de Amrica Latina) la vacuna fue de lejos la ms afectada por las consecuencias de la liberalizacin comercial de principios del siglo XIX. La lanar y cabra y la de especies aborgenes se hallaban bien implantadas en las zonas ms antiguas que estaban ms densamente pobladas y donde esta herencia tena un peso muy grande, pero su transformacin slo se hizo sentir en la segunda mitad de siglo, cuando nuevas corrientes comerciales se volvieron ms intensas y alcanzaron de modo ms parejo a toda Hispanoamrica. Mientras tanto, slo en Per se asisti a un crecimiento importante de las exportaciones de lana, tanto de oveja como de los auqunidos andinos, pero no es evidente que ello se debiera al crecimiento del nmero de cabezas de ganado lanar sino ms bien a la reorientacin hacia la exportacin a ultramar de fibras que antes eran utilizadas por la tejedura andina.14 Algunas ramas de la agricultura lograron utilizar ms ampliamente que la ganadera ovina las oportunidades abiertas por la liberalizacin comercial, aunque ninguna de ellas se adapt tan bien como la ganadera vacuna a las condiciones de la economa. Los cultivos de clima templado (cereales, vid, olivo) desde luego estaban limitados por la falta de demanda adicional en el mercado europeo y por los altos costos del transporte. La exportacin de tabaco (que se puede producir tambin en clima templado) no aument significativamente hasta mediados de siglo y slo en Colombia ese proceso se empez ya a insinuar en los ltimos aos de la dcada de 1840. El cacao segua teniendo su mercado ms importante en la antigua metrpoli; los cambios en la estructura del comercio exterior no podran entonces afectarlo tan favorablemente como a otras exportaciones; pese a ello, sigui creciendo la produccin en la costa ecuatoriana y tambin en Venezuela, que fue el gran centro productor en los ltimos aos de la etapa colonial, y si bien el peso relativo de la exportacin cacaotera baj, su valor absoluto ascendi un poco. En Venezuela, y en menor medida en Ecuador, el cacao se haba cultivado con mano de obra esclava. Al parecer en Ecuador, desde el comienzo de la reconstruccin econmica posterior a la independencia, los claros aqu menos significativos dejados en la poblacin esclava por las manumisiones y los enrolamientos forzosos que trajo la guerra se cubrieron con indgenas de la costa y de la sierra. No se les encuadr en la unidad que haba sido la hacienda tradicional, sino que se les instal en terrenos del hacendado a quien entregaban parte de los frutos y por lo que parece a menudo tambin pagaban renta en trabajo.15 La trayectoria venezolana es ms compleja, dado el previo predominio del trabajo esclavo; si bien aqu la guerra desorganiz ms el control sobre la mano de obra que en Ecuador, en la posguerra se intent, de forma sostenida y no totalmente infructuosa, volver a algunos de esos esclavos a la obediencia de sus amos, y poner a los negros emancipados en una situacin en muchos aspectos comparable a la de los que no lo eran.
Jean Piel, The place of the peasantry in the national life of Peru in the nineteenth century, Past and Present, 46 (1970), pp. 108-136. 15 Sobre Venezuela, vase John V. Lombardi, The decline and abolition of negro slavery in Venezuela, 18201854,Westport, Conn., 1971, passim. Sobre Ecuador, vase Michael T. Hamerly, Historia social y econmica de la antigua provincia de Guayaquil, 1763- 1842, Guayaquil, 1973, pp. 106 y ss.
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Aun as, el peso tanto de los esclavos como de los ex esclavos en la fuerza de trabajo fue bajando constantemente. Parece que en Venezuela fueron reemplazados ms frecuentemente por asalariados que por campesinos que cultivaban tierras propiedad de los hacendados a cambio de la entrega por parte del terrateniente de lotes para sus propios cultivos. La prdida de peso relativo que sufri el cacao dentro de la agricultura venezolana se debi sobre todo a la expansin del cultivo de caf. sta comenz ya en la poca colonial y alcanz su ritmo ms intenso en la dcada de 1830. El cultivo de caf, que en su mayor parte utilizaba mano de obra asalariada, al expandirse en nuevo territorio requera una espera de tres aos entre la plantacin de los arbustos y la primera cosecha. Esta expansin estuvo a cargo de terratenientes que no disponan del capital necesario y que por lo tanto debieron recurrir al prstamo. La ley del 10 de abril de 1834, que eliminaba las limitaciones a la libertad contractual impuestas por la legislacin antiusuraria heredada de la etapa colonial, persegua precisamente el propsito de crear un mercado de capital ms amplio y quiz lo logr demasiado bien, ya que la prosperidad cafetalera impuls a los terratenientes a tomar dinero a prstamo a un precio muy alto y cuando esa prosperidad ces, a partir de 1842, tuvieron sobradas ocasiones para lamentarlo. Las tensiones existentes entre una clase terrateniente crnicamente endeudada y un sector mercantil y financiero que quera cobrar esas deudas seran el trasfondo de la atormentada historia poltica de Venezuela durante varias dcadas. Sin embargo, al acabarse la prosperidad cafetalera, debido a la depresin de los precios, el caf no perdi su posicin central en la economa exportadora venezolana. El volumen de las exportaciones subi alrededor del 40 por 100 en el quinquenio siguiente a la crisis de 1842 comparado con el de los cinco aos anteriores, y este nuevo nivel se mantuvo hasta que en 1870 comenz una nueva y gran expansin. A mediados de siglo el caf constitua ms del 40 por 100 de las exportaciones venezolanas y en la dcada de 1870 ms del 60 por 100.16 A diferencia de lo que ocurra en Brasil, donde la expansin del cultivo de la caa en estos aos dependa casi totalmente de la mano de obra esclava, los productores de caf venezolanos generalmente empleaban mano de obra libre. Sin embargo, la creciente penuria financiera de los propietarios hizo que cada vez se emplearan menos asalariados: ahora se hicieron ms frecuentes los contratos con cuneros que a cambio de la tierra recibida trabajaban los cafetales del terrateniente; este tipo de contratos pasaron a constituir el sistema de relacin dominante entre los propietarios y los trabajadores rurales en las zonas cafetaleras venezolanas. As pues, pese a la necesidad de capital y de mano de obra, en Venezuela la agricultura cafetalera encontr el modo de sobrevivir y de expansionarse en una etapa en que la plantacin con mano de obra esclava ya no era una solucin viable a largo plazo. Por otro lado, el cultivo de la caa de azcar en toda Hispanoamrica se basaba en el sistema de la plantacin que empleaba mano de obra esclava (las reducidas zonas productoras de Mxico eran una solucin slo parcial) y le result difcil salirse de l. En la costa peruana, la agricultura azucarera utilizaba mano de obra esclava al igual que durante el periodo colonial. Los plantadores azucareros siempre mencionaban la imposibilidad de obtener ms esclavos como una de las causas principales del estancamiento de la produccin (hasta la dcada de 1860). Sin embargo, parece que la falta de mercado es una explicacin ms satisfactoria.

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Izard, Series estadsticas, pp. 191-193.

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En Cuba que con Puerto Rico fueron colonias espaolas a lo largo del periodo la agricultura tropical, concretamente el cultivo de la caa de azcar, alcanz paradjicamente un desarrollo espectacular. La breve ocupacin britnica de La Habana, en 1762, se considera el punto de partida de una etapa expansiva que en medio de altibajos continuara por ms de un siglo. Desde finales del siglo XVIII la economa cubana que hasta entonces haba sido diversificada pero poco desarrollada se fue orientando hacia el predominio del azcar, si bien el tabaco y el caf tambin avanzaron, mientras la ganadera vacuna, primero predominante, retrocedi aunque no acab de desaparecer. La monarqua ilustrada facilit en parte el proceso de abolir las leyes que regan la adquisicin y la utilizacin de la tierra. Pero otros cambios influyeron an ms directamente, sobre todo el fin del dominio francs en Saint-Domingue [Hait] que elimin al mayor productor de azcar del mundo y motiv la emigracin a Cuba de algunos de sus hacendados con su capital y sus esclavos. A comienzos del siglo XIX el centro de gravedad de la produccin azucarera pas de la provincia de oriente a la de La Habana. La unidad productiva, el ingenio, continu siendo relativamente pequea durante varias dcadas debido al alto costo del transporte y a la necesidad de disponer de combustible. Haba grandes productores dueos de mltiples ingenios, pero la mayor parte dependan de los comerciantes (que les anticipaban el capital inicial y que les siguieron proveyendo de mercancas y sobre todo de esclavos). La provisin continua de esclavos, en su mayor parte provenientes de frica, es lo que hizo posible la expansin azucarera cubana. Desde la primera dcada del siglo XIX, Gran Bretaa y Estados Unidos prohibieron la trata de esclavos en sus territorios y prohibieron a sus sbditos que se relacionaran con el trfico internacional de esclavos. A pesar de la presin internacional, sobre todo britnica, Espaa logr escaparse de un primer compromiso y de otros posteriores de abolir la trata. La proteccin que se dio al comercio de esclavos no fue el motivo menos importante para que los seores del azcar aceptaran el dominio de Espaa sobre la isla, dado que una Cuba independiente an hubiera podido oponerse menos que la decadente monarqua espaola a las exigencias britnicas. A lo largo del siglo XIX, hasta que no concluy el trfico de esclavos en la dcada de 1860 diez aos despus de que hubiera sido suprimida definitivamente en Brasil, Cuba import centenares de miles de esclavos. El trfico alcanz el punto ms alto entre 1835 y 1840; en estos seis aos entraron 165.000 negros en la isla, la mayor parte de ellos destinados a las plantaciones. La poblacin esclava pas de los escasos 40.000 de 1774 a casi 300.000 en 1827 cuando la poblacin blanca dej de constituir la mayora de la poblacin y ascendi a 450.000 en 1841.17 En la dcada de 1840, cuando el control britnico sobre la trata se hizo ms eficaz, la importacin de esclavos descendi, pero aun as la expansin de la caa continu durante dos dcadas ms. Sin embargo, ya no se dependa tanto del gran aumento de la fuerza de trabajo esclava. El ferrocarril no slo facilit la comunicacin entre las zonas azucareras y los puertos sino que tambin hizo posible una expansin del cultivo del azcar que anteriormente haba sido imposible dados los altos costes del transporte; tambin liber a la hacienda de su dependencia de los recursos energticos cercanos, permitiendo as que la caa de azcar se expansionara en una proporcin mucho mayor que antes en las tierras de
Franklin W. Knight, Slave society in Cuba during the nineteenth century, Madison, 1970, pp. 22 (tabla 1) y 86 (tabla 8). Para ms cuestiones sobre la industria azucarera cubana y la esclavitud, vase Thomas, HALC, V, captulo 5.
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la hacienda. Ms tarde, el ferrocarril lleg hasta la misma hacienda, consiguiendo que la comunicacin interna fuera ms barata y eficaz, lo que a su vez permiti superar las limitaciones que antes haban fijado las dimensiones de cada hacienda.18 Paralelamente, la creciente dificultad de suministrar esclavos conllev una transformacin paralela en la industria azucarera: una utilizacin mayor de la mquina de vapor. A la vez, esto hizo, por un lado, ms inevitable la transicin de la hacienda de cien esclavos, y que produca 100 toneladas anuales de azcar, a las propiedades de dimensiones mucho mayores y, por otro, ocasion la sustitucin de una parte importante de los hacendados. Lgicamente, los que supieron sacar ms ventajas de estas nuevas circunstancias no eran terratenientes sino comerciantes. No se trat simplemente de una diferencia de mentalidad, sino ante todo de recursos: slo unos cuantos de los viejos seores del azcar podan hacer las inversiones que requera la modernizacin. La historia de la expansin de la produccin cubana de azcar de caa que an se basaba en la esclavitud es la de mayor xito econmico que hubo en Latinoamrica en la primera mitad del siglo XIX. Aparte de la pequea aportacin de capital britnico invertida en los ferrocarriles, este triunfo no se debi a que la economa cubana se hubiera incorporado ms plenamente al mercado de capitales que se expanda en Europa. El capital requerido para el incremento de la produccin del azcar provino de la misma isla (cuyo capital mercantil, como hemos visto, goz de una posicin predominante), de Espaa o de los peninsulares que abandonaron el continente americano despus de la independencia. (Cuba parece que fue el principal refugio de los que, por ejemplo, salieron de Mxico en la dcada de 1820). En Cuba, al igual que en el resto de Hispanoamrica, hubo una ausencia casi total de capital de nueva procedencia externa. Pese a ello, a diferencia de la Hispanoamrica independiente, Cuba alcanz una tasa de crecimiento impresionante durante este periodo. El xito excepcional de la economa exportadora cubana fue el principal impulsor de las transformaciones de gran alcance que conoci la sociedad islea, de las que el cambio en el equilibrio tnico no fue la menos importante. En la Hispanoamrica continental, la economa de exportacin que an en las reas ms favorecidas no se expandi al ritmo de la cubana influy mucho menos en los cambios sociales ocurridos en la etapa que sigui a la independencia. Sin embargo, para la mayora de los observadores coetneos el cambio social creaba obstculos y limitaciones a los que las economas de exportacin se deban adaptar. Esto no quiere decir que no haya ejemplos de comarcas donde los cambios en el tejido social no fueran inducidos por el crecimiento de la produccin de productos para la exportacin. Por ejemplo, en el Norte Chico chileno la sociedad estaba estructurada sobre lneas menos rgidas que las del Chile central. Sin embargo hay pocos ejemplos tan claros como ste e incluso en este caso su impacto en el conjunto de la sociedad chilena fue relativamente ligero. Los otros casos de sectores exportadores en expansin, desde el gran xito de los cueros de la regin del Ro de la Plata y del caf venezolano hasta los ms modestos como el de la lana en el sur de Per, tienden a confirmar el punto de vista de que el esfuerzo de incrementar las exportaciones slo poda tener xito si sus protagonistas aprendan a adaptarse a la estructura social que estaba cambiando lentamente pero sobre la cual su propia influencia era marginal. Como que a lo largo de la mayor parte de la
Un excelente anlisis de este proceso se debe a Manuel Moreno Fraginals, El ingenio: el complejo econmico-social cubano del azcar, vol. I: 1760-1860, La Habana, 1964.
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Hispanoamrica continental, desde Mxico hasta Centroamrica, desde Nueva Granada (actual Colombia) a la costa peruana y Bolivia, la expansin del sector de exportacin era inesperadamente dbil en este periodo, es necesario observar otros factores que influenciaran en la fijacin del rumbo del cambio social. Sobre todo hay que tener en cuenta la crisis del viejo orden colonial (y no slo de su estructura administrativa, sino tambin del conjunto de normas que regulaban las relaciones entre los grupos sociales y tnicos) y la apertura de Hispanoamrica al comercio mundial con todo lo que significaba (y no slo en su dimensin econmica). Las guerras de independencia desde luego socavaron al Antiguo Rgimen en la Amrica espaola. Se trat de las primeras guerras que desde la conquista afectaron directamente a casi toda la Amrica espaola. No slo contribuyeron a destruir sus riquezas, como se ha visto, sino tambin a cambiar las relaciones existentes entre los diferentes sectores de la sociedad hispanoamericana. La fragmentacin del poder poltico, la militarizacin de la sociedad y la movilizacin, a causa de la guerra, de recursos y, sobre todo, de hombres comportaron que el viejo orden social y en especial el control social ejercido sobre las clases subordinadas no se restableciera completamente nunca ms, por ejemplo, en la llanura y en la regin de oriente de Venezuela, en la sierra peruana, en Bolivia y en los llanos de Uruguay. Durante y despus de las guerras de independencia hispanoamericanas las relaciones sociales tambin se vieron profundamente afectadas por una nueva ideologa liberal e igualitaria que rechazaba la caracterstica sociedad jerarquizada del periodo colonial y que aspiraba a integrar los diferentes grupos sociales y tnicos en una sociedad nacional a fin de reforzar la unidad de los nuevos estados. Sobre todo tres rasgos de la sociedad hispanoamericana se oponan a la corriente liberal e igualitaria de principios del siglo XIX: la esclavitud negra, las discriminaciones legales tanto pblicas como privadas existentes sobre los individuos de razas mezcladas, y la divisin de la sociedad, tan vieja como la misma conquista, en una repblica de espaoles y en otra repblica de indios, las barreras entre las cuales si bien eran fciles de cruzar an estaban en pie en 1810. A principios del siglo XVIII la esclavitud en ningn punto de la Latinoamrica continental era tan importante como en Cuba y, por supuesto, Brasil. La mayora de los gobiernos revolucionarios abolieron la trata, en algunos casos ya en 1810-1812. Se dictaron leyes que liberaron de la esclavitud a los hijos de esclava por ejemplo en Chile (1811), Argentina (1813), Gran Colombia (1821) y Per (1821), si bien en algunos casos se estableci un periodo de aprendizaje o de trabajo asalariado a cambio de su educacin. Las leyes del nacimiento en libertad en pocos casos se aplicaron en realidad y de cualquier modo, excepto a largo plazo, no atacaban a la institucin misma de la esclavitud. Ya se ha visto que las necesidades de la guerra impulsaron el reclutamiento de esclavos, fueran o no manumitidos. Despus de la independencia slo unos cuantos pases que tenan una reducida poblacin esclava abolieron la esclavitud: Chile (1823), Centroamrica (1824) y Mxico (1829). A la vez, en otras zonas se intent revitalizar la institucin, sobre todo por el agotamiento de las fuentes externas de esclavos. El comercio de esclavos africanos era necesario para poder mantener el sistema esclavista y en la Amrica Latina continental despus de las guerras de independencia slo la regin del Ro de la Plata importaba esclavos en cantidad importante, y esto slo ocurri durante las dcadas de 1820 y 1830. Ello inexorablemente condujo a la decadencia, tanto en cantidad como en calidad, del nmero de esclavos existente, y explica por qu su abolicin en Venezuela, Colombia, Per 66

y Argentina en la dcada de 1850 no provoc ningn desequilibrio social o econmico importante. El ataque a las discriminaciones legales a las que haban sido sometidas las castas fue menos vacilante y en suma tuvo mucho ms xito. Su abolicin sin duda fue menos completa e inmediata de lo que las formulaciones de la etapa revolucionaria permitan suponer; para poner un ejemplo, en la regin del Ro de la Plata, donde la retrica y la legislacin igualitaria floreci ms que en ningn otro sitio en la dcada que sigui a la revolucin de 1810, los mestizos y los pardos no fueron admitidos en la universidad hasta la dcada de 1850. Adems, cuando un nuevo Estado hallaba un inters financiero en mantener las normas diferenciales, las desigualdades perduraron ms; por ejemplo en Per, la contribucin que pagaban las castas, que proporcionaba un ingreso considerable, se aboli, pero poco tiempo despus se reimplant y perdur hasta la dcada de 1850. Sin embargo el sistema de castas en todas partes qued herido de muerte cuando a partir de los primeros aos del periodo nacional ya no fue obligatorio registrar el origen racial de los nios. Incluso en Per, los bautizos y los matrimonios de los mestizos y de los indios ya no se anotaron en libros separados. Cuando se recuerda que ya en las ltimas etapas del periodo colonial, desde Caracas a Buenos Aires, la prosperidad al menos en las reas urbanas de algunas personas de razas entremezcladas, incluso aunque fueran una nfima minora, empez a afectar la composicin tnica de las clases propietarias, es ms fcil entender que la abolicin de la diferenciacin legal entre las castas tuviera xito, si bien no signific la desaparicin de las desigualdades en el momento de pagar las contribuciones. La guerra, por otra parte, favoreci el ascenso de la gente de sangre mezclada a posiciones de influencia militar y, menos frecuentemente, poltica. La elite criolla, an orgullosamente consciente de su pureza tnica, sin embargo se convenci de que era imposible intentar defender sus prejuicios por medio de una discriminacin legal o poltica. Las necesidades fiscales de los nuevos estados tambin pesaron en la lentitud con que se modific la posicin legal de los indios en el medio siglo que sigui a la independencia. Espaa haba abolido el tributo indio en 1810. De entre los pases nuevamente independientes que tenan una gran poblacin india, slo Mxico no lo volvi a reimplantar, pero en Per y Bolivia, y en menor medida en Nueva Granada y en Ecuador, a pesar de su abolicin legal (en algunos casos reiterada, como por ejemplo en el Congreso de Ccuta en 1821), el tributo continu siendo una fuente de ingresos importante para el gobierno, ya fuera bajo su nombre tradicional o bien encubierto con algn eufemismo transparente.19 Se sabe relativamente poco del impacto de los cambios que acompaaron el fin del dominio colonial sobre los indios. La investigacin al respecto revela un panorama bsicamente estable pero rico en variedad y contrastes. Esto no debe sorprender dada la gran variedad de situaciones que ya exista antes de la crisis final del sistema colonial. La hispanizacin cultural y la integracin econmica y social desde luego haban avanzado ms en unas zonas que en otras. El contraste existente entre el centronorte y el sur de Mxico una cuestin que se investiga desde hace muy poco ahora es tan clara como el que ya se saba que exista entre las regiones costeras y las sierras de Per y Ecuador. Estas diferencias determinan el efecto que la crisis de la independencia tuvo sobre los indios. Ms
Nicols Snchez-Albornoz, Tributo abolido, tributo impuesto. Invariantes socioeconmicas en la poca republicana, Indios y tributos en el Alto Per, Lima, 1978.pp. 187-218.
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que los cambios jurdicos especficos, fueron los cambios ms generales, acaecidos en el sistema poltico, social y econmico que acompaaron las crisis de la emancipacin, los que tuvieron mayor impacto. Por ejemplo, la dcada de rebeliones indias que hubo en Mxico en el perodo posterior a la independencia fue consecuencia de la relajacin general que sufri la disciplina poltico-social que exista anteriormente en el Mxico rural. Aunque los nuevos regmenes introdujeron en casi todo cambios sustanciales en el status legal de los indios y adoptaron un concepto de la posicin del indio en la sociedad bsicamente diferente del que exista bajo el Antiguo Rgimen, parece que estas innovaciones especficas tuvieron menos repercusin que la que provoc la crisis general del viejo sistema. Al nuevo orden le repugnaba la nocin de que existiera una repblica de indios separada y paralela y se neg a adoptar un mtodo alternativo que reconociera, legal y polticamente, un sistema de vida distinto para los indios. Adems, la institucin bsica de la repblica de indios, la comunidad india dotada de derechos sobre la tierra, ahora se consideraba aberrante en trminos jurdicos, perjudicial en trminos econmicos (dado que impide la incorporacin de la tierra y el trabajo en la economa de mercado) y desastrosa en trminos sociales y polticos porque se le considera como un gran obstculo para la asimilacin de los indios en el nuevo orden poltico. A pesar de todo, la comunidad campesina, que haba sufrido un lento proceso de erosin incluso durante el perodo colonial, sobrevivi notablemente bien en Mxico, en Centroamrica y en las repblicas andinas durante la primera mitad del siglo que sigui a la independencia. Bolvar en Per, por ejemplo, propuso su disolucin legal (que hubiera convertido a sus miembros en propietarios individuales), pero esto slo funcion ocasionalmente y aun entonces no parece que afectara el funcionamiento real de la vida de la comunidad. Tampoco se produjo una agresin importante sobre el patrimonio territorial all donde las comunidades haban logrado preservarlo durante el periodo colonial a pesar de que exista un clima ms favorable para hacerlo. Seguramente que la fragilidad del nuevo orden poltico y la falta en este periodo de presin demogrfica retrasaron esta agresin, pero en ello an influy ms la falta de un desarrollo importante de la agricultura comercial. En suma, la principal explicacin de la estabilidad social de las reas habitadas masivamente por indios radica en el lento impacto de los nuevos nexos externos sobre las complejas y desarticuladas estructuras de la economa hispanoamericana (por ejemplo, el aislamiento econmico real de la regin andina). En una zona muy vasta de Hispanoamrica, la falta de estmulos (que hubieran podido aparecer por una expansin del mercado) debilit la tendencia hacia una concentracin mayor de la tierra y el avance de la hacienda a costa de las comunidades campesinas indias. La propiedad de la tierra fuera de las comunidades indias por supuesto continu estando muy concentrada, pero las propiedades cambiaron de manos ms frecuentemente durante los aos de guerra civil y de conflictos polticos que durante el periodo colonial y algunas veces las grandes propiedades se dividieron. El estudio efectuado sobre un rea cercana a la Ciudad de Mxico revela cmo una gran propiedad se convirti en botn, apenas disimulado, de la victoria poltica y militar; Agustn de Iturbide fue el primer gran propietario nuevo y despus pas a manos de Vicente Riva Palacio que perteneca al grupo liberal que emergi por primera vez en la dcada siguiente. Sin embargo, a la larga, este botn se hizo menos atractivo, en parte porque la debilidad del sistema tradicional que proporcionaba mano de obra rural hizo que la explotacin de estas

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tierras resultara menos rentable que en tiempos anteriores.20 En Jiquetepeque, en la zona costera del norte de Per, en este periodo se acentu la consolidacin de una clase de grandes propietarios criollos formada en parte por individuos que haban sido enfiteutas de tierras anteriormente eclesisticas y en parte por civiles y oficiales militares de la nueva repblica.21 En Venezuela, el general Pez, entre otros, se convirti en propietario, clase con la que se haba identificado polticamente. En la regin de Buenos Aires haba tanta tierra disponible para la cra de ganado que pudo dividirse en grandes propiedades y distribuirla sin grandes conflictos entre los nuevos y los antiguos propietarios. Sin embargo, es peligroso sacar alguna conclusin general sobre la propiedad despus de la independencia dada la dimensin y la diversidad de Hispanoamrica y la escasa investigacin que se ha hecho sobre el tema. En las ciudades, la elite criolla fue la principal beneficiaria de la emancipacin poltica; consigui sus objetivos de desplazar a los espaoles de los cargos burocrticos y del comercio, a la vez que la creacin de gobiernos republicanos independientes hizo aumentar las oportunidades de ocupar puestos gubernamentales y polticos. Sin embargo, la elite urbana, comparada con la del periodo prerrevolucionario, ahora era ms dbil por diversos factores: por la eliminacin del patrimonio y del prestigio de los mismos espaoles que haban sido una parte muy importante de ella; por la entrada, si bien no la completa integracin, de los comerciantes extranjeros que tan a menudo sustituyeron a los espaoles; por la movilidad ascendente de los mestizos, y sobre todo por la sustitucin de un sistema de poder basado en una metrpoli que lo ejerca a travs de sus ciudades que eran los centros polticos y administrativos por otro sistema, con bases ms locales, ms rurales, en que el poder lo ejercan los hacendados y los caudillos. Las elites urbanas vieron cmo se les sustraa parte de estas bases materiales de su preeminencia y tambin de buena parte de su justificacin ideolgica. En un momento en que la riqueza, comparada con el pasado, se estaba convirtiendo en el criterio principal de la diferenciacin social, monopolizaron menos la riqueza que antes. Esto les llev a considerarse, ms que en el pasado, como una clase instruida, pero cada vez se acept menos que la ilustracin justificara la posicin que uno ocupaba en la sociedad. Su rechazo dio lugar a que se iniciara un entendimiento (seguramente exagerado por la elite urbana) entre los caudillos rurales (o urbanos) de tendencia conservadora y el sector popular urbano, ms numeroso, ms prspero e influenciado en mayor o menor medida por las ideas igualitarias difundidas por las revoluciones de independencia. Esto nos lleva a considerar un problema que es crucial para entender qu fue lo que ocurri en esta fase de la evolucin de la sociedad urbana, en particular en las ciudades ms directamente afectadas por la liberalizacin del comercio exterior. Se suele afirmar que esta liberalizacin que posibilit la importacin de productos de las nuevas industrias de Gran Bretaa y de Europa en gran cantidad debi tener efectos nefastos sobre aquellos que producan estos productos localmente con mtodos artesanales; es decir, que la pauperizacin de los sectores populares urbanos fue la consecuencia inevitable del libre comercio. El argumento contrario sustenta que ya antes de 1810 la importacin de productos de lujo (telas de Castilla, utensilios metalrgicos, vinos) y el comercio
John M. Tutino, Hacienda social relations in Mxico: the Chalco region in the era of Independence, Hispanic American Historical Review, 55/3 (1975), pp. 496-528. 21 Manuel Burga, De la encomienda a la hacienda capitalista. El valle de Jiquetepeque del siglo XVI al XX, Lima, 1976, pp. 148 y ss.
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intrarregional, tanto de estos productos como de los de consumo popular, ya haban limitado la expansin de las manufacturas urbanas y que, adems, la expansin del comercio exterior condujo a un aumento del mercado interior que cre nuevas oportunidades a los artesanos locales. Uno y otro efecto sin duda se hicieron sentir y su punto de equilibrio no pudo ser el mismo en todos los centros urbanos hispanoamericanos.22 Una de las consecuencias ms evidentes de la expansin del comercio y de la creciente complejidad de la sociedad urbana fue la aparicin de un grupo ms numeroso de comerciantes al detalle. El aumento del volumen de las importaciones no condujo necesariamente a que los grandes importadores extranjeros abandonaran la prctica espaola de vender directamente al pblico, pero se vieron obligados a dirigir una parte creciente de su negocio al detalle hacia un nmero en aumento de pequeos tenderos. La expansin del consumo de trigo comport la sustitucin de diferentes tipos de pan de maz que se producan domsticamente en casa, por un producto que a menudo se compraba en las tiendas. Por otro lado, el movimiento de personas dio lugar a la apertura de ms fondas. Adems, aunque el incremento del volumen de telas importadas bien pudo afectar negativamente a los productores locales que en efecto eran raros de encontrar en los centros urbanos importantes, cre una demanda de ms modistas y sastres en las ciudades donde se concentraba su consumo. En general, si bien no del todo, se produjo ms bien un aumento que una decadencia de los sectores ms prsperos de las clases bajas en las ciudades hispanoamericanas en el periodo que sigui a la independencia. Ello en parte explica que las elites urbanas a menudo se mostraran preocupadas por el orden social que se crea amenazado, pero que a pesar de ello no afrontaran desafos abiertos. Sin embargo, haba pocas oportunidades de que los sectores no primarios de la economa hispanoamericana se desarrollaran de forma autnoma en el nuevo orden econmico internacional tras la independencia. La dependencia econmica entendida, para este periodo, sobre todo como la aceptacin de un lugar en la divisin internacional del trabajo fijado de antemano por la nueva metrpoli econmica impuso limitaciones rgidas sobre las posibilidades de diversificacin econmica en las reas as incorporadas ms estrechamente en el mercado mundial. Hasta finales del periodo que se est analizando, Mxico fue de hecho el nico pas de Hispanoamrica que pudo crear una industria textil capaz de transformar su proceso productivo y pudo competir con las telas que se importaban. Cuando se examinan las razones de este triunfo de Mxico, parece que los factores ms importantes fueron las dimensiones del mercado y la existencia desde el periodo colonial de un activo comercio interno que hizo econmicamente posible la produccin a la escala que la nueva tecnologa requera. Adems, en esta primera etapa exista una gran cantidad de artesanos concentrados en el centro urbano de Puebla para emplear en la nueva y ms claramente industrial fase de la produccin textil mexicana.23 En los otros pases, el mercado interior o bien era mucho ms limitado menos gente, y a menudo con ingresos inferiores que los de Mxico y estaba suministrado por los comerciantes extranjeros (como era el caso de la regin del Ro de la Plata), o bien continuaba siendo muy pequeo, desintegrado y muy aislado del mundo exterior, como en

Para un sugerente examen de estos cambios en Santiago de Chile, vase Luis Alberto Romero, La Sociedad de la Igualdad. Los artesanos de Santiago de Chile y sus primeras experiencias polticas, 1820-1851, Buenos Aires, 1978, pp. 11-29. 23 Jan Bazant, Evolucin de la industria textil poblana, Historia Mexicana, 13 (Mxico, 1964), p. 4.

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toda la regin andina. Ah sobrevivi el sistema tradicional de la confeccin de tejidos y tambin de otras muchas cosas. En este repaso necesariamente breve de las continuidades y de los cambios que se dieron en la sociedad hispanoamericana en el periodo que sigui a la independencia no se ha mencionado una variable que poda esperarse que fuera bsica: la evolucin demogrfica. Este silencio se debe en parte a que se sabe muy poco de las caractersticas demogrficas, pero sobre todo porque lo que se sabe de ella permite concluir que no fue un factor decisivo en la evolucin de la sociedad a diferencia de lo ocurrido en el periodo colonial o como lo sera a partir de 1870. En Mxico, despus del aumento de la poblacin que se haba dado en el siglo XVIII, las primeras dcadas del siglo XIX parecen reflejar una cada de la poblacin en algunas reas y un estancamiento general. En el resto de Hispanoamrica la tendencia fue claramente ascendente si bien naturalmente estaba sujeta a grandes variaciones de una regin a otra. Nicols Snchez-Albornoz considera que se puede distinguir, por un lado, un crecimiento ms rpido de la poblacin en las regiones de asentamiento espaol ms antiguo (Cuba, la regin de Antioquia-Cauca en Nueva Granada, el rea del Ro de la Plata y Venezuela, donde la poblacin pas a ms del doble), estuvieran o no afectadas por la apertura mercantil ultramarina despus de la independencia y, por otro, un crecimiento ms lento en las zonas de Mxico, hasta el espinazo andino de Suramrica, pasando por Centroamrica pobladas principalmente por indios. En el caso de Cochabamba (Bolivia), la comparacin de los datos de 1793 y de 1854 confirma esta conclusin general: hubo un crecimiento ms rpido en los valles (que expandieron su agricultura y atrajeron inmigrantes) que en la sierra.24 El crecimiento de la poblacin se basaba sobre todo en el avance de la frontera agrcola. Este avance, si bien en Nueva Granada o en la regin del Ro de la Plata pudo darse incorporando nuevos territorios ms all de los que previamente estaban bajo el dominio poltico espaol, en casi todos lados se basaba en la expansin de vastos espacios intersticiales que haba dejado vacos la previa colonizacin. Cuba y Venezuela ofrecen quiz los mejores ejemplos de este proceso. La conexin entre la expansin de la frontera y el crecimiento del sector agrcola de exportacin es evidente en el caso de Cuba, Venezuela o la regin del Ro de la Plata, pero lo es menos en el de Nueva Granada, Chile o en el humilde ejemplo ya citado los valles de la remota Cochabamba. Los mayores centros urbanos, a pesar de las impresiones en sentido contrario de los observadores coetneos, ya fueran locales o extranjeros, o bien alcanzaron un ritmo menor que el de la poblacin en su conjunto (es el caso de La Habana o de Buenos Aires), o bien, si la poblacin urbana inicialmente era escasa, alcanzaron una tasa ligeramente superior (por ejemplo, Santiago de Chile o Medelln en Antioquia, Colombia). En la primera mitad de siglo algunas ciudades continuaron sustancialmente estticas porque la lenta recuperacin de posguerra no alcanz a superar la baja causada en ellas por las guerras de independencia y sus consecuencias indirectas (como por ejemplo Lima y Caracas).As pues, el porcentaje de la poblacin total de Hispanoamrica que viva en las mayores ciudades no aument, y la apertura del comercio no parece que estimulara especialmente su crecimiento. La Habana, Caracas y Buenos Aires, que fueron los centros de las regiones ms afectadas por la vigorosa expansin de las exportaciones, tuvieron un crecimiento relativo que parece haber sido inferior a la media hispanoamericana.
Nicols Snchez-Albornoz, La poblacin de Amrica Latina desde los tiempos precolombinos al ao 2000, Madrid, 1977, pp. 127 y ss.
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Este crecimiento urbano relativamente lento y la similitud del ritmo de crecimiento de la poblacin en regiones que fueron o que no fueron incorporadas en la economa agrario-exportadora en expansin son otras dos pruebas de lo limitado que fue el impacto de la insercin de Hispanoamrica en el nuevo sistema econmico internacional, cuyo centro era Gran Bretaa y no la vieja metrpoli imperial. Sin embargo, desde mediados del siglo XIX se inici la transicin gradual a una relacin ms estrecha y ms compleja entre Hispanoamrica y el mundo exterior que la que existi en el periodo que sigui a la independencia. El tercer cuarto del siglo XIX fue una etapa de transicin en la historia econmica de Amrica Latina entre el periodo de estancamiento econmico de despus de la independencia (con la excepcin de Cuba) y el de crecimiento de las exportaciones que hubo entre las dcadas de 1870 y 1880 hasta la depresin mundial de 1930. Las relaciones existentes entre la economa hispanoamericana y la metropolitana se fueron redefiniendo gradualmente. Se abrieron nuevas oportunidades para los sectores de exportacin de algunas economas hispanoamericanas, sobre todo en Argentina, Per y Chile. Los aos centrales del siglo XIX marcaron, para la economa europea, el fin de un periodo de decadencia que despus de alcanzar su punto ms bajo en la crisis de 1848, dej paso a una formidable ola expansiva que se prolongara (a pesar de las crisis de 1857 y 1865) hasta la Gran Depresin de 1873. Durante este periodo, el continente europeo acort distancias con la isla que haba iniciado la Revolucin industrial. El crecimiento industrial, tanto en Gran Bretaa como en Europa, avanz a un ritmo ms rpido que en el pasado inmediato y los principales pases del continente europeo introdujeron, de forma ms decidida que Gran Bretaa, innovaciones institucionales y organizativas (como por ejemplo los bancos de depsito o inversin), y las empresas de base no familiar se hicieron cada vez ms numerosas, sobre todo en el negocio bancario y en los transportes. La demanda europea y norteamericana de materias primas latinoamericanas aument. El avance de la navegacin a vapor fue mucho ms lento en Suramrica y en el Pacfico que en el Atlntico Norte, pero el establecimiento del correo fue suficiente para asegurar una nueva regularidad en el movimiento de la gente y de las noticias. (Suramrica no qued conectada por telgrafo con el mundo exterior hasta la dcada de 1870: el cable submarino lleg a Ro de Janeiro en 1874). El restablecimiento sobre bases ms slidas de las vinculaciones financieras, que slo haban hecho una efmera aparicin en los primeros aos de la dcada de 1820, an result ms importante de cara al futuro. La sobreabundancia de capitales europeos cre un clima ms favorable para contratar prstamos y hacer inversiones en Amrica Latina. Es verdad que la expansin del crdito externo estaba lejos de llegar al volumen que alcanzara en la dcada de 1880 y que se canaliz de modo muy desigual sobre los distintos estados hispanoamericanos, que slo excepcionalmente lograron establecer relaciones estrechas con las casas bancarias de slida reputacin (que posibilitaran a los inversores penetrar en el mercado latinoamericano con una confianza que no siempre estuvo bien fundamentada). En el periodo de 1850 a 1873 el crdito otorgado a los estados hispanoamericanos fue de carcter fuertemente especulativo y ms de un episodio entre los que precedieron la crisis de 1873 por ejemplo, los referentes a los prstamos a Honduras y Paraguay25
Para Honduras, vase D. C. M. Platt, British bondholders in nineteenth-century Latin America. Injury and remedy, Inter-American Economic Affairs, 14/3 (1960). Sobre Paraguay, vase H. G. Warren, Paraguay and the Triple Alliance. The post-war decade, 1869-1878.Austin. 1978, pp. 129 y ss.
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recordaron algunos ocurridos medio siglo atrs. Hubo muestras de lo que seran las futuras relaciones financieras con la metrpoli. En algunos casos (como el ejemplo peruano que veremos ms adelante), la operacin de crdito iba vinculada al control del comercio exterior del pas perifrico. En otros casos (como el de los prstamos a Argentina y Chile) la otorgacin de crdito facilit la exportacin a la periferia de productos que ya no eran de consumo. Por otro lado, en la dcada de 1860 se establecieron los primeros bancos privados extranjeros especializados en crdito al comercio ultramarino y en la remesa de fondos entre Hispanoamrica y Europa; se trata de los bancos britnicos que acabaron por fusionarse en el Banco de Londres, Mxico y Suramrica. Por supuesto que los banqueros de la Europa continental tambin se trasladaron a Hispanoamrica, pero hasta la dcada de 1880 no retaron la hegemona britnica. El papel del grupo de los comerciantes britnicos establecidos en los puertos y en los centros comerciales de Hispanoamrica en el momento en que se abri el comercio mundial, y que estaban relacionados con las principales firmas comerciales de Gran Bretaa, empez a declinar, al igual que su autonoma. En este periodo, tanto los estados como los capitalistas de cada repblica se vincularon ms al crecimiento de la economa latinoamericana, pero para el futuro an fue ms importante la creciente importancia de un nuevo tipo de negocio del que la sociedad ferroviaria es el mejor ejemplo que era metropolitano no nicamente por su origen (si bien su capital poda no ser exclusivamente metropolitano), sino tambin por la localizacin de la sede de su administracin y, sobre todo, por los lazos ntimos que mantena con la economa metropolitana. Las nuevas compaas ferroviarias no slo eran un instrumento de la integracin mercantil entre la economa metropolitana y la neocolonial que facilitaba la concentracin de esta ltima en el sector primario-exportador; desde el punto de vista metropolitano an cumpli una funcin ms inmediatamente til al ofrecer una salida a la produccin metalrgica y mecnica en los aos de construccin de la red y una demanda ms reducida pero regular de estos mismos productos y de carbn, una vez que ya se explot el ferrocarril. El principio de la expansin del ferrocarril en la Hispanoamrica continental, especialmente en Argentina, que tuvo lugar durante estos aos, muestra con claridad el carcter de la nueva relacin entre la metrpoli y la periferia. En la provincia de Buenos Aires, en 1857 una serie de capitalistas de la regin empezaron a construir el ferrocarril del norte para facilitar el transporte de la lana. Sin embargo, esta fuente de capital pronto result insuficiente y el erario provincial se hizo cargo eventualmente de la extensin de la lnea antes de buscar la alternativa de traspasar la construccin y la explotacin del ferrocarril a compaas extranjeras. Una dcada despus, productores locales y comerciantes de origen ingls jugaron un papel destacado en la promocin de una segunda red importante en la provincia de Buenos Aires, la lnea del sur (al igual que la del oeste era entonces bsicamente para transportar lanas), y algunos de ellos llegaron a ser miembros de la junta directiva de la compaa privada que se hizo cargo de su gestin. Sin embargo, la compaa se estableci en Londres y desde el principio gravitaron en ella los intereses metropolitanos; en pocas dcadas la relacin entre el ferrocarril del sur y los intereses econmicos dominantes de la regin a la que serva, que primero haba sido tan ntima, desapareci casi por completo. La lnea de Rosario a Crdoba, el eje de la futura red del ferrocarril Central Argentino, fue desde el comienzo una empresa muy distinta. A diferencia de la del oeste y del sur, que servan las necesidades de una regin productiva ya en explotacin, se quera que esta lnea desarrollara e impulsara la industria rural y el comercio; as no poda ofrecer rpidos beneficios. Se construy gracias a una garanta 73

estatal de ganancia mnima mediante una subvencin (ms la entrega de tierras) a la compaa britnica que tom a su cargo su construccin y explotacin. El vnculo metropolitano se estableci, an ms que en el caso del anterior ferrocarril del sur, con intereses vinculados con la construccin ferroviaria. La conexin con los intereses agrarios y mercantiles locales posteriormente se desarroll ms como consecuencia de la construccin del ferrocarril. Estas relaciones no slo no eran tan estrechas como en el caso del ferrocarril del sur, sino que estuvieron marcadas por un antagonismo casi permanente. Ello se deba a las condiciones ofrecidas para la construccin de la lnea; la garanta era proporcional a su extensin y, aunque esto estimul la inversin, desanim las que deban mejorar el servicio. Una segunda razn consista en que el ferrocarril entre Crdoba y Rosario se construy para transportar cereales, y dada las especiales caractersticas que requiere su almacenamiento y su transporte dio lugar a conflictos de intereses ms serios entre productores y transportistas que en el caso de la lana.26 Al final, como consecuencia de la depresin de 1873, cuyos efectos se sintieron en la Argentina en 1874, la compaa de ferrocarril britnica se neg a alargar el tendido que en 1870 llegaba hasta Crdoba. El Estado asumi la responsabilidad de continuarla, pero esta decisin, que parece independizar la construccin ferroviaria del centro metropolitano, modific pero no suprimi esa relacin externa. La construccin de la lnea fue tomada por el empresario britnico Telfener, que haba invertido su capital en material de construccin ferroviario y que en este periodo de depresin econmica acept adelantar al Estado argentino los fondos necesarios. En este periodo, el sistema adoptado por Argentina para la construccin de la red ferroviaria, si bien constituy un precedente de las caractersticas que ms adelante tendran las relaciones financieras entre Hispanoamrica y la metrpoli, no fue el modelo ms corriente. En Chile, aunque el primer ferrocarril, en la zona minera de Norte Chico, se debi a la iniciativa de William Wheelwright, parece que el capital procedi de empresarios mineros de la regin y de los comerciantes anglochilenos de Valparaso. En el Chile central, el Estado jug un papel decisivo desde el principio y, si bien la construccin del ferrocarril en parte se financi con prstamos extranjeros, la construccin fue emprendida por un empresario que ciertamente era extranjero (se llamaba Henry Meiggs, y era norteamericano), ajeno a la estrecha comunidad de empresarios y tcnicos que estaban llevando el ferrocarril britnico a Hispanoamrica y al mundo en general. Fue el mismo Meiggs quien domin an ms completamente la construccin del ferrocarril de Per. En este pas, el crdito extranjero tambin constituy la base de la expansin ferroviaria no a causa de ninguna ambicin sino como consecuencia indirecta del monopolio que ejerca Per en el mercado del guano. Incluso en Mxico, que en esta fase de su desarrollo fue golpeada por una guerra civil y una intervencin extranjera, el papel jugado por las empresas metropolitanas es todava secundario; la lnea troncal de Ciudad de Mxico a Veracruz, inaugurada en 1873, fue construida y explotada por una compaa privada mexicana cuyos fondos en parte fueron avanzados por las fuerzas de ocupacin francesas, que por motivos militares necesitaban acelerar su construccin.27

Los trabajos posteriores no han superado el de H. S. Ferns, Britain and Argentina in the XIXth Century, Oxford, 1960, pp. 342 y ss. 27 Margarita Urias Hermosillo, Manuel Escandn, de las diligencias al ferrocarril, 1833-1862, en Ciro F. S. Cardoso, ed., Formacin y desarrollo de la burguesa en Mxico. Siglo XIX, Mxico, 1978, p. 52.

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La participacin creciente de la economa metropolitana en la de la periferia a travs, por ejemplo, del sistema bancario incipiente y de las compaas ferroviarias no slo fue necesaria por el crecimiento del volumen de produccin de los sectores de exportacin hispanoamericanos; tambin se necesit para hacer posible que Hispanoamrica pudiera producir a precios competitivos. La ventaja de que haban gozado en trminos de intercambio las economas hispanoamericanas en la etapa anterior (1808-1850) empez a hacerse menos evidente, y a finales de la etapa de transicin (1850-1873) haba desaparecido o por lo menos haba descendido notablemente. Las economas perifricas ya no crecan ms lentamente que las de los pases metropolitanos, a pesar de que se haba producido la expansin geogrfica del rea metropolitana en la Europa occidental continental y en Norteamrica. Ahora, dentro de la periferia, las economas hispanoamericanas no slo tenan que competir entre ellas o con las viejas economas perifricas de la Europa oriental, sino con otras nuevas reas, desde Canad hasta frica y Australia. Sin una transferencia de capital y de tecnologa lograr un boom exportador sostenido era ms difcil que en el periodo inmediatamente posterior a la independencia. Durante el tercer cuarto del siglo XIX, la continuacin, e incluso la intensificacin, de los conflictos polticos y militares que destruyeron activos, absorbieron recursos que hubieran debido emplearse en objetivos productivos y alejaron el capital extranjero constituy un obstculo al crecimiento econmico de los pases latinoamericanos. En ello se encuentra tambin una explicacin de la diferenciacin creciente que se percibe en las distintas economas hispanoamericanas. A lo largo de la mayor parte de este periodo, Mxico, y en menor medida Venezuela, por ejemplo, se vieron profundamente conmocionadas por guerras civiles, las peores desde la independencia. La guerra civil mexicana se complic adems con una intervencin extranjera. Incluso en Argentina, el ministro de Hacienda en 1867 calcul que el coste de las guerras civiles de los aos cincuenta y sesenta junto con la guerra con el Paraguay (1865-1870) igualaba al total de los crditos extranjeros recibidos por el Estado argentino durante este periodo. En las dos dcadas que siguieron a 1850 Cuba que era una colonia espaola tuvo la economa exportadora ms desarrollada de Hispanoamrica; en 1861-1864 sus exportaciones alcanzaron un valor promedio de 57 millones de pesos anuales y no bajaron de este nivel ni en la primera fase de la guerra de los Diez Aos, que empez en 1868. A principios de la dcada de 1870, las exportaciones cubanas todava eran casi el doble de las de los pases latinoamericanos independientes que haban desarrollado ms considerablemente sus exportaciones: Argentina, Chile y Per exportaron por valor de alrededor de 30 millones de pesos, que a su vez superaban a Mxico (que en 1870 exportaba por valor de 24 millones de pesos), cuyo estancamiento econmico reflejaba tanto las consecuencias de los conflictos polticos y militares de las dcadas de 1850 y 1860 como la decadencia de su sector minero. Se produjeron tambin significantes realineamientos entre los exportadores menores: Uruguay, cuyas exportaciones se valoraban en 12 millones y medio de pesos, doblaba entonces las exportaciones de Bolivia o Venezuela (ambos pases con un valor de cerca de 6 millones), debido en parte a que Montevideo era tambin el puerto de salida de una parte de la produccin argentina.28 Bolivia an padeca las consecuencias del colapso de su sector minero. Venezuela la de los

Sobre las exportaciones de Hispanoamrica, vase F. Martin, The Statesmans Year-book, Londres, 1874, passim.

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costes sociales y econmicos de la guerra civil y del descenso paulatino del precio del caf, su principal producto de exportacin. La industria azucarera cubana continu su impresionante crecimiento a mediados del siglo XIX, pero su horizonte empez a ensombrecerse. El descenso del precio del azcar, aunque no era tan pronunciado como sera despus, ya se haba iniciado, y ante la expectativa de la clausura final del comercio atlntico de esclavos (que tuvo lugar en 18651866) ya se haba empezado a producir un incremento del precio de los esclavos importados. A consecuencia de este movimiento de tenaza, exista un creciente pesimismo acerca del futuro de la economa de plantacin: ahora se pona en evidencia que para que sobreviviera el cultivo de la caa deba existir una fuente alternativa de mano de obra y de capital para poder efectuar la modernizacin del sector industrial. Era dudoso que pudieran hallarse, y era cada vez ms evidente que la mayora de los plantadores cubanos, incluso aquellos que se haban integrado en la industria y que en gran parte eran responsables de la reciente expansin, no podran mantener su posicin dominante en el momento de afrontar los cambios que era necesario hacer para que pudiera sobrevivir el sector azucarero. La guerra de los Diez Aos (1868-1878) revel y agrav las fracturas existentes en la industria azucarera cubana e hizo an ms seguro que el final de la esclavitud (en la dcada de 1880) y la modernizacin de los ingenios azucareros significaran el fin del dominio de los plantadores cubanos y espaoles en la agricultura caera cubana. La prosperidad de la economa exportadora peruana, al igual que la cubana, estaba continuamente acompaada de presagios lgubres. Pero esto era lo nico que tenan en comn. La expansin de la exportacin peruana se basaba en el guano; slo al final de la etapa del boom del guano, otros productos, algunos de ellos tradicionales como el azcar y el algodn y otros nuevos como el nitrato, empezaron a rivalizar con el guano. Ahora bien, el papel del guano en la economa peruana era muy diferente al desempeado por el azcar en Cuba. En primer lugar, las caractersticas del comercio internacional del guano eran diferentes: en un contexto de una demanda creciente de guano, nacida de las exigencias de la agricultura europea, Per goz a lo largo de este periodo de un monopolio virtual en la oferta del producto. El impacto del guano en la economa peruana tambin fue distinto: para exportarlo slo se necesitaba una tarea de recoleccin que no requera tcnicas complejas y que sobre todo absorba mano de obra no cualificada; adems, desde el punto de vista de su transporte, su volumen era mucho menor que el del azcar por valor comparable. Finalmente, haba tambin una diferencia en la relacin geogrfica entre el rea guanera y las zonas nucleares de la economa peruana: el guano provena de un rea marginal y minscula, formada por un conjunto de islas relativamente alejadas de la costa. Todos estos factores influyeron en el impacto de la expansin guanera en la economa peruana. Su capacidad de suscitar directamente transformaciones de otros sectores, mediante una combinacin de avanzar y retroceder, fue extremadamente limitada. Sin embargo, gracias a la situacin de proveedor monopolstico de que gozaba Per, el Estado peruano pudo retener una parte muy importante de los beneficios del sector (parece ser que por encima del 50 por 100,29 una proporcin slo alcanzada por Venezuela con el petrleo durante la Segunda Guerra Mundial).

Segn las cifras presentadas por Shane Hunt en Heraclio Bonilla, Guano y burguesa en el Per, Lima, 1974, p. 144. Pueden verse ms aspectos del impacto del guano en la economa peruana en Bonilla, HALC, VI, captulo 6.

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Hasta 1860 el comercio del guano estuvo en manos de casas mercantiles extranjeras, entre las que dominaba la firma inglesa de Anthony Gibbs and Sons. Pero las regalas obtenidas por el fisco (ms los ingresos derivados del hecho de que, debido a su solvencia, Per de nuevo tuvo acceso al crdito nacional y extranjero) pronto se tradujeron en un aumento del gasto pblico que bsicamente se dirigi a aumentar las retribuciones de los funcionarios y los militares. En cambio, slo una parte reducida de los ingresos que proporcionaba el guano sirvi para obras pblicas e incluso para la adquisicin de armas. Por otro lado, la consolidacin de la deuda interna, que transfiri recursos muy vastos a manos particulares (a menudo con derechos muy dudosos), en trminos de su impacto poltico y social, fue un aspecto esencial de esta primera fase del boom del guano peruano. La segunda fase estuvo marcada por la concesin del monopolio del comercio del guano, con el mercado ms importante, el britnico, a un grupo de concesionarios peruanos. El periodo de expansin se haba terminado y el tesoro, acostumbrado a un incremento constante de sus ingresos, empez a sentirse en la penuria. Entonces recurri cada vez ms al crdito de los mismos concesionarios guaneros, que tuvieron una influencia creciente en la vida financiera y poltica del Per. En 1869, un gobierno de tendencias conservadoras encabezado por el general Balta, que contaba con ms apoyo en el ejrcito y en el sur de Per que en Lima, rompi esta ligazn financiera al transferir la concesin del comercio del guano a Auguste Dreyfus, un comerciante francs. Una vez obtenida la concesin no le result difcil encontrar el respaldo financiero necesario en Europa. Volvieron a crecer los ingresos fiscales procedentes del guano y el crdito, y estos nuevos recursos se volcaron en un ambicioso programa de construcciones ferroviarias destinadas a conectar las sierras surea y central con los puertos del Pacfico. Mientras tanto, a pesar de que el boom del guano sin duda haba contribuido a la recuperacin de la agricultura azucarera y algodonera de la costa peruana, no haba logrado crear un grupo vigoroso de capitalistas nacionales. Ello se debi en parte, parece ser, a que el grupo peruano activo en la exportacin del guano tena una independencia financiera limitada; desde el principio dependa de crditos chilenos y britnicos. En particular la participacin peruana en la exportacin del nitrato, que en el extremo sur peruano y el litoral boliviano ofreca una alternativa menos costosa que el guano y que precipit su decadencia, fue muy escasa. Desde 1874, el fin del boom del guano comport algunos reajustes penosos pero necesarios y as Per no estuvo bien preparado para afrontar la prueba realmente dura que sera la guerra del Pacfico (18791883). Paradjicamente, si bien el agotamiento de este primer ciclo exportador de su etapa independiente debilit decididamente a Per, que debi afrontar el desafo chileno, fue en parte el simultneo agotamiento de su propio primer ciclo exportador lo que persuadi a los lderes chilenos de la urgencia que exista de lanzar este desafo a fin de conquistar, en el litoral del nitrato, una nueva base para su propia capacidad exportadora y para ampliar la base fiscal del Estado chileno. La expansin de las exportaciones chilenas se produjo en un frente mucho ms amplio que el del Per. En el sector minero, el despertar de la plata fue seguido por el del cobre; en los primeros aos de la dcada de 1860, Chile fue el principal exportador de cobre del mundo. La expansin de la minera en Coquimbo y Copiap, en el Norte Chico, fue el resultado sobre todo de la actividad empresarial y el esfuerzo inversor locales (aunque con las habituales conexiones con el capital mercantil britnico a travs de las firmas anglochilenas de Valparaso). La mano de obra, aunque ampliada con inmigrantes del oeste argentino, tambin era predominantemente chilena. Esta expansin del sector minero norteo se complementaba con la agricultura comercial del valle central, 77

cuyo primer producto exportador continuaba siendo, desde el periodo colonial, el trigo. Desde finales de la dcada de 1840 ste se export ms all del tradicional y limitado mercado peruano hasta los nuevos mercados del Pacfico, sobre todo California y Australia. Cuando stos se autoabastecieron de cereales que fue pronto, la mayor parte de la harina y el trigo exportado se envi a Argentina (que slo logr autoabastecerse en la dcada de 1870) y a Europa. La expansin del cultivo cerealstico hacia el sur de Chile empez antes de que se construyera el ferrocarril longitudinal, gracias a la habilitacin de puertos menores como Constitucin y Tom, que fueron la salida de reas an aisladas por tierra de los ncleos formados por Santiago y Valparaso. Esta expansin geogrfica produjo el desalojo de una masa de ocupantes que mientras el dominio efectivo de esas tierras no ofreci inters econmico para la clase terrateniente haban ocupado estas tierras, ya fueran del Estado o privadas. stas fueron entonces reclamadas con ms vigor, y las del Estado pronto pasaron a manos privadas. Aunque en el lejano sur se emprendi un significativo ensayo de colonizacin agrcola con inmigrantes alemanes que llegaron a ser propietarios, en conjunto esta transferencia al sector privado benefici a los que ya eran propietarios o a otros nuevos pertenecientes a las clases altas urbanas. Al mismo tiempo, ello resolvi el problema de la mano de obra rural; a pesar de que los terratenientes se quejaban del dao que la apertura de nuevas posibilidades de empleo en las minas, en las obras pblicas y en las ciudades ejerca en la disciplina de las zonas rurales, se produjo un aumento de la oferta de mano de obra. Ello se nota en el deterioro progresivo que sufri la posicin de los inquilinos, cuyo nmero se multiplic y que tuvieron que ofrecer mayor cantidad de trabajo a cambio de lotes de tierra cada vez ms reducidos. La presencia de una mano de obra abundante y barata fue una ventaja para la agricultura chilena frente a la competencia creciente de la argentina, que contaba con una extensin de tierras superior, y de la estadounidense y canadiense, que gracias a la mecanizacin y a la seleccin de semillas producan a costes ms bajos a la vez que lograban una mayor calidad. Este recurso consisti en un sistema de produccin arcaico que empleaba una gran cantidad de mano de obra pero que inverta muy poco capital, excepto en obras de irrigacin. Sin embargo no era un recurso muy seguro: la primera vctima fue la industria harinera, complementaria de la agricultura cerealstica. Chile pronto perdi la batalla ante los centros productores europeos y norteamericanos que utilizaban los nuevos molinos de cilindros de acero; adems, los agricultores chilenos dejaron de producir el trigo duro que estos molinos necesitaban y, a consecuencia de ello, en veinte aos el trigo chileno fue barrido del mercado internacional. A mediados de la dcada de 1870 este proceso de involucin se encontraba slo en su inicio y sobre todo se reflejaba en el descenso del volumen de las exportaciones agrcolas y especialmente de los beneficios. Pero no todo el mundo advirti que no se trataba de circunstancias temporales. En la minera la decadencia fue vertiginosa; a finales de la dcada de 1870 Chile, que como productor de cobre haba gozado de una posicin que el pas nunca haba alcanzado como productor de cereales, fue barrido del mercado mundial. Ello se debi a que los Estados Unidos, con un sistema minero que haba incorporado nuevos procedimientos tecnolgicos, empez a producir cobre a un precio inferior al de Chile; los empresarios mineros del Norte Chico no tenan ni los capitales ni el acceso a innovaciones tecnolgicas que les permitieran competir. En el siglo XX se producira un nuevo resurgir del cobre chileno gracias a la ayuda de los que indirectamente lo destruyeron en el siglo anterior. 78

As, Chile aprendi que el nuevo clima econmico mundial, si bien abra nuevas oportunidades a las economas perifricas, las someta a unas condiciones ms duras a cuyo rigor la prosperidad no siempre sobreviva. La decadencia del cobre coincidi con un renacimiento de la plata, pero a pesar de que se debi a mineros chilenos, se produjo en el litoral norteo que todava perteneca a Bolivia. Estuvo acompaado sobre todo de la expansin del nitrato en las regiones costeras de Per y Bolivia. Paradjicamente, sin embargo, la guerra del Pacfico, que otorg el control poltico del rea a Chile, debilit el predominio de los explotadores chilenos y anglochilenos sobre las nuevas regiones norteas del nitrato. La victoria no trajo, por lo tanto, la extensin al nuevo territorio del sistema que haba dado a Chile una efmera prosperidad en el tercer cuarto del siglo XIX y en la que los protagonistas haban sido una clase terrateniente, mercantil y empresarial que, aunque en parte tena origen extranjero, era esencialmente local. Por el contrario, el resultado se parecera al del Per del guano: el nexo principal entre el sector exportador del nitrato, cada vez ms controlado desde el extranjero, y la economa chilena lo constitua el Estado, que reciba de los impuestos a la exportacin del nitrato una parte muy considerable de sus acrecidos ingresos.30 En Argentina, una tendencia expansiva ms acentuada hizo que la transicin entre una etapa y otra de su economa exportadora fuera menos accidentada; pero an as es posible detectar en Argentina las mismas tendencias que se observan en Chile. A mediados del siglo XIX el viejo sector ganadero, orientado a la produccin de cueros, sebo y tasajo, parece que alcanz su techo debido a la saturacin de los mercados europeos. A partir de mediados de la dcada de 1850, se dio una nueva expansin, primero como consecuencia de la guerra de Crimea que aisl a los proveedores rusos de los mercados occidentales, y de un modo ms permanente por los avances de la industria del calzado, cuya produccin masiva produjo un incremento en la demanda de cuero. Sin embargo, el breve perodo de estancamiento fue suficiente para estimular la ganadera ovina; muy pronto, y hasta fines de siglo, la lana se convirti en el primer producto de las exportaciones pecuarias argentinas. La expansin de la ganadera ovina, que, hasta mediados de la dcada de 1860, tuvo lugar en un contexto de precios en alza, primero se vio favorecida por la extensin del ferrocarril, pero sobre todo por el incremento del nmero de inmigrantes (en este caso irlandeses y vascos). Dada su abundancia, se vieron obligados a aceptar condiciones cada vez ms desfavorables y el agudo descenso que sufrieron los salarios agrcolas hizo posible mantener e incluso aumentar la actividad pastoril en estos aos difciles que empezaron en 1867. Los dos principales mercados, Francia y los Estados Unidos, impusieron tarifas altas a la importacin de lana, mientras que por otro lado la competencia de la lana australiana hizo descender los precios de la argentina, que era de calidad inferior debido a los sistemas primitivos de produccin y sobre todo de almacenamiento y comercializacin. En estas condiciones, la ganadera ovina no poda ya ser el motor de la expansin de la economa exportadora argentina. En cambio, en la dcada siguiente se produjo un resurgir de la ganadera vacuna en las tierras perifricas del sur de la provincia de Buenos Aires, donde las ovejas haban sustituido al ganado vacuno; hubo un ltimo florecimiento de la arcaica industria del tasajo que conservaba su viejo mercado cubano y una parte del brasileo. Sobre todo se produjo un aumento de la produccin de cereales. En la provincia de Buenos Aires esto sucedi, incluso en esta etapa, en el marco de la estancia tradicional,
Para ms informacin sobre la economa chilena antes de la guerra del Pacfico, vase Collier, HALC, VI, captulo 7.
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pero en Santa Fe que se convirti en la provincia cerealstica ms importante se bas en los centros de colonizacin agrcola, de nuevo con agricultores inmigrantes. Tal como se ha dicho ms arriba, ya a mediados de la dcada de 1870, estimulada por una demanda en aumento, debido al crecimiento urbano y a la presencia en las ciudades de un nmero cada vez mayor de inmigrantes, Argentina expandi la produccin de cereales hasta el punto de convertirse en autosuficiente en granos. En los aos de 1870 tambin tuvo lugar la ofensiva final contra los indios de la Pampa que, al ofrecer una gran cantidad de tierra virgen, dio un nuevo plazo de vida a la frmula econmica en la que se haba apoyado la expansin argentina, esto es: tierra abundante y barata, lo que haca posible producir a precios competitivos con tcnicas que requeran poco capital y relativamente escasa mano de obra. sta era escasa en Argentina, y la de los inmigrantes nunca fue tan barata como la que los terratenientes chilenos encontraban. Aun en el marco de este sistema, empezaron a crecer las inversiones de capital por ejemplo, al cercar con alambres y al empezar el cruce del ganado que en la dcada de 1870 an afectaba sobre todo el ovino. Sin embargo, la economa exportadora argentina no definira firmemente su nuevo rumbo hasta la dcada de 1890, cuando los cereales y la carne se convirtieron en las principales exportaciones como resultado de las transformaciones no menos hondas, pero s menos traumticas, que las que atravesaron las economas peruana y chilena. La redefinicin de las relaciones comerciales y financieras de Amrica Latina con las economas metropolitanas fue un factor que impuls el cambio social en el periodo de 1850-1870, pero de ninguna manera fue el nico, y el cambio social se produjo lentamente. En primer lugar, a lo largo de Hispanoamrica continu la paulatina eliminacin de la esclavitud. Aunque all donde comparativamente haba pocos esclavos Chile, Amrica Central, Mxico se aboli inmediatamente despus de la independencia, en los pases en los que haba un nmero de esclavos econmicamente ms significativo la abolicin tuvo que esperar hasta mediados de siglo. En 1846 la esclavitud fue abolida en Uruguay, y en 1853 en la Repblica Argentina (a excepcin de la provincia de Buenos Aires, que slo la aboli cuando en 1860 pas a ser parte de la Repblica). En 1850 fue abolida en Colombia, y en 1854 en Per y Venezuela. Paraguay fue, en 1870, el ltimo pas en abolirla en la Amrica continental. En casi todos los pases la esclavitud haba ido perdiendo importancia econmica debido principalmente a que la abolicin gradual de la trata atlntica de esclavos y la serie de leyes de libertad de vientres la hicieron cada vez ms difcil, incluso para mantener la relativamente pequea poblacin esclava que exista. Slo Cuba, que junto con Brasil eran las dos ltimas sociedades esclavistas del Nuevo Mundo, an consideraba que la esclavitud era esencial para la agricultura, es decir, para la industria azucarera. Pero incluso all, al liquidarse la trata cubana a mediados de la dcada de 1860, la esclavitud qued amenazada de muerte y los plantadores cubanos empezaron a discutir posibles alternativas. Aunque la solucin preferida por muchos de ellos era la inmigracin de campesinos espaoles que hubiera comportado la conversin de la plantacin como unidad productiva en unidades ms pequeas a cargo de arrendatarios o de aparceros, la alternativa ms difundida en la prctica fue la importacin de coolies chinos, al igual que en Per, donde se les emple en las zonas productoras de guano y en la agricultura de la zona costera. Sin embargo, la inmigracin china, que finaliz debido a la presin britnica, nunca ofreci un contingente numricamente comparable al que haba aportado la trata africana.

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Durante la primera guerra de independencia cubana (1868-1878), los dos bandos intentaron ganarse la adhesin de los esclavos ofreciendo la libertad a los que se sumaran a la lucha, ya que la experiencia de las guerras de independencia en la Amrica espaola continental haba demostrado que los esclavos eran una atractiva fuente de reclutas. En 1870 la Ley Moret, promulgada por las Cortes espaolas, estableci la libertad de los nios hijos de esclava. Aunque estas disposiciones no proporcionaron la libertad a muchos esclavos, contribuyeron a crear el consenso sobre el fin inevitable y cercano de la esclavitud. Finalmente, ste tuvo lugar en la dcada de 1880 y, entre otros factores, oblig a hacer algunos reajustes dolorosos en la economa azucarera cubana. En el periodo de 1850-1870 se produjeron ms usurpaciones de tierra de las comunidades indias que las que se haban ido produciendo desde la independencia, e incluso antes. Adems, las reformas legales minaron la base jurdica de la existencia de estas comunidades, ya fuera porque impusieron la divisin del patrimonio territorial entre los miembros de la comunidad que se convirtieron en propietarios con el derecho de vender las tierras, un derecho que no siempre se reconoca legalmente pero que de todas maneras poda practicarse, o bien porque convirtieron la tierra comunal en usufructo del Estado (que entonces pudo venderla, junto con las otras tierras pblicas, a particulares). Sin embargo, en ninguna parte estas reformas provocaron un sbito cataclismo social. En Mxico, por ejemplo, los efectos de la Ley Lerdo (1856) y otras leyes de la Reforma no se hicieron sentir plenamente hasta el gobierno de Porfirio Daz (1876-1911); por otro lado, en la mayor parte de la sierra peruana, la supresin legal de las comunidades no fue seguida de la liquidacin efectiva de su patrimonio territorial hasta el siglo XX. Ello se debi, como siempre, a que la liquidacin se dio sobre todo cuando transformaciones ms generales de la economa hicieron rentable volcar la produccin de las tierras comunales a los mercados en expansin, ya fueran internos o externos, y aun as no sucedi en todos los casos. En Guatemala y el norte de Per, por ejemplo, el sector agropecuario exportador utiliz fuerza de trabajo procedente de las comunidades pero se expandi sobre tierras previamente no incluidas en ellas (este fue el caso de Guatemala) o se expandi sobre una parte mnima de las tierras comunales (como fue el caso de Per). A consecuencia de ello, se produjo un reforzamiento de las comunidades, ya que su viabilidad econmica se mantuvo gracias a los aportes de los que haban emigrado. As pues, no siempre se dio un avance lineal de la propiedad comunal a la propiedad privada e individual, en beneficio de la hacienda, y all donde se produjo este proceso se dio de forma relativamente lenta: durante el periodo que aqu se considera, la expansin de la agricultura de exportacin apenas afect las tierras comunales y por lo tanto no lleg a corroer decisivamente su organizacin social. En este periodo, el impacto de la transformacin de las relaciones comerciales y financieras externas de Amrica Latina y la consiguiente mejora de las finanzas de los diferentes estados contribuyeron al crecimiento as como al aumento de la influencia social y poltica de las ciudades, especialmente de las capitales. No hay duda que el crecimiento urbano dependa de la expansin de los sectores econmicos de exportacin. En 1870, la Ciudad de Mxico, con 220.000 habitantes, continuaba siendo, al igual que a principios de siglo, la ciudad ms grande de Hispanoamrica. La Habana y Buenos Aires tenan ya ms de 200.000, pero Buenos Aires estaba creciendo ms de prisa que las otras dos, de manera que pronto las super. Lima, cuya poblacin acababa de alcanzar los 100.000 habitantes, ahora era ms pequea que Montevideo (que en 1870 contaba con 125.000 habitantes) y Santiago (que tena 130.000). Bogot y Caracas, por otro lado, quedaron estancadas en torno a los 50.000 habitantes. Desde luego hubo casos en que el crecimiento urbano se 81

produjo en los centros mercantiles exportadores y no en los centros polticos; en Colombia este fue el caso de Barranquilla, que creci ms de prisa que Bogot, y, en Ecuador, el de Guayaquil, que sobrepas a Quito, si bien la tasa de crecimiento de todas estas ciudades fue muy pequea. Por otro lado, en Chile, Santiago super la poblacin de Valparaso en este periodo.31 El comercio exterior no ocupaba directamente a un nmero importante de personas; su influencia sobre el crecimiento urbano, en cambio, se haca sentir a partir de la expansin del Estado y del nmero de sus funcionarios y tambin de la modernizacin de los transportes que, si bien disminuy el personal vinculado a esta actividad, tendi a urbanizarlo (los empleados del ferrocarril y de los tranvas sustituyeron a los carreteros y muleros). Al mismo tiempo, el proceso de modernizacin no afect otros aspectos de la vida urbana: el comercio al detalle y el servicio domstico continuaron absorbiendo una parte desmesurada de la creciente poblacin activa de las ciudades. La modernizacin quiz fue superficial, pero fue muy evidente por ejemplo en la adopcin de innovaciones como el alumbrado de las calles por gas y, como resultado de la prosperidad pblica y privada, en la construccin de teatros y en la actuacin de artistas de renombre internacional. A medida que las ciudades fueron creciendo, aument la segregacin social por barrios; si en el pasado no haban faltado los barrios caracterizados a la vez por la pobreza y la mala vida, al mismo tiempo las razones por las cuales ricos y pobres haban encontrado conveniente vivir cerca unos de otros haban pesado ms que ahora en las ciudades ampliadas y renovadas. Ciertamente, las mayores ciudades crecieron lo suficiente para dar paso a la especulacin. En la dcada de 1850, la Ciudad de Mxico conoci la creacin de sus primeras colonias urbanas; en Buenos Aires la parcelacin especulativa de tierras no comenz hasta casi dos dcadas ms tarde, pero se impuso muy rpidamente.32 Simultneamente, naci el transporte pblico; la aparicin de los tranvas tirados por caballos fue su primera manifestacin importante. El crecimiento urbano, al crear un mercado potencialmente ms grande, tambin impuls la aparicin de actividades artesanales y algunas industrias que concentraban mano de obra, como la cervecera y las fbricas de cigarros. Sin embargo, la poblacin perteneciente al sector terciario era superior a la del secundario, y el proletariado moderno emergi ms a menudo en las empresas de transportes que en las industrias. La prosperidad de estas ciudades burcrata-comerciales en crecimiento dependa de la expansin del sector primario exportador. Su estructura social se volvi ms compleja, pero tambin ms vulnerable a los efectos del desarrollo de una coyuntura cada vez ms definida fuera de Hispanoamrica. Por otro lado, el crecimiento urbano no comport, sino excepcionalmente, un aumento del peso poltico de la ciudad, que por un momento a mediados de siglo pareci que se volva ms importante. Sin embargo, hasta mediados de la dcada de 1870 la fragilidad del proceso expansivo y las posibles consecuencias polticas de la inestabilidad de las bases econmicas de la expansin urbana no constituyeron un motivo de alarma. Una de las razones de que fuera as se debi a que, a travs de la expansin de la burocracia y de las obras pblicas, el Estado pudo controlar indirectamente, ms que en el
Para las cifras relativas a la poblacin de estas ciudades en este periodo, vase Richard M. Morse, Las ciudades latinoamericanas, II: Desarrollo histrico, Mxico, 1973, passim. 32 Mara Dolores Morales, El primer fraccionamiento de la Ciudad de Mxico, 1840-1899, en Cardoso, Formacin y desarrollo, op. cit.; James R. Scobie, Buenos Aires, plaza to suburb, 1870-1910, Nueva York, 1974.
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pasado, sectores cada vez ms amplios de la poblacin urbana. Otro factor que tambin pes fue el hecho de que existiera una proporcin muy alta de extranjeros en la economa urbana, y ahora no slo en la clase social ms alta. Ello limit la capacidad de expresin poltica de una fraccin de la poblacin urbana. Si bien casos como los de Buenos Aires y Montevideo (donde a mediados de siglo la mayora de la poblacin econmicamente activa era oriunda de ultramar, y su proporcin an aumentara ms tarde) no fueron los ms tpicos, en la mayor parte de las ciudades con un crecimiento ms rpido la proporcin de extranjeros fue notable en la venta al detalle y en la industria ligera. La creciente debilidad de cualquier expresin poltica especficamente urbana se deba a la peculiar posicin que ocupaba la ciudad en el sistema econmico y fiscal consolidado por el avance constante y regular del sector exportador de productos agropecuarios. Las decisiones de los gobernantes se ajustaban cada vez ms al carcter ya especificado de las economas latinoamericanas. Por ello, la prosperidad y la estabilidad tanto del Estado como de las ciudades dependan ahora del crecimiento constante del sector agropecuario exportador de estas economas.

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Lectura N 3 Bethell, Leslie, Argentina, 1946-c. 1990, en Historia de Amrica Latina (T.15), Espaa, Editorial Crtica, S.L., 2002, pp. 60-138.
Captulo 2 La Dcada Peronista, 1946-1955 El da 24 de febrero de 1946 el general Juan Domingo Pern fue elegido presidente de Argentina en una eleccin sin fraude. Esta victoria fue la culminacin de su vertiginoso ascenso poltico, que haba empezado unos cuantos aos antes, cuando la revolucin militar de junio de 1943 puso fin a una dcada de gobiernos conservadores y llev al poder a un grupo de coroneles del ejrcito con simpatas filofascistas. El naciente rgimen militar haba avanzado a tientas entre la hostilidad que sus tendencias autoritarias y clericales haban despertado en las clases media y alta y la cuarentena diplomtica organizada por Estados Unidos como represalia por la postura neutral de Argentina en la segunda guerra mundial. Por medio de astutas maniobras palaciegas Pern se convirti en la figura dominante del rgimen y puso fin al aislamiento poltico de la elite militar emprendiendo una serie de reformas laborales que surtieron un gran efecto en la clase obrera, numricamente incrementada por obra del proceso de industrializacin y urbanizacin acelerado a partir de los aos treinta. Desde la perspectiva de Pern, la funcin de estas reformas era prevenir la radicalizacin de los conflictos y la propagacin del comunismo. Sin embargo, la burguesa argentina no tema una inminente revolucin social, temor que, en otras pocas y en otros lugares, haba facilitado la aceptacin de reformas parecidas. De resultas de ello, se sum al frente antifascista que organiz la clase media, impregnando las divisiones polticas de un visible sesgo clasista. En 1945 el nuevo clima creado por el inminente triunfo de las fuerzas aliadas empuj a las autoridades militares a buscar una solucin institucional. Luego de intentar con xito limitado obtener el respaldo de los partidos tradicionales, Pern decidi lanzar su candidatura presidencial apelando al apoyo popular que haba cultivado durante su permanencia en el poder. En octubre de 1945, ese apoyo result decisivo cuando un complot militar instigado por la oposicin estuvo a punto de interrumpir su carrera poltica, al forzar su renuncia y su posterior detencin. Una movilizacin popular, organizada por los sindicatos y secundada por los partidarios de Pern en el ejrcito y la polica, logr sacarlo de la crcel y reinstalarlo en la contienda electoral. La candidatura de Pern fue apoyada por los sindicatos, que eran la fuerza principal detrs del recin creado Partido Laborista, junto con los disidentes del Partido Radical organizados en la UCR-Junta Renovadora. La oposicin se agrup en torno de la Unin Democrtica, coalicin de partidos centristas e izquierdistas que recibi el ostensible respaldo del sector empresarial y de funcionarios del gobierno de Estados Unidos. Pern aprovech plenamente estas circunstancias para presentarse como paladn de la justicia social y los intereses nacionales y ganar las elecciones celebradas en febrero de 1946. Una vez concluidas las elecciones, la coalicin peronista, formada en un plazo relativamente breve, reuniendo sectores de orgenes diferentes, se encontr al borde de la desintegracin. En el centro del conflicto se encontraban los lderes sindicales del Partido Laborista y los polticos radicales disidentes de la Junta Renovadora. De acuerdo con las reglas constitucionales, los representantes en el Senado eran elegidos indirectamente por las legislaturas provinciales. Antes de los comicios, los laboristas y la Junta Renovadora haban

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acordado compartir los escaos del Senado a partes iguales, pero cuando lleg la hora los polticos utilizaron argumentos caprichosos y el soborno para desplazar a los lderes laboristas del Senado y los gabinetes provinciales. En este conflicto Pern decidi apoyar a los elementos ms dciles provenientes de los partidos tradicionales y disminuir la influencia de los laboristas. Unos das antes de asumir la presidencia en junio de 1946, orden la disolucin de los partidos de la alianza electoral y la creacin de un nuevo partido, invocando la necesidad de contar con un movimiento cohesionado con el fin de gobernar con eficacia y unidad. Los lderes del Partido Laborista, que insista en su propia autonoma ms que la Junta Renovadora en la suya, debatieron durante varios das la actitud a adoptar. Finalmente, los argumentos a favor de la unidad se impusieron. A cambio de renunciar a sus antiguas ambiciones polticas se les prometi un lugar representativo en el nuevo partido. Los beneficios potenciales que conllevaba su incorporacin en el orden poltico oficial prometan demasiado para arriesgarlos en la defensa de una independencia que les hubiera colocado en los mrgenes de la naciente Argentina peronista. As pues, la breve resistencia de los laboristas termin a mediados de junio de 1946. Pern nombr a los organizadores del nuevo partido entre los legisladores recin elegidos. Aunque haba unos cuantos sindicalistas, la mayora eran polticos de clase media. Esta tendencia se acentuara con el tiempo. No haba lugar en el esquema de la nueva organizacin para sectores que tenan una base de poder independiente del partido mismo. En enero de 1947, cuando los organizadores del nuevo partido solicitaron a Pern que aprobase el nombre de Partido Peronista, sancionaron explcitamente otro rasgo, ms decisivo, de la estructura poltica del movimiento. El personalismo fue una consecuencia casi inevitable de un movimiento formado en un perodo tan breve y partiendo de la convergencia de fuerzas heterogneas. Por otro lado, Pern procur recortar la influencia de las fuerzas que le apoyaban en la nueva organizacin. El Artculo 31 de los estatutos del Partido Peronista, aprobados en diciembre de 1947, le autorizaba a modificar todas las decisiones que tomara el partido adems de revisar todas las candidaturas. Aunque Pern tena contrada una obvia deuda ideolgica con la tradicin autoritaria en la cual se haba formado, el conflicto en el seno del bloque triunfante de 1946 tambin gravit para imponer un liderazgo fuerte y centralizado. La anarqua fue, de hecho, el rasgo distintivo del movimiento peronista durante los primeros aos. Slo el ejercicio constante de la autoridad por parte del propio Pern neutraliz la falta general de disciplina entre sus seguidores. Poco despus de tomar posesin de su cargo Pern resolvi varios conflictos polticos provinciales, empezando en la provincia de Catamarca, substituyendo a las autoridades locales por un interventor nombrado por la Administracin central. Este mecanismo de control, previsto en la Constitucin, se utiliz abundantemente durante el primer ao: en Crdoba en 1947, La Rioja, Santiago del Estero y de nuevo Catamarca en 1948 y Santa Fe en 1949. Incluso Corrientes, la nica provincia donde la oposicin haba triunfado en 1946, fue sometida a la intervencin en 1947. Pern tambin apunt hacia el ltimo baluarte de los supervivientes del Partido Laborista. En noviembre de 1946 Luis Gay, ex presidente del partido, fue elegido secretario general de la Confederacin General del Trabajo (CGT) y, desde all, trat de seguir una lnea independiente. La controvertida visita de una delegacin de lderes obreros norteamericanos brind a Pern la oportunidad de acusar a Gay de tramar el retiro del apoyo que la CGT prestaba al gobierno y el ingreso en el movimiento sindical interamericano que promova Estados Unidos. La acusacin desencaden una campaa violenta de la prensa oficial contra Gay, que tuvo que dimitir en enero de 1947. Unos 85

cuantos de sus colaboradores ms allegados dimitieron con l, pero la mayora opt por adaptarse al nuevo orden. A partir de entonces la CGT, encabezada por figuras de segundo orden, se convirti en una agencia de las directivas oficiales dentro del movimiento laboral. Paso a paso, Pern fue recuperando los mrgenes de poder independiente que haba debido tolerar durante la campaa electoral. Adems del Partido Peronista y la CGT, el otro pilar fundamental del rgimen eran las fuerzas armadas. La franca ruptura entre los militares y la oposicin democrtica en 1945 haba permitido a Pern lanzarse a la conquista de la presidencia. Despus de ser elegido, procur presentarse como hombre de armas en un esfuerzo por granjearse el apoyo de los militares. Para ello, se esforz por definir sus relaciones con stos sobre bases estrictamente institucionales, y aunque muchos oficiales sirvieron en el gobierno, la institucin en conjunto no fue involucrada. El objetivo de Pern era la neutralidad del cuerpo de oficiales y, con el fin de alcanzarlo, se aboc ante todo a satisfacer sus exigencias profesionales. Estos fueron los aos de la expansin y la modernizacin en las fuerzas armadas. Como resultado del auge de las inversiones militares que sigui al golpe de 1943, los gastos militares ya representaban el 38, 4 por ciento del presupuesto nacional en 1945. En los aos sucesivos, el porcentaje descendi hasta el 20,6 por ciento en 1951, pero, an as esta cifra estaba muy por encima del nivel de antes de la guerra, que era del 18,2 por ciento, y Argentina continu destinando ms fondos de su presupuesto a la defensa que cualquier otro pas latinoamericano. La ampliacin del cuerpo de oficiales a un ritmo ms rpido que el incremento del nmero de soldados rasos (el nmero de generales se dobl entre 1946 y 1951) y la compra de material moderno permitieron ganar la tolerancia de las fuerzas armadas a las polticas del rgimen durante los primeros aos. Este intercambio poltico no habra sido posible sin algn grado de identificacin de los militares con los principios generales del gobierno de Pern. El nacionalismo, la industrializacin y la justicia social coincidan con creencias profundamente arraigadas entre los oficiales. Adems, una prudente manipulacin de las rivalidades internas y el reparto de favores menudos contribuyeron a aislar a los elementos menos confiables y a recompensar la lealtad de los ms adictos. Confinadas a un papel profesional que les reportaba beneficios tangibles, las fuerzas armadas se insertaron discretamente en el rgimen peronista. La Iglesia contribuy, asimismo, a la consolidacin del nuevo rgimen. Ya durante la campaa de 1946 haba desempeado un papel positivo. Hostigada por el anticlericalismo de las fuerzas polticas tradicionales, imbuida de ideologa antiliberal, la jerarqua eclesistica recibi con agrado el homenaje constante de Pern a la doctrina social de la Iglesia. En vsperas de las elecciones recomend a sus fieles no votar a los candidatos cuyos programas y actitudes contradijeran el mensaje catlico. Fue obvio que esta advertencia apuntaba a la Unin Democrtica, que objetaba la decisin del gobierno militar imponiendo por decreto la enseanza religiosa en las escuelas en 1943. Una vez en el poder, Pern transform el decreto en ley. Ms adelante, la actividad oficial en el campo del bienestar social y la educacin habra de enfriar el entusiasmo de los obispos, que no hallaban tampoco fcil conciliar su apoyo a Pern con sus vnculos tradicionales con la clase alta. No obstante ello, se abstuvieron inicialmente de hacer pblicas sus reservas, en un esfuerzo por lograr una pacfica coexistencia con el nuevo orden poltico. Con el respaldo del ejrcito y la Iglesia, y la lealtad de una masa popular muy pronto encuadrada bajo un liderazgo centralizado, el nuevo rgimen haba levantado cimientos seguros para su sustentacin. Empero, Pern decidi reforzar igualmente su 86

gobierno por medio de mecanismos burocrticos y represivos. La primera vctima fue la Corte Suprema, que haba opuesto resistencia a las reformas sociales de Pern desde el principio. En septiembre de 1946 sus miembros fueron acusados en el Congreso de, entre otras cosas, haber reconocido como legtimos los gobiernos de hecho que surgieron de los golpes militares de 1930 y 1943. Ocho meses ms tarde fueron destituidos como parte de una purga general del poder judicial. Otro baluarte de resistencia en 1945, la universidad, pas por un proceso parecido con la expulsin de miles de profesores. En 1947 fueron cerrados los semanarios polticos de la oposicin, y grupos econmicos vinculados al rgimen empezaron a aduearse del sistema de radiodifusin nacional. En 1951 la expropiacin de uno de los peridicos ms tradicionales, La Prensa, y su traspaso a la CGT crearon un virtual monopolio estatal de los medios de comunicacin. Los pocos que sobrevivieron con cierto grado de independencia se cuidaron bien de no desafiar francamente el tono uniforme y proselitista utilizado por los medios oficiales para celebrar la poltica del rgimen. Con esta supresin gradual de las libertades pblicas, la oposicin poltica se encontr limitada a la esfera del Congreso. Sin embargo, el estrecho margen de votos que haba dado la victoria a la coalicin peronista fue transformado por la legislacin electoral en una abrumadora mayora gubernamental. La aplicacin de la ley Senz Pea, que otorgaba dos tercios de los escaos electorales a la mayora y el tercio restante al principal partido minoritario, dio a los peronistas el control no slo del poder ejecutivo, sino tambin de la cmara baja, con 109 de 158 diputados. Adems, los peronistas triunfaron en 1946 en trece de los catorce gobiernos provinciales y esto les dio el control del Senado. La conmocin psicolgica que experimentaron las fuerzas de la oposicin a raz de la derrota en las elecciones se vio magnificada cuando se dieron cuenta de que prcticamente haban desaparecido del mapa poltico. El Partido Demcrata y la faccin antipersonalista Unin Cvica Radical (UCR), que haba gobernado entre 1932 y 1943, quedaron reducidos a tres diputados y dos senadores. El Partido Socialista, cuya presencia en el Congreso haba sido continua desde 1904, no tena ni un solo representante; lo mismo ocurra con el Partido Comunista. Slo los radicales haban logrado sobrevivir al colapso, aunque quedaron reducidos a cuarenta y cuatro diputados. Las tendencias autoritarias del rgimen estuvieron lejos de facilitar un apaciguamiento de los antagonismos polticos. El pequeo y combativo bloque de la oposicin no dio tampoco tregua al movimiento oficialista, pero sus crticas no lograron trasponer el recinto del Congreso e incluso all se vean acalladas por la presin de la gran mayora peronista. En las elecciones legislativas de 1948, el 52 por ciento que la coalicin peronista obtuvo en 1946 aument hasta situarse en un 57 por ciento, con lo que el poder poltico qued todava ms concentrado. Garantizada su legitimidad en el plano interno, el nuevo gobierno busc restablecer sus relaciones con Estados Unidos. Unas semanas despus de asumir el poder, Pern envi al Congreso el Acta de Chapultepec (marzo de 1945) para su ratificacin y oficializar, as, el reingreso de Argentina en la comunidad interamericana. Simultneamente, se permiti un gesto de independencia y renov las relaciones con la Unin Sovitica, que haban estado suspendidas desde 1917. A esto le sigui la deportacin de un nmero de espas nazis y la adquisicin por el estado de compaas de propiedad alemana y japonesa. En junio de 1947 el presidente Truman declar su satisfaccin con la conducta argentina. En la muy demorada conferencia interamericana convocada en Ro de Janeiro en septiembre de 1947 el ministro de Exteriores de Pern, con una actitud muy diferente de la de su 87

predecesor en la anterior conferencia de Ro, celebrada en 1942, firm el Tratado de Seguridad del Hemisferio. La recompensa fue el levantamiento del embargo de armas por parte de Estados Unidos. Al terminar la segunda guerra mundial, Argentina se encontr libre de deuda externa y en posesin de importantes reservas de divisas extranjeras, al tiempo que se beneficiaba de la gran demanda y los precios elevados de sus exportaciones de alimentos y de una industria en crecimiento. Dentro de este marco, el gobierno peronista puso en prctica una poltica econmica con tres objetivos principales: la expansin del gasto pblico, reforzando el papel del estado en la produccin y la distribucin; la alteracin de los precios relativos con el fin de fomentar una distribucin ms igualitaria de la renta nacional; y el progresivo establecimiento de un sistema de incentivos que premi las actividades orientadas al mercado interno y desestimul la produccin destinada a los mercados internacionales. Esta combinacin de intervencin estatal, justicia social y economa orientada hacia adentro no fue una experiencia aislada en Amrica Latina en la dcada de 1940. Es cierto que en el caso argentino, caracterizado por un mercado de trabajo sin grandes bolsas de marginalidad y un movimiento sindical muy activo, el sesgo igualitario fue ms acentuado que en otros pases de la regin. No obstante, el destacado papel del sector pblico en la acumulacin de capital y el nfasis creciente en el mercado interno constituan, casi sin excepcin, la contraparte regional del keynesianismo en boga en los pases principales de Occidente. La economa peronista no fue fruto de una estrategia econmica deliberada. Las bases sociales del rgimen condicionaron sus opciones econmicas. Entre el proyecto de la industrializacin para la defensa nacional, a partir de la industria pesada, auspiciado por oficiales del ejrcito durante la guerra, y la continuacin de la industrializacin liviana, Pern escogi la segunda opcin, que era ms congruente con una distribucin progresiva de la renta. En slo tres aos entre 1946 y comienzos de 1949 el salario real aument ms de un 40 por ciento. Esta alteracin de los precios relativos, casi sin precedente nacional o incluso internacional, produjo una rpida expansin del consumo y un crecimiento industrial que alcanz el 10,3 por ciento en 1946, el 12,1 por ciento en 1947 y el 6,9 por ciento en 1948. En este contexto el clima de optimismo prevaleciente en el sector empresarial venci la inquietud causada por la audaz poltica de ingresos y el poder de los sindicatos, preparando el camino para una euforia prolongada en la Bolsa y una oleada de inversiones, por parte de las empresas privadas. La idea de que el beneficio capitalista podra aumentar al mismo tiempo que suban los salarios dej de ser una paradoja ensalzada por la propaganda oficial y se convirti en una conviccin generalizada. El rpido crecimiento del aparato econmico estatal y las restricciones a los flujos del comercio exterior no fueron tampoco decisiones que se derivaron racionalmente de una estrategia econmica original. Es verdad que a partir de 1946 el gobierno peronista llev a cabo una poltica de nacionalizacin de los servicios pblicos (ferrocarriles, telfonos, marina mercante, lneas areas, gasolina, etctera). Estas decisiones, junto con los crecientes fondos del presupuesto asignados a la poltica de bienestar social, condujeron a una ampliacin progresiva de la esfera de accin del estado y un salto de alrededor del 30 por ciento del gasto pblico. Tambin es cierto que a travs de la poltica cambiaria y a la imposicin de restricciones cuantitativas a las importaciones especialmente despus de 1948 se fue moldeando una economa volcada hacia adentro de sus propias fronteras con un bajo grado de exposicin a la competencia internacional. 88

Sin embargo, pareca no haber ninguna alternativa a estos fenmenos, tanto desde el punto de vista del gobierno como desde el de la principal oposicin. Ambos estaban convencidos del inminente estallido de una tercera guerra mundial y crean que sta acabara asestando un fuerte golpe al comercio internacional. Tambin albergaban cierta desconfianza, comn en Amrica Latina, ante el liderazgo del capital privado en el proceso de desarrollo. Partiendo de estas premisas, ambos bandos coincidan en pensar que la construccin de un estado fuerte y extenso y la proteccin de las empresas nacionales intrnsecamente dbiles ante la competencia extranjera eran necesarias para el crecimiento econmico y, sobre todo, para el mantenimiento de un elevado nivel de empleo. Adems, el estatismo generalizado en la mayora de los pases occidentales, la calma tensa de la guerra fra y la lenta expansin de las oportunidades comerciales en el mercado mundial para la industria argentina parecan corroborar el diagnstico dominante. La poltica econmica del peronismo, con sus rasgos nacionalistas, keynesianos y distribucionistas, fue posible gracias a la combinacin de una serie de circunstancias favorables que no se repetiran en la historia de la economa argentina. Despus de casi dos dcadas de crisis comercial, la abrupta mejora de los precios de las exportaciones agrcolas y, por consiguiente, de los trminos de intercambio permiti que la nueva prosperidad se financiara con divisas extranjeras y abriera un cauce a las medidas de redistribucin necesarias para consolidar el rgimen peronista. Las reservas de fondos extranjeros acumulados durante la guerra gran proporcin de los cuales no era convertible tambin permitieron financiar la nacionalizacin de servicios pblicos. Adems, la relativa abundancia de recursos fiscales fciles de recaudar signific que el nuevo nivel de gasto pblico pudo alcanzarse y mantenerse sin grandes dificultades. La creacin del Instituto Argentino para la Promocin y el Intercambio (IAPI), entidad que tena el monopolio virtual del comercio exterior, proporcion al gobierno acceso indirecto a la principal fuente de acumulacin de capital y permiti desviar el alza de los precios de exportacin en beneficio del sector pblico. Con este objeto, el IAPI compraba cereales a los productores locales a un precio que fijaban las autoridades y los venda en el mercado internacional a precios ms altos. Los recursos obtenidos por medio de este mecanismo, junto con los ahorros forzosos procedentes de un sistema de pensiones con importante supervit y una amplia batera de impuestos directos e indirectos que recayeron, en particular, sobre los grupos de renta ms elevada, fueron conformando la imagen veraz de un estado rico y generoso. Finalmente, la nacionalizacin del sistema financiero y la notable expansin de sus depsitos, resultante en buena medida del ascenso econmico de los pequeos ahorradores beneficiados por la redistribucin de la renta, permitieron incrementar los crditos subvencionados hacia las empresas pblicas y privadas. Esta poltica crediticia constituy una parte importante de la economa peronista, ya que estimul las inversiones en capital y abarat el capital de trabajo, compensando as los efectos del mayor coste de la mano de obra mediante los beneficios financieros. As, la economa peronista se vio favorecida por la evolucin excepcional del mercado internacional de la posguerra, los crecientes ingresos fiscales y la masificacin del ahorro institucionalizado. Esta estrategia de desarrollo, que se basaba en el poder adquisitivo del estado y en los salarios altos, y que, por estar orientada al mercado interno, pudo hacer caso omiso de los inevitables costos en trminos de eficacia y competitividad, dur apenas tres aos. No obstante, fueron los aos que grabaron una imagen duradera de la economa del peronismo en la memoria colectiva. 89

Entre 1946 y 1948 Argentina debi hacer frente a las trabas a su comercio externo creadas por el boicot impuesto por los Estados Unidos como consecuencia de la neutralidad argentina en la segunda guerra mundial. El boicot haba empezado ya en 1942 y hasta finales de la dcada la poltica comercial norteamericana trat a Argentina como nacin enemiga. Se aplic un embargo parcial de combustible y se negaron al pas otras importaciones fundamentales, por encima de las restricciones que impona la guerra. De 1946 a 1949 el foco del boicot se desvi desde las trabas al abastecimiento de insumos industriales crticos hacia un esfuerzo por reducir las exportaciones argentinas, con vistas a forzar a un rgimen considerado hostil a hacer concesiones polticas. Cuando se normalizaron las relaciones en 1947 el hostigamiento econmico por parte del gobierno de Estados Unidos continu de forma encubierta, a travs de la Economic Cooperation Administration (ECA). Este poderoso organismo, encargado de distribuir los fondos del Plan Marshall a sus beneficiarios europeos, desalent las compras de alimentos argentinos al tiempo que foment las de sus competidores, como Canad y Australia. Esta poltica estaba, empero en contradiccin con las directivas del Departamento de Estado norteamericano. Sus efectos fueron lo bastante perjudiciales como para suscitar el reconocimiento extraoficial por parte de funcionarios norteamericanos de que la discriminacin de la ECA haba contribuido a la escasez de dlares de Argentina y colocado al pas en la ruta de una futura catstrofe econmica. Cuando los obstculos puestos a la principal fuente de divisas externas del pas coincidieron con la declaracin unilateral de Gran Bretaa de la inconvertibilidad de la esterlina en agosto de 1947, la situacin se hizo cada vez ms difcil de manejar. Dirigiendo ahora la atencin a las fuerzas econmicas hay que destacar que los terratenientes argentinos demostraron una gran flexibilidad ante el nuevo rgimen. Pern contribuy a ello al escoger a un miembro de la Sociedad Rural para el cargo de ministro de Agricultura. Adems, les asegur que las veladas amenazas de expropiacin de la tierra hechas durante la campaa electoral seran archivadas. La asociacin representativa de los propietarios rurales pronto hizo las paces con el nuevo presidente y mantuvo intacta su estructura institucional. La suerte que corri la Unin Industrial fue distinta. Los empresarios industriales desafiaron al nuevo gobierno nombrando a lderes anticolaboracionistas al frente de su asociacin. El precio que pagaron por su audacia fue una decisin gubernamental poniendo fin a la independencia de la central empresaria. Poco a poco, sin embargo, los empresarios fueron acomodndose a la nueva situacin cuando se dieron cuenta de que la poltica oficial no llegara al extremo de confiscar los beneficios del auge econmico y su franca resistencia inicial se transform en un forzado conformismo. Por su parte, los sindicatos continuaron reclutando nuevos afiliados con apoyo oficial. Los 877.300 obreros sindicalizados que haba en 1946 se convirtieron en 1.532.900 en 1948. En la mayora de los sectores de la economa urbana la tasa de sindicalizacin se situ entre un 50 y un 70 por ciento. El aumento de la influencia sindical corri paralela con la extensin y la unificacin de las instituciones que regulaban las relaciones laborales. Durante los aos previos, las normas laborales haban reflejado grandes desequilibrios de fuerza en el seno del movimiento laboral; las condiciones de trabajo de que gozaban, por ejemplo, los empleados de los ferrocarriles eran desconocidas en otros sectores. La poltica laboral de Pern acab con este tipo de elitismo sindical. A partir de 1946 las negociaciones colectivas penetraron profundamente en el mercado laboral; el sistema de pensiones se hizo extensivo a los empleados y trabajadores de la industria y el comercio; y se introdujeron las vacaciones pagadas y las indemnizaciones por despido. La tolerancia oficial y una situacin 90

prxima al pleno empleo se tradujeron en un aumento del activismo sindical dirigido contra las empresas. En 1945 las huelgas en la ciudad de Buenos Aires afectaron a 50.000 trabajadores; en 1946 el nmero de huelguistas aument hasta situarse en 335.000; y la cifra correspondiente al ao siguiente fue de 550.000. El clima social que acompa al desarrollo del rgimen necesitaba una vigilancia constante, para la cual Pern encontr a la colaboradora ideal en la persona de su propia esposa. Eva Duarte haba nacido en el seno de una familia de clase media baja en la provincia de Buenos Aires y era hija ilegtima de un estanciero que se neg a reconocerla a ella y a sus hermanos. A la edad de quince aos lleg a Buenos Aires, atrada por el encanto de la ciudad e interpret pequeos papeles en olvidables obras de teatro y programas de radio hasta que conoci a Pern en 1944. Eva asimil rpidamente las nociones elementales de una educacin poltica que le imparti el extrovertido oficial del ejrcito que le profesaba admiracin. En 1946 Evita como pronto fue llamada tena veintisiete aos de edad y en seguida result obvio que no pensaba aceptar un papel decorativo como primera dama del rgimen. Mientras Pern se concentraba en las tareas de gobierno, Evita tom para s la activacin poltica del movimiento oficial, a cuyo servicio puso una retrica vibrante y deliberadamente brutal que enardeca a sus seguidores y despertaba miedo y odio entre sus enemigos. Tal como escribi en su autobiografa:
Porque conozco las tragedias personales de los pobres, de las vctimas de los ricos y poderosos explotadores del pueblo, debido a esto, mis discursos suelen contener veneno y amargura... Y cuando digo que se har justicia de manera inexorable, cueste lo que cueste y afecta a quien afecte, estoy segura de que Dios me perdonar por insultar a mis oyentes, porque he insultado empujada por el amor a mi pueblo! l les har pagar por todo lo que han sufrido los pobres, hasta la ltima gota de su sangre!1

Su injerencia se hizo visible primero desde su despacho del ministerio de Trabajo, donde administraba recompensas y castigos y enseaba a los lderes sindicales la frrea disciplina del nuevo rgimen. Ms adelante tendi la mano a los sectores ms marginados de la poblacin, el subproletariado urbano y las clases ms atrasadas de las provincias, para las cuales los nuevos derechos laborales tenan slo importancia limitada. Evita cre una red de servicios sociales y hospitalarios para ellos por medio de la Fundacin Eva Pern, que substituy y super largamente las organizaciones de caridad de inspiracin religiosa de las clases altas. La fundacin se convirti en un eficaz instrumento para hacer proselitismo entre los sectores ms pobres y sus actividades llegaron hasta todos los rincones del pas con envos de mquinas de coser, bicicletas y pelotas de ftbol. Ms tarde, Evita encontr otra cruzada a la que poda dedicar sus energas en la condicin poltica de las mujeres: dirigi la campaa a favor del sufragio femenino y, una vez instaurada por ley en 1949, organiz la rama femenina del partido oficial. Por medio de su intervencin, el peronismo continu la movilizacin poltica iniciada en 1945; nuevos sectores se sumaron al vasto squito popular del rgimen, complementando y al tiempo recortando el papel de los sindicatos dentro del mismo. La prosperidad econmica, el apoyo popular y el autoritarismo se combinaron para garantizar el desarrollo del rgimen, que trat de afianzarse por medio de la reforma constitucional de 1949. Una asamblea constitucional en la cual los seguidores de Pern
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Eva Pern, La razn de mi vida, Peuser, Buenos Aires, 1951, p. 122.

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tenan una mayora holgada introdujo modificaciones en la Constitucin liberal de 1853. Algunas de estas medidas consolidaron los avances en los derechos civiles y laborales. Un artculo basado en la Constitucin mexicana instaur la propiedad estatal de los recursos energticos, pero la modificacin poltica ms significativa consisti en revocar la disposicin que prohiba que el presidente fuera reelegido de manera consecutiva. Una vez aprobada la reforma, se inici una campaa para que Pern fuese reelegido en 1951. Los sindicatos propusieron que Evita tambin formara parte de la candidatura presidencial, pero la idea no cont con la aprobacin de los jefes militares, que aconsejaron a Pern su rechazo. El presidente se inclin ante el veto militar y Evita anunci luego que retiraba su candidatura. La victoria arrolladora de Pern en las elecciones de noviembre de 1951, con Hortensio Quijano como candidato a la vicepresidencia para un segundo mandato, defraud todas las esperanzas de vencer al peronismo por la va electoral. La lista de candidatos oficiales obtuvo 4.580.000 votos, mientras que los candidatos del Partido Radical, Ricardo Balbn y Arturo Frondizi, a quienes se les haba negado el acceso a los medios de comunicacin, obtuvieron 2.300.000 votos. Al votar a favor de Pern por un margen de 2 a 1, el electorado le autoriz a seguir avanzando por el camino autoritario. En 1952, el Congreso, en el cual los cuarenta y cuatro diputados de la oposicin haban quedado reducidos a catorce, elev a ideologa peronista a la condicin de doctrina nacional bajo el nombre de justicialismo. Esta nueva filosofa de la vida, sencilla, prctica, popular y fundamentalmente cristiana y humanstica, tena como supremo objetivo garantizar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nacin por medio de la Justicia Social, la Independencia Econmica y la Soberana Poltica, armonizando los valores espirituales y los derechos del individuo con los derechos de la sociedad.2 Su imposicin obligatoria a funcionarios y ciudadanos elimin todo rastro de pluralismo en la vida poltica y conden a los dems partidos a una existencia prcticamente clandestina. Una vez que el peronismo se consider a s mismo el nico movimiento nacional, sus relaciones con el resto de la sociedad estaban destinadas a cambiar. Uno de los cambios ms importantes despus del comienzo del segundo mandato de Pern en junio de 1952 fue la reorganizacin de los vnculos entre el estado y los intereses sociales. El orden corporativista erigido por Pern fue congruente con su ideologa; prometa una sociedad armoniosa libre de luchas de clases. El nuevo equilibrio entre las fuerzas sociales habra de facilitar la instauracin de una comunidad organizada cuyos principales componentes rivales se unan para actuar como un conjunto orgnicamente interdependiente bajo la conduccin del estado. Despus de las elecciones de 1951, el incipiente orden corporativista se ampli de manera sucesiva. A la CGT se sumaron la Confederacin General Econmica (CGE), organizacin que aglutinaba al sector empresario, y, poco despus, la Confederacin General de Profesionales, la Confederacin General Universitaria y la Unin de Estudiantes Secundarios. Las motivaciones ideolgicas no eran el nico factor que inspir la nueva arquitectura del rgimen. Tambin gravit la aspiracin a construir un orden poltico que se centrara menos en los sectores obrero y popular y otorgara claramente al estado el papel de rbitro entre las fuerzas sociales. La creacin de esta nueva estructura de poder modific asimismo la posicin que ocupaban las fuerzas armadas, que ya haban empezado a perder
Vase Alberto Ciria, Poltica y cultura popular: La Argentina peronista, De la Flor, Buenos Aires, 1984, p. 62.
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la relativa autonoma de que haban gozado entre 1946 y 1949. Pern comenz a exigir una creciente integracin de las instituciones militares en el movimiento poltico oficial, mientras procuraba ganar a los oficiales de alta graduacin por medio de nuevos favores y privilegios. Las reiteradas pruebas de la fuerza electoral del peronismo convencieron, a su vez, a la oposicin poltica de que el camino de las urnas no contena ningn futuro para ella; apoyada por varios militares retirados que haban sido vctimas de las purgas de 1945, hizo diversos intentos vanos de derrocar al presidente. Sin embargo, su suerte pareci cambiar hacia 1951 debido al descontento existente entre los militares ante las claras seales de que Pern se estaba preparando para ser reelegido y que, ms grave an, Evita le acompaara en la candidatura presidencial. Esta amenaza ayud a vencer la resistencia de los altos mandos militares, que empezaron a discutir la destitucin de Pern. Pero diferencias tcticas y rivalidades personales primero y luego el retiro de la candidatura de Evita dificultaron la gestacin de un levantamiento coordinado; el general retirado Benjamn Menndez hizo un intento aislado que fue sofocado rpidamente. La reeleccin de Pern por un 62 por ciento de los votos provoc un repliegue de los conspiradores y despej la va para una intensificacin del control poltico de las fuerzas armadas. A partir de 1952 los intentos de substituir la subordinacin constitucional al jefe del estado por la lealtad al liderazgo personal de Pern se hicieron ms manifiestos. Los militares cedieron ante las nuevas exigencias, pero su descontento permaneci vivo, en particular entre los oficiales de los cuerpos intermedios. La reorientacin de los militares con respecto al peronismo form parte de un proceso ms amplio. Debido a su nivel de vida y a su procedencia social, los miembros del cuerpo de oficiales compartan la preocupacin con que las antiguas clases medias seguan la presencia abrumadora de las masas en la vida pblica. La rapidez con que se haba producido el cambio social hizo flaquear el espritu tradicionalmente progresista de la clase media urbana. Pases ms antiguos haban pasado por cambios estructurales parecidos a los de Argentina con la intensificacin de la industrializacin, pero en ellos las instituciones haban absorbido estos cambios en forma ms gradual y lenta, por lo que la transicin a la democracia de masas haba sido menos brusca. En cambio, en la Argentina de Pern todo pareca suceder a la vez y demasiado rpido: el crecimiento de los sectores obreros, el desarrollo de los sindicatos, la expansin del bienestar Social y, en un nivel ms profundo, la quiebra de la deferencia que el antiguo orden acostumbraba a esperar de los estratos ms bajos de la sociedad. Esta subversin de las pautas tradicionales de poder y prestigio se vio agravada por una pregunta inquietante: Hasta dnde llegara el peronismo? Cundo considerara Pern que la reparacin histrica a las masas populares haba quedado completada? Para que la clase media urbana advirtiera que detrs del lenguaje agresivo de la pareja gobernante exista un respeto no menos sincero por las bases ltimas del orden existente, se hubiera necesitado una capacidad de percepcin que, en aquellas circunstancias, apenas posea. Movidas por una profunda aversin al tono plebeyo que tea los logros del rgimen, se convirtieron en la masa de maniobras de la oposicin conservadora. Un movimiento de resistencia civil comenz a tomar forma, al principio de manera subrepticia y consistente en pequeos y simblicos gestos de rebelin. El 26 de julio de 1952 muri Evita, vctima del cncer. Con ella desapareci la figura que mejor representaba al movimiento peronista para las masas populares, pero tambin cuanto ste tena de intolerable para sus adversarios. El sentimiento de hondo dolor colectivo que provoc su desaparicin inaugur, de forma ominosa, el segundo mandato de 93

Pern. Desaparecido el elemento clave del activismo popular, el gobierno apareci desde entonces como una mquina burocrtica que careca del atractivo poltico de los primeros aos y mostraba los vicios asociados con un poder demasiado seguro de s mismo; a principios de 1953 el crculo ntimo de Pern se vio envuelto en un escandaloso caso de corrupcin que tuvo por protagonista a Juan Duarte, hermano de Evita. La CGT respondi apoyando los esfuerzos del presidente por rectificar las cosas, pero el acto pblico en solidaridad con Pern termin de manera dramtica, al estallar varias bombas puestas por comandos opositores, que causaron heridos y muertos. La respuesta inmediata de los peronistas fue incendiar el Jockey Club, la sede tradicional de la clase alta, y destruir las oficinas centrales de los partidos de la oposicin. Una oleada de detenciones en masa sigui a estos sucesos y descarg un duro golpe sobre el embrionario movimiento de resistencia. Tras esos incidentes, Pern pareci darse cuenta de la necesidad de disipar la tensin poltica. Las puertas del palacio presidencial se abrieron a los lderes de la oposicin, pero los interlocutores que importaban eran los radicales. Diez aos despus de la revolucin de 1943, el apoyo electoral tanto de los conservadores como de los socialistas prcticamente haba desaparecido. Los radicales, que haban ampliado su audiencia al presentarse como la nica alternativa al peronismo, se mostraron poco dispuestos a llegar a un entendimiento que, si daba buenos resultados, entraara la renuncia a su papel de ferviente oposicin. El gobierno tampoco fue muy lejos en la bsqueda de la reconciliacin. Hacia finales de 1953 se declar una amnista, pero sus beneficiarios descubrieron que estar fuera de la crcel pocas cosas cambiaba, toda vez que las restricciones a la actividad poltica se mantuvieron en plena vigencia. Para entonces la prosperidad econmica que haba acompaado a la instauracin del rgimen peronista se estaba disipando. Las primeras seales de deterioro de la economa ya eran evidentes en 1949. Despus de cuatro aos consecutivos de supervit, el dficit comercial ascendi a 160 millones de dlares, debido en gran parte a un descenso de los trminos de intercambio. El ndice de los trminos de intercambio (1935 = 100) fue de 133 en 1947 y 132 en 1948. En 1949 retrocedi hasta 110, y en 1950, hasta 93. Al mismo tiempo, la inflacin, que haba sido del 3,6 por ciento en 1947, aument hasta alcanzar un 15,3 por ciento en 1948 y un 23,2 por ciento en 1949. La expansin del gasto pblico y el consiguiente crecimiento del dficit fiscal completaban un panorama de crecientes dificultades. Aunque entre los miembros del gobierno creca la conciencia del comienzo de la crisis, se limitaron a corregir los precios relativos y, careciendo de una poltica de austeridad fiscal, durante un tiempo titubearon entre la continuidad y el cambio. Para un modelo de crecimiento que desde el principio se haba basado en el liderazgo del sector pblico y en el crdito barato para financiar la expansin del mercado interno y los salarios altos, la estabilizacin tena un coste muy elevado en trminos del nivel de actividad, el empleo y los niveles salariales. Por estas razones, las primeras medidas fueron parciales y muy poco eficaces. Miguel Miranda, que haba presidido los asuntos econmicos durante los aos de bonanza, fue substituido por Alfredo Gmez Morales, al que se encarg que tomara una nueva direccin. Sus primeras medidas consistieron en una devaluacin moderada de la moneda y un racionamiento del crdito tanto para el sector privado como para el pblico. No obstante, los tipos de inters que el Banco Central cargaba sobre las lneas de crdito especiales continuaron siendo negativos y se mantuvieron los salarios reales en los elevados niveles de aos anteriores. Los resultados de esta primera prueba de estabilizacin, de 1949 a 1950, 94

fueron, por tanto ambiguos: la prosperidad de los primeros tiempos se interrumpi al entrar la economa en una fase recesiva, pero los precios relativos y el modelo distributivo existente no se modificaron. La crisis alcanz su nivel ms alto en 1951 y expuso las debilidades de una estrategia econmica que haba dado buenos resultados gracias a excepcionales circunstancias internas y externas. Durante 1951 y 1952 los trminos de intercambio continuaron cayendo y colocaron al pas en una situacin de estrangulamiento externo que ms adelante se repetira con frecuencia pero que en esta etapa hizo aicos el optimismo oficial sobre la evolucin de los mercados internacionales. La balanza comercial tuvo 304 millones de dlares de dficit en 1951 y 455 millones de dlares en 1952. Al mismo tiempo, la inflacin volvi a acelerarse y alcanz un ndice de ms del 30 por ciento en 1952. Fue entonces que el gobierno decidi efectuar un cambio radical de su poltica econmica y revisar sus prioridades iniciales. La nueva estrategia favoreci entonces la estabilidad a expensas de la expansin econmica y el consumo, la agricultura a expensas de la industria, la iniciativa privada y el capital extranjero a expensas del crecimiento del sector pblico. Convencido de que la lucha distribucionista tena un papel principal en la inflacin el Gobierno impuso una tregua social a las empresas y los sindicatos. El instrumento que emple con tal fin fue una congelacin de salarios y precios durante dos aos, de mayo de 1952 a mayo de 1954, luego de reajustar los salarios y los precios. Se encomend a la Comisin de Precios y Salarios, formada por representantes de la CGT, las empresas y el gobierno, la misin de controlar la marcha del acuerdo social y estudiar el otorgamiento de incrementos salariales en funcin de la productividad del trabajo. La aceptacin de las restricciones salariales por parte de los trabajadores se vio facilitada por el control de los precios y por las subvenciones concedidas a los alimentos y a los costes de las empresas de servicio pblico. La prioridad que se dio a la poltica contra la inflacin y la conciencia clara del apoyo popular que sostena al rgimen hicieron que Pern prescindiese de la opcin de una nueva devaluacin, aunque representaba una manera rpida de eliminar el dficit de la balanza de pagos. El tipo de cambio se mantuvo constante en trminos reales, debido a que una devaluacin desviara los mayores ingresos hacia los agricultores pero a costa de incrementar los precios de los alimentos en el mercado interno. Con el fin de controlar el desequilibrio exterior, las autoridades recurrieron primero a un mecanismo que se haba empleado de forma selectiva desde 1948: las restricciones cuantitativas a la importacin. Estas restricciones se haban aplicado en diciembre de 1950, cuando el estallido de la guerra de Corea pareci el preludio de una tercera contienda mundial y llev a la compra de productos importados que podan escasear en el futuro inmediato. En 1952 estas compras tuvieron que reducirse drsticamente mientras una grave sequa obligaba a Argentina a importar trigo por primera vez en su historia. Una vez descartada la opcin de la devaluacin, se estimul la produccin agrcola por medio de una reorientacin de las subvenciones. El IAPI, que hasta entonces haba servido para transferir recursos del campo a los centros urbanos, subvencion ahora los precios que cobraban los agricultores por las cosechas que exportaban. Herramientas clave de esta operacin fueron asimismo, una poltica monetaria ms restrictiva para con la industria y una cada de las inversiones pblicas. Esta poltica de ajuste y austeridad tuvo tanto beneficios como costos. La inflacin empez a bajar y alcanz un mnimo de 3,8 por ciento en 1954. Los desequilibrios de las 95

finanzas pblicas fueron reducidos al 9,8 por ciento del PIB en 1949 y un poco ms del 5 por ciento en 1952. Al mismo tiempo, la produccin industrial cay en un 7 por ciento en 1952 y un 2 por ciento en 1953. Los salarios reales disminuyeron un 25 por ciento en dos aos. A pesar de estos costes, se pusieron los cimientos para una rpida y sorprendente reactivacin econmica. Esta recuperacin se apoy tambin en una poltica crediticia ms moderada, una mayor ayuda financiera al sector agrcola y una poltica de ingresos ms restrictiva. La reorientacin de la poltica econmica incluy un papel nuevo para las inversiones extranjeras. Para entonces, Argentina era casi autosuficiente en bienes de consumo final. La demanda de importaciones estaba concentrada en los combustibles y las materias primas y los bienes de capital que requera un sector industrial ms diversificado que el que exista antes de la guerra. Los problemas del suministro y los obstculos a la modernizacin industrial creados por la escasez de divisas fuertes indujeron a Pern a hacer un llamamiento a las inversiones extranjeras. Este cambio en la ideologa estatista y nacionalista del rgimen empez en 1953 con una nueva ley de inversiones extranjeras, ms permisiva, a la que siguieron acuerdos con varias compaas, entre ellas Mercedes Benz y Kaiser Motors. La iniciativa ms audaz se tom en el campo de la explotacin del petrleo, bastin sagrado del nacionalismo argentino, en el cual se hizo un intento de atraer a una subsidiaria de la Standard Oil Company. Tratando de convencer a un grupo de lderes sindicales de la bondad de su nueva poltica, Pern dijo:
Y, por tanto, si trabajan para la YPF [la compaa petrolera estatal], no perdemos absolutamente nada, porque incluso les pagamos con el mismo petrleo que ellos extraen. Es bueno, pues, que vengan a darnos todo el petrleo que necesitamos. Antes, ninguna compaa quera venir si no se le daba el subsuelo y todo el petrleo que produca. Ahora, para que vengan, por qu no debera ser una transaccin comercial, una transaccin importante, si todos los aos gastamos ms de 350 millones de dlares para comprar el petrleo que necesitamos cuando lo tenemos bajo tierra y no nos cuesta ni un centavo? Cmo podemos seguir pagando esto? Para que ellos saquen beneficios? Por supuesto, no van a trabajar por amor al arte. Ellos se llevarn sus beneficios y nosotros, los nuestros; eso es justo.3

La apertura al capital extranjero supuso, si no el abandono, al menos una modificacin de muchos aspectos de la poltica exterior peronista. Esta poltica se haba inspirado en lo que dio en llamarse la Tercera Posicin, un esfuerzo por encontrar un lugar entre los dos bloques rivales que nacieron de la segunda guerra mundial. La Tercera Posicin, que puso de manifiesto la influencia de la corriente de no alineamiento entre los pases que haban alcanzado la independencia en el proceso de descolonizacin de la posguerra, fue, sobre todo, un instrumento que utiliz Pern para negociar el precio de su apoyo a Estados Unidos en los asuntos internacionales. Despus de 1953, esta poltica fue substituida progresivamente por una franca bsqueda de buenas relaciones con la nueva administracin de Eisenhower. La crisis que habra de provocar la cada del rgimen peronista tuvo sus orgenes menos en la situacin econmica que en los conflictos polticos que el propio Pern desat. De hecho, la economa argentina de 1953 a 1955 goz de buena salud, comparada con la
La Nacin, 17 de septiembre de 1953; citado en Robert Potash, El ejrcito y la poltica en la Argentina, 1945 1962, Sudamericana, Buenos Aires, 1981, p. 225.
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emergencia de 1952. El ndice de inflacin anual, despus de haber subido hasta superar el 30 por ciento, descendi hasta quedar en un 4 por ciento en 1953 y un 3,8 por ciento en 1954. Despus del brusco descenso de 1952, los salarios reales industriales aumentaron, aunque sin volver a alcanzar el nivel de 1950. Lo mismo ocurri con las ganancias de las compaas. La actividad econmica se recuper con un crecimiento acumulativo del producto interior bruto del 5 por ciento entre 1953 y 1955. La balanza de comercio exterior fue positiva en 1953 y 1954, aunque fue deficitaria a finales de 1955. Haba, por cierto, problemas pendientes de resolucin. A pesar de los excelentes resultados de 1953, la produccin agrcola no pudo aumentar su volumen de saldos exportables. Al mismo tiempo, la reevaluacin de la divisa local y el desfase de los precios de los servicios pblicos constituan factores de inflacin reprimida. Pero el panorama econmico no mostraba seales de crisis inminente. Adems, el acercamiento en las relaciones con Estados Unidos y la apertura al capital extranjero haban galvanizado la imagen del rgimen peronista en el extranjero. La causa ms directa de la conspiracin militar que puso fin al rgimen peronista la suministr el enfrentamiento del gobierno con la Iglesia. Para las fuerzas armadas, el apoyo de la jerarqua eclesistica a la poltica oficial haba sido la confirmacin del carcter culturalmente conservador del peronismo. Sin embargo, a finales de 1954 una sucesin de iniciativas del gobierno empez a debilitar los intereses y la influencia de la Iglesia en la vida nacional. Entre ellas, la eliminacin de las subvenciones estatales para las escuelas privadas, la legalizacin de la prostitucin y la supresin de la enseanza religiosa en las escuelas pblicas. Qu haba detrs de esta sbita ofensiva contra la Iglesia? Esta cuestin ha dado pie a innumerables interrogantes, toda vez que Pern nunca explic claramente las causas del conflicto. Se ha sugerido que la razn podra haber estado en el malestar de Pern frente al abandono de la neutralidad poltica por parte de la jerarqua eclesistica al decidirse a apoyar la creacin de un Partido Cristiano Demcrata; otros han sostenido que el conflicto fue creado deliberadamente en la bsqueda de un nuevo elemento de cohesin del movimiento peronista en unos momentos en que el rgimen deba archivar definitivamente su nacionalismo econmico. Sea cual fuere la explicacin, lo cierto es que Pern desencaden un conflicto que aument hasta escapar a su control y precipit as el fin de su rgimen. Las reformas legales antes mencionadas fueron secundadas por una masiva campaa anticlerical en la prensa oficial. Pern irrit a los obispos al dedicar mayor atencin oficial al clero de otros cultos religiosos, incluso a los adeptos al espiritismo. Durante la primera mitad de 1955 el enfrentamiento revisti un tono ms amenazante al anunciarse una nueva reforma constitucional para decidir la separacin de la Iglesia y el estado. Ante estos ataques, la jerarqua eclesistica opt por la prudencia, pero los sectores catlicos activistas cerraron filas y convirtieron los templos en tribunas de protesta moral y poltica. Los ms diversos grupos de la oposicin antiperonista acudieron en su ayuda al percatarse de que el conflicto brindaba la oportunidad de reactivar el movimiento de resistencia. Bajo una nueva bandera, la alianza de 1945 entre la clase media, los crculos conservadores y los estudiantes volvi a apoderarse de las calles. El 11 de junio de 1955, da del Corpus Christi en el calendario catlico, una multitudinaria procesin desfil por el centro de Buenos Aires desafiando las prohibiciones de la polica. Los acontecimientos de los tres meses siguientes revelaran un fenmeno novedoso: un Pern desprovisto de la astucia poltica que en ocasiones anteriores le haba permitido hacer frente a las situaciones ms difciles. El da despus de la procesin del Corpus 97

Christi, el gobierno acus a los catlicos de haber quemado una bandera nacional y deport a dos clrigos, a los que acus de agitacin antigubernamental. A la protesta civil le sigui el 16 de junio un intento de golpe de estado. Un sector de la marina de guerra y la fuerza area se alz en rebelda bombardeando y ametrallando los alrededores del palacio presidencial, causando numerosos muertos y heridos. Esa noche, sofocado el levantamiento, las principales iglesias del centro de la ciudad fueron saqueadas e incendiadas por peronistas. El estupor causado por estos actos de violencia, sin precedentes en la historia reciente, ensombreci la victoria de Pern. Adems, la intervencin de la CGT, que proporcion armas a los obreros, cre una justificada alarma entre los jefes militares que seguan siendo leales al rgimen. Unos das despus de estos sombros sucesos, Pern, siguiendo los consejos del alto mando, anunci una poltica de conciliacin. Se levant el estado de sitio, las figuras ms irritantes del gabinete en particular los ministros de Educacin y del Interior, a los que se asociaba abiertamente con la campaa anticlerical fueron substituidos y se invit a los lderes de la oposicin a discutir una tregua poltica. Pern declar a sus seguidores que la revolucin peronista ha terminado y prometi que a partir de aquel momento sera el presidente de todos los argentinos. La llamada a la pacificacin, cuyo objetivo era aislar al movimiento de resistencia, no tuvo el eco esperado. De hecho, exacerb la oposicin civil y militar. Los lderes polticos, a los que se dio acceso a la radio por primera vez en doce aos, aprovecharon la concesin del gobierno para dejar claro que no estaban dispuestos a transigir. Arturo Frondizi, que hablaba en nombre del Partido Radical, prometi llevar a cabo, en paz y libertad, la revolucin econmica y social a la que renunciaba el peronismo y, con la confianza propia de un vencedor, prometi un indulto generoso para los colaboradores del rgimen. El fracaso de la tregua hizo que Pern cambiase de tctica. El 31 de agosto, en una carta al Partido Peronista y la CGT, revel su decisin de dejar el gobierno con el fin de garantizar la paz. Como era de prever, los sindicatos organizaron una gran manifestacin de apoyo. La Plaza de Mayo fue testigo de una nueva versin del 17 de octubre de 1945. Siguiendo un texto preparado, Pern dijo a la multitud que retiraba su dimisin y seguidamente pronunci el discurso ms violento de su carrera poltica. Empez diciendo que haba ofrecido la paz a sus adversarios pero que stos no la queran y termin autorizando a sus seguidores a tomarse la justicia por su mano:
Con nuestra tolerancia exagerada, nos hemos ganado el derecho a reprimirlos violentamente. Y a partir de ahora establecemos una regla permanente para nuestro movimiento: Quienquiera que en cualquier lugar trate de alterar el orden contra las autoridades constituidas, o contra la ley y la constitucin, puede ser muerto por cualquier argentino... La consigna para todo peronista, ya sea solo o dentro de una organizacin, es responder a un acto violento con otro acto violento. Y cuando quiera que caiga uno de nosotros, caern cinco de ellos.4

Esta inesperada declaracin de guerra venci la resistencia de muchos militares indecisos. Una iniciativa encabezada por la CGT tambin contribuy a precipitar el desenlace. Poco despus de la arenga de Pern, la CGT hizo saber a los militares que pona los obreros a
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La Nacin, 1 de septiembre de 1955; citado en Potash, op. cit., p. 268.

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disposicin del ejrcito para custodiar conjuntamente los destinos del rgimen. Los jefes militares, inquietos desde haca tiempo por la perspectiva de la creacin de milicias obreras, se apresuraron a rechazar el ofrecimiento. El 16 de septiembre estall finalmente la decisiva revuelta militar. Tropas rebeldes bajo el mando del general Eduardo Lonardi ocuparon las guarniciones de Crdoba y la rebelin se extendi por el resto del pas con mayor o menor fortuna. Las fuerzas leales al gobierno eran superiores en nmero, pero, en la emergencia, carecieron de la voluntad de luchar. Durante cinco das el resultado del conflicto estuvo en el aire, hasta que los comandantes leales recibieron un mensaje de Pern que deca que estaba dispuesto a facilitar una solucin pero se abstena de dimitir. La confusin se aclar al da siguiente cuando Pern se refugi en la embajada de Paraguay. El 23 de septiembre, mientras la CGT reclamaba a los obreros que conservaran la tranquilidad, una multitud se congreg en la Plaza de Mayo, esta vez para celebrar el juramento del general Lonardi como presidente provisional de la Repblica Argentina. La Revolucin Libertadora, 1955-1957 Los integrantes de la coalicin poltica y econmica que respald el movimiento armado en 1955 tenan un objetivo en comn: desmantelar el sistema de controles autoritarios creado por Pern. Pero a la hora de definir el perfil del nuevo orden social y econmico que habra de emerger de la urgente tarea de reconstruccin sus coincidencias se revelaron ms bien escasas. Los portavoces de la vieja elite, vinculada al campo y a la economa de exportacin, aprovecharon los debates que siguieron a la cada de Pern para transmitir un mensaje brutal y sencillo: el origen de los problemas del pas estaba en el equivocado intento del peronismo por subvertir la economa natural de Argentina. En consecuencia, propusieron hacer tabla rasa con la estrategia que haba llevado a la creacin de una infraestructura industrial excesivamente protegida, que impona una pesada carga a los productores rurales y fomentaba una incorporacin prematura y excesiva de los trabajadores en el mercado de consumo. En su lugar, abogaron por un retorno a la estrategia econmica basada en el librecambio y sus ventajas relativas, bajo cuyas lneas maestras Argentina haba experimentado un formidable crecimiento hasta 1929. En el corto plazo, el objetivo prioritario fue ajustar la economa a los efectos de compensar el creciente dficit de la balanza de pagos, apelando a fuertes devaluaciones para reducir las importaciones y promover las exportaciones agrcolas, a severas restricciones monetarias y crediticias y a una reduccin de los salarios de modo tal que el consumo interno estuviera en consonancia con las limitaciones financieras del pas. En el largo plazo, el objetivo era recrear la estructura econmica y el equilibrio poltico y social de antes de la segunda guerra mundial. Despus de una dcada de crecimiento industrial y redistribucin de ingresos, de movilidad social y ampliacin de la participacin poltica, sta era una empresa difcilmente factible. Es verdad que la experiencia peronista no haba logrado alterar las bases sobre las cuales la clase poltica conservadora de los aos treinta levant la arquitectura econmica del pas: una industrializacin liviana y complementaria para un pas agroexportador. Sin embargo, al convertir lo que fuera una poltica de emergencia ante la crisis de 1929 en un programa ms permanente, reorientando los recursos nacionales a la substitucin extensiva de las manufacturas importadas, el peronismo haba contribuido a profundizar la diferenciacin interna de la estructura econmica y social existente. Junto a los sectores terratenientes, los grandes capitalistas extranjeros y agrarios y la vieja clase 99

media comercial y burocrtica, se fue consolidando un vasto mundo industrial, dbil por su poder econmico, dependiente por su conformacin productiva, pero dotado de una gravitacin social considerable debido a su incidencia en el empleo y las transacciones de la economa urbana. Cuando en 1955 los portavoces de la vieja elite procuraron poner en marcha su estrategia encontraron frente a s la resistencia no siempre coordinada pero siempre perturbadora de ese complejo urbano-industrial crecido a sus expensas. Si al principio de los aos cincuenta era ya evidente que la industria liviana orientada al mercado interno estaba perdiendo su mpetu expansivo, en 1955 fue igualmente claro que una regresin a la Argentina de antes de la guerra era insostenible desde el punto de vista poltico. Las transformaciones en la sociedad y la economa durante el peronismo no haban eliminado el viejo orden jerrquico; ms bien superpusieron sobre l un nuevo orden industrial y participativo. As, los terratenientes, los hombres de negocios, la clase media, la clase obrera todos estos sectores dieron lugar a un compacto nudo de intereses, que se atrincher detrs de sus propias y diferenciadas instituciones. Si bien ninguno de estos sectores pudo por s solo conducir el proceso de cambio, cada uno de ellos fue, no obstante, lo suficientemente poderoso como para impedir que los dems lo hicieran. Despus de 1955 las opciones polticas del pas habran de decidirse en el contexto de este pluralismo negativo. El derrocamiento de Pern, lejos de responder a un plan poltico y militar concertado, fue fruto de los esfuerzos aislados de lderes militares y polticos en muchos terrenos opuestos entre s. Ello condujo a una premonitoria crisis poltica durante los primeros das de la Revolucin Libertadora. La unanimidad con que los revolucionarios celebraron el fin del rgimen peronista se evapor en cuanto fue necesario decidir el rumbo poltico del perodo de transicin. La etapa posrevolucionaria se vio sacudida as por una sorda lucha dentro del estamento militar. La actitud a adoptar ante el movimiento peronista constituy la cuestin ms difcil. Un sector, de filiacin nacionalista, era partidario de una poltica de conciliacin. Con el lema de Ni vencedores ni vencidos, formulado por el presidente Lonardi al asumir el gobierno, tenan la esperanza de recoger el legado poltico del rgimen depuesto, negociando con los lderes del sindicalismo peronista. A esta poltica se opuso desde un principio otro sector que, en nombre de la democracia, se declar categricamente contrario a todo trato con los enemigos de la democracia, previsiblemente identificados en los seguidores de Pern. No obstante sus propuestas diferentes, las dos facciones militares tenan una creencia en comn, el convencimiento de que el peronismo no sobrevivira como fuerza poltica despus de la cada del rgimen que lo haba creado. Para los nacionalistas esto significaba encauzar el movimiento y eliminar sus excesos bajo un nuevo liderazgo. Con este propsito, el presidente Lonardi nombr a un abogado sindical peronista al frente del Ministerio de Trabajo. Los destinatarios de estos gestos de conciliacin respondieron favorablemente y de esta manera consiguieron poner a salvo sus organizaciones; luego de exhortar a los trabajadores a evitar conflictos acordaron renovar las conducciones de los sindicatos por medio de elecciones supervisadas por el Ministerio de Trabajo. El proyecto poltico de los nacionalistas no logr, empero, levantar el vuelo. Todo en l despertaba la desconfianza del ncleo mayoritario de la coalicin poltica y militar de la Revolucin Libertadora. Varios de los militares nacionalistas haban sido leales al rgimen derrocado hasta el ltimo momento; sus consejeros polticos eran destacados intelectuales catlicos de tendencias 100

antiliberales. Algunos de ellos intentaron, a su vez, utilizar en beneficio propio las fuerzas que haban apoyado a Pern suscitando comprensiblemente sospechas muy verosmiles de una vuelta a la situacin poltica que acababa de concluir. An no haban transcurrido dos meses desde el levantamiento armado cuando la presin concertada de militares y polticos provoc, el 13 de noviembre, la dimisin del presidente Lonardi y de sus colaboradores nacionalistas. A partir de ah la revolucin habra de seguir su camino bajo el liderazgo del nuevo presidente, el general Pedro Eugenio Aramburu, en busca de la regeneracin democrtica del pas. Esta empresa descansaba en la conviccin muy difundida segn la cual Argentina haba transcurrido los ltimos diez aos bajo una pesadilla totalitaria. Por tanto, la misin del gobierno era convencer a las masas, engaadas por la demagogia de Pern, de la necesidad de abandonar sus viejas lealtades y unirse, en forma individual, a la familia de los partidos democrticos. En la emergencia, la Revolucin Libertadora recurri a la represin y proscripcin para llevar a cabo su tarea de reeducacin poltica. Despus de un intento fallido de huelga general, la CGT y los sindicatos quedaron intervenidos por el gobierno, el Partido Peronista fue disuelto oficialmente y se impuso un decreto que prohiba la utilizacin de smbolos peronistas e incluso mencionar el nombre de quien haba sido y segua siendo desde el exilio su lder indiscutido. La firme actitud adoptada frente a los peronistas no tuvo su correspondencia en el momento de actuar ante los problemas econmicos heredados del rgimen anterior. Durante la ltima parte de su gestin Pern ya haba reconocido la necesidad imperiosa de cambiar el rumbo econmico. Las correcciones que introdujo en la poltica agraria y en el terreno de las inversiones extranjeras sealaron una nueva direccin que sus compromisos polticos le impidieron proseguir. La Revolucin Libertadora no tuvo mejor suerte; tropez con los obstculos puestos por los conflictos internos del frente antiperonista y tambin ella dej las grandes decisiones en manos de las futuras autoridades constitucionales. Una de las primeras iniciativas del presidente Lonardi fue solicitar al doctor Ral Prebisch el reputado economista argentino director de la Cepal que estudiase la situacin econmica en que se hallaba el pas y recomendara una poltica. El informe de Prebisch soslay una definicin neta al dilema de la nacin agraria frente a la nacin industrial, disyuntiva que algunos sectores nostlgicos pretendan plantear de nuevo, y abog por continuar el proceso de industrializacin. No obstante y con el fin de resolver el problema del dficit de la balanza de pagos, aconsej una poltica de precios favorable a las exportaciones agrcolas. Las medidas menos controvertidas del programa se adoptaron sin demora. Se devalu el peso, se privatizaron los depsitos bancarios, el pas ingres en organizaciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial y se eliminaron los controles sobre el comercio exterior al tiempo que se disolva el IAPI. La poltica relativa al capital extranjero haba sido uno de los asuntos ms controvertidos en los aos de Pern y volvera a serlo nuevamente. La oposicin poltica, habiendo criticado a Pern por la actitud ms liberal de su ltima poca, no estaba dispuesta ahora a abandonar sus convicciones nacionalistas e influy sobre el gobierno militar para que cancelase sus negociaciones en curso con la California Petroleum Company. A resultas de ello cay la afluencia de inversiones extranjeras. Las medidas destinadas a estimular la economa agropecuaria fueron en parte neutralizadas por el descenso de los precios internacionales de las exportaciones argentinas. No obstante el mayor volumen de las exportaciones, su valor en dlares aument slo en un 7 por ciento entre 1955 y 1958. Adems, la supresin de los controles a la importacin 101

provoc una explosin de la demanda de divisas extranjeras, durante mucho tiempo reprimida. Esta presin se observ de forma especial en la demanda de automviles importados, cuyo volumen se dobl entre 1955 y 1957. La decisin del rgimen militar de convocar elecciones para elegir un nuevo gobierno civil le aconsej renunciar a cambios bruscos en el equilibrio social, que hubiesen afectado negativamente el proyecto de regeneracin democrtica de las masas peronistas. Esta preocupacin por evitar un fuerte deterioro de los niveles de ingresos limit el viraje de la economa a favor del sector rural y pospuso el ataque contra los desequilibrios de la estructura productiva. En este marco, los salarios de los trabajadores registraron un aumento y los empresarios respondieron con un alza de los precios. Despus de un descenso en los ltimos aos del rgimen de Pern, la inflacin volvi a acelerarse y en 1957 el coste de vida subi en un 25 por ciento. En ese ao se hizo un intento de estabilizacin que tuvo un xito moderado pero la mayor parte del tiempo los responsables de la economa estuvieron a la defensiva, manejando como mejor podan la situacin. En fin, la contradiccin entre sus objetivos econmicos y polticos, la diversidad de intereses de los miembros del gabinete, entre los que haba representantes del mundo de los negocios as como miembros del Partido Radical, imprimieron a la Revolucin Libertadora un rumbo econmico vacilante y dej pendientes de solucin los problemas que haba heredado. A diferencia de lo que haran futuros gobiernos militares, la presidencia del general Aramburu no reprimi la actividad sindical ni interrumpi la negociacin colectiva. Su plan laboral puso, ms bien, el acento en la eliminacin de la influencia peronista en el movimiento obrero. En abril de 1956, fue dado a conocer un decreto inhabilitando para el desempeo de cargos gremiales a todos los dirigentes que hubiesen ocupado esas posiciones entre 1952 y 1955. Por medio de la proscripcin y tambin la crcel las autoridades procuraron purgar a los sindicatos como paso previo a devolverlos a los trabajadores, junto con el ejercicio de sus derechos. Contradiciendo las expectativas oficiales, las elecciones sindicales celebradas a finales de 1956 y principios de 1957 marcaron el comienzo del retorno del peronismo. La decisin de participar en esas elecciones fue la ocasin para el estallido de un primer conflicto entre Pern y la nueva generacin de dirigentes sindicales peronistas. Desde su exilio, Pern orden la abstencin y el reconocimiento como autoridades legales las anteriores a 1955, reunidas en una central obrera clandestina. Desoyendo esas instrucciones, la camada de dirigentes surgida despus de 1955 eligi participar y logr el control de importantes sindicatos industriales, levantando por toda plataforma electoral su identidad peronista. Durante 1957 acciones ms concertadas siguieron a las huelgas sectoriales tpicas de 1956 y en los meses de junio y julio dos huelgas generales volvieron a reponer la presencia del sindicalismo peronista en el centro del escenario poltico. El debut poltico de estas nuevas direcciones gremiales tuvo lugar en el congreso convocado por el gobierno en agosto de 1957 para normalizar a la CGT. Una alianza de peronistas y comunistas logr la mayora de los escaos y ello provoc la suspensin de las deliberaciones. Los delegados peronistas en el fallido congreso se agruparon luego en lo que se llam las 62 Organizaciones y bajo este nombre se incorporaron como un actor central a la vida poltica argentina. Los avances realizados por el sindicalismo peronista eran, aunque firmes, todava limitados en comparacin con el retroceso sobre las posiciones ocupadas en el pasado inmediato. Si hasta 1955 la incorporacin poltica de la clase obrera organizada haba sido continua, ahora entre ella y las instituciones se haba abierto un abismo. En estas 102

condiciones, la nica opcin que pareca viable era replegarse sobre su identidad, sobre la defensa de sus smbolos y creencias y radicalizar sus luchas. Pern comparti en un principio esa actitud, desde el exilio en Paraguay, Panam y Venezuela. Haba, empero, otro camino, que comenz a delinearse al comps de la crisis del principal partido de la coalicin antiperonista, el Partido Radical. El antiguo partido de Yrigoyen no haba salido inclume de la traumtica experiencia de 1946.Tras la derrota electoral, una de las facciones internas, el ala intransigente, desplaz progresivamente a los viejos lderes moderados, demasiado asociados al sesgo conservador que tom la Unin Democrtica. En 1954 lograron elegir presidente del Comit Nacional a uno de los suyos, Arturo Frondizi, quien ese mismo ao dio a conocer en su libro Petrleo y poltica un mensaje de fuerte tono nacionalista y antiimperialista. Mientras que la faccin moderada rechazaba abiertamente el rgimen peronista, los intransigentes trataron de situarse a su izquierda, cuestionando ya no sus objetivos, sino su debilidad para encararlos, en particular, la poltica hacia el capital extranjero y las relaciones internacionales. Derrocado Pern, la suerte de la poltica de desperonizacin de la Revolucin Libertadora dependa de que el frente democrtico se mantuviera unido detrs de la condena de Pern y su legado. En esas condiciones cuando se reabriera el juego electoral a los seguidores de Pern no les habra quedado otra opcin que sumarse a los partidos polticos tradicionales. Pero ello no fue lo que, en definitiva, ocurri. Desde los primeros das del gobierno del presidente Aramburu, el Partido Radical se aline en el campo de la oposicin con el fin de presentarse como el nuevo paladn de los intereses nacionales y populares. As, Frondizi denunci la poltica econmica del rgimen, caracterizndola como un plan orquestado por la oligarqua y el imperialismo y, para ganarse las simpatas de los obreros peronistas, exigi el fin de las persecuciones y la preservacin de las estructuras sindicales previas. El objetivo de la estrategia de Frondizi pronto result obvio a los ojos de todos: convertirse en el heredero de la Revolucin Libertadora y ser la alternativa polticamente viable para las masas peronistas proscritas. Para ocupar ese lugar primero deba encontrar apoyos dentro del Partido Radical, en el que sus actitudes despertaban las justificadas suspicacias de los sectores moderados. Al cabo de varios meses dominados por los conflictos internos, en noviembre de 1956 se reunieron los congresistas del partido a fin de escoger candidatos a las prximas elecciones presidenciales. Disconformes con el trmite de la asamblea los sectores moderados y una faccin de los intransigentes decidieron abandonarla, pero Frondizi se las arregl para conservar el qurum necesario y ser propuesto candidato a la primera magistratura. Poco despus la divisin adquiri carcter oficial: en enero de 1957 los sectores disidentes se unieron bajo el nombre de Unin Cvica Radical del Pueblo (UCRP), mientras el sector victorioso en la convencin del partido se encuadr detrs de la sigla Unin Cvica Radical Intransigente (UCRI). La crisis radical tuvo repercusiones en las filas del gobierno, donde las maniobras polticas de Frondizi eran seguidas con preocupacin. En un gesto francamente favorable a la UCRP, cuyo lder ms importante era Ricardo Balbn, el presidente Aramburu le ofreci tres puestos en el gabinete, entre ellos la cartera clave del Ministerio del Interior. Con esta decisin dej claro dnde estaba para l el mayor peligro que se cerna sobre el futuro de la Revolucin Libertadora, pero, a la vez, fue una confesin implcita de que no poda afrontarlo con sus propias fuerzas. Quienes mejor expresaban los intereses y aspiraciones del gobierno militar, los sectores polticos conservadores, no contaban mucho desde el 103

punto de vista electoral. Este fenmeno, que sera una de las constantes de la vida poltica argentina a partir de 1955, indujo a los militares a apoyar al partido de Balbn, con cuya retrica yrigoyenista tenan poco en comn. As pues, el conflicto entre el peronismo y el antiperonismo se librara detrs de los hombres y las tradiciones del, ahora fragmentado, Partido Radical. La primera de las confrontaciones para las cuales se estaban preparando los argentinos tuvo lugar en julio de 1957. En esa fecha, el gobierno militar convoc a elecciones para la Asamblea Constituyente con el fin de dar carcter oficial a la revocacin de la reforma constitucional promulgada por Pern en 1949; el otro objetivo complementario era medir la importancia electoral de las diversas fuerzas polticas antes de llamar a las elecciones presidenciales. Durante la campaa electoral Frondizi hizo lo imposible tanto por atraer al electorado peronista como para neutralizar la campaa en favor del voto en blanco organizada por los partidarios de Pern. Los resultados electorales de 1957 indicaron que el nmero de votos en blanco era mayor que los recibidos por cualquiera de los dems partidos. Sin embargo, los 2.100.000 votos en blanco eran menos de la mitad del nmero de sufragios conseguidos por los peronistas tres aos antes. Con una pequea diferencia, la UCRP se situ en segundo lugar mientras el partido de Frondizi reciba 1.800.000 votos; los votos que obtuvieron los partidos Conservador y Socialista apenas pasaban del medio milln. A pesar de haber logrado un considerable apoyo electoral, la UCRI debi admitir el fracaso de su poltica de cooptacin del electorado peronista. Cuando la Asamblea Constituyente inici sus deliberaciones, los representantes de la UCRI cumplieron su promesa de boicotearla. Muy pronto les siguieron los representantes de otros partidos minoritarios; incluso una faccin de la UCRP decidi retirarse. Desde un comienzo las recriminaciones mutuas entre los radicales y los conservadores dominaron las sesiones de la asamblea. En este ambiente, escasamente cooperativo, las reformas a la Constitucin de 1853, otra vez en vigencia, fueron pocas y limitadas. La Asamblea Constituyente pronto perdi su importancia y los partidos se entregaron de lleno a hacer campaa para las prximas elecciones presidenciales. Mientras tanto, el gobierno militar haba ido perdiendo el control de la situacin econmica. Uno tras otro, sus ministros de Economa cuatro en el plazo de tres aos se revelaron incapaces de detener el alza de los precios o atraer inversiones extranjeras. Una absorbente obsesin gan entonces a los lderes del gobierno: entregar cuanto antes el poder a las futuras autoridades constitucionales. Ello no implic que renunciaran a influir sobre quienes habran de sucederlos. El apoyo oficial se volc sin disimulos a favor de la candidatura de Balbn, quien fue convocado a defender las banderas del antiperonismo, a pesar de sus esfuerzos por presentarse como poltico progresista. El futuro poltico de Frondizi, en cambio, no poda ser ms incierto. El electorado peronista no se haba mostrado receptivo a sus tentativas de acercamiento, a la vez que los sectores antiperonistas parecan tomarlas demasiado en serio. En un esfuerzo por romper su aislamiento, Frondizi se movi pragmticamente en varias direcciones. Las elecciones para la Asamblea Constituyente haban puesto claramente de manifiesto la vitalidad que conservaba el movimiento proscrito; de este modo, si las masas peronistas no se mostraban dispuestas a escuchar, entonces era necesario negociar en forma directa con Pern. Envueltos en gran secreto, emisarios de Frondizi viajaron a Caracas, donde el lder exiliado viva bajo la proteccin del dictador Marcos Prez Jimnez, y le prometieron poner fin a las

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proscripciones polticas y restaurar las leyes sindicales vigentes durante su pasada gestin, a cambio de que apoyase al candidato de la UCRI. Mientras se producan estas negociaciones, Frondizi entr de llen en el debate pblico sosteniendo la tesis de que el dilema argentino no pasaba por escoger entre peronismo y antiperonismo, como afirmaban los lderes de la Revolucin Libertadora; la verdadera disyuntiva nacional estaba entre industrializacin y subdesarrollo. Levantando esta consigna, llam a la formacin de un frente nacional y popular integrado por los sectores obreros, la burguesa nacional, el ejrcito y la Iglesia. La ideologa de esta nueva alianza de clases, convocada en nombre del desarrollo econmico y la integracin poltica, fue la obra de un grupo de intelectuales disidentes de izquierda, liderado por Rogelio Frigerio, que soslay al candidato de la UCRI y releg a un segundo plano a los militantes del partido. Esta convergencia entre intelectuales y dirigentes polticos constitua toda una novedad en la vida poltica reciente y fue acentuada por la propia personalidad de Frondizi. Ms un maestro que un poltico, el jefe de la UCRI adopt un lenguaje rido y tecnocrtico, sin hacer concesin alguna a la tradicional retrica poltica que dominaba Balbn, su rival en la carrera hacia la presidencia. Esa imagen de racionalidad, el intento mismo de modificar los trminos del conflicto poltico que divida al pas, tuvo un efecto positivo en las clases medias modernas y cautiv a la nueva generacin que haba alcanzado la mayora de edad despus de 1955. A estas fuerzas, Frondizi procur sumar apoyos ms decisivos. En un intento de ganar cierta influencia en el ejrcito, hizo contactos con el sector nacionalista militar desplazado en noviembre de 1955 con la renuncia del general Lonardi; al mismo tiempo se esforz por apaciguar a la opinin pblica conservadora declarndose partidario de la postura de la Iglesia a favor de la libertad de enseanza y contra el divorcio. La clave fundamental de esta compleja operacin poltica estaba, sin embargo, en manos de Pern, quien a dos aos y medio de su derrocamiento continuaba siendo el rbitro del equilibrio poltico argentino. Finalmente, desde la Repblica Dominicana, donde el general Trujillo le brind hospitalidad al caer la dictadura de Prez Jimnez en Venezuela, Pern abandon su postura abstencionista y se declar francamente en favor del voto afirmativo por la candidatura de Frondizi. El 23 de febrero de 1958 las masas peronistas acudieron a las urnas siguiendo las instrucciones del caudillo exiliado. Y doce aos despus de 1946 volvieron a decidir el resultado de los comicios, premiando ahora el virtuosismo poltico de Frondizi con 4.100.000 votos frente a los 2.550.000 que obtuvo Balbn. En el cmputo electoral se registraron tambin unos 800.000 votos en blanco, certificando la existencia de un sentimiento de alienacin y resistencia poltica que ni siquiera las rdenes de Pern haban logrado alterar. La Presidencia de Arturo Frondizi, 1958-1962 Aunque la victoria de Frondizi haba sido arrolladora, su significado distaba mucho de ser claro. El jbilo con que los partidarios de Pern celebraron los resultados de los comicios aclar buena parte de los interrogantes al identificar al verdadero artfice de la victoria. Ello no hizo ms que crear un extendido malestar en los crculos militares. Sectores del ejrcito y de la marina insinuaron la posibilidad de no reconocer las credenciales del candidato elegido con los votos peronistas. Pero el presidente Aramburu se apresur a felicitar a Frondizi el mismo da de su triunfo y, con su gesto, bloque esa 105

alternativa y articul los apoyos necesarios para hacer honor a la palabra de los revolucionarios de 1955 de encaminar al pas hacia la democracia. Las elecciones de 1958 pusieron fin al optimismo con que las fuerzas armadas haban emprendido la tarea de desmantelar las estructuras del rgimen peronista. Frente a una realidad poltica que se resista al cambio, optaron por respetarla oficialmente y se replegaron a sus cuarteles para desde all influir sobre la futura Administracin. En estas condiciones, la que habra de emerger sera una democracia tutelada. Con la resistencia apenas disimulada de los militares y la franca oposicin de la UCRP, que haba visto desvanecerse una victoria segura, el presidente electo se dispuso a cumplir las numerosas promesas hechas durante la campaa electoral. Si en sus clculos haba contemplado la posibilidad de institucionalizar la coalicin victoriosa en un movimiento poltico que trascendiera sus antiguas diferencias, esa fue una fantasa de corta duracin. La naturaleza contradictoria de las aspiraciones de quienes lo haban votado era muy poco apropiada para semejante proyecto. No obstante, lo que lo hizo, en definitiva, imposible fue la desconfianza que rodeaba a la persona de Frondizi, compartida incluso por los aliados que reclutara en su trayectoria al poder. Frondizi justific con creces esa desconfianza cuando, al asumir la presidencia el 1 de Mayo, revel a amigos y adversarios las principales lneas de su plan poltico. Las medidas iniciales del nuevo presidente estuvieron dirigidas a saldar su deuda con Pern: la revocacin del decreto que prohiba las actividades peronistas; la promulgacin de una ley de amnista; la anulacin de un decreto, promulgado en los ltimos tramos del gobierno militar, que haba entregado la CGT a un grupo de sindicalistas no peronistas; la devolucin de varios sindicatos importantes intervenidos por el gobierno a dirigentes peronistas; el restablecimiento del sistema de monopolio sindical vigente hasta 1955; y un aumento general de salarios. La revisin de la poltica antiperonista de la Revolucin Libertadora se detuvo antes de llegar a un captulo crucial: el decreto que disolviera el Partido Peronista no fue anulado, por lo que los peronistas, aunque podan volver a actuar y difundir sus ideas, seguan sin poder concurrir a las elecciones con sus propias banderas y sus candidatos. Esta poltica de conciliacin con el peronismo suscit las denuncias y acusaciones de grupos antiperonistas civiles y militares, que vieron en ella la confirmacin de sus peores temores. En agosto hubo una reaccin igualmente hostil en las filas de la coalicin vencedora cuando Frondizi decidi autorizar la concesin de ttulos acadmicos por las universidades privadas. La nueva legislacin, concebida por el anterior gobierno militar pero abandonada luego para evitar conflictos, figuraba entre las promesas hechas por Frondizi a la Iglesia. La autorizacin de la enseanza religiosa en un campo hasta entonces reservado al estado conmovi creencias muy arraigadas en el movimiento estudiantil y reaviv los sentimientos anticlericales en segmentos importantes de las clases medias. Grandes multitudes ocuparon las calles para defender la tradicin laica al tiempo que la opinin catlica haca lo mismo demandando la libertad de enseanza. Finalmente, el Congreso aprob la controvertida iniciativa y puso fin al conflicto pero no a la hostilidad que desde entonces el gobierno encontrara en las filas del movimiento estudiantil. La medida que tuvo las mayores repercusiones se conoci el 25 de julio cuando Frondizi anunci el lanzamiento de la batalla del petrleo. El ex intelectual nacionalista sorprendi a la opinin pblica al comunicar haber firmado varios contratos con compaas extranjeras para la extraccin y la explotacin de petrleo con estos argumentos:

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El principal obstculo al avance del pas es su extrema dependencia de la importacin de combustibles y acero. Esta dependencia debilita nuestra capacidad de autodeterminacin y pone en peligro nuestra soberana, especialmente en el caso de una crisis armada a escala mundial. De hecho, Argentina importa alrededor del 65 por ciento del combustible que consume. De los 14 millones de metros cbicos consumidos en 1957, aproximadamente 10 millones procedan del extranjero. Argentina se ha visto obligada a convertirse sencillamente en exportadora de materias primas, que se intercambian por petrleo y carbn. El pas trabaja para pagar el petrleo importado, petrleo que tenemos bajo nuestros propios pies. Argentina no puede continuar en este camino, que se ha convertido en una peligrosa pendiente hacia la dominacin.5

Con esta iniciativa Frondizi retom el camino que el rgimen peronista haba intentado explorar, con escasa conviccin, en sus ltimos das. Ahora, al igual que entonces, el objetivo consista en deducir la demanda de petrleo, bienes de capital y bienes intermedios que tanto pesaban en el dficit de la balanza de pagos. La batalla del petrleo habra de ser el comienzo de un nuevo intento por avanzar en la substitucin de importaciones a los efectos de potenciar la industria bsica y construir una estructura industrial ms integrada El proyecto auspiciado por el principal consejero de Frondizi, Rogelio Frigerio, comportaba una marcha forzada hacia la industrializacin, por cualquier medio y a cualquier coste. A pesar del crecimiento registrado en la industria liviana desde mediados de los aos treinta, Argentina continuaba siendo un pas productor de alimentos e importador de combustible, maquinaria e insumos para las manufacturas locales. Segn Frigerio, la causa del subdesarrollo y la dependencia de Argentina estaba en la posicin que ocupaba el pas dentro de la divisin internacional del trabajo. En consecuencia, el estmulo a la industrializacin, en particular a la produccin de acero, complejos petroqumicos y refineras de petrleo, modificara el patrn de desarrollo basado en la exportacin de materias primas y, por ende, habra de ser el factor clave para el logro de la liberacin nacional. El viejo sueo de la autarqua econmica alentado por los militares durante la segunda guerra mundial reapareca formulado en un nuevo lenguaje. El proceso de acumulacin de capital haba tropezado entonces con las urgencias polticas del rgimen peronista, que opt por una poltica de industrializacin ms limitada y compatible con la redistribucin de la renta. Colocado ante la misma ecuacin, Frondizi decidi financiar el esfuerzo industrializador acudiendo a los capitales extranjeros. Esta propuesta le permiti sacar partido de un fenmeno novedoso en Amrica Latina: el aumento en el flujo de las inversiones de las compaas multinacionales en las industrias locales. Al igual que otros en la regin, el gobierno argentino ofreci a los inversores un mercado cerrado por altas barreras proteccionistas, con ptimas posibilidades de expansin, garantizadas por una demanda preexistente y un control oligoplico de sus condiciones de operacin. Para justificar este proyecto heterodoxo sin abandonar su adhesin al nacionalismo, Frondizi sostuvo que el origen del capital no era importante en la medida que ste se invirtiera, con la apropiada direccin del gobierno, en reas de importancia estratgica para el desarrollo nacional. Los prejuicios contrarios al capital extranjero argument slo servan para consolidar la estructura de subdesarrollo al dejar el petrleo bajo tierra y postergar la integracin del aparato industrial.
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Arturo Frondizi, Mensajes presidenciales, Buenos Aires, 1978, p. 133.

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Mientras maduraban los frutos de la nueva estrategia, y consciente de la fragilidad poltica del poder que haba recibido, otorg un aumento general de salarios apenas unos das despus de tomar posesin del cargo. A esta medida le sigui una mayor flexibilidad de la poltica monetaria y fiscal, todo lo cual agrav la situacin econmica y prepar las condiciones para una grave crisis inflacionaria y de balanza de pagos. Las seales premonitorias de una crisis inminente no parecieron alarmar al presidente ni a sus consejeros econmicos, ocupados como estaban en ganarse la buena voluntad de los peronistas para su estrategia econmica. Hablar de peronismo era entonces hablar de los dirigentes sindicales. Con Pern en el exilio y con la ausencia de un partido legalizado, las organizaciones sindicales se transformaron en los portavoces naturales de las masas peronistas. Este desplazamiento de la representacin del movimiento poltico hacia los dirigentes sindicales habra de tener importantes consecuencias en la vida institucional del pas. A corto plazo, le permiti al gobierno negociar por ejemplo una nueva ley de Asociaciones Profesionales en sintona con sus intereses a cambio de la neutralidad sindical ante el abandono de aspectos del programa del 23 de febrero que eran, en todo caso, los mismos que el propio rgimen peronista haba intentado archivar en sus ltimos das. El acercamiento del sindicalismo peronista y el gobierno dur muy poco sin embargo. A pesar de los esfuerzos hechos desde ambas partes por evitarla, a fines de 1958 estall la crisis. En el mes de septiembre se prorrogaron por un ao ms los contratos laborales, lo que entraaba una virtual congelacin de salarios, al tiempo que trascendi que estaba en estudio la regulacin del derecho a la huelga. Esto era ms de lo que las 62 Organizaciones estaban dispuestas a tolerar sin decir nada; y a mediados de octubre decidieron contra su reciente aliado una primera huelga general. En su manejo de la cuestin sindical el gobierno se movi en medio de presiones contrapuestas. Cada medida destinada a apaciguar a los sindicatos peronistas provocaba la alarma de sus adversarios civiles y militares. Frente a este dilema, Frondizi crey encontrar una salida complementando la bsqueda de una tregua laboral con gestos ejemplares revestidos de firmeza poltica. La huelga de trabajadores del petrleo en Mendoza fue un primer ensayo de esta compleja estrategia. Argumentando que el conflicto formaba parte de un complot insurreccional, Frondizi impuso la ley marcial durante treinta das y meti en prisin a numerosos militantes obreros. La rplica de las 62 Organizaciones fue la convocatoria a una nueva huelga general de cuarenta y ocho horas. Por un momento pareci que el enfrentamiento entre el gobierno y los sindicatos era inevitable. No obstante, la ruptura no se produjo y a ello contribuy la voluntad de acuerdo de las 62 Organizaciones, reacias a desestabilizar un orden constitucional en el que esperaban consolidar sus posiciones corporativas. La audacia de Frondizi no qued limitada al abandono de las causas ideolgicas con las que se haba identificado durante tanto tiempo. Trat asimismo de modificar la relacin de fuerzas dentro del estamento militar para disminuir la influencia de los sectores que le eran hostiles. Para ese atrevido intento busc el respaldo de los oficiales nacionalistas y de quienes haban sido excluidos del servicio activo en las recientes purgas internas. A principios de septiembre el presidente y su secretario de la fuerza area intentaron reincorporar a un oficial que Aramburu haba dado de baja en 1957. La resistencia ofrecida por el grueso de los jefes y oficiales provoc un estado de rebelin en la fuerza area que no desapareci hasta que el presidente retir su controvertida decisin y reemplaz a su secretario. Al precio de un grave debilitamiento de su autoridad, Frondizi debi reconocer 108

que la estabilidad de su gobierno dependa del mantenimiento de la distribucin del poder heredada dentro de la corporacin militar. Por su parte, los jefes militares argentinos reaccionaron redoblando su vigilancia sobre las actividades del gobierno. Vocero de sus inquietudes fue el ex presidente general Aramburu, quien, al tiempo que reiteraba el respaldo al orden constitucional, le reclam a Frondizi la destitucin de su eminencia gris, Rogelio Frigerio. En su cargo de Secretario de Relaciones Socioeconmicas, Frigerio despertaba una profunda desconfianza en los crculos militares debido a sus orgenes izquierdistas, a su ascenso poltico al margen de las estructuras de partido y el papel que desempeaba en las negociaciones con los peronistas. Inicialmente el presidente pareci acceder a esa demanda y el 10 de noviembre relev a Frigerio de sus funciones oficiales; sin embargo, exhibiendo esa duplicidad que tanto enfureca a sus enemigos, poco ms tarde lo reincorpor por la puerta de atrs como miembro de su crculo ntimo. En estas circunstancias, comenzaron a circular rumores insistentes de golpe de estado. La presunta existencia de un pacto secreto entre Frondizi y Pern en 1958, denunciada por los partidos opositores y negada con escaso xito por el gobierno, agreg una nueva y ms profunda duda sobre la estabilidad del gobierno. La incertidumbre reinante acerca de las verdaderas intenciones de Frondizi convirti la hiptesis de un levantamiento armado en una alternativa plausible. El clima de conspiracin que conociera el pas en vsperas de la cada de Pern volvi a apoderarse de la vida poltica. Y, como entonces pudo escucharse a travs de la palabra de Balbn, la encendida defensa de la revolucin como un derecho natural de toda sociedad ante el peligro de una amenaza totalitaria. La campaa de la oposicin civil contra Frondizi tropez, sin embargo, con los escrpulos de los militares, todava indecisos acerca de si deban o no clausurar el incipiente experimento constitucional. A la vista de este estado de cosas, los lderes de las 62 Organizaciones decidieron suspender la huelga general de noviembre. Aunque de Frondizi slo haban recibido promesas, optaron por frenar la movilizacin de los trabajadores a fin de no dar a los militares nuevas excusas para tomar el poder. La continuidad de la tregua entre el gobierno y los sindicatos requera, empero, que ambos pudiesen controlar sus propias decisiones. Pronto result evidente que ni uno ni otros estaban en condiciones de hacerlo. El 29 de diciembre fue anunciado el plan de estabilizacin acordado con el FMI con el propsito de obtener la asistencia financiera necesaria para aliviar la crisis de la balanza de pagos heredada y agudizada an ms por la propia gestin de Frondizi. Sus medidas principales incluyeron una ms rgida poltica monetaria, estmulos a las exportaciones y a las nuevas inversiones y la abolicin de los sistemas de controles y subvenciones oficiales. Sus consecuencias inmediatas fueron previsibles. Los salarios cayeron un 25 por ciento y el PBI descendi en un 6,4 por ciento. Despus de la unificacin de los tipos de cambio hubo una devaluacin del 50 por ciento que provoc un incremento de precios de tales proporciones que hacia finales de 1959 la tasa de inflacin duplicaba la del ao anterior. En trminos reales la devaluacin termin siendo del 17 por ciento y contribuy a transformar el dficit comercial de 1958 en un modesto supervit en 1959. Las negociaciones con los sindicatos no tenan cabida en la nueva poltica econmica. Pero el enfrentamiento ocurri mucho antes de que sus efectos se hicieran sentir plenamente. El incidente que lo precipit fue la decisin de Frondizi de utilizar la fuerza para desalojar a los obreros del frigorfico Lisandro de la Torre, que haban ocupado las instalaciones en protesta contra su prxima privatizacin. Al ordenar la intervencin del 109

ejrcito Frondizi clausur su poltica de acercamiento al sindicalismo y contrajo una deuda con los militares. De ah en adelante se ocup de satisfacer las exigencias de los altos mandos. En los meses siguientes fue revisada la poltica laboral, el ministro de trabajo (ex lder obrero y colaborador de Frigerio) dimiti, se suspendieron las elecciones sindicales previstas y varios sindicatos importantes de los que poco antes se haban hecho cargo lderes peronistas volvieron a ser intervenidos. El nuevo rumbo poltico no se limit a la poltica laboral. Adicionalmente, Frondizi hizo otros gestos para aplacar a los militares: en abril prohibi las actividades del Partido Comunista, expuls a varios diplomticos soviticos y despidi del gobierno a estrechos colaboradores de Frigerio, quien otra vez present la renuncia. Estos gestos no bastaron para ponerlo a salvo de una nueva crisis poltica cuando Pern, en junio de 1959, y confirmando las sospechas de muchos, distribuy a la prensa en Santo Domingo, donde estaba radicado, copias de su pacto con Frondizi en vsperas de las elecciones de 1958. Disgustado con su antiguo aliado, Pern ofreca as un nuevo pretexto a los sectores antiperonistas y antifrondizistas para poner en cuestin la lealtad de los militares a las autoridades constitucionales. Los desmentidos de Frondizi no convencieron a nadie. En el cuarto aniversario del levantamiento antiperonista del 16 de junio de 1955, un grupo de militares retirados se traslad en avin a Crdoba para ponerse al frente de una rebelin de las tropas locales. La intentona golpista no tuvo repercusin alguna. A pesar de su postura crtica hacia las actitudes y la poltica de Frondizi, el alto mando militar prefera an evitar el recurso a medidas extremas. El desenlace de la crisis de junio de 1959 fue otro e inesperado viraje de Frondizi. Con el fin de mejorar su deteriorada imagen en los crculos de poder, promovi una vasta reorganizacin del gabinete. El 24 de junio ofreci a lvaro Alsogaray, un crtico persistente de su gobierno, las carteras de Economa y Trabajo. Ferviente defensor de la empresa privada y la economa de mercado, Alsogaray pareca un candidato imposible para Frondizi, que con esta decisin dio otra prueba ms de la falta de escrpulos polticos que alarmaba a sus partidarios y sorprenda a sus enemigos. Ciertamente, las credenciales de Alsogaray eran las ms apropiadas para llevar tranquilidad a la jerarqua militar y poner en prctica el plan de austeridad acordado con el FMI. Bajo las directivas de este plan, 1959 fue un ao de fuerte recesin econmica. Argentina nunca haba llevado a cabo una tentativa de tal envergadura por llevar a la prctica las recetas monetaristas. A la drstica disminucin de la liquidez general de la economa se sum el incremento rpido del coste de vida provocado por la eliminacin de los controles de precios. Los sindicatos no demoraron su respuesta y lanzaron una ola de movilizaciones a gran escala. La ofensiva sindical se estrell sin embargo contra la slida defensa que secund la poltica econmica de Frondizi. El mundo de los grandes negocios y el estamento militar silenciaron sus reservas ante un gobierno de origen tan espurio y a la hora de la confrontacin le dieron todo su apoyo. La mayora de las huelgas fue derrotada, un gran nmero de militantes sindicales preso, y los principales gremios intervenidos. Los salarios experimentaron una cada del 30 por ciento que tardaran diez aos en recuperar devolviendo a las empresas los incentivos postergados durante la dcada de distribucionismo peronista. El colapso de las huelgas de 1959 y 1960 cerr el ciclo de movilizaciones obreras iniciado en 1956. Los das-hombre perdidos a causa de las huelgas fueron ms de 10 millones en 1959, casi 1,5 millones en 1960 y slo 268.000 en 1961. Bajo los efectos de la represin y la penuria econmica comenz un proceso de desmovilizacin

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y desmoralizacin de los militantes obreros que haban sido el ncleo del renacimiento del sindicalismo peronista. La sujecin de su poltica econmica al monetarismo ortodoxo recomendado por Alsogaray no libr al presidente de nuevas presiones militares. Desde mediados de 1959 hasta marzo de 1962 Frondizi debi gobernar bajo la atenta supervisin de los altos mandos, que actuaron convencidos de que bastaba con presionar al presidente para obtener de l las polticas que consideraban adecuadas: no era necesario ni deseable apartarle del poder. La figura ms sobresaliente en el ejercicio de esta omnipresente tutela fue el general C. Toranzo Montero, designado comandante en jefe del ejrcito despus de la crisis de junio de 1959. En sus nuevas funciones Toranzo Montero incorpor al alto mando hombres de su confianza que, como l, teman por la suerte de los ideales de la Revolucin Libertadora. Con esta preocupacin no tard en enfrentarse con el secretario de Guerra de Frondizi, quien, a su vez, le orden abandonar su puesto. Por toda respuesta, Toranzo Montero se declar en rebelda. Durante los das 3 y 4 de septiembre el pas se mantuvo en vilo, esperando la batalla entre los tanques desplegados por ambos bandos por todo el centro de Buenos Aires. El choque fue evitado al acceder Frondizi a las exigencias del general rebelde y sacrificar a su secretario de Guerra. Con gran consternacin del partido gobernante, a partir de aquel momento Frondizi tuvo que convivir con un caudillo militar cuya autoridad provena precisamente de su exitoso desafo a los poderes del presidente. Las preocupaciones del ejrcito liderado por Toranzo Montero reflejaban fielmente el nuevo clima poltico creado por la influencia de la revolucin cubana. En un principio la prensa antiperonista interpret el triunfo de Fidel Castro en 1959 como otra manifestacin de la cruzada democrtica que haba derrocado a Pern. Luego, tras la rpida radicalizacin del rgimen de La Habana y el deterioro de sus relaciones con Estados Unidos, esa actitud positiva dej paso a una alarma creciente frente al flamante modelo de revolucin latinoamericana. Debido a su reciente estancia en Washington como delegado argentino ante la Junta de Defensa Interamericana, Toranzo Montero se encontraba en una ventajosa posicin para encarnar las inquietudes de los crculos militares del continente. En sintona con ellas encar una reorganizacin del ejrcito con vistas a su participacin en una futura guerra antirrevolucionaria. En marzo de 1960 Frondizi capitul ante las demandas de los militares y puso en marcha el Plan Conintes, que asignaba el control de la lucha antiterrorista a las fuerzas armadas, subordinaba las policas provinciales al control de las mismas y autorizaba el juicio de civiles por los tribunales militares. La intrusin del poder militar en reas reservadas a la jurisdiccin civil fue el origen de previsibles conflictos. As, el comandante militar de la regin de Crdoba acus al gobernador local de complicidad con el terrorismo y exigi su destitucin. Frondizi cedi una vez ms y oblig a sus seguidores en el Congreso a decretar la intervencin de la provincia de Crdoba. Esta y otras manifestaciones de la progresiva capitulacin del gobierno frente a las presiones militares indujeron a Toranzo Montero a dar un paso ms y desafiar de manera abierta la autoridad de Frondizi. En octubre de 1960 el alto mando del ejrcito dio a conocer un memorndum en el que acusaba a las autoridades de tolerar la presencia comunista en las instituciones culturales y educativas, de manipular el resentimiento de las masas peronistas contra las fuerzas armadas y de administrar las empresas estatales de manera corrupta e ineficiente. Como era de esperar, esta sucesin de planteamientos militares hizo cundir un generalizado temor por el precario equilibrio sobre el que descansaba el gobierno. Fue entonces cuando Frondizi busc y encontr formas de explotar 111

astutamente ese sentimiento colectivo para reforzar su permanencia en el poder. Con ese objetivo procur persuadir a la opinin pblica de que la alternativa a su gobierno era el inevitable deslizamiento del pas hacia la guerra civil. A fin de hacer crebles sus advertencias, comenz por levantar las restricciones que pesaban sobre los sindicatos, inici negociaciones para la normalizacin de la CGT y permiti una mayor libertad a las actividades del movimiento peronista. Frondizi esperaba que la amenaza en ciernes generada por esas medidas volcara en su beneficio a los sectores antiperonistas y le restituyera as a su autoridad la popularidad necesaria para resistir la presin de sus enemigos civiles y militares. A principios de 1961 el presidente maniobr con xito en la bsqueda de mayor autonoma cuando consigui librarse de Toranzo Montero. Despus de tres aos difciles en el poder, Frondizi dispuso entonces de un poco ms de libertad para escoger los rumbos de su gobierno. Sin dar explicacin alguna, destituy a Alsogaray, quien no obstante haber mostrado un inesperado pragmatismo nunca haba sido bien acogido en el gabinete de Frondizi. La decisin constituy antes que nada una manifestacin de autoridad porque el sustituto de Alsogaray, otra figura del mundo financiero local, se abstuvo de hacer grandes cambios en la poltica econmica y mantuvo los acuerdos con el FMI. Al cabo de la aguda depresin de 1959, la tasa de crecimiento de la economa alcanz un 7 por ciento en 1960 y 1961, impulsada por el flujo de inversiones. Debido a la contencin de los salarios y la austera poltica fiscal, el consumo se mantuvo estable, pero esto fue holgadamente compensado por la movilizacin de capitales alentada por el nuevo ciclo de sustitucin de importaciones. Gracias al incremento de las inversiones en los mercados de automviles, tractores, productos qumicos pesados, acero y petrleo, todos sectores muy protegidos, la expansin de la demanda global hizo posible la reduccin del paro generado por la recesin de 1959. El xito del programa de reactivacin no fue independiente del respaldo de las finanzas internacionales. El financiamiento del boom inversionista provino del ahorro externo, ya fuera por medio de emprstitos a corto o largo plazo o de la inversin directa. El recurso al endeudamiento externo permiti superar las restricciones a la capacidad de importar derivadas del pobre desarrollo de las exportaciones. El flujo de fondos externos facilit asimismo el otorgamiento de crditos al sector privado sin comprometer los objetivos de la poltica monetaria acordada con el FMI. Inicialmente, la recuperacin econmica vino acompaada de una pronunciada reduccin de la inflacin. En el momento de la designacin de Alsogaray los precios aumentaban a razn de un 127 por ciento anual; en abril de 1961, al dejar Alsogaray su cargo, haban descendido hasta quedar en 9,5 por ciento. Su sucesor asegur la continuidad de la poltica econmica en curso. No pudo impedir, sin embargo, que los precios subieran en un 21 por ciento en enero de 1962, cuando, en vsperas de las elecciones, Frondizi decidi flexibilizar el programa de austeridad. Las fluctuaciones experimentadas tanto en el terreno econmico como en la vida poltica tenan por teln de fondo un contexto nacional altamente sensible debido a la mayor gravitacin de los capitales extranjeros. El mantenimiento de la confianza de los inversores extranjeros requera de un clima de tranquilidad poltica que Frondizi no estaba en condiciones de garantizar de forma duradera. La poltica exterior fue el segundo frente donde el lder de la UCRI trat de sacar partido de su mayor libertad de accin, adoptando una lnea independiente en el tratamiento de la cuestin cubana. En agosto de 1960, en un encuentro de ministros de Relaciones 112

Exteriores latinoamericanos celebrado en Costa Rica, Frondizi defini su postura ante las nuevas circunstancias creadas por la revolucin cubana. En aquella ocasin dio expresas instrucciones a la delegacin argentina para que, al tiempo que condenaba la amenaza comunista, llamase la atencin de los Estados Unidos sobre el estado de subdesarrollo de Amrica Latina. En su visin de los problemas de la regin, la pobreza y la subversin iban de la mano, y, por lo tanto, la lucha contra el comunismo deba ser indisociable de la lucha contra el subdesarrollo, como, por otra parte, John F. Kennedy haba destacado al lanzar la Alianza para el Progreso. Frondizi utiliz este argumento para solicitar ayuda econmica de Estados Unidos y justificar una cierta independencia relativa en el conflicto entre Washington y Fidel Castro. En marzo de 1961 Argentina ofreci sus buenos oficios para facilitar un entendimiento, pero su intervencin fue rechazada, mereciendo adems la severa condena de los sectores antifrondizistas. Un mes ms tarde, Frondizi dio nuevos pretextos a sus crticos al firmar un tratado de amistad con Brasil. La postura francamente neutralista de Jnio Quadros, el presidente brasileo, frente a la rivalidad que Frondizi opona a norteamericanos y soviticos y sus simpatas por Cuba sacudieron la relativa calma que reinaba en los cuarteles militares. En estos ambientes la nica actitud admisible era la oposicin abierta y firme a Fidel Castro, por lo que cada gesto oficial de ambigedad a ese respecto era recibido con alarma e indignacin. As, despus de que Frondizi celebrara una entrevista secreta con Ernesto Che Guevara en la residencia presidencial a mediados de agosto, en un nuevo intento de mediacin entre Cuba y Estados Unidos, se vio obligado a destituir a su ministro de Relaciones Exteriores y a firmar una declaracin conjunta con las fuerzas armadas ratificando la condena del experimento comunista en Cuba. El segundo y ltimo captulo del enfrentamiento de los militares y el gobierno a propsito de la cuestin cubana tuvo lugar en la conferencia de la Organizacin de Estados Americanos (OEA) en enero de 1962. Patrocinado por Estados Unidos este encuentro se propona aplicar sanciones contra Cuba y expulsarla del sistema interamericano. Con el mismo propsito y en los das previos a la conferencia, se reuni en Washington la Junta de Defensa Interamericana y en ella el delegado militar argentino vot a favor de la ruptura de relaciones con el gobierno de Fidel Castro. Sin embargo, en la conferencia de la OEA, celebrada en Punta del Este, el ministro de relaciones Exteriores de Argentina, junto con los de Brasil, Mxico, Chile, Bolivia y Ecuador, decidi abstenerse en lugar de aprobar la mocin que, con el voto de catorce pases, orden la expulsin de Cuba de la organizacin regional. La negativa a secundar a Estados Unidos fue recibida con el rechazo unnime de los militares. Los jefes de las tres armas exigieron al presidente que rompiera de inmediato las relaciones con Cuba y terminara con las ambigedades de su poltica exterior. Durante varios das Frondizi y el alto mando deliberaron da y noche mientras creca el malestar en las guarniciones. Finalmente, agotados sus argumentos, el presidente tuvo que ceder y firmar un decreto que ordenaba el fin de las relaciones con La Habana. El desenlace de la crisis cubana fue el prlogo de otra y ms definitiva crisis. En marzo de 1962 deban celebrarse elecciones en las que estaba en juego el control de la Cmara de Diputados y de varios gobiernos de provincia. En ellas Frondizi esperaba obtener una victoria suficientemente clara para poder quitarse de encima la tutela de los militares. Con ese objetivo tom la decisin ms audaz de sus cuatro aos de gobierno: autoriz la participacin de los peronistas en los comicios, bajo la fachada de agrupaciones partidarias afines. Los riesgos de esta atrevida maniobra eran evidentes. En las elecciones legislativas de 1960 los peronistas, que estaban proscritos, haban emitido 2.176.864 votos 113

en blanco (24,6 por ciento), seguidos por la UCRP con 2.109.948 (23,8 por ciento). Entre tanto, el Slo uso con fines educativos 486 partido oficial, la UCRI, qued en tercer lugar con 1.813.455 votos (20,5 por ciento). Para cambiar este panorama en su beneficio, Frondizi deba ser capaz de superar el voto de la UCRP y convertirse en la verdadera alternativa al temido retorno del peronismo. Sacando partido de la comprensible ansiedad que despertaba la propaganda peronista, Frondizi busc transformar las elecciones en un plebiscito sobre quien emergera como garante de la paz y el progreso. Una serie de elecciones provinciales en diciembre de 1961 parecieron dar credibilidad a sus expectativas. En ellas el partido oficial recuper el terreno perdido en 1960 y creci a expensas de la UCRP, mientras que los peronistas, forzados a batirse fuera de sus principales bastiones urbanos, no parecan ser una fuerza electoralmente temible. El 18 de marzo, sin embargo, la victoria que hubiera retrospectivamente justificado tantas humillaciones termin en una derrota. Al cabo de siete aos de proscripcin poltica, el peronismo retorn como principal fuerza electoral, con el 32 por ciento de los sufragios. Los votos recibidos por las diversas agrupaciones bajo las que participaron los peronistas toda vez que el Partido Justicialista continu en la ilegalidad totalizaron 2.530.238; la UCRI obtuvo 2.422.516 votos y la UCRP, 1.802.483. De las catorce elecciones provinciales, nueve fueron ganadas por los peronistas, incluso el distrito electoral ms importante, la provincia de Buenos Aires, donde el dirigente sindical Andrs Framini result electo gobernador. La reaccin de los altos mandos militares no se hizo esperar y el 19 de marzo forzaron al presidente a anular por decreto las elecciones en los distritos donde haban triunfado los peronistas. ste no iba a ser el nico precio a pagar por su fallida apuesta electoral. Con independencia de sus motivaciones, al rechazar los resultados de las elecciones Frondizi haba violado en la prctica el juramento constitucional de respetar la ley; sus enemigos civiles y militares no necesitaron ms razones para provocar su derrocamiento. Comenz as una vigilia de diez das durante los cuales la opinin pblica estuvo pendiente de las negociaciones secretas entabladas entre los militares y los polticos en la bsqueda de una frmula para resolver la crisis. El tiempo invertido en este esfuerzo puso claramente de manifiesto la resistencia de sectores importantes de las fuerzas armadas a dar por terminada la experiencia democrtica iniciada en 1958. Finalmente, el 29 de marzo se lleg a una decisin y Frondizi fue depuesto de la presidencia. En medio de la indiferencia general, lleg as a su fin el intento ms audaz e innovador para hacer frente a los problemas de la Argentina post-Pern. Durante cuatro turbulentos aos, Frondizi procur reincorporar a las masas peronistas a la vida poltica y poner en marcha una nueva fase de substitucin de las importaciones. Sus propuestas no consiguieron suscitar el suficiente consenso como para asegurar al mismo tiempo la consolidacin de la democracia. El programa econmico no fue bien recibido, ni siquiera en los medios empresariales. Si bien prometi a la burguesa argentina mucho ms de lo que se le haba ofrecido en el pasado inmediato, era un experimento demasiado ambiguo para confiar en l. Fueron muy pocos los polticos de derecha que supieron reconocer el proyecto de desarrollo capitalista que estaba encerrado en la retrica de Frondizi. El pas nunca estuvo ms cerca de crear un partido conservador moderno, pero perdi esa oportunidad. Ciertamente los caminos tortuosos que escogi Frondizi para formular su proyecto tampoco contribuyeron a facilitarlo. De todos modos, las iniciativas promovidas desde la presidencia

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dieron lugar a un proceso de grandes cambios modernizadores de la economa y de la sociedad. Parejo al aprovechamiento de las inversiones extranjeras, el gobierno tuvo que generar ahorros adicionales para poder financiar la construccin de la infraestructura y los subsidios industriales. La alternativa a la que apelara Pern extraer ahorros del sector agrcola ya no era para entonces viable. Por el contrario, este sector debi ser fortalecido por medio de una poltica de precios altos. En estas condiciones, el gobierno recurri a la reduccin de los salarios para apuntalar el esfuerzo industrializador. Este recurso fue eficaz en dos sentidos: en el sector pblico, la disminucin de los gastos en salarios dej el espacio para incrementos de las inversiones; en el sector privado, permiti una expansin de los beneficios. El proyecto de Frondizi descansaba en la creencia de que mayores beneficios, mayores inversiones y un crecimiento ms rpido de la productividad permitiran ms adelante recuperar los niveles salariales. En trminos macroeconmicos el objetivo era trasladar recursos del consumo a la inversin; congruentemente, la proporcin de las inversiones en el PBI creci del 17,5 al 21,7 en 1961. Las inversiones extranjeras tendieron a concentrarse en nuevas reas donde tenan garantizada una proteccin especial, y slo muy parcialmente promovieron la modernizacin de los sectores preexistentes. De este modo, se fue creando una economa industrial dualista en la cual un sector moderno intensivo en capital, con una importante presencia de compaas extranjeras, tecnologas avanzadas y salarios altos, comenz a coexistir con un sector ms tradicional, financiado de forma predominante con capitales nacionales, que operaba con equipos obsoletos, era ms intensivo en mano de obra y pagaba salarios ms bajos. Vista en perspectiva, la gestin de Frondizi se tradujo efectivamente en estmulos a la expansin de las manufacturas y al desarrollo del mercado interno. Fue, con todo, una paradoja que el proyecto de substitucin de importaciones, concebido durante la segunda guerra mundial como expresin de un sentimiento nacionalista, terminara incrementando la influencia del capital extranjero en la economa. Por lo dems, la ampliacin de la estructura productiva de la industria se llev a cabo de forma desequilibrada. Limitada al mercado interno, no permiti a las empresas sacar partido de las economas de escala, como hubiera sido el caso si se hubiese dado una mayor prioridad en la agenda del gobierno al crecimiento de las exportaciones industriales. La nueva estructura continu dependiendo de los recursos aportados por las exportaciones del agro para financiar la compra de sus bienes intermedios y equipos de capital: precisamente la dependencia tradicional que la estrategia de Frondizi se haba propuesto eliminar. La Presidencia de Jos Mara Guido, 1961-1963 Los militares que derrocaron a Frondizi se encontraron pronto frente al desafo de cmo llenar el poder vacante. La alternativa de una dictadura militar era una solucin favorecida slo por algunos sectores. Tampoco el contexto internacional era propicio a los experimentos autoritarios, como haba demostrado la fallida intervencin del embajador del presidente Kennedy a favor de Frondizi. Finalmente se resolvi el dilema nombrando presidente del pas al presidente del Senado, el doctor Jos Mara Guido, de acuerdo con las previsiones de ley en los casos de acefalia en el cargo de jefe del estado. Una vez resuelta esta cuestin institucional, el nuevo ministro del Interior, Rodolfo Martnez, figura clave de la faccin militar opuesta a una solucin dictatorial, comenz a 115

desplegar el nuevo plan poltico. En lneas generales, el plan de Martnez retomaba la poltica de Frondizi consistente en reintegrar muy gradualmente a los peronistas a la vida poltica. Para llevar a cabo este plan era preciso antes que la faccin legalista de las fuerzas armadas se impusiera no slo en el seno del ejrcito sino tambin dentro de la marina y de la fuerza area. Tal fue el origen de la primera de una serie de crisis militares que pautaron la administracin de Guido. A un mes del derrocamiento de Frondizi, la poderosa base militar de Campo de Mayo se declar en contra del plan de Martnez. La marina tambin ejerci su influencia en defensa de los ideales de 1955. En estas circunstancias, el ministro del Interior dimiti y Guido se vio obligado a firmar decretos que anulaban todas las elecciones celebradas en marzo, disolvan el Congreso y extendan el control federal tambin sobre las provincias donde los peronistas no haban ganado en las elecciones. As, se abandon la bsqueda de una solucin poltica que hubiera incluido a las masas peronistas, aunque fuese en una posicin subordinada. El manejo de la economa no plante disidencias dentro de la nueva Administracin. Guido se hizo cargo de la economa en un clima de extrema incertidumbre. En los meses que precedieron a las elecciones de marzo, las seales de crisis en el programa econmico de Frondizi haban provocado una fuga de capitales. Los puntos dbiles de la recuperacin de 1960-1961 fueron hacindose evidentes a medida que los incrementos de la actividad econmica y las inversiones pblicas y privadas y provocaron un dficit comercial a finales de 1961. El aumento de las importaciones estimulada por el gran salto adelante en la industrializacin no alcanz a ser compensado por el magro volumen de exportaciones agrcolas. Adicionalmente, el pas tuvo que hacer frente a la cuantiosa deuda externa de largo y corto plazo contrada en los aos previos para financiar las nuevas inversiones. El deterioro de las reservas de divisas extranjeras, agravado por maniobras especulativas, complic todava ms las finanzas pblicas. Cuando el gobierno se vio obligado a recurrir a crditos del Banco Central para financiar sus gastos corrientes, superando los lmites acordados con el FMI, la institucin financiera internacional declar que Argentina haba violado sus compromisos. Para hacer frente al nada glorioso final de la aventura desarrollista, el presidente Guido nombr ministro de Economa a Federico Pinedo. Al cabo de veintids aos, este padre fundador del conservadurismo liberal tom las riendas de la economa una vez ms, como elocuente recordatorio de la permanencia de aquella Argentina tradicional contra la que Frondizi haba lanzado su programa de modernizacin. Pinedo dur slo unas cuantas semanas en el cargo, pero fueron suficientes para que hiciese el trabajo para el cual le haban llamado: devalu el peso de 80 a 120 por dlar. Su sustituto fue lvaro Alsogaray, que volvi para administrar un nuevo acuerdo con el FMI, con metas fiscales y monetarias sumamente restrictivas. Su objetivo manifiesto fue equilibrar el presupuesto y purgar a la economa del exceso de demanda en que se haba incurrido durante los ltimos aos del mandato de Frondizi. La severa restriccin monetaria provoc un marcado descenso del nivel de actividad. El PIB cay en un 4 por ciento entre 1962 y 1963 a la vez que se multiplicaban los cierres de empresas y creca el desempleo. La crisis de liquidez hizo que todos los pagos tanto en el sector privado como en el pblico comenzaran a ser postergados y que los cheques de las empresas y los bonos emitidos por el gobierno circularan como substitutos del papel moneda. Durante este perodo la economa oper bajo las condiciones de mercado libre ms amplias conocidas desde 1930. Sin embargo, la terapia de choque, a pesar de la fuerte recesin, no impidi que la inflacin se acelerara hasta que alcanz una tasa anual de entre el 20 y el 30 por ciento. La nota positiva en este 116

sombro panorama fue la excelente cosecha de 1962, que permiti mejorar la balanza comercial y reponer las reservas de divisas extranjeras. La economa continu, no obstante, gobernada por la incertidumbre que creaban las abiertas disidencias de los jefes militares sobre el futuro poltico del pas. El desenlace del conflicto de abril de 1962 no haba terminado de zanjar la lucha por el poder dentro de la corporacin militar. En agosto, los partidarios de la solucin dictatorial hicieron otro intento, bajo el liderazgo del general Federico Toranzo Montero, hermano del ms intransigente censor del ex presidente Frondizi. El objeto del levantamiento era la dimisin del secretario de la Guerra con la excusa de que se haba infringido el reglamento interno de ascensos del ejrcito. Con la dimisin del secretario comenz la bsqueda de un substituto en un contexto que revel claramente el estado de anarqua existente en las fuerzas armadas. As se puso en marcha un verdadero proceso electoral, que el pas pudo seguir en la prensa y en el cual los generales se comportaban como grandes electores. Cuando se contaron los votos y se evalu la potencia de fuego que haba detrs de cada sufragio, las elecciones favorecieron a la faccin legalista del ejrcito. El presidente Guido nombr secretario de la Guerra a uno de los miembros de dicha faccin, pero los oficiales que haban sido derrotados hicieron caso omiso de su autoridad. Estos hombres, que estaban decididos a no retroceder y seguan bajo el liderazgo de Toranzo Montero, propusieron su propio candidato y desplegaron sus tropas en posicin de combate en el centro de Buenos Aires. La faccin legalista tambin pas a la accin y una vez ms el pas se encontr al borde del enfrentamiento armado. Los recursos militares de los legalistas eran superiores a los que tenan los seguidores de Toranzo Montero, pero el presidente intervino para evitar un conflicto abierto. Al igual que en abril, los sectores ms decididamente antiperonistas obtuvieron una victoria poltica a pesar del relativo equilibrio entre los dos bandos. Al verse privada de su victoria militar, la faccin legalista reaccion con rapidez: sus portavoces exigieron la vuelta de la Constitucin, el repudio a toda dictadura y la convocatoria de elecciones a plazo fijo. En estas circunstancias, de nuevo estall el conflicto. La guarnicin de Campo de Mayo se puso al frente de la rebelin bajo el mando del general Juan Carlos Ongana y mont un operativo dirigido a la oposicin pblica que fue decisivo para el desenlace: a travs de dos emisoras de radio y en un esfuerzo por imponer la imagen de un ejrcito democrtico justific su actitud afirmando: Estamos dispuestos a luchar por el derecho del pueblo a votar. Esta vez, las facciones militares en pugna entraron en combate. Los legalistas adoptaron el nombre de los azules, mientras que sus adversarios eran conocidos por el de los colorados. En el enfrentamiento, los colorados se mantuvieron siempre a la defensiva y no representaron ningn desafo real para los azules. stos no slo tenan mayor potencia de fuego sino que, adems, contaban con el apoyo de la fuerza area, que amenaz con bombardear las concentraciones de tropas coloradas, minando su voluntad de combate. La marina, aunque simpatizaba con los colorados, se mantuvo al margen de la lucha. El 23 de septiembre de 1962 las tropas del general Ongana obtuvieron la rendicin de sus adversarios y procedieron a imponerles la paz del vencedor. Las principales jerarquas del ejrcito quedaron en sus manos y llevaron a cabo una verdadera purga que puso fin a la carrera de ciento cuarenta oficiales de alta graduacin. La victoria de la faccin azul del ejrcito llev nuevamente al doctor Martnez al frente del Ministerio del Interior, desde donde reanud la bsqueda de una frmula poltica que permitiera a las fuerzas armadas volver a los cuarteles. La decisin original de facilitar 117

la incorporacin de las masas peronistas a la vida institucional se mantuvo, y lo mismo se hizo con la negativa a permitir que lderes peronistas llegaran a ocupar posiciones de poder. Para resolver el dilema implcito en este doble objetivo se propuso alentar la formacin de un amplio frente poltico al que las masas peronistas aportaran su caudal electoral pero cuya conduccin permanecera en manos de otras fuerzas. Esta repeticin de la experiencia de 1958 pareci encontrar en Pern una respuesta favorable: frente a la alternativa de una dictadura militar, el peronismo se avena a aceptar un retorno lento y gradual al sistema institucional mientras daba su apoyo a la frmula poltica patrocinada por el sector dominante de las fuerzas armadas. El lder exiliado acept esta solucin de compromiso y confi al poltico moderado doctor Ral Matera la conduccin local de su movimiento a la vez que destitua a Andrs Framini, el lder sindical que, despus de su fallido intento de convertirse en gobernador de Buenos Aires en 1962, vena adoptando posturas cada vez ms intransigentes, acercndose ms a las fuerzas de la izquierda. Bajo estos auspicios, el ministro del Interior comenz a reunir las piezas dispersas del complejo rompecabezas poltico. Varios partidos pequeos entraron en la pugna por la codiciada candidatura presidencial del futuro frente electoral. Pero Pern y Frondizi no renunciaron a sus esfuerzos por controlar el resultado poltico y maniobrando entre bastidores se ocuparon de frustrar las aspiraciones de los que pretendan convertirse en los salvadores y herederos de las fuerzas proscritas. Por su parte, el ministro del Interior reconoci oficialmente a un partido neoperonista, la Unin Popular, que se ofreci a encauzar los votos de los seguidores de Pern. Esta jugada audaz del ministro del Interior provoc, previsiblemente, inquietud y malestar en el bando antiperonista, que trat de presionar al presidente Guido para que revocase la decisin. Para desmontar esas prevenciones, los inspiradores del frente poltico anunciaron pblicamente su condena del rgimen depuesto en 1955. De manera simultnea, prepararon otra iniciativa igualmente atrevida que, al final, sera la ruina de sus planes. En marzo de 1963 el doctor Miguel ngel Zavala Ortiz, lder fervientemente antiperonista de la UCRP, denunci con indignacin un ofrecimiento del ministro del Interior para que ocupase el segundo lugar en una candidatura presidencial que encabezara el general Ongana y tendra el respaldo de todos los partidos. La denuncia y el clamor que se levant dentro del bando antiperonista obligaron a Martnez a dimitir. Presionado por sus camaradas, entre los que haba numerosos partidarios del general Aramburu, Ongana debi desmentir que fuese candidato para la alianza propuesta. Las divisiones internas en los altos mandos del ejrcito alentaron una nueva rebelin militar, esta vez centrada en la marina, que tuvo lugar el 2 de abril y se organiz contra la poltica electoral del gobierno. Tras varios das de lucha sangrienta, los azules del ejrcito, con el auxilio de la fuerza area, lograron la rendicin de las fuerzas rebeldes. La derrota de la marina, donde los simpatizantes de los colorados estaban en mayora, inici su ocaso poltico; pasaran trece aos antes de que recuperara su posicin dentro de la corporacin militar. En la coyuntura y frente al agudo peligro de desintegracin institucional, los jefes militares optaron por abandonar sus planes polticos. El viraje del gobierno sorprendi a Pern, quien, otra vez aliado con Frondizi, pareca dispuesto a acatar las reglas del juego establecidas para las prximas elecciones del 7 de julio. El gobierno se mostr insensible a estas manifestaciones de buena voluntad. Despus de un ao de marchas y contramarchas, durante el cual haba habido cinco ministros del Interior, el nuevo ministro encargado de la conduccin poltica del gobierno puso fin a las ambigedades. Nombrado en mayo de 1963, el general Osiris Villegas 118

empez por excluir a la Unin Popular de la competencia electoral por cargos ejecutivos y luego proscribi paulatinamente a todas las agrupaciones sospechosas de representar al peronismo ortodoxo o de estar aliadas con l. El sinnmero de obstculos e impedimentos jurdicos que se alzaron sobre el frente peronista intensific el conflicto en sus filas, ya debilitadas como resultado de las dificultades encontradas para coincidir en un candidato comn a la presidencia. Cuando Pern y Frondizi acordaron apoyar a Vicente Solano Lima, un conservador populista, la coalicin se rompi. Un sector importante de la UCRI dio su apoyo a la candidatura de scar Alende pese a que Frondizi se esforz por impedirlo. Tampoco Pern pudo impedir que los democratacristianos respaldaran a Ral Matera, quien fuera su representante en el pas, como candidato presidencial. A la confusin provocada por estas discrepancias se agregaron nuevos obstculos jurdicos; entonces Pern y Frondizi pidieron a sus partidarios que votaran en blanco. En este escenario cambiante, quedaban en carrera por la primera magistratura, el doctor Arturo Illa, poltico provincial poco conocido pero respetado, por la UCRP; scar Alende por la faccin disidente de la UCRI; y el general Aramburu, quien fuera jefe de la Revolucin Libertadora, respaldado por un nuevo partido poltico, la Unin del Pueblo Argentino, con la esperanza de atraer al voto antiperonista. Los efectos de la orden de Pern y Frondizi fueron contraproducentes. Sectores importantes del electorado peronista prefirieron no expresar su protesta votando en blanco y en vez de ello decidieron fortificar las alternativas al temido triunfo de Aramburu. Realizado el cmputo electoral, los votos en blanco representaron el 19,2 por ciento del total de votos, lo que signific un retroceso del 24,3 por ciento de los emitidos en 1957, en ocasin de las elecciones para constituyentes. Ambos sectores del radicalismo se beneficiaron del apoyo peronista, pero el vencedor, inesperadamente, fue Illa, con 2.500.000 votos, luego Alende, con 1.500.000, a su vez seguido de cerca por los votos en blanco, que superaron los 1.350.000 votos que obtuvo el general Aramburu. La Presidencia de Arturo Illa, 1963-1966 En 1963 Argentina se embarc en una nueva experiencia constitucional en un clima de relativa tranquilidad poltica cuyo eptome era la personalidad del presidente electo. Su estilo parsimonioso y provinciano, pareca apropiado al estado anmico de la sociedad argentina, que, harta de tantos conflictos, lo recibi sin ilusiones, en marcado contraste con el fervor que haba acompaado la victoria de Frondizi en 1958. Illa comprendi que la primera tarea del gobierno era ofrecer a los ciudadanos argentinos una poltica moderada que les permitiese ir resolviendo sus diferencias. Mientras que Frondizi haba intentado innovar, Illa opt por la seguridad de lo probado y conocido: el respeto a la ley y elecciones peridicas. Illa y su partido haban atravesado el paisaje cambiante de la Argentina de posguerra sin experimentar ellos mismos grandes cambios. Quizs el mayor cambio se produjo en su actitud frente al peronismo. Desde 1946, el Partido Radical haba encauzado los sentimientos de rechazo que el movimiento acaudillado por Pern haba despertado en las clases media y alta. La reaccin antiperonista no slo expresaba la resistencia a la tendencia autoritaria del rgimen de Pern, sino tambin a las transformaciones sociales operadas bajo sus auspicios. El antiperonismo se confunda, as, con un espritu de restauracin social. Sin embargo, las transformaciones que haban tenido lugar en el pas eran profundas e irreversibles; Argentina no poda volver sencillamente al pasado. El 119

peronismo haba, en efecto, modificado el viejo orden con sus polticas, pero ese orden tambin haba sido corrodo por el desarrollo industrial, la modernizacin de las relaciones laborales y la expansin de la cultura de masas. Que esta nueva realidad estaba destinada a durar fue un descubrimiento que penosamente hicieron quienes alentaban una vuelta hacia atrs. La actitud de Frondizi primero y, ms adelante, la de los militares del ejrcito azul pusieron de manifiesto este forzado reconocimiento del peronismo. El nuevo gobierno de Illa, elegido gracias a la proscripcin de los peronistas, tambin prometi que pronto los devolvera a la legalidad. En donde el Partido Radical se mantuvo fiel a sus tradiciones fue en su concepcin de la poltica econmica. Las banderas exhibidas en el programa del partido desde mediados de la dcada del 1940 nacionalismo, distribucin de la renta, intervencionismo del estado dictaron algunas de las primeras medidas del gobierno. Durante la campaa electoral, los candidatos del radicalismo haban prometido revisar la poltica petrolera de Frondizi porque obraba en detrimento de la soberana del pas. Una vez en la presidencia, Illa anul los contratos firmados por las compaas petroleras internacionales. La medida implic el pago de importantes indemnizaciones, interrumpi el crecimiento de la industria del petrleo y le gan al gobierno la temprana antipata del mundo empresarial y los inversores extranjeros. La fuerte recesin de 1962-1963 haba hecho descender el producto nacional a los niveles ms bajos de los ltimos diez aos. La capacidad instalada de la industria manufacturera fuertemente incrementada por la oleada previa de inversiones operaba en alrededor del 50 por ciento, al tiempo que el desempleo alcanzaba un 9 por ciento de la poblacin activa en el Gran Buenos Aires y era an mayor en el interior del pas. La Administracin radical consider que su primer objetivo era reactivar la produccin. La estrategia escogida fue estimular el consumo por medio de polticas expansionistas de carcter monetario, fiscal y salarial. Tambin aqu el contraste con la poltica de Frondizi fue evidente. En 1963 la economa se encontraba en un punto bajo del ciclo econmico, comparable con el de 1959. Mientras que en 1960-1961 fueron las inversiones, financiadas con recursos extranjeros, las que impulsaron la recuperacin, en 1964-1965 la expansin se bas, por el contrario, en el estmulo del consumo privado. Bajo el gobierno radical se increment el crdito bancario al sector privado, lo cual permiti mejorar la financiacin de la venta de bienes de consumo duraderos; el tesoro procedi a disminuir el monto de deudas pendientes con empleados pblicos y proveedores del estado y poner al da las transferencias federales a las provincias; tambin fueron aumentados los salarios y se aprob una ley que estableca el salario mnimo y mvil. El PIB creci en un 8 por ciento en 1964 y 1965 con incrementos anuales en la industria del 15 por ciento y el desempleo se redujo a la mitad, aunque el crecimiento importante de la economa slo recuper los niveles de antes de la recesin. La rpida expansin hizo temer que surgieran problemas en la balanza de pagos no slo debido a la mayor demanda de importaciones, sino tambin por la necesidad de hacer frente a las obligaciones de la deuda externa contrada durante los aos de Frondizi. A finales de 1963 se calcul que el servicio de la deuda exterior pblica y privada supondra pagos de 1.000 millones de dlares durante 1964 y 1965. Los temores iniciales sobre la balanza de pagos disminuyeron luego, gracias a los buenos resultados de las exportaciones. Los aos de la Administracin de Illa sealaron un punto de inflexin en el comportamiento del sector exterior. Las exportaciones crecieron del nivel de 1.100 millones de dlares que haba prevalecido desde el decenio de 1950 a 120

cerca de 1.600 millones de dlares, el nivel alcanzado casi dieciocho aos antes. Contribuy a esto el continuo ascenso de los precios (y llev a una mejora del 12 por ciento en el tipo de cambio entre 1963 y 1966), pero, sobre todo, influy en el incremento del volumen fsico de la produccin. Despus de permanecer estancada de 1953 a 1963, la produccin agrcola comenz a crecer y aument en ms de un 50 por ciento entre 1963 y 1966. El estrangulamiento tradicional en la economa argentina, el estancamiento de las exportaciones agrcolas, fue, de esta forma, aflojado. Los primeros logros econmicos del gobierno no le valieron mayor consenso por parte de la poblacin. Elegidos por menos de un tercio de los votantes, y carentes de races en el movimiento laboral y en las organizaciones empresariales, los radicales necesitaban la colaboracin de otras fuerzas para ampliar sus bases de apoyo. Sin embargo, pronto dejaron claro que no tenan ninguna intencin de compartir el gobierno. Su rechazo a una estrategia de alianzas fue una preparacin deficiente para el momento en que la tregua provisional que haba acompaado su ascenso al poder diera paso a un nivel de conflictos ms en consonancia con el pasado reciente del pas. En cuanto a las relaciones de los radicales con los militares, la situacin no hubiera podido ser ms paradjica. La derrota de la faccin militar colorada, con la cual los radicales estaban asociados, haba despejado el camino para las elecciones y posibilitado la inesperada victoria de Illa. El matrimonio de conveniencia forjado entre el nuevo gobierno y los lderes del ejrcito azul estuvo, pues, cargado de tensiones. Los radicales eran demasiado dbiles para imponer un retorno de sus propios aliados militares y provocar un cambio en la cadena de mando de las fuerzas armadas. As pues, tuvieron que resignarse a aceptar el statu quo, en el cual la figura del general Ongana, comandante en jefe del ejrcito, era una pieza clave. Por su parte, los comandantes militares tuvieron que adaptarse a la existencia de un gobierno civil por el que no sentan ninguna simpata en absoluto. Y vieron la prudente respuesta de Illa a la reaparicin de la oposicin sindical como prueba clara de la falta de autoridad poltica. La oposicin sindical a Illa se remontaba al perodo anterior a su eleccin para la presidencia. En enero de 1963 los sindicatos consiguieron reorganizar la CGT y aprobaron una campaa cuyo objetivo era forzar la vuelta al orden constitucional por medio de una serie de huelgas. Cuando en el ltimo momento los militares que rodeaban al presidente Guido decidieron vetar la participacin de la Unin Popular, la CGT suspendi la movilizacin prevista e inst a sus afiliados a boicotear las elecciones y condenar por ilegtimos sus resultados. Los gestos positivos del gobierno de Illa en cuestiones econmicas y sociales no lo redimieron a ojos de los sindicatos. A pesar de la aprobacin de una ley sobre el salario mnimo en contra de los deseos de las organizaciones empresariales, la CGT decidi poner en prctica su plan de accin original en mayo de 1964, alegando condiciones de pobreza que estaban lejos de ser reflejadas por la evolucin de la economa. Durante varias semanas el pas asisti a una escalada de ocupaciones de fbricas que, por su escrupulosa planificacin, parecan operaciones militares. Esta formidable demostracin de poder sindical provoc la alarma en los crculos empresariales, pero la naturaleza pacfica de las ocupaciones revel que su objetivo no era enfrentarse a las empresas, sino ms bien debilitar al gobierno. Illa opt por hacer caso omiso del desafo y no orden la intervencin del ejrcito. No pudo, empero, evitar que su aislamiento quedara a la vista de todos, mientras crecan las demandas por una poltica de ley y orden.

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La movilizacin de mediados de 1964 seal la entrada en el escenario poltico de un nuevo estilo de accin obrera. Los sindicatos eran simultneamente agencias para la negociacin salarial y empresas que proporcionaban a sus miembros una amplia red de servicios sociales; el resultado haba sido la formacin de vastos aparatos burocrticos. Al mismo tiempo, los lderes sindicales haban terminado siendo aceptados como elementos de poder en la Argentina posperonista. Entre 1956 y 1959, cuando el sindicalismo era dbil y marginal, haba lanzado una protesta activa de las masas obreras contra el estado. Ahora, con ms intereses creados y una mayor legitimidad poltica, comenz a adoptar una estrategia diferente. En vez de estimular la accin de masas, prefera recurrir a las huelgas generales, en las cuales la intervencin de las masas estaba descartada de antemano y lo que importaba era la eficacia de la organizacin. Esta estrategia de golpear y negociar iba acompaada de la bsqueda de aliados entre los descontentos con el gobierno. Quien mejor encarnaba este nuevo estilo era Augusto Vandor, jefe del sindicato de metalrgicos, frecuente interlocutor de los empresarios, los militares y los polticos, verdadero lder de las 62 Organizaciones. Una evolucin no menos importante se estaba produciendo tambin en el seno de las fuerzas armadas. Frente a los riesgos de dividir al estamento militar a causa de su involucracin en los conflictos polticos, los jefes del ejrcito azul decidieron inclinarse ante la autoridad constitucional y regresar a los cuarteles. El consecuente repliegue a su funcin institucional tena por objeto permitir a las fuerzas armadas restablecer las pautas de autoridad y mejorar la profesionalidad de sus oficiales. En agosto de 1964, en un discurso que pronunci en West Point, el general Ongana dio a conocer un proyecto cuya finalidad era situar a los militares por encima de la poltica.6 Dijo que las fuerzas armadas, el brazo armado de la Constitucin, no podan substituir a la voluntad popular. Sin embargo, tambin seal que sus funciones eran garantizar la soberana y la integridad territorial de la nacin, preservar la moral y los valores espirituales de la civilizacin occidental y cristiana, [y] garantizar el orden pblico y la paz interior. Y aadi que, con el fin de cumplir estas funciones era necesario reforzar a los militares como corporacin, as como el desarrollo econmico y social del pas. En esta visin ampliada del papel de las fuerzas armadas, su lealtad a los poderes civiles segua siendo muy condicional. En el mismo discurso, Ongana recalc que la conformidad [militar] se refiere esencialmente a la Constitucin y sus leyes, nunca a los hombres o los partidos polticos que puedan ejercer temporalmente el poder pblico. De ah que la obediencia debida poda caducar si, al amparo de ideologas exticas, [se] produca un exceso de autoridad o si el ejercicio de la vastas funciones atribuidas a las fuerzas armadas se vea obstaculizado. En la nueva doctrina, la prevencin y la eliminacin de la subversin interna ocupaban un lugar central. Al transformar el desarrollo econmico y la eficiente gestin gubernamental en condiciones necesarias para la seguridad nacional, Ongana colocaba tales objetivos dentro de la esfera legtima de la jurisdiccin militar, desdibujando por completo la lnea de demarcacin entre lo militar y lo civil. Este esquema destinado a situar a las fuerzas armadas por encima de la poltica conclua eliminando, en realidad, a la poltica misma. La eleccin de West Point para presentar al general Ongana como el nuevo cruzado de la doctrina de seguridad nacional no fue ninguna coincidencia. Estados Unidos llevaba a
La Nacin, 7 de agosto de 1964; citado en Marcelo Cavarozzi, Autoritarismo y democracia, 1955- 1983, CEDEAL, Buenos Aires, 1983, p. 100.
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cabo en aquel momento una campaa activa con el fin de convertir los ejrcitos de Amrica Latina en sus aliados en la lucha contra el enemigo interno: la subversin comunista. La movilizacin popular y la crisis de autoridad en el gobierno de Goulart llevaron a las fuerzas armadas al poder en Brasil en 1964 en nombre de la seguridad nacional. En Argentina el presidente Illa continuaba administrando una legalidad constitucional que era muy consciente de estar sometida a una estrecha vigilancia militar. A principios de 1965 la intervencin militar de Estados Unidos en la Repblica Dominicana puso a prueba la entente entre el gobierno radical y las fuerzas armadas. Illa se encontr atrapado entre la presin de la opinin pblica, que era hostil a Estados Unidos, y las exigencias de las fuerzas armadas, que estaban a favor de la intervencin. Su respuesta fue ambigua: propuso la creacin de una fuerza militar interamericana que restableciera el orden en Santo Domingo, pero se neg a permitir que tropas argentinas formaran parte de ella. La negativa del presidente a seguir el consejo de los jefes militares aliment en ellos un rencor duradero. Tampoco se gan Illa la buena voluntad de los militares restableciendo la legalidad del movimiento peronista, que goz de una libertad de accin desconocida hasta entonces. Esta mayor tolerancia del presidente radical apuntaba a sacar partido de las contradicciones que Pern estaba creando dentro de su propio movimiento desde su exilio en Espaa. Luego del derrumbe de 1955, dentro del peronismo coexistan fuerzas claramente distintas. En las provincias menos afectadas por la modernizacin, el peronismo logr conservar su perfil multiclasista bajo lderes procedentes de la tradicin conservadora que cultivaban la retrica peronista con el objeto de conservar la clientela poltica de Pern al tiempo que se sometan prudentemente al orden posperonista. Obligados a actuar en circunstancias nuevas, estos lderes locales optaron por distanciarse de las cambiantes tcticas de Pern a fin de no perder las posiciones que haban reconstruido laboriosamente. En las zonas ms modernas y urbanas del pas, el peronismo haba perdido sus apoyos fuera de la clase obrera y los sectores populares; aqu el movimiento sindical tena un peso indiscutible, ya que era la nica estructura que haba sobrevivido al colapso poltico de 1955. En una primera etapa, el sindicalismo peronista sigui las instrucciones del lder exiliado con ms disciplina que las fuerzas neoperonistas del interior. Con el tiempo, sin embargo, los lderes obreros fueron haciendo suya la lgica conservadora de unas instituciones sindicales que slo podan prosperar si contaban con la buena voluntad de los centros del poder nacional. As, cada vez fue ms difcil seguir las estrategias de Pern, quien, proscrito de la vida poltica, tena por principal objetivo la desestabilizacin de las frmulas de gobierno que esforzadamente conceban sus adversarios. Al final, pues, el ex presidente se encontr enfrentado a las aspiraciones ms conformistas de los lderes sindicales. Mientras que stos buscaban un orden poltico en el que hubiera espacio para ellos y les permitiera consolidarse, Pern libraba desde el exilio una incansable guerra de desgaste. Al cabo de diez aos de existencia precaria en las fronteras de la legalidad, el movimiento peronista empez a considerar la idea de emanciparse de la tutela poltica de Pern. Numerosos lderes sindicales concluyeron que la obediencia disciplinada a Pern les impeda la incorporacin plena en el sistema de poder prevaleciente. Esta ruptura no estaba exenta de dificultades. La fidelidad de las masas peronistas a su lder ausente era tan vigorosa como siempre; ms an, muchos albergaban la secreta ilusin de un inminente retorno de Pern al pas, ilusin que ste alimentaba con repetidos mensajes desde el exilio. El mito del retorno de Pern tomaba precaria la autoridad de los lderes locales y 123

conspiraba contra sus esfuerzos por institucionalizar el movimiento dentro de las reglas de juego existentes. Para eliminar este obstculo era preciso demostrar que el regreso de Pern era imposible. A finales de 1964 los sindicatos peronistas liderados por Vandor organizaron la llamada Operacin Retorno. Pern sali de Madrid por va area el 2 de diciembre, pero cuando aterriz en Ro de Janeiro el gobierno brasileo, siguiendo instrucciones de las autoridades argentinas, le oblig volver a Espaa. Las razones de la participacin de Pern en esta aventura, de tan dudoso desenlace, nunca fueron claras. Lo cierto es que su prestigio a ojos de sus leales seguidores no se vio afectado; la responsabilidad del fracaso recay de lleno en los lderes sindicales y el gobierno radical. La convocatoria de elecciones legislativas para marzo de 1965 aplaz la resolucin de la disputa por el poder entre los peronistas, que decidieron cerrar filas detrs de sus candidatos. Los resultados fueron 3.400.000 votos para los diferentes grupos peronistas y 2.600.000 para el partido del gobierno. Dado que slo estaba en juego la mitad de los escaos de la Cmara de Diputados, los efectos de la derrota electoral se vieron atenuados; aun as, el gobierno perdi su mayora absoluta y a partir de aquel momento tuvo que buscar el apoyo de otros partidos menores. Ms grave todava fue el hecho de que los radicales se vieron inapelablemente debilitados ante la opinin de los conservadores y de los militares. Este ltimo fracaso en la tarea de contener la fuerza electoral de los peronistas, ms el pobre desempeo del gobierno en otros campos hicieron muy poco por reducir el aislamiento social y poltico de la presidencia de Illa. A mediados de 1965, el gobierno se vio obligado a reconocer que la inflacin, ya prxima al 30 por ciento, era una vez ms un problema urgente. Las medidas expansionistas de los primeros das dieron paso ahora a un programa anti-inflacionario que empez por reducir la ayuda del Banco Central al sistema bancario, en especial los crditos para el sector pblico. Estos esfuerzos por reducir el dficit fiscal chocaron con dificultades. Los reveses electorales del gobierno hicieron sentir sus efectos cuando el gobierno no consigui que el Congreso aprobara una serie de leyes impositivas dirigidas a mejorar las finanzas pblicas. En la poltica de ingresos los resultados fueron todava peores: la presin de los asalariados pblicos y privados produjo aumentos superiores a las pautas oficiales. Por ltimo, a finales de 1965 la actividad econmica empez a decaer. La poltica econmica del gobierno radical se desarroll, adems, en medio de la hostilidad de los centros del poder econmico, especialmente porque dicha poltica descansaba sobre una serie de controles y formas de intervencin estatal que buscaban limitar la especulacin y las presiones sectoriales. Las acusaciones de dirigismo econmico, ineficiencia administrativa y demagogia fiscal unificaron a las principales corporaciones industriales, agrcolas y financieras en su ataque contra el gobierno, ataque que se agudiz an ms a causa del trato preferente que el presidente dispensaba a las pequeas y medianas empresas. En noviembre de 1965 un enfrentamiento incidental entre Ongana y el secretario de la Guerra hizo que el primero presentara su dimisin. El gobierno, sin embargo, no estaba en condiciones de alterar el equilibrio de poder militar: el nuevo comandante en jefe, el general Pascual Pistarini, surgi del sector que consideraba a Ongana su lder poltico natural. Adems, la estrella de Ongana empez a brillar con ms fuerza al dejar el ejrcito, atrayendo las simpatas de la franja cada vez ms amplia de los descontentos con el gobierno radical.

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No obstante, donde el equilibrio poltico pareca ser ms inestable era en el seno del movimiento peronista. Meses despus del fallido retorno de Pern a Argentina, Vandor y sus amigos creyeron que haba llegado el momento de poner fin a la obediencia a quien se interpona entre ellos y el orden poltico en el cual buscaban ser aceptados. Un congreso del partido orquestado por los sindicatos aprob un plan cuyo objetivo era substituir la voluble voluntad poltica del lder exiliado por una estructura que representara mejor los intereses de los dirigentes locales. Al ver desafiado su liderazgo, Pern envi a su tercera esposa, Mara Estela Martnez, a Argentina con la misin de frustrar la rebelin en ciernes. Isabel (tal era el apodo por el que se la conoca) comenz por reunir adhesiones entre los rivales de Vandor. La propia CGT experiment un conflicto de lealtades y se escindi en dos. Sin embargo, Vandor logr conservar el control del grueso del aparato sindical as como el apoyo de los polticos neoperonistas del interior. A principios de 1966 deba elegirse un nuevo gobernador de la provincia de Mendoza, lo cual brind una ocasin para medir fuerzas entre el lder supremo y los caudillos peronistas locales ya que Pern y sus rivales postularon a distintos candidatos. Al final, una alianza radical-conservadora gan las elecciones, pero mayor inters revisti el hecho de que el oscuro candidato respaldado por Pern obtuvo ms votos que el candidato al que respaldaban Vandor y los otros rebeldes. Este resultado fue un duro golpe para los que, dentro y fuera del peronismo, confiaban en la decadencia poltica del lder exiliado. La faccin disidente comenz a perder partidarios rpidamente. Todo haca prever que el peronismo, unido ahora tras su lder, iba camino de una victoria segura en los prximos comicios a celebrarse en marzo de 1967. En estas circunstancias, sectores clave de la opinin fueron ganados por la conviccin de que el orden poltico surgido del derrocamiento de Pern slo poda sobrevivir si eran suprimidas las peridicas consultas electorales. La posibilidad de un golpe de estado comenz a ser abiertamente debatida por la opinin pblica. Entretanto, la modernizacin cultural y tcnica del pas iniciada por Frondizi, en paralelo con los cambios econmicos producidos por la inversin de capital extranjero en la industria, haba empezado a modificar el panorama social argentino. Un estrato nuevo formado por profesionales, directores de empresas y universitarios fue adquiriendo mayor visibilidad. En este sector incipiente los valores de la democracia liberal que haban galvanizado la resistencia al rgimen peronista despertaban poca adhesin. Los mitos movilizadores eran, ahora, la eficiencia y el dinamismo econmico. Esta nueva sensibilidad se expresaba por medio de una consigna vaga pero llena de promesas: el cambio de estructuras. Bajo sus auspicios se crearon institutos que difundan los mtodos de las business schools norteamericanas entre los cuadros de ejecutivos de empresas; se inici la publicacin de semanarios que reproducan el formato de Time y Newsweek, sostenidos por el generoso apoyo de la publicidad de grandes empresas nacionales y extranjeras; una profusa propaganda entroniz en los hbitos de los argentinos nuevas aspiraciones y pautas de consumo. No obstante su vaguedad, la consigna del cambio de estructuras era clara en un aspecto: el mayor obstculo a la integracin de Argentina en el mundo moderno era el arcasmo de sus partidos polticos. Los caricaturistas dibujaban a Illa, con su estilo moderado, como una figura inmvil y tranquila, con una paloma de la paz posada en su cabeza, convirtindola en el smbolo de la decadencia. La tarea de descrdito del gobierno fue tan intensa y real que la opinin pblica acogi sin sobresaltos las llamadas cada vez ms explcitas a un golpe de estado. Al tiempo que el gobierno radical era objeto de una 125

crtica mordaz, esta campaa de accin psicolgica apuntaba a crear una nueva legitimidad por medio de la exaltacin de las fuerzas armadas, en las que se descubran las virtudes de eficiencia y profesionalidad, que se reputaban ausentes en la clase poltica. Ongana fue convertido en el lder natural de esta ideologa de modernizacin autoritaria, que tambin encontr adeptos en el movimiento obrero. Muchos lderes sindicales contemplaron con optimismo el ascenso de una elite militar que comparta su descontento con la llamada partidocracia. Adems, la supresin del sistema electoral, en el que Pern siempre estaba en condiciones de influir, cancelaba un mbito que no facilitaba sus intentos de emanciparse de la tutela poltica del caudillo exilado. La suerte del gobierno radical qued sellada mucho antes del levantamiento militar del 26 de junio de 1966. El 29 de mayo, el general Pistarini, en una ceremonia oficial a la que asista el presidente, pronunci un discurso desafiante en el cual expres los temas dominantes de la propaganda antigubernamental. En contra de las expectativas de los conspiradores, que esperaban un acto de autoridad presidencial que les diera motivo para declarar su rebelin, Illa no hizo nada. Valindose de un pretexto ftil, Pistarini arrest entonces a uno de los pocos oficiales constitucionalistas e hizo caso omiso de las rdenes de ponerle en libertad que le dio el secretario de la Guerra. La respuesta del presidente fue destituir al comandante en jefe, con lo que finalmente provoc una crisis decisiva. El 26 de junio, el ejrcito se apoder de los sistemas de radio, televisin y telfonos y dio a Illa un plazo de seis horas para dimitir. Transcurrido este tiempo, un destacamento de la polica lo expuls del palacio presidencial y lo envi a su casa. De esta manera, concluy la bsqueda de un orden constitucional iniciado en 1955, sin que nadie se atreviera a defenderla. El 28 de junio, los comandantes de los tres ejrcitos formaron una junta revolucionaria cuyas primeras decisiones fueron destituir al presidente y al vicepresidente, a los miembros de la Corte Suprema, a los gobernadores y a los intendentes electos. El Congreso y las legislaturas provinciales fueron disueltos, se prohibieron todos los partidos polticos y sus activos se traspasaron al estado. Una proclama, la llamada Acta de la Revolucin, inform al pueblo de que volvera a tener un gobierno representativo slo despus que la iluminada gestin de las fuerzas armadas tan larga como fuese necesaria hubiese desmantelado las estructuras y los valores anacrnicos que obstaculizaban el camino de la grandeza nacional. La Junta retuvo el poder durante veinticuatro horas y despus, como era de prever, nombr a Ongana presidente del nuevo rgimen autoritario. La Revolucin Argentina, 1966-1973 Ongana asumi la presidencia con plenos poderes en 1966. El golpe de estado ya haba sacado a los partidos polticos del escenario. El denominado Estatuto de la Revolucin Argentina dio un paso ms all y excluy a las fuerzas armadas de las responsabilidades de gobierno. Esta concentracin de poder fue el corolario natural del consenso que rode el derrocamiento de Illa: desmantelar el sistema de la partidocracia y preservar la unidad de la corporacin militar desvinculndola de la gestin gubernamental. La direccin del nuevo rgimen autoritario qued, as, dependiendo de los gustos ideolgicos de Ongana. Careciendo de atractivo personal o de talento para la retrica, ste se apresur a rodearse de la pompa propia de un poder lejano y autosuficiente. Desde las alturas de esta inesperada monarqua, inform al pas las primeras claves de sus preferencias. stas se correspondan poco con la imagen de paladn de la modernidad que 126

haban cultivado cuidadosamente sus agentes de publicidad. Eran, en esencia, las de un soldado devoto, prisionero de las ms estrechas fobias catlicas en materia de sexualidad, comunismo y arte. Admirador de la Espaa de Franco, Ongana vea en ella un ejemplo a ser imitado a fin de devolver la moral y el orden a un pueblo al que consideraba licencioso e indisciplinado. Como haba ocurrido antes, con el ascenso al poder del general Uriburu en 1930, los coroneles nacionalistas en 1943 y, de manera menos enftica, con el general Lonardi en 1955, reaparecieron en la escena pblica las expresiones ms puras del pensamiento antiliberal. El pas asisti nuevamente a la exaltacin de los esquemas corporativistas de gobierno, y el estado adopt un estilo paternalista, prdigo en prohibiciones y buenos consejos como parte de una febril campaa de vigilancia moral e ideolgica. El primer blanco de esta cruzada regeneradora fue la universidad. En julio las universidades pblicas fueron privadas de su autonoma y puestas bajo el control del Ministerio del Interior alegando la necesidad de acabar con la infiltracin marxista y la agitacin estudiantil. En 1946, un mes despus de la victoria electoral de Pern, se haba infligido una medida similar a las universidades argentinas. Como sucediera veinte aos antes, gran nmero de profesores dimiti para evitar ser vctimas de la purga, y muchos de ellos optaron por exiliarse en Europa, Estados Unidos y otros pases de Amrica Latina. La bsqueda de un nuevo orden apunt luego a los servicios pblicos. El primero fue el puerto de Buenos Aires. En octubre se abolieron las prerrogativas de que gozaba el sindicato con el fin de que el puerto pudiera competir con el resto del mundo. En diciembre les lleg el turno a los ferrocarriles, que Frondizi ya haba intentado modernizar al precio de huelgas prolongadas. Al igual que en el puerto, tambin aqu los mtodos de racionalizacin se toparon con las protestas de los trabajadores; en ambos casos, sin embargo, una imponente presencia militar fue minando la resistencia sindical. En la provincia nortea de Tucumn exista un foco permanente de conflictos y agitacin a causa de la bancarrota de los ingenios de azcar; hacia all se extendi la accin disciplinadora del gobierno: varios ingenios fueron cerrados y se puso en marcha un programa bastante improvisado para terminar con el monocultivo azucarero de la regin. Con esta serie de medidas contundentes el nuevo gobierno pareci agotar su repertorio de respuestas. Era opinin generalizada que Ongana haba asumido el cargo con un amplio plan de accin preparado de antemano. No obstante, durante los seis meses siguientes, fuera de blandir una y otra vez la mano de un estado fuerte, no hizo ms que anunciar grandes objetivos de los cuales era imposible deducir un programa econmico definido e innovador. Haba confiado el Ministerio de Economa a un empresario de reciente fortuna y ultracatlico que no logr avanzar lo ms mnimo hacia el objetivo declarado, poner fin a las polticas inflacionarias, nacionalistas y expansivas del pasado inmediato. Las dificultades que haban debilitado al gobierno de Illa se intensificaron. El ao 1966 termin sin ningn crecimiento del producto nacional, un descenso del nivel de inversin, una disminucin de la balanza de pagos y una tasa de inflacin que se resista a disminuir. El gobierno fue desacreditndose poco a poco entre las grandes empresas nacionales y extranjeras que haban aplaudido su ascenso al poder. A su vez, los principales sindicatos que haban apoyado al nuevo rgimen militar se encontraron pronto ante la realidad de una situacin muy diferente de la que haban imaginado. El 1 de diciembre de 1966 la CGT inici un plan de agitacin que culminara con una huelga a escala nacional. Acosada por las ilusiones que despert y no satisfizo, al finalizar 1966, la Revolucin Argentina se encontraba a la defensiva. Ongana se haba enemistado con los 127

que le haban apoyado y estaba bajo presiones en el frente. En diciembre lleg un momento decisivo para el destino del rgimen. El nombramiento del general Julio Alsogaray como comandante en jefe del ejrcito seal el fin de los das en que los puestos de poder eran ocupados por personas allegadas al presidente. Alsogaray era uno de los lderes visibles del sector militar, crtico de la corriente catlica nacionalista encabezada por Ongana y, por intermedio de su hermano, el ex ministro de Economa, lvaro Alsogaray, estaba estrechamente vinculado a las altas esferas del mundo de los negocios. Ese mismo mes de diciembre, Ongana tuvo que designar a Adalbert Krieger Vasena al frente del Ministerio de Economa. Ministro durante la presidencia de Aramburu y miembro del consejo de administracin de importantes compaas nacionales y extranjeras muy relacionadas con las instituciones financieras internacionales, Krieger Vasena gozaba de gran prestigio y tena fama de ser un economista liberal de tendencias pragmticas. En las cuestiones polticas, sin embargo, Ongana no estaba dispuesto a transigir. Su nuevo ministro del Interior comparta la opinin de su predecesor en el sentido de que la reconstruccin poltica de Argentina deba buscarse por cauces ajenos al constitucionalismo democrtico y liberal. El intento de substituir el pluralismo poltico por una comunidad organizada en torno a un estado fuerte continu irritando a los crculos liberales de la derecha. stos saban que el juego electoral las condenaba a escoger entre opciones polticas que en todos los casos eran insatisfactorias; careciendo de suficiente poder electoral, aplaudieron la decisin de substituir la poltica por la administracin pero desconfiaban de los devaneos corporativistas de Ongana. El presidente anunci que la Revolucin Argentina se desarrollara en tres etapas: la fase econmica, destinada a alcanzar la estabilidad y la modernizacin del pas; la fase social, que permitira la distribucin de los beneficios cosechados durante la etapa inicial; y, finalmente, la fase poltica, con la que culminara la revolucin y que consistira en transferir el poder a organizaciones autnticamente representativas. Este ambicioso plan, cuya puesta en prctica requerira como mnimo diez aos, clarific el papel que Ongana tena reservado para Krieger Vasena y su equipo de economistas liberales: llevar a cabo la reorganizacin econmica del pas para poder luego deshacerse de ellos cuando empezara la fase social. El nuevo orden que persegua Ongana era tan ajeno a la poltica democrtica de masas como a las grandes empresas. Crtico de la partidocracia, el presidente tambin criticaba el capitalismo, que, a su modo de ver, era culpable de un egosmo social igualmente perjudicial para la integracin espiritual de la nacin. Mientras Ongana actuaba en los planos poltico y cultural de acuerdo con esquemas caducos hacia ya treinta aos, Krieger Vasena puso en marcha un programa que difera de manera significativa de las anteriores polticas de estabilizacin. Comenz por abandonar el tipo de cambio crawling-peg, devaluando el peso en un 40 por ciento, con el propsito de acabar de una vez con las especulaciones sobre futuras devaluaciones. Pero la verdadera innovacin fue que se trat del primer intento de devaluacin totalmente compensada. As, se implementaron impuestos sobre las exportaciones tradicionales al tiempo que se reducan los derechos de importacin. Esto signific que los precios netos de las exportaciones y las importaciones variaran muy poco. De este modo, las repercusiones inflacionarias de la devaluacin se vieron minimizadas y, en el caso de los impuestos sobre la exportacin, el gobierno aprovech esos recursos para dar un muy necesitado desahogo a las cuentas pblicas. Otro componente central del programa de estabilizacin fue el diseo de una poltica de ingresos obligatoria. Los salarios, despus de ser reajustados de acuerdo con 128

niveles promedio de 1966, fueron congelados por dos aos. Se firmaron acuerdos con las quinientas empresas ms importantes para asegurarse de que los precios reflejaran slo los incrementos de los costes bsicos. A cambio de la suspensin de la negociacin colectiva los sindicatos slo recibieron la promesa de que los salarios reales permaneceran constantes, mientras que los incentivos para que las compaas aceptasen los controles de precios fueron el acceso preferente a los crditos bancarios y a los contratos de compra del gobierno. Viniendo de un ministro con unos antecedentes como los de Krieger Vasena, la poltica de ingresos constituy toda una innovacin total; reflej la creencia de que los mercados de bienes y salarios en una economa cerrada como la Argentina distaban mucho de ser competitivos, lo cual constitua una visin ms realista que la de otros programas tradicionales con races liberales. El ataque contra el dficit fiscal se llev a cabo mejorando la recaudacin de impuestos, subiendo los precios de los servicios pblicos y reduciendo el empleo pblico y las prdidas de las empresas estatales. Esto ayud al sector pblico a jugar un papel importante en la rpida expansin de las inversiones, que casi alcanzaron los niveles del auge de 1960-1961, esta vez financiadas sobre todo por los ahorros internos. Krieger Vasena rechaz la opinin de los monetaristas ortodoxos y opt por una poltica monetaria expansiva para evitar los riesgos de recesin. Los crditos bancarios para el sector privado crecieron significativamente, en parte porque la severa poltica fiscal permiti una reduccin de los prstamos del Banco Central a la Administracin estatal. Adems, Krieger Vasena procur ganarse la confianza de los crculos econmicos al eliminar los controles de cambios, renovar los contratos con las compaas petroleras extranjeras y firmar un nuevo acuerdo con el FMI. Concebido como un ajuste econmico global para satisfacer las necesidades de los grupos ms dinmicos y concentrados, el programa impuso a los dems intereses sectoriales su contribucin. Los productores rurales cedieron parte de los beneficios extraordinarios derivados de la devaluacin bajo la forma de impuestos sobre las exportaciones; la industria tuvo que competir con artculos de importacin ms baratos; los sindicatos fueron privados de la negociacin colectiva; las empresas estatales y la Administracin pblica tuvieron que pasar por un proceso de racionalizacin. La puesta en marcha de este programa en marzo de 1967 coincidi con una gran derrota para los sindicatos. El Plan de Accin que anunciaron provoc una respuesta severa del gobierno. Para que sirviese de advertencia, se congelaron las cuentas bancarias de varios sindicatos; a otros se les retir el reconocimiento jurdico que les era indispensable para funcionar, y el rgimen amenaz con disolver la CGT. El 6 de marzo la confederacin obrera decidi cancelar su protesta. Al cabo de unos das recibi el golpe de gracia cuando Krieger Vasena suspendi las negociaciones colectivas y reserv al Estado la capacidad de fijar los salarios durante los prximos dos aos. El colapso de la tctica consistente en golpear primero y negociar luego, que los sindicatos haban empleado hasta entonces, provoc una grave crisis de liderazgo. La mayora de los dirigentes sindicales opt por dar un paso atrs y se refugiaron en una prudente pasividad. Un grupo ms pequeo pero todava importante se dirigi al gobierno con la esperanza de recibir los pequeos favores que Ongana otorgaba de vez en cuando para compensar el sometimiento a sus polticas. La ambigua relacin del presidente con los economistas liberales que rodeaban a Krieger Vasena despert en otros lderes obreros la esperanza de crear en un futuro cercano la antigua alianza nacionalista entre las fuerzas armadas y los sindicatos. En definitiva, el movimiento obrero entr en un prolongado 129

receso poltico. As, el gobierno pudo jactarse de que en 1967 los das-hombre perdidos a causa de las huelgas fueron slo 242.953 en comparacin con los 1.664.800 de 1966. Mientras tanto, el programa econmico de Krieger Vasena iba dando frutos. Hacia finales de 1968 la tasa de inflacin anual haba cado del 30 por ciento a menos del 10 por ciento y la economa empezaba a registrar un crecimiento sostenido. Aunque la reactivacin econmica de 1967 y 1968 fue alimentada principalmente por las inversiones del estado, en especial en obras pblicas, la entrada de capital extranjero a corto plazo fortaleci las reservas netas de divisas extranjeras y compens los resultados insatisfactorios de la balanza comercial. Tanto en 1967 como en 1968 el crecimiento de la produccin agrcola no impidi que el valor neto de las exportaciones cayera por debajo del nivel de 1963 debido al deterioro de los trminos de intercambio que haba empezado en 1964 y continuara hasta 1972. Otros problemas que se agudizaran con el tiempo empezaron, poco a poco, a salir a la luz porque la estrategia de substitucin de las importaciones, basada en un mercado interno protegido por barreras arancelarias, estaba llegando a su lmite. Los xitos econmicos cosechados en estos dos aos, sin embargo, no aumentaron la popularidad del rgimen militar. La poltica de Krieger Vasena, respaldada por las facciones ms poderosas del mundo de los negocios, entraaba fuertes costes para muchos sectores. Las quejas con que los productores rurales haban recibido los impuestos a la exportacin se hicieron ms estridentes cuando se intent implantar un impuesto sobre la tierra con el fin de estimular la productividad y combatir la evasin fiscal. Las empresas pequeas y medianas vieron cerrado su acceso a los crditos baratos al tiempo que se eliminaba la proteccin arancelaria de que haban gozado en el pasado ms reciente y acusaron al ministro de intentar debilitarlas con el objeto de concentrar y privatizar la economa. Aunque las prdidas salariales no fueron muy grandes, los sindicatos recibieron mal la congelacin de su capacidad de ejercer presin. Esta acumulacin de tensin en mbitos tan diversos fue gestando un larvado descontento. La supresin del sistema poltico haba permitido a Ongana proteger al estado del efecto de las presiones cruzadas que en anteriores ocasiones haban paralizado a ms de un gobierno. Pero, inevitablemente, comenz a abrirse una grieta peligrosa entre las fuerzas de la sociedad civil y un poder estatal que devena cada vez ms remoto y autoritario. En su intento de aislarse de las exigencias de las fuerzas sociales, Ongana no innovaba demasiado: otros presidentes haban tratado tambin de salvaguardar as sus polticas. Pero l convirti en una filosofa de gobierno lo que para otros haba sido slo una actitud defensiva. As, su desdn y su arrogancia dieron a los grupos de inters la sensacin de que lo nico que esperaba de ellos era la adhesin incondicional a los designios oficiales. El estilo autocrtico de Ongana afect tambin sus relaciones con el estamento militar. Aprovechando todas las ocasiones que se le presentaban para repetir que las fuerzas armadas ni gobiernan ni cogobiernan, haca odos sordos a las preocupaciones de la jerarqua militar sobre el rumbo que segua la revolucin. En agosto de 1968 esta coexistencia conflictiva entr finalmente en crisis y Ongana destituy a los comandantes en jefe de las tres armas. Al dejar su puesto, el general Alsogaray critic explcitamente la concepcin absolutista y personal de la autoridad que tena el presidente al tiempo que denunciaba la orientacin poco clara del gobierno en las cuestiones polticas. Su sucesor como jefe del ejrcito, el general Alejandro Lanusse, comparta estos puntos de vista, por lo que Ongana fue quedando progresivamente aislado de sus camaradas de armas.

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El fatdico ao de 1969 empez con seales prometedoras para la economa. El nivel de actividad continu subiendo y el ao se cerr con un incremento excepcional del 8,9 por ciento en el PIB; la tasa anual de inflacin era de alrededor del 7 por ciento en mayo; mientras que en el mes anterior a la puesta en prctica del programa de Krieger Vasena las reservas netas de divisas extranjeras eran de 176 millones de dlares, en abril la cifra era de 694 millones. Estos xitos eran fruto de la tregua social y poltica impuesta por el gobierno. Lo que estaba por verse era si estos logros podan hacerse permanentes, a la vista de las tensiones que se haban ido acumulando. A pesar del xito de la poltica contra la inflacin, el tipo de cambio haba cado hasta niveles inferiores a la devaluacin de marzo de 1967. Para compensar la inflacin, Krieger Vasena fue reduciendo una y otra vez los impuestos sobre la exportacin, pero sin poder evitar el empeoramiento de los precios relativos de los productos agrcolas. Los ingresos reales, congelados en los niveles de 1966, tambin declinaron. Estas dificultades incipientes, sin embargo, no alteraron la complaciente autosatisfaccin petulante del rgimen ante los buenos resultados de la economa y el slido orden impuesto a la sociedad. Los conflictos que estallaban de vez en cuando tendan a apagarse rpidamente y pareca que la vida poltica hubiera quedado reducida a las guerrillas domsticas que oponan a Ongana y sus crticos liberales de la derecha con respecto al futuro de la revolucin. Sin embargo, haba evidencias del elevado potencial de protesta que se esconda debajo de la superficie de esta pax autoritaria. En marzo de 1968 fue convocado un congreso para elegir responsables de la CGT, que careca de lderes desde la dimisin de los dirigentes de la gran derrota de marzo de 1967. De ah, surgi un grupo de lderes nuevos y muy radicalizados que contaban con el respaldo de los sindicatos ms afectados por las medidas del gobierno. El ala tradicional y ms moderada del movimiento sindical, cuyo representante era Augusto Vandor, decidi entonces convocar otro congreso y crear una central sindical alternativa. La CGT rebelde hizo llamadas a la lucha que al principio encontraron cierta respuesta pero luego perdieron fuerza, en parte debido a la represin pero, sobre todo, debido a las defecciones al bando de Vandor. Ms importantes fueron a largo plazo la serie de conflictos en las fbricas que empezaron en las zonas industriales del interior, donde hizo su aparicin una nueva generacin de dirigentes sindicales a la cabeza de comisiones obreras imbuidas de ideologa izquierdista. En marzo de 1969, la efervescencia social hizo eclosin en seal de protesta contra las autoridades universitarias. Los estudiantes de la ciudad de Corrientes ocuparon la calle y el da 15 uno de ellos fue muerto por la polica. La protesta se extendi a las dems universidades, en particular la de Rosario, donde muri otro estudiante y la ciudad fue escenario de un vasto levantamiento popular. El gobernador de Crdoba aadi un nuevo estmulo a la protesta al suprimir algunos beneficios de que gozaban los obreros de su provincia, la segunda entre las ms industrializadas del pas. El 15 de mayo hubo fuertes enfrentamientos con la polica y al da siguiente se declar una huelga general. Pocos das despus tuvo lugar el acontecimiento que se llamara el cordobazo: el 29 y el 30 de mayo, los obreros y los estudiantes ocuparon el centro de la ciudad. Desbordada por una multitud enardecida y atacada por francotiradores, la polica se retir. Con la ciudad en su poder durante varias horas, la muchedumbre se entreg al incendio y el saqueo de oficinas del gobierno y propiedades de empresas extranjeras. La rebelin no qued sofocada hasta que las tropas del ejrcito ocuparon la ciudad.

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Los sucesos de mayo provocaron estupor y alarma. La violencia en las calles, los motines populares, eran expresiones de protesta que tena pocos antecedentes en la historia reciente. Es verdad que desde 1955 la lucha poltica no haba tenido lugar exclusivamente dentro del marco legal, pero los lderes polticos y obreros siempre procuraron evitar ser arrastrados por sus bases. En rigor, recurran a la movilizacin de masas slo como tctica para alcanzar soluciones conciliatorias. En 1966 Ongana cerr los mecanismos jurdicos y extra jurdicos dentro de los cuales se haba desarrollado ese juego poltico. El resultado fue la rpida prdida de autoridad de los lderes de masa. Los partidos cayeron en un estado de parlisis, los dirigentes obreros debieron batirse en retirada y el propio Pern se convirti en poco ms que un cadver poltico cuando perdi el escenario electoral desde el que se las haba arreglado para debilitar tanto a los gobiernos civiles como a los militares. De esta manera Ongana allan el camino para los actos de rebelin espontnea que vendran ms adelante. A pesar de las medidas represivas, los acontecimientos de mayo haban dado un ejemplo. Desde entonces, proliferaron los levantamientos populares en las ciudades del interior, cundieron las huelgas no autorizadas desafiando abiertamente a los lderes nacionales de los sindicatos y la agitacin estudiantil se apoder de las universidades. Finalmente, hizo su aparicin la guerrilla urbana. El alcance y la naturaleza de esta oposicin incipiente alarm a las filas de la Revolucin Argentina y abri un debate sobre qu camino seguir. El general Aramburu, que se haba mantenido al margen del gobierno, comenz a abogar por una retirada negociada sobre la base de la rehabilitacin de los partidos polticos. A ellos correspondera llevar a cabo la doble tarea de encauzar la protesta popular y poner sus votos al servicio de un candidato a la presidencia acordado con las fuerzas armadas. La propuesta no encontr aceptacin: el retorno de una clase poltica que tan recientemente haba sido encontrada culpable de la crisis de gobierno era una opcin escasamente atractiva. Haran falta nuevos reveses para que los militares acabaran aprobando la idea. Bajo los efectos psicolgicos de la oleada de protestas, al principio la solidaridad prevaleci dentro de las fuerzas armadas y los oficiales cerraron filas detrs de Ongana. El presidente aprovech esta situacin para destituir a Krieger Vasena, nombr ministro de Economa a un tcnico sin antecedentes polticos e insufl nueva vida a su proyecto corporativista. En este contexto se produjo un repentino empeoramiento de la situacin econmica. La incertidumbre sobre la estabilidad del peso que sigui a la destitucin de Krieger Vasena dio paso a una masiva huida de capitales. Tanto la expansin econmica en curso como el clima especulativo predominante provocaron un fuerte incremento de las importaciones. En suma, la reduccin de las reservas de divisas extranjeras fue tan sbita que las nuevas autoridades se vieron obligadas a imponer una poltica monetaria ms restrictiva. A finales de 1969, las favorables expectativas, de poco tiempo atrs, haban dado paso a un escepticismo generalizado. Los precios empezaron a subir otra vez y afectaron al tipo de cambio fijo que, como smbolo de continuidad, el Ministerio de Economa insisti obstinadamente en mantener. La debilidad de la balanza de pagos y las tensiones inflacionarias crearon una presin irresistible a favor de una nueva devaluacin. La actitud optimista del mundo de los negocios tambin desapareci con la destitucin de Krieger Vasena. El descontento de dichos crculos aument a medida que Ongana empez a proclamar la inminente llegada de la fase social de la revolucin, en un esfuerzo por contener la proliferacin de conflictos. Una promesa de restaurar la negociacin colectiva y una ley que otorgaba a los dirigentes obreros el control de los inmensos recursos de los fondos sociales de los sindicatos fueron gestos en esta direccin. 132

Pero los dirigentes obreros no estaban en condiciones de frenar el activismo popular. Tampoco la polica bastaba para asegurar el tambaleante orden autoritario. Las fuerzas armadas debieron intervenir de forma creciente en la represin, y esto las empuj a reclamar que se les diera ms voz y voto en las polticas del gobierno. Pero Ongana defendi tercamente sus prerrogativas autocrticas y cuando en junio de 1970 se neg a compartir las responsabilidades de la direccin estatal, la junta de comandantes decidi deponerle. La Argentina que dej Ongana al abandonar el cargo no era la misma que haba encontrado. Desde el poder se haba propuesto eliminar para siempre los conflictos polticos, pero al final los exacerb y de manera profunda. En su bsqueda de un nuevo orden Ongana haba erosionado las bases mismas del modus vivendi dentro del cual, a costa de un elevado nivel de inestabilidad institucional, los argentinos haban resuelto anteriormente sus diferencias. La destruccin de este sistema frgil y casi subterrneo de convivencia pacfica liber fuerzas animadas por una ira y una violencia hasta entonces desconocidas. Nacido en el corazn de las clases medias, el movimiento de resistencia armada plante un desafo formidable a los militares y a los polticos. El intento de exorcizar esta presencia a la vez desconcertante y amenazadora infligira a la Argentina contempornea sus heridas ms profundas y duraderas. Los grupos guerrilleros se formaron, al principio, de acuerdo con el modelo clsico de militantes clandestinos con dedicacin plena que a la sazn eran comunes en Amrica Latina y que el pas conociera en 1959 y 1964.Con el paso del tiempo fueron evolucionando hasta crear verdaderas organizaciones de masas cuyos miembros participaban en grados diferentes en la violencia armada. Fue la amplia aceptacin de la guerrilla entre la juventud de clase media, lo que dio a la experiencia argentina su rasgo ms distintivo. Los dos grupos de guerrilleros ms importantes eran el Ejrcito Revolucionario del Pueblo (ERP), cuyas tendencias eran trotskistas, y los Montoneros, que eran peronistas y se llamaban as en recuerdo de los ejrcitos irregulares de gauchos que lucharon en el norte contra las tropas espaolas durante las guerras de independencia. Mientras que la guerrilla trotskista conceba su accin como una extensin de la lucha social, el brazo armado de la juventud peronista procuraba, adems, intervenir en los conflictos polticos, incluidos los del propio movimiento peronista. Su objetivo era neutralizar cualquier probabilidad de resolucin poltica de la crisis militar, castigar toda manifestacin de colaboracin; as, los Montoneros se adjudicaron la responsabilidad de secuestrar y luego asesinar al general Aramburu y la eliminacin fsica de destacados dirigentes sindicales, entre ellos Vandor. Despus de la destitucin de Ongana, lo primero que hizo la junta de comandantes fue reorganizar la estructura del poder militar. Para evitar una repeticin de la experiencia reciente, los jefes de las tres armas exigieron al presidente que consultara con ellos siempre que tuviera que tomar una decisin importante. El general Roberto Levingston, oficial casi desconocido que los comandantes crean que estaba por encima de todas las facciones, fue nombrado jefe del estado y encargado de la tarea de construir un sistema poltico eficiente, estable y democrtico. Al menos esto era lo que crea el general Lanusse, el comandante del ejrcito, que era el verdadero arquitecto del cambio de rumbo y que influy decisivamente en la composicin del nuevo gabinete, la mayora del cual estaba asociado con la llamada corriente liberal dentro de las fuerzas armadas. El Ministerio de Economa se asign a un ex colega de Krieger Vasena, Carlos Moyano Llerena. En la emergencia, Moyano recurri a 133

medidas parecidas a las que se haban tomado en marzo de 1967: devalu el peso de 350 a 400 por dlar, lo cual permiti al gobierno recaudar fondos imponiendo nuevos impuestos a las exportaciones; baj los aranceles de importacin y llam a acuerdos voluntarios sobre precios. Sin embargo, esta frmula no logr repetir su xito anterior, toda vez que el contexto poltico haba cambiado radicalmente. La devaluacin se interpret como seal de futuros cambios en la paridad de la divisa, y la aceleracin de la tasa de inflacin hasta sobrepasar el 20 por ciento en 1970 gener una fuerte presin sobre los salarios. El gobierno ya no estaba en condiciones de hacer odos sordos a las exigencias de los sindicatos; en septiembre tuvo que conceder un aumento general del 7 por ciento y prometer otro 6 por ciento a principios de 1971. La poltica de contraccin monetaria se hizo insostenible ante el alza de precios y salarios, de tal manera que la oferta monetaria tuvo que ampliarse al mismo ritmo que la subida de los precios en la segunda mitad de 1970. A partir de enero de 1971 el dlar se ajust tambin en pequeos incrementos mensuales. A esta altura, el eclipse de la poltica de estabilizacin era total. El riesgo era que el nuevo rumbo del rgimen militar tambin estuviera en peligro. El presidente Levingston pareca reacio a conformarse con la misin que le haban confiado y se asign un papel ms elevado: preparar el advenimiento de un nuevo modelo para Argentina basado en una democracia ms jerrquica y ordenada que la asociada con el retorno de los viejos partidos. Para ello sera necesario profundizar la revolucin, enigmtica consigna cuyo alcance se revel cuando en octubre de 1970 Levingston reorganiz el gabinete y se dispuso a dejar su huella en la ya convulsionada historia de la Revolucin Argentina. Nombr ministro de Economa a Aldo Ferrer, economista de ideas diametralmente opuestas a las de sus predecesores, vinculado a la ideologa de la Comisin Econmica para Amrica Latina (CEPAL) de la ONU y favorable al fortalecimiento de la industria estatal y nacional. La retrica nacionalista que colore el mandato de Ferrer estaba en sintona con los sentimientos de los sectores medios de la burguesa argentina y de la oficialidad de las fuerzas armadas, que haban recibido malla poltica de Krieger Vasena favorable a las grandes empresas y el capital extranjero. La nueva direccin se tradujo en una vuelta al proteccionismo con un aumento de los derechos de importacin, restricciones a las inversiones extranjeras y la promulgacin de una ley que obligaba a las empresas estatales a dar prioridad en sus compras a los proveedores locales. A corto plazo, Ferrer, acosado por una oleada de exigencias sectoriales, se limit prudentemente a administrar las presiones inflacionarias por medio de la indexacin gradual de la economa. La prudencia no fue, empero, una caracterstica de la conducta poltica de Levingston. Despus de librarse de los ministros que le haba impuesto la junta, busc el apoyo de figuras polticas que los avatares de los ltimos tiempos haban privado de casi todo squito popular. Con su auxilio y el uso de consignas nacionalistas y populistas, intent un nuevo comienzo para la Revolucin Argentina y esto sac a los partidos tradicionales de su letargo. En noviembre de 1970, peronistas, radicales y otros grupos minoritarios dieron a luz La Hora del Pueblo, una coalicin creada para forzar la convocatoria a elecciones. Los aos pasados bajo dominacin militar haban unido a los antiguos rivales en la exigencia comn de un retorno a la democracia. Esta era una actitud nueva porque desde 1955 uno u otro de los bandos haba participado en golpes militares con la esperanza de adquirir influencia en el gobierno (los peronistas en 1966) o de ser sus herederos electorales (los radicales en la Revolucin Libertadora).

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La reaparicin de los partidos asest un duro golpe para las ambiciones de Levingston. Al tiempo que lo enemistaba con los crculos conservadores, su prdica nacionalista y populista mostr tener escaso eco en aquellos a quienes iba dirigida. Tanto los sindicatos como la burguesa prefirieron alinearse con el nuevo polo opositor a asociarse con un presidente cada vez ms aislado. Por su parte, la estructura de poder montada por los comandantes militares se les haba escapado de las manos, pero stos vacilaban frente a la confesin de su fracaso. Finalmente, la audaz imprudencia de Levingston les facilit las cosas. En febrero de 1971 nombr para la agitada provincia de Crdoba a un gobernador con una mentalidad prxima al conservadurismo fascista de los aos treinta, quien empez su mandato con un discurso desafiante en el cual anunci terribles e inminentes castigos. La respuesta fue un nuevo levantamiento popular, no menos violento y extendido que el de 1969. Este segundo cordobazo precipit una crisis nacional, y el 22 de marzo la junta de comandantes destituy a Levingston y volvi a tomar las riendas del poder. Comenz, as, el ltimo tramo del rgimen militar, dirigido ahora al restablecimiento de las instituciones democrticas. Careciendo de la cohesin y la capacidad de represin necesarias para restaurar los objetivos originales de 1966, las fuerzas armadas salieron a la bsqueda de una solucin poltica que les permitiera encapsular institucionalmente la oleada de protestas populares y volver a sus cuarteles. El general Lanusse fue nombrado presidente y despleg inmediatamente la nueva estrategia, legalizando los partidos y llamando a un acuerdo amplio entre los militares y las fuerzas polticas para elaborar las reglas de la transicin institucional La novedad de esta convocatoria era que inclua al peronismo. Por primera vez desde 1955, las fuerzas armadas estaban dispuestas a aceptar al peronismo, reconociendo que cualquier solucin poltica que excluyese a Pern era ilusoria y de corto alcance. Pern es una realidad, nos guste o no, reconoci pblicamente Lanusse,7 poniendo fin as a uno de los ms caros tabes de los militares argentinos. Acaso ningn otro oficial podra haberse atrevido a tanto. Siendo un joven teniente, Lanusse haba estado en la crcel bajo la primera presidencia de Pern. Adems, sus credenciales como representante del ala liberal del ejrcito eran impecables y sus lazos familiares le vinculaban al mundo econmico. Estos antecedentes y el prestigio de que gozaba entre sus colegas, gracias a un estilo muy distinto de la brusca arrogancia de Ongana y Levingston: hacan de l un lder digno de confianza para la osada maniobra poltica que deba llevar a cabo. Lo que empuj a los militares a negociar con Pern no fue su tradicional resistencia a aceptar el papel de la clase obrera en la poltica nacional; ms bien fue la amenaza que planteaba el movimiento juvenil de clase media. En la lucha contra el rgimen militar, la juventud radicalizada a finales del decenio de 1960 haba adoptado el peronismo como medio de identificarse con el pueblo. En un giro histrico, los hijos de quienes con mayor firmeza se haban opuesto a Pern dieron la espalda a sus padres para abrazar justamente la causa que estos haban combatido. Bajo el influjo de las ideas de Che Guevara y Frantz Fanon y la teologa de la liberacin, los protagonistas de este parricidio poltico transformaron a Pern y el peronismo en la encarnacin militante de un socialismo nacional. La hiptesis de Lanusse era que, una vez incluido en el sistema poltico, Pern retirara el apoyo ideolgico al movimiento revolucionario que invocaba su nombre. Una
Clarn, 28 de julio de 1972; citado en Liliana de Riz, Retorno y derrumbe: el ltimo gobierno peronista, Hispamrica, Buenos Aires, 1987, p. 46.
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curiosa paradoja histrica se hizo evidente: aquel a quien en otro tiempo se haba identificado con una mitad del pas pas a serlo todo para todos. Ahora se peda a Pern que aplicara sus notables habilidades al salvamento de un sistema institucional que navegaba a la deriva; en 1972 lo que estaba en juego era la gobernabilidad misma del pas. La estrategia de Lanusse se aproximaba bastante a la que inspir a la elite conservadora durante el primer decenio del siglo, cuando decidi garantizar las elecciones libres y secretas con el fin de permitir la participacin del Partido Radical. Tambin entonces se juzg menos peligroso incorporar a los radicales en el sistema que dejarlos fuera y expuestos a tentaciones revolucionarias. Sin embargo, la elite conservadora perdi el control del proceso que puso en marcha y los radicales, liderados por Hiplito Yrigoyen, en vez de ocupar la posicin subordinada que les haban reservado triunfaron en las elecciones y acabaron apoderndose del gobierno. A medida que pasara el tiempo, este paralelismo histrico se volvera mucho ms directo de lo que Lanusse estaba dispuesto a reconocer al principio. La propuesta de Lanusse pretenda asegurar la participacin del peronismo en el futuro desenlace en condiciones controladas. Los peronistas podran presentarse a las elecciones para cualquier cargo excepto la presidencia. Adems, Pern deba desautorizar pblicamente a la guerrilla peronista. Esta propuesta, que negociaron en secreto agentes que Lanusse envi a hablar con Pern en su exilio de Madrid, formaba parte de un acuerdo ms amplio en el cual todas las principales fuerzas polticas eran invitadas a dar su apoyo a un candidato presidencial comn que las fuerzas armadas consideraran aceptable. Lanusse contaba con la predisposicin favorable de los polticos peronistas e incluso de los lderes sindicales, para quienes un retorno a la democracia prometa posiciones de mayor influencia. El factor desconocido era la actitud que el propio Pern adoptara despus de aos de sabotear los acuerdos polticos creados con gran esfuerzo por los que le haban derrocado y proscrito. Ms all de la reparacin histrica que entraaba la negociacin misma, se ofreci a Pern la cancelacin de todas las penas contra l, pendientes desde 1955, y algo que era especialmente simblico: en septiembre de 1971 los militares le entregaron el cadver embalsamado de Evita, que quince aos antes haba sido transportado secretamente a Europa y enterrado bajo un nombre falso en un cementerio italiano. Sin embargo, Pern eludi las definiciones que se le pedan. Decidido a explotar la iniciativa que le brindaba la crisis militar, sigui un rumbo ambiguo y dej abiertas todas las posibilidades que ofreca la situacin. Adems, ni siquiera l, como tantos otros, poda estar absolutamente seguro del desenlace final. En octubre de 1971 se produjo un levantamiento militar acaudillado por oficiales que simpatizaban con Ongana y Levingston, que acusaban a Lanusse de traicionar los objetivos de la revolucin y de entregar el pas a los viejos polticos. La rebelin fue sofocada con facilidad, pero cambi las condiciones de negociacin. Lanusse estaba tan identificado con la salida electoral que si sta fracasaba no era seguro que pudiese conservar el liderazgo de las fuerzas armadas. Consecuentemente, su posicin en el juego poltico se debilit. Pern aprovech esto para continuar alentando a la guerrilla y reducir sus concesiones a un mnimo, en fin, procur aumentar las tensiones para obligar a que las elecciones se celebraran de acuerdo con sus propios trminos en vez de los que pretendan imponerle. Al hacerlo, tambin tuvo en cuenta el repudio generalizado que rodeaba al rgimen militar y que haca que las acciones cada vez ms osadas de los jvenes violentos se vieran con cierta benevolencia. Las medidas represivas, a la vez brutales e ineficaces, 136

que se descargaban sobre la resistencia armada contribuan, asimismo, al desprestigio de los militares, tanto en el pas como en el extranjero. El gobierno militar se vio obligado a limitarse a seguir la dinmica del proceso que l mismo haba desencadenado. Circunstancias menos dramticas haban causado el golpe de estado de 1966. Esta vez, sin embargo, no se hizo nada para interrumpir las elecciones que deban celebrarse en marzo de 1973. El temor a una fusin explosiva entre el descontento popular y el movimiento guerrillero reforz la decisin de institucionalizar el pas. Como todas las veces que se reabra la perspectiva electoral, Pern se convirti en un polo de atraccin y utiliz su renovada popularidad para tejer una red de alianzas. As, sin dejar de alabar a los guerrilleros, empez a moverse en otras dos direcciones. En primer lugar, hacia los radicales, con los que acord un pacto de garantas mutuas en el cual declar que respetaba los derechos de las minoras al tiempo que exiga a sus antiguos adversarios el compromiso, a favor de elecciones sin vetos ni proscripciones. En segundo lugar, comenz a acercarse a los grupos de inters a travs de Frondizi, al que incluy en una alianza poltico-electoral que no propona nada que pudiese alarmar a los terratenientes y a los empresarios. El tiempo jugaba en contra de Lanusse, que no podr mostrar los frutos prometidos de su estrategia ante sus camaradas. El Partido Radical tampoco estaba dispuesto a interpretar el papel que se le haba asignado. Si bien no se opona a la poltica oficial para dar pretextos a un golpe de estado, tampoco quera secundar los planes de quienes le haban derrocado en 1966. La situacin de Lanusse se volvi an ms complicada a mediados de 1972 cuando Pern revel en Madrid los contactos hasta entonces secretos con sus emisarios. El malestar que ello provoc en los cuadros de oficiales slo se calm cuando Lanusse anunci pblicamente que iba a retirar su candidatura a la presidencia. A esta decisin le sigui otra, obviamente dirigida a Pern, que sealaba una fecha lmite para que todos los candidatos fijaran residencia en el pas. Aunque protest, el caudillo exiliado evit cuidadosamente desafiar los lmites ltimos de la tolerancia del gobierno militar, que ahora daba muestras de inquietud. Al acercarse el plazo en noviembre de 1972, Pern regres a Argentina despus de una ausencia de diecisiete aos, y se qued varias semanas. No siento odio ni rencor. No es momento de venganzas. Regreso como pacificador de espritus8 fueron las palabras que dirigi al pueblo argentino, que le recibi con una mezcla de asombro e incredulidad. Durante su visita Pern se reconcili con el lder de los radicales, Ricardo Balbn, y puso la piedra angular del frente electoral que unira a los peronistas, el Partido Conservador Popular, los seguidores de Frondizi, el Partido Popular Cristiano y algunos socialistas. Al volver a Madrid, nombr candidato presidencial del frente a Hctor Cmpora, poltico menor que era conocido por su fidelidad canina al lder populista y por sus recientes y estrechos vnculos con la combativa juventud peronista. Esta decisin provoc resentimiento visible entre los lderes sindicales y los polticos moderados del movimiento, que se sintieron postergados injustamente. Cmpora, adems, poda ser alcanzado por las restricciones electorales impuestas por el gobierno, y muchos sospecharon que Pern quera que se descalificara a su candidato, en una nueva vuelta de su cambiante tctica poltica. Lanusse decidi no responder a este desafo que Pern le lanzaba en el ltimo momento. El 11 de marzo de 1973 la coalicin peronista obtuvo el 49 por ciento de los votos, los radicales el 21 por ciento, los partidos de la derecha el 15 por ciento
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Citado en Liliana de Riz, op. cit., p.63.

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y un frente de izquierda el 7 por ciento. Luego del estrepitoso fracaso de la estrategia de Lanusse, los militares abandonaron el gobierno, llevndose como consuelo la visin del anciano caudillo haciendo frente a la titnica tarea que ellos no haban podido llevar a cabo: la de construir un orden poltico capaz de poner bajo control las expectativas y las pasiones desencadenadas por casi dos dcadas de frustracin y discordia. El Retorno y Cada Del Peronismo, 1973-1976 Una vez se hubo efectuado el recuento de los votos y el gobierno de Cmpora tom posesin, la situacin poltica evolucion rpidamente hacia una crisis institucional. Alentados por el respaldo de Pern, los sectores radicalizados rodearon al nuevo presidente para proseguir, ahora desde el poder, la poltica de movilizacin de masas. Bajo la mirada complaciente de Cmpora, se producan revueltas cotidianas de las bases obreras contra los lderes sindicales, y las ocupaciones de numerosos edificios pblicos por brigadas de la Juventud Peronista. El objetivo que unificaba esta militante ofensiva era recuperar tanto el gobierno como el movimiento para las nuevas generaciones de un tambin nuevo peronismo socialista. En estas condiciones, los conflictos que hasta entonces haban permanecido latentes dentro del conglomerado de fuerzas que haban apoyado la vuelta del peronismo al poder salieron a la superficie. Los jefes sindicales los grandes postergados en la operacin poltica que condujo a la derrota de los militares manifestaron su alarma ante un proceso poltico que escapaba a los valores tradicionales de la ortodoxia peronista. Esta preocupacin era compartida por Pern y los miembros de su crculo ntimo que le acompaaban en el exilio, en especial Jos Lpez Rega, su secretario, ex cabo de polica, aficionado a las ciencias ocultas. Transcurridos apenas cuarenta y nueve das desde que prestara juramento como presidente, Cmpora fue forzado a dimitir y nuevas elecciones llevaron al propio Pern a la presidencia, con su esposa, Isabel, como vicepresidenta. Los comicios, celebrados en septiembre de 1973, dieron la victoria a la candidatura Pern-Pern con un 62 por ciento de los votos emitidos. La magnitud del triunfo electoral fue una indicacin clara de que muchos de sus antiguos enemigos haban decidido votar al anciano caudillo con la esperanza de que pusiera bajo control a sus seguidores juveniles. Dos das despus de las elecciones, antes incluso de que terminaran las celebraciones de la victoria, Pern recibi una advertencia ominosa al caer asesinado por la guerrilla el secretario general de la CGT, Jos Rucci, uno de sus partidarios ms leales. El viraje tctico que alejara a Pern de sus jvenes admiradores de la izquierda haba sido anunciado el 20 de junio, el da que regres para residir de forma permanente en Argentina. Casi dos millones de personas lo esperaron en el aeropuerto de Ezeiza, la mayora de ellas bajo las pancartas de las tendencias revolucionarias del peronismo. Lo que debera haber sido una gran celebracin popular se convirti en una batalla campal, con muchos muertos y heridos, al enfrentarse bandas armadas de la derecha y la izquierda. El avin en que viajaba Pern fue desviado a otro aeropuerto. Por la noche Pern pronunci un discurso en el que revel el proyecto poltico con que volva al pas, despus de tan larga ausencia.9 Comenz con un llamamiento a la desmovilizacin: Tenemos una revolucin que realizar, pero para que sea vlida debe ser una reconstruccin pacfica. No estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un
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La Nacin, 21 de junio de 1974; citado en Liliana de Riz, op. cit. P. 90.

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destino preado de acechanzas y peligros. Es preciso volver a lo que en su hora fue nuestra mxima: del trabajo a casa y de casa al trabajo. Su nueva visin de la comunidad poltica se reflej en esta declaracin: El justicialismo jams fue sectario ni excluyente y hoy llama a todos los argentinos sin distinciones para que todos, solidariamente, nos unamos a la tarea de reconstruccin nacional. Ms adelante, esta convocatoria fue ms explcita cuando substituy la antigua consigna Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, que haba dividido al pas durante sus dos primeras presidencias, por otra nueva, Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Sus palabras finales estuvieron dirigidas a suprimir de cuajo las esperanzas de una renovacin doctrinaria que l mismo haba estimulado durante sus ltimos aos en el exilio. Somos justicialistas. Levantemos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes... No hay nuevos rtulos que califiquen a nuestra doctrina. Los que ingenuamente piensan que pueden copar a nuestro movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado se equivocan. Con este mensaje Pern valid la audaz decisin tomada por Lanusse dos aos antes. De ah en adelante y ante el desconcierto de la juventud peronista, se ocup de revertir el giro a la izquierda que imprimieron a la lucha contra el rgimen militar y que Cmpora errneamente convirtiera en poltica de gobierno. Despus del triunfo electoral, el ERP ratific su estrategia subversiva, mientras que los Montoneros suspendieron sus actividades, sealando que su futura conducta dependera del cumplimiento de sus promesas revolucionarias por el nuevo gobierno. As, el jefe de los Montoneros, Mario Firmenich, al preguntrsele si abandonaban el uso de la fuerza, respondi:
En modo alguno, el poder poltico sale de la boca de un fusil. Si hemos llegado hasta aqu es porque tenamos fusiles y los usbamos. Si los abandonramos, sufriramos un revs en nuestra posicin poltica. En la guerra hay momentos de enfrentamiento, tales como aquellos por los que hemos pasado, y hay momentos de tregua, en los cuales se hacen los preparativos para el prximo enfrentamiento.10

El cambio experimentado en el discurso y la conducta de Pern coloc a los jvenes peronistas ante la opcin de romper con l y ser marginados de la coalicin popular unida en torno a su liderazgo. Grave como era, la disidencia de los jvenes no agot todos los interrogantes que planteaba el retorno del peronismo al poder. Si bien Pern pareca capaz de cambiar desde el gobierno las polticas que alentara desde la oposicin, caba esperar la misma flexibilidad de un movimiento que haba crecido en los ltimos dieciocho aos con una fuerza contestataria y que se senta escasamente comprometido con un sistema institucional en el cual su participacin haba estado siempre recortada? Cmo podra Pern inculcar la necesidad de la coexistencia poltica a quienes las constantes proscripciones haban llevado a un sectarismo larvado? Cmo convencer a aquellos que haban visto retroceder su participacin en el progreso de que era prudente compatibilizar las exigencias del trabajo con la estabilidad de la economa? Finalmente, cmo obtener la paz de aquellos cuya violencia Pern haba previamente exaltado? De hecho, el llamamiento del anciano caudillo a la reconciliacin encontr mejor acogida entre sus adversarios que entre sus seguidores. Los primeros vieron en el mensaje
El Descamisado, 11 de septiembre de 1973; citado en Guido Di Tella, Pern-Pern, 1973-1976, Sudamericana, Buenos Aires, 1983, p. 55.
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de Pern una promesa de orden poltico en una Argentina sacudida por los conflictos y la violencia; los segundos, en cambio, prefirieron ver en el triunfo electoral el esperado momento de su vindicacin histrica. Al arribar al poder en 1946, Pern enfrent un desafo parecido. Pero, mientras que entonces haba un caudillo enrgico y ambicioso en el centro de la coalicin populista, este Pern que ahora regresaba para disciplinar las esperanzas y las pasiones desatadas por su retorno era un hombre de setenta y ocho aos, con su salud quebrantada y la hipoteca de un largo exilio. Durante los diez meses que le restaban de vida, Pern invirti los poderes todava vigorosos de su carisma en canalizar las aspiraciones difusas y virulentas de sus seguidores, por un lado y por otro reconstruir el maltrecho sistema poltico heredado. Los dos instrumentos de su proyecto institucional fueron el acuerdo poltico entre los principales partidos con representacin en el Congreso (el peronista y el radical) y el Pacto Social entre las empresas y los sindicatos. Su nuevo objetivo era una democracia integrada en la cual el antiguo modelo orgnico de la comunidad organizada se dilataba para colocar a los grupos de intereses y los partidos polticos en igualdad de condiciones. La actitud ante las fuerzas armadas fue, a su vez, otra expresin de los nuevos tiempos. Durante el breve gobierno de Cmpora el mando del ejrcito fue ejercido por el general Jorge Carcagno, que abog enrgicamente por la unidad de las fuerzas armadas con el pueblo en un pattico intento por acomodarse a la compleja situacin creada por la victoria peronista. Al asumir la presidencia, Pern promovi un cambio en la jerarqua militar. Nombr a un comandante en jefe apoltico para que substituyese a Carcagno, cuyos intentos por acercarse al gobierno le haban distanciado de los sentimientos que prevalecan entre sus camaradas. Con este gesto Pern quiso subrayar el papel profesional y polticamente prescindible que tena reservado para las fuerzas armadas durante su tercera presidencia. El gabinete original de Cmpora fue purgado de sus elementos izquierdistas, que fueron substituidos por viejos y confiables polticos. Las dos figuras ms importantes que sobrevivieron a la purga fueron Lpez Rega, en el Ministerio de Bienestar Social, y Jos Gelbard, en el Ministerio de Economa. Presidente de la Confederacin General Econmica (CGE), la asociacin representativa de la burguesa media nacional, Gelbard estaba vinculado a Pern desde los aos de su segunda presidencia. Las lneas centrales de su programa procuraron compatibilizar los objetivos redistribucionistas de la nueva Administracin con la situacin de coyuntura legada por el rgimen militar. El ltimo tramo de la Revolucin Argentina estuvo marcado por el relajamiento de los controles estatales sobre la economa. La reanudacin de la puja distributiva y el incierto futuro poltico condujeron a un agravamiento de las presiones inflacionarias. Los aos 1971 Y 1972 se caracterizaron por una alta y creciente inflacin, que subi desde 39,2 por ciento en 1971 a 64,2 por ciento en 1972, movindose hacia una tasa anual del 101 por ciento en los primeros cinco meses de 1973. El dficit fiscal se increment desde los bajos niveles de 1968-1970 de menos del 1 por ciento del PIB a algo ms del 2 por ciento en 1971 y 1972, con una tasa proyectada del 6 por ciento para 1973. Por su parte, la onda de crecimiento dentro de la que se haba desenvuelto la economa nacional desde 1964 pareca a punto de terminar. En los diez aos transcurridos desde entonces la actividad econmica haba crecido a un promedio anual del 4 por ciento, sostenida por el aumento de las exportaciones y la maduracin de las inversiones realizadas en el mandato de Frondizi. Los datos ms recientes indicaban, sin embargo, el progresivo eclipse de esos impulsos. El pico de crecimiento alcanzado en 1969 con un 8,5 por ciento fue disminuyendo al 5,4 por ciento en 1970, 4,8 por ciento en 1971 para caer al 3,2 por ciento 140

en 1972. Con este inquietante panorama, la nueva conduccin econmica se hizo cargo. Contaba a su favor con una situacin externa favorable, debido al extraordinario crecimiento de las exportaciones, que prcticamente se duplicaron entre 1971 y 1972, excediendo el aumento tambin experimentado por los precios de los productos importados en un 50 por ciento. La primera prioridad del ministro Gelbard fue contener las expectativas inflacionarias colocando bajo control las pujas intersectoriales. Para lo cual aument los salarios un 20 por ciento, muy por debajo de las demandas sindicales, suspendi las negociaciones colectivas por dos aos, congel el valor de todos los bienes y cre un rgido sistema de fiscalizacin de precios. Todas estas medidas fueron implementadas mediante la forma de un Pacto Social entre el Gobierno, la CGT y la CGE. El acuerdo de precios y salarios no encontr gran resistencia en el empresariado, muchos de cuyos miembros lo haban previsto y ya haban aumentado preventivamente sus precios. Distinta fue la situacin con respecto al movimiento obrero. Despus de la victoria electoral del 11 de marzo, el recuerdo de una de las primeras decisiones de Frondizi al ser elegido con los votos peronistas un aumento general de los salarios del 60 por ciento haba alentado el optimismo de los dirigentes sindicales, entre ellos, Ricardo Otero, el flamante ministro de Trabajo. El aumento finalmente obtenido fue claramente inferior y Pern debi aplicar toda su autoridad poltica para conseguir el consentimiento sindical. Por otro lado, para una CGT que haba reclamado insistentemente durante los gobiernos militares la libertad de negociar los salarios, la firma del Pacto Social a las pocas semanas de la instalacin de la Administracin peronista fue una decisin difcil. Para la cpula sindical el esquema ideal hubiera sido el mantenimiento de las negociaciones colectivas. De ese modo, hubieran contado con mejores condiciones para recuperar el prestigio perdido durante las forzadas treguas salariales impuestas por los gobiernos militares. Pero en la situacin de debilidad poltica en la que se encontraba dentro del movimiento peronista obstaculiz cualquier tipo de resistencia y debi correr con los costes polticos de su obligada solidaridad con las medidas de Pern. No obstante, al firmar el Pacto Social, los dirigentes sindicales lograron volver de nuevo a los dominios de la ortodoxia peronista, de los que tantas veces se haban alejado en el pasado. Ello les permiti recuperar la aprobacin de Pern y, con su respaldo, consiguieron del Congreso una ley que suprima an ms la democracia interna de los sindicatos y protega sus posiciones de la rebelin antiburocrtica en curso desde los tiempos del cordobazo. El cambio en las expectativas provocado por el Pacto Social fue impresionante. Mientras que en los cinco primeros meses de 1973 el coste de vida haba aumentado alrededor de un 37 por ciento, de julio a diciembre subi slo en un 4 por ciento. Con estas cifras en la mano, el entusiasmo cundi en las esferas oficiales hasta el punto de que el ministro de Economa proclam la inflacin cero como meta de su gestin. Con las exportaciones un 65 por ciento superiores a las del ao anterior e importaciones cuyo valor haba aumentado alrededor de un 36 por ciento, la balanza comercial a finales de 1973 fue un 30 por ciento superior a la de 1972, galvanizando el optimismo gubernamental. Fue, empero, en el sector exterior donde surgieron las primeras seales negativas que ensombrecieron este panorama optimista. En el mes de diciembre los efectos de la crisis mundial del petrleo alcanzaron a la economa argentina y condujeron a un marcado incremento del precio de los bienes importados. Debido a la congelacin de precios, el mayor coste de los bienes importados comenz a erosionar los mrgenes de beneficios de las empresas; algunas compaas interrumpieron o redujeron la produccin y todas unieron 141

sus voces en el clamor contra la rgida poltica de precios. Gelbard trat de sancionar una resolucin que autorizaba a las compaas el traslado de los mayores costes a los precios, pero Pern orden dar marcha atrs bajo el apremio de los sindicatos, que amenazaron con retirarse del Pacto Social. La negativa de los sindicatos a convalidar un aumento de los precios sin un aumento simultneo de los salarios era comprensible. Mientras que la firma del Pacto Social haba congelado su poder institucional, el triunfo electoral haba dado un renovado vigor a la movilizacin de las bases obreras. A partir de la asuncin del gobierno peronista, los conflictos en las fbricas se multiplicaron, por las disputas en torno a las condiciones de trabajo, las regulaciones disciplinarias, los despidos, etctera. De hecho, las bases obreras se encontraban en un estado general de rebelin. Hostigados por las corrientes de izquierda en auge, para las que el Pacto Social era una traicin, los jefes sindicales bloquearon la propuesta de Gelbard, que slo favoreca a las empresas. La solucin de emergencia consisti en recurrir a las reservas de divisas externas acumuladas por la excelente balanza de comercio exterior para subsidiar, con un tipo de cambio preferencial, la compra de insumos importados. No obstante, a esta altura, la confianza en la poltica de ingresos comenz a flaquear, como lo demostr la proliferacin del mercado negro. A la presin que ejercan las empresas para que se diese mayor flexibilidad a los precios, se sum la actividad de los delegados de los obreros en las fbricas que obtenan aumentos salariales encubiertos por medio de la reclasificacin de los puestos de trabajo o el incremento de las primas de productividad. Mientras tanto, se hizo visible la incongruencia entre la rgida poltica de precios y la indulgente poltica monetaria adoptada para asistir a un dficit fiscal que superaba el 6 por ciento del PIB. A comienzos de 1974 la necesidad de revisar los acuerdos sobre precios y salarios se volvi imperativa, y en febrero Gelbard convoc a la CGE y la CGT. Despus de varias semanas, las partes tuvieron que reconocer que era imposible llegar a un acuerdo y Pern se vio obligado a mediar entre ellas. El arbitraje que se dio a conocer el 28 de marzo estableca un aumento salarial que era entre un 5 y un 6 por ciento superior a la disminucin de los salarios reales y autorizaba a las compaas a subir los precios en un monto a decidir por el gobierno. Aunque los lderes de la CGT albergaban la esperanza de un aumento mayor, la decisin fue interpretada como una medida favorable a los obreros. Cuando en abril, fueron anunciados los nuevos niveles de precios, fijando un margen de beneficios inferior al que exigan las empresas, sta fue la seal para el lanzamiento de una sistemtica transgresin del Pacto Social. Entre abril y mayo el coste de vida aument un 7,7 por ciento, cuando en junio haba subido slo un 2,8 por ciento. La reanudacin de la lucha por los ingresos muy pronto hizo que la inflacin cero pasara a la historia. La ltima aparicin pblica de Pern, un mes antes de su muerte, fue tambin la ms dramtica. El 12 de junio sali al escenario de sus pasados triunfos, el balcn de la Casa Rosada, y amenaz a la multitud apresuradamente reunida con abandonar la presidencia si persista el sabotaje y el cuestionamiento a su gobierno. Poco menos de un mes antes, en las celebraciones tradicionales del Da del Trabajo, el 1 de mayo, haba culminado de forma espectacular el enfrentamiento entre la juventud radicalizada y Pern. Hostigado por las crticas y los gritos que interrumpan su discurso, Pern acus a los jvenes de ser mercenarios pagados por extranjeros y pidi la expulsin de los infiltrados en el movimiento peronista. Esta ruptura vena preparndose desde principios de ao, cuando las exhortaciones iniciales a la moderacin fueron seguidas de una drstica ofensiva contra las posiciones oficiales an en poder del ala radical del 142

peronismo. El relevo del gobernador de la provincia de Buenos Aires despus de un accin armada del ERP en una base militar, la destitucin por la fuerza del gobernador de Crdoba, el allanamiento de las oficinas de la Juventud Peronista y la prohibicin de sus publicaciones formaron parte de una campaa que no dej duda alguna sobre la incompatibilidad de las dos vertientes que haban convergido en la vuelta del peronismo al poder: la que encabezaba la ola de movilizaciones populares y apuntaba a la ruptura del orden poltico en nombre del populismo revolucionario y la que, centrada en el partido y los sindicatos, responda a los ideales tradicionales de Pern. Sobre el fondo de este enfrentamiento, los conflictos laborales continuaban con redoblada intensidad. Entre marzo y junio se registr el promedio de huelgas por mes ms alto en los tres aos que durara el gobierno peronista. Lanzadas en abierta rebelda contra los acuerdos del Pacto Social, las luchas salariales demandaban y obtenan de las empresas aumentos sustancialmente superiores a los conseguidos por la CGT. El xito de los conflictos estuvo en gran medida asegurado por el cambio de actitud por parte del mundo de los negocios. El laudo del 28 de marzo debilit su ya escasa disposicin a llegar a un acuerdo sobre la poltica de ingresos. En lugar de resistir las demandas salariales, los empresarios optaron por acceder a ellas slo para trasladarlas inmediatamente a los precios sin esperar la autorizacin del gobierno. Alarmados por la situacin, los dirigentes de la CGT acudieron a Pern a principios de junio para pedirle alguna reaccin oficial que aliviara la presin a la que estaban sometidos. En su ltimo discurso del 12 de junio ste procur, con su propia autoridad poltica, llenar el vaco que rodeaba su proyecto de gobierno. Pern no tuvo tiempo de recoger los frutos de este esfuerzo final pues morira poco despus, el 1 de julio. Al iniciar su tercera presidencia, Pern fue consciente de que la formidable mayora electoral del 62 por ciento obtenida en 1973 era insuficiente para mantenerle en el poder. Un gobierno peronista apoyado exclusivamente en sus propias bases poda ser, muy pronto, un gobierno vulnerable a las presiones de la oposicin que, aunque derrotada polticamente, contaba con el poderoso respaldo de las grandes empresas y la jerarqua militar. Con el fin de evitar los previsibles riesgos de aislamiento poltico, Pern haba procurado tejer una red de acuerdos como los que animaban al Pacto Social y a la convergencia con el Partido Radical en el Congreso. Una vez que hubo muerto, sus sucesores abandonaron sus objetivos de reconciliacin poltica y colaboracin social, que, para entonces, haban sufrido un retroceso apreciable. Ms inspirados por el sectarismo al que los haban acostumbrado los dieciocho aos de semilegalidad poltica que por las lecciones sobre el arte de conquistar y conservar el poder que les impartiera Pern, sus sucesores Isabel Pern, sus colaboradores y los dirigentes sindicales se dedicaron a desmantelar los acuerdos heredados y a proclamar que haba llegado la hora de la reparacin histrica. El primer paso en esa direccin apunt contra Gelbard, quien, terminado el breve armisticio que sigui a la muerte de Pern, present su dimisin en octubre. Con su alejamiento, se aflojaron los vnculos que unan a la CGE y al gobierno. Una suerte similar corrieron los acuerdos interpartidarios. Despus de hacerse cargo de la presidencia, la esposa de Pern reorganiz el gabinete y substituy a los representantes de los partidos que haban formado el frente electoral por miembros de su crculo ntimo. Tambin puso fin a las relaciones especiales con el Partido Radical, que ya no sera consultado en las decisiones importantes de gobierno. Mientras tena lugar esta operacin de homogeneizacin poltica, la violencia entr en una nueva fase. A finales de 1974 los Montoneros anunciaron que pasaban a la clandestinidad para continuar la lucha, ahora 143

contra el gobierno de Isabel Pern. Por esa misma fecha, entr en la escena un grupo terrorista de derecha, bajo el nombre de la Triple A (Alianza Argentina Anticomunista), armado y dirigido por Lpez Rega, el ministro de Bienestar Social y secretario privado de la presidenta. En el plazo de pocos meses el panorama poltico qued reducido a las arcanas maniobras palaciegas del squito presidencial y a la rutina macabra de los partidarios de la violencia. Por su lado, las protestas obreras tendieron a disminuir debido en parte al clima de inseguridad y en parte, tambin, porque la represin iba eliminando, uno tras otro, los bastiones de la oposicin sindical de izquierda. Finalmente, el grupo que rodeaba a Isabel Pern y los dirigentes sindicales quedaron frente a frente. En torno de las aspiraciones rivales de ambos sectores habra de librarse la ltima contienda que precipit la cada del peronismo. A pesar del cuadro alentador esbozado por Gelbard al dejar el cargo un crecimiento del 7 por ciento del PIB en 1974 y un descenso del desempleo del 6 por ciento en abril de 1973 al 2,5 por ciento en noviembre de 1974, las perspectivas econmicas inmediatas eran preocupantes. En julio la Comunidad Econmica Europea haba prohibido la importacin de carne argentina, afectando fuertemente al volumen y el valor de las exportaciones. Mientras tanto, los precios de las importaciones continuaron en ascenso. Temiendo los efectos que pudiera tener en los salarios reales y las tendencias inflacionarias, Gelbard no haba reajustado el tipo de cambio y con ello foment una corriente de importaciones especulativas. El supervit de 704 millones de dlares acumulado en 1973 se convirti en un dficit de 216 millones en la segunda mitad de 1974, haciendo aparecer en el horizonte el perfil familiar de la crisis externa. La primera tarea del nuevo ministro de Economa, Alfredo Gmez Morales, fue ajustar una economa recalentada por el casi pleno empleo, la creciente oferta de dinero y la tasa de inflacin en alza, a la crtica situacin del sector externo. Figura central en la adopcin del exitoso programa de estabilizacin de 1952, Gmez Morales haba sido presidente del Banco Central durante la Administracin de Gelbard, cargo que abandon en disidencia con la permisiva poltica fiscal. Con sus primeras medidas intent cambiar el rumbo, aumentando el control del gasto pblico, reduciendo la expansin monetaria y subiendo los precios de manera selectiva. Si bien necesarios, los ajustes fueron demasiado moderados y no incluyeron el tipo de cambio, que continu aprecindose en trminos reales, con la consiguiente prdida de divisas. En marzo de 1975 dispuso una devaluacin, que redujo pero no elimin la sobrevaluacin de la moneda. En consonancia con el enfoque gradualista de Gmez Morales, tambin se aumentaron los salarios. Este hesitante cambio de la poltica econmica tropez, adems, con un obstculo inesperado: el nuevo ministro no formaba parte del crculo ntimo de la presidenta. As, durante los 241 das que permaneci en el puesto esper en vano la aprobacin oficial de la adopcin de medidas ms firmes, mientras contemplaba, impotente, el deterioro de la situacin econmica. En este clima de indefiniciones se produjo la convocatoria a negociaciones colectivas en febrero, tal como estaba previsto. Bien pronto, la discusin de los nuevos contratos salariales lleg a un punto muerto por falta de directivas gubernamentales para la negociacin. Los sindicatos haban esperado ansiosamente la apertura de las negociaciones directas con las empresas para poder rehabilitar su maltrecho liderazgo despus de casi dos aos de poltica de ingresos. Pero la presidenta, bajo la poderosa influencia de Lpez Rega,

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no prest atencin a sus preocupaciones, ocupada como estaba preparando un drstico realineamiento de las bases polticas y sociales del gobierno. En esencia, el plan de Isabel Pern apuntaba a ganarse la confianza de las fuerzas armadas y del mundo econmico suprimiendo la subversin por medio de las bandas terroristas de la Triple A, lo cual evitara la intervencin directa de los militares; la erradicacin de la izquierda en su ltimo refugio, la universidad; el vuelco hacia el capital extranjero y la economa de mercado, con una reduccin de los salarios y la restauracin de la disciplina laboral; y, finalmente, la expulsin del movimiento sindical de la estructura de poder. En nombre de estos ambiciosos objetivos reclam a los militares que abandonaran la neutralidad poltica que haban mantenido desde la dimisin del general Carcagno. Este objetivo pareci haberse alcanzado cuando, en mayo, el nuevo comandante en jefe del ejrcito, el general Alberto Numa Laplane, abog por el apoyo tctico al gobierno. Isabel y Lpez Rega creyeron entonces que haba llegado el momento de efectuar su audaz giro hacia la derecha. Cuando lleg el da previsto para la finalizacin de las negociaciones salariales, el 31 de mayo, sin que una definicin oficial destrabara los nuevos contratos, la protesta obrera desbord del control de los sindicatos y se sucedieron las manifestaciones callejeras y las ocupaciones de fbricas. Ese mismo da se acept la dimisin de Gmez Morales y en su lugar fue designado Celestino Rodrigo, miembro conspicuo el squito presidencial. Rodrigo anunci un programa de medidas consistente en un aumento del orden del 100 por ciento en el tipo de cambio y el precio de los servicios pblicos, al tiempo que recomendaba un incremento del 40 por ciento como gua en las negociaciones salariales. Un reajuste de los precios relativos era previsible, despus de un perodo de inflacin reprimida y sobrevaluacin de la moneda. Sin embargo, tanto la magnitud del reajuste como el momento elegido para anunciarlo parecieron indicar que la presidenta pretenda crear una situacin insostenible para los lderes sindicales en su relacin con las bases, y recortar, as, su influencia poltica. De pronto, stos se encontraron luchando ya no slo por un incremento salarial, sino tambin por su propia supervivencia poltica. En las dos semanas siguientes presionaron hasta obtener la anulacin de las restricciones que pesaban sobre la libre negociacin salarial. De este modo, al cabo de una serie de agitadas sesiones, frente a unos empresarios que depusieron toda resistencia, lograron aumentos salariales que llegaron a un promedio del 160 por ciento. La respuesta de Isabel Pern fue igualmente contundente. El 24 de junio anul los acuerdos entre empresarios y sindicatos y ofreci un aumento salarial del 50 por ciento al que seguiran otros dos del 15 por ciento en agosto y octubre. El anuncio presidencial provoc la inmediata paralizacin del trabajo en los principales centros del pas, colocando a los lderes sindicales ante una encrucijada que haban procurado tenazmente evitar: o bien continuar con la confrontacin y correr el riesgo de precipitar la cada del gobierno o aceptar la propuesta oficial y resignarse a la derrota poltica y a la pulverizacin de su prestigio ante las bases obreras. El impasse se prolong durante una semana en la que en el pas nadie trabaj. La CGT no tuvo ms remedio que ratificar el hecho consumado y convocar una huelga general de cuarenta y ocho horas para el 7 de julio. Esta decisin, que no tena precedentes en la historia del peronismo, reuni frente a la Casa Rosada a una airada multitud, que reclam la renuncia de los colaboradores de Isabel Pern y la aprobacin de los acuerdos salariales. En contra de las expectativas de los crculos oficiales, los militares se mantuvieron al margen del conflicto. Abandonados a su propia suerte, Lpez Rega y Rodrigo dimitieron y el Gobierno tuvo que volver sobre sus pasos y 145

acceder a las exigencias de los trabajadores. La crisis poltica concluy con la victoria de los lderes sindicales, que, mientras renovaban su apoyo a la esposa de Pern, se haban ocupado de hacer fracasar la operacin poltica que pretenda desalojarlos del poder. Despus de este dramtico episodio, el gobierno peronista ya no volvera a recuperar su credibilidad. Dur otros ocho meses ms, en el curso de los cuales la amenaza de un golpe militar acompa cada uno de sus pasos y profundiz la crisis poltica. Tras la dimisin de Lpez Rega, la presidenta solicit autorizacin para abandonar temporalmente sus obligaciones, y una coalicin de sindicalistas y viejos polticos peronistas se hizo cargo del gobierno bajo la direccin del presidente del Senado, Italo Luder. El general Numa Laplane tambin fue obligado a renunciar por el alto mando militar; el nuevo comandante en jefe, el general Jorge Videla, coloc nuevamente al ejrcito a una prudente distancia del gobierno, al tiempo que su participacin en la lucha antisubversiva pas a ser ms directa, al recibir del presidente interino la autorizacin para dirigir las operaciones contra la guerrilla. La consecuencia inmediata de las medidas que tom Rodrigo y de la contraofensiva sindical fue una violenta aceleracin de la tasa de inflacin. En los meses de junio, julio y agosto los precios al consumo subieron un 102 por ciento, ms prximos a una tasa mensual del 7 al 10 por ciento que a la de 2 al 3 por ciento que haba sido el promedio de los ltimos treinta aos. Para ocupar la cartera de Economa los sindicatos propusieron a Antonio Cafiero, cuya poltica consisti en una indexacin gradual de los precios, los salarios y el tipo de cambio. Esta tctica tuvo el mrito de evitar graves distorsiones de los precios relativos, pero tambin comport el reconocimiento de que era imposible reducir las presiones inflacionarias. De todos modos, permiti revertir la tendencia desfavorable al sector exterior, con la ayuda de la moneda devaluada que haba heredado y un poco de financiacin a corto plazo que obtuvo del FMI y otros organismos pblicos y privados. Los efectos se sentiran sobre todo durante el primer trimestre de 1976, cuando la balanza comercial mostrara su primer supervit en quince meses. Incapaz de frenar la elevada y fluctuante tasa de inflacin, Cafiero tuvo que aceptar una de sus consecuencias previsibles, la vertiginosa expansin de la especulacin financiera. Ante la depreciacin del valor de los bienes y los salarios, los agentes econmicos encontraron ms provechoso entregarse a la febril manipulacin de las diferencias entre el dlar oficial y el dlar del mercado negro, entre el inters que reportaban los ttulos pblicos y la tasa de inflacin. La vorgine especulativa atrajo a capitales de toda la economa y de ella participaron tanto las grandes compaas como los pequeos ahorradores. Bajo el efecto de la aceleracin de los precios, la economa empez a deslizarse desde la situacin de recalentamiento en abril, con fuertes presiones sobre la demanda y un bajo ndice de desempleo, hacia una situacin cercana a la recesin en julio y agosto. En Buenos Aires el desempleo subi del 2,3 por ciento al 6 por ciento y en Crdoba alcanz el 7 por ciento. La reduccin de la produccin industrial fue del 5,6 por ciento en el tercer trimestre del ao y del 8,9 por ciento en el ltimo. El empeoramiento de la situacin econmica no atenu el nivel de conflictos laborales, pero en el nuevo escenario stos fueron ms prolongados y de ms difcil solucin. En este contexto, aument la actividad de la guerrilla, que secuestraba y asesinaba a gerentes de empresas con el fin de obligarlos a aceptar las exigencias de los obreros. Estas acciones desencadenaban represalias igualmente violentas de grupos paramilitares contra activistas sindicales. Las fbricas se convirtieron as en un escenario ms de la ola de violencia que serva de trgico teln de fondo a la crtica situacin econmica. En la 146

segunda mitad de 1975 la guerrilla decidi intensificar sus operaciones; adems de secuestros, asesinatos y atentados con bombas, los Montoneros y el ERP llevaron a cabo acciones ms ambiciosas contra objetivos militares. La presin de las fuerzas de seguridad, sin embargo, les oblig a volver a un terrorismo ms rudimentario que hizo evidente su ya irreversible aislamiento de los movimientos de protesta popular. Bajo el efecto de los actos de violencia cotidianos, vastos sectores de la poblacin comenzaron a contemplar la posibilidad de una intervencin militar. Pero los comandantes militares no parecan ansiosos por actuar, y, al parecer, preferan que la crisis se agudizara con el fin de encontrar un apoyo ms amplio cuando finalmente decidieran intervenir. La coalicin de sindicalistas y polticos que sostena a Luder en la presidencia defraud las expectativas de estabilidad que haba suscitado. Las demandas exageradas de los sindicatos hicieron difcil la coexistencia con los polticos moderados al tiempo que sembraban la alarma entre los crculos de poder tradicionales. Una nueva organizacin empresarial, la Asamblea Permanente de Asociaciones Gremiales (APEGE), encabezada por el gran capital agrario e industrial, ocup el lugar que haba dejado vacante la CGE para asumir una postura de abierta rebelda contra el gobierno. En enero de 1976 Isabel volvi al palacio presidencial y reorganiz el gabinete, desprendindose de los ministros vinculados a la alianza de lderes sindicales y polticos y rodendose de figuras ajenas al movimiento peronista. Algunas de ellas eran supervivientes de la camarilla de Lpez Rega, otras eran funcionarios desconocidos, pero todas estaban dispuestas a seguir a esta mujer solitaria, heredera de los ideales de un movimiento en cuya historia no haba participado, a cuyos lderes naturales detestaba y cuyos seguidores no le inspiraban ms que desconfianza. La reaccin inicial de quienes haban sido separados de sus cargos fue de indignacin; se lleg incluso a discutir la posibilidad de entablar un juicio poltico a la presidenta bajo la acusacin de uso indebido de fondos pblicos. Muy pronto, sin embargo, se inclinaron ante lo inevitable, conscientes de que la cada del gobierno era inminente, como lo presagiaba un fallido levantamiento militar en diciembre de 1975. Durante estas tensas jornadas, el Partido Radical intent recuperar el papel de principal partido de la oposicin que se le haba negado en los ltimos tres aos, durante los cuales el propio peronismo jug el papel de oficialismo y de oposicin al mismo tiempo. Confinados a la periferia de los conflictos que estaban desgarrando al movimiento creado por Pern, hasta entonces los radicales haban centrado su discurso en la defensa del orden institucional, actitud que llev a extremos inusitados su tolerancia hacia la conducta del veterano lder populista y sus sucesores. En un postrer esfuerzo, propusieron la formulacin de un gobierno sin Isabel Pern, pero dentro del peronismo nadie hizo caso a su llamamiento. Con la mirada puesta ya en el perodo que se abrira despus del inevitable golpe de estado, los sindicalistas y los polticos peronistas prefirieron cerrar filas detrs de la esposa de Pern. sta, por su parte, dedic sus ltimos das a lanzar una serie de medidas econmicas que imaginaba afines a las necesidades de la jerarqua militar y las grandes empresas. Durante los primeros das de marzo un nuevo ministro de Economa trat de hacer frente al descalabro econmico con otro cambio brusco de los precios relativos. El tipo de cambio y los precios de los servicios pblicos fueron aumentando entre un 90 y un 100 por ciento al tiempo que se incrementaban los salarios en un 20 por ciento. Al igual que la medida anterior de Rodrigo, este nuevo reajuste inclua explcitamente un descenso de los salarios reales. Una ola de huelgas empez a paralizar los principales centros fabriles en repudio a las medidas econmicas. Cuando todo pareca conducir a un enfrentamiento 147

similar al de junio de 1975, los militares salieron de los cuarteles y derrocaron el gobierno, sin encontrar oposicin alguna. El Proceso de Reorganizacin Nacional, 1976-1983 Para un pas con una larga historia de intervenciones militares, el golpe de estado de 1976 no tuvo sorpresas. Acostumbrados a leer los signos premonitorios, la mayora de los argentinos vio en el golpe un desenlace inevitable. Las fuerzas armadas haban asistido a la agona del gobierno de Isabel Pern, esperando pacientemente que la profundizacin de la crisis poltica legitimara una nueva intervencin militar. Cuando decidieron actuar, encontraron amplio eco en la opinin pblica. Como en 1955 y 1966, el golpe de Estado de 1976 fue un evento popular, pero mientras que en 1955 y 1966 el clima era de optimismo y esperanza, la angustia y el miedo acompaaron a la nueva solucin autoritaria. Muchos fueron los que compartieron la sombra evaluacin de los militares del estado del pas:
Agotadas todas las instancias del mecanismo constitucional, superada la posibilidad de rectificaciones dentro del marco de las instituciones y demostrada en forma irrefutable la imposibilidad de la recuperacin del proceso por sus vas naturales, llega a su trmino una situacin que agravia a la nacin y compromete su futuro. Nuestro pueblo ha sufrido una nueva frustracin. Frente a un tremendo vaco de poder, capaz de sumirnos en la disolucin y la anarqua; a la falta de capacidad de convocatoria que ha demostrado el gobierno nacional..., a la falta de una estrategia global que, conducida por el poder poltico enfrentara a la subversin; a la carencia de soluciones para problemas bsicos de la nacin cuyo resultado ha sido el incremento permanente de todos los extremismos; a la ausencia total de los ejemplos ticos y morales que deben dar quienes ejercen la conduccin del estado; a la manifiesta irresponsabilidad en el manejo de la economa que ocasionara el agotamiento del aparato productivo... las Fuerzas Armadas, en cumplimiento de sus obligaciones permanentes, han asumido la conduccin del Estado.11

Los comandantes en jefe de las tres armas se erigieron en poder supremo y nombraron al general Jorge Videla para ocupar la presidencia del pas. Las ventajas otorgadas al ejrcito por ser el arma ms antigua terminaron all. La administracin gubernamental fue luego dividida en partes equivalentes puestas respectivamente bajo jurisdiccin del ejrcito, la marina y la fuerza area. Esta novedad institucional, que recortaba la preeminencia tradicional del ejrcito, deba mucho al fuerte liderazgo del almirante Emilio Massera, que logr recuperar para la marina las posiciones perdidas durante los enfrentamientos intra-militares de 1962. Bajo la conduccin de la Junta Militar se inici as lo que se llam el proceso de reorganizacin nacional. Las consignas eran simples: eliminar la amenaza subversiva, suprimir la corrupcin y superar el caos econmico. Detrs de estas consignas haba una intencin ambiciosa: transformar las bases mismas de la sociedad argentina, que a juicio de los militares, haban engendrado los males que se disponan a combatir. En 1976 reapareci el ideal militar de la revolucin regeneradora, listo para hacerse cargo de las tareas incumplidas y para devolver al pas una solucin poltica y econmica definitiva.
Citado en Carlos Floria y Csar Garca Belsunce, Historia poltica de la Argentina contempornea, Hachette, Buenos Aires, 1988, p. 238.
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Era previsible que el rgimen militar pusiera en prctica una dura poltica de represin, pero la escala y la naturaleza de la violencia a la que apel fueron inditas. Las medidas iniciales se ajustaron a un repertorio conocido: la prohibicin de la actividad poltica, la censura de prensa, la detencin de dirigentes obreros y la intervencin en los sindicatos. A ellas se agreg la pena de muerte, administrada de una forma que se apart de todo lo conocido. En primer lugar, las vctimas. Aunque el objetivo de los militares era acabar con la subversin, su accin represiva estuvo lejos de limitarse a los guerrilleros. El propio Videla dijo que un terrorista no es slo el portador de una bomba o una pistola, sino tambin el que difunde ideas contrarias a la civilizacin occidental y cristiana. As, el enemigo incluy a cualquier clase de disidentes; junto con los guerrilleros y el entorno que los apoyaba dndoles refugio y alimentacin, tambin cayeron bajo la mira de la represin, polticos, sindicalistas, intelectuales. Para los militares, esa amenaza comunista que haba denunciando en los ltimos veinte aos, esta vez se haba corporeizado y atrevido, adems, a desafiarlos con las armas. En segundo lugar, la metodologa de la violencia. Fueron creados consejos de guerra a los que se facult para dictar sentencias de muerte por una gran variedad de delitos. Pero no fue a travs de ellos como se aplic fundamentalmente la justicia sumaria de los militares. La infraestructura represiva se bas, ms bien, en centros de detencin oficialmente autorizados pero clandestinos, y en unidades especiales de las tres fuerzas militares y la polica, cuya misin era secuestrar, interrogar, torturar y, en la mayora de los casos, matar. Esta infraestructura era altamente descentralizada; la autoridad real era conferida a los comandantes regionales, que en sus propios feudos eran el poder supremo y slo informaban a sus respectivos superiores. Este mecanismo tena varias ventajas: era una red difcil de infiltrar, era inmune a la influencia de parientes bien relacionados de las vctimas y permita al gobierno negar toda responsabilidad en la violacin de los derechos humanos. Entre 1976 y 1979 una ola de terror se abati sobre el pas. Las actividades de la maquinaria represiva fueron fundamentalmente secretas, por lo que resultaba difcil establecer el nmero de vctimas. stas pasaron a formar parte de una categora por la que la Argentina se hizo tristemente famosa:los desaparecidos, aquellos de los que nunca se volvi a saber nada. Al principio, la violencia no fue exclusivamente unilateral. En los nueve meses que siguieron al golpe de estado, la guerrilla llev a cabo espectaculares actos de terrorismo contra blancos militares. La respuesta de las fuerzas armadas fue fulminante y abrumadora. Centenares de guerrilleros fueron muertos en las calles mientras oponan una resistencia desesperada. Pero la causa principal del derrumbe de la guerrilla fueron los secuestros y sus consecuencias. Al cabo de un tiempo, la mayora de los secuestrados caan con la moral quebrantada. Acuciados por el dolor fsico de las torturas, sin esperanza en el porvenir de una lucha que slo cosechaba derrotas, terminaban delatando a sus compaeros y engrosando as, el caudal de vctimas. Muchos fueron as los inocentes que corrieron igual suerte al quedar atrapados en la vasta red de operaciones de contrainsurgencia. La poltica de exterminio que emprendieron las fuerzas armadas llev al paroxismo a la cultura de violencia que floreci en Argentina despus del cordobazo de 1969. La opinin pblica se vio sometida a una intensa propaganda dirigida a hacer aceptable el uso de las armas. Pensar en trminos blicos fue una operacin ideolgica que precedi a los hechos, prefigurndolos antes de que se convirtieran en realidad. Primero fue la rebelin de 149

los jvenes, que en nombre de la revolucin postularon la necesidad de recurrir a la violencia. Luego, las bandas terroristas de la derecha que crecieron al amparo del gobierno de Isabel Pern, enarbolaron las mismas consignas. La represin del rgimen militar se instal en un pas donde el culto de la violencia se haba desarrollado hasta lmites desconocidos. Todos los frenos morales estaban rotos cuando, en una nueva vuelta de tuerca, la Argentina fue sumergida en lo que los propios militares llamaron la guerra sucia. El trgico desenlace cont al principio con cierta tolerancia por parte de los polticos y los intelectuales. Cuando despunt la utopa armada de los jvenes, a principios de la dcada de 1970, muchos vieron en ella una comprensible reaccin frente al autoritarismo militar. Ms tarde, durante los dramticos aos del retorno del peronismo al poder, la violencia se convirti en un fenmeno cotidiano al que la opinin pblica se resign impotente. El colapso moral de una sociedad indefensa abri luego las puertas a una represin implacable, clandestina e indiferente a los derechos humanos fundamentales. El pnico de quienes haban alentado la aventura guerrillera fue silenciando la actitud de una mayora de los argentinos, que, cansada y atemorizada, optaron ciegamente por ignorar la cruenta experiencia que tena lugar a sus espaldas. En este clima de atona colectiva, el rgimen militar mont su cruzada ideolgica, reiterando los temas consabidos de la mentalidad autoritaria. Haba, empero, novedades en este lenguaje. Los idelogos de la derecha catlica, que diez aos antes haban acompaado al general Ongana abogando por un sistema corporativista, en 1976 no tuvieron influencia alguna. En esta oportunidad, fueron las ideas del liberalismo conservador las que conquistaron un lugar predominante en el seno del rgimen militar. Tradicionalmente, los militares argentinos haban mantenido una relacin conflictiva con esta corriente de ideas dominante en el establishment econmico. Aunque las fuerzas armadas compartan su desdn por los partidos polticos y el sufragio universal, nunca haban aceptado del todo la crtica de los crculos liberales a las polticas de signo nacionalista e intervensionista del estado, al modelo de industrializacin hacia adentro, a los excesos de la legislacin laboral. Como resultado de las lecciones sacadas de la reciente experiencia peronista, los liberales lograron mostrar que la poltica y las prcticas que criticaban eran las que haban creado las condiciones propicias a la subversin social. Preservar la seguridad nacional significaba no slo destruir el movimiento guerrillero, sino tambin erradicar un modelo de desarrollo que era su caldo de cultivo. As, los liberales lograron imponer su impronta ideolgica, aunque los jefes militares no renunciaron a sus propias obsesiones y fijaron lmites y las condiciones. El hombre que encarn los ideales del liberalismo conservador fue el ministro de Economa, Jos Martnez de Hoz, descendiente de una familia terrateniente tradicional, presidente de la mayor compaa siderrgica privada y quien haba desempeado el mismo cargo durante la accidentada presidencia de Guido en 1962. La crtica situacin por la que atravesaba el sector externo a comienzos de 1976 tuvo prioridad en la agenda del nuevo ministro. Las reservas disponibles de divisas estaban prcticamente agotadas, pero gracias a su fluido acceso a fuentes financieras internacionales, Martnez de Hoz logr conjurar el riesgo de la cesacin de pagos. En agosto se firm un acuerdo stand-by con el FMI, que permiti contar con los fondos necesarios; 300 millones de dlares fueron aportados por ese organismo y 1.000 millones por un conjunto de bancos liderados por el Chase Manhattan. Una vez ordenado el sector externo, la atencin de las autoridades econmicas se concentr en la poltica 150

antiinflacionaria. Dicha poltica, de inspiracin ortodoxa, se vio facilitada por algunas decisiones tomadas por el gobierno anterior. Poco antes del golpe de estado, la administracin peronista alter drsticamente los precios relativos, a travs del ajuste de las tarifas de los servicios pblicos y del tipo de cambio en una proporcin superior al crecimiento de los salarios. Martnez de Hoz aprovech para congelar los salarios, al tiempo que elimin los controles a los precios existentes. Como consecuencia, los salarios reales cayeron en forma abrupta. Cinco meses despus, cuando el poder adquisitivo de los salarios era inferior en un 40 por ciento respecto de 1972, las remuneraciones nominales fueron ajustadas peridicamente segn la inflacin. El dficit fiscal, a su vez, fue reducido a la mitad, hasta situarlo en alrededor del 8,4 por ciento del PIB durante el ltimo tramo de 1976, por medio de un incremento real de la recaudacin y una cada de los salarios de los empleados pblicos. La fuerte contraccin salarial permiti reducir los gastos sin tener que apelar a despidos masivos, alternativa que haba desaconsejado la Junta Militar. Luego de un rebrote inicial de los precios por la supresin de los controles, la tasa de inflacin se situ en un 4,3 por ciento en julio. Este xito se vio contrarrestado por un descenso de la actividad econmica debido a la disminucin de la demanda producida por la cada de los salarios reales. La reduccin de los costes laborales alent, a su vez, la expansin de las inversiones y las exportaciones. La mejora de la situacin externa complet este auspicioso panorama y el gobierno confi en haber encontrado una salida rpida a la crisis. La cada de los salarios reales no se consider un factor negativo sino el precio inevitable a ser pagado para reorganizar la economa. Esta frmula, que combinaba el crecimiento con una redistribucin regresiva de ingresos, ya se haba utilizado a comienzos de la dcada de 1960.Martnez de Hoz crey que haba llegado el momento de poner en marcha un proyecto ms ambicioso: la nueva estrategia de crecimiento hacia fuera. Esta estrategia pretenda corregir casi cincuenta aos de historia econmica, durante los cuales la industria argentina haba estado protegida por altas barreras arancelarias. La visin oficial entenda que este modelo de desarrollo semiautrquico haba creado las condiciones para la intervencin discrecional del estado y, al frenar la competencia, era la causa de la falta de eficiencia de los empresarios locales. La primera medida en la nueva direccin fue un plan cuyo objetivo era reducir los derechos ad valorem sobre las importaciones a lo largo de un perodo de cinco aos. Sin embargo, el optimismo de las autoridades econmicas no dur mucho porque la inflacin se mostr renuente a bajar. A principios de 1977 los precios aumentaban entre un 7 y un 10 por ciento mensual. Detrs de la evolucin del ndice de precios estaban operando los nuevos comportamientos inducidos por la aceleracin inflacionaria de 1975. Desde entonces era una prctica general entre los empresarios hacer ajustes rpidos de sus precios para responder a los cambios de la coyuntura. Los contratos eran de corto plazo, los salarios se revisaban cada tres meses y la libertad de precios permita a las compaas reaccionar rpidamente frente a las variaciones de las tarifas del sector pblico, la tasa de cambio o los salarios. La economa entr en un creciente proceso de indexacin, fortaleciendo as la extraordinaria resistencia mostrada por la tasa de inflacin. La persistente alza de los precios comenz a inquietar a la Junta Militar, que haba hecho de la lucha contra la inflacin uno de sus objetivos inmediatos. En abril de 1977 Martnez de Hoz pidi al sector empresarial una tregua de precios de 120 das, pero sta se llev a cabo con tan poca conviccin que sus efectos fueron insignificantes. A mediados de ao, el equipo econmico hizo su propio diagnstico: la inflacin era un fenmeno monetario y la incapacidad de frenarla se deba al hecho de que la oferta monetaria no haba 151

sido estrictamente controlada. Por consiguiente, el nuevo intento de controlar la inflacin consisti en una poltica monetaria restrictiva que se puso en prctica dentro del marco de otra ambiciosa reforma: la reforma financiera. Esta reforma modific el sistema impuesto por el anterior gobierno peronista y estableci que la capacidad de los bancos para conceder emprstitos estaba en relacin directa con los depsitos que pudieran captar del pblico. Esto condujo a la liberacin de las tasas de inters para facilitar la competencia. Sin embargo, los militares se opusieron a eliminar la garanta del Banco Central sobre los depsitos. As, se desarroll un peligroso sistema hbrido en el cual coexistan tasas de inters libres y depsitos garantizados, que hizo que la competencia por fondos entre las entidades financieras fuese muy fcil y sin riesgos. Esto condujo a una expansin excesiva del sistema financiero, que se pobl de aventureros y especuladores. Las tasas de inters aumentaron considerablemente en trminos reales y perjudicaron la reactivacin econmica iniciada a fines de 1976. No obstante, despus de dos aos de recesin, 1977 termin con una tasa positiva de crecimiento del 4,9 por ciento. Hubo tambin un supervit en la balanza comercial de 1.500 millones de dlares, y el dficit fiscal continu siendo reducido (3,3 por ciento del PIB). Sin embargo, el aumento anual de los precios al consumidor se mantuvo en la alta tasa de un 180 por ciento. Los xitos prometidos por la poltica monetaria restrictiva tardaban en materializarse, y las fuerzas armadas no estaban dispuestas a enfrentar las consecuencias sociales y polticas de una recesin prolongada. A diferencia de lo que ocurriera en Chile, la Junta Militar haba vetado el recurso al desempleo. En marzo de 1978, sobre el trasfondo de una tasa mensual de inflacin del 11,1 por ciento y del nivel ms bajo de actividad desde 1973, Martnez de Hoz volvi a cambiar su poltica. La inflacin se conceba ahora como expresin de las expectativas de agentes econmicos que, en un clima de incertidumbre, adoptan medidas defensivas. En vista de ello, decidi retrasar los incrementos de las tarifas pblicas y el tipo de cambio con relacin a la inflacin anterior. En diciembre de 1978 esta decisin se convirti en poltica oficial por medio de un programa que determinaba los incrementos futuros de la tasa de cambio y de las tarifas pblicas, y fijaba pautas para el aumento del volumen del crdito interno. En enero de 1979, los incrementos previstos en estas variables econmicas se establecieron en niveles muy inferiores a los ndices de inflacin registrados a fines de 1978. Mientras se pona en marcha este temerario experimento econmico, Argentina fue llevada a un grave conflicto con Chile. Un ao antes, la Junta Militar haba rechazado el fallo del arbitraje confiado a Gran Bretaa sobre la larga disputa con Chile relativa al control del Canal de Beagle, situado en el extremo ms meridional de Argentina, que beneficiaba al pas transandino. En diciembre de 1978 las conversaciones bilaterales con el gobierno de Pinochet se encontraban en un punto muerto. Las fuerzas armadas argentinas estaban listas para entrar en accin, cuando una intervencin a ltima hora del Vaticano evit la guerra en ciernes. La principal consecuencia econmica de este incidente fue el reequipamiento de las fuerzas armadas. En 1979, 1980 y 1981, el gasto militar alcanz niveles sin precedentes y fue responsable en gran parte de la reversin en la tendencia del dficit fiscal y el aumento de la deuda exterior debido a la compra de armas en el extranjero. En 1979 la poltica represiva del rgimen militar se atenu; de hecho, sus objetivos se haban alcanzado. El movimiento guerrillero haba sido destruido y quienes escaparon con vida dejaron de forma clandestina el pas. La mayora de los intelectuales de izquierda 152

tambin se vio forzada al exilio. El general Roberto Viola, que sustituy a Videla como comandante en jefe del ejrcito despus de que ste fuera confirmado como presidente por otros tres aos a mediados de 1978, presentaba un estilo menos sombro y autoritario que su predecesor. Aunque eran dbiles, las primeras seales de una liberalizacin del rgimen pusieron en guardia a los sectores del ejrcito partidarios de la lnea dura. A finales de 1979 el general Luciano Menndez intent desde Crdoba organizar una rebelin llamando a restaurar la prohibicin total de la actividad poltica y a acallar las voces cada vez ms fuertes que exigan una explicacin oficial de lo ocurrido con las personas desaparecidas. La intentona fracas, pero fue un sntoma revelador de los conflictos que se estaban incubando en la corporacin militar. En contraste con la actitud de Menndez, el almirante Massera, que fuera responsable de uno de los captulos ms sangrientos de la represin antes de dejar la jefatura de la marina en 1978, empez a desvincularse pblicamente de la guerra sucia. Las clases alta y el establishment econmico que haban respaldado a Videla no ocultaban su malestar frente al aislamiento internacional de la Argentina. A pesar de la misin que la Junta Militar se haba autoasignado la defensa de los valores occidentales en los albores de una tercera guerra mundial, haba cosechado pocas simpatas. Las relaciones con Estados Unidos eran sumamente tensas debido al conflicto entre la metodologa utilizada por la Junta Militar para cumplir su misin y la poltica favorable a los derechos humanos del presidente Carter. Las buenas relaciones con el mundo financiero internacional eran, tal vez, el nico aspecto positivo en un clima poco amistoso. La hostilidad que despertaba el rgimen militar se manifest de manera simblica cuando un activista de los derechos humanos, Adolfo Prez Esquivel, gan el Premio Nobel de la paz en 1980. El programa de desindexacin que Martnez de Hoz puso en marcha en diciembre de 1978 se basaba en una apuesta audaz. Dado el descenso de la tasa de devaluacin, las autoridades econmicas tenan la esperanza de que la tasa de crecimiento de los precios internos acabara coincidiendo con la suma de la tasa predeterminada de devaluacin y la tasa de inflacin internacional. Esta poltica cambiaria se apoyaba en el gran aumento de las exportaciones resultante de un fuerte incremento de la produccin agrcola. Los ingresos obtenidos de las exportaciones pasaron de 3.000-4.000 millones de dlares en 1976 a 6.000 - 8.000 millones en 1979-1980. Estos incrementos reflejaban cierto retraso del tipo de cambio, que era el instrumento inicial del programa. La consecuencia inmediata de esta poltica fue el descontento de los productores rurales y la renuncia de algunos miembros del equipo econmico que estaban vinculados a este sector. En un esfuerzo por acelerar la convergencia de la tasa de inflacin con la poltica cambiaria oficial, se aument el nivel de exposicin de la economa a la competencia internacional. Convencido de que si no se disciplinaba a los empresarios industriales la lucha contra la inflacin no tendra xito, Martnez de Hoz intensific la reduccin de los aranceles. Esta medida de apertura permitira limitar los aumentos de precios a los mrgenes fijados por la competencia de bienes importados, al tiempo que ayudara a eliminar a las empresas ineficientes. Este desafo a una estructura sumamente protegida abri un nuevo foco de conflictos, esta vez con el sector industrial. La viabilidad del programa antiinflacionario result ms problemtica de lo que se esperaba. Durante los ocho primeros meses del rgimen, la tasa de crecimiento de los precios domsticos fue del doble de la tasa de devaluacin pautada. Luego se fue produciendo una desaceleracin de la inflacin, que pas 175 por ciento en 1978 a 160 por 153

ciento en 1979 y el 100 por ciento en 1980. Sin embargo, la lgica del proceso puesto en marcha se revel explosiva. El atraso cambiario requerido para desacelerar la inflacin generaba un creciente dficit en la cuenta corriente; a su vez, era necesaria una ms alta tasa de inters para cerrar la brecha con el exterior. En un contexto de inflacin reprimida, las tasas de inters reales se hicieron insoportables para los sectores productivos, y las deudas morosas de las empresas empujaban al sistema financiero hacia una crisis. Al examinar la secuencia que sigui el experimento de Martnez de Hoz, vemos que el precio del descenso de la inflacin fue una espectacular revaluacin del peso: entre un 40 y un 50 por ciento ms que el promedio de los treinta aos previos. El supervit comercial de 2.000 millones de dlares registrado en 1978 se convirti en un dficit que fue modesto en 1979 y no tan modesto en 1980: 2.500 millones de dlares. En la dcada de los setenta, la balanza comercial haba presentado un supervit, con excepcin de 1975. Pero mientras que el dficit de 1975 lo causaron fuertes incrementos de la actividad domstica, los dficits de 1979 y 1980 ocurrieron en un contexto de recesin, donde el incremento de los gastos en importaciones fruto del retraso cambiario y la rebaja de los aranceles estuvo orientado a bienes competitivos con la produccin local. Martnez de Hoz se esforz por cubrir los desequilibrios de la cuenta corriente de la balanza de pagos y con ese fin alent el ingreso de capitales externos. El resultado fue que la desregulacin del sistema financiero emprendida en 1977, el levantamiento progresivo de las trabas a la obtencin de crditos en el exterior y la poltica domstica de dinero caro, condujeron a un proceso creciente de endeudamiento externo. Este proceso adquiri un nuevo impulso despus de diciembre de 1978, cuando la progresiva revaluacin del peso, al hacer negativa la tasa de inters real en moneda local, estimul una intensa demanda de capital externo. La deuda externa neta pas de 6.459 millones de dlares a fines de 1978 a 19.478 millones en 1980, es decir, se triplic en slo dos aos. A medida que el sector externo comenz a deteriorarse y el Banco Central perda las reservas que haba acumulado, tambin surgieron dudas sobre el compromiso de las autoridades econmicas de mantener la tasa predeterminada de devaluacin. A su vez, esta incertidumbre hizo subir el coste del dinero y a fines de 1979 las tasas de inters pasaron a ser fuertemente positivas. Las empresas entraron en una crisis de liquidez, amenazada por el encarecimiento del crdito y el descenso de las ventas. Muchas de ellas quebraron y con ello inmovilizaron las carteras de valores de los bancos. En marzo de 1980 se desat un pnico financiero cuando el Banco de Intercambio Regional, el ms importante de los bancos privados, no pudo afrontar sus obligaciones y fue cerrado por el Banco Central, junto con otros veintisiete que sucesivamente se declararon en bancarrota. El Banco Central se vio obligado a inyectar enormes cantidades de fondos lquidos con el fin de pagar los depsitos de los bancos cerrados. As, la confianza pblica en la poltica cambiaria oficial se vio seriamente afectada. Muchos aprovecharon los que parecan ser los ltimos meses de un mercado financiero libre para sacar su capital del pas. Para entonces, la sangra de reservas ya era imparable. Las autoridades econmicas trataron de compensar la salida de capitales obligando a las empresas pblicas a contraer deudas en el exterior. La presin sobre el mercado cambiario continu aumentando; en febrero de 1981 Martnez de Hoz abandon la poltica de pautas y decidi llevar a cabo una devaluacin del 10 por ciento que, sin embargo, fue insignificante ante un retraso cambiario de alrededor del 50 por ciento. El experimento econmico iniciado en diciembre de 1978 haba llegado a su fin.

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Este panorama desalentador fue el teln de fondo de la sucesin presidencial. De acuerdo con el cronograma poltico que haba fijado la Junta Militar, el nuevo presidente deba asumir el poder en marzo de 1981. El candidato natural era el general Roberto Viola, comandante en jefe del ejrcito, pero su candidatura encontr no pocas resistencias en la marina y en sectores importantes del ejrcito, que teman que intentase poner en marcha un proceso de liberalizacin poltica. Despus de varios meses de negociaciones intramilitares, el nombramiento de Viola se hizo oficial en octubre de 1980. Los seis meses que debieron transcurrir hasta que Viola se hiciera cargo de la presidencia agregaron perturbaciones a la ya incierta marcha de la economa. La devaluacin del 10 por ciento decretada por Martnez de Hoz no fue suficiente para poner fin a las especulaciones sobre futuras devaluaciones, en particular porque era sabido que los consejeros econmicos de Viola eran crticos de la poltica vigente. Adems, los partidarios de la lnea dura en las fuerzas armadas, acaudillados por el general Leopoldo Galtieri y el almirante Jorge Anaya, comandantes en jefe del ejrcito y la marina, respectivamente, desconfiaban de la apertura poltica que el nuevo presidente intentaba llevar a cabo. El proyecto del sucesor de Videla recordaba el intento que el general Lanusse hiciera en 1971, pero las circunstancias no le eran igualmente favorables. Diez aos antes, el general Lanusse pudo justificar un retorno al juego poltico ante sus camaradas invocando la necesidad de frenar una fuerte oposicin social. Ahora, la protesta contra el rgimen militar careca del potencial desestabilizador de entonces. Para los crticos de Viola dentro de la corporacin militar el paso que ste se dispona a dar era precipitado. El recuerdo ominoso del desenlace final del intento de Lanusse condenaba toda pretensin de repetir un proyecto semejante. Fuera de los grupos conservadores, los militares de 1976 no haban suscitado adhesiones polticas significativas. El peronismo y el radicalismo continuaban siendo las fuerzas polticas ms importantes. Un acercamiento a ellas concluira en elecciones libres y en un retorno al estado de derecho. Desde la perspectiva de los militares partidarios de la lnea dura, esto significaba archivar los objetivos del golpe de 1976 en favor de los mismos polticos a quienes haban desalojado del poder con el fin de crear una nueva elite dirigente. El general Viola asumi el cargo en marzo de 1981 como expresin de un sector de las fuerzas armadas y bajo la estrecha vigilancia del otro. Nueve meses despus fue destituido y se clausur su poltica de apertura. Durante este breve interregno, los crticos de la poltica de Martnez de Hoz entraron a formar parte del gabinete y establecieron contactos oficiales con los sindicatos y los partidos polticos. En julio de 1981 se cre la llamada Multipartidaria, que, como la Hora del Pueblo en 1971, era una coalicin de partidos cuyos socios mayoritarios eran peronistas y radicales. Sus objetivos eran los mismos de siempre: negociar la transicin poltica e impedir el crecimiento sin control de una oposicin radicalizada. La cautelosa apertura del general Viola y los planteamientos moderados de la Multipartidaria se encaminaron en la misma direccin. Ambos procuraron no antagonizar a los sectores duros de la Junta Militar, que haca continuas advertencias contra una eventual desviacin populista y desalentaba toda esperanza de que se llevara a cabo una rpida institucionalizacin. Tanta prudencia fue en vano. La crisis de credibilidad que acompa a la breve presidencia de Viola no ayud a la gestin de la crtica situacin econmica heredada. En abril, el ministro de Economa de Viola empez con una devaluacin del 30 por ciento para conjurar el colapso de la poltica cambiaria de Martnez de Hoz. Pero no logr calmar los mercados, y en julio tuvo que anunciar otra devaluacin del 30 por ciento. Se reforz el tipo de cambio real, pero a costa 155

de acentuar la recesin y el descenso de los salarios reales. Ms tarde, Viola tuvo que introducir restricciones en los mercados cambiarios con el fin de bloquear la huida de capitales. A su vez, las devaluaciones complicaron ms la situacin de las empresas que haban obtenido crditos de corto plazo en el exterior. Entonces el gobierno les ofreci garantas y subsidios que tendieron a estimular la renovacin de las deudas, con el objetivo de desviar la presin sobre las exanges reservas de divisas. A costa de un importante quebranto fiscal, comenz as la transferencia de la deuda privada al sector pblico. En diciembre de 1981 el liderazgo del rgimen militar le fue confiado al general Leopoldo Fortunato Galtieri, quien concentr en su persona tres cargos: presidente, miembro de la Junta y comandante en jefe del ejrcito. Bajo su direccin, los militares argentinos volvieron a los orgenes, restableciendo el control autoritario sobre la vida poltica. La ascensin del nuevo hombre fuerte se debi en gran parte al cambio en el contexto internacional. La llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca puso fin al aislamiento del rgimen. Galtieri haba viajado dos veces a Estados Unidos en 1981 y se haba ganado las simpatas del gobierno republicano, pronto ahora a archivar la poltica de derechos humanos de Carter. El futuro presidente argentino correspondi a las atenciones ofreciendo apoyo militar a las operaciones de contrainsurgencia de los Estados Unidos en Amrica Central. Expertos argentinos en inteligencia y lucha antisubversiva fueron enviados a El Salvador, Guatemala y Honduras. Las enseanzas recogidas durante los aos de la guerra sucia fueron, tambin, usadas para entrenar a los antiguos partidarios de Somoza en acciones contra el gobierno de Nicaragua. Con el respaldo de sus anfitriones de Washington, a quienes aquel hombre alto, tosco y mal hablado haba divertido con sus imitaciones del general Patton, Galtieri tom el poder y reintrodujo a los economistas liberales en el Ministerio de Economa. Los encabezaba Roberto Alemn, que haba sido ministro en 1961 y era muy respetado en los crculos financieros por su ortodoxia. Alemn intent reproducir, en un escenario diferente, la economa poltica liberal de los primeros aos del rgimen. En su esfuerzo por controlar la inflacin se propuso reducir el tamao del estado. Aunque es cierto que el gasto pblico descendi, este descenso no obedeci a una reforma del estado que nunca se emprendi, sino al congelamiento de los salarios de los empleados pblicos y de las tarifas de los servicios pblicos. Ambas medidas ayudaron a desacelerar la inflacin a corto plazo. Alemn tambin suprimi los controles en el mercado de cambio que haba impuesto su predecesor y permiti que el peso flotara libremente. Esto implic otra devaluacin de alrededor del 30 por ciento, que sumada a las sucesivas devaluaciones efectuadas desde abril de 1981, mejor el balance comercial. El objetivo era generar un fuerte supervit que permitiese hacer frente a los pagos al exterior, dado que el acceso a los mercados financieros internacionales estaba cerrado. El ministro de Economa del general Galtieri intent calmar la preocupacin que la creciente crisis de pagos de Argentina despertaba en los medios financieros. Pero la incertidumbre no desapareci. La tasa de cambio comenz a moverse de manera errtica y Alemn tuvo que abandonar su poltica de flotacin libre. Este retroceso no era independiente de lo que suceda en la escena poltica. El retorno de la ortodoxia econmica haba hecho aflorar un amplio descontento que se manifest de manera ms militante que en el pasado reciente. Esta protesta creciente pareca conspirar contra la idea que compartan muchos jefes militares de salir de su aislamiento y preparar la sucesin poltica del rgimen. Aunque no todos los militares lo confesaran abiertamente, eran conscientes de estar atravesando por uno de esos momentos ya conocidos en la historia de Argentina en 156

que la presin favorable a una solucin institucional era irreversible. El almirante Massera ya haba creado su propio partido y haba establecido sugestivos contactos con algunos sectores peronistas. Sobre este trasfondo, Galtieri emprendi una audaz operacin con miras a apuntalar la maltrecha legitimidad del rgimen y retener el poder: la ocupacin de las Islas Malvinas (Falklands), que eran una posesin britnica desde 1833. El tema de las Malvinas siempre haba estado presente en la agenda de poltica internacional de los militares. En diciembre de 1976 Argentina haba persuadido a la Asamblea de la ONU a instar a Gran Bretaa, por tercera vez, a iniciar conversaciones sobre la descolonizacin de las islas. Los britnicos optaron por continuar sus tcticas dilatorias durante los cuatro aos siguientes mientras la frustracin y la irritacin iban en aumento en Buenos Aires. En este marco, la marina argentina empez a preparar un plan de invasin. A fines de 1981 Gran Bretaa decidi reducir su presencia en el Atlntico Sur y el gobierno argentino hizo un nuevo esfuerzo por desbloquear las negociaciones. Cuando el general Galtieri asumi la presidencia, tras el fracaso de las gestiones diplomticas, dio su consentimiento al almirante Anaya, jefe de la marina y pieza clave de su ascenso al poder, para que iniciara las operaciones. El 2 de abril de 1982 los primeros infantes de marina argentinos desembarcaron en las Islas Malvinas. Las expectativas polticas depositadas por el general Galtieri en el operativo militar se vieron satisfechas de inmediato. El fervor nacionalista cundi en todo el pas y el rgimen recibi el respaldo popular que tanto necesitaba. La plaza de Mayo, que cuatro das antes haba sido el escenario de una movilizacin sindical contra la poltica econmica, violentamente reprimida por la polica, se pobl de una multitud entusiasmada que vitoreaba a los militares. Tambin los partidos polticos dieron su apoyo, pues confiaban en que una vez recuperado su prestigio los militares seran menos reacios a dejar el gobierno. Sin embargo, esta oleada patritica termin llevando a las fuerzas armadas ms all de sus planes originales. La invasin se haba concebido para presionar a Gran Bretaa. Se esperaba que, frente a la decisin del gobierno argentino, las comunidad internacional obligara a la primera ministra britnica, Margaret Thatcher, a entablar negociaciones firmes; en cuanto stas empezaran, las tropas argentinas regresaran a sus bases despus de una breve estancia en las islas. Pero el tono triunfalista de la propaganda oficial hizo que a la Junta Militar perdiera el control sobre los acontecimientos. Adems, la seora Thatcher no estaba dispuesta a transigir. Estados Unidos, con cuya neutralidad haban contado los militares argentinos, se mantuvo leal a su aliado tradicional y Argentina se encontr en guerra con una gran potencia, que perdi con una derrota sin atenuantes. El 4 de junio de 1982 las Malvinas volvan a estar en poder de los ingleses. Las secuelas polticas de la derrota en el Atlntico Sur precipitaron la descomposicin del rgimen militar argentino, del mismo modo que la derrota a manos de los turcos en la guerra por Chipre haba puesto fin al gobierno de los coroneles griegos en 1974. Los militares lograron mantenerse en el poder durante otro largo ao, en el transcurso del cual los conflictos que los dividan afloraron sin pudor a la superficie. La Junta Militar se disolvi a la prctica con el retiro de la marina y la fuerza area. El ejrcito qued a cargo del gobierno y design presidente al general Reynaldo Bignone, al que encomend la misin de transferir el poder tan rpidamente como fuera posible. Mientras las tres armas ajustaban cuentas en pblico, acusndose mutuamente de ser responsables de la derrota militar, el gobierno tuvo que hacer frente a los problemas econmicos inmediatos. Con las reservas del Banco Central prcticamente agotadas, se impusieron controles de cambios y se suspendieron los pagos exteriores. La deuda exterior superaba ahora los 157

35.000 millones de dlares, la mitad de los cuales vencan a fines de 1982. Hasta 1981 haba sido posible efectuar los pagos previstos tomando nuevos prstamos a corto plazo. Ahora, en cambio, la credibilidad de Argentina en los crculos financieros internacionales haba desaparecido. Bignone tambin se encontr con que no poda negociar libremente con los acreedores, dado que algunos sectores intentaban mantener un estado de belicosidad financiera. La lnea moderada logr imponerse y se entablaron negociaciones con el FMI y los bancos comerciales en un intento de pagar las cantidades cuyo plazo ya haba vencido y aplazar los restantes pagos. En enero de 1983 se aprob un nuevo stand-by con el FMI en virtud del cual el gobierno prometi corregir una crisis econmica caracterizada por un dficit fiscal del 14 por ciento del PIB, una tasa de inflacin anual del 310 por ciento y un dficit de la balanza de pagos de 6.700 millones de dlares. El programa econmico que se acord reflejaba la visin tradicional del FMI, segn la cual el dficit externo era atribuible al excesivo gasto interno. Sin embargo, mientras que anteriores desequilibrios externos de Argentina se haban expresado por medio de un dficit de la balanza comercial, ahora la cuenta comercial presentaba supervit y las causas del desequilibrio eran el pago de intereses de la deuda externa y el alza de las tasas de inters internacionales. El acuerdo de disponibilidad inmediata con el FMI y la subsiguiente negociacin de la deuda con bancos comerciales permitieron reunir los 3.700 millones de dlares que hacan falta para hacer frente a la situacin externa a corto plazo. Mientras tanto, el gobierno emprendi una reforma financiera cuyo objetivo era auxiliar al sector privado. La deuda interna existente en aquel momento fue prorrogada obligatoriamente cinco aos a tasas de inters bajas determinadas por el Banco Central, que tambin proporcion los fondos. La idea bsica en este sentido era reactivar la economa estancada por medio de una licuacin de la deuda del sector privado, que haba alcanzado niveles peligrosos debido a las elevadas tasas de inters y a la enorme devaluacin del peso: un 800 por ciento por encima de los incrementos de los precios durante los dieciocho meses anteriores. Igualmente grave era la deuda contrada por el gobierno en los mercados locales. La intencin de las autoridades econmicas era desencadenar una fuerte y nica subida de precios que redujera la deuda pblica y privada en trminos reales mediante una transferencia permanente de recursos de depositantes a deudores; por consiguiente, los precios subieron a un nuevo nivel mensual de entre el 15 y el 20 por ciento. El gobierno tambin continu siendo generoso con la deuda externa del sector privado y tom nuevas medidas para traspasar la mayora de los compromisos externos al sector pblico. Camuflada por la cada del rgimen militar, esta racha de medidas heterodoxas en beneficio de la comunidad de negocios provoc gran descontento en la opinin pblica. Bignone tuvo que reorganizar el Ministerio de Economa y puso al frente del mismo a Jorge Whebe, quien ya haba ocupado el puesto durante el ltimo tramo de la presidencia de Lanusse en 1973. Esta simblica designacin fue una seal clara de que los militares se disponan a retirarse. La situacin econmica que dejaban atrs estaba lejos de ser saludable. Entre 1976 y 1982 el PIB global mostr una tasa anual acumulativa y negativa del 0,2 por ciento. Durante cuatro de los siete aos de gobierno militar, el PIB disminuy en trminos absolutos (1976, 1978, 1981, 1982). El nivel de actividad global en 1982 fue inferior en un 1,3 por ciento al de 1975, momento en que se haba interrumpido el largo perodo de crecimiento que comenzara en 1964. La cada fue an ms marcada en la industria y el comercio: el producto manufacturero fue un 20 por ciento inferior al de 1975, a la vez que 158

la actividad comercial era inferior en un 16,4 por ciento. El crecimiento negativo de la economa estuvo asociado a un descenso de la demanda interna, as como la substitucin de la produccin domstica por importaciones. Esto fue acompaado de un descenso de la industria, que declin hasta representar un 22,3 por ciento del PIB en 1982, mientras que la cifra haba sido de un 27,8 por ciento en 1975. Durante el mismo perodo el nmero de obreros industriales disminuy en un 35 por ciento. La nica evolucin positiva se haba registrado en las exportaciones, aunque un incremento del 8,1 por ciento entre 1976 y 1982 no compens la inundacin de los mercados locales por las importaciones. Un efecto paradjico de las medidas liberales fue el crecimiento de la inversin pblica por encima de la inversin total. La incertidumbre dominante durante estos aos convirti los proyectos de inversin estatales en un reaseguro contra el estancamiento y atrajo hacia los contratos pblicos a los empresarios privados. Un resultado previsible de estas polticas fue la contraccin en el nivel de ingreso real de los asalariados. Este deterioro puede estimarse entre el 30 y el 50 por ciento en el perodo que va de 1976 a 1982. A ello se sum una redistribucin regresiva del ingreso. As, el 5 por ciento de la poblacin que percibe los ingresos ms elevados pas de concentrar el 17,2 por ciento del ingreso total en 1974, al 22,2 por ciento en 1982. A esta concentracin del ingreso hay que agregar la fuga de capitales, que convirti a sectores importantes de la clase media alta en tenedores de activos financieros por miles de millones de dlares en centros financieros del exterior. A fines de 1982 la deuda exterior era de 43.600 millones de dlares. A diferencia de la situacin que exista en otras naciones endeudadas, el crecimiento de la deuda externa no fue acompaado por el crecimiento del PIB sino que se gener para sostener una poltica que condujo a la desindustrializacin y el estancamiento. El otro legado de los militares fueron las secuelas de la poltica de represin. Durante la fase final de su perodo en el poder, los militares intentaron infructuosamente que los partidos les garantizaran que no se les castigara por la violacin de los derechos humanos. Convocadas las elecciones para octubre de 1983, los partidos salieron a competir tomando distancia del rgimen militar. De las dos fuerzas ms importantes peronistas y radicales fueron estos ltimos quienes, contradiciendo los pronsticos iniciales mejor supieron hacerlo. Desde 1946 los peronistas mantenan la primaca electoral cada vez que los argentinos pudieron expresar libremente sus preferencias polticas. El Partido Radical enfrent este desafo a travs de una reorganizacin interna, de la cual emergi el nuevo liderazgo de Ral Alfonsn. Con el fin de hacer frente al renacimiento de la vieja retrica populista de los peronistas, Alfonsn formul un programa original. Defini la pugna electoral en trminos de democracia contra autoritarismo y anunci que su partido era el que estaba mejor preparado para reconstruir un sistema democrtico en Argentina. De esta manera captur el humor del electorado que deseaba dejar atrs una larga dcada de horror. El peronismo no logr presentarse como representante creble de esta aspiracin colectiva, que era mucho ms moderada que la que le haba dado la victoria en 1973. Adems, durante la campaa Alfonsn hizo una conexin explcita y convincente entre los peronistas y los militares al advertir sobre la existencia de un pacto sindical-militar y alegar que el alto mando de las fuerzas armadas haba decidido apoyar a un futuro gobierno peronista, a cambio de lo cual los lderes de los sindicatos peronistas promoveran el perdn de las violaciones de los derechos humanos cometidas por los militares.

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Los resultados de las elecciones del 30 de octubre de 1983 dieron a los radicales 7.725.873 votos (el 50 por ciento) y a los peronistas, 5.994.406 (el 39 por ciento). El contraste con los porcentajes de 1973, el 26 por ciento para los radicales y el 65 por ciento para los peronistas, no hubiera podido ser mayor. Adems del voto de los argentinos que eran tradicionalmente leales al radicalismo, la coalicin triunfante se gan el apoyo del electorado de centroderecha, los votos de pequeas agrupaciones de izquierda y un porcentaje significativo de adhesiones peronistas; tambin recibi una mayora del voto de las mujeres y los jvenes. En el contexto de una grave crisis econmica y bajo el impacto de las heridas de la represin todava abiertas, comenz en Argentina una nueva experiencia democrtica.

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Lectura N 4 Hofman, Andr A., The Economic Development of Latin America in the Twentieth Century, Massachusetts, USA, Edward Elgar Publishing, 2001, pp. 1 - 28.
1. Introduction This book provides an assessment of Latin Americas twentieth-century economic performance and policy from a comparative and historical perspective. The theory and empirics of economic growth have come to be the focus of attention once again. Surveying the literature, one sees many new interesting ideas and the rediscovery of older, somewhat forgotten ones. The empirical work and this book is in that tradition concentrates on determining trends and main sources of growth in a cross-section of countries. Economic growth in Latin America is explained on two levels: (a) proximate and measurable influences which are captured in the growth accounts; (b) causes of a more ultimate character, that is, qualitative and institutional influences which are more difficult to measure. The analysis of economic performance concentrates on the quantification of economic growth, long-run estimates of GDP growth and the measurement of factor inputs and total factor productivity. Another important element of this study is an international comparison with countries outside the region, both developed and developing. Maddison (1991 a) defines proximate Causes of growth as:
those areas of causality where measures and models have been developed by economists and statisticians. Here the relative importance of different influences can be more readily assessed. At this level one can derive significant insights from comparative macroeconomic growth accounts. (p. 11)

Through growth accounting it is possible to identify and quantify the proximate causes of growth but no light is shed on the ultimate causes of growth. This study is for the most part eminently empirical in nature, and presents long term series not available until now for several variables which can serve to analyse Latin American growth, levels of performance, and phases when growth accelerated or decelerated. For the 1950-94 period, a growth accounting analytical framework is presented using a total factor productivity analysis in which step-by step explanatory factors are listed, and given their weight in explaining economic growth in the sample of countries. Growth accounting shows the contribution of factor inputs (capital, labour and land) and total factor productivity to output growth. For these quantitative growth accounts long-term GDP and capital formation series were required which permit analysis of GDP (per capita) and labour productivity developments since 1900. Acknowledgements I am greatly indebted to a large number of people in the preparation of this book; I will never be able to repay these debts. My interest in Latin America and its economic

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history started towards the end of my studies at the University of Groningen, while I was working on Mexicos economic development, under supervision of Angus Maddison, and continued with a study on demographic decline in Latin America after the European conquest. Fernando Fajnzylbers interest in comparing Latin America with countries outside the region and Angus Maddisons unreserved support, were great sources of motivation in the preparation of this book. I am very grateful to many of my colleagues at ECLAC in Santiago, Chile. Oscar Altimir has been a constant motivational force and Barbara Stallings gave me the opportunity to finish this study. I am grateful to the following for their comments, or other assistance; Asdrubal Baptista, Renato Baumann, Gloria Bensan, Ricardo Bielschowsky, Jorge Bravo, Ruud Buitelaar, Rodrigo Carrasco, Juan Chackiel, Ricardo Crosa, Pascual Gerstenfeld, Gunther Held, John Hennelly, Sebastin Herreros, Felipe Jimnez, Graciela Moguillansky, Guillermo Mundt, Marcelo Ortzar, Igor Paunovic, Jos Miguel Pujol, Carlos Rodrguez, Mnica Roeschmann, Gert Rosenthal, Pedro Sinz, Horacio Santamara, Osvaldo Sunkel, Rosemary Thorp, Daniel Titelman, Raffael Urriola, Vctor Urquidi, Andras Uthoff, Miguel Villa, Richard Webb and Jrgen Weller. I am also grateful to Derek Blades, Alberto Ffracchia, Alan Heston, Daniel Heymann, Mark Keese and Michael Ward for assistance on methodological issues. I owe thanks to Ricardo Ffrench-Davis, Simon Kuipers, Juan Carlos Lerda, Nanno Mulder, Joseph Ramos and Bart van Ark who kindly read substantial parts of the book and commented extensively on many chapters. Mario Castillo was helpful at the initial stage of the research project and Sergio Zamora helped with the capital stock estimation. I am very grateful to Ana Mara Amengual and Christine Boniface who helped in the final editing of the book. I have received continuous support from colleagues nil over Latin America, with whom I made contact when I visited their countries, or when they visited ECLAC in Santiago. Without their support this book could not have been completed. Being a member of the Groningen ICOP (International Comparisons of Output and Productivity) team has been very stimulating and I have been working with several of its members. I am very grateful to Bart van Ark for efficient, graceful and continuous support, and to Peter Groote for comments and advice. I would particularly like to thank Dirk Pilat on whose support I always could count. I have had a very fruitful relation with Nanno Mulder with respect to capital stock estimation. Angus Maddison has been my main source of inspiration. In spite of the long geographical distance he always provided guidance, redirecting my efforts where appropriate. Probably more than he is aware, his support, new ideas and challenges have been a major source of professional satisfaction, and his untiring and timely comments during all stages of the preparation of this book was admirable. I dedicate this book to my wife and children who accepted, although not always without protest, the many hours of work on this book that should have been dedicated to them. This kind of growth accounting exercise may serve different purposes such as explaining differences in growth rates between countries, illuminating the process of convergence and divergence, assessing the role of technical progress and calculating potential output losses. Growth accounting cannot provide a full causal explanation. It deals with proximate rather than ultimate causality and records the facts about growth components: it does not explain the underlying elements of policy or circumstance, national or international, but it does identify which facts need further explanation. 162

Ultimate causes are those factors related to economic growth which are difficult to quantify in economic or statistical models. They include the role of institutions, ideologies, pressures of socioeconomic interest groups, historical accidents, and economic policy at the national level (Maddison, 1991a). They also involve consideration of the international economic order, foreign ideologies or shocks originating, in friendly or unfriendly neighbours. The ultimate sources of Latin American performance are less clearly established than its proximate causes and constitute an extremely interesting area for further research. The contribution of this book to the understanding of the role of these ultimate sources in economic growth is only modest. Chapter 2 analyses some of the topics to be included in the realm of ultimate sources, such as the institutional set-up, social capabilities and path dependency. In Chapter 7 policy and international context are analysed. It should be stressed that the proximate causes are not independent of the ultimate causes of growth. To rather significant degree proximate causes are dimensions through which ultimate causes can be seen to operate. However, the importance of interaction and interdependency between the different sources of growth is emphasized. On the proximate level the interaction between capital accumulation and technological progress is an example of this interdependence. On the ultimate level there exists interaction between the institutional framework of a society and the implementation of economic policy. An example of interdependence between the ultimate and proximate levels is the relationship between technological progress and the institutional context. In this book Latin American performance is compared with three other groups of countries: (a) two rapidly growing Asian countries (Korea and Taiwan) whose economic growth in the past couple of decades has been remarkably fast; (b) Portugal and Spain, whose institutional heritage had a good deal in common with Latin Amrica; and (c) six advanced capitalist countries (France, Germany, Japan, the Netherlands, UK and USA), whose levels of income and productivity are among the highest in the world. Judging from the performance of several countries in the early 1990s, it would seem that Latin America is now climbing out of the depths of one of the most profound crises of the twentieth century. The lost decade of the 1980s was characterized by low or negative real economic growth, huge external indebtedness, great macroeconomic instability represented by two to three digit inflation, fiscal crisis, and great distortions in resource allocation. Some lessons can be learned from studying Latin America in a comparative perspective.
- There are lessons from the lost decade, which was a period of stagnation rather than growth. The situation in Latin Amrica in the 1980s was highly unusual, with slow or negative growth. Although other regions also experienced lower growth, this did not lead to negative total factor productivity. The implication is that policy at that time was less efficient in Latin America than in many other areas. - In the period 1950-80 Latin America was not an outlier. Total factor productivity was then positive as it was in other regions. Total factor productivity growth was fastest in Europe, followed by the Asian developing countries and the Latin American countries. Growth accounting, of course, accounts only for the so-called proximate causes. An evaluation of policy, institutions and shocks of an internal or external character is important, in order to be able to get a fully rounded view of growth performance and of the efficacy of countries.

Previous work on economic growth accounting in Latin Amrica has concentrated 163

mainly on detailed studies of specific country experience. This book, by contrast, takes a comparative view of a substantial array of countries, within and outside Latin Amrica. Unlike some recent econometric analysis it does not use a maximalist approach, where available data are used without regard to their quality. In this study great attention is given to the construction of comparable series, which data are reasonably reliable. A very important element of this study is the transparency of the methodology used. The complete description of the sources gives the reader the opportunity to judge the quality of the available information. This is the reason for the inclusion of appendices in which the basic series are given together with a description of methodology and sources. In Chapter 2 some of Latin Americas most salient characteristics, such as unequal income distribution, persistent macroeconomic instability and the institutional context, are analysed in a historical perspective. This historical perspective is important because some of the roots of these characteristics might be found, for example, in pre-Columbian society, the colonial period or in the relatively early independence of Latin America compared to other developing regions. This study provides a short, not exhaustive, description of some of the most important characteristics of Latin America in comparison especially with the United States. In this context it is interesting to compare Latin America with the United States because both belong to the same hemisphere, were discovered at the same time by European countries, and had very substantial natural resources endowment by world standards. Now, however, income levels in Latin Amrica and the United States are quite different and the latter leads the world in productivity. The first element to be analysed is the physical endowment of Latin Amrica followed by the institutional framework, inequality, human capital, debt, foreign trade and inflation to finish with policy and ideology. A long-run perspective of growth acceleration and slowdown in Latin Amrica compared with the other groups of countries is presented in Chapter 3. Labour productivity for the 1913-94 period shows some additional evidence concerning the cycles of acceleration and deceleration of growth in the twentieth century. Per capita GDP showed recovery in the 1989-94 period after the negative growth in the lost decade of the 1980s. The analysis of the business cycle and comparison of similarities and differences in the periods commonly used are also studied in this chapter. The main causes of cyclical instability, either of an internal or external nature, are identified. In Chapter 4, which deals with the human capital dimension, I analyse the results with respect to employment, unemployment and annual days worked. This section also takes into consideration the quality aspects of the population as reflected in educational levels. The results with respect to physical capital are the subject of Appendix G and Chapter 5. Appendix G gives a systematic comparison of previous capital stock estimates in Latin Amrica. The lack of comparable estimates of fixed capital stocks for Latin American countries has long hindered analysis of economic development within the region as well as comparison with other developing and developed countries. Chapter 5 attempts to fill this gap by providing estimates of gross and net fixed capital stock for the six Latin American countries selected. The estimates have been generated by employing the perpetual inventory method currently used by most OECD countries to estimate their capital stocks, and hence the most appropriate in an international comparison. Chapter 6 presents a causal analysis of Latin American post-war development using the methodology of the growth accounts, providing for labour and capital a detailed breakdown of their components and indicating the weighting procedure of all inputs 164

(including land) into a measure of augmented total factor input. Performance and policy of Latin Amrica in the post-war period is analysed ill Chapter 7. An overall description of policy and performance in the Latin American region is given. The chapter concludes with a description of the major policy issues on which consensus has been reached and the ones which are still subject to debate. In eight appendices, the complete series, sources and measurement procedures are presented. Appendix A contains long-term population series from 1820-1995. Appendix B provides time series for GDP, levels of GDP and GDP per capita both in rational currencies and international dollars. Some basic quantification with respect to the labour market is given in Appendix C, which presents activity rates, employment, educational level of the population and labour productivity series from 1950 onwards, as well as estimates of hours worked. Estimates for total and disaggregated capital formation for the 1900-1994 period, which are the essential building blocks for the construction of capital stock estimates using the Perpetual Inventory Method, are presented in Appendix D. Appendix E presents the standardised estimates with respect to the fixed capital stock, both in national currencies and international dollars. Appendix F presents import and export series in current dollars as well as indices representing volume movement. Appendix G gives the evolution of consumer prices on a year-to-year basis. Appendix H consists of previous non-standardised capital stock estimated and examines in some detail the history of capital stock and national wealth estimation in Latin America in the twentieth century.
NOTE 1. Latin America refers, if not indicated otherwise, to: Argentina, Brazil, Chile, Colombia, Mexico and Venezuela, which cover around 80 per cent of Latin Americas population, territory and GDP, see also Chapter 3 for a description uf our sample. The origin of the term Latin Amrica is not totally clear. Bushnell and Macauly (1988) attribute it to the Colombian Jose Mara Torres Caicedo in 1856 while Annino (1995) gives France as the origin, citing one of Napoleon Ills advisors on imperial projects as having used the term.

2. Distinctive Characteristics of Latin America over the Long Run There is a consensus among analysts that the origin of some of the most pressing problems of Latin Amrica, for example unequal income distribution and macroeconomic instability, can be found in its history. It is for this reason that I do not keep as strictly to the twentieth century in this chapter as I do elsewhere. The colonial period and the achievement of independence, which came rather early in Latin Amrica compared to other developing regions, are important in understanding the Latin American reality. A short description is presented of some of the most important characteristics of Latin Amrica especially in comparison with the United States, another ex-colony in the same hemisphere. The initial situation as regards natural resources endowment was not better in the United States than in Latin America, but the United States became the world productivity leader. NATURAL RESOURCE ENDOWMENT The relationship between the natural resource endowment of a country and its

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economic development is not straightforward. Long-run empirical evidence shows that the availability of natural resources is not a decisive factor in economic development. There are examples of resource-rich countries that have grown rapidly over the long term while others have had only a modest economic performance. On the other hand there are examples of countries, despite being very poor in natural resources, that have grown at a spectacular pace. In economic theory, the classical economists assigned a very important role to the impact of natural resources on the growth potential of an economy. Adam Smith stressed the availability of land as a factor in economic growth.(1) Ricardo and Malthus were quite pessimistic about the availability of natural resources for growth. More recent studies, like those prepared by the Club of Rome, stress the same point. However, it has become clear that technological advances have increased the productivity of agriculture enormously and that technology and geological prospecting have also increased proven reserves and the yield of mineral resources. A great variety of arguments are presented in the literature about the effects, both positive and negative, of natural resources on development. On the positive side the availability of minerals, fertile soil, climate or geographic location present the opportunity to capture economic rents to be used for accelerated economic growth. Negative elements regularly mentioned are the effect of deterioration due to the structural transformation process, affecting a countrys pattern of international trade, hindering efficient resource allocation, inducing rent-seeking behaviour, formation of dual economies and Dutch disease effects. In a comparative perspective the Latin American advantage in natural resources is overwhelming. Total land area per head in 1950 in Latin America was two or three times the level in the United States (which is the best endowed developed country among those considered), and more than 20 times that of South East Asia (see Table 2.1).
Table 2.1. Total Land Area per Head of Population, 1900-1994 (hectares per capita)
1900 Argentina Brazil Chile Colombia Mxico Venezuela Korea Taiwan Portugal Spain France Germany Japan Netherlands UK U.S.A. 58.3 47.3 25.2 26.0 14.0 34.7 1.1 1.3 1.7 2.7 1.4 1.1 0.9 0.7 0.6 12.5 1950 16.0 15.9 12.3 8.7 6.9 17.3 0.5 0.5 1.1 1.8 1.3 0.7 0.5 0.3 0.5 6.3 1994 8.0 5.3 5.4 3.0 2.1 4.1 0.2 0.2 0.9 1.3 0.9 0.5 0.3 0.2 0.4 3.7

Source: Appendix A, FAO, Production Yearbook, various issues and Maddison (1995)

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The Western Hemisphere together with Australia is often referred to as empty.(2) They are countries of recent settlement. Land was obviously the most abundantly available natural resource in these empty countries and offered a great opportunity for economic development. Mineral resources have also had a great impact on economic development in Latin Amrica since the colonial period. Adam Smith (1776) was one of the first writers to emphasize differences in the use of the land between the English and the Spanish colonies, and the relationship between land use and economic development. Among the factors limiting productive use of land he mentioned engrossment, rights of primogeniture, taxes and levies and a restrictive trade system. The land system introduced by the Spanish, the encomienda, granted large properties to conquistadores as well as the right to exploit indigenous labour more or less like serfs. The encomienda was gradually replaced by the hacienda which was the form of landownership that prevailed at the end of the colonial period. However, it is important to note that during the colonial period Spain was not at all interested in agriculture and most part of its energies went into obtaining gold and silver. The first source was, of course, the gold already found by Native Americans from alluvial sources. The second step was to expand alluvial gold mining. The third step was the introduction of the mercury' amalgamation technique which improved the efficiency of extraction and made the mining of lower grade silver ore possible. Mining developments generally created mineral rents that helped to maintain external equilibrium. But it produced a pattern of resource use that made the distribution of income worse, the economy less diversified, export earnings more concentrated on primary products. Mineral development may well have caused a lower growth rate in the non-mining sectors of the economy than otherwise would have occurred (Lewis, 1984). In the colonial period, the Southern Cone countries, Argentina and Chile, established a system of great landed estates, haciendas or latifundios. Argentina (Ro de la Plata in colonial times) was an impoverished colony. It was only during the second half of the eighteenth century that exports of hides provided an indication of the enormous potential of this rich and fertile country (Daz-Alejandro, 1983 and Corts Conde, 1985). Chile, which had some mining but nothing on the scale of the silver mines of Per and Bolivia, experienced a great expansion of livestock herds in the seventeenth century to meet the strong demand for leather and for fats for making candles and soap. The eighteenth century saw the transformation of Chiles pastoral economy when it captured the Peruvian market for wheat (Cariola and Sunkel, 1985). Brazil was somewhat different as it was colonized by Portugal and mining was, initially, relatively unimportant. Portugal did not exercise as strong an authority as Spain did on its colonies. The plantation economy introduced in the sixteenth century, when Brazil became the worlds most important producer and exporter of sugar, also had distinct characteristics compared to the rest of Latin America, particularly the use or slave labour on a great scale. Like the Southern Cone countries, Brazil was only sparsely populated at the time of conquest. Two centuries after Columbus discovery of the Americas, gold was found in Minas Gerais and the subsequent discovery of diamonds in 1729 generated an era of spectacular opulence that lasted into the second half of the eighteenth century (Cardoso and Helwege, 1992). Agriculture in Mexico towards the end of the colonial period was a hacienda system with great church estates. Production on these haciendas was mainly self sufficient and only partly directed to the market. Most agricultural production was for domestic consumption. 167

There were also a few export crops such as dyes for the booming European textiles industry, cacao, vanilla and henequen. These haciendas were not feudal as was originally claimed, especially by the Berkeley school (Borah, 1951), as they were connected to domestic markets, especially in supplying workers for the mining industry and urban settlements. Although some plantations were developed in Mxico, for example for sugar cane, these were never as important as in Brazil. Mxicos agriculture was basically oriented to the domestic market. Independence was seen by many as a great opportunity for Latin Amrica to accelerate its economic development.(3) The new opportunities for trade, now that the region was no longer hindered by Spanish regulations, and access to international capital are regularly mentioned as potentially the most important factors for inducing faster development. Most scholars point to the beginning of the nineteenth century as the starting point of accelerated capitalist development, with much faster growth than in the protocapitalist period from 1500-1820 (Maddison, 1991 a). However, Latin America did not enjoy the same acceleration as achieved in Europe and United States, because the first half of the nineteenth century was devoted to political consolidation of independence and the formation of more stable political and economic regimes. Brazil and Chile were the first to form stable regimes and suffered less from political instability than other countries, especially Mxico, Colombia and Venezuela. During the first half century after independence, Argentinas considerable landbased natural resources remained undeveloped, as the country was immersed, most of the time, in political turmoil. Daz-Alejandro (1983) claimed that a political and social framework compatible with export-oriented growth was established in Argentina only shortly after the middle or the middle of the century. By 1880 the best land on the Pampas had been appropriated in a manner leading to concentrated ownership. All exports were based upon natural resource wealth, especially land, and the first exports were wool, hides and salted meat, to which wheat, corn and linseed were added. Later on frozen beef exports became important. Brazil experienced an agricultural revival at the end of the eighteenth century based on its plantation economy. First sugar, later cotton and, at the end of the colonial period, coffee were to become extremely important in Brazil. Mining, which had not been particularly important in Chile during the colonial period became prominent after independence. Chile then experienced an expansion based on export of gold, silver and copper, followed in the 1850s and 1860s by substantial trade in grain. The grain exports originating from the area around the capital, Santiago and the south were very important during parts of the nineteenth century. This expansion was ended by the War of the Pacific in 1879. After the war, with the incorporation of the provinces of Tarapac and Antofagasta, a second major cycle of expansion began. This cycle reached its height about 1920 and ended with the great Depression of tile 1930s. The boom in nitrate production in the provinces of the Norte Grande relegated grain and flour exports to a secondary role (Cariola and Sunkel, 1985). The export-oriented development strategy of Latin America continued at least until 1913. It was after the Great Depression of 1929-33 that the debate on industrialization as a development strategy assumed importance in many countries. Industrial development was promoted after the Great Depression and during World War II as imports became scarce. This policy was at the expense of agricultural exports though mining exports remained important. Many authors have indicated that the process of industrialization had already started long before the Great Depression(4) but the import substitution strategy was 168

intensified after the World War II and was maintained longer than many commentators, often in retrospect, thought necessary. In the economic development of Latin America in the twentieth century, natural resources remained a very important element. Currently in all countries the single most important export product is a primary product.(5) Several countries have added manufactures to their exports, but only in Mxico and Brazil do these represent more than 50 per cent of total exports. Recently, since the debt crisis of the 1980s, there has been some indication of change in Latin Americas development strategy. Chile is the prime example of a country which, after a process of macroeconomic stabilization and economic restructuring, adopted a strategy based upon its abundant natural resources. The growth of the natural-resource based export sector has given new momentum, through forward and backward linkages, to the entire economy which has been growing at a rate of over 6 per cent for more than 10 years. INSTITUTIONS The institutional set-up and its relation to economic growth, a subject normally located in the sphere of the so-called ultimate causality, is extremely important and, in the case of Latin Amrica, further study of the relationship between growth and institutions can be very useful. Institutions provide the incentive structure of a society and they comprise the formal rules, constitutions, laws and regulations; and informal constraints, conventions, norms of behavior and self-imposed codes of conduct, and their enforcement characteristics (North, 1993), In a historical context the comparison between Latin Amrica and the United States in terms of the institutional set-up might explain part of the difference in performance. North refers to the idea of path dependence, originated by David (1985) and Arthur (1988), and applied it to institutional evolution, indicating that once on a particular path economies find it very hard to fundamentally change direction because of the built-in characteristics of institutions. His striking comparison between the institutional evolution of Spain and England and the consequences for the subsequent course of events in Latin and North Amrica provides a striking illustration of the role of path dependency (see also North, 1990). In this respect the social capability,(6) that enhanced growth in the successful Asian countries, is deficient in Latin Amrica. Social capability refers to different elements such as the adequacy of the institutional framework, the role of government in designing and implementing economic policy and the skill level of the population. During the conquest and the colonial period, Spain was to a large degree isolated from the forces important to modernization in the rest of Europe, especially in Northern Italy. The Renaissance and Enlightenment made possible recognition of mans ability to transform the forces of nature through rational investigation and experiment. But Spain retained, to a great extent, medieval thinking and medieval ways. The wars of Reconquest against the Moors had allowed the Castilian Crown to obtain great wealth. Agriculture, crafts and commerce took second place to armed conquest as sources of wealth in the eyes of both hidalgos (noblemen) and peasants. It was this way of thinking which induced the followers of Hernn Corts and Francisco Pizarro to seek fame and fortune in the new world. This behavior and its modern, rent-seeking variant, is still, in many Latin American countries, an important component of the behavior of economic agents. In a comparison of institutional development in Latin America and the United States 169

during their respective colonial periods, several features become clear.(7) The level of interference by the colonial power was much lower in the case of the English than in the case of the Spanish. As Smith (1776) noted:
The Spanish colonies, therefore, from the moment of their first establishment, attracted very much the attention of their mother country; while those of the other European nations were for a long time in a great measure neglected. (p. 612)

Spain deliberately followed a policy of total conquest, modeling the colonies on the institutional structure of Spain and destroying the indigenous political and cultural institutions, together with indigenous religion and architecture. The other colonial powers had a much stronger tendency to a system of coexistence with indigenous institutions. The Spanish Crown established a centralized, hierarchical system with several viceroys,(8) who also had responsibility for appointing bishops and therefore exercised control over the church. The authority of these viceroys was hardly challenged during the whole colonial period.(9) Underneath this centralized structure there was a complicated method for dispensing favors, land mineral concessions and so on, which made it important to be close to power and which partially explains the absentee character of landownership. The indigenous population was considered and treated as inferior. They were subjected to military oppression and faced unknown diseases like measles and smallpox that caused epidemics with extremely high death rates (Maddison, 1995). Later they were subject to cruelty, racism, injustice and indifference, elements characteristic of colonial Latin Amrica which continued to be a feature of the independent Latin American countries. The labor relations established under Spanish colonial rule were of an extremely dependent, debt peonage, and oppressive character. This impeded practically all forms of labor mobility and stands in marked contrast to the conditions experienced by settlers in the English colonies, who were basically independent, working their own land. An important distinction between the English and Spanish colonies concerns the fiscal burden imposed upon them by the colonial power. There are very clear indications that taxes in the Spanish colonies were much higher than in the English ones. The Crown taxed the production of agricultural estates and mines by levying a fifth. Remittances of profits to Spain were quite high. In the case of the English colonies taxes were much lower and basically trade related. There was a big difference in the style of government between the English and the Spanish colonies in the Americas. The English colonies of North Amrica were split up into 13 virtually autonomous colonies, while the Spanish featured a highly centralized power structure, and their top officials had a sumptuous lifestyle. The mercantilist restrictions imposed on Latin America by the Spanish were much tougher than those on English colonies. They confined all their trade by their colonies to a particular port in the mother country; ships were obliged to sail from that port, in convoy at a particular season, or, if on their own, only once a special license had been granted, which in most cases was very expensive. Trade was limited to a few ports in Latin Amrica and Cadiz and Seville in Spain. The monopolistic character of this trade had very detrimental effects on prices, production and trade.(10) The mercantile policy of Spain and Portugal practically prohibited the development of manufacturing industries in Latin Amrica. One of the institutional arrangements that changed as a result of independence was the new ability to raise capital on the international financial market, which had been

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impossible during the colonial period. It is interesting to note, however, that all Latin American governments were in default by the end of the 1820s for a myriad of reasons. The colonial period did not prepare them for financial independence. The origins of fiscal irresponsibility can be traced to Spains own practices. It is an irony of history that when Spain conquered Latin Amrica, its relative power was already on the decline in Europe. One reason for this was the establishment of more efficient institutional arrangements in several European countries, such as the Netherlands and the UK, which were the world productivity leaders until the beginning of the twentieth century. The institutional systems of Portugal and Spain were very different from those in the more advanced northern European countries in terms of religious practice, centralisation of power, the role of science and technology and the degree of fiscal responsibility. Argentina was created as a nation, in the sense of definitively bringing the national territory under a single regime, in the third quarter of the nineteenth century. Formal political unity was achieved between 1859-62, with the accession of Buenos Aires province to the Argentine Federation. But the issue of governance was only resolved in the following two decades, with the closing of the Indian frontier in Patagonia, the suppression of the last regional revolt and the creation of a federal district separating the city of Buenos Aires from the province of the same name in 1880. Daz-Alejandro (1970) states:
From 1860 to 1930 Argentina grew at a rate that has few parallels in economic history, perhaps comparable only to the performance during the same period of other countries of recent settlement. (p. 18)

Differences in me role of central government in the economies of Latin Amrica can be explained partly by political considerations, as well as by differing relations with the world economy. The state in Brazil was internally strong and internationally respected, while in Mxico the state was internally fragmented and internationally dependent. The republicans who took power in Brazil in 1889 inherited a state with fairly strong institutions that had the support of the elite, since Brazils path to independence had been smooth. A weak church and the social cement of slavery tended to convince the countrys ruling class of the necessity to maintain a united front. Arguably, a nation was built and a state formed earlier in Brazil than anywhere else in Latin America. Brazil experienced a peaceful transition to independence. It was much more dependent on the world economy than Mxico, its ratio of exports to GDP was twice that of Mxico, and exports were concentrated in two commodities, coffee and rubber. The Brazilian state relied upon taxes on international trade to a much greater degree than Mxico. Foreign exchange was a more pressing concern, since Brazils foreign debt was twice the size of Mexicos. The transformation and the strengthening of the economies of Latin American countries occurred at different moments in their national histories, depending on the export commodities involved and their relative success in state-building. Chiles economy was affected by overseas demand as early as the 1850s (copper exports to Europe and wheat to California), and Argentina and Brazil followed in the 1860s. These countries, along with Mxico, then felt the full impact of the combined effects of the European economic expansion, which, as far as Argentina and Brazil were concerned, triggered an unprecedented level of European immigration. Chile established a constitutional regime in 1833 and was widely admired in Spanish Amrica for its stability. Mxico and Argentina

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were not to have stable regimes until the late 1860s. In Colombia the doctrine of economic liberalism went unchallenged from the late 1840s until the 1880s. The basic tenet of economic thinking in Colombia until the 1940s was economic liberalism. Independence brought a more general commitment to economic liberalism in the 1820s by the Colombian government. It adopted free trade and attempted both to reform some taxes and to privatize Indian communal holdings in accordance with liberal prescriptions. The state that Porfirio Daz seized in 1876 was less secure; Mxico before Daz had been plagued by civil wars, regional rivalries, and foreign invasions. The treasury was plundered, foreign credit scant, power splintered and sovereignty mocked. Internal peace and external pressures were constant concerns of Daz. INEQUALITY OF INCOME AND WEALTH The distribution of income and wealth in Latin Amrica is extremely unequal in comparison with most of the rest of the world, and these levels of inequality have been persistent over time. The roots of this situation can be found in the distribution of land, mineral rights and education during the colonial period. Labour relations inherited from the system of landownership, which tied the workers and their families to the land, also caused very uneven initial conditions and proved to be a major obstacle to a more equal distribution of income. Education of the masses was completely neglected during the colonial period; Spain even tried to prevent the population from becoming literate because this was deemed dangerous for religious and political reasons. Two particular facets of the colonial period provide a partial explanation of the uneven income distribution in Latin Amrica. Unequal income distribution was a legacy from the old colonial system of labour exploitation, with slavery in Brazil and peonage elsewhere. Restricted access to education was another cause of inequality, and was more important than in many Asian countries (Maddison, 1989). Cardoso and Helwege (1992) describe the roots of inequality as follows:
The colonial division of property had implications not only for the usage of land but for the political structure of the region as well. The encomienda system established a landed aristocracy that dominated political life for centuries and then shared power as industry displaced agriculture as the central economic activity. It established a sharp division between the haves and the have-nots, creating a class structure that is extremely bifurcated by comparison to other cultures. Problems of unequal income distribution and widespread rural poverty that face the region today are rooted in events of the sixteenth and seventeenth centuries. (p. 37)

The problem of inequality in income and wealth was inherited from the colonial period, in which the distribution of assets (principally land) favoured a concentration of income, and for most of the post-independence period the dynamics of the dominant model of economic development have either preserved the existing level of inequality or have exacerbated it (Bulmer Thomas, 1994). A long-term view of Latin American income distribution is very difficult to obtain because of huge methodological difficulties.(11) In Table 2.2 Gini coefficients(12) are presented for the 1950-90 period based upon a methodology of linking appropriate pairs of Gini coefficients.

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Altimir (1987) describes these pairs which were selected on the ground that they are comparable with regard to the concept of income, the procedure used for measuring income and the geographical coverage of the surveys used to collect the data, as well as the units and criteria used by the respective authors in processing or adjusting the survey data (see also Altimir, 1992). A first step in the preparation of Table 2.2 was the selection of a base period Gini for which there were reliable estimates of income distribution in the specific country. This base period Gini estimate was linked over time to the other available estimates. The results indicate that income distribution in Latin Amrica in the post-war period either remained the same or worsened. The worsening of the income distribution was especially marked after 1980.(13)
Table 2.2 Latin America: Inequality in Pre-tax(14) Income Distribution, 1950-90 (Gini coefficients around benchmark years) 1950 Argentina Brazil Chile Colombia Mxico Venezuela Average Gini 0.400 0.513 0.516 0.613 0.510 1960 0.419 0.570 0.459 0.542 0.606 0.462 0.509 1970 0.412 0.630 0.473 0.516 0.586 0.494 0.518 1980 0.472 0.619 0.522 0.566 0.478 0.390 0.507 1990 0.423 0.631 0.520 0.494 0.523 0.442 0.506

Source: Oscar Altimir Kindly provided access to his extensive database on income distribution (see also Altimir 1997 and 1998). The 1950 estimate for Venezuela is a direct interpolation based upon estimates for 1944 and 1962 from Baptista, 1991.(15).

In Table 2.3 the Latin American countries are compared with the other countries of our sample, and the results show markedly higher inequality in Latin Amrica than in all the other country groups. There are also reasons to presume that these differences have persisted over time. Inequality may have risen somewhat in recent decades in the advanced countries.
Year Argentina Brazil Chile Colombia Mxico Venezuela Arithmetic average Korea Taiwan Arithmetic average Spain 1970 1959 1965 Gini coefficient 0.412 0.630 0.505 0.539 0.586 0.494 0.528 0.351 0.396 0.396 0.393 Top decile per capita income as multiple of that in bottom deciles 11.2 20.0 21.3 21.8 25.5 25.0 20.8 7.6 7.0 7.3

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France Germany Japan Netherlands UK USA Arithmetic average

1970 1973 1969 1967 1973 1972

0.416 0.396 0.335 0.385 0.344 0.404 0.382

14.4 10.5 7.5 10.5 9.1 13.5 10.9

Source: If not otherwise mentioned, from sources given in Maddison (1989) and (1995). See Table 2.2 for Latin American Gini coefficients. Gini coefficients for Spain from Jain (1975).

HUMAN CAPITAL The renewed interest expressed by the new growth theorists in human capital highlights once again the importance of this factor in improving productivity and growth. A higher level or education permits faster incorporation of technical progress and most growth analysts, since Schultz (1961) and Denison (1962), attribute an important weight to this factor. Education had an extremely low priority during the colonial period in Latin Amrica. Far fewer universities were established than in the United States even though the population was much larger. To a great degree, the indigenous population went uneducated during the entire colonial period. Argentina had moved toward mass primary education as early as 1860 (Bulmer-Thomas, 1994), and was the first country in Latin Amrica in the twentieth century to provide compulsory primary education, paid for by the State, for all of the population (Corts Conde, 1985). Brazils educational system lagged behind those of most Latin American countries. Women were almost totally left out until well into the twentieth century. At the end of the colonial period the whole rural and urban population was illiterate. The situation had improved somewhat by the end of the nineteenth century, especially with respect to the urban population, whose literacy rates reached a figure of just below 50 per cent. Education in Chile became a priority during the government of Jos Manuel Balmaceda (1886-91) and major progress was made at the primary level (Blakemore, 1992). However, primary education became compulsory only in 1920 (Mamalakis, 1976). The rural indigenous population of Colombia received almost no formal education during the colonial period. From the middle of the nineteenth century some increase in elementary education took place and the proportion of the population able to read reached about 30 per cent at the beginning of the twentieth century. The National University was founded in 1867 but most professionals received their education abroad (see Orlando Melo, 1987 and Safford, 1976). In Mxico the indigenous population was almost completely denied education during the colonial period. The education of the middle and upper classes was entirely dominated by the Catholic Church. After independence there was little change in education policy. An educational reform was initiated in 1833 but could not be fully implemented. During the second half of the nineteenth century education was reformed and removed from clerical control, and there was some state intervention in favour of popular education. After the Mexican Revolution, free compulsory education was introduced but initially coverage was extremely low. Table 2.4 shows the evolution, during the second half of the twentieth century, of the situation in Latin Amrica as regards years of primary, secondary and higher education.

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Argentina Brazil Chile Colombia Mxico Venezuela

I 3.9 1.5 3.6 2.0 1.9 1.7

1950 II 0.8 0.2 0.7 0.3 0.2 0.2

III 0.1 0.1 0.1 0.1 0.0 0.0

I 4.7 2.2 4.4 3.0 2.9 2.8

1970 II 1.5 0.6 1.4 0.9 0.5 0.6

III 0.2 0.1 0.3 0.1 0.1 0.1

I 5.0 3.2 4.9 3.4 4.2 4.1

1980 II 2.0 0.9 2.1 1.4 1.3 1.2

III 0.4 0.1 0.3 0.2 0.2 0.2

I 5.1 3.9 5.34.4 4.4 4.6 5.4

1990 II 2.7 1.3 3.0 2.4 1.9 2.3

III 0.7 0.2 0.4 0.4 0.4 0.4

Note: I refers to primary II to secondary and III to higher education. Source: Appendix C.

INFLATION The issue of inflation has generated intense debate in Latin America, especially between the so-called monetarists and structuralists. The former see inflation as detrimental, and contend that a stable price level is a necessary condition for economic growth, whilst the structuralist school regards inflation as an inevitable byproduct of economic growth Simonsen (1964) differentiates the monetarist and the structuralist school by the sign of the correlation between growth and inflation. For the structuralists this is positive e while the monetarists expect it to be negative.
Table 2.5 Experience of inflation, 1900-1994 (annual average compound growth rates) 1900-13 Argentina Brazil Chile Colombia Mxico Venezuela Arithmetic average Korea Taiwan Arithmetic average Portugal Spain Arithmetic average France Germany Japan Netherlands UK USA Arithmetic average 0.9 1.3 2.8 1.1 0.9 1.3 1.4 12.1 2.5 4.8 2.0 3.3 3.1 4.7 1.4 -2.2 1.2 -2.1 -0.7 -2.1 -0.7 28.1 3.8 82.4 7.4 5.3 4.5 21.9 n.a -1.6 7.3 4.6 5.3 3.0 3.7 1913-29 2.2 6.4 5.1 7.7 2.9 1.7 4.3 1929-38 -0.7 -0.2 6.5 3.1 2.2 -4.4 1.1 1938-50 30.6 12.3 16.4 11.7 10.0 6.0 14.5 1950-73 30.5 31.6 48.6 10.8 5.7 1.8 21.5 30.1 7.2 18.6 3.4 6.7 5.0 5.0 2.7 5.2 4.1 4.6 2.7 4.1 1973-80 189.1 47.0 236.2 27.2 22.5 11.3 88.9 20.0 13.0 16.5 23.9 19.6 21.7 11.1 4.8 9.7 7.1 15.8 8.9 9.6 1980-94 629.1 748.6 22.3 26.4 58.9 28.9 252.4 8.7 3.2 6.0 16.7 9.7 13.2 5.5 2.8 2.1 2.6 6.4 4.5 4.0

Note: For the Asian and Iberian countries, no information for the pre-war period was available. Source: Maddison (1989), IMF (various issues) and appendix G.

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In comparative terms Latin American inflation has been higher than in OECD countries, particularly since World War II. One of the most interesting findings is the fact that the acceleration of inflation had started well before the 1950s, as a matter of fact the starting point is similar to that documented in Table 3.4, which shows the growth acceleration in GDP per capita and labour productivity. Table 2.5 presents the inflationary experience in the twentieth century of a sample of 17 countries, and shows that Latin Amrica had the highest inflation of all regions in most periods. It also makes clear that the Latin American inflationary experience was, surprisingly, not very different from that of the advanced countries during the first half of the twentieth century. The advanced countries witnessed more or less the same levels of inflation before the Great Depression, and the acceleration of inflation during the 1938-50 period was greater than in the case of the Latin American countries. However, with the exception of Japan (the country that had by far the highest inflation in this period), inflation in the advanced countries was somewhat less than in Latin Amrica. Table 2.5 shows that the big difference occurred after World War II when all areas, except Latin Amrica, experienced a reduction in inflationary momentum. In the periOd 1973-80 inflation accelerated in all countries, with Latin Amrica again recording the highest rates. While inflation abated in the rest of the world after 1980, Latin American inflation accelerated further. In the early 1990s, in the context of economic stabilisation and restructuring, most Latin American countries were able to drastically reduce their rates of inflation. In particular, Argentina and later Brazil which had recorded extremely high rates succeeded in stabilising their economies; Chile and Colombia reduced inflation even further, while in Mxico and Venezuela inflation increased somewhat. DEBT PROBLEMS The recent debt crises of the 1980s and the 1990s are not unprecedented events, but part of a chain of recurrent crises throughout the history of Latin Amrica. During more than a century and a half the Latin American nations have repeatedly experienced international financial storms that greatly damaged their economies and strapped them into an apparently irrevocable succession of boom and bust cycles that reinforce underdevelopment (Marichal, 1989). Foreign capital can foster economic development in various ways, for example through increases in the rate of growth of the capital stock, mitigating payment problems and helping technology transfer. However, Latin Americas experience has been one of booms and crises. Productive use of foreign investment very often did not have priority; indeed the first inflow of capital into Latin Amrica shortly after independence was used principally for military expenses. Defaults were usually followed by a 20- to 30-year drought in access to private credit. One of the first significant financial waves came in 1822 as newly independent Latin American countries attracted European capital for the consolidation of independence and trade promotion.(16) The financial boom was short-lived, however, as debtors and investors overestimated the regions export earnings potential and were also adversely affected by the European financial crisis of 1825-26; servicing problems and financial panic occurred shortly thereafter in 1827. The severe losses experienced by creditors helped keep

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foreign investors away from the region for more than two decades. Nevertheless, foreign capital returned with some enthusiasm in the 1850s due to expansive forces in some European capital markets and the fading memories of the past losses: The second wave of credit was also followed by severe payment problems: 58 per cent of Latin American public debt to Great Britain was in default by the end of 1880 (ECLAC, 1965a). Notwithstanding these earlier problems foreign capital flowed into Latin Amrica during the rest of the nineteenth century and the early part of the twentieth century, although there were other payments crises in the 1870s, triggered by the world crisis of 1873, and in 1890, as a result of the Anglo-Argentine financial panic of that year (Marichal, 1989). During this period Latin Amrica managed to attract a steadily increasing number of foreign investors, and by the eve of World War I the region had become the target of keen competition among tile great international financial centres. During World War I capital flows to Latin America slumped, but serious payments problems did not develop, in part because exports and payments capacities were boosted in wartime. In the 1920s another investment boom ensued, followed by the famous crash of the 1930s, which was brought on by the Great Depression and the dramatic fall in the regions export prices. Private capital flows dried up almost completely in the fifteen years following the 1929 depression due to defaults. It was only after World War II that Latin Americas access to private international capital began to be gradually restored. Immediately following World War II, the regions foreign finance was heavily dependent on direct foreign investment flows and bilateral lending. This was complemented by World Bank funding at the end of the 1950s, as that institution turned its attention from the reconstruction of Europe to development finance. Additional multilateral finance became available in the early 1960s with the establishment of the Inter-American Development Bank. Private commercial banks had a very low profile in the regions external finance situation, generally limiting themselves to export credits guaranteed by their own government and relatively risk-free short-term trade credit. Meanwhile, bond issues were for only 4 limited amounts due to investors' lingering memories of tile 1929 crash, and the institutional restrictions that limited access to these markets. The picture changed radically in the 1970s. Capital flows boomed, partly as a result of increased liquidity due to the first oil crisis and partly because of increasing Latin American demand. These new inflows were largely provided by private commercial banks. A good deal of the flow was in the form of bank credits at floating rates of interest, most of them denominated in dollars. The situation turned around abruptly in 1981 as world trade prices in dollars fell and interest rates increased dramatically (see Table 2.6). From one year to another, net transfers to Latin Amrica became negative. The debt crisis of the 1980s caused Latin Amrica to change its development strategy. Most countries became involved in efforts to achieve stability and made structural changes in their economies. At the beginning of the last decade of the twentieth century, several Latin American countries which had seemingly mastered the crisis of the 1980s, stabilized their economies and introduced or deepened structural reforms, once again became attractive to foreign investment. The big inflow of foreign capital in the early 1990s took a variety of forms, for example short-term bonds (Mxico), investment in assets in the stock markets (most countries) and also some foreign direct investment (Chile):

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Table 2.6 Average Real Annual Percentage Interest Rate on Developing Country Floating-Rate Debt 1977 -11.8
Source: Reisen (1985)

1978 -7.4

1979 -9.7

1980 -6.0

1981 14.6

1982 16.7

1983 15.9

In December 1994 and early 1995 it seemed that Latin Amrica was again headed for crisis, triggered ante more by Mxico.(17) On 20 December, the newly elected Mexican government devalued the peso and, having accumulated large external liabilities, provoked a tremendous fall in confidence in Mxico and in the rest of Latin Amrica. This caused a tequila effect, entailing the reversal of capital flows in some countries and a massive selloff of assets in the stock markets which fell steeply in almost all countries. Some countries are in better shape than others, for example Chile, because it had already introduced profound economic reforms and had a positive, copper influenced, trade balance; and Brazil, still on the path of reforming the economy, but having rather high reserves, as well as a positive trade balance and a relatively low current account deficit compared to Argentina and especially Mxico. The renewed reversal of capital flows to Latin Amrica and the increase in interest rates caused negative effects in several countries, particularly in Mxico and Argentina, which both went into recession, and Venezuela and Colombia, both immersed, for different reasons, in severe political crises. THE MOVE FROM OPEN TO CLOSED ECONOMIES 1929 - 1980s Latin Americas role in the world economy is a story of ups and downs. During (he colonial period trade was officially limited only to Spain and Portugal although smuggling became increasingly important. After independence there was freer trade and although initial political instability did not help the export sector, exports increased in some countries, for example Chile, and Latin Americas terms of trade probably improved as prices of imports fell after the termination of the colonial monopoly.
Table 2.7 Variations in Volume of Merchandise Exports, 1870 - 1994 (average annual compound growth rates) Argentina Brazil Chile Colombia Mxico Venezuela Arithmetic average Korea Taiwan Arithmetic average Portugal Spain 1870-1913 5.2 1.8 3.4 2.0 5.9 4.1 3.7 0.0 4.8 2.4 n.a n.a 1913-50 1.6 1.7 1.4 3.9 -0.5 5.4 2.3 -1.3 2.6 0.7 n.a n.a 1950-73 3.1 4.7 2.4 3.8 4.3 4.1 3.7 20.3 16.3 18.3 5.7 9.4 1973-94 5.8 8.9 8.8 5.7 9.7 -1.9 6.2 12.6 10.8 11.7 8.5 8.2

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Arithmetic average France Germany Japan Netherlands UK USA Arithmetic average


Source: Maddison (1995)

n.a 2.8 4.1 8.5 2.3 2.8 4.9 4.2

n.a 1.1 -2.8 2.0 1.5 0.0 2.2 0.7

7.5 8.2 12.4 15.4 10.3 3.9 6.4 9.4

8.4 4.4 4.0 6.2 4.3 3.9 5.1 4.7

At the end of the nineteenth and the beginning of the twentieth centuries, Latin Amrica was relatively open to world trade, exporting primary products and importing capital goods and consumer durables. The Great Depression marked a change in trade history as, first, the de facto exclusion from the world market, and second, import substitution policies caused Latin Amrica to turn away from international trade. More recently, as a result of the debt crisis but also due to severe problems with the import substitution strategy, there has been a renewed trend to use trade as an engine of growth. Latin America has always been an exporter of primary commodity exports: in the colonial period, first minerals like silver and gold, and later on agricultural products like sugar and coffee. Surprisingly, for all the countries of our sample the first export product, by value, is actually still a primary commodity: coffee in the case of Brazil and Colombia, oil in Mxico and Venezuela, maize in Argentina and copper in Chile. In the section dealing with natural resources, it was pointed out that some Latin American countries had been quite successful in entering the world market on the basis of agricultural and mining products. In Table 2.7 the export performance of Latin Amrica, in terms of volume growth rates, is compared with other regions. At the beginning of the century Latin Ainericas performance was similar to the rest of the world. The 1913-50 period was much better for Latin Amrica, among other reasons because it was not that directly affected by the World Wars. In 1950-73 the export performance of Latin Amrica in comparison with the rest of the world was extremely poor. Latin Amrica did not profit from the rapid expansion of trade opportunities, indeed Latin American trade barriers and protection were increased. The data presented for the 1973-94 period were disaggregated in the case of Latin Amrica to show somewhat higher overall growth rates in the 1980-94 period. Argentina, Colombia and Venezuela had higher growth rates in 1980-94 than in 1973-80. Brazil had similar growth rates in both periods and Chile and especially Mxico had lower growth rates in the 1980-94 period. POLITICAL AND POLICY INSTABILITY One of the points stressed by many authors is the importance of ideology in Latin Americas macroeconomic management as opposed to the more pragmatic approach followed, for example, by some Asian newly industrialising countries. As has been indicated above, in the discussion on institutions, economic policy in

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Latin America during the colonial period was guided principally by the mercantilist doctrine imposed by Spain. After independence a shift can be observed towards a more laissez-faire orientation. At the end of the nineteenth century free trade and liberal commercial policies had favourable effects on economic growth. However, Latin Amrica already had quite high levels of protection compared to other regions in the world. The 1930s are widely regarded as a major turning point in Latin Americas development. The decade marks the acceleration of import-substituting industrialisation and the start of public policy more concerned with growth and social objectives. An important element was the emergence of strong protectionism and nationalism in most of the advanced countries. By the end of 1931 most Latin American countries were experimenting with balance of payments measures previously regarded as heterodox. As a result of the unfavourable shocks of the Great Depression, the Latin American policy mix changed more by force of circumstance than deliberate strategy. The countries of the region abandoned the gold standard, imposed exchange controls and discriminatory trade restrictions (such as quotas, tariffs, and multiple exchange rate systems) on imports of consumer goods, and adopted countercyclical fiscal and monetary policies. This set of policies has been called the model of domestically-oriented growth. Import-competing manufacturing activities were given an advantage not only through protective trade policies, but also through tax and credit incentives. Specifically, the dynamic growth component, instead of being the export sector as it was before the Great Depression, was private and public investment in import-substituting industries and public investment in infrastructure geared to these industries needs (Corbo, 1988). Latin America abandoned economic orthodoxy in the beginning of the 1930s with remarkable success. Most Latin American countries had by 1932 erected exchange control barriers, raised tariffs, devalued very substantially and begun to default on foreign debt. In thus breaking away from the liberal international economic order and gold standard rules they felt able to follow expansionary fiscal and monetary policies to promote recovery (Maddison, 1985). The drastic experience of recession in the independent countries of Latin Amrica had induced a change in attitudes towards the liberal international economic order, and an inward-looking approached to development which had its first successes in the 1930s (Maddison, 1985). After World War II when the advanced countries embarked on a period of growth characterized by dismantling of barriers to international trade and capital and so on, Latin Americas policies did not change much and came to be characterized as structuralism (Corbo, 1988). The main characteristic was promotion of industrialisation for the domestic market. Import substitution was implemented by a set of policies designed to shift the domestic terms of trade between agriculture and industry in favour of the latter. The major tool was the trade regime. Moreover, in these years of increasing intervention, the state itself often became directly involved in import-substitution industrialisation by setting up public enterprises in highly protected sectors, such as steel, petroleum, and chemicals. One of the major results of this policy was discrimination against exports (Corbo, 1988). In the late 1940s and the 1950s the Santiago-based Economic Commission for Latin Amrica and the Caribbean (ECLAC) worked on the theoretical foundations of what was to be called the structuralist position in economic development. Ral Prebisch, one of the most controversial and influential intellectual leaders in Latin Amrica, formed a team in the late 1940s and onwards at ECLAC and produced a series of studies of which the one by Prebisch (1991) is the best known.(18) Here the influential concept of the centre-periphery 180

system in economic relations was revealed for the first time. Prebisch's best known academic contribution is the so-called Singer-Prebisch thesis (see also Singer, 1950) on the secular deterioration of terms of trade which led him to advocate industrialisation in Latin Amrica and for a long time made ECLAC and import substitution inseparable. Many of these ideas were initially developed as a result of analysis of problems of inflation. Structuralist analysis attempted to identify specific rigidities, lags, shortages and surpluses, low elasticities of supply and demand, and other characteristics of the structure of developing countries that affect economic adjustments and the choice of development policy (Chenery, 1965). Structuralist analysts emphasised, among many other factors, the role of the state in economic development, the structural shift from agriculture to industry, and the lack of economic surplus for accumulation; they became influential in many countries in Latin Amrica, particularly in Brazil and Chile. A more critical analysis, also with respect to import substitution industrialisation, was provided by the Marxist structuralist interpretations, of which Andr Gunder Frank (1969) and Paul Baran probably offered the best know. The relationship between the core and the periphery is not one of mutual benefits but of exploitation. The surplus in the periphery will be caught by foreign capital or by the local elite. The basic theory is that import substitution increases dependency on imports and increases the power of the industrialists and multinational corporations at the expense of the poor and the rural peasants. In the mid 1960s, both at ECLAC and elsewhere, another more sociological and political line of interpretation was developed to be known as dependency theory, which tried to explain why some of the presumed consequences of industrialisation for the periphery were not being produced. One of the basic economic arguments was that the industrialisation that took place in Latin Amrica was largely limited to the production of consumer goods. The fruits of the dynamic capital goods sector where technical progress was concentrated went once again to the centre nations (Cardoso and Faletto, 1969). Another set of ideas was developed at ECLAC to counter the foreign exchange constraint through economic planning and economic integration of the Latin American market, in order to be able to move to a second, more difficult stage of import substitution which could not be enacted at the national level alone. This analysis, together with the structuralists view on inflation, was very influential in the 1960s and has been labelled Structuralism II (Corbo, 1988). From early on several critics, within and outside Latin Amrica, criticized the import substitution strategy. As early as 1950, Viner (1950), had rejected most of the arguments for protecting import-competing industry and recommended elimination of discrimination against exports. Another influential critic was Roberto Campos (1967), who questioned the emphasis in favour of industry at the expense of agriculture, and the confidence in the theory that, by substituting public for private initiative, new resources would be created, and the assumption that inflation could be used to increase capital formation in a sustainable way. Around the middle of the 1970s, a group of Southern Cone countries started to experiment with new policies which abandoned import-substitution policies and government intervention. These so-called neoconservative experiments were inspired as much by political and ideological as by economic factors and were implemented under the reign of military governments. Although many observers acknowledged serious problems in Latin Americas development strategy in the mid 1970s, including the inefficient role of 181

the state, the application of a radical anti-interventionist model paid very little attention to the limits of the market and the private sector (Ramos, 1986). The debt crisis of the 1980s caused many Latin American countries to rethink their development strategy due to the economic necessity of debt servicing and external constraints; many countries started to implement neo-liberal policies consisting of economic adjustment, stabilisation and outward orientation, and also including policies to reduce state intervention, promotion of private enterprise, fiscal discipline, getting the prices right and improving allocation in the product, factor, and financial markets. Most of these policy elements were included in the Washington Consensus (Williamson, 1990); additional themes like income distribution and social issues have been added to the agenda in the 1990s. Notes
1. Smith (1776, p. 617): Plenty of good land, and the liberty to manage their own affairs their or way, seem to be the two great causes of the prosperity of all new colonies. 2. The term empty countries, used for the American hemisphere and Australia, was of course not appropriate as both areas had significant indigenous populations. North America, the Southern Cone and Australia were sparsely populated. The more densely populated parts of the Americas experienced very drastic reductions in their population in the first decades after the conquest. 3. Most Latin American countries became independent during the first half of the nineteenth century. All countries, except Brazil, declared their independence in 1810 and won it soon after: 1816 in Argentina, 1818 in Chile and Colombia and 1821 in Mxico and Venezuela. Brazil became independent from Portugal in 1822. 4. See in case of Argentina (Daz-Alejandro, 1970 and 1983), in Brazil (Suzigan, 1976), in Chile (Palma, 1979 and 1984), and in Colombia (Ocampo, 1987). 5. In the case of Argentina, maize (8.0 per cent) and beef (6.7 per cent) are the first and second export products and 68 per cent of all exports are of primary origin. The respective figures for other countries are: Brazil, coffee (8.0 per cent) and iron ore (5.2 per cent) and 40 per cent; Chile, copper (42.9) and grapes (4.6 per cent) and 81 per cent; Colombia, coffee (49 per cent), oil (12.6 per cent) and 69 per cent; Mxico, oil (43.6 per cent), coffee (3.5 per cent) and 47 per cent; and Venezuela, oil (79.1 per cent), aluminium (4.2 per cent) and 86 per cent (Bulmer-Thomas, 1994 and World Bank, 1995). 6. A term introduced by Okhawa and Rosovski (1973) but recently emphasised especially by Abramovitz (1986, 1990). 7. The comparison by Adam Smith (1776) of colonies in the Western Hemisphere was not the first but he concentrated on economics while other comparisons, for example Buffon (1761), de Pauw (1768) and Hegel (1820) were more of a theological-philosophical nature (Annino, 1995). 8. Around 1800 Latin Amrica was divided in the Viceroyalties of New Spain, New Granada, Per and Ro de la Plata (Lynch, 1991). 9. Between 1535 and 1816 there was a steady succession of 60 viceroys in New Spain (Maddison, 1995). 10. However, these detrimental effects of mercantilism on Latin American production, trade and development should not be overestimated; see the careful summary in Cardoso and Helwege (1992), emphasizing that mercantilism may not have been as important in slowing industrial and agricultural growth as the distorting nature of the mineral boom itself. They also stress that most European countries were extremely protectionist until the late nineteenth century. This makes it difficult to assess how much trade would have occurred in the absence of mercantilism. 11. Among those most mentioned are: underestimation of income that affects differently both income level and their concentration, the technique for measuring income and the geographical

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coverage of the surveys, see Altimir (1987) for a review and discussion of the income measurements from different types of surveys in Latin Amrica and their comparability problems. 12. The Gini coefficient is a measure of income concentration that ranges from 0 to 1, the larger the coefficient, the greater the inequality. Thus 0 represents perfect equality and 1 represents perfect inequality. 13. It cannot be stressed enough that these estimates give only an indication of a tendency as the linking procedure involved linking series of different coverage, definition and quality. 14. In the strict sense it is difficult, especially in the case of the Latin American countries, to differentiate between preand post-tax income distribution, again; see Altimir (1987). 15. I did not use the 1957 estimate (0.802) of Baptista (1991) because it seemed unreasonably high, especially compared with his 1962 estimate (0.462). 16. The following description of Latin Americas history of capital flow and debt is based largely upon Devlin (1989), ECLAC (1965a) and Marichal (1989). 17. By the middle of 1995 things had settled again; the major countries affected by the crisis were Mxico and (to a lesser extent) Argentina, both entering into recession. The repercussions in the rest of Latin Amrica were relatively minor and most countries recovered part of the losses, especially those on the stock markets. However, on a negative note, several observers have commented that the crisis of the 1980s started the same way, through a number of minor crises in several countries. On the other hand, more optimistic observers suggest that the situation in Latin Amrica is now structurally different from the 1980s as many countries have restructured their economies. In fact, only a few countries have advanced far in structural reforms, notably Chile, but several others are in the process of restructuring and it is to be hoped that economic growth will resume (or continue) in Latin Amrica as restructuring is always much easier in times of economic growth but is extremely painful in times of crisis. It should also be stressed that structural reforms do not prevent crisis per se, as Chile found out so painfully in the early 1980s. Many studies could be mentioned; of special importance were a series of country studies titled, The Economic Development of..., which used what for that period were quite advanced techniques: capital stock estimation, econometric analysis and extensive data collection, and which are up-to-date valuable statistical sources for historical research due to their excellent empirical base. Other important ECLAC studies dealt with external financing, inflation and industrialization.

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Lectura N 5 Rouqui, Alain, Extremo Occidente, Introduccin a Amrica Latina, Argentina, Emec, 1990, pp. 15-35; 69-252.

Introduccin QU ES AMRICA LATINA? Parece tal vez paradjico iniciar el estudio de una regin cultural evocando la precariedad de su definicin. Por singular que parezca, el concepto mismo de Amrica Latina es problemtico. Por consiguiente, conviene tratar de precisarlo, recordar su historia e incluso criticar su empleo. Aunque es de uso corriente en la mayora de los pases del mundo y en la nomenclatura internacional, no es un trmino riguroso. Al igual que el ms reciente y muy ambiguo Tercer Mundo, parece una fuente de confusin ms que un instrumento de delimitacin preciso. Qu significa Amrica Latina desde el punto de vista geogrfico? Es el conjunto de los pases de Sud y Centroamrica? Sin duda, pero segn los gegrafos, Mxico pertenece a la Amrica del Norte. Es ms sencillo englobar bajo esta denominacin a todas las naciones al sur del ro Bravo? Pero en ese caso habra que reconocer que Guyana y Belice, angloparlantes, as como Surinam, donde se habla el holands, forman parte de la Amrica Latina. A primera vista, se trata de un concepto cultural, lo que conduce a la conclusin de que abarca a las naciones americanas de cultura latina. Ahora bien, Canad, con Qubec, es tan latino como Puerto Rico, Estado Libre Asociado de los Estados Unidos, e infinitamente ms que Belice; sin embargo, a nadie se le ha ocurrido incluirlo, o siquiera a su provincia francfona, en el conjunto latinoamericano. Ms all de estas imprecisiones, se podra pensar en una fuerte identidad subcontinental, una trama de solidaridades diversas basada en una cultura comn o en vnculos de otro tipo. Pero esta justificacin carece de valor ante la diversidad misma de las naciones latinoamericanas. La escasa densidad de las relaciones econmicas, e incluso culturales, entre naciones que durante ms de un siglo de vida independiente se han vuelto la espalda entre ellas para mirar a Europa o Norteamrica, las enormes diferencias entre pases en cuanto a su potencial econmico y el papel que desempeen en la regin no coadyuvan a una verdadera conciencia unitaria, a pesar de los ros de tinta retrica que no dejan de correr sobre el tema. Es por eso que muchos autores ponen en tela de juicio la existencia misma de Amrica Latina. Desde Luis Alberto Snchez en el Per hasta el mexicano Leopoldo Zea, los intelectuales han abordado el problema sin hallar respuestas definitivas. No se trata solamente de la dimensin unitaria de la denominacin y de la identidad que ella expresa frente a la pluralidad de las sociedades de la Amrica llamada Latina. Porque si se quisiera destacar la diversidad y evitar cualquier tentacin generalizadora, bastara invertir la cuestin y hablar de las Amricas latinas, como lo han hecho varios autores.1 Esta
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Desde el famoso nmero de Annales de 1949 (4) subtitulado A travers les Amriques latines [A travs de las Amricas latinas], esta frmula ha sido utilizada por los autores que han hecho hincapi en las particularidades nacionales y descartado las generalidades huecas. Es el caso de Cahiers des Amriques

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frmula tiene la ventaja de que reconoce una de las dificultades, pero a costa de acentuar la dimensin cultural, aspecto que tambin resulta problemtico. Por qu latina? Qu abarca este rtulo, de uso tan difundido hoy? De dnde viene? Las respuestas dictadas por el sentido comn se desvanecen rpidamente a la vista de los hechos sociales y culturales. Son latinas las Amricas negras descritas por Roger Bastide? Son latinas la sociedad guatemalteca, donde el cincuenta por ciento de la poblacin desciende de los mayas y habla las lenguas indgenas, y la de las sierras ecuatorianas, donde predomina el quechua? Son latinos el Paraguay guaran, los agricultores galeses de la Patagonia, el estado brasileo de Santa Catarina y el Sur chileno, ambos poblados por alemanes? En realidad, esto significa utilizar la cultura de los conquistadores y colonizadores espaoles y portugueses para designar formaciones sociales de componentes mltiples. Es comprensible que los autores espaoles y de otros pases prefieran el trmino Hispanoamrica o incluso lberoamrica para incluir el componente lusfono que predomina en el inmenso Brasil. Porque el epteto latino tiene su historia, aunque Hait, cuya elite es francfona, le sirve de pretexto: apareci en Francia bajo Napolen III, como parte del gran plan de ayudar a las naciones latinas de Amrica a contener la expansin de los Estados Unidos. Esta idea grandiosa se materializ en la malhadada expedicin a Mxico. Pasando por alto los vnculos particulares de Espaa con una parte del Nuevo Mundo, la latinidad tena la ventaja de imponerle a Francia legtimos deberes para con sus hermanas americanas catlicas romanas. Esta latinidad fue rechazada en nombre de la hispanidad y los derechos de la madre patria por Madrid, donde an hoy el trmino Amrica Latina est mal visto. Por su parte los Estados Unidos opuso a la mquina de guerra europea el concepto vertical de panamericanismo, pero luego adopt esta denominacin vertical conforme a sus intereses y ayud a difundirla. Esta Amrica conquistada por espaoles y portugueses es muy latina por la formacin de sus elites, entre las cuales predomina la cultura francesa por lo menos hasta 1930. Significa que esta Amrica es latina en sus capas dominantes y oligrquicas, y que solamente los aborgenes y los de abajo, que apenas recogen migajas de latinidad y rechazan la cultura del conquistador, representan la autenticidad del subcontinente? As lo creyeron los intelectuales de la dcada de 1930, sobre todo los de los pases andinos, que descubrieron al indgena olvidado, desconocido. Haya de la Torre, poltico peruano de vigorosa personalidad, acu una novedosa denominacin regional: Indoamrica. Esa designacin tuvo menos xito que el indigenismo literario que la inspir o el partido poltico de vocacin continental creado por Haya. El indio no goza de gran aceptacin entre las clases dirigentes americanas. Marginado y excluido de la sociedad, ha quedado relegado culturalmente en todos los grandes estados, incluso en los de antiguas civilizaciones precolombinas con fuerte presencia aborigen. As, segn el censo de 1980, slo dos de los sesenta y seis millones de mexicanos no eran hispanoparlantes, y apenas siete millones conocan una o ms lenguas indgenas. Se puede imaginar, con Jacques Soustelle, un Mxico que, semejante al Japn moderno, hubiera conservado lo esencial de su
latines, publicado por el Institut des Hauts tats de lAmrique latine de Pars y el clsico libro de Marcel Niedergang, Les Vingt Amriques latines (Pars. Seuil. 1962).

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personalidad autctona al insertarse en el mundo contemporneo, pero eso no sucedi. El continente ha seguido el camino del mestizaje y la sntesis cultural. Sin embargo, la trama indgena no est del todo ausente, ni siquiera en los pases ms blancos, y participa claramente de la conformacin de la fisonoma nacional. Esta Amrica es, segn la expresin de Sandino, claramente indolatina. Por consiguiente, aunque la definicin de latina no abarca integral ni adecuadamente las realidades multiformes y en evolucin del subcontinente, tampoco se puede descartar un rtulo descriptivo utilizado hoy por todos, en especial por los interesados (nosotros los latinos). Estas observaciones slo tienen el fin de subrayar que el concepto de Amrica Latina no es plenamente cultural ni tan slo geogrfico. Utilizaremos el trmino por comodidad, pero con conocimiento de causa, es decir, sin desconocer sus lmites y ambigedades. La Amrica Latina existe, pero solamente por oposicin y desde afuera. Lo cual significa que la categora de latinoamericano no representa ninguna realidad tangible, ms all de extrapolaciones vagas y generalizaciones carentes de rigor. Y significa tambin que el trmino posee una dimensin oculta que completa su acepcin. Una Amrica perifrica ... A primera vista, el estudioso se encuentra frente a una Amrica marcada por las colonizaciones espaola y portuguesa (francesa en el caso de Hait) que se define por contraste con la Amrica anglosajona. Por consiguiente, predominan las lenguas espaola y portuguesa, a pesar de las florecientes culturas precolombinas y de las recientes oleadas inmigratorias, ms o menos asimiladas. Pero la exclusin de Canad (a pesar de Qubec) de ese conjunto y el hecho de que los organismos internacionales como el SELA y el BID incluyan entre los Estados latinoamericanos a Trinidad-Tobago, las Bahamas y Guyana2 otorgan al perfil de la otra Amrica una innegable coloracin socioeconmica e incluso geopoltica. Todas estas naciones, cualesquiera que fueren sus riquezas y su prosperidad, ocupan el mismo lugar en la divisin Norte-Sur. Son pases en vas de desarrollo o de industrializacin, ninguno forma parte del centro desarrollado. Dicho de otra manera, se cuentan entre los Estados de la periferia del mundo industrializado. Pero esa no es su nica caracterstica comn. Histricamente, dependen del mercado mundial como productores de materias primas y bienes alimenticios (en ese sentido, el estao de Bolivia es igual a la nuez moscada de Grenada), pero tambin del centro, que determina la fluctuacin de los precios, les proporciona tecnologa civil y militar, as como capitales y modelos culturales. Una particularidad notable y un factor innegable de unidad de esos pases del hemisferio occidental es que todos se encuentran, en distintos grados, dentro de la esfera de influencia inmediata de la primera potencia industrial del mundo, que a la vez es la primera nacin capitalista. Es un privilegio peligroso que no comparten con ninguna otra regin del Tercer Mundo. En este sentido, la frontera comn de tres mil kilmetros entre Mxico y los Estados Unidos constituye un fenmeno nico. La clebre cortina de tortillas que fascina a millones de mexicanos, aspirantes a penetrar clandestinamente en el pas ms rico del
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Vase por ejemplo: Banco Interamericano de Desarrollo, Progreso econmico y social en Amrica Latina, Washington (informe anual).

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planeta, es una lnea de divisin cultural y a la vez socioeconmica, cargada de un fuerte valor simblico. Tal vez se podra clasificar entre las naciones latinoamericanas a todos los pases del continente en vas de desarrollo, independientemente de su lengua y su cultura, puesto que a nadie se le ocurrira alinear a las Antillas angloparlantes o a Guyana con la opulenta Amrica anglosajona. Es igualmente cierto que en esta regin la poltica predomina sobre la geografa: as, el presidente Reagan incluy entre los eventuales beneficiarios de su Iniciativa de la cuenca del Caribe (Caribbean Basin Initiative) a El Salvador, a pesar de que slo tiene costa sobre el Ocano Pacfico. En ltima instancia, tal vez se podra adoptar el criterio de aquellos que, despreciando la geografa, proponen llamar Sudamrica a la parte pobre, no desarrollada del continente. ... que pertenece culturalmente a Occidente El subcontinente latino tambin posee particularidades notables dentro del mundo en vas de desarrollo. Forma parte, segn la expresin de Valry, de un mundo deducido: una invencin de Europa, llevada por la conquista a la esfera de la cultura occidental. Las civilizaciones precolombinas, que segn algunos autores ya estaban en crisis antes del arribo de los espaoles, no resistieron a los invasores, que impusieron sus idiomas, sus valores y su religin. Tanto los indgenas como los africanos llevados como esclavos al Nuevo Mundo adoptaron con diversos sincretismos la religin cristiana. Brasil es hoy la primera nacin catlica del mundo. Por todo esto, la regin ocupa un lugar propio en el mundo subdesarrollado. Amrica Latina sera en este sentido el Tercer Mundo de Occidente o el Occidente del Tercer Mundo. Lugar ambiguo si los hay, donde el colonizado se identifica con el colonizador. As, no es para asombrarse que en 1982 el conjunto de los pases latinoamericanos haya propuesto, contra los sentimientos de los pases afroasiticos recientemente descolonizados, que la ONU rindiera homenaje a Cristbal Coln y el descubrimiento de Amrica. Este continente, a diferencia de frica y Asia, sigue siendo una provincia, un poco alejada, pero siempre reconocible, de nuestra civilizacin, que ha ahogado, tapado, absorbido los elementos culturales y tnicos preexistentes. Este carcter europeo de las sociedades latinoamericanas tiene consecuencias evidentes para el desarrollo socioeconmico de los pases. La continuidad con Occidente facilita los intercambios culturales y tcnicos, no estorbados por ningn obstculo lingstico o ideolgico. La fluidez de las corrientes migratorias del Viejo Mundo al Nuevo multiplic la transferencia de conocimientos y capitales. De manera que las naciones latinoamericanas aparecen en la estratificacin internacional como una suerte de clase media, es decir, en una situacin intermedia. Slo una de esas naciones en transicin, Hait, pertenece al grupo de Pases Menos Adelantados (PMA), en compaa de numerosos compaeros de infortunio asiticos y africanos (pero con un ingreso per cpita que duplica el de Chad o Etiopa). Las economas de la mayora de los grandes pases de Amrica Latina son semiindustriales (la industria contribuye en un veinte a treinta por ciento a la composicin del PBI) y los tres grandes, el Brasil, Mxico y la Argentina, se encuentran entre los Nuevos Pases lndustrializados (los NIC, segn la nomenclatura de la ONU). Los indicadores de modernizacin sitan al Brasil, Mxico, Chile, Colombia, Cuba y Venezuela por encima de los pases africanos y la mayora de los asiticos (salvo las ciudades estados). La Argentina y el Uruguay se encuentran en este sentido entre los pases adelantados. 187

Al buscar factores de homogeneidad, ms all de estos grandes rasgos, de un conjunto que no es Occidente ni el Tercer Mundo sino que aparece con frecuencia como una sntesis o yuxtaposicin de los dos, se advierte que casi todos provienen del exterior del subcontinente, sobre todo si se cae en una acepcin restrictiva es decir, esencialmente cultural y clsica del trmino Amrica Latina: las ex colonias portuguesas y espaolas del Nuevo Mundo. Paralelismo de las evoluciones histricas Si la existencia de una Amrica Latina es problemtica, si se impone la diversidad de sociedades y economas, si el aislamiento de las distintas naciones es un hecho fundamental que hace a su manera de funcionar, no es menos cierto que una relativa unidad de sus destinos, ms sufrida que deseada, acerca a las repblicas hermanas entre s. El fenmeno se advierte en las grandes etapas de su historia, en la identidad de los problemas y de las situaciones que enfrentan hoy esas naciones. Las ex colonias de Espaa y Portugal, polticamente independientes desde el primer cuarto del siglo XIX (salvo Cuba, que logr su emancipacin en 1898), en ese sentido se parecen ms a los Estados Unidos que a los pases recientemente descolonizados de frica o Asia. Pero un siglo y medio de vida independiente no basta para sacudirse la influencia profunda de tres siglos de dominacin (de 1530 a 1820 aproximadamente) que marcaron irreversiblemente sus configuraciones sociales y moldearon el destino singular de las futuras naciones. A partir de la independencia, los estados del subcontinente recorren grosso modo con desvos y retrasos en algunos pases trayectorias paralelas en las que se advierten claramente los sucesivos perodos. En primer trmino se abre para los estados recientemente emancipados lo que el historiador Tulio Halpern Donghi llam la larga espera, durante la cual la destruccin del estado colonial no permite todava instaurar un nuevo orden. Mientras las flamantes naciones se esfuerzan por hallar una funcin a su medida, las repblicas hispnicas atraviesan largos perodos de perturbaciones anrquicas en los que campea el desorden depredador de los seores de la guerra (los caudillos), y el Brasil independiente prolonga aparentemente sin sobresaltos el statu quo colonial, bajo la gida de la monarqua unitaria de los Braganza y el emperador Pedro I. Entre 1850 y 1880, con unas pocas excepciones entre las pequeas repblicas de Centroamrica y el Caribe, las naciones del subcontinente entran en la era econmica que algunos autores llaman orden neocolonial: las economas latinoamericanas y por ende las sociedades se integran al mercado internacional. Producen y exportan materias primas e importan bienes manufacturados. En este engranaje esencial de la nueva divisin internacional del trabajo que se realiza bajo la gida britnica, cada pas se especializa en unos pocos productos, algunos en uno solo. Este nuevo orden alcanza su apogeo en el perodo comprendido entre 1880 y 1930. Los pases del subcontinente conocen un crecimiento extravertido que trae consigo la ilusin de un progreso ilimitado en el marco de una dependencia consentida por sus beneficiarios locales y racionalizada en nombre de la teora de las ventajas comparativas. La crisis de 1929 desorganizar los circuitos comerciales y pondr fin a la euforia embriagadora de esta belle poque, de cuyos beneficios estaban excluidas, desde luego, las capas trabajadoras en su mayora. El fin del mundo liberal lo es tambin el de la hegemona 188

britnica. Los Estados Unidos, que ya dominan su patio trasero caribeo, sustituirn la preponderancia del Reino Unido por la suya y se convertirn en la metrpoli exclusiva del conjunto regional. Comienza entonces el perodo caracterizado por las relaciones entre Norteamrica y los pases de la regin o, ms precisamente, marcado por las sucesivas polticas latinoamericanas ejecutadas por Washington. Pero paralelamente con esta periodizacin internacional, se suceden etapas econmicas claramente diferenciadas, sin que se advierta un claro vnculo causal. Esta periodizacin posee un valor puramente referencial y sirve para destacar que, ms all de las particularidades nacionales, ciertos fenmenos comunes trascienden las fronteras. Las similitudes no son solamente histricas, sino que se advierten estructuras anlogas y problemas idnticos. Relaciones con los Estados Unidos Poltica del buen vecino, escasamente intervencionista. Modelo de Desarrollo Industrializacin autnoma, sustitutiva de importaciones. Produccin industrial para el mercado interno, empleando sobre todo capitales nacionales. Crisis de la sustitucin de importaciones. Encuentra sus lmites en la capacidad tecnolgica y financiera de los pases de la regin para producir bienes duraderos o maquinarias. Se produce la internacionalizacin de los mercados nacionales mediante la instalacin de sucursales de las grandes empresas multinacionales industriales.

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Crisis de las relaciones interamericanas en respuesta al desafo castrista; poltica de contencin del comunismo; la tctica de Estados Unidos adquiere distintas formas, desde la ayuda econmica hasta la intervencin militar directa o indirecta.

Coacciones y estructuras similares No se debe sobrestimar las similitudes. No obstante, las historias paralelas han dado lugar a realidades que, sin ser similares, poseen muchos rasgos comunes que las distinguen, por otra parte, de otras regiones del mundo desarrollado o subdesarrollado. Aqu slo mencionaremos tres: 1. La concentracin de la propiedad de la tierra. La distribucin desigual de la propiedad agraria es una caracterstica comn a los pases de la regin. Es independiente de la conciencia que los actores puedan tener de ella y no siempre da origen a tensiones sociales o al disenso poltico. Con todo, el predominio de la gran propiedad agraria tiene consecuencias negativas para la modernizacin de la agricultura e incluso para la creacin de un sector industrial eficiente. Afecta de manera directa la influencia social y, por consiguiente, el sistema poltico. El fenmeno de la gran propiedad va de la mano con la proliferacin de minifundios exiguos y antieconmicos. Esta tendencia, que se remonta a la poca colonial, prosigue an hoy: la continuidad de la herencia de la tierra aparece como un 189

hecho permanente a escala continental, salvo en los lugares donde se produjeron reformas agrarias profundas (Cuba). Algunos indicadores numricos permitirn comprender mejor estas ideas, a pesar de las limitaciones propias de las estadsticas que abarcan el subcontinente como una totalidad indiferenciada: hacia 1960, el 1,4 por ciento de las propiedades de ms de mil hectreas concentraban el 65 por ciento de la superficie total, mientras que el 72,6 por ciento de las unidades ms pequeas menos de veinte hectreas abarcaban apenas eI 3,7 por ciento de la superficie.3 Desde la publicacin de estos datos, se han producido muy pocos cambios como para modificar su significacin global. 2. Lo temprano de la independencia como de los modelos de desarrollo determinaron la singularidad de los procesos de modernizacin. Dicho en pocas palabras, a una industrializacin tarda y de escasa autonoma correspondi una urbanizacin fuerte, anterior al nacimiento de la industria. La terciarizacin excesiva de las economas es la consecuencia ms evidente de una urbanizacin precaria, vinculada a su vez con la emigracin de las poblaciones rurales provocada por la concentracin de la propiedad terrateniente. No es casual que, si persiste esta evolucin, Mxico y San Pablo sern en el ao 2000 las dos ciudades ms grandes del mundo, con 31 y 26 millones de habitantes, respectivamente. 3. La magnitud de los contrastes regionales es tambin resultado de la urbanizacin concentrada, de las particularidades de las estructuras agrarias y de la industrializacin. As se reproduce en el interior de cada pas: el esquema planetario que opone un centro opulento a las periferias miserables. Los contrastes internos son ms flagrantes aqu que en la mayora de los pases en vas de desarrollo. A tal punto que, despus de haber descrito framente las disparidades con el rtulo de dualismo social, algunos autores hablan de colonialismo interno. Los socilogos, por su parte, evocan la simultaneidad de lo no contemporneo, que no se limita al hecho pintoresco de que indgenas de la edad de piedra vivan a un tiro de arco de laboratorios cientficos ultramodernos. En el Brasil, el estado de Cear ocupa el tercer lugar del mundo, despus de dos PMA, entre los de mayor mortalidad infantil, mientras que San Pablo es el lder continental en industria farmacutica y posee algunos de los hospitales ms modernos del mundo, y Ro goza de prestigio internacional por sus clnicas de ciruga plstica! Un economista ha dicho con razn que el Brasil, tierra de contrastes si las hay, sera parecido al imperio britnico en la poca de la reina Victoria si se juntaran frica, la India y Gran Bretaa en un mismo territorio. Se podra tratar de multiplicar las similitudes y concomitancias. Los rasgos comunes abundan y no se limitan, como se ver en los captulos siguientes, a estas caractersticas estructurales. Si se le da un amplio contenido extracultural, el trmino Amrica Latina designa una realidad diferenciada y especfica. Pero esta especificidad clara, innegable, supera las contingencias socioeconmicas. Se inscribe en el espacio y el tiempo regionales. Antes de formar parte del Tercer Mundo, esta Amrica es el Nuevo Mundo, descubierto en el siglo XV y conquistado en el XVI. Segn Pierre Chaunu, posee su tiempo propio, un tiempo americano (...) ms denso, ms cargado de modificaciones y por consiguiente ms
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Segn Chonchol, J.: Land Tenure and Development in Latin America, en Veliz, C. y cols.: Obstacles to Change in Latin America. Londres, Oxford University Press, 1965.

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veloz que el nuestro, producto de una historia acelerada provocada por un colmar la brecha que se abre con la prehistoria del continente, poblado tardamente a travs de migraciones. Tal vez se podra pensar tambin en la pluralidad, en la variedad de este tiempo americano y su prolongacin, es decir, en sus virtudes conservadoras. Es verdad que los indios neolticos se codean aqu y all con tecnologas de punta del ltimo cuarto del siglo XX, pero no es menos cierto que las sociedades latinoamericanas conservan formas sociales superadas en el resto del mundo occidental; son verdaderos museos polticos donde la sustitucin de clases dominantes se efecta por yuxtaposicin antes que por eliminacin. Porque, como deca Alfred Mtraux, especies de animales hoy extinguidas sobrevivieron en Amrica hasta una fecha mucho ms reciente que en el Viejo Mundo. Se ha hablado tambin de una naturaleza americana, no slo para destacar la magnitud desmesurada de los elementos y el gigantismo del espacio, que nada le deben al hombre, sino para indicar la impronta de ste sobre el paisaje. La naturaleza ha sido violada, agredida por la depredacin y el derroche de una agricultura minera (Ren Dumont) que la llev a un estado no salvaje, sino degradado (Claude Lvi-Strauss), deshumanizado, a imagen de un continente conquistado. Lo cual demuestra lo errneo que sera desconocer los fenmenos transnacionales en el estudio de este conjunto regional. DIVERSIDAD DE LAS SOCIEDADES, SINGULARIDAD DE LAS NACIONES Un destino colectivo forjado por evoluciones paralelas, una misma pertenencia cultural a Occidente y una dependencia multiforme en relacin con un centro nico situado en el mismo continente: los factores de unidad superan y a la vez confirman la perturbadora continuidad lingstica de la Amrica portuguesa y, a fortiori, de la Amrica espaola; el que llega desde la Europa exigua y fraccionada se sorprende al hallar la misma lengua y, en ocasiones, la misma atmsfera en dos capitales, separadas por ocho mil kilmetros de distancia y nueve horas de vuelo. Pero frente a esta homogeneidad se alza una no menos gran heterogeneidad de naciones contiguas. Las diferencias entre los pases saltan a la vista. Ante todo, las dimensiones. El Brasil, quinto estado del mundo por su superficie, gigante de ocho millones y medio de kilmetros cuadrados, es decir, quince veces ms grande que Francia y 97 ms que Portugal, su madre patria, no tiene comparacin con El Salvador, ese pulgarcito del istmo centroamericano, ms pequeo que Blgica con sus 21.000 kilmetros cuadrados. Dejando de lado la variable lingstica que diferencia al Brasil de sus vecinos, se pueden aplicar algunos criterios sencillos para explicar la diversidad de estados y sociedades. Para los primeros predomina la geopoltica, sobre todo su situacin en relacin con el centro hegemnico norteamericano; para las segundas conviene tener en cuenta los componentes etnoculturales de la poblacin y los niveles de evolucin social a fin de poner un poco de orden en el mosaico continental. ...Tan cerca de los Estados Unidos: potencias emergentes y repblicas bananeras Es conocida la cnica reflexin del presidente Porfirio Daz (1876-1911) sobre Mxico: ... tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos. Sin duda, hablaba con conocimiento de causa, ya que en 1848, despus de la guerra en la cual los Estados Unidos 191

se anexaron Texas, la repblica imperial despoj a Mxico de la mitad de su territorio. Los actuales estados de California, Arizona, Nuevo Mxico y, aparte de Texas, partes de Utah, Colorado, Oklahoma y Kansas (casi 2,2 millones de kilmetros cuadrados) pertenecan a Mxico antes del tratado de Guadalupe Hidalgo. La dominacin norteamericana es particularmente evidente en este Mediterrneo americano formado por el istmo centroamericano, el archipilago de las Antillas, el golfo de Mxico y el mar Caribe. Washington considera a ese mare nostrum la frontera estratgica austral de los Estados Unidos: todo lo que sucede en la zona afecta directamente la seguridad de la nacin lder del mundo libre. El control de los estrechos4 y del canal interocenico, as como el trazado de nuevos pasos del Atlntico al Pacfico es de importancia vital para los Estados Unidos: la comunicacin martima entre las costas del este y el oeste hacen del canal de Panam una arteria navegable interior, mientras que una presencia hostil en las Antillas Mayores pondra en peligro las lneas de comunicacin con los aliados europeos. Sea como fuere, los estados costeos, sean insulares o continentales, estn sometidos a libertad vigilada. La soberana de las naciones baadas por el lago americano se ve limitada por los intereses nacionales de la metrpoli septentrional. A partir de Theodore Roosevelt, quien no se limit a tomar Panam, donde los Estados Unidos impusieron en 1903 un enclave colonial en la zona del canal, stos se arrogaron el poder de polica internacional en toda la regin, sea para controlar directamente las finanzas de los estados en quiebra, sea para enviar los marines a poner fin al relajamiento general de los lazos de la sociedad civilizada entre sus vecinos meridionales. As, ocuparon militarmente Nicaragua de 1912 a 1925 y de 1926 a 1933, Hait de 1915 a 1934, la Repblica Dominicana de 1916 a 1924. Cuba sacudi el yugo espaol en 1898 slo para convertirse en un semiprotectorado: la enmienda Platt, impuesta en 1901 por los vencedores de la guerra entre Espaa y los Estados Unidos, otorgaba a stos el derecho de intervenir en la isla cada vez que el gobierno se mostrase incapaz de asegurar el respeto por la vida, los bienes y la libertad. Esta clusula, incorporada a la constitucin cubana, rigi las relaciones entre los dos pases hasta 1959. Esta hegemona puntillosa no modific sus mtodos ni sus objetivos en la era de los misiles intercontinentales. Las tropas norteamericanas invadieron la Repblica Dominicana en 1965 para evitar una nueva Cuba y el islote de Grenada en octubre de 1983 para derrocar un gobierno de tipo castrista. La ayuda escasamente discreta de Washington a la guerrilla contrarrevolucionaria nicaragense, hostil al poder sandinista, obedece a las mismas preocupaciones, si no a los mismos reflejos. En general, los reflejos neocoloniales llevan a los Estados Unidos a apoyar cualquier rgimen de la zona, siempre que sea claramente pronorteamericano, y a derrocar o al menos desestabilizar al gobierno que intente librarse de la tutela del hermano mayor, afecte sus intereses privados y, en general, el modo de produccin capitalista. Aparte de su situacin geoestratgica, los estados del glacis norteamericano son, con excepcin de Mxico, pequeos y escasamente poblados (la peligrosa Nicaragua tiene tres millones de habitantes, algo menos que la poblacin hispana de Los Angeles!) o directamente minsculos, como las motas de polvo de las Antillas Menores: qu
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Los estrechos que separan a Cuba de Mxico, Hait de Cuba y Repblica Dominicana de Puerto Rico son, de oeste a este, el canal de Yucatn, el Paso de los Vientos, y el canal de la Mona. Esta preocupacin sera el motivo de que Puerto Rico sea una posesin norteamericana y que Estados Unidos siga ocupando la base de Guantnamo en Cuba.

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resistencia militar podan oponer los 120.000 habitantes de Grenada la roja al cuerpo expedicionario de la primera potencia mundial! El potencial econmico de esos estados, entre los que se cuentan los ms pobres y atrasados del subcontinente, no compensa su exigidad ni su desgracia geopoltica. El peso histrico de la monoexportacin les ha granjeado a estas repblicas tropicales el mote despectivo y cada vez menos exacto de Banana Republics: las grandes empresas fruteras norteamericanas como la United Fruit, sus sucursales y sus competidoras ejercieron all un poder casi absoluto durante mucho tiempo. No sucede lo mismo con los estados ms lejanos de Amrica del Sur. Los estados de la Amrica meridional con excepcin de los que tienen costa sobre el Caribe y, siendo producto de la descolonizacin reciente (Guyana, Surinam), se asemejan a las naciones del Mediterrneo americano se encuentran ms lejos de los Estados Unidos y son ms grandes y ms ricos que los caribeos. Los dos gigantes regionales, la Argentina y el Brasil, son tambin los ms industrializados del subcontinente. Su voz es escuchada y su autonoma poltica es de larga data. Por otra parte, las naciones sudamericanas no conocen la intervencin militar directa de los Estados Unidos, que prefiere utilizar estrategias ms sutiles o siquiera ms indirectas. Adems, la fascinacin del American Way of Life encuentra menos partidarios all donde las vigorosas culturas nacionales y el peso de Europa se oponen a una coca-colonizacin que impera en casi todos los pases septentrionales de esa Amrica intermedia donde Washington dicta su ley. En esa clase media a la que tambin pertenece Mxico que a pesar de Porfirio Daz y la fatalidad geogrfica an cuenta con sus dos millones de kilmetros cuadrados, sus ochenta millones de habitantes y su personalidad cultural y poltica se encuentran estados capaces de distinguirse en la escena internacional y cuyo perfil se destaca claramente contra el trasfondo de un conjunto latinoamericano condenado hasta hace muy poco a la imitacin y aun hoy en gran medida al anonimato bajo una tutela paternal y condescendiente. As se advierte el surgimiento de potencias medianas que aspiran a un papel regional e incluso extracontinental. Pero este fortalecimiento no obedece de manera directa a determinismo alguno. La existencia de un recurso valorizado en el mercado mundial o una coyuntura favorable pueden elevar un pas modesto a la categora de los grandes del subcontinente: as sucedi con Venezuela gracias al boom petrolero. La ruptura con la metrpoli, la revocacin de una alianza o de una relacin de sumisin pueden colocar a un pas pequeo en una situacin sin relacin con su peso especfico: tal fue el caso de Cuba a partir de 1960, y la Nicaragua sandinista, en un plano menor, parece seguir el peligroso camino abierto por su hermana mayor. Si la clasificacin de los estados est sujeta a los vaivenes de la historia, la de las sociedades es ms estable y quiz ms adecuada a los propsitos de esta obra. Clima, poblacin y sociedades La historia suele pasar por alto la geografa: as, no es fcil separar subconjuntos regionales con alguna coherencia dentro del continente. Por ejemplo, ni Panam, antes una provincia colombiana, ni Mxico pertenecen a Centroamrica, formada por los cinco estados federados que antes de la independencia constituan la Capitana General de Guatemala. No es por ello menos cierto que entre la Amrica del Sur y los Estados Unidos existe una Amrica media, zona de transicin, de antiguas poblaciones humanas, sede de extraordinarias civilizaciones precolombinas asentada sobre tierras donde los volcanes distan de estar extinguidos y que en todo sentido posee una personalidad propia. En 193

Sudamrica se distingue habitualmente una Amrica templada que ocupa el cono sur del continente y comprende a la Argentina, Chile y el Uruguay y por su clima, culturas y poblacin es la ms cercana al Viejo Mundo, de una Amrica tropical que abarca los pases andinos, el Paraguay y el Brasil. Este ltimo es difcil de clasificar. Pas-continente que linda con todas las naciones sudamericanas salvo Ecuador y Chile, el Brasil comprende un sur templado, poblado por europeos que trajeron consigo sus culturas mediterrneas. Chile, pas andino por excelencia, es ms templado que tropical; Bolivia, indudablemente andina, comprende una parte tropical, pero la historia la ha vinculado a la Amrica templada, mientras que Colombia y Venezuela son andinas y caribeas a la vez. Se comprende as la insuficiencia de tales clasificaciones. Se podra pensar que la poblacin es un indicador ms exacto y flexible a los fines de una tipologa rigurosa. Es verdad que existe cierta correspondencia entre los climas y las poblaciones, vinculada sobre todo con las culturas histricamente privilegiadas. La distribucin regional de los tres componentes de la poblacin americana el substrato amerindio, los descendientes de la mano de obra esclava africana y la inmigracin europea del siglo XIX permite identificar las zonas segn el sector dominante. Decimos bien sector dominante, porque las naciones mestizas son las ms numerosas, y con frecuencia, en sociedades de poblacin mixta, se yuxtaponen espacios tnicamente homogneos. As, en Colombia los resguardos indgenas de tierra fra o alta suelen mantener contacto con los valles negros de tierra caliente. Con todo, se puede hacer una distincin grosera: una zona de poblacin indgena densa que abarca la Amrica media y el noroeste de Sudamrica, donde florecieron las grandes civilizaciones; las Amricas negras del nordeste en el contorno caribeo, las Antillas y el Brasil, vinculadas principalmente a la especulacin azucarera de la poca colonial; finalmente, un Sur, pero sobre todo un sudeste blanco, tierra templada que acogi la mano de obra libre europea a partir del ltimo cuarto del siglo XIX. A partir de las mismas variables, el antroplogo brasileo Darcy Ribeiro propuso una tipologa que no carece de atractivos, aunque se puede reconocer en ella cierta inclinacin ideolgica: los pueblos testigos, transplantados y nuevos. Los pueblos testigos en sus variedades mesoamericanas y andinas son descendientes de las grandes civilizaciones azteca, maya e inca. Habitan pases donde la proporcin de indgenas es relativamente elevada, lo que significa entre otras cosas que un sector significativo de la poblacin habla una lengua verncula y que las comunidades autctonas fueron escasamente asimiladas por la civilizacin europea. As sucede en la Amrica media, donde Guatemala tiene casi un cincuenta por ciento de indgenas, Nicaragua y El Salvador tienen apenas un veinte por ciento muy aculturados y Honduras menos del diez por ciento (cifras que se deben manejar con toda la reserva que merece la definicin de indgena en este continente). Mxico tiene apenas un quince por ciento de habitantes que hablen una lengua indgena, pero estn muy concentrados en los Estados del Sur (Oaxaca, Chiapas, Yucatn). Adems, su ideologa nacional reivindica a los vencidos del pasado. En la zona incaica, los indgenas de lenguas quechua y aimar constituyen hasta el cincuenta por ciento de la poblacin en el Per, Ecuador y Bolivia, con fuertes concentraciones en las zonas serranas rurales. Los pueblos transplantados conforman la Amrica blanca: son los rioplatenses de la Argentina y el Uruguay, contraparte de los angloamericanos del Norte. En esas tierras recientemente pobladas, donde los indios nmades, de bajo nivel cultural, fueron eliminados implacablemente ante la marea inmigratoria, naci una suerte de Europa austral. 194

Pero estos espacios aparentemente abiertos, como los de Nueva Zelanda, Australia o los Estados Unidos, presentaban caractersticas sociales diferentes, lo que explica su evolucin posterior. Su singularidad es evidente. A principios de siglo, los argentinos se enorgullecan de ser el nico pas blanco al sur de Canad. Y estos transplantados del Viejo Mundo que durante mucho tiempo dieron la espalda a su continente, no se sintieron sudamericanos hasta fechas muy recientes. Por ltimo, los pueblos nuevos, entre los cuales Darcy Ribeiro sita al Brasil, Colombia y Venezuela, as como a Chile y las Antillas, son producto del mestizaje biolgico y cultural. Esta es, segn l, la verdadera Amrica, en cuyo crisol de razas de dimensin planetaria se forja la raza csmica del futuro que cant Jos Vasconcelos. Esta clasificacin, as jerarquizada, posee cierta lgica y permite comprender ms claramente la rosa de los vientos latinoamericana. Aunque no conviene multiplicar las clasificaciones, tampoco est de ms agregar una basada en la homogeneidad cultural y la importancia del sector tradicional de la sociedad. Estas tipologas son tan arbitrarias como los medios empleados para elaborarlas, pero sin duda son indispensables para introducir los matices necesarios en un estudio transversal de los fenmenos sociales continentales. Si se toma como indicador la mayor o menor homogeneidad cultural, calculada en funcin del grado de integracin social y de la existencia de una o varias culturas en el seno de la sociedad nacional, se distinguen tres grupos:5 Homogneos: la Argentina, Chile, el Uruguay; en menor grado, Hait, El Salvador y Venezuela. Heterogneos: Guatemala, el Ecuador, Bolivia, el Per. En vas de homogeneizacin: el Brasil, Mxico, Colombia. Se puede decir que los criterios de esta clasificacin son eminentemente subjetivos. El grado de tradicionalismo se mide con mayor facilidad por cuanto coincide, en general, con la magnitud del sector agrario y el analfabetismo. Segn esta perspectiva, seran tradicionales los pases como Hait, Honduras, el Paraguay, El Salvador, Guatemala y Bolivia; modernas son las sociedades argentina, chilena, uruguaya, colombiana y venezolana, aparte de la cubana. La multiplicacin de las tipologas permite rodear algunos pases con los dos extremos de la cadena; da una idea aproximada, grosera pero til, de las diferencias y la gama de realidades sociales dispares que se ocultan bajo el rtulo global de Amrica Latina, sin ceder a los espejismos de la particularidad nacional y la singularidad histrica. Estas dos dimensiones fundamentales, que de todas maneras no permiten descubrir las claves buscadas, slo pueden provenir de un vaivn incesante entre los mltiples niveles de una aprehensin global de las similitudes y las diferencias, de lo continental a lo local, pasando por lo nacional y regional. ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Bastide (Roger), Les Amriques noires. La civilisation africaine dans le Nouveau Monde. Paris, Payot, 1967. Beyhaut (Gustavo), Races contemporneas de Amrica Latina, Buenos Aires, Eudeba,
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Segn Germani, G.: Amrica Latina y el Tercer Mundo, Aportes (Pars), nro. 10, octubre 1968.

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mayoritariamente urbano; en Ro Grande do Norte y Sergipe hay un equilibrio de poblacin entre la ciudad y el campo, mientras que en los dems estados, incluido Baha, la poblacin rural supera el 55 por ciento (70,4 por ciento en Maranho). En Mxico, donde en la dcada de 1960 el sesenta por ciento de la poblacin se dedicaba a trabajos agrcolas, los estados de Hidalgo, Quertaro, Zacatecas, Tabasco, Oaxaca y Chiapas tienen menos del treinta por ciento de poblacin urbana. En los estados de Veracruz y Michoacn, la poblacin rural es levemente superior a la de las ciudades. Se trata indudablemente de zonas arcaicas o de pases de menor desarrollo y, por consiguiente, poco representativos de la Amrica Latina de hoy. Pero precisamente porque estos datos reflejan la Amrica Latina de ayer, el estudio cuidadoso del mundo rural y del pasado reciente ayudar a comprender las sociedades actuales. Tanto ms por cuanto la agricultura todava constituye una parte preponderante de las economas, salvo en algunos pases que la sacrificaron en aras del desarrollo de la minera. 2. Agricultura y composicin de las exportaciones. En los pases ms modernizados, la agricultura tiene escaso peso en la composicin del producto nacional, pero no sucede lo mismo con las exportaciones. En estas economas relativamente complejas, la agricultura ocupa menos del veinticinco por ciento del PBI (el seis por ciento en Venezuela) y generalmente algo ms del veinte, incluso en los pases que son grandes exportadores de bienes agrcolas. En la Argentina y el Uruguay, el valor agregado del sector industrial es el doble del que genera el sector agrcola. En el primero de los dos pases, los cereales y la carne constituyen ms del cincuenta por ciento (1980) de las exportaciones, y el conjunto de los productos derivados de la agricultura conforma el ochenta por ciento del total de las mercaderas exportadas, mientras que en el pas vecino, la lana, el cuero y la carne componen por s solos ms del ochenta por ciento del comercio exterior. Venezuela es un pas petrolero; Chile produce cobre; Bolivia exporta estao, plata e hidrocarburos; el Per, a partir de 1968, deja de ser un importante exportador de algodn y azcar, pero sigue siendo proveedor de cobre. El comercio exterior de todos los dems pases del continente depende de la produccin agrcola. En Colombia, hasta una fecha reciente, el caf generaba ms del setenta por ciento de los ingresos del pas; en: 1971, el banano, el cacao y el caf constituan casi el ochenta por ciento de las exportaciones ecuatorianas. Antes del auge de los hidrocarburos que petroliz su comercio exterior, los productos agrcolas (algodn, azcar, caf) representaban hasta el cincuenta por ciento de las exportaciones de Mxico. Hoy constituyen ms del cuarenta por ciento de las exportaciones: brasileas, contra el sesenta por ciento que representaba por s solo el caf en 1955. Esta preponderancia de la agricultura en el salario nacional de pases tan diversos indica que la riqueza agrcola es un factor poltico de primer orden, y los productores de esos bienes, o quienes los dominan, detentan an hoy una influencia decisiva sobre las grandes orientaciones de la vida nacional, as como ayer fijaron su impronta en las sociedades en proceso de formacin. 3. La concentracin de la propiedad terrateniente. Es imposible sobrestimar la dimensin econmica, los alcances sociales y las consecuencias polticas del predominio de la gran propiedad, cuya aparicin plurisecular estuvo siempre presente en la constitucin de las sociedades y el poder nacional.

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La gran propiedad y su historia La resea histrica nunca est de ms. En efecto, a los propsitos de esta obra interesan menos el estado actual de la distribucin de la tierra que el proceso que condujo a este resultado y los rastros que ha dejado. La apropiacin de la tierra tal como se la conoce hoy se remonta a la poca colonial, aunque las grandes propiedades son mucho ms recientes. No se conoce bien la poca precolombina. En los grandes imperios, sobre los cuales se posee mayor informacin, lo caracterstico fue la propiedad estatal de las tierras combinada con la organizacin comunitaria de una parte de ellas. El ayllu de los incas as como el calpulli mexicano son sistemas campesinos comunitarios con usufructo familiar de parcelas que existan sin duda desde antes de la instauracin de las grandes civilizaciones y en parte las sobrevivieron. En el imperio inca, las tierras estaban divididas en tres partes: las tierras del sol, cultivadas para satisfacer las necesidades del culto y sus dignatarios, las tierras del Inca y finalmente las de los ayllus. El lnca aparentemente se quedaba con la parte del len en la distribucin y se arrogaba el derecho de propiedad eminente sobre las tierras comunitarias, concedidas a sus sbditos a cambio del trabajo de stos en sus tierras y las de la casta dirigente. Lo que Louis Baudin ha llamado socialismo inca y otros autores han identificado con el modo de produccin asitico no era sino una forma muy centralizada de poder absoluto, pero con un sistema de reciprocidad que dio lugar a una sociedad de previsin. As se desprende, al menos, de los Cometarios reales de Garcilaso de la Vega, cronista del siglo XVI que no le escatim elogios. El lnca controlaba los excedentes, que le servan de reservas de alimentos y pertrechos para los soldados y los campesinos que trabajaban sus tierras; las aldeas tenan la obligacin de socorrer a las viudas y proveer a las necesidades de los enfermos y los ancianos. Con el arribo de los conquistadores, se crean las grandes propiedades coloniales. Los recin venidos no han enfrentado los peligros de lo desconocido y de la conquista para trabajar la tierra; muchos incluso abandonaron Espaa para no verse obligados a hacerlo. No tenan nada que ver con los pioneros que desembarcaban hacha en mano, listos para talar el monte. Estos hidalgos de Extremadura y Andaluca llegan con la ambicin de enriquecerse y vivir como nobles. Han atravesado el ocano para valer ms. Adems, no son suficientes para colonizar. Ni Espaa ni Portugal consideran a sus nuevas posesiones colonias a las que deben poblar. Fieles al espritu feudal del que son tributarios, los conquistadores se apropian de las tierras donde hay hombres para explotar su trabajo, pero sobre todo por el prestigio y el poder que da su posesin. Las tierras son tanto ms extensas cuanto menos pobladas o por cuanto, siendo de propiedad comunitaria, no estn divididas. Algunas tierras son entregadas legalmente por la corona a los soldados de la conquista para transformarlos en colonos. Pero en las posesiones espaolas, los amos de la tierra lo son por usurpacin, sobre todo mediante la corrupcin de la institucin denominada encomienda. Esta no es un feudo sino una responsabilidad administrativa y religiosa no hereditaria, pero los espaoles de Indias la interpretan en el espritu feudal. El encomendero es el encargado de cobrar el tributo que los indgenas deben a su soberano, el rey. Es su deber administrar y, sobre todo, evangelizarlos. La conquista fue en gran medida una empresa privada cuyas rentas finales slo eran controladas parcialmente por los soberanos espaoles. La corona consideraba a los indios sbditos libres, pero los reparta entre los espaoles en funcin de las necesidades econmicas y el peso poltico de cada uno. As, algunos conquistadores tuvieron a su cargo a millares de indios. Para stos, tanto 198

la encomienda como las prestaciones en las minas (mita) significaron, en la mayora de los casos, verse sometidos a trabajos forzados. Las grandes propiedades surgieron de estas relaciones de vasallaje. No obstante, la corona trata de conservar las propiedades comunitarias en las zonas de menor densidad de poblacin, relegando con frecuencia a los indgenas a las tierras menos frtiles. Las comunidades indias forman reducciones que ocupan un territorio delimitado, pagan tributo y proporcionan mano de obra para las diversas obras pblicas. Este instrumento legal no impide a los grandes propietarios invadir las tierras comunitarias, sobre todo para reclutar mano de obra indgena. De estos orgenes coloniales del sector agrario proceden varias caractersticas casi permanentes de las relaciones sociales en los campos latinoamericanos. El pasado servil del trabajo de la tierra ha dejado su marca en la condicin campesina incluso despus de la abolicin del trabajo forzado, o de la esclavitud en el caso del Brasil. De la colonia proviene sobre todo esa confusin que se podra calificar de feudal entre las tareas administrativas o misioneras y los intereses privados. En un pas conquistado donde el conquistador difiere tnicamente de los grupos sociales sometidos, el encomendero a quien le confan hombres y que se apropia de tierras se vuelve una suerte de seor enfeudado. As se estructura fcilmente un sistema de tipo seoril, con sus pirmides de vasallos y sus obligaciones de prestacin recproca, en el cual el encomendero debe poseer armas y caballo para defender la corona y hacer la guerra. Todos estos elementos forjaron las mentalidades e influyeron para dar lugar a configuraciones caracterizadas por el predominio de las relaciones personales y por la magnitud de las brechas sociales. stas aparecen incluso en el lenguaje popular del campo. Por ejemplo, en los pases andinos el patrn, es decir, el hombre blanco, que encarna cultural mente la autoridad, recibe an el trato de don (dominus) o de Su Merced. Con la independencia, las grandes propiedades se consolidaron o incluso se agrandaron, a la vez que se agrav la situacin de los indgenas, hasta entonces protegidos, bien que mal, por las leyes de la corona La emancipacin de las colonias espaolas fue, como se sabe, un proceso puramente poltico; no trajo consigo la descolonizacin cultural ni el progreso social. Al expulsar al espaol, la aristocracia de los grandes propietarios criollos se apoder del poder poltico, afrontando en ocasiones las reivindicaciones igualitarias de las masas indgenas o mestizadas. As, en Mxico, los precursores de la independencia, Hidalgo y Morelos, reclutaron ejrcitos de indgenas para restaurar las tierras comunes usurpadas por los espaoles y fueron fusilados por haber tratado de iniciar una revolucin popular. Ms an, en nombre de la igualdad de los ciudadanos y el liberalismo se suprimi la posicin especial y las garantas otorgadas por la corona a los indgenas. Se foment el fraccionamiento individual de las tierras comunitarias y su comercializacin. Las solidaridades primordiales tendieron a desaparecer en tanto las disparidades socioculturales entre indgenas y burgueses criollos acrecentaron las posibilidades de expoliacin. Las grandes leyes liberales sobre la secularizacin de los bienes inalienables, promulgadas en Mxico a mediados del siglo XIX y ms tarde en otros pases, permitieron a un pequeo grupo de poderosos acaparar las vastas posesiones de la Iglesia. En Mxico, el proceso de desamortizacin que abarca la mitad de las tierras frtiles del pas origin las grandes haciendas. La divisin de las tierras baldas aldeanas en nombre del progreso prolong, tambin en Mxico, esta tendencia a la concentracin terrateniente. Bajo Porfirio Daz, empresas de agrimensura nacionales o extranjeras realizaron el catastro de las tierras comunales, muchas de ellas carentes de ttulo de propiedad, y se apropiaron legalmente de 199

parte de ellas. En 1910 cuarenta millones de hectreas cayeron de esa manera en manos de esos nuevos acaparadores. Ese proceso de expropiacin, impulsado por el espritu de modernizacin de la poca, deba facilitar, se deca, la comercializacin de tierras desaprovechadas y la aparicin de una mano de obra barata, de campesinos despojados de sus medios de subsistencia. Fue una de las causas principales de la explosin agraria de la revolucin, simbolizada en el nombre de Emiliano Zapata, lder de los campesinos desposedos del estado de Morelos, en el centro de Mxico. En otros pases, como la Argentina, fue el Estado el que distribuy enormes extensiones de tierras inaccesibles de la frontera, pobladas de indios insumisos, para pagar favores o hacer frente a las necesidades de la tesorera. Esas tierras, que slo existan en los papeles en el lejano sur de la provincia de Buenos Aires, adquirirn valor a partir de 1880, con la pacificacin del desierto y gracias a los ferrocarriles. Nuevamente, la gran propiedad est ligada a la conquista. La conquista de tierras contina El proceso de acaparamiento de tierras prosigue an hoy, aunque una serie de reformas agrarias ms o menos profundas y la divisin de las grandes propiedades por los herederos parece contrariar esta tendencia ininterrumpida. La lucha de las comunidades y de los pequeos agricultores contra la dominacin o las invasiones de los grandes propietarios dista de haber quedado en el pasado. Por el contrario, impone su ritmo a la historia agraria contempornea: la expropiacin brutal de aparceros y precaristas tiene su respuesta en las invasiones de tierras desocupadas o balda. El Per indgena fue, hasta las reformas de 1968, el lugar clsico de esos enfrentamientos seculares, reflejados por una rica literatura indigenista, de Ciro Alegra a Manuel Scorza. En Colombia, en las zonas del Cauca, los indgenas relegados a los resguardos en tierras altas y pobres no estn a salvo de las presiones de los grandes propietarios. La violencia, guerra civil desenfrenada que desgarr el pas durante diez aos a partir de 1948, habra tenido entre otras consecuencias la de acelerar la modernizacin capitalista del sector agrario, a costa de expulsar a los agricultores y pequeos propietarios de las tierras que cultivaban. Una investigacin realizada en la regin violenta de Caicedonia, en el departamento austral del Valle, seala que el ochenta por ciento de los campesinos sin tierra en 1970 eran propietarios antes de 1940.6 En el Brasil, a pesar de la inmensidad y de la poblacin relativamente escasa, el acaparamiento de las tierras se agrav en el perodo reciente. Entre 1920 y 1975, las superficies ocupadas por propiedades de ms de cien hectreas no dejaron de aumentar. La creacin de una agricultura de exportacin eficiente para responder a la demanda creciente del mercado mundial expuls a los aparceros y los obreros estables de las fazendas para transformarlos en jornaleros itinerantes (boias frias) o desplazarlos hacia las ciudades. En el Nordeste, el boom del azcar llev a acrecentar las superficies cultivadas a costa de las rocas, parcelas asignadas a los trabajadores de la plantacin para sus cultivos de subsistencia. En el Sur, las necesidades de la agricultura mecanizada, sobre todo de la soja, provocaron la expulsin de los posseiros, que emigraron en gran nmero hacia las tierras vrgenes del norte del pas, abiertas por las rutas transamaznicas. Pero cuando la crisis y la falta de petrleo de principios del decenio de 1980 obligaron al Brasil a recuperar su
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Castro Caycedo, G.: Colombia amarga. Bogot, Carlos Valencia. 1976, pgs. 4-8

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vocacin agraria, se ofrecieron grandes propiedades (cien a doscientas mil hectreas), en principio desocupadas, a empresas europeas, norteamericanas y japonesas en la Amazonia. Las empresas, algunas de las cuales no tenan experiencia en materia agrcola, emplearon matones grileiros y jagunos para desalojar a los ocupantes sin ttulo, venidos de lejos, que haban desmontado parcelas irrisorias arrancadas a la selva. Esas luchas por la tierra, provocadas por proyectos gubernamentales contradictorios sobre la administracin de la Amazonia, tomaron un cariz muy grave en regiones como Tocantins-Araguaia, donde los precaristas resolvieron defender sus parcelas, en muchos casos con ayuda de la Iglesia. Sin duda, el caso ms espectacular de acaparamiento de tierras, aunque concluy en un fracaso financiero, fue el imperio privado que levant un empresario norteamericano sobre el ro Jari, no lejos de Belem y la Guayana francesa. Jams se supo su verdadera extensin, pero oscilaba entre uno y seis millones de hectreas. En todo caso, la concentracin de la propiedad es ms elevada en las zonas de colonizacin reciente, y las explotaciones de ms de diez mil hectreas proliferaron a partir de 1967. Tampoco es rara la reaparicin de grandes propiedades en tierras divididas previamente por la reforma agraria. En Mxico, donde el despojo de tierras dio lugar a la revolucin de 1910 y a una reforma agraria permanente que es orgullo del rgimen, la situacin actual no difiere gran cosa de la existente antes de la revolucin, a pesar de las prohibiciones legales que pesan sobre la gran propiedad. En el Chile de Pinochet, una contrarrevolucin agraria devolvi las propiedades y el poder a los grandes terratenientes. Como se ve, la apropiacin del espacio no es socialmente neutra; va de la mano con el despojo de los dominados. Los mviles relacionados con la rentabilidad capitalista han reemplazado, y en muchos casos agravado, los objetivos y mecanismos de tipo precapitalista anterior. Los resultados son idnticos, los medios son similares. Latifundios y coercin extraeconmica La concentracin de las tierras dio lugar en todo el continente a la pareja antagnica y complementaria latifundio-minifundio. Si la microparcela o unidad subfamiliar, segn algunas nomenclaturas interamericanas,7 es fcil de definir, no sucede lo mismo con el latifundio, que se refiere a dos tipos distintos de grandes propiedades. En algunos casos evoca solamente las dimensiones de la hacienda y la fazenda, y la etimologa recupera sus fueros. Pero la mayora de las veces el latifundio, a diferencia de la gran propiedad agraria capitalista, es un tipo de explotacin tradicional de carcter extensivo, insuficientemente explotado, en el que slo se cultiva una parte de la superficie til y donde el trabajo se realiza de manera indirecta por aparceros. Desde luego que no se puede pasar por alto la existencia de establecimientos medianos de alta productividad en la mayora de los pases del continente. En la Argentina, el Brasil y Colombia, estas unidades proporcionan ms del sesenta por ciento de la produccin agrcola. Pero el binomio latifundio-minifundio no deja por ello de ser una realidad, sobre todo en los pases de alta poblacin indgena, donde predominan las microparcelas y la diferencia entre stas y los latifundios adquiere dimensiones colosales. En la Argentina, la superficie media de las grandes propiedades es 270 veces mayor que las de las unidades subfamiliares, pero en Guatemala la proporcin es 2000 a 1. En este ltimo
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Vanse sobre todo las publicaciones y los estudios del Comit Interamericano de Desarrollo Agrcola (CIDA), dependiente de la OEA, as como los de la CEPAL y la FAO.

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pas, 8800 propietarios menos del tres por ciento poseen el 62 por ciento de las tierras cultivables, mientras que el 87 por ciento de los campesinos se reparten el diecisiete por ciento de la tierra. En la vecina Honduras, donde la situacin agraria es menos tensa, 667 propiedades ocupan el veintiocho por ciento de las tierras, mientras que otras 120.000 (sobre un total de 180.000) se concentran en el doce por ciento de las tierras cultivables. En el Brasil, el cincuenta por ciento de las propiedades poseen el 31,5 por ciento de las tierras y el uno por ciento de los establecimientos ocupan el 49 por ciento de las tierras, segn el censo agrcola de 1975. En Chile, antes de las reformas de 1964, menos del siete por ciento de los establecimientos rurales ocupaban ms del 81 por ciento de las tierras. El aspecto ms notable del latifundio en sus formas ms tradicionales y arcaicas, es que se trata no tanto de una empresa productora como de una institucin social e incluso poltica, poco sensible a la coyuntura econmica. El sistema de la hacienda tal como se conoce en las zonas andinas y en Centroamrica obtiene mayor riqueza de los hombres que de las tierras. El espritu de dominacin responde ms a la lgica de la reproduccin que a la preocupacin por el rendimiento de la tierra. Por otra parte, la produccin (sobre todo de cultivos comestibles) es escasa y slo los excedentes se venden en el mercado. Y la subexplotacin suele ir de la mano con una suerte de alejamiento de la sociedad global. El modo de aprovechamiento que prevalece en este sistema poco monetarizado es una suerte de aparcera precaria junto a la prestacin de servicios laborales. Por convencin tcita e irrevocable, el patrn de la hacienda asigna una parcela al campesino a cambio del trabajo de ste y su familia en las tierras del propietario y una serie de servicios personales. Estos pequeos arrendatarios sujetos a prestaciones personales, llamados inquilinos en Chile, colonos en el Per, huasipungueros en el Ecuador, trabajan gratuitamente o por un salario simblico. Por cierto que las leyes prohben esas prestaciones gratuitas, pero el trabajo asalariado es mucho menos comn en el campo de lo que prev el legislador. En este sistema semiservil, no es raro que el campesino trabaje para el seor tres das a la semana, sin otra remuneracin que el usufructo de una parcela diminuta y la proteccin patronal. Con frecuencia, el patrn decide qu cultivar el aparcero en su parcela e incluso controla las idas y venidas de este siervo atado a la gleba y en muchos casos feliz de su situacin. A este trabajo agrcola no remunerado se agregan varias formas de servidumbre personal. Se conocen las reivindicaciones de los campesinos de una hacienda arcaica en la regin de Cuzco, en el Per, en el decenio de 1960, cuando aparecieron los primeros sindicatos campesinos en la zona.8 Son las siguientes: 1. abolicin del pongaje o servicio semanal, vale decir, el servicio domstico que presta la familia del aparcero en la casa del amo, sea en la hacienda o en la ciudad; 2. abolicin del transporte gratuito de los productos de la hacienda a la ciudad; 3. eliminacin del servicio no remunerado en otras haciendas, cuando el patrn presta o alquila su gente a sus vecinos; 4. limitacin del trabajo no remunerado en las tierras del patrn a doce/quince das por mes; 5. abolicin de la venta obligatoria de los productos del aparcero al patrn de la hacienda (quien fija los precios).
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Segn Cotler, J.: Traditional Haciendas and Communities in a Context of Political Mobilization in Peru, en Stavenhagen, R. (ed.): Agrarian Problem and Peassant Movements in Latin America. Nueva York. Anchor Books. 1970, pg. 545.

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Se trata sin duda de un caso extremo, tanto ms exorbitante por cuanto muchas de las haciendas locales usurpaban tierras comunitarias y los campesinos eran as siervos en su propia tierra. Aunque la reforma agraria de 1968 aboli la mayor parte de un pliego feudal de condiciones, ste es testimonio de la clase de relaciones de produccin predominantes en la poca y de las relaciones sociales consiguientes. En otros casos menos extremos, el aislamiento de la hacienda refuerza el poder del patrn. Al controlar el nico medio de transporte, el nico telfono, puede organizar a su voluntad las horas de trabajo y ocio de sus hombres. En semejante situacin, es difcil que los trabajadores puedan mejorar sus condiciones de vida mediante la accin colectiva. La rigidez de las estructuras sociales hace de la violencia el nico medio de producir cambios. Entre el amo y los de abajo existe una diferencia natural. stos le deben obediencia a aqul, que los trata paternalmente en el mejor de los casos. Que no se les ocurra salir de su lugar ni soar con convenios de trabajo. Eso slo puede traerles desgracias, como a esos campesinos peruanos de la novela de Manuel Scorza que sufrieron un infarto colectivo durante un convite que les ofreci el hacendado, por haber pretendido fundar un sindicato!9 El nico recurso es la fuga a la ciudad, lo que provoca naturalmente una modernizacin de las estructuras agrarias con reduccin de la mano de obra, sobre todo a travs de la recuperacin de las parcelas entregadas a los aparceros y la desaparicin de stos. Este proceso de modernizacin es uno de los principales factores de despoblacin de los campos. Pero la configuracin jerrquica de las relaciones sociales y las modalidades ms o menos disimuladas de trabajos forzados aparecen tambin en establecimientos no latifundistas. En plantaciones que utilizan tcnicas avanzadas y producen para la exportacin, las relaciones laborales suelen llevar la marca de la economa seorial. Con frecuencia, grandes establecimientos modernos dirigen su mano de obra con medios precapitalistas. La movilidad de los trabajadores y el mercado libre de trabajo no son en modo alguno la realidad dominante. El empleo de la coercin extraeconmica aparece con frecuencia en el siglo XX, en contextos totalmente capitalistas. En muchos casos los trabajadores se ven obligados a permanecer en el establecimiento por medio de deudas que la escasez de su salario y el monopolio ejercido por la tienda patronal, con sus precios usurarios, les impiden cancelar. As, los boias frias se ven obligados a pagar su viaje hasta el lugar de trabajo, as como los primeros trabajadores europeos libres que arribaban al Brasil permanecan bajo la frula del patrn hasta que terminaban de pagar la travesa del Atlntico. La retencin por deudas era una prctica tan corriente en el siglo XIX que segn Franois Chevalier, hacia 1820 los patrones de Puebla, en Mxico, fueron a la guerra contra una ley que prohiba el endeudamiento de los indgenas por sumas mayores de cinco pesos. El acaparamiento de las tierras de cultivos alimenticios por las grandes empresas pudo tener por objetivo asegurar la presencia de una mano de obra numerosa y estable en las plantaciones durante las cosechas. As sucedi en los grandes y modernos ingenios azucareros de Salta y Jujuy, en la Argentina, durante la dcada de 1930,10 cuando se empleaba el endeudamiento para asegurar la zafra. Aunque estas prcticas se han vuelto marginales, han dejado su impronta en un tejido social singular y singularmente rgido.

Scorza, M.: Redoble por Rancas. Barcelona, 1970, pgs. 113-121. Vase Rutledge; I.: Plantations and Peasants in Modern Argentina: The Sugar Cane Industry in Salta and Jujuy, en Rock, D. (ed.): Argentina in the XXth CenJury. Londres, Duckworth, 1975, pgs. 89-113.
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Dependencia personal y poder privado La supervivencia de relaciones sociales no contractuales y la importancia de las relaciones de clientela, incluso en contextos modernos en los que parecera imponerse la lgica del mercado, es una de las caractersticas significativas de las sociedades marcadas por la herencia del latifundio. All donde las relaciones de dominacin estn impregnadas de tradiciones semiserviles o de los vnculos patrimoniales, el salario no siempre obedece a las leyes de la oferta y la demanda. En efecto, en estas sociedades jerrquicas, donde la familiaridad protectora de los poderosos fundamenta las expectativas clientelistas de los humildes, las relaciones de asimetra personalizada suelen ser ms determinantes que la lgica pura de las relaciones de produccin. La proximidad, incluso la ubicuidad, de este orden seorial determina el carcter especfico de las formaciones sociales latinoamericanas. stas se integraron al mundo capitalista empleando mecanismos propios de sociedades escasamente secularizadas y modernizadas; por ello se las califica de capitalismo autoritario o se habla de desarrollo reaccionario del capitalismo, segn la terminologa del marxismo clsico. No obstante la diferencia con los sistemas prusiano y ruso, a los que se refieren estos conceptos, es patente y corresponde al carcter privado de las formas de dominacin y a la escasa incidencia de la estructuracin estatal en los modos de surgimiento del capitalismo moderno. La segunda consecuencia del orden seorial que ha predominado durante varios siglos de historia latinoamericana es justamente la importancia del poder privado, sustentado por las autoridades locales. La concentracin del poder econmico y social, as como la fragilidad del Estado despus de la independencia y la inestabilidad de las instituciones polticas posteriores, fortalecieron la verticalidad de las relaciones sociales a travs de distintas formas de patronazgo y clientelismo. El aislamiento geogrfico, la inseguridad legal y la escasez de bienes indispensables (tierra, agua, trabajo) cimentan relaciones no igualitarias de reciprocidad en torno de un cacique, gran propietario o comerciante y autoridad poltica, que sirve de intermediario entre su gente y el resto de la sociedad. Alrededor del poderoso se erige una red de favores. En esta poltica de la escasez, el individuo favorecido se convierte en eterno deudor y cautivo de su bienhechor, aun cuando cada parte trata de sacar el mejor partido de este intercambio desigual. Estas solidaridades verticales nacidas en el campo afectan no slo al mundo rural tradicional sino tambin a la ciudad moderna, sede de formas de patronazgo ms o menos institucionalizadas. La precariedad de la vivienda y el trabajo, la hipertrofia de un Estadoprovidencia, ms mimtico que efectivo cuando no est directamente copado por el sistema clientelista, obligan al individuo a buscar favores, proteccin, seguridad. As, bajo otras formas, se perpetan la dominacin seorial y la preponderancia del poder privado. SOCIEDADES POSCOLONIALES Ciento cincuenta aos de independencia menos de un siglo en el caso de Cuba no han alcanzado a borrar tres siglos de colonizacin ibrica iniciados por el traumatismo de la conquista. Los negros brasileos llaman portugueses a los blancos malos, mientras los indios quichs de Guatemala se niegan a festejar la independencia nacional, 204

pues consideran que es la fiesta de sus opresores, los ladinos. Si la conquista es para algunos autores una suerte de pecado original de las Amricas, no es menos cierto que el tiempo largo y sooliento de la colonia fue el crisol en el que se formaron sociedades de composicin tnica mltiple. La estratificacin social actual se form en lo esencial durante ese perodo decisivo, frecuentemente olvidado. Al alba de la independencia, la suerte estaba echada. Los aportes posteriores, principalmente europeos, no modificaron los elementos esenciales de las relaciones de dominacin ni la arquitectura de los dispositivos sociales. El indio contemporneo En estos pases occidentales, donde el blanco predomina numricamente en casi todas partes y socialmente en todas, las razas de color, sean aborgenes o descendientes de esclavos africanos, llevan los estigmas del hecho colonial. Ms all del genocidio inicial, casi se podra decir fundacional, de la conquista, mencionado en pginas anteriores, las matanzas de indgenas prosiguieron hasta el inicio de la poca contempornea, a pesar de los esfuerzos de algunos misioneros y antroplogos (sertanistas en el Brasil) que fueron acusados por ello de ser enemigos del progreso. Los barones laneros de la Patagonia y Tierra del Fuego de principios de siglo tenan cazadores de indios a sueldo para desembarazarse de esos aborgenes que no comprendan la propiedad privada de las ovejas. No es, pues, sorprendente que hayan desaparecido los tehuelches y alacalufs mencionados por Darwin y que el ltimo de los onas haya muerto en 1984. En Argentina, las campaas de pacificacin realizadas por el ejrcito prosiguieron en el Chaco norteo hasta poco despus de la Primera Guerra Mundial. En el Brasil, el aprovechamiento de la Amazonia signific, a veces voluntaria y con frecuencia involuntariamente, la destruccin de tribus indgenas que casi no tenan contacto con la sociedad nacional. Muchos proyectos de asimilacin integral del indio selvtico en nombre de la necesidad nacional fueron detenidos por antroplogos y partidos de oposicin. El organismo de defensa del indgena (FUNAI) no est libre de sospechas, sobre todo a partir del golpe militar de 1964. Un suceso resonante que se produjo en Colombia en 1972 ilustra de manera dramtica la cuasilegitimidad de que goza el genocidio en la mente popular y, de paso, la brecha que separa a los indios del resto de la sociedad. En una comarca apartada de los llanos, diecisis indios fueron asesinados a sangre fra por un grupo de mestizos. Detenidos y juzgados por el tribunal de Villavicencio, los acusados confesaron que los indios eran para ellos animales molestos y que desconocan que estaba prohibido matarlos. La absolucin de los acusados provoc un gran escndalo y un nuevo proceso. Sea como fuere, los trminos empleados por los acusados al calificar a los indios de irracionales y a s mismos de civilizados, dotados de razn, es una prueba harto elocuente de la condicin del aborigen. Por otra parte, muchas expresiones populares reflejan el miedo latente al indio, as como el sentimiento de inferioridad inculcado en los indgenas asimilados por siglos de opresin y desprecio. Cuando un mestizo comete un acto de violencia, se dice que se le despert el indio. Los indios latinizados o cholos (es decir, los asimilados en su versin mesoamericana o peruana) dicen del bienhechor que les ense el espaol y las costumbres civilizadas que nos hizo gente.11
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El razonamiento conformista del indgena es el de la culpabilidad, la lucha contra s mismo, la percepcin negativa de sus propios valores ms que la expresin de una reivindicacin cultural. Vase al respecto el

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Estos son los rasgos ms persistentes y espectaculares de la herencia colonial. Al organizar la distribucin de los indgenas para favorecer a los blancos y el trabajo forzado, la presencia espaola cre unas relaciones de tipo colonial entre los dos sectores que han demostrado ser asombrosamente durables. Desde entonces, los dos universos se codean, complementndose, en relaciones de explotacin y dominacin. Hoy, en las zonas de alta concentracin indgena, como la Amrica media y los pases andinos, el indio es explotado no slo como trabajador sino tambin como productor e incluso consumidor. En sentido estricto el indgena no constituye un sector sobreviviente o de cultura tradicional, identificable en virtud de rasgos somticos propios, sino que pertenece a un grupo social marginado y desposedo que vive en una situacin de verdadera regresin. Como lo seala la vigorosa frase del antroplogo Henri Favre, su situacin es la forma que adquiere la alienacin absoluta en los pases latinoamericanos. Todos los estudiosos comparten esta definicin extrema, sobre todo los socilogos, que ponen de relieve los fenmenos de colonialismo interno en las relaciones entre ladinos y aborgenes. Sorprendera tal vez a ciertas comunidades prsperas, como la de los artesanos tejedores de Otavalo, el Ecuador, que comercializan su propia produccin en todo el continente. La marca de la economa esclavista Cuando la mano de obra indgena empieza a escasear, los dueos de la tierra importan esclavos africanos para el aprovechamiento de las riquezas del Nuevo Mundo. La importancia numrica de esta inmigracin forzada y la densidad de la poblacin africana en ciertas regiones del continente contribuyeron en gran medida a su desarrollo social especfico. La historia misma de los estados donde predomin el esclavismo es diferente de la de sus vecinos. As, se puede pensar que en Cuba el gran temor de las elites criollas a una insurreccin de los esclavos, como la que devast a Santo Domingo a principios del siglo XIX, y el deseo de conservar la trata de negros explican la lealtad de la isla para con Espaa, mientras que la ruptura pacfica e incruenta de los lazos coloniales entre el Brasil y la metrpoli portuguesa respondan al mismo reflejo de prudencia conservadora. La esclavitud no fue abolida en el Brasil hasta mayo de 1888 y no es casual que las conductas y los valores de la antigua sociedad colonial hayan dejado rastros indelebles tanto en los ex amos como en los descendientes de los esclavos. Puesto que se consideraba al negro un animal y una mquina, segn la expresin de Gilberto Freyre, la esclavitud contribuy a frenar el progreso tcnico al crear una barrera de color asumida tanto por los negros como por los blancos. Un viajero ingls en 1840 se asombraba de la casi ausencia de traccin animal en las ciudades brasileas y de la difusin de la traccin humana: en efecto, los palanquines de los cariocas ricos eran mucho ms numerosos que los vehculos tirados por caballos. Segn los historiadores brasileos, el empleo de esclavos para las tareas domsticas ms desagradables habra demorado la instalacin de canales y desages: las ciudades empleaban tropillas de esclavos como aguateros y para llevarse las aguas servidas. El autor francs Expilly, quien estuvo en Ro en 1860, recuerda con asco el olor nauseabundo de esos toneles impuros que los esclavos vaciaban en las playas de la baha de Guanabara. En la esfera econmica, la abundancia de fuerza de trabajo servil impidi la instalacin de maquinaria que habra podido ahorrar la
interesante estudio de Martine Dauzier, Llndien tel quil se parle. Interventions lndiennes dans la campagne prsidentielle du PRI au Mexique en 1982. Pars, ERSIPAL-CNRS, 1984 (18 pgs., mimeografiado).

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fatiga humana y perfeccionar las tcnicas productivas. Es evidente que las consecuencias sociales ulteriores de ese pasado condicionan aun hoy las jerarquas sociales. El negro, descendiente de esclavos, despreciado y ridiculizado por el folklore brasileo, ocupa en el Brasil contemporneo el fondo de la escala social. El racismo como referencia legitimadora es tab desde la abolicin de la esclavitud, la ideologa nacional predominante es la de la democracia racial, pero la discriminacin es evidente y se confunde con las distinciones de clase. Es natural que los pobres sean negros mientras que los ricos son blancos. Razas y clases se superponen. Uno de los escasos diputados negros en el parlamento de Brasilia se preguntaba hace algunos aos dnde estaban los senadores y los diputados negros, los ministros negros, los oficiales superiores y los jueces de origen africano.12 Cien aos despus de la Abolicin, la igualdad racial dista de ser una realidad. Los dichos populares expresan con elocuencia la humillacin permanente del pueblo negro. Se dice que el lugar del negro es la cocina, y en los barrios residenciales se lo obliga a entrar por la puerta de servicio; el blanco que corre es un atleta, el negro que corre es un ladrn. El requisito de buena presencia para aspirar a determinados trabajos no es sino un eufemismo hipcrita para indicar que el puesto est reservado a los blancos. La aspiracin a ascender en la escala social mediante matrimonios mixtos que sirvan para blanquearse no hace ms que reforzar el prejuicio en el seno mismo de la sociedad negra. En casa de mulato no entra el negro, se dice con frecuencia. Maria Carolina de Jess cuenta que una de sus tas mulatas se negaba a recibir en su casa a sus padres negros. Por consiguiente, no es de sorprenderse que los censos muestren una poblacin negra estable entre seis y siete millones mientras que la poblacin brasilea pas de 41 a 118 millones de habitantes entre 1940 y 1980. Puesto que cada ciudadano declara su color, se comprende que en ese perodo la poblacin de pardos (mestizos) haya aumentado de 8,8 a 45,8 millones. Los negros tienden naturalmente a rechazar una identidad tnica considerada denigrante. Tanto ms por cuanto el ascenso social tiende a ponderar la herencia racial desde la poca de la colonia. El xito blanquea, convierte al negro o mulato en semiblanco. La epidermis social es tan sensible al color que, segn un etnlogo brasileo, existen casi trescientos trminos para expresar los infinitos matices entre el negro y el blanco que ubican socialmente al individuo sobre la base de una interiorizacin casi indiscutida del ideal caucsico. Paradjicamente, se aprecia la cultura negra los principales smbolos nacionales (samba, candombl, feijoada) provienen de la minora dominada, mientras que la discriminacin racial se identifica con la situacin econmica y cultural y refuerza las diferencias. Pero la ex colonia portuguesa no es el nico pas de la zona donde la estratificacin social se basa en la marginalizacin del negro. En Cuba, donde los negros conforman una franja importante de la poblacin (entre el quince y veinte por ciento, o ms si se incluyen los mulatos y se tiene en cuenta la atenuacin social del color que, al igual que en el Brasil, disminuye el nmero de negros), el acceso de los descendientes de los esclavos al prestigio social y al poder se cuenta entre los ms limitados entre todos los regmenes posteriores a la independencia. Fidel Castro, hombre de pura cepa espaola, justific la intervencin cubana en frica por la naturaleza afrolatina de su sociedad y cultura, pero sus adversarios, desde los Panteras Negras hasta el escritor hispano-francs Arrabal, no han dejado de reprocharle el hecho de que su socialismo dominado por los blancos les niegue a los negros el lugar que les debera corresponder. En este sentido, cabe
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Declaraciones del diputado Abdias Nascimento, Le Monde, 26 de mayo de 1983.

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recordar que el dictador Batista (derrocado por los castristas en 1959) era mulato, de acuerdo con la nomenclatura tnica vigente en la poca en Cuba, y que lleg al poder gracias a una insurreccin de sargentos, en su mayora de sangre mixta, contra un cuerpo de oficiales blancos surgidos de la clase poltica dirigente. Durante sus dos presidencias, Batista se hizo popular en la poblacin negra y foment los cultos afrocubanos de las santeras. Curiosamente, en Hait, repblica negra en un 95 por ciento, las diferencias de clase tambin abarcan el color de la piel. La burguesa mulata o clara considerada como tal, porque un rico slo puede ser mulato que se identifica con el poder blanco colonial domina a la masa desposeda de campesinos negros. Fue en nombre de esos dominados y de los valores africanos entre ellos el vud que el mdico y etnlogo Duvalier instaur su dictadura redentora y antimulata. El mestizaje ayer y hoy Amrica Latina es evidentemente un continente mestizo, y aunque los historiadores y los exgetas de la colonizacin ibrica han hecho hincapi en la ausencia de prejuicios raciales de los colonizadores espaoles y portugueses, no se debe creer por ello que la frecuencia de relaciones sexuales o uniones entre las razas bast para eliminar los tabiques entre las jerarquas tnicas. Es indudable que la cruza de razas fue muy fuerte a partir de la conquista, pero ello no condujo a la asimilacin total de los segmentos sociales dominados ni a una homogeneidad igualitaria de las sociedades coloniales. Antes de la independencia la confraternidad epidrmica, en general fruto de la necesidad, va acompaada de un sistema de discriminacin legal (Magnus Mrner) que da lugar a una sociedad de castas. Las colonias espaolas y portuguesas de Amrica son verdaderas pigmentocracias, donde la jerarqua de cada uno depende de sus componentes tnicos. Entre los indios y los negros existan castas de sangre mixta, cuya identidad estaba codificada en un centenar de categoras jerrquicas oficiales y en las cuales el componente indgena vala siempre un poco ms que el negro. Sea como fuere, en distintos lugares y pocas los no blancos tienen prohibido el acceso a la mayora de los puestos de prestigio y autoridad, en especial al sacerdocio. Se les prohbe portar armas y usar ciertos artculos de indumentaria reservados a los amos espaoles. Tambin se les impide el uso de caballos, molinos y toda la tecnologa de punta de la poca. Esa discriminacin puntillosa, a la cual la burguesa criolla pareca estar tan aferrada, qued suprimida en las colonias espaolas durante la independencia y mucho antes que la esclavitud en Brasil. No obstante, llama la atencin que se atribuya tanta importancia a los problemas de las relaciones raciales en los escritos de la poca de la emancipacin y principios del siglo XIX. Bolvar, quien a pesar de pertenecer a la aristocracia agraria de la Capitana General de Venezuela, hizo mucho por la igualdad de los indios y la libertad de los negros, vaticina en sus cartas no slo un gran conflicto racial y en efecto, la independencia venezolana fue una guerra de razas y clases a la vez que entre los patriotas y el poder colonial sino tambin el surgimiento de una pardocracia, que l rechaza con horror. Por consiguiente, no se debe subestimar la importancia del mestizaje en las sociedades latinoamericanas, ni del ideal de supremaca blanca que subyace detrs. El ascenso social para siempre por el blanqueamiento, tanto para los negros brasileos o venezolanos como para los mestizos argentinos del interior, que aspiran a casarse con los hijos de los inmigrantes europeos. La configuracin de las sociedades poscoloniales 208

depende en gran medida de su complejidad etnocultural. Es comprensible que presenten una estratificacin sumamente rgida. En efecto, es ms fcil perpetuar las desigualdades sociales cuando la distribucin despareja de los ingresos y el prestigio se ve reforzada por las diferencias tnicas. La movilidad es tanto ms difcil por cuanto la visibilidad del estatus social vuelve ms natural la conservacin de las posiciones conquistadas. Conquista y modo de produccin Con la conquista, las sociedades americanas se transforman de acuerdo con la lgica colonial sealada anteriormente, y al mismo tiempo se integran en el mercado mundial en funcin de las necesidades de las sociedades europeas. La extraversin econmica que de ah deriva ha condicionado las modalidades de introduccin del capitalismo en Amrica Latina, que algunos autores consideran una prolongacin de las economas centrales. No obstante, la existencia de economas esclavistas y de fuertes elementos precapitalistas en las economas agrarias (trabajo forzado o no monetarizado, debilidad del sector asalariado, poder terrateniente) plantean una serie de problemas de interpretacin insoslayables. Los analistas que se podran llamar liberales (pero las concepciones tericas son impuras y expresan u ocultan estrategias polticas o de desarrollo) atribuyen la heterogeneidad de esas formaciones sociales, vistas exclusivamente desde el ngulo de las disparidades socioeconmicas, a la yuxtaposicin de dos subsociedades o la coexistencia de dos polos, uno moderno y el otro tradicional. Pero el atraso de la sociedad arcaica est condenado a desaparecer gracias a la difusin de los valores modernos y la extensin de las tareas de la modernidad al conjunto de la trama social. Porque, como dicen el argentino Sarmiento y los liberales del siglo XIX, la civilizacin occidental triunfar sobre la barbarie americana y, poco a poco, la racionalidad capitalista dominar las relaciones sociales. Los tericos de la dependencia se pronuncian en contra de esta interpretacin dualista de las sociedades latinoamericanas. Segn ellos las sociedades del continente estn sometidas a las necesidades y evoluciones del sistema capitalista internacional. Su margen de autonoma es escaso, tanto como su carcter especfico es reducido. En ese marco, algunos autores van ms lejos al definir las sociedades latinoamericanas como estrictamente capitalistas a partir de su insercin en el mercado mundial, vale decir, desde la poca colonial (Andr Gunder Frank). Sin duda, eso es dar por hecho lo que est por hacerse. Los capitales no crean el capitalismo, y no se puede confundir la esfera de la produccin con la de la circulacin de mercancas. Sin afirmar de manera dogmtica que no hay capitalismo sin movilidad de los factores, es decir, en ausencia de un mercado generalizado de la mano de obra libre y del sector asalariado, es incorrecto postular que el destino de la produccin basta para caracterizar su modalidad. As, el cultivo del caf en el Brasil antes de la abolicin de la esclavitud difiere de manera fundamental de la misma produccin realizada por trabajadores europeos libres a fines de siglo, tanto en lo econmico como en lo social. Tampoco se debe subestimar la fuerza del sistema seorial en sus manifestaciones actuales y sus diversas repercusiones. El ejercicio de la autoridad poltica y judicial por el patrn, la fuerza del poder terrateniente y local, la importancia de los vnculos personales incluso en las relaciones sociales son otras tantas expresiones de sistemas sociales en los que de ninguna manera impera la neutralidad de las relaciones contractuales. Tanto es as, que cabe preguntarse si no se trata de un modo de produccin especfico. 209

De hecho, la realidad es ms compleja de lo que piensan tanto los difusionistas como los dependentistas. Se puede reconocer la coexistencia de dos sociedades, pero sin limitarse a subrayar el retraso de una respecto de la otra. El dualismo, si existe, es un elemento, un mecanismo fundamental y estable del sistema. El llamado polo tradicional complementa el polo moderno y es dominado por ste. El sector moderno no tiende a provocar la desaparicin del atrasado, cuya existencia le es indispensable. Aqu se aplica plenamente el principio de unidad de los contrarios. El arcasmo y las relaciones sociales precapitalistas aparecen como elementos funcionales en la lgica capitalista dominante. As, la existencia de zonas desarrolladas, verdaderas reservas de mano de obra barata, el arcasmo de los cultivos que producen a bajo costo los alimentos para la fuerza de trabajo industrial e incluso el crecimiento no capitalista del sector terciario urbano son fenmenos que se explican por el predominio del polo moderno sobre el tradicional, que le est subordinado. Asimismo, la monopolizacin de las tierras destinadas a la agricultura de subsistencia por grandes empresas que producen para el mercado e incluso el restablecimiento de distintas formas de trabajos forzados, como en el estado mexicano de Chiapas en 1936 (para responder a una demanda creciente de exportaciones en vista del carcter incompleto de la proletarizacin campesina) son ejemplos de relaciones de trabajo precapitalistas al servicio de empresas capitalistas modernas. Las leyes de vagancia promulgadas en el siglo XIX en casi todos los estados del continente, que obligan a todo hombre adulto a tener un patrn, no tenan otro fin que el de proporcionar mano de obra, muy escasa por cierto, a los establecimientos rurales. Con este mismo fin se han empleado toda suerte de medios legislativos y subterfugios econmicos. Sociedad desarticulada y clases sociales La caracterstica principal de esas sociedades dependientes que son las latinoamericanas es el desfase entre lo econmico y lo social. Las situaciones econmicas son independientes de las relaciones sociales. Este fenmeno, que Alain Touraine denomina desarticulacin, hace por ejemplo que un trabajador que produce para el mercado mundial se vea sometido a un amo por vnculos de tipo patrimonial: la modernidad capitalista y el tradicionalismo social, lejos de excluirse mutuamente, van de la mano en una estrecha relacin solidaria. Esta desarticulacin es producto de una dependencia multiforme, es decir, de un acceso indirecto, mimtico, a la civilizacin industrial y de una integracin a un escenario cuyo actor dominante es extranjero. Dicho de otra manera, la conquista no crea ipso facto sociedades idnticas a las metropolitanas, sino que produce sociedades coloniales, penetradas por las extranjeras y sometidas a sus necesidades. De ah la desarticulacin entre lo econmico y lo social. La extraversin econmica trae mltiples consecuencias. As, el control externo del proceso de acumulacin hace que las relaciones de dominacin social predominen sobre las de produccin. La racionalidad capitalista est frecuentemente al servicio de la reproduccin social y de una magnificacin del poder que llega incluso a sacrificar el desarrollo y la ganancia. En estas sociedades penetradas, el juego de las clases fundamentales, tal como apareci en Europa donde se convirti en parte del sistema en el sigIo XIX, no ocupa el centro de la dinmica social, como no lo hacen los enfrentamientos y las mutaciones de las clases dirigentes que jalonaron la evolucin del Viejo Mundo. Esto se debe en primer trmino a la presencia de un actor externo que con frecuencia sobredetermina, cuando no 210

induce, las conductas de las burguesas locales o de las clases obreras. Este actor, burgus o capitalista extranjero, se convierte incluso en el protagonista central del desarrollo social y poltico en el caso extremo de la economa de enclaves, minas o grandes establecimientos agrcolas. En segundo lugar, el Estado, lugar donde se producen las transacciones entre la dominacin externa y la interna, es un actor preponderante, tanto ms por cuanto ha cumplido una funcin original y decisiva en la creacin misma de las clases sociales. Por ltimo, la lgica de la exclusin de los sistemas econmicos lleva a los grupos dominantes a buscar acuerdos, mientras que el efecto de arrastre de las exportaciones primarias vuelve al desarrollo industrial no tan antagnico a la produccin agraria como subordinado a sta. Por otra parte, la dialctica de las estructuras de dominacin es mucho ms poderosa que la presunta oposicin entre lo tradicional y lo moderno en el campo social. Ms precisamente, los sectores dirigentes de las clases superiores, debido a la continuidad y el inmovilismo de las estructuras sociales, son a la vez modernos y arcaicos; socialmente retrgrados a la vez que poseedores de los avances tcnicos ms espectaculares, reflejan la ms refinada cultura europea y ejercen su poder social con la mayor brutalidad.13 El efecto de fusin de valores y conductas duales proviene del lugar que ocupan esos grupos sociales en el funcionamiento del sistema global: garantes de la dominacin externa, se dotan de legitimaciones exgenas para ejercer su hegemona interna. Dicho de otra manera, las oligarquas esclarecidas pueden ser tanto ms modernas en el plano de las ideas y los gustos cuanto ms se aferran a una dominacin social de tipo patrimonial. Utilizan tanto los recursos de la modernidad como los de la tradicin para mantener el orden y los privilegios nacidos de la desarticulacin de las relaciones sociales. ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Burgos (Elizabeth), Moi. Rigoberta Mench. Une vie, une voix. La rvolution au Guatemala. Paris, Gallimard, 1984. Favre (Henri), Changement et Continuit chez les Mayas du Mexique. Contribution a ltude de la situation coloniale en Amrique latine, Paris, Anthropos, 1971. Freyre (Gilberto), Matres et Esc/aves (Casa Grande e Senzala), Paris, Gallimard, 1952. Freyre (Gilberto), Sobrados e Mucambos, Lisboa, Livros do Brasil, 1962. Furtado (Celso), Dveloppement et stagnation en Amrique latine, Annales ESC, janvier 1966, p. 5-12. Gutelman (Michel), Rforme el Mystification agraire en Amrique latine. Le cas du Mexique, Pars, Maspero, 1969. IBGE, Censo Agropecuario. 1975. Ro de Janeiro, 1978. Jesus (Maria Carolina de), Journal de Bitita. Paris, A.-M. Mtaili, 1982. Linhart (Robert), Le Sucre et la Faim, Paris, d. de Minuit, 1980. Mauro (Frdric), La Vie quotidienne au Brsil au temps de Pedro Segundo (1831-1889), Paris, Hachette, 1980.
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Muchos autores han referido el hecho de que propietarios de esclavos en la poca de la independencia comulgaban con los ideales de libertad, igualdad, fraternidad de la Revolucin Francesa. En el filme Viva Mara, de Louis Malle, ambientado a principios de siglo en un pas imaginario de Amrica Latina, un hacendado progresista" exhibe ante sus huspedes franceses los prodigios del hada electricidad. En la escena siguiente se descubre que la energa elctrica es generada por una noria accionada por hombres engrillados.

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Meister (Albert), Le Systme mexicain. Les avatars dune participation populaire au dveloppement. Paris, Anthropos, 1971. Moraes (Teresa), Rocha (Maria Alice), Histoire de Marli. Paris, d. des femmes, 1982. Mrner (Magnus), Le Mtissage dans Ihistoire de IAmrique latine. Paris, Fayard, 1971. Oliveira (Francisco), A economia brasileira: critica razo dualista, So Paulo. Seleoes CEBRAP, n 1, 1976. Queiros Mattoso (Katia M. de), tre esclave au Brsil (XVI-XIXe sicle), Pars, Hachette. 1979. Romano (Ruggiero), Les Mcanismes de la conqute coloniale: les conquistadores, Pars. Flammarion. 1972, Stein (Stanley J., Barbara H.), The Colonial Heritage of Latin America. Essays on Economic Dependence in Perspective, New York, Oxford University Press, 1970. Touraine (Alain). Les Socits dpendantes. Essais sur lAmrique latine: Paris, Duculot, 1976. SEGUNDA PARTE Poderes y sociedades: Actores y mecanismos de la vida poltica y social 1. Poder y legitimidad Si es posible identificar con facilidad a los protagonistas de la vida poltica en las sociedades latinoamericanas y si esos actores son prcticamente los mismos en el conjunto de los estados, se puede deducir de ello las tendencias generales, sacar a la luz los factores regulares o permanentes, es decir, un cierto nmero de rasgos particulares que presentan una innegable homogeneidad a escala continental? O es necesario, por el contrario, aceptar las singularidades nacionales, caer en los estereotipos gastados? Porque en este terreno predominan los lugares comunes, tanto ms por cuanto el Nuevo Mundo es el continente mitolgico por excelencia. No slo abundan en las revistas para nios, las novelas de espionaje o la literatura barata; la imagen de una vida poltica caracterizada por la violencia, jalonada de revoluciones y golpes de Estado, a merced de militarotes y aventureros, patriarcas sanguinarios o Robin Hood irresponsables, parece imponerse en todas partes, incluso en la propia Amrica Latina. Nos encontramos, pues, frente a sociedades carentes de reglas de juego polticas, de caractersticas imprevisibles, incluso caticas? Hay que cuidarse de las generalizaciones. Se puede calificar de imprevisible al Mxico posrevolucionario con su armadura poltica inquebrantable, a la Costa Rica de posguerra donde la continuidad democrtica atraviesa imperturbable las crisis en medio de la tormenta centroamericana, o a la Colombia del bipartidismo inalterable? Se responder que son excepciones. Pero no por ello se establece el predominio de las historias singulares y el particularismo nacional. La reiteracin de fenmenos similares, el surgimiento de modelos de poder o de esquemas de accin y conductas recurrentes hacen necesaria la comparacin y posible la comprensin. Precisamente se trata de buscar los elementos que permitan comprender las caractersticas en apariencia ms frecuentes, pero que son tambin las ms anormales. Al indagar en la inestabilidad, la violencia, la exclusin poltica, se examinar tambin lo que 212

yace detrs de esas realidades y cmo explicarlas. Ello requiere ciertas precauciones metodolgicas. En primer lugar, evitar la proyeccin de preferencias normativas derivadas de una concepcin ms o menos idealizada de las sociedades europeas sobre realidades que son distintas. Es una tarea particularmente difcil, tratndose del tercer mundo de Occidente que nos parece tan conocido, sobre todo porque emplea el mismo lenguaje ideolgico y la misma inspiracin institucional de las sociedades occidentales. Segundo, recordar siempre ese fenmeno que se podra llamar el desafo latinoamericano, esa aspiracin permanente de recuperar el terreno perdido y el desajuste que deriva de ello en relacin con el objetivo central, perseguido conscientemente, de trasplantar a otro terreno la civilizacin industrial en su versin occidental y lograr su aclimatacin. El trasfondo de la inestabilidad poltica Todos los pases latinoamericanos (incluida la Nicaragua sandinista, al menos en 1984), con excepcin de Cuba, poseen instituciones representativas y reivindican la democracia pluralista. Ahora bien, la discontinuidad poltica o, por el contrario, el continuismo dictatorial y el autoritarismo en sus diversas formas, principalmente la militar, parecen haber encontrado en este continente un terreno frtil para su existencia. Juzgue el lector: entre 1958 y 1984, slo cuatro estados conocieron una sucesin regular e ininterrumpida de gobernantes civiles elegidos de acuerdo con las normas constitucionales, lo cual no significa que se tratase de democracias ejemplares en todos los casos. Ellos son Colombia, Costa Rica, Mxico y Venezuela. Sin embargo, el rasgo ms sorprendente y significativo de la vida poltica latinoamericana no son los golpes de Estado ni los putsch recurrentes, la montona persistencia de los presidentes vitalicios ni los mil y un medio fraudulentos para corregir la aritmtica electoral sino, sin duda, el aferramiento terico, platnico y omnipresente a las instituciones representativas. A la vez que se violan los principios liberales o se soslayan los marcos constitucionales y la voluntad mayoritaria, se reivindican los valores permanentes del orden democrtico pluralista. A diferencia de la Europa de entre guerras, el nuevo orden que deba erigirse sobre las ruinas del liberalismo jams ech races firmes en el nuevo mundo. Los dictadores ms antiliberales, como el general Pinochet en Chile, slo aspiran a proteger la democracia de las amenazas del comunismo. Por otra parte, la constitucin a la que someti a un plebiscito en septiembre de 1980, a pesar de su gradualismo y de estar repleta de restricciones a la libertad, no es de inspiracin corporativista sino que prev la instauracin por cierto que en un perodo lejano de un sistema representativo, con partidos, congreso y elecciones con sufragio universal. En la mayora de los pases del continente donde estn activos, los militares golpistas hacen hincapi en sus proclamas sobre los mviles democrticos de su actitud: se trata de fortalecer o perfeccionar un rgimen representativo amenazado o en crisis, y nada ms. Las dictaduras ms rsticas y feroces hacen gala de un asombroso respeto por los modales constitucionales. Trujillo en la Repblica Dominicana, los Somoza en Nicaragua, se hacan reelegir regularmente o, si la constitucin lo prohiba, cedan su lugar a un testaferro de insospechable lealtad.
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Vase, en el captulo 8, los prrafos dedicados a Nicaragua, donde se hace mencin de otra clase de problemas.

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En el Paraguay, desde 1954, el general Stroessner se presentaba ante los electores cada cinco aos con la regularidad de un reloj. Llevado por su legalismo, el da de las elecciones levantaba el estado de sitio permanente en que viva el pas a fin de que la oposicin permitida pudiera expresarse. En el Brasil, despus del derrocamiento del rgimen democrtico en 1964, los militares en el poder han convocado escrupulosamente a elecciones parlamentarias, desde luego fijando ellos mismos las reglas de juego a fin de asegurarle al partido oficialista su ventaja con respecto a la oposicin legal. La dependencia de las elites latinoamericanas en relacin con Europa, sobre todo con Gran Bretaa, madre del parlamentarismo, u hoy respecto del lder del mundo libre, cuyas presiones democratizantes sobre sus vecinos del Sur tienden, sobre todo, a salvar las apariencias, puede explicar en parte esta asombrosa fidelidad. Pero en el corazn de estas prcticas est la esencia misma del continente, su situacin transitoria y ambigua, que algunos autores llaman contradictoria: indudablemente son sociedades que forman parte de Occidente, pero su herencia social es distinta. No hay que dejarse engaar por la similitud de los textos constitucionales y el pensamiento jurdico. Para comprender el funcionamiento de los sistemas polticos latinoamericanos, es necesario despojarse de las ilusiones etnocntricas y tratar de aprehender las distorsiones sufridas por las instituciones tomadas a prstamo. En efecto, hay un abismo entre las constituciones escritas y las constituciones vividas. Muchos autores se han referido a la brecha entre el ideal constitucional y la prctica poltica, el desfase vergonzante entre el modelo ortodoxo y la realidad hereje. En general se considera que las dificultades de adaptacin de la democracia en los pases latinoamericanos proviene de la falta de correspondencia entre la ideologa y las estructuras sociales. El funcionamiento estable del sistema poltico competitivo sera imposible porque requiere actitudes y valores que estn en contradiccin con la distribucin del poder social. Dicho de otra manera, existira un divorcio flagrante entre la ideologa, las premisas democrticas (igualdad jurdica de todos los ciudadanos) y la realidad social, caracterizada por las relaciones rgidas de dominacin, una asimetra social intangible y desigualdades acumulativas.14 As, las normas que deberan sustentar las prcticas correspondientes a las instituciones adoptadas cumplen una funcin de utopa inaccesible, o accesible solamente por algn milagro. Como dijo un secretario de Estado boliviano en 1981: La Constitucin vendr en el paraso. Esa frase realista o cnica sintetiza el fondo del problema. Cultura poltica y legitimidad En los hechos, la verticalidad de las relaciones sociales y la brecha a veces pasmosa entre las ideologas institucionales y las conductas sociales dan lugar a una verdadera cultura poltica de las apariencias. Las falsas ventanas del universalismo jurdico ocultan el particularismo de las relaciones personales y la fuerza. Las leyes no estn hechas solamente para ser eludidas sino que con frecuencia se las promulga, como dicen en el Brasil, para que lo vea el ingls (para ingls ver). Y esto no data de hoy. En la poca colonial, cuando reciban los edictos reales y, sobre todo, las leyes de proteccin de los indios, resistidas por
Segn la teora de la congruencia sociopoltica desarrollada por Harry Eckstein (A Theory of Stable Democracy), Princeton, Princeton University Press, 1961), la estabilidad deriva de la correspondencia entre los modelos de autoridad social y las relaciones de autoridad en el seno del sistema poltico.
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los colonos, los virreyes, regidores y oidores besaban el sello de Su Majestad o se colocaban el pergamino sobre la cabeza en seal de respeto y decan, se acata pero no se cumple. Nadie puede hacer lo imposible. Los vetos sociales estn por encima del poder legal. Hoy en Amrica Latina no faltan instrumentos legales perfectos, de vanguardia, inaplicables e inaplicados, etreas blue sky laws que se exhiben en los foros internacionales. El poder judicial no escapa a las generales de la ley. El habla popular y el folklore son reveladores. As, se dice que para los amigos, la justicia; para los enemigos, la ley, o bien, la justicia es para los que llevan ruana (el poncho del campesino colombiano). Estas distorsiones casi esquizofrnicas no se deben como sostienen algunos autores al norte del ro Bravo a una presunta incapacidad para vivir en democracia de los pueblos y las sociedades latinoamericanas e incluso ibricas, sino a circunstancias sociohistricas objetivas. Si la legitimidad de los gobiernos y el Estado se define en funcin de su capacidad para hacer respetar sus decisiones incluso cuando afectan los intereses de ciertos grupos, sobre todo los de los ms poderosos, se puede decir que la concentracin del poder social vuelve ipso facto ilegtima toda medida que no refleje las relaciones de dominacin o no corresponda a ellas. Situacin tanto ms frecuente por cuanto los grupos dominantes no siempre logran expresar su situacin real en los procedimientos constitucionales y controlar as legalmente el Estado o ejercer su influencia sobre l. Esta afirmacin exige algunas precisiones y matices. En efecto, dentro de cada sociedad latinoamericana, de acuerdo con sus estructuras y su historia, existen umbrales variables de intolerancia de los grupos dominantes y cotos reservados dentro de los cuales no se acepta la intromisin del poder pblico. Toda poltica que afecte esas zonas sensibles entraa la ilegitimidad del gobierno que la promueve. En general, todo lo que afecte la verticalidad de las relaciones sociales es considerado subversivo e inaceptable por los beneficiarios del statu quo. Las relaciones horizontales entre pares, la libre organizacin de las clases populares, bastan para descalificar al gobierno que las tolera. As, se sabe que las ligas agrarias organizadas por Francisco Julio en el Nordeste brasileo fueron uno de los detonadores de la movilizacin que condujo al golpe de Estado de 1964. En Chile, el proceso de desestabilizacin de una democracia ejemplar comenz mucho antes del arribo de la Unidad Popular al poder: la ley de reforma agraria promulgada por el demcrata cristiano Frei en 1967 y el desarrollo del sindicalismo campesino, fomentado por el mismo gobierno enfriaron rpidamente el entusiasmo que senta la burguesa chilena por la democracia. En la Argentina, donde el umbral de tolerancia parece aun ms bajo que en los pases vecinos, la mera idea de la reforma agraria es desde hace mucho tiempo un tab internalizado para los diferentes grupos polticos, pero el impuesto agrario (ms precisamente, el impuesto a la renta potencial de la tierra), destinado a aumentar la productividad, fue considerado por las organizaciones ruralistas y los grandes terratenientes como una medida colectivista y expropiadora que despojaba de autoridad al gobierno que la haba promulgado. Por esto, en dos ocasiones durante el decenio de 1970, los gobiernos que tuvieron la audacia de violar esta cuasi prohibicin social cardinal fueron derribados. As, detrs del escenario pblico de la soberana popular funciona un escenario privado en el que negocian y conciertan los factores de poder los garantes y beneficiarios del pacto de dominacin. Por otra parte, corno sealaba Franois

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Bourricaud en el caso peruano,15 es por ello que las elecciones pueden ser contenciosas y no reconocidas como instancia ltima e incuestionable. El veredicto de las urnas suele estar sujeto a examen y revisin en el escenario privado de los preponderantes. La legitimidad mayoritaria, siempre sospechosa de excesos demaggicos, debilidad populista o ineficiencia lisa y llana debe hacer ratificar sus derechos por la legitimidad social dominante: dicho de otra manera, los ms capaces forman un tribunal ante el cual comparecen los ms numerosos o, en el lenguaje de los doctrinarios liberales del siglo XIX, la voluntad colectiva no es nada sin el reconocimiento de la razn colectiva encarnada en la elite. Por eso abundan los ejemplos de gobiernos que, siendo legales y legtimos para las normas constitucionales, entraron en el cono de sombra de la sospecha y se vieron condenados a la ilegitimidad en el escenario privado antes de convertirse en blanco de los intentos de desestabilizacin. Para no mencionar sino algunos casos muy distintos entre s, es lo que le sucedi a Pern, el general de los descamisados, durante su primera presidencia, iniciada en 1946, pero no durante la tercera, en 1973, cuando fue recibido como un salvador por la aterrada burguesa argentina. Antes de su ingreso a la Moneda, Salvador Allende fue objeto del hostigamiento faccioso de la burguesa y de un sector de las clases medias. Incluso en un rgimen tan slido y conservador como el de las instituciones revolucionarias de Mxico se pudo observar cmo, en 1976, a fines de su mandato, el presidente Echeverra sufri una ofensiva desestabilizadora de los sectores econmicos y se llegaron a escuchar rumores de golpe de Estado.16 Estas reflexiones no tienen por objeto sustentar una concepcin determinista de los regmenes polticos. No existe un fatalismo de la inestabilidad. Preferimos creer en el predominio de las prcticas polticas y, por consiguiente, de la voluntad de los actores sobre las condiciones real o supuestamente objetivas. No es menos cierto que si los umbrales y cotos sensibles que determinan el carcter leal o desleal de la oposicin dependen de la voluntad de los grupos sociales, sta a su vez est condicionada por las situaciones objetivas. Cabe preguntarse entonces si la inestabilidad poltica no es la otra cara del carcter estable, inmvil, incluso inmutable de las bases econmicas de esas sociedades. La rigidez de las estructuras agrarias, ya sealada, cuya permanencia es frecuentemente la piedra de toque de la legitimidad social, apunta en esa direccin. Lo mismo sucede con el monopolio econmico de ciertas minoras dominantes multifuncionales con intereses diversos, que genera una voluntad imperiosa de acceso privilegiado al Estado y se opone a la diferenciacin en el seno de los grupos poseedores. Por ltimo, el papel de la multiforme penetracin extranjera, recelosa de todo cambio, no hace ms que reforzar la concentracin del poder y el conservadorismo brutal de quienes lo detentan. Son otras tantas razones para explicar una feroz defensa del statu quo que no se detiene ante leyes ni textos constitucionales; una de las fuentes permanentes de lo que Enrique Baloyra llama el

Bourricaud, F.: Rgles du jeu en situation danomie: le cas pruvien, Sociologie du travail, marzo 1967, pg. 334. Vase Loaeza, S.: La poltica del rumor: Mxico, noviembre-diciembre de 1976, en Centro de Estudios Internacionales, Las crisis en el sistema poltico mexicano (1928-1977), Mxico, el Colegio de Mxico, 1977, pgs. 121-150. 16 Vase Loaeza, S.: La poltica del rumor: Mxico, noviembre-diciembre de 1976, en Centro de Estudios Internacionales, Las crisis en el sistema poltico mexicano (1928-1977), Mxico, el Colegio de Mxico, 1977, pgs. 121-150.

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despotismo reaccionario centroamericano.17 Las dimensiones de la violencia Los observadores consideran a Amrica Latina un continente violento. Algunos autores hablan de una cultura de la violencia poltica (Merle Kling). Ciertamente, los profesionales de la violencia cumplen all un papel ms difuso que especializado y la inestabilidad poltica es generalmente un acto de violencia que conduce a la ruptura del orden institucional. La imposicin de un candidato nico, la suspensin de las garantas constitucionales, la aplicacin de recursos de excepcin en forma continua, incluso en democracias estables Colombia, democracia ejemplar, vivi durante casi veinte aos, a partir de 1958, bajo estado de sitio, demuestran claramente el uso de la fuerza con fines polticos. Sin embargo, el estudioso no puede limitarse a sealar este hecho ni resignarse a aceptar seudoexplicaciones sobre la psicologa de los pueblos que atribuyen la intemperancia colectiva de las sociedades latinoamericanas a un tautolgico machismo. Es necesario ponerse de acuerdo sobre el trmino violencia. No es mayor el nmero de presidentes asesinados en el continente que en los Estados Unidos, modelo de poliarqua. Las peores hecatombes latinoamericanas intestinas han causado cuantitativamente pocas vctimas en comparacin con las matanzas millonarias de las guerras europeas. Hecha esta aclaracin, conviene distinguir tres tipos de violencia directa situados fuera del campo de los golpes de fuerza polticos a veces poco cruentos, cuyos mecanismos hemos desentraado. Se advierte la existencia de una violencia social, una violencia poltica expresiva o representativa y una violencia revolucionaria. La violencia cotidiana El estilo de mando derivado de relaciones no igualitarias y personalizadas tiene como contrapartida una violencia que los telogos califican de estructural porque est ligada a la injusticia social. Es una violencia poco visible. No se habla de ella en las primeras planas de los diarios. As como la prensa slo se ocupa del nio que muerde al perro, y no a la inversa, slo la violencia de los marginados merece la atencin de los medios sociales de comunicacin. Sin embargo, la brutalidad cotidiana forma parte de la trama y el estilo de los enfrentamientos sociales: es la que expulsa al campesino sin ttulo de propiedad o al colono que no sabe complacer al patrn; es la de la polica que desaloja de la fbrica a los obreros que reclaman sus salarios. No es en modo alguno un fenmeno del pasado. La violencia de los de arriba reaparece a cada momento, incluso en las sociedades ms modernizadas, as como en las industrias con un proletariado combativo y organizado, al azar de un conflicto social o una tensin econmica. Esta violencia generalmente descentralizada puede convertirse en la prctica corriente de los organismos oficiales, sobre todo de las fuerzas de seguridad. El restablecimiento de hecho de la pena capital por los escuadrones de la muerte de ciertas policas locales brasileas contra pequeos delincuentes, marginales molestos e incluso mendigos no es un hecho aislado. Es verdad que hasta ayer la arbitrariedad del tirano local se revesta de la autoridad de un Estado remoto para aplicar su justicia privada: el
Baloyra, E.A.: Reactionary Despotism in Central American, Journal of Latin America Studies, 1983, 15, pgs. 295-319.
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comisario, el juez de paz, el coronel de la guardia civil o el jefe de seccin obedecan al gran terrateniente cuando l mismo no ejerca esas funciones. Los estados terroristas que florecieron en aos recientes a la sombra de los fusiles no han hecho ms que aplicarles a la clase poltica y a los sectores medios urbanos, hasta entonces indemnes, los mtodos brutales de unas fuerzas del orden a las que jams desvel el respeto por los derechos humanos. Mucho antes de que los militares con sus tcnicas sofisticadas se lanzaran a la guerra antisubversiva, ya en las comisaras argentinas y chilenas se torturaba al ladrn de ganado o al vagabundo sospechoso. Si bien son distintas formas de violencia, ambas tienen sus races en la costumbre de violar los derechos personales, tan comn en una sociedad donde los de arriba difcilmente admiten a los de abajo como sus semejantes. Esto es chocante para los que viven en sociedades igualitarias, pero sin duda habra parecido normal en la Europa de los siglos XVII y XVIII, donde los aristcratas se conmovan muy poco ante los horrores infligidos a la chusma. La violencia expresiva Debido a ciertas particularidades estructurales o coyunturales de los sistemas polticos, la violencia puede ser un medio de participacin poltica, una manera de hacer llegar un mensaje al gobierno de turno. La debilidad de las estructuras intermedias, la ausencia o el mal funcionamiento de los canales de comunicacin entre gobernantes y gobernados, a veces la monopolizacin del poder por un grupo regional o una fraccin estrecha de la elite, obligan a pasar a la accin directa, sin la posibilidad o el deseo de apoderarse de las palancas de mando, sino simplemente para llamar la atencin o para mostrar o demostrar a power capability, segn la frase de Charles Anderson. Desde luego, no siempre es fcil distinguir el acto de violencia simblica o representativa de una organizacin poltica, de un asalto directo al poder. Tampoco es fcil distinguir, salvo en teora, la violencia horizontal entre iguales de la violencia vertical de las clases populares contra las dominantes. Cabe sealar, por otra parte, que esta violencia vertical pura es ms una amenaza que una realidad tangible. La naturaleza colonial de las diferencias sociales, as como el abismo de diferencias tnicas que se interpone entre poseedores y desposedos le otorgan al espectro de la rebelin de clases peligrosas una consistencia inquietante que, con frecuencia, acta como teln de fondo sobre el cual se desarrolla la vida poltica. En Ro tiemblan ante la idea de que los favelados bajen de los morros para asaltar los barrios ricos. En Buenos Aires, los habitantes de Barrio Norte viven con el temor de que los cabecitas negras de los suburbios crucen el puente sobre el Riachuelo e invadan la ciudad. En Santiago, la pesadilla de las poblaciones ronda por Providencia y los barrios ricos durante las noches. En el Per, el problema tnico y los riesgos de una explosin repentina de la mancha indgena serrana son, desde la poca de Tpac Amaru, una de las perspectivas aterradoras de la vida poltica nacional. Pero incluso la revuelta campesina de 1932 en El Salvador, ahogada en un espantoso bao de sangre por la oligarqua aterrada, no fue un simple motn de los miserables sino que parece haber sido una insurreccin compleja en la cual las disputas intestinas de la burguesa cumplieron un papel de importancia. En algunos pases la violencia horizontal, las luchas entre grupos dominantes, es ms frecuente que la rebelin vertical de los pobres. A tal punto que se ha sealado, por ejemplo, que el Brasil era una sociedad poco violenta, a pesar de las numerosas rebeliones locales, desde los mascates 218

pernambucanos del siglo XVIII hasta la secesin paulista de 1932. Ni qu hablar de los bandidos sociales del cangao ni de las violentas utopas del Serto, como Canudos y Contestado, rebeliones milenaristas injertadas en la lucha de clases. Tanto el bogotazo colombiano de 1948 como el cordobazo argentino de 1969 aparecen como explosiones de violencia urbana ms expresiva que instrumental, aunque sus alcances y orgenes fueron muy diferentes. En Colombia, el asesinato de Jorge Gaitn, dirigente liberal que haba movilizado a las clases populares contra las oligarquas al denunciar el abismo que exista entre el pas legal de la politiquera y la miseria del pas real, provoc jornadas de sangre y fuego en Bogot. En la Argentina, el Cordobazo de 1969, ese referndum sangriento de la ciudad contra una dictadura militar centralizadora y desgastada que haba suprimido todos los mecanismos representativos capaces de canalizar y expresar las tensiones sociales, alcanz su objetivo: un ao despus, el general Ongana fue destituido por sus pares. El mensaje fue escuchado. La violencia revolucionaria Es la ms conocida y comentada, aunque tal vez no la mejor analizada: organizaciones armadas tratan de tomar el poder, en general con un programa de drsticos cambios sociales. El trmino evoca la guerrilla urbana de la dcada de 1970 o el foquismo rural de la de 1960. En caso de triunfar, la oposicin armada conduce a una insurreccin nacional como la de 1979 en Nicaragua, que derroc la tirana de los Somoza. Los putsch y las revoluciones palaciegas, dos modalidades de golpe de Estado, no pertenecen a esta categora, aunque sus promotores no vacilan en proclamarse revolucionarios a fin de destacar sus aspiraciones fundadoras. En cambio, otras sublevaciones polticas, seguidas o no de guerras civiles prolongadas, s corresponden a esta clase de violencia: la revolucin antioligrquica de 1930 en el Brasil, la sublevacin democrtica de liberacin nacional de 1948 en Costa Rica, la revolucin transformadora boliviana de 1952, por no hablar de ese conjunto de sublevaciones, guerras civiles y conmociones que se desarrollaron durante quince aos a partir de 1910 y que constituyen la llamada Revolucin Mexicana. La repeticin del trmino, as como la ostentacin de la cosa, hacen pensar a algunos autores que Amrica Latina es el continente revolucionario por excelencia. Un estudio ms cuidadoso revela que las revoluciones si se califica como tales los movimientos polticos que provocan transformaciones sociales de envergadura son ms bien escasas. La cubana es evidentemente una revolucin, lo mismo que la sandinista y tambin se puede incluir en esta categora la gran conmocin mexicana. Pero estas tres agotan, en rigor, la lista. La caracterstica del continente es, por el contrario, el conservadurismo. Para acercarse ms a la realidad, conviene no hablar de tendencia revolucionaria sino de inestabilidad inmovilista o inmovilidad convulsiva. Por otra parte, las revoluciones latinoamericanas, con excepcin de las que se reivindican marxistasleninistas, afectan la composicin del poder ms que las estructuras sociales. Del Brasil a Bolivia y Costa Rica, revoluciones eminentemente polticas permitieron el ingreso de nuevos actores en la arena del poder; constituyen grietas por donde irrumpen grupos sociales hasta entonces marginados, aunque en muchos casos sin eliminar a los protagonistas anteriores. Sean superposiciones o alianzas, la yuxtaposicin de las nuevas y viejas elites es consecuencia de esos enfrentamientos civiles que no provocan cambio alguno en lo esencial, es decir, en la dinmica de la dominacin. En Mxico, donde las guerras civiles provocaron decenas o incluso centenares de miles de muertos, algunos 219

sostienen que la conmocin social revolucionaria no modific la sociedad sino que slo sirvi para reemplazar a los beneficiarios del poder. Algunos autores postulan una continuidad entre el porfiriato, derrocado por la primera revolucin agraria del siglo XX y el Estado posrevolucionario: ambos emprendieron la liquidacin del antiguo Mxico para crear un estado moderno. Hoy, la reconstruccin de las grandes propiedades, as como el autoritarismo de la modernizacin conservadora emprendidas por los herederos de la revolucin hacen pensar que esa interpretacin no carece de fundamento. Sea como fuere, la violencia poltica en su variante revolucionaria frecuentemente est vinculada con el problema de la participacin. Marginacin y participantes Las sociedades y los sistemas polticos tradicionales de Amrica Latina se basan en la marginacin y el particularismo. Las democracias latinoamericanas del siglo XIX se parecen ms a la democracia ateniense que a los estados de masas contemporneos. Su lgica es la del voto censatario, sin la menor limitacin social o financiera de la participacin electoral. La exclusin se realiza por distintos medios. El voto puede estar restringido a la poblacin alfabetizada, lo que en el Per o el Brasil colocara fuera del mercado poltico a la mayora de los ciudadanos. La prohibicin de formar partidos fuera de los que representan a las elites sociales basta a veces para limitar el sufragio universal, colocndolo bajo el control de las autoridades sociales. Pero ms que la falta del secreto en el momento de la emisin del sufragio, es el propio contexto social la mayor fuente de exclusin, sea porque los notables alejan de las urnas a los elementos indeseables, sea porque obligan a la gente a votar de determinada manera mediante la adecuada dosificacin de respeto, amenazas y gratificaciones. Las situaciones autoritarias predominan en Amrica Latina sobre la movilizacin social que transforma a los pases en sociedades de masas secularizadas. Las elites pasan a controlar el sufragio de manera ms discreta, pero no menos eficaz. El recurso de la fuerza contra el rgimen liberal y sus reglas de juego pierde utilidad. El control local de los electores o de los votos vuelve superfluo el rechazo de las urnas y la invocacin al autoritarismo salvador. Tampoco es necesario evocar otras formas institucionales de participacin, a travs de asociaciones voluntarias, profesionales o no. Mientras la participacin electoral es baja y, en el mejor de los casos, conformista, slo los ciudadanos activos tienen derecho a organizarse: as se conserva la verticalidad de las configuraciones sociales. Por eso se comprende que uno de los escollos sobre los cuales se quiebra la estabilidad institucional sea la ampliacin del universo poltico. La prueba a contrario es justamente, en perodos variables entre 1860-1880 y 1930, la asombrosa y armoniosa madurez de la repblica elitista u oligrquica en aquellos pases que se convertirn posteriormente en ejemplos de inestabilidad y de dictaduras recurrentes: de la Argentina a El Salvador, pasando por Bolivia y el Per. La participacin ampliada aparece como una amenaza para el sistema de dominacin. La ampliacin del electorado implica la prdida del control para la elite (en una sociedad donde la lgica patrimonial se aplica con dificultad creciente) y, a la vez, la aceptacin de la igualdad jurdica un hombre, un voto, que hace abstraccin de los roles individuales: el individuo annimo predomina sobre la persona, la cantidad sobre la calidad. Por otra parte, el voluntarismo asociativo de los agrupamientos horizontales modifica la relacin de fuerzas, haciendo peligrar as el 220

sistema de dominacin. Eso es todo lo que hace falta para invocar el peligro de la subversin y apelar al ejrcito o bien declarar, como Odilon Barrot, que la legitimidad nos mata, a fin de aplicar medidas de excepcin que reduzcan una participacin peligrosa para el statu quo. Es as como se ha denunciado por subversivos o socialmente perversos a gobiernos democrticos moderados, no porque realizaran alguna reforma estructural sino porque permitan que los campesinos se sindicalizaran o porque contribuan con su poltica a reducir las brechas sociales. Los militares brasileos derrocaron al presidente Goulart en 1964, no a causa de sus tmidas reformas de base, mediante las cuales pretenda modernizar el pas, sino porque lo acusaban de favorecer las organizaciones obreras e instaurar una verdadera repblica sindicalista. Pern, que gobern la Argentina de 1946 a 1955, no toc los resortes de la economa ni subvirti la sociedad nacional. El ejrcito lo ech en 1955, luego de una intensa sedicin de la gran burguesa y de un sector de las clases medias: sus enemigos no le reprochaban su autoritarismo tanto como la nueva dignidad que le haba dado a la clase obrera, hasta entonces marginada. Segn sus adversarios, durante sus presidencias los obreros se crean que todo estaba permitido. Si la ruptura del orden poltico se produce frecuentemente como consecuencia de una crisis de participacin en la cual la erosin de las solidaridades personales y la crisis de las situaciones de autoritarismo paternalista coinciden con la ampliacin de las libertades ciudadanas, al mismo tiempo los intentos de las elites de cerrar la caja de Pandora de la poltica de masas slo son temporarios. El estado de excepcin civil o militar es temporario por definicin, salvo en algunos pases de muy poca movilizacin social como el Paraguay de Stroessner y la Nicaragua de los Somoza. La alternancia entre gobiernos civiles electos y dictaduras provisionales destinadas a frenar el asalto de los brbaros sociales no es sino un mal menor a falta de soluciones ms duraderas y seguras. Los regmenes autoritarios aseguran la marginacin de las clases peligrosas a un precio poltico elevado y en condiciones precarias. Por el contrario, los regmenes de integracin controlada, la otra frmula capaz de imponer el desarme de las capas populares, son ms eficaces y estables. En lugar de marginar a las capas populares por medio de la fuerza del Estado, es el aparato estatal el que moviliza y organiza a las clases obreras y campesinas que pretende representar. La organizacin estatal o corporativa de las clases dominadas permite tambin orientar el sufragio universal sin necesidad de amordazarlo. Se trata, pues, de mecanismos de desmovilizacin no coercitivos, indoloros, para impedir la movilizacin espontnea y la autonoma de las clases peligrosas, integrndolas en un proyecto nacional bajo la gida del Estado. La historia latinoamericana contempornea conoce muchos intentos de crear sistemas que circunscriben la competencia poltica a la periferia del poder, sin afectar jams el centro. Pero son pocos los regmenes semicompetitivos que han logrado ver la luz y mantenerse mucho tiempo. La excepcin es el Mxico posrevolucionario: democracia ejemplar en apariencia por la regularidad de sus certmenes electorales partidistas, rgimen revolucionario slidamente asentado sobre las masas campesinas y obreras organizadas, pero estado autoritario y conservador que margina y neutraliza todo lo que no puede organizar ni cooptar. En el principio era el Estado Amrica Latina no invent el Estado, pero hizo de l un actor central, cuyo papel 221

particular constituye una de las particularidades del dispositivo sociopoltico de esas naciones, con algunas excepciones. El Estado, centro poltico nico y legtimo que controla un territorio y la poblacin que lo ocupa, surge en Amrica Latina al mismo tiempo que la economa nacional se integra en el mercado mundial como productora de uno o varios bienes primarios. Caf, estao, carne o banana son pasaportes hacia el mundo moderno y al desarrollo del Estado, concedidos a pases que aguardaban desde largo tiempo su despertar econmico. Si no hay una gran produccin exportable, no hay Estado, como lo demuestran Nicaragua y la Repblica Dominicana del siglo XIX. El Estado es la consecuencia y el medio de insercin en la era econmica de las sociedades que crecen hacia fuera. Ese Estado, nacido de la dependencia y la extraversin, presenta algunas particularidades. Primero, es l el que permite el crecimiento econmico hacia afuera, es decir, la produccin exportable, garantizando con ello la rentabilidad. Sus responsabilidades ms importantes son unificar el espacio nacional y garantizar la disponibilidad de la mano de obra. En esas economas libradas a las fluctuaciones del mercado internacional, su intervencin es indispensable a travs de la fijacin de precios y el control del crdito. Asimismo debe actuar como rbitro entre la agricultura alimentaria y la agroexportacin impuesta por las elites, en beneficio de esta ltima. Cuando las tropas de Zapata triunfaron en Morelos, durante la revolucin mexicana, las plantaciones de azcar fomentadas por Porfirio Daz fueron reemplazadas por cultivos de subsistencia. En el Brasil, durante el decenio de 1980, el Estado fomenta la soja contra los porotos negros que forman parte de la dieta popular; es l (o sus representantes locales) el que toma partido por la gran propiedad capitalista contra el caboclo, el minifundista precario. En virtud de la situacin histrica y estructural de las sociedades latinoamericanas, el Estado es el lugar donde se realizan las transacciones y los negocios de los grupos poseedores locales con las burguesas extranjeras. Cualquiera que sea la fuerza de los grupos econmicos locales, segn controlen o no las famas esenciales de la produccin de mercancas, el Estado tiene, entre otras, la funcin de conciliar los intereses divergentes de las numerosas clases poseedoras. El equilibrio entre los intereses externos y las burguesas locales sigue siendo no slo conflictivo sino eminentemente frgil, y el Estado es el nico mbito en que se produce la interfase y se teje la asociacin. El Estado siempre desempea un papel decisivo en los pases de industrializacin tarda y sobre todo en las naciones latinoamericanas. Infraestructura, proteccin aduanera, financiacin: la industria espera todo eso del Estado. As lo demuestra la importancia del sector pblico industrial y bancario. Pero es verdad que no se trata de un fenmeno aislado y tcnico: el Estado ha ido mucho ms all del apoyo al crecimiento industrial. El centro del poder nacional ha contribuido a la creacin de las clases sociales. En ltima instancia, no fueron las clases dominantes las que crearon el Estado como instrumento de su dominacin, sino el Estado el que cre y fortaleci esos grupos sociales y muchos ms. La aristocracia latifundista y las burguesas rurales del siglo XIX le deben su despegue. El otorgamiento de tierras pblicas, la distribucin selectiva de crditos y adjudicaciones y en general los buenos negocios en los que el capital extranjero y el poder pblico tienen intereses creados, reforzaron un ncleo de poseedores que domina la economa y la poltica. Pero en el siglo XX tampoco desaparece el papel del Estado como formador de clases poseedoras. Es evidente en el Mxico de los aos 1920 a 1930, donde aparecen, gracias al apoyo del Estado a ciertas actividades y los subsidios directos a los seores de la guerra y

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los jefes polticos, la nueva clase dominante de los capitalistas de la revolucin.18 Pero el papel del Estado no es slo el de ayudar al enriquecimiento de una burguesa cortesana. Pocos grupos del abanico social estn libres de deudas con l. El campesinado pequeo y mediano existe gracias a sus planes de colonizacin o de transformacin agraria y su actividad en el terreno del crdito rural. Sin crditos especiales, es decir, sin transferencia de recursos, y sin barreras aduaneras adecuadas, la industria no tiene posibilidades de echar races y desarrollarse. La poltica laboral y las leyes sindicales no han contribuido al surgimiento de una clase obrera, que nace como consecuencia de una industrializacin voluntaria, pero le han permitido al proletariado defenderse, organizarse y adquirir conciencia de s. Por otra parte, la multiplicacin de los puestos pblicos crea y satisface a las clases medias a la vez que redistribuye el ingreso nacional de manera tal que asegure la estabilidad social y la paz poltica. Finalmente, la existencia que algunos autores ponen en tela de juicio de una burguesa de Estado administradora de las empresas pblicas, que en los pases ms desarrollados del continente sostienen y alimentan el crecimiento econmico demuestra ampliamente que la creacin de las clases sociales por el Estado no es un fenmeno del pasado.19 ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Anderson (Charles W.), Politics and Economic Change in Latin America. New York, Van Nostrand Co, 1967. Arnaud (Pascal), Estado y Capitalismo en Amrica Latina. Casos de Mxico y Argentina. Mxico, Siglo XXI, 1981. Da Matta (Roberto), Carnavals. bandits et hros. Ambiguits de la socit brsilienne. Paris, d. du Seuil, 1983. Evers (Tilman), El Estado en fa periferia capitalista. Mxico, Siglo XXI, 1979. Faoro (Raymundo), Os Donos do Poder. Formao do patronato politico brasileiro. Rio de Janeiro, Globo, 1958. Kling (Merle), Violence and Politics in Latin America, in Horowitz (Irving) et al., Latin American Radicalism. London, Cape, 1969, p. 191-206. Kling (Merle), Toward a Theory of Power and Political Instability in Latin America, in Petras (J.), Zeitlin (Maurice), Latin America. Reform or Revolution? a Reader. New York, 1968, Facett Book, p. 76-93. Lambert (Jacques), Amrique latine. Structures sociales et institutions. Paris, PUF (Themis), 1963. Meyer (Jean), La Rvo/ution mexicaine (1910-1940), Paris, Calmann-Lvy, 1973. Moiss (Jos Alvaro) et al., Cidade, povo e poder. Rio de Janeiro, CEDEC-Paz e Terra, 1981. Paoli (Maria Clia) et al., A Violencia brasileira. So Paulo, Basiliende, 1982. Pinheiro (Paulo Sergio) et al., O Estado na Amrica Latina. Rio de Janeiro. CEDEC-Paz e Terra, 1977.

Hamilton, N.: The Limits of State Autonomy. Post-Revolutionary Mexico. Princeton, Princeton University Press, 1982. 19 Vase Cardoso, F. H.: Autoritarismo e Dmocratizao. Ro de Janeiro. Paz e Terra, 1975, pgs. 1619.

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2. Burguesas y oligarquas La historia de las sociedades latinoamericanas, as como el lugar que ocupan las economas nacionales en el orden mundial hablan de una determinada estructura de clase. Debido al proceso de desarticulacin social que sufren esas sociedades dializadas pero no dualsticas, la concepcin dicotmica de la estructura de clases inspirada en los modelos europeos no corresponde en absoluto a su dinmica. Asimismo, un esquema evolutivo que reproduzca las fases presumibles y estilizadas de la historia socioeconmica europea tampoco se aplica al otro lado del Atlntico. La individualidad de los actores es particularmente significativa cuando se trata de las categoras superiores de sociedades semiperifricas. Cmo pueden surgir los burgueses conquistadores de la revolucin industrial en estas economas de capitalismo tardo, en la era de las multinacionales y de los managers? Qu tiene de sorprendente que las burguesas actuales del tercer mundo carezcan de ese ascetismo secular, de ese heroico espritu de empresa en su modalidad weberiana? Ms que aproximar lo desconocido a lo conocido, se trata de sealar las diferencias, descubrir los rasgos singulares en la formacin y el funcionamiento de unos grupos dominantes que no se sustraen al carcter dependiente de las sociedades en las que funcionan. En este espritu se abordar a continuacin el examen de los actores estratgicos, los grupos sociales o las organizaciones latinoamericanas que cumplen papeles o funciones diferentes de los de sus homlogos de los pases industrial izados de Occidente, o bien cuya formacin ha tomado vas que implican una insercin original o una evolucin particular. Extraversin y estratificacin social: modelos especficos? En los pases donde la exportacin de bienes primarios, minerales o agrcolas, constituye el motor de la vida nacional, no se puede pasar por alto una precisin que ha alcanzado la categora de clsica.20 Quin controIa los recursos exportables? Tericamente porque las realidades no son ntidas ni inmutables se puede distinguir las naciones donde los grupos econmicos locales tienen en sus manos las palancas de mando de la economa y controlan el salario nacional, de las economas de enclave, donde el principal producto de exportacin es explotado por empresas extranjeras. Esta distincin es de importancia capital para evaluar la fuerza de las clases superiores y el control que ejercen sobre el pas. En el primer caso, es decir, cuando la produccin exportable es monopolio nacional, se forma un poderoso grupo dominante que se impone sobre los dems sectores productivos en la medida en que la posesin de bienes de alto valor en el mercado mundial va generalmente de la mano, por integracin o fusin, con la instalacin de los medios financieros e industriales para su transformacin y exportacin. De esta manera, los grupos dominantes se aseguran una preponderancia que los dems sectores poseedores difcilmente les podrn disputar. As, en los pases productores de caf, como Colombia, El Salvador y el Brasil, los intereses extranjeros poseen escasa incidencia en ese sector agrario capital. Lo
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Cardoso, F. H. y Faletto, E.: Dpendance el dveloppement en Amrique latine. Pars, PUF, 1978

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mismo sucede en la Argentina y el Uruguay con respecto a la ganadera y el cultivo de cereales. En estos pases, los propietarios cafeteros, ganaderos y cerealeros detentan un poder econmico decisivo. Estos grupos sociales constituyen el eje de la sociedad nacional: alrededor de ellos se polarizan tanto los proyectos de ascenso social como los intentos de transformacin poltica. Distinta es la situacin de las economas de enclave, donde los intereses extranjeros poseen las minas o plantaciones que constituyen la riqueza nacional, por lo cual alcanzan un grado de extraterritorialidad o de dominacin colonial que vara en funcin del producto y del tamao del pas. Desde este punto de vista, Chile antes de la nacionalizacin del cobre por Allende, Venezuela hasta la anulacin de las concesiones petroleras bajo Carlos Andrs Prez, podan asimilarse a la categora de economas de enclave. No es el caso del Per, incluso antes de la nacionalizacin de la Cerro de Pasco y la Marcona, donde la diversificacin de las exportaciones y la multiplicidad de propietarios de la produccin minera limitaban el peso especfico de las grandes empresas extranjeras. En cambio, ciertos pases centroamericanos donde se establecieron las empresas norteamericanas para producir y comercializar los frutos tropicales, estuvieron totalmente dominados por el podero aplastante de la United Fruit y sus subsidiarias. Entre las repblicas bananeras, Honduras es un caso ejemplar. Primer exportador mundial de banana en el decenio de 1920, su economa estaba en gran medida desnacionalizada. El monopolio de las empresas fruteras norteamericanas haba provocado la desaparicin de la casi totalidad de los productores bananeros independientes y se extenda al conjunto de la economa nacional. Hacia 1920, esas empresas controlaban los ferrocarriles puertos y embarcaderos, la flota mercante, los ingenios azucareros, la mayor parte de la banca, las telecomunicaciones, la radio y la produccin de electricidad, adems de las inversiones en la naciente industria para el consumo.21 Si se compara esta repblica bananera con su vecino occidental la democracia cafetalera salvadorea,22 las diferencias polticas y sociales saltan a la vista. Es verdad que El Salvador es un pas de monocultivo exportador, pero los productores del caf son salvadoreos, constituyen un grupo nacional que domina la sociedad y el Estado. Esta diferencia aparentemente no se hace notar: como consecuencia de la expansin y la dominacin de esos intereses, sean nacionales o extranjeros, se imponen polticas econmicas y salariales que favorecen al sector dominante, se institucionaliza su presencia en los centros de decisin y se extienden sus funciones econmicas a fin de impedir el surgimiento de grupos rivales Pero la realidad es otra, sobre todo en el plano poltico. En primer lugar, se ha sealado que en las economas de enclave suele producirse una disociacin entre las relaciones econmicas y las polticas. Cuando los grupos dominantes son empresas extranjeras, los enfrentamientos sociales se producen con ellas. La no superposicin del conflicto econmico y social con las clases poseedoras locales tie la vida poltica de un color moderado sorprendente. As, en Chile, la clase obrera organizada fundamentalmente en los centros mineros se vio enfrentada en sus conflictos econmicos a una patronal extranjera. Los sindicatos y partidos obreros que surgen a partir de 1920 se llaman socialistas, pero son ms antiimperialistas que anticapitalistas o antipatronales. En cambio, sus relaciones con la burguesa local son de un antagonismo ms
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Posa, M. y Del Cid, R.: La construccin del sector pblico y del Estado nacional en Honduras (1876-1979). San Jos, Educa-Icap, 1981. 22 Segn el ttulo de la obra clsica de Abel Cuenca, El Salvador, una democracia cafetalera. San Salvador, s.f., s.e.

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poltico que econmico y por eso mismo se tolera su existencia. La hostilidad social se ve atemperada por el carcter indirecto o mediatizado de una lucha de clases en falso. Por otra parte, aunque la riqueza principal escapa al control directo de la burguesa, el poder del Estado se fortalece con las regalas y los impuestos que aplica sobre las actividades de las compaas extranjeras. Es la riqueza que se puede redistribuir para estimular el desarrollo industria o paliar las tensiones sociales le otorga al Estado mayores posibilidades de intervencin y, por consiguiente, mayor autonoma. Tanto ms por cuanto los mismos recursos sirven directa, si no inmediatamente, para multiplicar los puestos administrativos y de la funcin pblica, lo que redunda en una expansin de la clase media. Cabe destacar tambin que los dos tipos de sociedad muestran distintos grados de permeabilidad al cambio. Los casos de Chile, Bolivia, el Per y Venezuela demuestran que no es imposible expropiar el enclave y nacionalizar la fuente de riqueza explotada por el extranjero, pero no sucede lo mismo cuando se trata de afectar los intereses del grupo nacional que domina el sector motor de la economa y que se considera con derecho histrico a gozar del reconocimiento de la nacin. En efecto, los grupos que han contribuido a la insercin de la economa en el mercado mundial y a la modernizacin del pas gozan de una legitimidad envidiable. Una cosa es expropiar firmas aptridas o imperialistas, otra muy distinta es nacionalizar a los fundadores de la nacin. Hecha esta distincin, se comprende el peso que poseen las burguesas vinculadas con la exportacin, sobre todo si controlan la produccin y la comercializacin de un bien del cual depende toda la vida nacional. Se comprende tambin que los dems segmentos de las clases poseedoras, sean industriales o agrcolas que producen para el mercado interno, estn subordinados a aqullas. Es por ello que en muchos pases del continente, en lugar de burguesa exportadora o agroexportadora, se utiliza un trmino amplificador de connotaciones muy concretas: oligarqua o poder oligrquico. Nadie en esas sociedades desconoce el significado de ese concepto vernculo, que al menos posee la ventaja de designar un grupo social que no se identifica tan slo con su funcin econmica. Categoras dominantes y desigualdades acumulativas El trmino oligarqua es indudablemente polmico. Su contenido crtico es superior a su valor descriptivo. Pero muchos socilogos le han otorgado carta de ciudadana y adems corresponde a una realidad innegable y concreta. En la Argentina de posguerra, Pern acusaba a los oligarcas de ser el antipueblo, adversarios de la mayora sufrida y sudorosa que lo haba llevado al poder. Denunciaba a una minora social egosta y soberbia y, lo que es ms, vinculada con el extranjero. Pero el trmino no se refiere solamente a un grupo dominante o a una asimetra social que existe en todas las sociedades del mundo, sea gran burguesa o nomenklatura; designa tambin un fenmeno social que ocupa un espacio socioeconmico y define una forma de dominacin de clase. Conviene dejar de lado las referencias clsicas a Cartago, Venecia o la Antigua Grecia, as como las teoras de Hilferding sobre las oligarquas financieras, expresin del capitalismo moderno, para tratar de superar la visin histrica inmediata que, tanto en Colombia como en El Salvador, en el Per o en la Argentina, le da al trmino la oligarqua un sentido preciso. Es un concepto poltico, pero situado en el tiempo: el grupo as designado se constituy en el momento de la integracin de las economas en el mercado mundial como proveedoras de bienes primarios. La oligarqua es, ante todo, un pequeo sector social, burgus y agroexportador. Es insuficiente esta definicin? Sin embargo, stas abundan, y 226

su multiplicacin permite determinar los contornos de este sujeto social, de existencia tan evidente como inasequible. Un historiador argentino que analiz el orden conservador y el sistema poltico finisecular de su pas, se refiere a este problema y reproduce por lo menos cinco interpretaciones de la oligarqua en su versin local. Para algunos, es una clase de grandes propietarios que sac partido conscientemente de la expansin ocasionada por el aumento de las exportaciones; hay quienes ponen de relieve su dimensin patricia. Para otros, se trata de una clase gubernamental consciente, unida alrededor de un proyecto nacional, o incluso un mero grupo de notables en el sentido ms tradicional del trmino.23 De estas apreciaciones convergentes surge que el aspecto poltico del fenmeno oligrquico es indispensable para su comprensin. Como seala Franois Bourricaud a propsito del Per, la existencia de una asimetra social o de un efecto de dominacin en favor de una minora no basta para definir a una oligarqua.24 Son las desigualdades acumulativas de las que habla Robert Dahl,25 es decir, la identificacin de notables sociales con notables econmicos, la confusin de los poderes, los que producen la oligarqua. A esto se agrega un factor temporal, que se destaca en el caso argentino: la duracin del fenmeno, su carcter hereditario, patricio, extendido a lo largo de varias generaciones. A partir de estas observaciones se podra proponer una definicin provisoria y aproximativa del fenmeno oligrquico latinoamericano. Con este trmino se designa generalmente un grupo identificable de familias que concentran en sus manos los resortes decisivos del poder econmico, controlan directa o indirectamente el poder poltico y ocupan la cima del poder social en cuanto a autoridad y prestigio. Pero esta definicin tentativa slo es til si se determinan las fuentes del poder oligrquico y se indaga en las formas de su dominacin. Aristocracia rural o burguesa internacional? En los pases como El Salvador, la Argentina, el Uruguay y el Per, cuando se dice oligarqua se habla de un poder econmico basado en el agro: las catorce familias cafetaleras de El Salvador, los beef barons argentinos, los cuarenta magnates del azcar y el algodn peruanos de antes de 1968, los grandes laneros uruguayos. El punto de apoyo de los dueos del pas es a primera vista de carcter rural. Sin embargo, esta primera impresin es de alcance limitado, y sera errneo apresurarse a extraer conclusiones de ella. Por empezar, no se trata de grupos arcaicos, representantes de sectores rurales precapitalistas. Por el contrario, en todos los casos es una elite modernizadora que se erige en oligarqua, sin perjuicio de formar alianzas con sectores arcaicos que reconozcan su preeminencia a cambio de conservar su arcasmo. Las conductas modernizadoras no excluyen, como se ha visto, la instauracin de relaciones de produccin coercitivas o patrimoniales. No obstante, esta elite generalmente deriva su legitimidad histrica del hecho de haber presidido la integracin de la economa nacional en el mercado mundial. La formacin de estos grupos sociales es inseparable de la prosperidad econmica del
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Botana, N.: El orden conservador. La poltica argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires. Sudamericana, 1977. 24 Bourriaud. F.: Remarques sur loligarchie pruvienne, Revue franaise de science politique, XVI (4), agosto de 1964, pg. 675. 25 Dahl. R.: Qui gouverne? Pars, Colin. 1971. pgs. 17-32.

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desarrollo hacia afuera. En El Salvador, esta oligarqua tan restringida que se habla de catorce familias, pero que en realidad comprende una treintena de grupos familiares, hizo el caf en la misma medida que el caf permiti el surgimiento de ella. En la Argentina, los euptridas de la carne aparecen como una elite nica y natural, representante ante el mundo de la patria de los rebaos y las mieses. Estas oligarquas no se formaron a partir de familias tradicionales, propietarias de latifundios improductivos, sino con agentes econmicos dinmicos, dispuestos a incorporar las innovaciones y a utilizar el poder pblico para vender todos los obstculos sociales en el camino de su expansin. En la esfera productiva, estos grupos actan conforme a la ms estricta racionalidad del mercado, pero caen habitualmente en el consumo ostentoso, seal de estatus, imitando el estilo de vida que consideran propio de las clases superiores europeas en sus manifestaciones ms escandalosas. Tambin la vida cultural participa de este esfuerzo mimtico de una clase dominante en busca de modelos que le den legitimidad. La gran burguesa liberal y cosmopolita que llev a cabo el proyecto de transformacin de la Argentina moderna a partir de 1880, otorg un lugar privilegiado a la cultura: en efecto, para estos patricios que soaban con introducir la civilizacin europea en la pampa brbara, el acceso privilegiado a los conocimientos y la actividad intelectual era el fundamento racional de su ejercicio del poder. Las clases cultas se dotan as de una legitimidad reconocida, bajo el signo universal del progreso. Para las viejas familias consulares, la formacin cultural es la marca de los elegidos?26 Pero la continuidad histrica, rasgo distintivo del orden oligrquico, no puede prescindir de una relacin privilegiada, permanente y en ocasiones monoplica con el principal producto de exportacin. Tanto para la concepcin conspirativa vulgar como para la ptica sociolgica ms rigurosa, el poder oligrquico caracteriza a un grupo social nacional que ocupa una posicin econmica estratgica. Es por ello que en las economas de enclave no surgen oligarquas; las burguesas locales estn subordinadas a los intereses de los exportadores extranjeros, y los administradores de las empresas extranjeras no poseen la legitimidad ni, desde luego, la tradicin familiar, indispensable para la legitimacin del poder acumulativo. Como se ha sealado con toda razn, la oligarqua no es una mera elite econmica.27 As, la Venezuela opulenta de la era del petrleo, caracterizada por el predominio de las empresas anglosajonas de extraccin del crudo y la debilidad de un sector agrcola abandonado a la deriva, desconoce la concentracin de poderes caracterstica del fenmeno oligrquico, si bien existen, por supuesto, potencias industriales y financieras omnipresentes, dirase tentaculares, como los Mendoza y los Boulton, que no carecen del barniz cultural legitimador del patriciado. La sociedad mexicana, vctima de las discontinuidades sociales provocadas por los cataclismos revolucionarios, posee un grupo dominante elitista, pero no oligrquico. La vieja clase porfiriana, con sus pretensiones aristocrticas, perdi a principios de siglo el poder poltico y en muchos casos el econmico, despojada por la familia revolucionaria de los caudillos y los jefes de la guerra. Sobrevive y coexiste junto a los nuevos ricos de la revolucin, como se refleja en las novelas de Carlos Fuentes, pero los nuevos elegidos, incluso en sus expresiones ms
Como lo describe sutilmente, con el ejemplo de la burguesa de San Pablo. Claude Lvi-Strauss. Vase Tristes tropiques, XI. Pars, Plon, 1955. 27 Graciarena, J.: Poder y clases sociales en el desarrollo de Amrica Latina. Buenos Aires, Paids, pgs. 5965.
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tradicionales, dueos de la influencia poltica y la riqueza terrateniente, como los sonorenses de Obregn y Calles, carecen de prestigio, continuidad histrica y en muchos casos de cultura. Por otra parte, se constituyen como grupo dominante en un perodo en que la posibilidad de crear un poder oligrquico ha quedado atrs. El pas se encuentra integrado en el mercado mundial desde mucho antes, y ni la complejidad de los sectores poseedores ni la lgica de la sociedad de masas y la autonoma del Estado favorecen el surgimiento de ese orden. Por otra parte, la burguesa burocrtica, los empresarios industriales y los grandes propietarios de dudosa legalidad no conforman un grupo unificado y prestigioso de tipo oligrquico. La situacin brasilea es particularmente interesante. La sucesin de ciclos econmicos que provocan la decadencia de los grupos hegemnicos locales y la fragmentacin geogrfica del poder social impiden la formacin de una oligarqua natural y reconocida. Los fazendeiros paulistas son los que ms se acercan a esa posicin, pero la revolucin de 1930, que quiebra el poder nacional de la elite cafetalera, y la derrota de la sublevacin de San Pablo en 1932 hacen desvanecer sus ilusiones de dominacin. Hoy, cuando el Brasil se transforma en un gigante industrial del tercer mundo y diversifica sus exportaciones, el lxico social revela la no coincidencia de los diversos parmetros del poder: o gro fino, calificativo nostlgico de la alta sociedad o la crema local, slo refleja un prestigio social; los quatrocentes, descendientes de los primeros colonos portugueses, proclaman con orgullo la antigedad de su estirpe, pero sta no les otorga autoridad ni poder. Las distinciones sealadas aqu jams se presentan en forma ntida ni fcil de descubrir. En este sentido es ilustrativo el caso de la Bolivia anterior a la revolucin de 1952, en la que el Movimiento Nacionalista Revolucionario nacionaliz las minas de estao. Este mineral, que hoy representa apenas el 35 por ciento de las exportaciones (cincuenta por ciento en 1971) frente al sesenta-setenta por ciento en aquella poca, estaba concentrado en manos de un grupo pequeo de empresas mineras dominado por los tres grandes: Patio, Hoschild y Aramayo. Los barones del estao conforman la rosca, una pandilla o, segn Augusto Cspedes, uno de sus adversarios ms violentos, una cleptocracia minera28 que mantiene al pas en un puo de hierro. Su situacin es singular: son bolivianos, de origen popular en el caso de Patio, un recin llegado en el de Hoschild (contra el cual se desatar el antisemitismo de los nacionalistas bolivianos), pero son los puntales de una economa de enclave. Asociados con el capital extranjero, a la cabeza de sociedades en gran medida transnacionalizadas con sus casas matrices en Europa, y que despus de la nacionalizacin se dedicarn al refinado del mineral boliviano, aparecen como nuevos ricos, plutcratas segn el lxico anticuado del MNR, pero no como oligarcas de profundas races nacionales. Gracias a su antigedad y su papel clave en la estructura econmica, la oligarqua es tambin una clase de negocios caracterizada por su capacidad financiera y su eclecticismo (vase el cuadro 1). La diversificacin de sus intereses no redunda en una mayor heterogeneidad social de sus miembros. Como sealaba en 1911 el periodista francs Jules Huret, agudo observador de la realidad argentina: Nada importante se hace en el pas sin la participacin (de las viejas familias) o al margen de ellas (...) Argos de cien ojos, Briareo de cien brazos, esta elite siempre tiene la mirada atenta a los buenos negocios, la compra y venta de tierras, est al tanto de las noticias confidenciales de la Bolsa y el
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Cspedes, A.: El presidente colgado. Buenos Aires, Jorge lvarez, 1966.

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mercado, sabe qu empresas se van a crear, qu concesiones forestales se van a otorgar, cules son los proyectos de construccin de fbricas, frigorficos, molinos, ingenios, puertos, los contratos de provisin de herramientas, las grandes obras pblicas ().29 Enriquecidos por la valorizacin de las tierras y la especulacin comercial, los miembros de los grupos dominantes ven en la propiedad de la tierra un refugio y un smbolo de su estatus social.30 La continuidad de la propiedad territorial no implica para ellos el inmovilismo productivo. Por el contrario, la flexibilidad en el manejo de las inversiones, como la capacidad de movilizar rpidamente sus recursos financieros para aprovechar un beneficio rpido son caractersticas permanentes de este grupo. En la Argentina, los ganaderos supieron fomentar la agricultura en el momento oportuno. Vinculados con las industrias exportadoras de productos agrcolas, favorecieron el proceso de sustitucin de importaciones en la medida que benefici sus intereses globales. La capacidad de girar de acuerdo con la coyuntura, de la ganadera a la agricultura o a la industria de importacin, partiendo de la ausencia total de especializacin, es una de las caractersticas permanentes de esta burguesa multisectorial. Uno de sus rasgos de conducta ms arraigados es el de precaverse contra las frmulas rgidas de inversin a fin de estar en condiciones de aprovechar las ocasiones favorables y minimizar los riesgos. El cuadro 2, que muestra los intereses de algunos grupos familiares de la oligarqua salvadorea, ilustra la lgica multisectorial derivada de las plantaciones de caf. CUADRO 1 Un ejemplo de familia oligrquica argentina 1911. Sr. Federico Martnez de Hoz. El Sr. Federico Martnez de Hoz es miembro desde hace dos aos del directorio de la Sociedad Rural. Posee grandes intereses en la agricultura y administra siete estancias, con un total de 69.100 hectreas. Estos establecimientos son Araza, veintids mil hectreas, La Esperanza, veintisiete mil hectreas, Morito, seis mil hectreas, Laura Lefon, cuatro mil hectreas, La Amistad, 3500 hectreas, Tuyute, cuatro mil hectreas y San Manuel, 2600 hectreas. Es nico propietario de San Manuel y Laura Lefon. En estas estancias administradas por l hay un total de 35.000 bovinos, seis mil equinos y 140.000 ovinos. El seor Federico L. Martnez de Hoz es hijo de Federico A. Martnez de Hoz, uno de los fundadores de la Sociedad Rural. Nacido y criado en Buenos Aires, el Sr. F. Martnez de Hoz es socio de la firma Martnez de Hoz Hermanos.

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Huret, J.: En Argentine, De Buenos Aires au Gran Chaco. Pars, 1911, pg. 36. Se ha criticado la hiptesis sobre la base agraria del poder oligrquico en pases tan diferentes como la Argentina, el Per y El Salvador, en razn de la diversidad de sus intereses, su cosmopolitismo y tambin, con frecuencia, en nombre de una visin inmovilista de la actividad agraria. Con todo, es lcito pensar que las grandes familias oligrquicas fueron mercantiles antes que agrarias, exportadoras antes que productoras. En El Salvador, los grupos ms poderosos son los del comercio cafetalero (beneficiadores). En el Per, la aristocracia terrateniente republicana se volvi una oligarqua a principios de siglo.

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Chapadmalal y algunas otras propiedades del Sr. Miguel Alfredo Martnez de Hoz La bella estancia de Chapadmalal y las tres extensas propiedades llamadas respectivamente Las Tunas, Quequn y Burzaco se encuentran en el interior de la provincia de Buenos Aires. Por otra parte, la condesa de Sea, madre del Sr. Martnez de Hoz, posee 2,5 leguas cuadradas (es decir, 61.000 hectreas) en la comuna de Necochea de la misma provincia... Una lnea ferroviaria atraviesa esta propiedad, en medio de la cual se ha de construir una ciudad. Aparte de valiosos bienes races, el Sr. Martnez de Hoz posee caballerizas cerca de Buenos Aires. Puesto que el valor de la tierra aumenta anualmente a un ritmo increble, es imposible hacer un clculo del valor total de sus propiedades en el pas. Florencio Martnez de Hoz y Ca. Desde hace algunos aos, muchas compaas industriales entre las ms importantes de Europa han confiado sus intereses en Amrica del Sur a Florencio Martnez de Hoz y Ca., una de las firmas ms prestigiosas en plaza ( ... ) y en todos los casos el resultado ha sido altamente, rentable para las partes. Esta sociedad, situada en el 475 de la calle Per, fue fundada en 1907 y en 1909 alcanz una facturacin varias veces millonaria en productos metlicos y accesorios de mquinas. La firma se ocupa de la venta de mquinas industriales, camiones, puentes, material ferroviario, locomotoras y equipo militar ... 1969 Martnez de Hoz, Jos Alfredo. Ganadero. Nacido en Buenos Aires el 10-7-1895. Padres, Miguel Alfredo Martnez de Hoz, Julia Helena Acevedo. Esposa: Mara Helena Crcano. Hijos: Ana Helena, Carola de Ramos Meja, Jos Alfredo y Juan Miguel. Estudios: Eton College (Inglaterra). Copropietario del haras Chapadmalal; presidente del directorio argentino de The Northern Insurance Co. Ltd. Miembro del directorio de La Forestal Argentina S.A.. Fue miembro del directorio de la Corporacin Argentina de Productores de Carne y presidente de la Sociedad Rural. Martnez de Hoz, Jos Alfredo (hijo) Abogado, ganadero, profesor universitario. Nacido en Buenos Aires el 13-8-1925. Padres: Jos Alfredo Martnez de Hoz, Mara Helena Crcano. Esposa: Elvira Bullrich. Hijos: Jos Alfredo, Marcos Jorge y Toms. Estudios: Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Medalla de oro, premio Tedn Uriburu, 1949. Fue ministro de Economa, Finanzas y Obras Pblicas de la intervencin federal de Salta (1956-1957). Vicepresidente de 1 Junta Nacional de Granos (1957), luego presidente (1958). Secretario de Agricultura y Ganadera (diciembre 1962-mayo 1963). Ministro de Economa (1963). Presidente del Centro Azucarero Regional del Norte desde 1958. Ministro de Economa y 231

Finanzas (1977 -1981). FUENTES: Twentieth Century Impressions of Argentina. Londres, Lloyds Greatcar Britain Publishing Co. Ltd. 1911, pgs. 388, 438, 548. Quin es quin en la Argentina. Buenos Aires, Quin es Quin SRL, 1970, pgs. 457-458. Volcada hacia el exterior por su formacin histrica, legitimizada por su papel decisivo en la integracin de la economa nacional en la divisin internacional del trabajo, la oligarqua no es en modo alguno una mera burguesa interna, pero menos an una burguesa compradora, es decir, intermediaria. En cuanto a calificada de clase superior internacional como en el Per, o clase superior cosmopolita como en El Salvador, debido a cierta tendencia de sus miembros a casarse con extranjeros o a aparecer en la crnica mundana, ayer por sus viajes fastuosos a Europa, hoy por sus prolongadas estadas en Miami, es confundir el efecto con la causa, la conducta con la funcin. Se trata, por el contrario, de un grupo nacional, pero que ocupa un lugar particular, dirase multifuncional, en las relaciones con el mundo exterior. Ni su cosmopolitismo ni sus vnculos con los intereses internacionales y su asociacin con ellos justifican que se la considere un mero representante de esos intereses. Su dependencia es consentida; mejor dicho, deseada. Al cumplir conscientemente el papel de mediador obligado, la oligarqua aumenta al mximo su poder y consolida su dominacin. Estilo de dominacin y legitimidad social En definitiva, la oligarqua puede ser menos una clase que una forma de dominacin de clase basada en la exclusin. En efecto, a la estructura social en forma de embudo o pirmide corresponde un rgimen poltico exclusivista, pero que no recurre a medios autoritarios ni burocrtico-corporativistas. En las sociedades oligrquicas, los sistemas polticos formalmente representativos funcionan sobre la base de una participacin a la que slo tienen acceso los miembros de la elite dominante y sus subordinados. Una clase poltica restringida y homognea trata de administrar el pas como si fuera una gran empresa que debe producir al menor costo y exclusivamente en beneficio de sus accionistas. En virtud de un plebiscito tcito, la sociedad reconoce en las familias idneas en el manejo de los asuntos pblicos, y slo en ellas, la aptitud necesaria y la capacidad suficiente para conducir la nacin. Esas familias consulares manifiestan generalmente un escepticismo condescendiente con respecto a la capacidad popular de ejercer los derechos polticos. Esta actitud puede llegar al desconocimiento del sufragio universal, triunfo de la ignorancia universal al que hay que corregir mediante el fraude a fin de evitar que las conquistas anteriores de la civilizacin queden a merced de la parte ms inculta e indigente de la sociedad.31 La Argentina anterior a 1916, el Per criollo de los civilistas, El Salvador durante la hegemona de la familia Melndez-Quinez, Colombia entre las dos guerras son ejemplos de ese estilo de gobierno en estado puro.

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Beln Sarmiento, A.: Una repblica muerta. Buenos Aires, s.e., 1892, pg. 104.

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Cuadro 2 El Salvador: Algunas de las catorce familias y sus sectores de actividad Cultivo Elaboracin Exportacin Bienes Familia de caf del caf del caf Azcar Banca Seguros Races Construccin Industria Distribucin lvarez X X X X Battle X X X Dueas X X X X X Escaln X X Guirola X X X Magaa X X Mathies X X X Meza X X X X Ayau Quinez X X X X Regalado X X X X Deininger X X X De Sola X X X X X X X X Hill X X X X Wright X X X FUENTES: Baloyra, E.: El Salvador in Transition. Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 1982, Colindres, E.: Fundamentos econmicos de la burguesa salvadorea. San Salvador, UCA, 1972, pssim.

X X X X X pg. 24.

233

En la mayora de los casos, el establishment oligrquico, en aras de los ritos democrticos y las necesidades de la sociedad de masas, no ejerce el poder en forma directa sino que lo delega en una clase reinante que no pone en peligro el pacto de dominacin y se limita a controlar a la distancia la buena marcha de la cosa pblica. Esto es posible porque la elite generalmente logra inculcar sus valores e imagen en el conjunto del cuerpo social. La prensa y la escuela son los dos canales institucionales para un trabajo de impregnacin ideolgica que ayuda a formar las mentalidades. El secreto de su poder, escribe un ensayista argentino a propsito de la oligarqua de su pas, es un poder secreto que impregna todo el pas.1 En ltima instancia, criticar a la oligarqua es un crimen de lesa patria. Pero la difusin de la ideologa dominante no siempre basta para asegurar la armona preestablecida entre la oligarqua y el poder poltico formal debido a la aparicin de nuevas fuerzas sociales. Es verdad que la internalizacin de la dominacin oligrquica conduce sobre todo a la neutralizacin de las clases medias y las nuevas capas burguesas, incapaces de elaborar su propio sistema de valores y asumir una funcin social autnoma. Pero tambin existen mecanismos para cooptar a los elementos ms audaces de la nueva clase empresaria. Esta permeabilidad selectiva refuerza la dependencia de los sectores intermediarios, aunque no siempre favorece los intereses oligrquicos. Cuando stos se ven amenazados por reformas o nuevas reglas de juego que limitan peligrosamente su manera de operar, disponen de una temible capacidad de veto derivada de su posicin central en la organizacin de la economa nacional y su legitimidad social. La sedicin mundana y el sabotaje econmico (des inversin, fuga de capitales, presiones contra el pas en las plazas financieras internacionales, etctera) suelen ser los preludios a la quiebra del sistema representativo para nuevamente lograr un acceso al Estado. Las burguesas nacionales entre la realidad y los dogmas En general se atribuye al concepto de burguesa un sentido que no posee. Pero en Amrica Latina, donde las clases todava estn en formacin y la mirada del observadoractor est siempre clavada en la evolucin de las sociedades industriales, el trmino es engaoso y requiere una interpretacin sutil. Con el pretexto de la universalidad, y sobre todo a causa de una dependencia que se extiende a la esfera intelectual, muchos autores no vacilan en aplicar esquemas de anlisis, verdaderos concentrados de historias singulares, a sociedades que obedecen a otra dinmica. En ese marco deformado, llevado por sus expectativas polticas, el analista define al actor social en funcin de las finalidades que se supone debe perseguir de acuerdo con el modelo. La estrategia no surge de la comprensin lcida de la configuracin social; por el contrario, la delimitacin de los actores sociales deriva de las opciones estratgicas previas del observador. Esta metodologa conduce a una serie de distorsiones. Conviene dejar de lado esa literatura etnocntrica que viene directamente de los Estados Unidos, sobre una middle class pletrica de virtudes estabilizadoras, democrticas e industrializantes. La batalla de las burguesas nacionales, que desborda el campo marxista, corresponde a un enfoque que confunde el proceso ideolgico con el proceso real.2 Llevados por esta lgica, que
1

Hernndez Arregui, J. J.: La formacin de la conciencia nacional (19301960). Buenos Aires, 1960, pg. 55. Cardoso, F. H.: Autoritarismo e Democratizao. Ro de Janeiro, Paz e Terra, 1980, pg. 34. Vase tambin Rouqui, A.: A la recherche des bourgeoisies latino-amricaines, Amrique latine, nro. 5, 1981, pgs. 2426.

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comparten en sus aspectos esenciales tanto los desarrollistas doctrinarios (fascinados por el modelo industrial) como los partidos comunistas ortodoxos, algunos autores descubren por todas partes la existencia de burguesas emprendedoras, indispensables para llevar a cabo la revolucin democrtica antilatifundista y antiimperialista por la que claman. Otros, en cambio, niegan la existencia misma de las burguesas locales porque stas, infieles a su vocacin, lejos de seguir el esquema preestablecido, aparecen como agentes del imperialismo, incapaces de asumir las tareas de carcter nacional y provisoriamente hegemnico que la historia les ha asignado. Ese sector social decepcionante, que exista al menos en las estadsticas, se vuelve as una no persona, una Iumpen-burguesa. La deformacin teleolgica de los dependentistas estrictos y otros izquierdistas criollos, no se limita a tergiversar la realidad: directamente la niega. Sin embargo, si por burguesa se entiende lisa y llanamente los detentadores capitalistas de los medios de produccin, a los que se puede sumar o no la nueva clase administradora de las estructuras tcnicas propias del capitalismo tardo, entonces no faltan burguesas en Amrica Latina. Algunas son extranjeras en el pas donde operan en la etapa de crecimiento primario extravertido, como en el perodo actual de internacionalizacin del mercado interno. Junto con stas, los dirigentes nacionales o extranjeros de las filiales de las empresas transnacionales, los industriales de las compaas que fabrican bajo licencias extranjeras o en joint ventures con el capital internacional, constituyen una suerte de burguesa asociada, muy caracterstica del desarrollo perifrico. Pero tambin existen fuertes burguesas nacionales estrictamente industriales en muchos pases. Conviene detenerse un poco en la historia de su formacin. Los historiadores han estudiado el surgimiento de tres viejos centros industriales: San Pablo, motor de la industria brasilea; Medelln, en el departamento colombiano de Antioquia, y Monterrey en el nordeste de Mxico.3 Estos trabajos sobre los orgenes y la formacin de los grupos sociales que dirigieron procesos de despegue local proporcionan los elementos necesarios para comprender la naturaleza de las burguesas ms poderosas. En el caso de San Pablo, los motores del despegue industrial fueron el caf y la inmigracin masiva de mano de obra europea para cultivarlo. Segn Warren Dean, la importacin de productos manufacturados para responder a la demanda creada por la expansin del caf y las nuevas condiciones de su produccin fue la matriz de la industria paulista. Lejos de suscitar antagonismo entre importadores y fabricantes, la actividad importadora debido tanto a su capacidad de movilizar el crdito como a la necesidad de realizar localmente el montaje, la terminacin y el almacenamiento de los productos condujo de manera natural a la actividad industrial. As como el fabricante permaneca ligado al importador, que le traa del extranjero una parte de los insumos necesarios para su produccin, este ltimo se converta tambin en fabricante para completar la gama de sus productos. Los orgenes sociales de este grupo industrial son dobles: fazendeiros e inmigrantes. Puesto que la financiacin del comercio cafetalero era esencialmente de origen local, el material de transporte y la maquinaria para la elaboracin del caf atraan las inversiones de los fazendeiros, que a la vez se orientaban hacia las industrias procesadoras de productos agrcolas y, en general, hacia toda aquella que utilizara materia prima de la regin. La movilidad del cultivo del caf en San Pablo, as como la naturaleza misma de la produccin, que exige una fuerte inversin de capital durante el primer ao, explican por qu los fazendeiros, a diferencia de sus colegas
3

Vase Chevalier, F.: LAmrique latine, de lindpendance nos jours. Pars, PUF, 1977, pgs. 321-337.

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azucareros, eran capitalistas que deban reinvertir constantemente. Es por eso que, en 1880, los industriales paulistas que no eran extranjeros provenan de la elite rural. La burguesa inmigrante, cuyo smbolo ms acabado es el calabrs Matarazzo, que lleg a Sudamrica en 1881 y cre el complejo industrial ms grande del subcontinente, tambin est ligada directamente a la importacin. Matarazzo fue en sus comienzos comerciante en productos alimenticios e importador de manteca de cerdo norteamericana. Al diversificar sus actividades, siguiendo una poltica de integracin vertical, cre su propio Banco y su compaa naviera para importar el trigo que requeran sus molinos. A pesar de la soberbia de los fazendeiros quatrocentes frente a los advenedizos inmigrantes, la fusin de las elites se realiz sin mayores dificultades, para gran beneficio de las dos partes. Mientras los fazendeiros hacan sus primeras armas en la industria, los empresarios industriales extranjeros adquiran tierras y los correspondientes ttulos de nobleza. No eran raras las uniones matrimoniales entre fazendeiros e inmigrantes. Pero si la elite rural era consciente de su estatus, no suceda lo mismo con la burguesa industrial. sta no slo se haba integrado parcialmente, a pesar de las tensiones, al establishment cafetalero, sino que, necesitada de ayuda gubernamental para desarrollarse y sobrevivir (sobre todo porque dependa de las tarifas aduaneras), gravit hacia las fuerzas polticas dominantes y se ali con los grupos conservadores en lugar de hacer causa comn con las nuevas clases medias para fomentar la transformacin social contra la burguesa rural tradicional. En Medelln, la industrializacin prolonga la expansin del caf. Esta regin de pequeos agricultores y mineros independientes, que escap de las rigideces institucionales de la colonia, tuvo una historia singular. Zona de frontera, de trabajo libre y colonizacin, el comercio del oro precedi al del caf. Parecera que la industria en sus comienzos tuvo alguna relacin con las crisis de ese producto. Sin duda, la naturaleza misma de esa actividad agraria y la disponibilidad de capital que ella requiere fueron en gran medida las causas de la industrializacin. Las etapas de la creacin de las primeras industrias a partir de las necesidades de la produccin del caf no son muy diferentes de las apuntadas en el caso de San Pablo. Sin embargo, aqu la inmigracin habra sido ms escasa, si se dejan de lado los mitos recurrentes sobre el presunto judasmo de los antioqueos, que segn algunos autores seria la explicacin de su mentalidad y su espritu de empresa. Esta explicacin refleja ms a los nuevos cristianos de la colonia que a los recin venidos del siglo XIX. En el plano poltico, los vnculos con el sector dominante cafetalero, el otorgamiento de privilegios y subvenciones por parte del gobierno y el problema de los derechos de aduana hicieron de los industriales un sector subordinado a los partidos tradicionales y a los intereses representados por ellos. En Monterrey, capital de Nuevo Len, en el nordeste de Mxico, cerca de la frontera con los Estados Unidos, apareci un importantsimo centro industrial que an hoy presenta ciertas caractersticas notables, entre ellas un capitalismo familiar y relaciones sociales patrimoniales. La proximidad de los Estados Unidos y el comercio fronterizo, lcito o no, habran cumplido una funcin importante en la acumulacin primitiva. Cuando la importancia comercial de Monterrey en la ruta al puerto de Tampico comienza a declinar, sus capitales se vuelcan hacia la industria con la ayuda del gobierno estatal, que la fomenta mediante exenciones impositivas y la proteccin aduanera. Para tomar un solo grupo industrial entre los ms antiguos, el de los Garza Sada de las sociedades Cuauhtmoc y Vidriera, fundadas en 1890, cabe sealar que sus fundadores eran originalmente grandes comerciantes, aunque algunos tienen vnculos familiares con el sector agrcola. Los 236

capitales iniciales provienen de la casa comercial Caldern y Ca., pero Francisco Sada, pertenece a una familia de grandes propietarios del vecino estado de Coahuila. El grupo comienza a producir cerveza, y su expansin se realiza en funcin de las necesidades de la cervecera Cuauhtmoc: la produccin del vidrio y el cartn necesarios para el envasado y el almacenamiento, y luego la distribucin y las necesidades de financiacin provocan una notable diversificacin de los intereses del grupo. El imperio Garza Sada comprende hoy una empresa siderrgica (Hylsa, luego Alfa) y consorcio de empresas qumicas (CYDSA). Aunque se benefici con las medidas de fomento de Porfirio Daz y ms precisamente de su procnsul en Nuevo Len, el general Bernardo Reyes, el grupo Garza Sada y la industria regiomontana en general atraviesan sin problemas la tormenta revolucionaria, que contribuye a reforzar su mentalidad conservadora y su aspiracin de mantenerse autnoma con respecto a Mxico. En 1930, Luis Sada crea la confederacin patronal COPARMEX para agrupar a los empresarios con el fin de enfrentar desde posiciones de fuerza a las organizaciones obreras creadas por el Estado. El capitalismo patrimonial de una elite empresaria catlica y conservadora no corresponde en absoluto a los dogmas ni al papel progresista o revolucionario atribuido a las burguesas nacionales. Sin embargo, es difcil negar la naturaleza endgena de su surgimiento y la conciencia combativa de sus intereses. El carcter estrictamente nacional de un grupo de empresarios industriales no significa por s solo que no pueda evitar el enfrentamiento con los intereses agrarios o que se lanzar a una lucha patritica contra el capital extranjero. En realidad, aspira a un acuerdo con ste: una patente o licencia que lo ponga a salvo de la competencia. La lgica del crecimiento industrial en el siglo XX, sobre todo en los pases del tercer mundo, no tiene nada que ver con esta mitologa, como lo permiten suponer los mismos orgenes del capital industrial. Con todo, esto no entraa la ausencia de conflictos coyunturales entre industriales y agricultores por el reparto del ingreso nacional, ni entre grupos nacionales consolidados con aspiraciones monopolsticas y empresas extranjeras competitivas. Pero el carcter hiperprotegido de las industrias latinoamericanas, sean nacionales o de origen extranjero, ilustra claramente la ambivalencia de las polticas industriales en las economas abiertas. Se sabe que en perodos de recesin o cuando un gobierno liberal alza las barreras aduaneras, los industriales nacionales se transforman fcilmente en importadores. La ganancia es ms importante que el riesgo. Asimismo, una investigacin realizada en el Brasil durante la dcada de 1970 demostr que los empresarios ms vinculados con el capital extranjero advertan con mayor claridad la existencia de antagonismos entre los sectores agrarios e industriales. Dicho de otra manera, los sectores supuestamente ms aptos para integrar la mtica burguesa nacional estn asociados con las transnacionales, mientras que sus colegas ms nacionales desconocen las contradicciones con los intereses agrcolas.4 En este sentido es muy significativa la composicin y las polticas de las confederaciones empresarias. En la Argentina, la Unin Industrial y la Sociedad Rural siempre han hecho causa comn y han defendido sin problemas las mismas orientaciones econmicas, tal como sucede con las Sociedades Nacionales de Agricultura y la Sociedad de Fomento Fabril en Chile. La UIA, que comprende tanto a las sucursales de las multinacionales como a los empresarios autctonos, fue presidida durante trece aos, de 1930 a 1943, por un productor agrario, el viticultor Luis Colombo. Las representaciones esquemticas y los perfiles sociales de aristas filosas no alcanzan a explicar la complejidad
4

Cardoso, F. H.: Politique et dveloppement dans les socits dpendantes. Pars, Anthropos, 1971, pg. 247.

237

y la ambigedad del fenmeno de la industrializacin tarda. ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Anderson (Thomas), El Salvador, 1932, San Jos, Educa, 1982. Arriola (Carlos), Los Empresarios y el Estado, Mxico, SEPO 80, 1981. Astiz (Carlos A.), Pressure Groups and Power Elites in Peruvian Politics, Ithaca, Cornell University Press, 1969. . Baloyra (Enrique), El Salvador in Transition, Chapell HilI, The University of North Carolina Press, 1982. Becker (David G.), The New Bourgeoisie and the Limits of Dependency.Mining, Class and Power in revolutionary Peru, Princeton, Princeton University Press, 1983. Bourricaud (Franois), Bravo Bresani (Jorge) et al., La Oligarqua en el Per, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, Campodinico, 197 J. Botana (Natalio), El Orden conservador. La poltica argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1977. Campero (Guillermo), Los Gremios empresariales en el perodo 1970-1983. (Comportamiemos socio-poltico y orientaciones ideolgicas), Santiago de ChIle, Estudios ILET, 1984. Dean (Warren), A lndustrializao de So Paulo (1880-1945), So Paulo, Ddifel, s.d. Lopez Toro (Alvaro), Migracin y Cambio social en Antioquia, Bogot, Medelln, Hombre Nuevo, 1979. Mauro (Fr.), Le dveloppement conomique de Monterrey (1890-1960), Caravelle, 21964, p. 35-133. Payne (Jorjames L.), The Oligarchy Middle, World Politics, XX (3), avril 1968, p. 469453. Piel (Jean), Capitalisme agraire au Prou, vol. II, Paris, Anthropos, 1983. Sidicaro (Ricardo), Poder y crisis de la gran burguesa agraria argentina, in Rouqui (Alain), et al., Argentina hoy, Mxico, Siglo XXI, 1982. p. 51-104. Tirado Meja (Alvaro), Introduccin a la historia econmica de Colombia, Bogot, La Carreta. 1979. Vellinga (Menno), Working Class. Bourgeoisie and State in Mexico, in Carrre (Jean) et al., Industrialisation and the State in Latin America, Amsterdam, CEDLA, 1982, p. 299-346. 3. Las clases medias Si el subdesarrollo se define, entre otros factores, por la debilidad numrica y funcional de las clases medias,5 pocos pases latinoamericanos corresponden a esta categora. Lejos de presentar el cuadro estilizado de una sociedad dual donde un puado de seores corpulentos reinan sin competencia sobre una masa inmensa y uniforme de desposedos, la mayora de las naciones del continente se caracterizan por un crecimiento significativo de sus sectores medios. Tanto es as, que a fines de la dcada de 1960 un socilogo chileno
5

Lacoste, Y.: Les Pays sous-dvelopps. Pars, PUF, 1959, pg. 20.

238

escribi que el smbolo de la Amrica Latina contempornea no era un campesino ni un proletario industrial, sino un empleado de Banco mal pago, con grandes aspiraciones sociales.6 En el mismo orden de ideas, el escritor uruguayo Mario Benedetti deca que el suyo era no slo un pas de empleados de oficina sino la nica oficina pblica del mundo que ha alcanzado la categora de nacin.7 Con todo, estas humoradas ilustrativas no agotan la cuestin. El problema de la referencia y la identificacin social se presenta con la misma agudeza que en las categoras superiores. O mejor dicho, las definiciones son ms contradictorias y la cacofona es aun mayor. Sin entrar en polmicas terico-metodolgicas, es indispensable hacer algunas observaciones que permitan encuadrar con un mnimo de rigor un sujeto social omnipresente pero vaporoso. Definiciones y lmites Desde Aristteles, quien deca que ocupaban el justo medio y constituan el eje de las sociedades, se han creado muchos mitos alrededor de las llamadas clases medias, sobre todo en los pases industrializados de hoy. La sociologa optimista y el conservadorismo esclarecido consideran que nuestras sociedades evolucionan hacia una feliz mesocracia, mediante la nivelacin de las desigualdades sociales ms evidentes. Todos somos miembros de las clases medias porque las barreras del estilo de vida o de consumo han dejado de ser ostensibles, como en la poca en que el burgus de levita enfrentaba al proletario de blusa. Si la uniformidad de las condiciones permite ocultar la dominacin social y/o volver materialmente tolerables los principios de igualdad jurdica que sostienen las sociedades occidentales, la sacralizacin de las clases medias dificulta la aplicacin de esta categora a las sociedades perifricas. No existe una interpretacin nica sobre su posicin en la estructura de clases y los criterios que la fundamentan ni sobre su contenido sustancial. En la teora sociolgica contempornea cohabitan grosso modo dos concepciones de las clases medias. En una de ellas, a imagen de la sociedad norteamericana, democrtica y sin aristocracia, la middle class comprende a la burguesa o directamente se identifica con ella. Una segunda versin, ms europea o dicotmica, sita a las clases medias entre la burguesa y el pueblo o clase obrera. Inspirada hasta cierto punto en la trada marxista, tiene la ventaja de referirse a la existencia de grupos sociales que no se confunden econmicamente con las categoras superiores, detentadoras o no de los medios de produccin. Pero el esquema de gradacin norteamericano8 permite introducir distinciones tiles dentro de las clases medias (lower, middle, upper) en funcin de los ingresos ms que de su lugar en el proceso productivo.

6 7

Vliz. C.: Centralismo, nacionalismo e integracin. Estudios Internacionales, 1969, A/3. pg. 12 Benedetti, M.: El pas de la cola de paja. Montevideo, 1966, pg. 56. 8 Con respecto a este debate ideolgico, vase Ossowski, S., La structure de classe dans la conscience sociale. Pars, Anthropos, 1971.

239

CUADRO 1 Capas medias y superiores hacia 1970 (en porcentaje de poblacin econmicamente activa segn sectores de actividad) Sectores Pas Argentina Bolivia Brasil Colombia Costa Rica Chile Ecuador El Salvador Guatemala Honduras Mxico Nicaragua Panam Paraguay Per Repblica Dominicana Uruguay Venezuela Total* 38,2 17,0 23,3 28,8 24,1 29,0 16,9 13,6 11,8 21,5 24,5 19,2 23,4 15,7 23,2 18,2 35,0 32,6 Primario 1,3 0,5 0,7 2,9 0,3 0,7 0,5 0,8 0,5 4,7 0,8 1,6 0,2 0,6 0,3 1,2 1,4 0,2 Secundario y terciario 32,4 16,5 21,6 25,9 23,5 25,4 16,4 11,7 11,0 15,8 22,5 15,9 22,6 14,0 21,1 12,2 30,6 29,0

FUENTE: ONU, Comisin Econmica para Amrica Latina, Statistical Year-book for Latin America, 1983; CEPAL, Santiago de Chile, 1984, pg. 82. * Comprende a las personas cuyo sector de actividad es desconocido.

CUADRO 2

240

Capas medias asalariadas (en porcentaje de la poblacin activa) Pas Argentina Bolivia Brasil Colombia Costa Rica Chile Ecuador El Salvador Guatemala Honduras Mxico Nicaragua Panam Paraguay Per Repblica Dominicana Uruguay Venezuela % 1970 22,4 11,3 13,8 13,5 18,6 18,7 15,9 7,4 8,2 10,0 14,3 10,0 19,1 8,8 14,5 8,7 21,3 (en 1960) 23,4

FUENTE: ONU, Comisin Econmica para la Amrica Latina, Statistical Year-book for Latin America, 1983; CEPAL, Santiago de Chile, 1984, pg. 83.

Si bien conviene evitar la confusin entre las dos concepciones, las necesidades de la presente exposicin requieren el siguiente mtodo compuesto: se llamar clases medias a los sectores sociales comprendidos entre la burguesa (patronal, dirigentes de la economa, altos funcionarios pblicos) y el pueblo o l as clases populares (campesinos y obreros); pero si bien el autor de estas lneas rechaza la concepcin del continuum social que subyace tras el esquema no dicotmico, recurrir a las diferenciaciones internas de la middle class, con excepcin de su franja superior, que aqu se asimilar a la burguesa.

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CUADRO 3 Clases medias rurales. Familias y estatus socioeconmico % establecimientos familiares (en propiedad o no) Total sectores medios rurales Administradores establecimientos = grandes o medianos propietarios agricultores propiedades establecimient + familiares + os familiares

Pas Argentina (1960) N establecimiento s superficie Brasil (1950) N establecimiento s superficie Chile (1950) N establecimiento s superficie Colombia (1960) N establecimiento s superficie Ecuador (1960) N establecimiento s superficie Guatemala (1950) N establecimiento s superficie

48,7 44,7

33,9

1,3

16,4

16,2

39,1 6,0

17,0

2,1

12,0

2,9

40,0 7,1

19,8

2,1

14,8

2,9

30,2 22,3

24,8

1,5

17,9

5,4

-8,0 19,0 9,5 8,0 1,5

8,5 4,5

10,0

2,2

6,6

1,2

Segn datos del Comit Internacional para el Desarrollo Agrario (CIDA) citados por Barraclough S. y Domike, A.: Agrarian Structure in Seven Latin American Countries. Land Economics, XLII, nro. 4, nov. 1996, pgs., 391-424 y El trimestre econmico, abril-junio 1966, pgs., 235-301.

La segunda dificultad terminolgica est relacionada con el carcter heterogneo de las clases medias en Amrica Latina. En Europa, la diferencia entre asalariados y no asalariados suele ser confundida en los debates ideolgico-estratgicos,9 pero en Amrica
En los decenios de 1960 y 1970, la expansin del sector asalariado y las nuevas clases medias suscit en Francia una polmica entre la izquierda moderada (Serge Mallet) y la extrema izquierda (Baudelot-Establet) sobre la naturaleza de esos grupos sociales: nueva burguesa o nuevas clases obreras? Vanse al respecto los
9

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Latina las clases medias aparecen con frecuencia como un mero dato estadstico derivado de una definicin residual y negativa de su naturaleza: pertenecen a esta clase los que no son obreros, campesinos ni grandes burgueses. Por eso se habla con frecuencia de los sectores medios. Las estadsticas oficiales, con sus clasificaciones por sector de actividad, no facilitan las delimitaciones rigurosas en trminos de situacin social o ingresos. En la esfera de los servicios y el sector terciario, es difcil distinguir la clase media propiamente dicha de lo que corresponde al mundo de la marginalidad. Evidentemente, sta no es una caracterstica exclusiva de Amrica Latina, pero se ve agravada en todo el continente por la sobreurbanizacin y la proliferacin de los pequeos oficios urbanos. As, un comerciante puede ser un trabajador independiente, dueo de un negocio, vendedor ambulante, subproletario, vendedor al regateo en pocas de vacas flacas, y no se lo podra incluir en las clases medias. Composicin e historia El trmino clase media, que presupondra al menos una cierta homogeneidad de conductas y de los efectos sociales y polticos pertinentes que derivaran de ellas, designa en realidad a grupos de orgenes muy diversos. Por otra parte, es evidente que no todos los pases del continente muestran la misma situacin. Algunas sociedades presentan una elevada densidad de la clase media. Entre ellas se cuentan la Argentina y el Uruguay, as como Chile y Colombia. Venezuela se uni recientemente a este primer grupo. Brasil y Mxico, que conocieron una rpida modernizacin en los ltimos veinte aos, todava no han alcanzado el nivel de los pases ms complejos. Costa Rica y Panam se encuentran en una situacin de surgimiento de las capas medias intermedias, como se deduce de la comparacin de los cuadros 1 y 2. Dentro de las estadsticas globales que no distinguen las clases medias de las categoras superiores, lo cual no significa que tergiversen la comparacin, el porcentaje de clases medias asalariadas (cuadro 2) es particularmente revelador del grado de modernizacin social representado por esos sectores intermedios. Tambin muestra la aparicin de las capas medias recientes y, con ello, la estratificacin cronolgica de las capas sociales rurales o urbanas aparecidas en pocas diferentes. Grosso modo, se distinguen tres perodos: 1. Se asiste a la aparicin de grupos sociales medios y su crecimiento en ciertos pases cuando su economa se integra al mercado mundial. Son esencialmente pequeos productores rurales, pero tambin urbanos (artesanos, comerciantes, pequeas industrias de reparacin o acondicionamiento) que conforman las primeras cohortes de los sectores intermedios. En la esfera agraria, la pequea y mediana propiedad existe afuera del binomio latifundio/minifundio en muchos pases, sobre todo en la Argentina, el Uruguay y el sur del Brasil, debido principalmente a la inmigracin europea masiva de fines del siglo XIX. Aparece tambin en las nuevas tierras de colonizacin lindantes con las zonas del caf en Colombia, y no est ausente de Costa Rica y Honduras debido a la disponibilidad de tierras y la escasez de poblacin. El cuadro 3 da para algunos pases significativos algunos datos sobre el porcentaje de familias consideradas medias desde el punto de vista econmico, as como la cifra de los
estudios compilados por Georges Lavau, Grard Grumberg y Nora Mayer en LUnivers politique des classes moyennes. Pars, Presses de la FNSP, 1983.

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establecimientos familiares. Si bien existe algn paralelismo entre las dos series, evidentemente no hay coincidencia: la concentracin de la propiedad afecta tambin los establecimientos medianos, puesto que, en muchos casos, varias unidades pertenecen a un solo propietario. 2. Durante todo el perodo de crecimiento extravertido, la infraestructura de la actividad exportadora, la urbanizacin y la modernizacin del Estado multiplican las profesiones que permiten un acceso a los grupos medios. Propietarios y empleados de comercio, servicios financieros, funcionarios pblicos, civiles y militares integran las nuevas capas sociales. Su expansin es ms rpida que la de la poblacin activa de los pases en cuestin (vase el cuadro 4, referido a los empleados en Mxico). 3. Si el crecimiento de las clases medias se vincula en un principio con la exportacin, tambin es consecuencia del proceso de industrializacin del siglo XX en sus dos formas: nacional, sustitutivo de importaciones, y transnacionalizado hoy en el marco de la conversin de las economas latinoamericanas en sucursales del extranjero.
CUADRO 4 Proporcin de empleados en la poblacin activa de Mxico, 1895-1960 (ndice 100 de 1900) Aos 1895 1900 1910 1921 1930 1940 1950 1960 Poblacin Econmicamente Activa 88,8 100,0 103,6 104,0 -117,3 170,4 231,9 Empleados 110,2 100,0 134,4 175,2 -350,1 599,5 1008,8

FUENTE: Rangel Contra, J. C.: ibdem, pg. 191 y Secretara de la Presidencia, Estudios Administrativos, 1978.

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CUADRO 5 Crecimiento del personal de la administracin central en Mxico (no incluye las empresas estatales), 1845-1960 Aos 1845 1900 1910 1921 1930 1940 1950 1960 1977 Poblacin Econmicamente Activa 59.338 65.898 64.384 89.346 153.343 191.588 278.820 415.511 1.088.805 1900-100 89,6 100,0 97,2 134,9 231,5 284,3 423,1 630,5 1673,2

FUENTE: Rangel Contra, J. C.: ibdem, pg. 191 y Secretara de la Presidencia, Estudios Administrativos, 1978.

Los pequeos empresarios nacionales, los empleados jerrquicos y los tcnicos de las empresas extranjeras, con excepcin de los que se encuentran en la cpula, forman parte de una burguesa no poseedora, no pertenecen a las clases medias en el sentido utilizado aqu. No puede haber industrializacin sin expansin del Estado. El Estado de crecimiento es un Estado creciente, dice con justa razn Henri Lefebvre. La funcin pblica se diversifica, el sector para pblico de las empresas nacionalizadas y los servicios se desarrolla. Las nuevas responsabilidades sociales y econmicas del Estado conducen a una considerable expansin de la administracin y, dentro de sta, de las capas medias (vase el cuadro 5). Una urbanizacin ms rpida que el proceso de industrializacin y anterior a ste acelera la expansin de las capas medias urbanas. El crecimiento de un sector terciario casi parasitario es una antigua caracterstica de las sociedades latinoamericanas ms desarrolladas. El sector de los servicios, cuya preponderancia ha sido considerada desde hace mucho tiempo un rasgo distintivo de las sociedades industriales, es inflado artificialmente por la proliferacin del comercio minorista, de los intermediarios y de actividades no productivas de toda ndole exigidas, sobre todo, por la opulencia de las ciudades y el lujo de los particulares atrados por el efecto de demostracin de las economas centrales. As, en la Argentina, la expansin sin industrializacin de principios de siglo da a la distribucin de la poblacin activa una configuracin inusitada para un pas agrario. En 1914, el terciario representaba ya el 35.9 por ciento (contra el veintiocho por ciento del primario). Estos porcentajes son similares a los de Francia en 1954. Este exceso de terciarizacin va de la mano con un peso desproporcionado de las categoras no manuales en los sectores secundario y terciario, que en algunos casos alcanza o sobrepasa al de los pases industrializados. Como consecuencia de ello, se produce lo que Gino Germani llama la sobreexpansin de las capas medias, ilustrada por el cuadro 6. Esta resea histrica de las clases medias permite comprender que se componen

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esencialmente de categoras dependientes del sistema socio-econmico tradicional y que su mayor expansin est ligada al desarrollo extravertido. Esto es as tanto para los asalariados (funcionarios, tcnicos, cuadros) como para los independientes. Se ha formulado la hiptesis de que los grupos dominantes utilizan el crecimiento urbano para incorporar y controlar los sectores medios.10 Sea como fuere, esas capas intermedias son el subproducto de un tipo de desarrollo no dirigido por ellas. Por consiguiente, no cumplen el papel innovador y autnomo que algunos pretenden atribuirle, tal vez por una mera imprecisin conceptual.

CUADRO 6 Las capas medias urbanas en la Argentina y en los Estados Unidos Estados Unidos Aos 1870 -1910 1940 1960 % 33,5 -34,2 38,3 46,9 Aos 1869 1895 1914 1947 1957 Argentina % 8,7 24,0 30,7 41,4 48,4

FUENTE: Germani, G.: Sociologa de la modernizacin, Buenos Aires, Paids, 1969, pg. 200.

Conductas e ideologas Mucha tinta ha corrido para explicar el papel actual o futuro de las clases medias en Amrica Latina. Una de las interpretaciones ms difundidas en la dcada de 1960, a partir de la aparicin del libro de John Johnson sobre el tema,11 vincula estrechamente el ascenso de las clases medias al progreso econmico y la consolidacin de la democracia. Es de origen norteamericano y tuvo gran aceptacin durante un cierto perodo. Aparece en muchas obras y, paradjicamente, en el credo de los partidos comunistas ortodoxos latinoamericanos, bajo formas ms o menos crticas.12 Esta concepcin en gran medida
10

Segn Pizzomo, A.: Tres tipos de estructuras urbanas en el surgimiento y la expansin de la sociedad moderna. Germani, G. y cols., Urbanizacin, desarrollo, modernizacin. Buenos Aires, Paids, 1978, pgs. 131-148. 11 Johnson. J. J.: Political Change in Latin America. The Emergency of the Middle Sectors. Stanford, Stanford University Press, 1958. Las hiptesis de Johnson son mucho ms sutiles que las caricaturas que se han hecho de ellas o las que han formulado muchos de sus epgonos. 12 Vanse, entre otros, Poter, C. y Alexander, R: The Struggle for Democracy in Latin America. Nueva York, Praeger, 1963; Whitaker, A.: Nacionalism and Social Change in Latin America, en Maier,J. y Weatherhead, R W.: Politics of Change in Latin America. Nueva York. Praeger, 1964, pgs. 85-100; asimismo Blankensten, G.: In Quest of the Middle-Sectors, World Politics, enero de 1960, pgs. 323-327. El punto de vista de los partidos comunistas est expresado en Delgado, M., Koval, B. y Zuiga, C.: Las capas medias, con quien estn?, Revista Internacional, Praga, 1982, 12, pgs. 66-71.

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ideolgica, que proyecta el esquema social norteamericano y la evolucin de las sociedades industrializadas sobre las realidades del Sur, tiende a considerar a la burguesa (republicana y conquistadora como corresponde) y a las clases medias como parte de la misma totalidad indiferenciada. Sus bases empricas son frgiles a pesar de la experiencia de los partidos de clase media que llegaron al poder en muchos pases despus de la Primera Guerra Mundial. Esta teora atribuye a las clases medias tres grandes caractersticas: 1. una oposicin consciente y firme a las clases dominantes, junto con la voluntad de efectuar transformaciones sociales; 2. una vocacin por la industrializacin; 3. apego inquebrantable a la democracia liberal. Estas tres hiptesis merecen un examen cuidadoso. 1. La primera parte del principio es que los grupos dominantes, oligarquas o grandes burguesas, son arcaicos y tradicionalistas por definicin, es decir, precapitalistas, mientras que las middle classes, abanderadas del progreso y la modernizacin, luchan por establecer el predominio del capitalismo sobre la economa nacional. Las premisas de esa afirmacin generalmente son falsas, como se vio ms arriba. Los partidos polticos que ponen en tela de juicio el orden oligrquico por lo general descuidan el aspecto econmico. Su oposicin es ante todo poltica y salpicada de consideraciones morales, incluso moralizadoras, sobre la corrupcin, la injusticia y el egosmo social, pero no sobre la industria. En la Argentina, la Unin Cvica Radical del presidente Yrigoyen se jactaba de no tener programa econmico, ms an, de no tener programa alguno aparte de la aplicacin estricta y honrada de la Constitucin, que asegurara la victoria de la causa popular contra las infamias del rgimen descredo y falaz. Ms adelante sucedi lo mismo con el radicalismo chileno, transformado por la coyuntura de la crisis mundial en instrumento voluntarista de la industrializacin cuando accedi al poder en el decenio de 1930. En esa misma dcada, las clases medias civiles y militares brasileas, que apoyan la revolucin de Vargas contra la vieja repblica, defienden los derechos del pueblo y el respeto a la justicia contra la poltica mezquina y corrupta de las oligarquas locales y sus alianzas dominantes. En los tres casos, el objetivo principal es la participacin, no la transformacin econmica y social. En realidad, las capas medias movilizadas aceptan el sistema econmico en vigencia sin formular crticas de fondo ni proyectos alternativos, slo piden que se les reconozca un lugar y se les asegure el acceso al poder y el Estado. Esas aspiraciones, producto de la mentalidad comn, no expresan los lineamientos de un desarrollo de otro tipo ni de una visin de futuro socioeconmico capaz de crear una nueva ideologa dominante. Es por ello, sin duda, que se habla de las clases medias sin fisonoma. Esos sectores intermedios no slo no son la punta de lanza del desarrollo capitalista y la economa de mercado, sino que con frecuencia encarnan las reacciones de hostilidad al capitalismo depredador y salvaje fomentado por las oligarquas cosmopolitas. Es el caso de los dirigentes de la revolucin mexicana en lucha contra el progresismo tecnocrtico y liberal de los cientficos que rodean al dictador modernista Porfirio Daz. El discurso moralizador de la UCR argentina y el nacionalismo indigenista del APRA peruano no carece de cierto matiz anticapitalista.13
13

La Unin Cvica Radical (UCR) argentina, fundada en 1891 para combatir la repblica oligrquica, llega al poder en 1916. La Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) fue fundada en 1924 en Mxico como

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2. Es por ello que las clases medias y sus representantes parecen preocuparse menos por el desarrollo industrial que por los problemas de distribucin de los ingresos y los intereses del consumidor. A principios del siglo XX, los partidos populares urbanos, lejos de defender la industria nacional, se oponan a un proteccionismo que encareca los artculos de consumo y disminua el poder adquisitivo. Yrigoyen, presidente argentino durante la poca de la guerra de 1914-1918, redujo las tarifas aduaneras apenas se restableci la paz. Por otra parte, los gobiernos oligrquicos o que responden a los intereses tradicionales, han fomentado la industria por razones coyunturales, con frecuencia contra la oposicin de los partidos de las clases medias librecambistas. Ejemplos de esta tendencia son la Argentina conservadora entre el golpe de Estado militar de 1930 y 1943, como el Chile de Alessandri, que gobern de 1932 a 1938. Es evidente que, por su conducta, estas clases medias se encuentran en las antpodas de las burguesas conquistadoras o de esos administradores dinmicos. Se ha formulado incluso la hiptesis14 de que los pases con una mayor proporcin de clase media (la Argentina, el Uruguay, Chile) experimentaron a partir de los decenios de 1950 y 1960 las mayores dificultades para desarrollarse, y su ritmo de crecimiento fue menos acelerado que el de sus vecinos. Esta hiptesis resulta tanto ms sugestiva por cuanto plantea el problema central de la composicin de estas clases. Segn su autor, Bert Hoselitz, cuanto mayor sea la proporcin de cuellos blancos, empleados y burcratas en la clase media, menores sern su aspiracin a la movilidad social y su espritu de empresa. Estas virtudes slo se encuentran en la vieja clase media de pequeos empresarios agrcolas, industriales y comerciales. Si la distincin entre capas medias nuevas y viejas es correcta, las conclusiones que se han extrado de ella merecen algunas observaciones. En efecto, es necesario introducir distinciones ms sutiles, sobre todo dentro de las capas medias asalariadas: los empleados no son jerrquicos ni profesionales liberales. Ni la burguesa de Estado brasilea ni el sistema poltico burocratizado del Estado-partido mexicano parecen haber frenado el desarrollo nacional, sino todo lo contrario. Al mismo tiempo, unas clases medias independientes y numerosas, ms volcadas a la especulacin que a la produccin, ms preocupadas por su seguridad que ansiosas de correr riesgos econmicos, pueden provocar el estancamiento o la involucin mejor que cualquier burocracia parasitaria. 3. La conquista de la democracia parece haber sido uno de los objetivos de las clases medias y sus organizaciones en el siglo XX. Con todo, esta afirmacin tiene sus matices. La conducta poltica de las clases medias ha evolucionado, sus intereses no siempre pasan por la defensa de las instituciones representativas. Sin querer asimilar a los oficiales militares a las clases medias, de las cuales han salido en su mayora y cuyos ingresos y situacin social comparten, y sin extenderse sobre la tesis del golpe de Estado de clase media,15 segn la cual los pronunciamientos militares latinoamericanos del decenio de 1960 habran asumido la defensa de los sectores medios, es imposible desconocer la falta de consecuencia ideolgica de esas capas sociales, as como su propensin manifiesta por las soluciones
frente antiimperialista; entra en la escena poltica peruana como partido nacional en 1931, sosteniendo la candidatura de su fundador, Vctor Ral Haya de la Torre. 14 Hoselitz, B. F.: El desarrollo econmico en Amrica Latina, Desarrollo Econmico, Buenos Aires, octubre-diciembre de 1962 (2, 3), pgs. 48-66. 15 Segn Nun, J.: A Latin American Phenomenon: The Middle Class Military Coup, en Petras, J. y Zeitlin, M.: Latin America, Reform or Revolution?, Nueva York, Fawcett Books, pgs. 145-183.

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autoritarias. Sin embargo, es necesario sealar que, a lo largo de medio siglo, la alianza de las clases medias o de ciertos grupos salidos de sus filas no tuvo un sentido uniforme y unvoco, sino que en algunos casos tom una orientacin progresista y reformadora (Chile, el Brasil, el Ecuador en 1920-1940, el Per, nuevamente el Ecuador en 1970-1980) y en otros busc su propia conservacin social (el Brasil en 1964, la Argentina en 1966 y 1976, Chile en 1973). Esta tendencia de las clases medias, que obedece a situaciones coyunturales y al juego de las relaciones entre las clases, se ve condicionada fuertemente por su apego permanente a la intervencin ampliada del Estado y el incremento de sus responsabilidades. Actitudes polticas, perspectivas sociales y relaciones de clase Las clases medias latinoamericanas son mosaicos heterclitos en grado an mayor que sus pares europeas. De ah la envergadura de la polmica que han suscitado. No obstante, cabe sealar que sus conductas sociales son relativamente homogneas, dentro de ciertos mrgenes; para descubrirlo, basta situarlas en su contexto social, no aislarlas buscando correspondencias nominales con otras sociedades. Si es poco til tratar de aprehender las clases sociales por encima de sus relaciones entre s, esto es todava ms cierto para unas clases tan amorfas en s y carentes de objeto directo como los sectores medios. Para demostrarlo, se examinarn sucesivamente sus relaciones con los grupos dominantes, su situacin frente al Estado y sus conductas con respecto a las clases populares. Las relaciones entre las capas medias y las oligarquas se ven con frecuencia mediatizadas por el conjunto de mitos que rodea a aqullas. Si todo lo que est por encima de las clases populares pertenece a la aurea mediocritas de la mesocracia, entonces no hay asimetra social ni, por consiguiente, oligarqua. El juego conceptual tiene su lgica. Sin embargo, aunque las clases medias no ponen en tela de juicio los modelos econmicos ni el pacto de dominacin con algunas excepciones revolucionarias cuyos efectos no pueden ser permanentes, como lo demuestra la revolucin mexicana, sus conductas revelan con frecuencia su aspiracin de progresar econmica, poltica e incluso socialmente dentro del sistema. Ese deseo de integracin y esas aspiraciones dan lugar a un conformismo ambicioso que convierte a sus miembros en aspirantes a burgus. Por eso no es sorprendente que la adquisicin de tierras sea el broche de oro de una carrera comercial o liberal, la ratificacin y el smbolo social del xito del abogado y el pequeo industrial, desde El Salvador hasta la Argentina pasando por el Uruguay y el Brasil. Pero son principalmente los ttulos universitarios los que permiten a los hijos de las capas medias lanzarse a la conquista del prestigio social. Con todo, el deseo de ascender frecuentemente se da de bruces contra el monopolio social y poltico de la gran burguesa. Las clases medias se reconocen en los movimientos polticos que combaten ese exclusivismo y luchan por la democratizacin del sistema. El arribo al poder de esos partidos tuvo como consecuencia la ampliacin del sufragio en Chile, el Uruguay, la Argentina, Costa Rica, por mencionar algunos ejemplos. Pero en trminos ms generales se trata de obtener el acceso a esos dos lugares privilegiados de la reproduccin social y el estatus que son el Estado y la educacin superior. El ingreso irrestricto a la funcin pblica es una forma de redistribucin pacfica muy apreciada por las clases medias en ascenso. Por ello, la expansin de la burocracia, que coincide con el arribo de los partidos populares al gobierno, no es simplemente, como sostienen las fuerzas conservadoras desplazadas, un robo liso y llano al tesoro pblico sino un medio para 249

distribuir los beneficios del crecimiento a nuevos grupos sociales. El acceso a la universidad es otra aspiracin similar, porque el ttulo es como el pasaporte que da derecho a participar en el festn de los elegidos. Mi hijo el doctor (mdico o abogado) es el sueo de todas las madres de clase media del continente. Tanto es as, que las universidades superpobladas producen legiones de diplomados a los que les resulta muy difcil hallar empleo. As, en 1980, la Argentina tena un mdico por cada 430 habitantes, contra 580 en Francia y 520 en los Estados Unidos. El mismo pas tiene el mismo nmero de arquitectos que Francia, cuando sta tiene el doble de habitantes y construye cinco o seis veces ms viviendas por ao que aqulla. Estas cifras son similares para el Uruguay. Las luchas por el ingreso irrestricto a la universidad son permanentes en casi todos los pases, y el examen de ingreso, cuando existe, como el vestibular brasileo, es un gran drama nacional. Por no hablar de los drop out del sistema universitario que hoy son los cuadros principales de la insurreccin salvadorea, como ayer lo fueron del castrismo, el Frente Sandinista nicaragense y las guerrillas argentinas. Es necesario tener en cuenta estos datos para comprender la importancia de la universidad entre las piezas del juego poltico, la aspereza de las luchas estudiantiles y la estrecha relacin entre la enseanza superior y la vida poltica. En ese sentido, no se puede dejar de mencionar la reforma universitaria de 1918, que se extendi desde Crdoba, la docta y colonial ciudad argentina, al resto del continente con pocas excepciones. Los hechos fueron los siguientes: en 1912 se instaura en la Argentina el sufragio universal y secreto, en 1916 los radicales de Yrigoyen llevan al poder las aspiraciones de las clases populares y medias. Pero la universidad sigue siendo un coto reservado de la aristocracia. Las grandes familias ejercen sobre ella un frreo control, sobre todo en las provincias. Los estudiantes se alzan contra la eleccin de los profesores y ciertas normas de funcionamiento que perjudican a los ms pobres: las banderas de la reforma asistencia libre, gobierno tripartito (estudiantes, profesores y graduados) y autonoma son tomadas a partir de 1919 por los estudiantes progresistas de todo el continente. Puesto que el Estado controla la distribucin de los ingresos y con ello, el proceso de ascenso social a travs de la funcin pblica y la universidad, las clases medias son a la vez democrticas y estatistas. Sus enfrentamientos con los terratenientes no son, como se crey errneamente, de ndole econmica sino que se producen en torno del Estado. El aparato estatal no slo ofrece posibilidades de movilidad social o una estabilidad relativa. Se lo ve como un protector, sobre todo de los sectores medios dependientes. Los empleados de banca y comercio del Brasil rinden un verdadero culto al Estado16 al cual no reclaman sino solicitan ante todo asistencia. Las organizaciones representativas de las clases medias asalariadas entre 1930 y 1964 se caracterizan por sus orientaciones apolticas, antirreformistas, de un corporativismo aliado a un estatismo inmovilista. Su mayor preocupacin no es la extensin del sufragio ni las transformaciones sociales sino las posibilidades de consumo moderno y de seguro social. Los sistemas pblicos de seguridad social constituyen el corazn del dispositivo de defensa de las capas medias y quizs ellos mismos crean sectores intermedios. Si el burgus, segn Siegfried, es alguien que posee reservas,17 el pequeo burgus latinoamericano es tal vez alguien que cuenta con proteccin social oficial para s mismo y
Segn Saes. D.: Tendencias do sindicalismo de classe media no Brasil, 1930-1964, en CEDEC: Trabalhadores, sindicatos e politica. San Pablo, CEDEC-Global. s.f. 17 Siegfried, A.: De la IIle a la IVe Rpublique,. Pars. Colin, 1956, pg. 257.
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los suyos. Sea como fuere, es un hecho que los organismos de seguridad social participativa (distintos de la asistencia pblica al alcance de todos), de costo generalmente elevado para el patrn, el asalariado y el Estado, contribuyen al crecimiento de las clases medias al multiplicar los puestos de trabajo (mdicos, enfermeros, personal administrativo) que son su monopolio. Agrguese a ello que los beneficios de los sistemas de seguridad generalmente son mayores para los empleados y los funcionarios que para los dems trabajadores, como lo demuestra en Mxico, por ejemplo, la calidad de los hospitales y dispensarios del Instituto del Seguro Social de los Trabajadores al Servicio del Estado (ISSTSE). En fin, basta comparar el nmero relativamente bajo de beneficiarios del seguro social en pases como el Brasil y Mxico (vanse los cuadros 7 y 8) para convencerse de que sus afiliados son privilegiados que participan de alguna manera de la situacin y los valores de las clases medias, sean obreros de PEMEX (administracin de petrleos), ferroviarios, empleados bancarios o de comercio. En trminos generales, las clases medias constituyen hoy la clase poltica por excelencia. Poseen el capital cultural indispensable y la aspiracin de ascender necesaria para ello. En algunos casos, sus miembros detentan el monopolio, por as decirlo, de la representacin poltica. As sucede en Bolivia, el Per, Guatemala y en general en las sociedades pluritnicas o donde los analfabetos estn, o estuvieron excluidos del sufragio. Los jefes revolucionarios no escapan a esta tendencia. En Mxico, aparte de Zapata y Villa, de extraccin popular pero que disfrutaban de una posicin desahogada en su ambiente de origen, y de Carranza, gran terrateniente, los dems jefes revolucionarios pertenecan a los grupos medios: Calles era maestro de escuela, Crdenas empleado municipal, Obregn pequeo agricultor, otros eran periodistas, farmacuticos, etctera. Los lderes de revoluciones marxistas o que adhirieron a ellas presentan el mismo perfil social. Son abogados, mdicos o ex alumnos de las universidades los que hablan en nombre de las masas campesinas y la clase obrera en Cuba y Nicaragua. En la dcada de 1970, los jefes "pequeos burgueses" de la guerrilla uruguaya y argentina, los Tupamaros y Montoneros, impusieron a sus miembros la norma de ... proletarizarse y llevar una vida austera!
CUADRO 7 Poblacin cubierta por el seguro social y poblacin no asegurada en Mxico * Aos 1967 1971 1976 Poblacin asegurada 9.846.722 133.651.613 Poblacin no asegurada 22.244.658 355.824.278 38.800.335 Poblacin total 40.084.531 45.671.000 52.451.900 62.329.189

FUENTE: Lpez Acua, D.; Salud, seguridad social y nutricin, en Gonzlez Casanova, P. X, Florescano, E., y cols.: Mxico hoy. Mxico, Siglo XXI, 1980, pgs. 197. * Las cifras de poblacin asegurada corresponden a las c ajas ms importantes del seguro social.

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CUADRO 8 Brasil: poblacin que cuenta con seguro social como porcentaje de la poblacin activa y la poblacin total Aos 1950 1960 1970 % de poblacin econmicamente activa 20,8 23,1 27,0 % del total de poblacin 6,8 7,4 9,0

FUENTE: Datos del IBGE, 1952-1962, calculados por Malloy, J.: The Politics of Social Security in Brazil. Pittsburg Press, 1979, pg. 95.

El casi monopolio de las clases medias es tambin muy apreciable en un rgimen civil fuerte como el que gobierna Mxico desde hace ms de cincuenta aos y en el cual las elites econmicas se han separado de las polticas debido a las normas burocrticas de ascenso en el partido-Estado. Un estudio reciente18 sobre las categoras socioprofesionales con muestras representativas de las elites polticas mexicanas revela con mayor precisin los componentes de esta poblacin, que ha conservado una homogeneidad notable en el tiempo. Para el perodo posrevolucionario (1946-1971), las categoras superiores (industriales y grandes propietarios) tienen escasa representacin (siete por ciento), las capas populares no superan el doce por ciento e incluso los dirigentes sindicales, que constituyen las ocho dcimas partes de la muestra, forman parte de los sectores medios. El grueso de la clase poltica pertenece, pues, a las capas medias, graduados universitarios o parauniversitarios, porque los empleados ocupan un lugar exiguo (a mitad de camino entre las categoras superiores y las clases populares), mientras que los abogados, seguidos por los maestros de escuela y los profesores universitarios, se llevan la parte del len. Las mismas proporciones aparecen en el perodo revolucionario (1917-1940) pero con una diferencia: hay un porcentaje elevado de militares. Estos datos no difieren mucho de los de otros pases occidentales; en comparacin con Francia, muestran una sobrerrepresentacin de abogados y docentes.19 Sin embargo, es necesario introducir algunas precisiones: la mayora de los abogados y profesores son funcionarios con cargos de responsabilidad en el aparato estatal. As lo demuestra la carrera de los ltimos presidentes mexicanos y sus ministros, formados en el entorno estatal, pero luego de recibir una educacin en leyes: el licenciado o el doctor en el Cono Sur poseen un ttulo prestigioso que no implica necesariamente una actividad forense. Frente a las clases populares, la actitud de las capas medias es ambigua y cambiante. Es verdad que esas capas sociales sufren numerosas contradicciones debido a su situacin intermedia. As, las clases medias abogan por el fortalecimiento del Estado, que les asegura
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Smith, P. H.: Los laberintos del poder. El reclutamiento de las elites polticas en Mxico (1900-1971). Mxico, El Colegio de Mxico, 1979, pgs. 104-105. 19 En lo que se refiere a Francia se puede consultar Bimbaum, P.: Les Sommets de ltat. Essai sur Ilite du pouvoir en France. Pars, Ed. du Seuil, 1977.

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una cierta participacin o al menos los libera de los caprichos de los dignatarios locales, a la vez que aumenta los servicios pblicos, de los cuales son beneficiarios privilegiados. La expansin del Estado significa para ellos la expansin de su clase social y mejores prestaciones. Pero la otra cara de la moneda del Estado fuerte es el Estado autoritario, enfrentado a los dos bastiones de la clase media: los partidos polticos y la universidad autnoma. El ejemplo del Brasil es ilustrativo de ello. El Estado novo, rgimen dictatorial instaurado por Getulio Vargas en 1937, crea muchas instituciones que favorecen a las capas medias en detrimento de las oligarquas locales. As, el Departamento Administrativo del Servicio Pblico (DASP) libera a los funcionarios de la tutela de los coroneles y de las autoridades sociales. Pero las restricciones a las libertades y los derechos de la oposicin suscitan la disidencia de capas medias civiles y militares que haban apoyado a Vargas contra los nostlgicos de la repblica oligrquica. Ellas conforman el frente liberal llamado Unin Democrtica Nacional (UDN) que provoca la cada del getulismo en 1945. Debajo de la ambivalencia de la pequea burguesa frente a las clases populares subyacen sus ansias de seguridad y sus expectativas de promocin social. Este fenmeno es indudablemente universal, pero en Amrica Latina adquiere formas institucionales particulares. Despus de haber abierto con gran esfuerzo las puertas del orden oligrquico y vencido el exclusivismo de las elites constituidas, las capas medias temen la proletarizacin tanto como la irrupcin de las capas inferiores en sus territorios arduamente conquistados. Segn algunos historiadores y socilogos, esta sera una de las causas clsicas del fascismo europeo.20 Sea como fuere, el pnico de perder su nivel que manifiestan las clases medias ante el ascenso del movimiento obrero organizado, con sus secuelas de desorden financiero e inflacin, explica en gran medida la actitud favorable de estos sectores hacia los regmenes autoritarios, al menos en sus comienzos. Las clases medias de Ro de Janeiro y San Pablo se lanzaron masivamente a las calles en 1964 y la consecuencia de ello fue el golpe militar de abril de ese ao. En la Argentina, las clases medias no tuvieron la menor vergenza en aplaudir el golpe de Estado de 1966, que derroc a un presidente electo por un partido considerado de clase media! No ocultaron su alivio cuando el general Videla derroc a la seora de Pern en 1976. La inmensa mayora de la pequea burguesa chilena estaba unida en su oposicin visceral a la Unidad Popular en 1973. Pero diez o veinte aos ms tarde, esos mismos partidarios del gobierno fuerte aparecen reclamando la democratizacin de los autoritarismos. Los que en 1964 se movilizaron contra Goulart por Dios, la familia y la libertad, en 1983 exigieron elecciones directas ya al general Figueiredo. Las clases medias golpistas de la Argentina provocaron el triunfo de Ral Alfonsn y la derrota de los militares en las elecciones de octubre de 1983. Incoherencia? Versatilidad? Sin duda es necesario tener en cuenta la evolucin de las sociedades y la situacin particular de estos sectores sociales para responder a estas preguntas. La expansin de las nuevas clases medas, es decir, de los sectores medios asalariados, y su preponderancia cumplen un papel tan importante en las transformaciones de la conducta de los sectores intermedios como el debilitamiento de las pequeas burguesas independientes bajo los golpes de la concentracin capitalista. Las crisis econmicas recurrentes, los picos inflacionarios y el podero de las organizaciones sindicales obreras tienden a llenar las brechas sociales; al mismo tiempo, las amenazas de pauperizacin se ciernen sobre esos grupos, que ven cerrarse unos tras otros los canales
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Vase Germani, G.: Sociologa de la modernizacin. Buenos Aires, Paids, 1969, pg. 206.

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tradicionales de promocin social. Ya no basta el diploma universitario para abrir la puerta de acceso a la burguesa. La conservacin de las distancias sociales, preocupacin esencial de la mayora de los grupos humanos,21 ya no es un proceso natural. Por otra parte, estas clases medias se desarrollaron y socializaron en un mundo en el que los valores burgueses de tipo weberiano han perdido vigencia; al mismo tiempo, no han dejado de asimilar los valores posburgueses del hombre de la organizacin, other-directed, segn Riesman. En consecuencia, el carcter dependiente, la extrema sensibilidad a las coyunturas y a los condicionamientos por los mass-media explican en gran medida los virajes paradjicos de estos sectores sociales que, si bien formaran parte de su naturaleza, afectan de manera decisiva los avatares de la vida poltica latinoamericana. ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Cavarozzi (Marcello), Populismos y Partidos de clase media (Notas comparativas). Buenos Aires, CEDES (Documentos CEDES/CLACSO), 1976 (multigr.). Cornblit (Oscar), lnmigrantes y empresarios en la poltica argentina. Buenos Aires, Instituto di Tella (Documento de trabajo), 1966 (multigr.). Crozier (Michel), Classes sans conscience ou prfiguration de la socit sans classe, Archives europennes de sociologie. 1960, n 2, p. 233-247. Crozier (Michel), Lambigit de la conscience de classe chez les employs et les petits fonctionnaires, Cahiers internationaux de sociologie. 1955, XVIII, p. 78-97. Fausto (Boris), A Revoluo de 1930 (Historiografia e historia). So Paulo, Brasiliense, 1979. Garzn Valds (Ernesto), La paradoja de Johnson. Acerca del papel poltico-econmico de las clases medias en Amrica latina, Sistema (Madrid), n 56, septembre 1983, p. 131-147. Germani (Gino), Sociologa de la modernizacin, Buenos Aires, Paids, 1969. Germani (Gino), Poltica y Sociedad en una poca de transicin (De la sociedad tradicional a la sociedad de masas). Buenos Aires, Paidos, 1962. Malloy (James M.), The Politics of Social Security in Brazil. Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 1979. Pinheiro (Paulo Sergio), Clases medias urbanas: formao, natureza, interveno na vida poltica, Revista mexicana de sociologa, 1975, p. 445-473. Rangel Contla (Jos Calixto), La Pequea Burguesa en la sociedad mexicana (1895 a 1960), Mxico, UNAM, 1972. Smith (Peter H.), Los Laberintos del poder. El reclutamiento de las lites polticas en Mxico (1900-1971), Mxico, El Colegio de Mxico, 1979.

Como lo seala correctamente Paul Veyne en Le Pain et le Cirque. Sociologie historique dun pluralisme politique. Pars, d. du Seuil, 1976, pg. 317.

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4. Los obreros y el movimiento sindical Aparentemente, las clases populares urbanas, sobre todo cuando estn organizadas, no suscitan tantos problemas de delimitacin y localizacin como los actores a los que se refiere el captulo anterior. Se conoce el lugar que ocupa el proletariado y los trabajadores manuales en el proceso de produccin. La organizacin del mundo obrero en sindicatos permite aprehender sus conductas en tanto actor colectivo. Su expresin poltica a travs de partidos o movimientos reivindicatorios de la clase obrera es otra va de acceso al estudio de su papel. Pero todo esto es una verdad parcial. Los orgenes mltiples de las clases obreras nacionales, paralelos a la diversidad de las economas de pases en estadios muy desiguales de industrializacin, la variedad de los modos de insercin de los trabajadores en la vida nacional, sus relaciones concretas con otros sectores sociales y con el Estado que condiciona su autonoma y organizacin hacen del universo obrero latinoamericano un mundo abigarrado, contradictorio y muy particular, adems de escasamente estudiado, en el cual los esquemas de anlisis tradicionales son de escasa ayuda. Por eso, antes de abordar el papel actual de las clases obreras latinoamericanas, conviene detenerse un poco en su historia y formacin. El nacimiento de la clase obrera La aparicin de los trabajadores manuales asalariados se produce en funcin del desarrollo de las economas y principalmente de la actividad exportadora. Antes de ser obreros industriales, los trabajadores latinoamericanos fueron mineros u obreros rurales en las plantaciones. En el sector industrial propiamente dicho, el proletariado slo adquiere fuerza numrica cuando comienza la transformacin de los productos primarios exportables. Posteriormente, la manufactura, al reemplazar el artesano y la importacin de bienes, provoca una rpida expansin de la mano de obra industrial. A principios de siglo existen tres grandes categoras de trabajadores concentrados que se van a organizar. Por un lado, los asalariados rurales de las plantaciones modernas el banano en Colombia y Honduras, el azcar y el algodn en el litoral peruano y, por el otro, los trabajadores del sector de extraccin: cobre en Chile y el Per, plata y estao en Bolivia. Por ltimo, los obreros de la industria de elaboracin de productos rurales: ingenios azucareros, mataderos y frigorficas y molinos. En los pases ms avanzados aparecen la industria textil y algunas mecnicas. En 1885, San Pablo cuenta con una veintena de fbricas, de las cuales trece son textiles algodoneras y cuatro fundiciones; en 1901 ya son ciento setenta empresas, de las cuales cincuenta tienen ms de un centenar de obreros. En Monterrey, en 1903, los altos hornos de la Fundidora fabrican los primeros rieles para los ferrocarriles mexicanos. Para esa poca la ciudad cuenta con 4.500 obreros en treinta industrias diferentes, de la siderurgia a los productos alimenticios. Cabe destacar que a principios de siglo la clase obrera es numricamente muy dbil. Algunas ramas de la industria emplean poca mano de obra. Su organizacin, capacidad ofensiva independiente y funcin en la economa le dan un peso que no guarda proporcin con su exigidad de ayer y su actual carcter minoritario. As, en 1921, la extraccin de petrleo en Venezuela ocupaba apenas 8.715 trabajadores, y en la dcada de 1970, sobre 255

una poblacin total de veinte millones, apenas 35.000 personas trabajan en ese sector clave de la economa del pas. En Chile, de 1906 a 1924, el nmero de obreros sin contar los mineros aumenta de 5.300 a 85.000. En Mxico, en 1861, los oficios mecnicos empleaban a 73.000 personas, menos del 2,5% por ciento de la poblacin activa. En 1910 haba apenas 195.000 obreros, de los cuales ochenta mil eran mineros. Esta poblacin obrera aument rpidamente entre 1930 y 1970 en casi todos los pases, pero sigue siendo relativamente modesta. Todo el sector secundario (incluyendo a empleados y artesanos) colombiano cuenta en 1960 con seiscientas mil personas, de las cuales trescientas mil son obreros industriales. En Mxico, en 1970, sobre una poblacin econmicamente activa de trece millones, 2,9 millones de puestos de trabajo corresponden a ese sector, incluyendo la construccin y las minas. A pesar de su debilidad numrica, la clase obrera se constituy rpidamente en un actor social al que se deba tener en cuenta. Su lugar estratgico en la produccin indudablemente le da cierto poder. Las caractersticas propias del trabajo obrero les dan a sus luchas para mejorar sus psimas condiciones de trabajo una magnitud y una eficiencia poltica temibles. Su capacidad de organizacin solidaria depende ante todo del nivel de concentracin de la fuerza de trabajo. Los bastiones del sindicalismo incipiente son las minas, los ferrocarriles y ms adelante la gran industria. Pero la fuerza del movimiento obrero se debe tambin a la ineficacia de los mecanismos tradicionales de control de la mano de obra. Las prcticas particularistas adaptadas a la dominacin del mundo rural no se aplican fcilmente a los trabajadores, que por ser calificados no son intercambiables ni estn atados a la empresa. La movilidad del salario urbano hace de l un hombre libre, sobre todo en perodos de escasez de mano de obra. Finalmente, las ideologas y las prcticas organizativas tradas de Europa ofrecen a las clases obreras en formacin las herramientas para una concientizacin colectiva y una solidaridad desconocidas hasta entonces por las clases populares latinoamericanas. La transferencia de las tradiciones de lucha es especialmente visible e importante en las zonas de inmigracin europea masiva del sur del continente. Pero an en sociedades tan poco abiertas a la inmigracin como la mexicana, son los europeos los que dan origen al movimiento obrero. Tal es el caso de Rhodakanaty, discpulo griego de Proudhon formado en Viena y Pars, difusor de la causa socialista y terico de la autoorganizacin del proletariado mexicano.22 Pero, al igual que en Europa, el surgimiento del movimiento obrero es inseparable de las terribles condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera en sus comienzos. Desde esta perspectiva se puede comparar la Europa de la revolucin industrial con Amrica Latina. No existe gran diferencia entre el informe de Villerm sobre los obreros algodoneros de Mulhouse en 1840 y el de Bialet Mass sobre las clases obreras del interior argentino a principios de siglo. Se podra pensar que la situacin de los obreros latinoamericanos a principios del siglo XX, e incluso en algunos casos hasta la actualidad, es similar a la de sus homlogos europeos del siglo XIX. Las jornadas de trabajo de doce, catorce horas o ms son la norma. Las patronales contratan mujeres y nios porque sus sueldos son menores. En la industria textil mexicana de fines de siglo, la octava parte de la mano de obra era menor de trece aos, como en la industria algodonera inglesa de 1834. No se respetan las normas sobre el trabajo de los nios. En 1922 se produjo una huelga en San Pablo contra los malos tratos infligidos a los nios, obligados en muchos casos a trabajar
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Sobre Plotino Rhodakanaty, vase Hart, J.M.: El anarquismo y la clase obrera mexicana (1860-1931). Mxico, Siglo XXI, 1980.

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ms de las ocho horas reglamentarias. En 1980, en Colombia, una organizacin humanitaria inici una campaa por la proteccin de los nios trabajadores. El estado sanitario de esta poblacin trabajadora suele ser lamentable, a causa tanto de las condiciones de trabajo como de una mala alimentacin agravada con un alcoholismo devastador. La tuberculosis hace estragos en los frigorficos argentinos. La esperanza de vida del minero boliviano en 1950-1960 era de apenas treinta y cinco aos. Antes del auge del sindicalismo, se fijaban los salarios arbitrariamente segn la coyuntura y en la mayora de los casos eran muy bajos dada la abundancia de mano de obra. Segn algunos clculos, el salario obrero medio en Mxico, en vsperas de la revolucin, tena la cuarta parte de su valor de un siglo antes, valga lo que valiere esta comparacin secular. Los salarios, bajos de por s, se reducen an ms por medio de una serie de retenciones (multas, alquiler o reparacin de herramientas),23 por el pago en bonos en lugar de moneda y la obligacin de comprar en la tienda del patrn, la tienda de raya mexicana o la pulpera de las minas bolivianas. Las condiciones de alojamiento eran tan espantosas, que en 1910 los obreros brasileos consideraban envidiable la situacin de sus colegas europeos.24 A principios de siglo, el hbitat obrero tpico es el llamado conventillo (Argentina), casa de vecindad (Mxico) o cortio (Brasil): una sola habitacin en la que se hacina una familia entera. Se trata generalmente de viejos edificios construidos alrededor de un patio central, desde el cual se accede a los cuartos, que generalmente carecen de ventanas, y donde se encuentra el nico grifo y los baos colectivos. Segn una estimacin, ms de la cuarta parte de la poblacin de Buenos Aires viva en conventillos en 1887, el quince por ciento en 1904.25 Situacin que no tiene nada que envidiar, por as decirlo, al Manchester de Engels o a los barrios bajos de Lille descritos por Villerm. Ante esas condiciones de vida que recuerdan las de Europa durante la revolucin industrial, pero que existen cincuenta o cien aos ms tarde, la actitud de la patronal y las autoridades consiste en negar los problemas sociales y rechazar las reivindicaciones obreras, justificando el recurso de la violencia. Los asalariados deben mostrarse agradecidos con el patrn que les da trabajo, cuando tantos de sus semejantes buscan un puesto. En esos pases todava rurales, donde el empleo relativamente estable y pagado con dinero es escaso, el trabajo asalariado urbano puede parecer un privilegio. Los grupos dirigentes consideran que la lucha de clases no tiene cabida en el Nuevo Mundo, que es, como las ideologas obreras, una planta extica importada desde Europa corrupta y decadente. Todo intento de organizacin es aplastado por la fuerza. Se expulsa a los agitadores extranjeros, responsables de perturbar el clima idlico de las relaciones entre el capital y el trabajo. En 1904, el gobierno argentino promulga una llamada ley de residencia, no abolida hasta 1958, que permite deportar a todo extranjero acusado de subversivo, lo cual en un pas de inmigracin masiva es un arma temible. A propsito, un presidente brasileo del primer cuarto de siglo deca que la cuestin social es un simple
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Vase al respecto el reglamento draconiano de una carpintera argentina de 1892, publicado por El Obrero el 5 de marzo de 1892 y citado en Panettieri, J.: Los trabajadores en tiempos de la inmigracin masiva (18701910). Buenos Aires, 1967, pgs. 86-87. 24 Segn la comparacin entre las condiciones de vida de los obreros brasileos y europeos en 1910 publicada en la edicin Nro. 274 (septiembre de 1910) del peridico obrero anarquista La Bataglia, de San Pablo. Reproducido en Pinheiro, P.S. y Hall, M.: A clase operaria no Brasil, Documentos. San Pablo, Brasiliense, 1981, pg. 53. 25 Segn Bourd, G.: Urbanisation et inmigration en Amrique latine. Buenos Aires, Pars, AubierMontaigne, 1974, pg. 250.

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problema policial. Se comprende fcilmente cmo esta actitud ante las reivindicaciones no satisfechas de la poblacin obrera condujo, a principios de siglo y al final de la Primera Guerra Mundial, a una serie de grandes huelgas, reprimidas brutalmente pero cuyo impacto social e histrico se hizo sentir durante largo tiempo en los pases donde se produjeron. En Mxico, en Cananea y Ro Blanco, dos huelgas debilitaron el porfiriato y anunciaron la gran conflagracin revolucionaria. Sacralizadas por el movimiento obrero, hoy forman parte de la historia oficial. En Cananea, una mina de cobre del estado de Sonora, limtrofe con los Estados Unidos, los trabajadores mexicanos exigen en 1906 un salario mnimo decente, igual al de los mineros norteamericanos que trabajan con ellos, y la jornada de ocho horas. El gobernador de Sonora, con ayuda de doscientos cincuenta rangers norteamericanos y guardias rurales, restablece a sangre y fuego la ley y el orden desafiados. En Ro Blanco, estado de Veracruz, una empresa textil emplea a 2.350 trabajadores. Hay un total de siete mil en toda la zona de Orizaba. Los trabajadores se sublevan en enero de 1907 para protestar por las retenciones patronales sobre sus salarios y la vigilancia policial a la que eran sometidos juntamente con sus familias para mantenerlos a resguardo de contactos perniciosos. En primer trmino saquean la tienda de raya, odioso smbolo de su miserable situacin. Las tropas federales aplastan la rebelin. La mina de Cananea era de propiedad norteamericana. La fbrica de Ro Blanco perteneca a una sociedad francesa. En Chile, en 1905, una huelga general llamada la semana roja causa muchos muertos en Santiago. Pero la matanza de Santa Mara de Iquique, clebre por la cantata de Luis Advis D. que interpretan los Quilapayn, inscribe en los anales de la infamia una de las pginas ms cruentas de la historia del movimiento obrero chileno. En diciembre de 1907, los mineros del salitre, hartos de que les paguen con fichas desvalorizadas, abandonan su miserable campamento con sus familias para presentar sus reclamos a la direccin de la empresa. Tres mil personas se refugian en una escuela de Iquique y all son ametralladas por el ejrcito. La huelga de una empresa metalrgica en Buenos Aires, en 1919, desata una insurreccin obrera reprimida por el ejrcito y por milicias blancas formadas a tal fin por una burguesa aterrada por el bolchevismo. Esa fue la semana trgica. En 1920, el derrumbe del mercado lanero a causa del fin de la Primera Guerra Mundial provoca graves tensiones en el far south patagnico. Se recortan los salarios, ya muy bajos, de los obreros rurales, que trabajan en condiciones miserables. Se inicia la revuelta. En el contexto de la dominacin brutal que impera en la regin, slo el ejrcito poda restablecer la calma. Para satisfaccin de los barones de la lana, realiza una gran matanza de los malditos de la tierra. En 1922 se desata una huelga general en Guayaquil, Ecuador, ciudad poco industrializada. Sus protagonistas son empleados, pequeos funcionarios y la masa marginada y peligrosa de los subempleados por el comercio informal, y aun los desocupados. Protestan por la inflacin y la miseria. Dada la escasa confiabilidad del ejrcito, es la milicia la que sale a reprimir la movilizacin. La ms clebre de estas huelgas implacablemente aplastadas es sin duda la de los obreros de la United Fruit en Santa Marta, Colombia, en 1928, evocada de manera magistral por Gabriel Garca Mrquez en Cien aos de soledad. Los obreros de la zona bananera de la Cinaga presentan sus reclamos al poderoso monopolio norteamericano: mejores viviendas, atencin mdica, indemnizacin por accidentes de trabajo y, sobre todo, eliminacin del pago del salario en bonos que slo se pueden canjear por mercadera a precio elevado en la comisara de la United Fruit. El 6 de diciembre, la multitud se rene 258

para escuchar la decisin del delegado del gobierno: en lugar de la solucin favorable que esperaban, les dan metralla. Hay cientos de muertos. Esta resea de huelgas sangrientas no es gratuita ni tiene por objeto esbozar el martirologio del movimiento obrero latinoamericano. Estas huelgas, sus reivindicaciones y el contexto en que se produjeron permiten comprender mejor los primeros balbuceos de la accin sindical en el subcontinente. Tambin revelan el clima y las relaciones sociales imperantes a principios de siglo. Las organizaciones sindicales y su evolucin La clase obrera naciente presenta una serie de particularidades en la mayora de los pases del subcontinente, que afectarn su cohesin y sus formas de movilizacin. En primer lugar, por la importancia tanto numrica como econmica de las minas y las plantaciones, las grandes concentraciones de trabajadores se encuentran generalmente aisladas. Ese aislamiento beneficia la organizacin sindical, como lo demuestran los poderosos sindicatos chilenos del cobre y el peso poltico de la Central Obrera Boliviana (COB). Pero su existencia alejada de los centros de poder limita la influencia nacional de esas organizaciones, cuando no las obliga a un repliegue corporativista. Adems, la dispersin de la fuerza de trabajo en numerosas empresas de carcter familiar o artesanal, as como en establecimientos industriales pequeos, dificulta la formacin de sindicatos. En 1914, en la Argentina, haba un promedio de siete obreros por empresa. En el estado de San Pablo, en el Brasil, el 79 por ciento de las empresas industriales en 1919 tena menos de diez obreros. Es verdad que el 64,5 por ciento de la mano de obra industrial trabajaba en empresas de ms de cien obreros. Pero aun hoy, en el Per, el sector artesanal (menos de cinco obreros) concentra el doble de trabajadores que la industria, mientras que el 58 por ciento de la mano de obra del pas est integrada por trabajadores independientes, y menos de un tercio de los obreros del sector manufacturero trabaja en empresas de ms de veinte personas, el mnimo legal para constituir un sindicato.26 La importancia numrica del sector artesanal no es un obstculo para la formacin de sindicatos. En trminos generales, ciertas actividades no industriales o de tipo artesanal cumplieron un papel de primer orden en las luchas obreras y la formacin del movimiento sindical. As, a fines de la Primera Guerra Mundial, los panaderos estaban en la vanguardia de la lucha sindical, tanto del Per como de El Salvador.27 Durante la revolucin mexicana, la Casa del Obrero Mundial, organizacin anarcosindicalista que en 1915 firm una alianza con Obregn, contaba con una fuerte participacin de los empleados de la empresa de tranvas de la capital, juntamente con los sastres, carpinteros, pintores y mecnicos. Por su nmero y sus conocimientos tcnicos, los ferroviarios, capaces de paralizar la economa nacional, gozaban de una situacin privilegiada para defender sus intereses. As lo demuestran la huelga de la empresa paulista en 1906, as como la movilizacin de los ferroviarios argentinos en 1917. Pero la configuracin de la fuerza de trabajo a principios de siglo y el peso de la produccin artesanal condicionan las conductas y las ideologas.
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Sulmont, D.: Lvolution rcente du mouvement syndical au Prou, Amrique latine N 7, otoo de 1981, pgs. 60-70. 27 Cayetano Carpio (Marcial), secretario general del Partido Comunista salvadoreo, antes de convertirse en jefe guerrillero en la dcada de 1970, haba organizado los sindicatos de panaderos.

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Los obreros altamente calificados, prendados de su oficio, que no aspiran simplemente a convertirse en maestros artesanos o pequeos patrones, buscan en el modelo anarquista de la asociacin de productores independientes una sntesis satisfactoria entre un individualismo preindustrial y la lucha organizada contra la explotacin y la prdida de prestigio. Esta no es, ciertamente, una caracterstica propiamente latinoamericana. En cambio, se pueden distinguir tres aspectos originales de la formacin de las clases obreras latinoamericanas que influyen de manera directa en las conductas, los valores y las modalidades organizativas. En primer lugar, en la era de la gran industria, la mano de obra poco calificada que se requiere da lugar a la formacin de una clase obrera nueva, carente de tradicin. La mayora de sus miembros provienen del xodo rural. Para el campesino sin tierra o el hijo del hombre de campo, este cambio de condicin, el acceso al estatus de citadino y asalariado, significan un ascenso individual. Por consiguiente, los objetivos de la accin colectiva son desplazados a un segundo plano por los problemas colosales que suscita la bsqueda de la fortuna propia. Como seala correctamente Alain Touraine, la conciencia de la movilidad anula la conciencia de clase. La observacin es muy pertinente, por cuanto es difcil hallar, incluso hoy, varias generaciones de obreros en una misma familia. Es comprensible que este factor influya sobre las actitudes y afecte ciertas orientaciones sindicales. En este sentido, el peso del capitalismo extranjero, que domina los sectores industriales ms modernos en la mayora de los pases del subcontinente (automotor, electrnica, qumica, etctera), por no hablar de las economas de enclave, incide directamente sobre la manera como se perciben los intereses de clase y las alianzas sociales que derivan de ello. Una reaccin nacional en su versin xenfoba o antiimperialista puede predominar sobre la conciencia obrera. En este caso, la dimensin nacional condiciona la accin de clase y engendra relaciones particulares con los poseedores y el Estado. Finalmente, es necesario destacar el papel de los inmigrantes europeos y los refugiados polticos en la constitucin del movimiento obrero latinoamericano. Sus tradiciones de lucha y sus experiencias explican en buena medida la relativa brevedad en que se cumpli el proceso de organizacin sindical: en pocas dcadas, los trabajadores latinoamericanos crearon instituciones para defender sus intereses materiales y morales, cuyo parto en Europa se haba prolongado durante ms de un siglo. Es por ello que algunos autores han sealado que el movimiento obrero apareci en Amrica Latina antes que la clase obrera. Sea como fuere, la historia del sindicalismo obrero empieza mucho antes de 1900. El proceso se desarroll en una serie de etapas, paralelas de un pas a otro. La primera forma de organizacin obrera son las mutuales por oficio, que le aseguran al afiliado la asistencia en caso de enfermedad, defensa jurdica, jubilacin y pago de los funerales. Tambin organizan actividades culturales y deportivas. En casi todos los pases, las primeras organizaciones son las de los tipgrafos. La primera mutual chilena es la de ese gremio, fundada en 1853. En la Argentina, la Sociedad Tipogrfica Bonaerense aparece en 1857 y tambin es una mutual. Los tipgrafos son los primeros en fundar un autntico sindicato y realizan, el2 de septiembre de 1878, la primera huelga que registra la historia argentina. Las primeras organizaciones de defensa obrera se autodenominan sociedades de resistencia. Por lo general llevan la impronta anarcosindicalista. Detrs de su objetivo de transformacin social subyace la voluntad de resistir la descalilicacin de su trabajo y la esperanza de crear una utpica asociacin libre de productores. Esa corriente de pensamiento debe mucho a Europa y a los trabajadores o agitadores europeos. As, el 260

dirigente italiano Malatesta IIega a la Argentina en 1885, y dos aos ms tarde preside la creacin de la asociacin de resistencia de los panaderos. La primera central obrera importante del pas, la Federacin Obrera Argentina (FAO), es dominada por los anarquistas hasta tal punto, que los socialistas se retiran de ella en 1902. El anarcosindicalismo controla en gran medida el movimiento obrero argentino desde sus comienzos hasta 1915, ao del IX Congreso de la Federacin Obrera Regional Argentina (FORA), en el que se unen los anarquistas dogmticos con los sindicalistas sobre la base del pluralismo poltico. Pero esta tendencia sigue siendo muy fuerte hasta fines de la dcada de 1920. En el Per, antes de la creacin de las confederaciones aprista y comunista (CTP y CGTP, respectivamente), el anarcosindicalismo, representado por ese gran intelectual que fue Manuel Gonzlez Prada, penetra profundamente en los ambientes obreros e inspira la accin militante de los sindicatos de panaderos y zapateros, adems de una influyente prensa obrera. En Mxico, despus de las primeras tentativas de Rhodakanaty, exgeta no violento y neopantesta de clubes obreros fourieristas, los hermanos Flores Magn llevan la influencia anarquista a su apogeo. El partido liberal mexicano, agrupacin revolucionaria fundada por ellos en 1905, constituye una grave amenaza para la dictadura de Porfirio Daz. Los hermanos Flores Magn encarnan e impulsan la resistencia contra el capitalismo salvaje fomentado por aqul. Los magonistas originan la huelga de la Cananea, mientras el Gran Crculo de Obreros Libres de Ro Blanco, que reivindica la figura de Ricardo Flores Magn, es el instrumento principal de la insurreccin obrera de 1907. La Casa del Obrero Mundial, fundada en 1912, as como la Confederacin General del Trabajo, que perdura hasta 1930 y reivindica el anarquismo contra el gobierno revolucionario, revelan la longevidad de esta tendencia, de la que no es ajena la proximidad de los Estados Unidos y la ancha sombra de la International Workers of the World (IMW). Las sociedades de resistencia originales dan lugar as a organizaciones reivindicativas independientes caracterizadas por su sindicalismo de minoras combativas, inspirado en ideologas de transformacin social, en su mayora anticapitalistas. Por consiguiente, sufre divisiones que siguen las lneas de diferenciacin doctrinales y polticas. La primera desde el punto de vista cronolgico es el anarquismo. En toda Amrica Latina se produce la oposicin entre los sindicalistas revolucionarios, segn los cuales el sindicato no es slo un organismo para la lucha sino la prefiguracin de la futura sociedad, y los comunistas o socialistas libertarios, quienes consideran al sindicato como un medio entre otros para realizar la revolucin, que trasciende las clases y las elimina. As, el enfrentamiento entre Monatte y Malatesta, entre franceses e italianos en el congreso anarquista de Amsterdam en 1907, se reproduce en el movimiento libertario latinoamericano, en el que no faltan tampoco los partidarios de la propaganda por medio de los hechos, es decir, los atentados contra los responsables de la represin del movimiento obrero. En noviembre de 1909, una bomba lanzada por un anarquista mata en su automvil al jefe de polica de Buenos Aires, para vengar los muertos de las manifestaciones del Primero de Mayo. En enero de 1923, otro anarquista asesina al coronel que comandaba las tropas encargadas de aplastar a los huelguistas de la Patagonia. Los autores de los dos atentados eran inmigrantes europeos, arribados poco antes al pas. Los europeos tambin cumplieron un papel importante en la aclimatacin del pensamiento socialista. La gira de Jean Jaurs por los pases del Ro de la Plata en 1911 obtuvo un xito clamoroso, de repercusin duradera. Pero ms all de las ideas doctrinarias u organizativas tomadas a prstamo, los partidos socialistas, donde aparecieron, adquirieron rpidamente una innegable personalidad nacional. El Partido Socialista Argentino, fundado 261

en 1896 por Juan B. Justo, traductor de Marx, incluye en sus filas a intelectuales brillantes como Ingenieros, Payr y, durante un breve perodo, el poeta Lugones. En 1904, Alfredo Palacios, de Buenos Aires, resulta electo el primer diputado socialista del continente. El segundo ser Emilio Frugoni, uruguayo, en 1910. Los socialistas argentinos y uruguayos son partidarios de las reformas sociales y tratan de conquistar una representacin parlamentaria para la defensa poltica de los intereses de los trabajadores. En Chile, el nacimiento de los partidos obreros y el movimiento sindical es dominado por la orientacin revolucionaria y la personalidad de Luis Recabarren, tipgrafo autodidacta, organizador de los obreros del salitre, fundador en 1912 del Partido Obrero Socialista (POS) y dirigente de la Federacin Obrera Chilena (FOCH), creada en 1906. Elegido diputado por Antofagasta en 1921, al ao siguiente impulsa la adhesin del POS a la Tercera Internacional. Participa tambin en la organizacin del ala ms radicalizada del Partido Socialista Argentino, que despus de una escisin y la ratificacin de las veintin condiciones de Mosc, tomara el nombre de Partido Comunista Argentino. En el Per, Jos Carlos Maritegui, el Gramsci criollo, encarna una sntesis original del marxismo y el indigenismo con los ideales de la reforma universitaria. Como Recabarren en Chile, el autor de los Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana introdujo el socialismo nacional en la Internacional Comunista, no sin cierta oposicin. La revolucin bolchevique provoca en toda Amrica Latina el terror de los poseedores durante el ao rojo que sigui a la gran conmocin sovitica,28 pero los partidos comunistas encuentran ciertas dificultades para surgir, echar races y dominar el movimiento sindical. En efecto, a las horcas caudinas de las veintin condiciones se agrega el dogmatismo del Komintern que, en nombre de la universalidad de la doctrina, se niega a tener en cuenta los caracteres concretos de las sociedades latinoamericanas. Esto explica sin duda la aparicin tarda de muchos partidos comunistas (1930 en Colombia, 1936 en Venezuela, despus de la Segunda Guerra Mundial en Bolivia), y la repercusin relativamente escasa, al menos hasta 1941, cuando la Unin Sovitica entra en guerra, de los que surgieron en medio de la marea de Octubre. El voluntarismo y las frustraciones de estos partidos se deben tanto a las persecuciones, que los obligan a llevar una existencia clandestina, como a las dificultades doctrinarias y la rigidez de la conduccin sovitica, reacia a tomar en cuenta las circunstancias locales. La primera conferencia comunista latinoamericana, reunida en 1921, suspende la afiliacin del Partido Socialista Peruano, fundado por Maritegui, debido a sus posiciones indigenistas. En efecto, la Internacional se niega a tomar en cuenta la cuestin indgena y slo reconoce como fuerza revolucionaria al proletariado, incluso en pases donde la clase obrera es prcticamente inexistente. La polmica entre el comunista cubano Mell, con su impecable ortodoxia leninista,29 y Haya de la Torre, fundador del APRA, partido nacionalista popular que en sus orgenes no rechaza el marxismo, revela con elocuencia un sectarismo que evidentemente no es propio del continente: el cubano hace hincapi en dos temas, el carcter exclusivamente obrero de la revolucin y subordinacin de la cuestin nacional a las necesidades de la revolucin mundial.
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Vase al respecto la recopilacin de textos efectuada por Moniz Bandeira y publicada bajo el ttulo O ano vermelho, a revoluo russa e seus reflexos no Brasil, San Pablo, Brasiliense, 1980 (1ra. ed., 1967). 29 Vanse los artculos de Julio Mell, bajo el ttulo de La lucha revolucionaria contra el imperialismo, en Apuntes para la historia del movimiento obrero y antiimperialista latinoamericano, Amsterdam, 1, oct.-nov. 1979.

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Sea como fuere, las clases dirigentes no podan asistir indiferentes a la penetracin de las ideas revolucionarias y el ascenso de la protesta social. Si los sectores ms arcaicos slo confan en la represin o en el retorno a la edad de oro preindustrial, incluso precapitalista, los miembros ms esclarecidos de la burguesa piensan, por el contrario, que conviene controlar la lucha de clases mediante la integracin y organizacin de las clases peligrosas, es decir, cediendo en algo para conservar lo esencial. Con ese fin, en algunos pases, se reemplaza de manera autoritaria el sindicalismo de las minoras combativas por un sindicalismo estatal y burocratizado. Este tipo de organizacin, provista de legislaciones sociales relativamente avanzadas, tiene por objeto marginar las ideologas perniciosas y serruchar el piso bajo los pies de los partidos revolucionarios. La preocupacin de los gobernantes por la eliminacin de la pobreza y la promocin social de los trabajadores sumisos no es propia de Amrica Latina ni del perodo contemporneo. Mucho antes de la gran crisis de 1929 ya haba aparecido el paternalismo del Estado y el intento de movilizar a los trabajadores bajo el control del gobierno. En el Brasil, en 1912, se rene en Ro de Janeiro un congreso obrero bajo la proteccin del presidente Hermes de Fonseca, organizado por su propio hijo. En El Salvador, en 1918, la dinasta gobernante Quiones-Melndez crea un partido oficial muy similar a una estructura sindical30 para las elecciones presidenciales, llamado Liga Roja, que agrupa a obreros y campesinos con la oferta de aumentos salariales e incluso puestos electivos locales. La Liga sirve tambin de fuerza de choque contra los adversarios polticos del clan que detenta el poder. Pero el proceso de estatizacin del movimiento obrero comienza realmente a partir de 1930. En su origen se advierte la aspiracin de los gobiernos autoritarios de controlar la clase obrera en un perodo de crecimiento econmico rpido y tensiones sociales agudas, as como de obtener su propia legitimidad. Demuestran una concepcin corporativista y arbitral del papel del Estado. Rompiendo con la tradicin liberal que prevaleca hasta entonces, convierten a diferentes sectores de la sociedad civil en prolongaciones del aparato estatal. La comunidad organizada es el ideal de una sociedad donde los conflictos, si no dejan de existir, se someten a las normas imperiosas del poder pblico. Con este fin, ste se arroga el derecho de intervenir en todas las organizaciones sociales y, en particular, en aquellas que pueden hacer peligrar la cohesin nacional y el statu quo social. El paso del sindicalismo combativo y opositor al participativo se ve facilitado por el rpido crecimiento de la clase obrera: los nuevos proletarios, venidos del campo, carentes de tradicin de lucha, no han sido contaminados por ideologas avanzadas que les puedan inculcar una conciencia anticapitalista. Por el contrario, para ellos, el estatus de obrero significa un verdadero ascenso social gracias al trabajo asalariado y las ventajas del modo de vida urbano. Un factor se agrega al anterior para favorecer la movilizacin obrera pro gubernamental. Las repetidas frustraciones de las reivindicaciones obreras, ante la ceguera conservadora de las clases dirigentes, le permiten a un gobierno autoritario y reformista obtener a bajo costo el reconocimiento y el apoyo de los trabajadores. El control del movimiento obrero por el gobierno significa, como contrapartida, que los dirigentes sindicales tienen acceso a los puestos gubernamentales, lo que constituye una verdadera revolucin para esas sociedades rgidamente jerarquizadas. La cooptacin de los lderes obreros por el Estado, as como la promulgacin autoritaria de una legislacin social, le dan
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Torres Rivas. E. y cols.: Centro Amrica hoy. Mxico. Siglo XXI. 1975, pg. 94; Guidos Vejar. R.: Ascenso del militarismo en El Salvador, San Jos, EUCA. 1982. pgs. 121-122

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al rgimen una dimensin popular y le proporcionan los medios para alejar al mundo obrero de las peligrosas vas de la protesta. La estructuracin de este tipo de sindicalismo, que requiere un cambio poltico fundamental y relativamente dramtico revolucin o golpe de Estado implica en los hechos la abolicin del pluralismo sindical y sus diferenciaciones ideolgicas. Se admite legalmente un solo sindicato por empresa o por rama de la industria, o bien se anula el pluralismo, reconociendo al sindicato mayoritario la propiedad del contrato de trabajo e incluso el monopolio de la contratacin. Evidentemente, es el Estado el que reconoce el derecho de existencia de una organizacin, otorgndole o negndole la personera jurdica. El Ministerio de Trabajo controla los resortes de la vida sindical: estatutos, elecciones internas, recursos econmicos. Los sindicatos de Estado, situados en las antpodas de las sociedades de resistencia semiclandestinas, son reconocidos a veces como organizaciones de bien pblico, y a tal efecto el legislador ha previsto la financiacin permanente de sus actividades. En esos casos, aunque la afiliacin sindical no es obligatoria, el pago de la cuota s lo es. Retenida por el patrn sobre los salarios de todos los empleados, sindicalizados o no, sirve, sobre todo en el Brasil y la Argentina, para proporcionar servicios sociales a los afiliados. Las organizaciones sindicales de esos dos pases actan como mutuales al administrar servicios mdicos, centros de recreacin, cooperativas de crdito para la vivienda e incluso escuelas y hoteles. Tienen en sus manos un patrimonio importante, cuya administracin priva sobre la defensa de los intereses de los trabajadores afiliados. Estas responsabilidades generalmente provocan la aparicin de una burocracia sindical ms oportunista que combativa, siempre dispuesta a hacer arreglos con la patronal y el Estado, frecuentemente corrupta y que no vacila en recurrir a la violencia pblica o privada para mantener su puesto a la cabeza de las organizaciones. Un nuevo tipo de dirigente sindical hace su ingreso en la escena poltica y social, reemplazando a los lderes heroicos de principios de siglo, as como los sindicatos estatizados han reemplazado al sindicalismo revolucionario gracias al poder del Estado. Estos burcratas parecen conformar una suerte de capa intermediaria entre la patronal y el mundo obrero.31 De sus filas surgen caudillos nacionales que se convierten en actores polticos de primera fila, como el metalrgico argentino Augusto T. Vandor en la dcada de 1960, o en Mxico el inamovible Fidel Velzquez, secretario general de la Confederacin de Trabajadores Mexicanos casi ininterrumpidamente desde 1941. Mientras el Estado supervisa con mayor o menor celo de acuerdo con el pas y la poca el funcionamiento de esos sindicatos de derecho pblico, las direcciones sindicales tienen la responsabilidad de mantener a los trabajadores en la va recta de la solidaridad nacional y la armona social. Una ideologa nacionalista y multiclasista sirve de antdoto a los venenos del internacionalismo proletario que, se dice, debilita el cuerpo social en beneficio de intereses aptridas. Pero existen armas ms temibles para poner en vereda a los elementos alborotadores y contestatarios. En Mxico, el monopolio sindical de la contratacin y la clusula de exclusin inscrita en las convenciones colectivas permite al
Es el sentido del trmino pelego que se les aplica en el Brasil y designa el pellejo de cordero que se coloca sobre el lomo del caballo, debajo de la montura. En Mxico se emplea el trmino charro, que designa a un jinete en traje tpico. Se dice que fue originalmente el sobrenombre de uno de los ejemplares ms notables de dirigente oficial, corrupto y poco representativo, Jess Daz de Len, lder del sindicato ferroviario durante los sucesos de 1958.
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patrn despedir a cualquier trabajador separado del sindicato. No obstante, contrariamente a algunas ideas corrientes, los burcratas sindicales no se imponen solamente por la fuerza y violando la democracia interna, aunque no faltan ejemplos de esa forma de proceder. Deben tener cierta representatividad y contar con la confianza de parte de sus mandantes a fin de no perder la del Estado y la patronal. La obtienen gracias a su capacidad para resolver ciertos problemas profesionales que no ponen en tela de juicio la poltica general del gobierno ni los intereses patronales, y tambin al lograr ciertas ventajas corporativas que les permiten renovar su legitimidad ante las bases. La autonoma relativa de esos sindicatos estatizados es el precio de la paz social. La funcin delicada y ambigua de sus dirigentes consiste en manipular el poder sindical cuando es posible, y en movilizarlo si es necesario, utilizando al Estado ora contra la patronal, ora contra sus propios afiliados, a fin de evitar desbordes y resbalones. Mxico seal el camino tanto de las polticas sociales progresistas como de la unidad obrera y la integracin ms avanzada de las organizaciones sindicales detrs de la fachada pluralista. Como se ha dicho, los anarquistas de la Casa del Obrero Mundial no vacilaron en aliarse con Obregn. En la guerra civil, conformaron los batallones rojos obregonistas que combatieron contra los ejrcitos campesinos de Zapata y Villa. La movilizacin obrera en las filas constitucionalistas se tradujo en la nueva constitucin de 1917, cuyo artculo 123 reconoce el movimiento obrero y sanciona los derechos de los trabajadores. En 1918 se crea la Confederacin Regional Obrera Mexicana (CROM) bajo la gida del gobierno. Su secretario general, Luis N. Morones, es partidario de Obregn y luego de Calles, cuyas aspiraciones presidenciales cuentan con el apoyo de la central obrera en 1924. Morones llega a ser ministro de Industria, Comercio y Trabajo. Muchos dirigentes de la CROM son diputados, senadores, gobernadores de estados. La central adquiere una fuerza tal que su brazo poltico, el Partido Laborista Mexicano, postula la candidatura presidencial de Morones. Pero sus ambiciones preocupan a Calles y Obregn, el Estado quita su apoyo a la Confederacin y sta se debilita rpidamente. Durante diez aos, Morones ha sido el amo indiscutido del movimiento obrero mexicano. Es l quien decreta la legitimidad o ilegitimidad de una huelga. Todo intento de organizacin contra la opinin y la voluntad de la CROM es aplastado implacablemente. Hasta el da en que el Estado le retira su apoyo. En 1936 se funda una nueva central, la Confederacin de Trabajadores Mexicanos, que obtendr algunos xitos. Primero, porque apoya oportunamente la poltica nacionalista del presidente Crdenas, sobre todo a partir de la expropiacin petrolera de 1938, que despierta la hostilidad de los Estados Unidos. Segundo, porque la coyuntura favorece el proyecto unitario de su primer secretario general, el socialista Lombardo Toledano, quien no oculta su simpata por la Revolucin Rusa. En 1940, la CTM ya cuenta con un milln de afiliados. Pero el Estado se impone y el cambio de presidente eleva a la secretara general a Fidel Velzquez, quien por su parte no oculta su simpata por los procedimientos conciliadores y su activa hostilidad hacia las doctrinas anticapitalistas del movimiento obrero. La CTM se convierte en la organizacin sindical ms poderosa, pero no es la nica. Aunque el pluralismo fomentado por el gobierno no ha podido limitar la fuerza de la central de Fidel Velzquez, la buena voluntad manifestada por algunos presidentes hacia las organizaciones rivales ha servido para atemperar las ambiciones cetemestas. Pero la CTM y sus 3,5 millones de afiliados son por estatuto miembros del partido oficial, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y constituyen la parte esencial de su rama obrera y la tercera parte de sus efectivos. Los sindicatos proporcionan al Estado diputados, 265

senadores y gobernadores, asegurando as la smosis entre las dos instituciones. La integracin de los sindicatos estatizados en el partido de los trabajadores es sin duda uno de los factores de la estabilidad poltica mexicana. Las relaciones laborales se rigen por la ley federal del trabajo, promulgada en 1931 en aplicacin del artculo 123 de la Constitucin. Establece una serie de restricciones muy rgidas para la iniciativa en materia sindical, ya que permite quitar todo medio de expresin legal a las tendencias sindicales no oficiales. El cuerpo de normas represivas incluye la atribucin del monopolio sindical a la organizacin ms representativa que con ello se convierte en titular del convenio colectivo de trabajo, numerosas limitaciones del derecho de huelga y procedimientos arbitrales que otorgan un poder desmesurado a las juntas de conciliacin y arbitraje. En el Brasil, a partir de la revolucin de 1930, bajo la presidencia provisional de Getulio Vargas y despus bajo la dictadura del Estado novo impuesta en 1937, la elite modernizadora trata de incorporar la clase obrera a la sociedad [...] sin provocar rupturas del orden social tradicional.32 La Consolidacin de las leyes del trabajo de 1943, que rige las instituciones sindicales de acuerdo con la visin corporativista de sus redactores, define as los deberes de los sindicatos (artculo 514, todava en vigencia en 1985): Los deberes de los sindicatos son los siguientes: a) colaborar con los poderes pblicos en la promocin de la solidaridad social; [...] c) promover la conciliacin en los conflictos de trabajo [...]. Los poderes pblicos y los sucesivos ministros de Trabajo siempre han hecho hincapi en la funcin de los sindicatos como organizaciones de asistencia social. Una encuesta realizada en los sindicatos textiles de San Pablo en 1961,33 revel que a los nuevos afiliados los atraa ms las prestaciones y los servicios sociales que las perspectivas de la accin colectiva y la poltica reivindicativa. Indudablemente no es casual que la legislacin sindical corporativista creada por Vargas haya sobrevivido a la cada de su rgimen. En 1945, la vida poltica es democratizada por los liberales, que instauran una constitucin representativa, pero el proceso se detiene en las puertas de los sindicatos, conservando la subordinacin de stos al Estado. Al mismo tiempo, se relajan los controles estatales sobre el movimiento obrero de manera que, en 1964, al fin del gobierno de Goulart, la mayora de los antiguos pelegos han cado de los puestos ms importantes y las relaciones entre el Estado y los sindicatos parecen funcionar en sentido inverso: stos ejercen tal influencia sobre la poltica del gobierno que la oposicin denuncia la amenaza de una supuesta repblica sindicalista. En 1964, con el ascenso de los militares al poder, se vuelve a aplicar la legislacin laboral del Estado novo en un sentido sumamente represivo, sobre todo durante el primer ao del nuevo rgimen. A partir de la revolucin del 31 de marzo se vuelve una prctica habitual que el ministro de Trabajo reemplace una direccin sindical electa por un delegado del gobierno: se registran 432 casos de ello durante el primer ao y otros 104 hasta 1974. El sindicalismo argentino contemporneo naci bajo el peronismo. Es sabido que el coronel Pern, entonces secretario de Trabajo y Previsin del gobierno militar instaurado
Erikson, K.P.: Corporatism and Labor in Development, en Rosenbaum, H.L., Tyler, W.G. y cols.: Contemporary Brazil: issues in Economic and Political Development. Nueva York, Praeger, 1972, pgs. 139145. 33 Boletim do DIEESE,1, 9 de enero de 1961, citado por Erikson, K.P.,loc.cit
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en 1943, supo aplicar una mezcla juiciosa de mejoras sociales inesperadas y represin selectiva para robarles los sindicatos a los comunistas y socialistas que los dirigan a fin de crear una Confederacin General del Trabajo progubernamental que ser la base de su eleccin a la presidencia en 1946. Durante su primera presidencia (1946-1951) se produce una considerable expansin y consolidacin del sector sindical. La CGT, central nica, con 434.814 afiliados en 1946, llega a 2.344.000 en 1951 (los peronistas dan la cifra, evidentemente exagerada, de cinco millones en 1955); en la dcada de 1970 y quizs an hoy, la Argentina tiene la tasa de sindicalizacin ms elevada del continente (vase el cuadro adjunto). Mientras el sindicalismo conoca un desarrollo espectacular gracias a la legislacin justicialista (sindicato nico por rama, cuota obligatoria, etctera), el control del movimiento obrero por el Estado no se limitaba a la imposicin del nacionalismo y la conciliacin de clases como ideologa oficial y la tutela del Ministerio de Trabajo sobre la vida de las organizaciones. Al identificarse por completo con el peronismo, en 1950 la CGT se convierte en una de las tres ramas del partido gobernante, la ms poderosa de ellas.
Afiliacin sindical y poblacin activa En Amrica Latina (1960) Pas Afiliados a los sindicatos Poblacin activa % de sindicalizacin sobre poblacin activa 31,7 11,5 10,6 6,9 5,7 65,4 32,0 16,6 5,1 4,4 1,2 0,4 3,0 18,5 3,4 4,4 3,9 18,2 17,7 15,8

2.576.186 Argentina 200.060 Bolivia 2.500.000 Brasil 300.071 Colombia 23.000 Costa Rica Cuba 1.503.795 800.000 Chile 188.000 Repblica 84.800 Dominicana Ecuador 36.012 El Salvador 16.000 Guatemala 9.517 Hait 18.150 Honduras 2.101.945 16.000 Mxico 15.000 Nicaragua Panam 20.000 Paraguay 550.000 197.118 Per Uruguay 10.755.654 Total FUENTE: OEA, Amrica en cifras, Washington, 1965.

8.122.400 1.736.900 23.419.000 4.720.000 398.000 2.297.400 2.356.000 1.160.600 1.666.400 807.000 1.306.500 2.344.000 869.400 11.332.000 460.800 337.000 515.600 3.029.900 1.111.480 67.990.380

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Pero a pesar de esta subordinacin, la CGT no se opondr al derrocamiento de Pern por los militares en septiembre de 1955, ya que sus dirigentes aspiran por un lado a salvaguardar las instituciones sindicales y su patrimonio y por el otro a defender la legislacin peronista contra los partidarios de un sindicalismo pluralista y democrtico. Hasta 1973, los sindicatos sern la columna vertebral del peronismo proscrito, con xito tanto mayor por cuanto en los medios obreros urbanos persiste, a pesar de todo, la nostalgia por la edad de oro del perodo 1946-1955, simbolizado por la figura de Pern. Frente a la hostilidad de los gobiernos sucesivos, el movimiento, dirigido a la distancia por Pern desde su exilio europeo, encarna la protesta contra una sociedad injusta y una democracia trunca. Pero al mismo tiempo, la burocracia, que suele utilizar mtodos reprobables para conservar su puesto a la cabeza de los sindicatos, no vacila en acercarse a los gobiernos, sobre todo militares, para obtener algunas ventajas. Ms que las reivindicaciones sociales, el acrecentamiento del poder de los aparatos sindicales se convierte en un fin en s mismo. Cuando Pern, que ha alentado sin reservas a todos los que reivindican su figura, desde la ultraizquierda armada hasta la extrema derecha fascistoide, vuelve al gobierno en 1973, los sindicatos, cuyas ambiciones polticas parecen no tener lmites, constituyen la punta de lanza de la ortodoxia peronista prepotente contra la izquierda simpatizante de la guerrilla. Con su soberbia y su corrupcin, la patria sindical34 contribuy en buena medida a la desintegracin del movimiento peronista y al proceso de autodestruccin del gobierno popular, proceso que desemboc en el golpe de Estado militar de marzo de 1976 y la terrible dictadura instaurada por l. El proceso de burocratizacin y estatizacin de los sindicatos no siempre sigue el esquema descrito en estos tres casos. El control estatal del movimiento obrero es ms fuerte en Amrica Latina que en los pases industrializados, incluso en las sociedades latinoamericanas donde la clase obrera tiene una antigua tradicin de lucha y las ideologas anticapitalistas predominan en el movimiento sindical, pero no siempre conduce a la pacificacin de las reivindicaciones ni a la desmovilizacin de los trabajadores. Sean unitarios como los de Chile y el Uruguay antes de 1973, o pluralistas como los del Per y Colombia, los sindicatos de minoras combativas de ninguna manera han desaparecido de la superficie del continente. En la CUTCH chilena y la CNT uruguaya, antes de 1973, se producan grandes luchas entre las distintas tendencias con la activa participacin de los partidos de izquierda. Por su parte, la COB boliviana, cuyo ncleo combativo es la federacin minera, oscila entre un discurso revolucionario de origen trotskista y la reivindicacin de la cogestin, propia de los reformistas. En el Per, como en la Europa mediterrnea, el mundo sindical muestra divisiones ideolgicas. La Confederacin General de Trabajadores del Per (CGTP), la central obrera ms fuerte, es afn al Partido Comunista, cuyo caudal electoral es, sin embargo, escaso. La CTP, fundada por el aprismo en 1944, se debilit a causa del descrdito sufrido por el APRA despus de varias dcadas de alianza con la derecha. La CNT, dirigida por la democracia cristiana, posee una influencia muy limitada. En 1972 se fund la Central de Trabajadores de la Revolucin Peruana (CTRP) con el (CTRP) con el fin de dar apoyo al rgimen militar reformista del general Velasco Alvarado. Esta organizacin de tipo peronista, pero que, a diferencia de la CGT argentina, no se benefici con el monopolio sindical, tuvo cierta influencia entre
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Se habla de patria sindical e incluso de patria metalrgica para fustigar la soberbia y el egosmo corporativista de los sindicalistas o de los lderes del sindicato metalrgico, que ejercan su influencia sobre las decisiones gubernamentales como si el Estado y el pas estuvieran al servicio de sus intereses.

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1975 y 1980, gracias a las reformas sociales y los mecanismos de cogestin instaurados por los militares. Finalmente, para completar el espectro ideolgico, un Comit de Coordinacin y Unificacin Sindical de Clase (CCUSC) agrupa los sindicatos influidos por la extrema izquierda revolucionaria, principalmente maosta. A pesar del sectarismo del partido Patria Roja que lo orientaba ideolgicamente, el CCUSC tuvo su momento de gloria cuando ingres en sus filas el importante y muy combativo Sindicato nico de los Trabajadores de la Educacin del Per (SUTEP), que se desafili en 1981. En Colombia, la identificacin de las grandes centrales rivales con los partidos tradicionales la CTC con los liberales, la UTC con los conservadores as como la funcin de distribucin de servicios asumida aqu por la organizacin sindical, no han logrado desterrar por completo las prcticas reivindicativas independientes. No siempre existe una diferencia esencial entre el sindicalismo estatizado y ciertas formas de pluralismo sindical. Transformaciones en la clase obrera y nuevas actitudes La supervivencia de legislaciones sindicales corporativistas, elaboradas en el perodo entre las dos guerras con el fin de imponer la paz social, no ha seguido la evolucin de las sociedades afectadas. Los mecanismos apropiados para las sociedades de masas, donde las clases en formacin presentan contornos muy ambiguos, entran en crisis de manera ms o menos grave y evidente, en las sociedades modernizadas. El paternalismo del Estado entra en contradiccin con las aspiraciones democrticas de la mayora de los ciudadanos e incluso, frecuentemente, con la ideologa liberal del gobierno. Por eso los sectores ms dinmicos del movimiento obrero tratan de romper el cascarn de la estructura sindical estatizada para expresar con total independencia sus reivindicaciones. En la Argentina, aunque durante el perodo 1946-19551as relaciones capital-trabajo no fueron tan idlicas como pretende la mitologa peronista como lo demuestran las numerosas huelgas ilegales y la represin que sufrieron sus dirigentes, durante la segunda poca del peronismo (1973-1976) la rebelin de las bases sindicales, paralela a la radicalizacin de la vida poltica adquiri dimensiones realmente significativas. Tanto es as que, ante la aparicin de sindicatos de empresa no peronistas y los xitos obtenidos por las listas de oposicin democrtica en elecciones fabriles o regionales, el gobierno recurri a una reforma de la ley de asociaciones profesionales que acrecienta de manera arbitraria el poder centralizador de los dirigentes sindicales nacionales y extiende sus privilegios. Durante este perodo de conmociones, en que la burocracia apoyada por el aparato estatal utiliza la violencia y el gangsterismo para reprimir a los sectores contestatarios, se produce una gran cantidad de conflictos y huelgas muy duras, no de los trabajadores contra la patronal sino de los sindicatos locales contra la direccin nacional, dispuesta a todo para aplastar cualquier intento de desarrollo de un sindicalismo clasista, es decir, de izquierda. En Mxico, los focos de insurgencia sindical que aparecen en perodos de crisis, como el de los ferroviarios en 1958, son sofocados rpidamente mediante una cuidadosa mezcla de represin y cooptacin. El asalto ms amplio y prolongado contra las dirigencias oficiales se produjo durante el perodo presidencial de Luis Echeverra (1970-1976). El surgimiento de una fuerte tendencia democrtica, de caractersticas novedosas, que finalmente lleg a un acuerdo con el sindicalismo charro, y la aparicin de un gremialismo combativo en las industrias de punta, fue el producto de una tolerancia oficial que, frente a la oposicin de la CTM, ni siquiera continu hasta el fin del mandato presidencial. Todos 269

los intentos disidentes de tomar democrticamente el control de los dos sindicatos ms fuertes y, sin duda, los ms corruptos del pas, el de los petroleros (STPRM) y el de los docentes (SUTEP), han fracasado. Por fuera de los sindicatos independientes y/o amarillos, el sindicalismo combativo y de oposicin slo existe en algunas organizaciones de empresa o de rama entre los cuello blanco y los tcnicos. La punta de lanza de la izquierda sindical mexicana se encuentra hoy entre los trabajadores universitarios (STUNAM, SUNTU) y los de la industria nuclear (SUTIN). En el Brasil, la apertura poltica y el debilitamiento del rgimen sindical inyectaron un nuevo dinamismo al movimiento sindical, hasta entonces aprisionado en su cors estatal. La aparicin de una oposicin sindical y un nuevo sindicalismo en los grandes bastiones industriales del Sur fue un proceso paralelo a la reaparicin pblica de la izquierda tradicional y la creacin de nuevas organizaciones obreras como el Partido de los Trabajadores, del popular dirigente sindical Luis Ignacio da Silva (Lula), apoyado por la Iglesia. Pero la debilidad tradicional del sindicalismo brasileo y las nuevas divisiones ideolgicas que lo afectan no permiten determinar por ahora si el retorno de los civiles al poder en 1985 tendr repercusiones en el campo sindical. En efecto, la alianza de la izquierda ortodoxa (sobre todo el Partido Comunista) con los burcratas y la defensa de la unidad sindical contra los peligros que supuestamente traera el pluralismo podra llevar, como en 1946, si no al reforzamiento del poder estatal, por lo menos a la conservacin de un cierto control pblico. Sin embargo, los objetivos de liberacin y autonoma sindicales gozan de indudable adhesin en el mundo del trabajo. Otro fenmeno propio del ltimo perodo es la creciente sindicalizacin de los trabajadores de cuello blanco y los servicios profesionales. Entre 1960 y 1978, la tasa de sindicalizacin (sobre la base 100 en 1960) lleg a 489 en las profesiones de la educacin y la cultura, 339 en las de comunicacin y publicidad, 363 en las profesiones liberales, pero 362 para la industria, 291 para el transporte terrestre y 120 para los dems medios de transporte.35 Sin duda, el fenmeno ms sorprendente de los ltimos aos est relacionado con la evolucin de las clases obreras en funcin de las polticas econmicas. Mientras las polticas industriales voluntaristas aumentaron los puestos de trabajo fabriles y afines, las polticas ultraliberales de desindustrializacin provocaron la contraccin del mercado laboral. En el Brasil del milagro (1970-1976) y la euforia econmicos, el nmero de obreros industriales (incluida la minera) aument en un noventa por ciento, de 2.600.000 a 4.900.000. En cambio, la decadencia industrial provocada por los mtodos de shock de los Chicago boys en el Chile del general Pinochet provoc una contraccin significativa de la mano de obra. De 1970 a 1982, el porcentaje de obreros en la poblacin activa se redujo del 38,1 al 23,3. En trminos globales, el nmero de asalariados disminuy en el mismo perodo en un 15,2 por ciento, en tanto el de trabajadores no asalariados (cuentapropistas o empleados en trabajos familiares no remunerados) aument en un 36,2 por ciento. La categora de trabajadores familiares, una forma disimulada de desempleo, aument en un trescientos por ciento. Estas transformaciones del mercado laboral y el desarrollo de un sector informal que incluye varias formas de subempleo no impidieron que el desempleo
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Segn Tavares de Almeida, M.H.: "O sindicalismo brasileiro entre a conservao e a mudana, en Sorj, B., Tavares de Almeida, M.R. y cols.: Sociedade e poltica no Brasil, pos-64. San Pablo, Brasiliense, 1983, pgs. 192-195.

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stricto sensu alcanzara una tasa del 19,6 por ciento en octubre-noviembre de 1982. La desocupacin y el subempleo afectaban en ese momento al 33 por ciento de la poblacin activa, es decir, a uno de cada tres chilenos. La concentracin del mercado del trabajo industrial y la desproletarizacin de la poblacin activa alcanzaron cifras igualmente notables en la Argentina, donde algunos analistas atribuyen a ese fenmeno la derrota electoral sufrida por el peronismo en 1983. En efecto, en 1947 haba 7,4 asalariados en la industria por cada cien habitantes, cifra que se redujo a 5,9 en 1980. El total de obreros industriales baj de 1.050.000 en 1973 a 700.000 en 1980. La disminucin de los puestos de trabajo en las empresas y los servicios pblicos bajo el ltimo rgimen militar (19761983), as como la contraccin en la industria de la construccin redujeron an ms el empleo industrial y provocaron un aumento indito de los trabajadores autnomos (cuentapropistas): conjunto heterogneo de pequeos comerciantes, trabajadores de servicios, reparadores de electrodomsticos, transportistas, revendedores, etctera, cuyo nmero triplica el de los obreros industriales (2.260.000 en 1983).36 Cabe preguntarse si estos procesos paralelos anuncian el fin de la clase obrera latinoamericana. En todo caso, los dos ejemplos muestran las evoluciones de categoras sociales que no han cesado de sufrir transformaciones desde su aparicin. Este avatar, de consecuencias duraderas, ciertamente no ser el ltimo. No ha reducido el peso poltico de los sindicatos en los pases afectados, como lo demuestran el lugar que ocupa el Comando de Trabajadores chilenos en las protestas contra el rgimen del general Pinochet o el fracaso del proyecto de reforma democrtica de la legislacin sindical argentina en 1984. ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Angell (Alan), Peruvian Labour and the Military Government since 1968, London, University of London, Institute of Latin-American Studies (working papers). Campero (Guillermo), Valenzuela (Jos), El Movimiento sindical en el rgimen militar chileno (1973-1981), Santiago, ILET, 1984. Cardoso (Ciro F.) et al., La Clase obrera en la Historia de Mxico. De la dictadura porfirista a los tiempos libertarios, Mxico, UNAM-Siglo XXI, 1980. Domitila, Si on me donne la parole ... La vie dune femme de la mine bolivienne (tmoignage recueilli par Moema Viezzer), Paris, Maspero, 1980. Fausto (Boris), Trabalho urbano e Conflicto social (1890-1920), So Paulo, DIFEL, 1976. Godio (Julio), Sindicalismo.y Polilica en Amrica Latina, Caracas, ILSIS, 1983. Little (Walter), La organizacin obrera y el Estado peronista. 1943-1955, Desarrollo econmico (Buenos Aires), oct.-dc. 1979, p. 331-376. Pcaut (Daniel), Histoire et structure du syndicalisme en Colombie, Problemes dAmrique latine, n 9, juillet 1968, p. 29-48. Reyna (Jos Luis), Zapata (Francisco) et al., Tres Estudios sobre el movimiento obrero,
36

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el mundo subdesarrollado, especialmente en el frica negra, por no hablar de la instauracin de una dictadura militar en el Surinam holands, poblado por descendientes de inmigrantes asiticos, bastara para relativizar la validez de esa tesis. Otros proponen una versin ms elaborada de la misma explicacin. Segn esta interpretacin historicista, el militarismo de hoy sera heredero y continuador del caudillismo de ayer, fruto de la anarqua de las guerras de la independencia. Veintin aos de rgimen militar en el Brasil (1964-1985) contradicen esta afirmacin en vista del carcter negociado y pacfico de la emancipacin de la antigua colonia lusitana. Al mismo tiempo, la falta de una continuidad reconocible entre el poder depredador de los seores de la guerra del siglo XIX y las formas de gobierno que rigen los Estados contemporneos salta a la vista. En Mxico, donde el caudillismo ocup un lugar privilegiado, desde el extravagante presidente Santa Anna, a mediados del siglo pasado, hasta los conductores de hombres durante la tormenta revolucionaria, no ha habido un intento de golpe desde hace ms de cuarenta aos. Venezuela fue gobernada desde la independencia hasta 1940 por dictadores que tomaron el poder por asalto, y sin embargo, a partir de 1958, el pas se ha convertido en un modelo de democracia representativa estable. Por el contrario, los paradigmas de la inestabilidad y la presencia militarista de hoy conocieron ayer, despus de los trastornos y las incertidumbres de la independencia, largos perodos de dominacin civil y sucesin ininterrumpida de autoridades legales. La Argentina de 1862 a 1930, as como el Per. Chile. Bolivia y El Salvador a fines del siglo XIX, son ejemplos de esta solucin de continuidad entre el perodo poscolonial y la poca del militarismo contemporneo. Por otra parte, a fin de situar al militarismo dentro de sus verdaderos lmites histricos, conviene sealar que no existe punto de comparacin entre los jefes de bandos en las luchas intestinas, guerreros aficionados provistos de ttulos rimbombantes, y los oficiales de carrera. El caudillo, militar improvisado, nace en medio del derrumbe del Estado colonial espaol y la desorganizacin social. El oficial es hombre de organizacin, slo existe por y para el Estado. Los ejrcitos modernos son instituciones pblicas burocratizadas que detentan el monopolio tcnico de la aplicacin de la violencia legal; los caudillos representan la violencia privada que se levanta contra el monopolio estatal o sobre sus ruinas. El pasado no sirve para comprender el presente si se confunden los actores y sus papeles. En pocas ms cercanas, la concepcin conspirativa de la historia, generalmente acompaada por un economismo sin matices, ha hecho hincapi en las interpretaciones instrumentales del poder militar. Desde el golpe de Estado brasileo de 1964 y, sobre todo, el chileno de 1973, se ha impuesto la idea de que los ejrcitos latinoamericanos son manipulados desde el exterior. De esa manera se hace responsable a la potencia tutelar por la usurpacin militarista. Segn esta visin, los militares del subcontinente son meras prolongaciones del aparato militar norteamericano, defensores acrrimos de los intereses de los Estados Unidos. Algunos analistas llegan a decir que estos ejrcitos no son sino los partidos polticos del gran capital internacional. La instauracin de regmenes autoritarios respondera a las necesidades del desarrollo capitalista en su etapa actual. Sea porque el capital multinacional y la nueva divisin del trabajo requieren un gobierno fuerte, represor de los movimientos sociales, para garantizar las inversiones; sea, mejor an, porque el paso de la industria liviana a industria pesada de bienes de equipamiento no se puede efectuar en un marco democrtico y civil. De acuerdo con esta hiptesis, los ejrcitos estaran de alguna manera programados para garantizar la profundizacin del proceso de industrializacin. 273

Estas interpretaciones se apoyan sobre una serie de datos concretos. Se hace hincapi, con justa razn, en la dependencia de los ejrcitos latinoamericanos con respecto al Pentgono desde hace veinte aos; se recuerda la influencia decisiva de los Estados Unidos sobre los militares del subcontinente a travs de los cursos en las escuelas norteamericanas, sobre todo las de la zona del canal de Panam. Se destaca la autora norteamericana de la doctrina de la seguridad nacional, segn la cual la amenaza esencial para los estados mayores sudamericanos es el enemigo interior, y los ejrcitos deben defender las fronteras ideolgicas. Por ltimo, la conducta de ciertas multinacionales frente a los gobiernos democrticos reformistas como la lIT en Chile bajo la Unidad Popular y la simpata activa expresada por los grandes intereses econmicos extranjeros hacia las dictaduras seran pruebas suficientes del papel directo de esas empresas en la aparicin de los regmenes militares. Pero, como es sabido, las interpretaciones instrumentalistas tienen un alcance analtico limitado en la medida que desconocen los mecanismos singulares que inician los procesos polticos. Identificar a los beneficiarios de un gobierno con sus instigadores y detentadores es hacer gala de una superficialidad escolstica y un desconocimiento total de las mediaciones as como de los desbordes y efectos perversos que caracterizan la accin colectiva. Por otra parte, los regmenes autoritarios latinoamericanos no nacieron simultneamente con la internacionalizacin de los mercados internos que caracteriza la etapa presente del desarrollo econmico. Si esto significa que las inversiones extranjeras prefieren los regmenes de orden a los gobiernos populares, se trata de una verdad demasiado antigua y, en definitiva, de una perogrullada. Semejante correlacin mecnica entre los movimientos del capitalismo internacional y la aparicin de regmenes autoritarios corresponde a un enfoque en gran medida mitolgico, que la realidad se ha encargado de desmentir con toda crudeza. En efecto, el inters de las multinacionales por invertir en el Chile de los Chicago boys, en el Uruguay liberalizado de 1973 y en la Argentina de puertas abiertas del seor Martnez de Hoz, superministro de Economa de la dictadura de 1976, brilla por su ausencia. As, el capital internacional sabe instaurar regmenes de acuerdo con sus intereses, pero no aprovecharlos! Prueba de ello es la poltica de desinversin en la Argentina de las sucursales de las empresas extranjeras entre 1978 y 1982. Por otra parte, esta teora no explica el perodo de 1979 a hoy da, en el cual las dictaduras han entrado en reflujo y los militares se han retirado a sus cuarteles en casi todos los pases del subcontinente. Asombrosa versatilidad, la del imperialismo norteamericano y esos monstruos fros que son los grandes conglomerados industriales. Habra que explicar por qu la necesaria complementaridad del gran capital y el militarismo represivo, denunciada en 1976, se evapor en 1985. Es una verdad innegable que a partir de la dcada de 1960 los dirigentes de Washington han tratado de ganar a las elites militares del subcontinente para las perspectivas estratgicas de los Estados Unidos y hacerlas actuar como agencias locales de la potencia norteamericana. Pero es ingenuo afirmar que semejante proyecto ha obtenido un xito total y que los militares latinoamericanos, vctimas de una socializacin focalizada en beneficio del imperio, han renegado de sus valores nacionales. Por ms que el Pentgono determine las misiones de los ejrcitos del subcontinente y les dicte cursos en Panam, lo cierto es que surgen regmenes como el de los coroneles socializantes de Velasco Alvarado en el Per en 1688, el gobierno progresista del general Torres en Bolivia a principios de la dcada de 1970 y, en la misma poca, el rgimen nacionalista de Torrijos en Panam. Por no hablar de los jefes de la guerrilla guatemalteca, entre los cuales se 274

contaban oficiales jvenes, egresados recientes de los cursos antiguerrilla del Pentgono. La ambivalencia de los adoctrinamientos de todo tipo es conocida desde hace mucho tiempo. El militarismo contemporneo no constituye una fatalidad histrica ni geogrfica: ni el determinismo cultural ni la manipulacin exterior explican un fenmeno en el que se combinan factores nacionales y transnacionales. El estudio del papel poltico de los militares en un perodo prolongado revela que slo rara vez actan como instrumentos pasivos de fuerzas interiores o exteriores, aun cuando ambas tratan de ganarse los favores del poder marcial. El papel poltico de los ejrcitos no es siempre el mismo en el tiempo ni en el espacio latinoamericano. Tampoco obedece a causas nicas o sencillas. Es la expresin de configuraciones sociales y modelos de desarrollo poco propicios para el orden representativo. Por otra parte, el fenmeno tambin guarda relacin con la naturaleza de los ejrcitos, con su insercin en la sociedad y el Estado. Por cierto que las races ltimas de la hegemona marcial no se encuentran en la sociedad militar, ni los ejrcitos son los responsables principales de la inestabilidad crnica que sufren algunas naciones, cualesquiera que sean la ambicin o la codicia de sus oficiales. Pero es imposible comprender el poder militar sin conocer los ejrcitos con su formacin, evolucin y modo de funcionamiento poltico propiamente dicho. Los datos histricos: periodizacin y variedad de las experiencias nacionales. Aunque no se puede hablar de militarismo en sentido estricto antes de la aparicin de los ejrcitos permanentes y los oficiales de carrera, las instituciones militares reflejan originalmente la imagen de sus respectivas sociedades nacionales con sus rasgos concretos, as como la naturaleza y el grado de consolidacin del Estado. Como brazos armados del aparato estatal, no pueden dejar de adaptarse a la modalidad de su desarrollo. Por otra parte, no existe afinidad entre los ejrcitos de la mayora de los pases sudamericanos y los de algunas naciones del Caribe y Centroamrica, no slo a causa de sus dimensiones sino principalmente en funcin de la aparicin tarda del Estado en estos pases y el carcter colonial de su surgimiento. Es el caso de Nicaragua, Repblica Dominicana, Cuba, Hait (pero no Guatemala o El Salvador): estos pases, que iniciaron tardamente la construccin de su Estado, despus de las guerras de clanes y caudillos, sufrieron a principios del siglo XX un largo perodo de ocupacin norteamericana37 cuya finalidad, segn el llamado corolario Roosevelt de 1904, era poner trmino al relajamiento generalizado de los vnculos de la sociedad civilizada que los afectaba. Antes de retirarles su proteccin, los Estados Unidos se esforzaron por crear en esos pases cuerpos de hombres armados segn el modelo de los marines. De acuerdo con el espritu que les inculcaron sus creadores, esas guardias nacionales deban ser independientes de las facciones existentes y someter a los ejrcitos privados a fin de imponer el orden, la paz y los intereses norteamericanos. Estas fuerzas indgenas al servicio de la potencia extranjera supieron cumplir la ltima parte de su misin, pero no constituyeron el punto de partida para la construccin de un Estado
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Los Estados Unidos ocuparon Cuba en 1898, despus de derrotar a Espaa y obtener as la independencia de la isla. La ocuparon nuevamente de 1906 a 1909. La Repblica Dominicana sufri la ocupacin entre 1916 y 1924, Nicaragua en dos ocasiones (1912-1925 y 1926-1933). Hait estuvo bajo la proteccin de los marines ininterrumpidamente de 1915 a 1934.

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coherente y autnomo. En el contexto patriarcal de las sociedades nicaragense y dominicana, dos de los pases sometidos a ese tratamiento, las guardias nacionales creadas por la ocupacin yanqui se convirtieron en ejrcitos privados de sus jefes y luego en guardianes de las dinastas Somoza y Trujillo. En los pases sudamericanos, as como en algunos Estados de Centroamrica, se distinguen tres grandes etapas en la evolucin de los ejrcitos y sus papeles, aunque con fluctuaciones paralelas a los avatares de la diplomacia continental y con disparidades importantes, provenientes de las historias nacionales y su irreductible singularidad. Primer perodo: de 1869 hasta la dcada de 1920 se forman los ejrcitos. Segundo perodo: hacia 1920-1930 comienza la era militar. Los ejrcitos profesionalizados se convierten en actores de la vida poltica. Tercer perodo: a principios del decenio de 1960 se internacionaliza el papel de los ejrcitos en el marco de la hegemona norteamericana y bajo el impacto de la guerra fra. En este perodo se destacan coyunturas breves y diferenciadas, en funcin de la coyuntura mundial y la poltica de Washington. El nacimiento de los ejrcitos modernos Los ejrcitos son smbolos de la soberana, como lo son tambin del progreso tcnico y la modernizacin al cambiar el siglo. La creacin de ejrcitos permanentes dotados de un cuerpo de oficiales, de cuadros profesionales, forma parte del proceso de modernizacin extravertida inseparable del crecimiento hacia afuera de las economas nacionales. No es casual que la modernizacin del Estado haya comenzado por su rama militar. Es indudable que los ejrcitos de las naciones dependientes, no industrializadas, slo pueden transformarse y elevar su nivel tcnico por medio de la ayuda exterior. La modernizacin dependiente se efecta no slo mediante la adquisicin de armas a los pases europeos productores sino tambin por la adopcin de modelos de organizacin, entrenamiento y doctrinas de guerra de los pases adelantados de la poca. A principios de siglo existen dos grandes ejrcitos, enemigos entre s, dos modelos militares universales: el alemn, de tradicin prusiana, y el francs. Entre la guerra de 1870 y la Primera Guerra Mundial, los dos pases se lanzarn a una guerra implacable, prolongacin de sus rivalidades europeas, para imponer su influencia en Amrica del Sur. Los premios a tanto esfuerzo no son despreciables. La eleccin de un modelo militar por un pas latinoamericano significa establecer vnculos privilegiados en el terreno diplomtico y en el de la venta de armas. Las decisiones adoptadas por los pases latinoamericanos responden tanto a sus propias rivalidades como a los imperativos europeos del momento. As, a principios de siglo, la Argentina y Chile recurrieron a misiones alemanas para reformar sus ejrcitos y enviaron a sus oficiales a realizar sus estudios ms all del Rin. Los dos ejrcitos sufrieron una germanizacin muy profunda, no slo en cuanto a uniforme, armamento y paso de parada, sino tambin a reglamento interno, organizacin de las unidades y visin de los problemas internacionales. Sin duda, no es casual que Chile y la Argentina fueran los pases que resistieron durante el mayor tiempo las presiones de los Estados Unidos para que se alinearan con los Aliados en la Segunda Guerra Mundial: la Argentina slo declar la guerra al Reich en 1945. Chile, convertido en una suerte de Prusia latinoamericana, sirvi de agente para la germanizacin de otros ejrcitos del continente, a los cuales envi misiones o bien recibi como estudiantes. Tal fue el caso de Colombia, Venezuela, Ecuador 276

e incluso El Salvador. Francia fue invitada a hacer su aporte por el Per y el Brasil. Inspirndose en su experiencia colonial, los franceses reorganizaron e instruyeron el ejrcito peruano de 1896 hasta 1940, con una sola interrupcin en 1914-1918. Los brasileos, vacilantes, esperaron el fin de la guerra para contratar, en 1919, una misin dirigida por el general Gamelin que transform el ejrcito nacional de arriba abajo. La impronta fue profunda y duradera: de 1934 a 1960, prcticamente todos los ministros de Guerra fueron educados por los franceses. La admiracin de los militares brasileos por sus modelos slo tena parangn con la de los argentinos por sus tutores alemanes. La cooperacin, tan completa y duradera en lo militar, aparentemente no tuvo la misma influencia poltica sobre sus beneficiarios. Alemania y Francia no eran potencias dominantes en el terreno econmico, aunque se esforzaban por mantener una presencia en diversos sectores de la actividad en Amrica Latina. La metrpoli econmica indiscutida era Gran Bretaa, que se limitaba a entrenar marineros y construir barcos de guerra para los pases latinoamericanos. La dependencia se diversificaba. Esa situacin no se prolongar ms all de la Segunda Guerra Mundial. El reclutamiento de oficiales y su formacin en escuelas especializadas, juntamente con el servicio militar obligatorio, son las dos reformas centrales que permiten la modernizacin de los ejrcitos latinoamericanos. El viejo ejrcito de los soldados enganchados o de criminales enviados por los tribunales a purgar su pena en la frontera formaba sus oficiales sobre el terreno; en su mayora eran hijos de buenas familias recomendados por un padrino influyente. Todo cambia con la conscripcin. La tropa est conformada por civiles, mientras que los oficiales son profesionales de tiempo completo que han recibido una formacin tcnica. Con el servicio universal, el nuevo ejrcito adquiere responsabilidades especiales: las de inculcar en el futuro ciudadano una formacin cvica y moral y desarrollar su esprito nacional. Instaurado entre 1900, en Chile, y 1916 en el Brasil, en la mayora de los pases el servicio militar es anterior al sufragio universal. El ciudadano es militar antes que elector. Detalle cronolgico que no carece de importancia. Por otra parte, el reclutamiento con base en el mrito y la formacin de los oficiales en el molde comn de las escuelas militares les da una ubicacin especial en el Estado. Cooptados por sus pares, liberados de los favores de los notables, los oficiales de escuela constituyen un cuerpo de funcionarios estables de tiempo completo, cuyas carreras estn reguladas, a diferencia del resto del aparato estatal, donde predominan los aficionados reemplazables. Los ejrcitos entran en escena Ni las nuevas responsabilidades cvicas y nacionales, ni la autonoma dispensada a sus cuadros estimulan en los nuevos ejrcitos el deseo de permanecer al margen de la cosa pblica. Quienes creyeron que el profesionalismo era la garanta del apoliticismo, se equivocaron. Las tareas de construccin de la nacin y el Estado, la importancia de las funciones de defensa interna, no predisponen a la neutralidad. A esto se agregan los recursos polticos que las reformas ponen en manos de los oficiales. Estos tcnicos que se perfeccionan sin cesar tienen a su cargo los conscriptos, es decir, la juventud y el futuro del pas. Asimismo se supone que nadie conoce mejor las situaciones internacionales, cuyos peligros ellos deben estudiar. No es extrao, entonces, que estos profesionales del patriotismo, precursores de la modernizacin del Estado, desarrollen una conciencia de la 277

competencia que los Ileve a intervenir en los asuntos pblicos con todo el peso especfico que poseen. El activismo poltico del cuerpo de oficiales, distinto de los pronunciamientos tradicionales de generales ambiciosos o descontentos, se expresar de manera espectacular en muchos pases durante las dcadas de 1920 y 1930. En la mayora de los casos los oficiales se alzan contra el statu quo. Los ejrcitos entran en escena por la izquierda, por as decir. Estas expresiones corresponden a sectores minoritarios, pero no por ello carecen de una temible eficacia. En Chile, en 1924, jvenes oficiales obligan a un parlamento conservador a aprobar con urgencia una serie de leyes sociales cuyo tratamiento estaba demorado desde haca meses. Luego exigen la disolucin de la Cmara. Se inicia un perodo de agitacin, inestabilidad y reformas bajo el signo militar que concluir en 1932. El espritu reformista de los oficiales golpistas de 1924-1925 se encarna sucesivamente en la dictadura del general Ibez (1927-1931) y despus de manera fugaz, pero no sin brillo, en la efmera repblica socialista de junio de 1932 instaurada por un ex comandante de la Fuerza Area, el comodoro Marmaduke Grove. l ser el fundador del Partido Socialista, que cuarenta aos ms tarde llevar a Salvador Allende al Palacio de la Moneda. En el Brasil, a partir de 1922, los jvenes tenentes realizan rebeliones espordicas, improvisadas sin plan de conjunto, originadas en un vago malestar poltico-militar frente a la corrupcin y las prcticas mezquinas de la vieja repblica. La muerte de un puado de tenientes sublevados en el fuerte de Copacabana en julio de 1922, ao del centenario de la independencia, se convierte en smbolo de la aspiracin de las clases medias a la pureza y la justicia. En 1924 se producen nuevos movimientos tenentistas en el Sur. La derrota de uno de ellos, seguida por la larga marcha de los sobrevivientes a travs del inmenso pas se transforma en gesta heroica por la regeneracin del Brasil. Es la famosa columna Prestes-Cost que llega a su lamentable fin tres aos ms tarde, en Bolivia, sin haber podido sublevar a los caboclos del interior. Por su parte, Luis Carlos Prestes, el caballero de la esperanza celebrado por Jorge Amado, abandona el ejrcito y se afilia al Partido Comunista, del que llegar a ser secretario general. Los dems tenentes se alinearn en su mayora detrs de Vargas y la revolucin de 1930, que pone fin a la repblica oligrquica. Algunos sern los mentores y dirigentes del rgimen militar de 1964: prueba de la ambigedad poltica del tenentismo. El militarismo reformista llega al Ecuador en 1925. Una liga de oficiales jvenes derroca al presidente liberal sostenido por la burguesa exportadora y financiera de Guayaquil. Es la llamada revolucin juliana, por el mes en que tuvo lugar. Este golpe de Estado, el primero de la historia ecuatoriana que no tuvo por finalidad un ajuste de cuentas entre grupos dirigentes, reivindic la igualdad para todos y la proteccin del proletariado. En los cinco aos siguientes se promulgarn las primeras leyes sociales y se crearn las instituciones destinadas a ponerlas en ejecucin; la experiencia reformista llega a su fin con un nuevo golpe de Estado, esta vez conservador, en beneficio de las fuerzas ms reaccionarias de la Sierra. Ms adelante, en Bolivia, tras su derrota frente al Paraguay en la guerra del Chaco (1932-1935), los oficiales jvenes arrancan el poder a los polticos tradicionales, por considerarlos incompetentes y corruptos. Su objetivo es introducir reformas y luchar contra la dominacin de los intereses extranjeros, sobre todo los petroleros, a los que los oficiales atribuyen una responsabilidad decisiva en el conflicto de 1932. La fraternidad de las trincheras ha contribuido en no poca medida a la formacin de una conciencia nacional boliviana. As, los coroneles Toro y Busch presiden de 1936 a 1939 un rgimen autoritario 278

antioligrquico y progresista con rasgos de xenofobia. Se promulgan algunas leyes sociales, medidas destinadas a extender el control del Estado sobre el sistema financiero y los recursos del subsuelo, como la nacionalizacin de la Standard Oil. stas provocan la resistencia de las grandes empresas extractoras, y a partir de 1939 los generales vinculados con la rosca minera permiten la destruccin de lo realizado por los coroneles. Pero en 1943, el comandante Villarroel se apodera del gobierno, apoyado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario, que expresa el deseo de cambio de la generacin del Chaco. Acusado de simpatizar con los nazis, aplica su estilo autoritario a movilizar a las masas desheredadas con un programa de profundas reformas sociales que atenta directamente contra los intereses mineros y latifundistas. Una insurreccin popular en La Paz, desatada por la oposicin democrtica alentada por los Estados Unidos, pone fin al rgimen nacionalmilitar y ahorca al presidente para gran satisfaccin de los seores del estao. La Argentina desentona en ese concierto militar progresista, o al menos hostil al statu quo. El primer golpe de Estado del siglo que derroca un gobierno legal democrticamente electo es de signo conservador. En septiembre de 1930, el general Uriburu y los cadetes del Colegio Militar derriban del poder al presidente radical Yrigoyen, elegido por las capas medias y populares, ante los aplausos de la oligarqua. La restauracin de las elites conservadoras est a la orden del da. El sistema de democracia ampliada instaurado en 1912 ser reemplazado por un rgimen representativo de participacin limitada y manchado por el fraude. Uriburu ver frustrada su aspiracin de promulgar una nueva Constitucin inspirada en el modelo corporativista. Lo rodea un grupo de capitanes fascistas entusiastas, los mismos que, siendo coroneles y tenientes coroneles nacionalistas, realizarn el golpe de Estado de junio de 1943, del cual surgir el peronismo. Si hubiera que buscar una caracterstica comn a las orientaciones polticas de los militares de los distintos pases durante este perodo, se podra decir que ste lleva el signo del nacionalismo. La ambigedad de las conductas, generalmente ms autoritarias que reformistas incluso en las experiencias revolucionarias, refleja siempre la aspiracin de reforzar, incluso por medio de la justicia social, el potencial econmico, humano, es decir, militar de la nacin. Orientacin que coincide con las polticas de desarrollo autnomo o autocentrado que florecen en la poca y tienen por finalidad sustituir las importaciones. La guerra fra en el Nuevo Mundo La ancha sombra del conflicto Este-Oeste llega muy tarde a Latinoamrica, esfera de influencia reconocida de los Estados Unidos a partir de 1945. El nuevo factor poltico se remonta, si no a la entrada de Fidel Castro en La Habana, por lo menos a la ruptura del rgimen castrista con los Estados Unidos en 1960-1961. Un rgimen comunista se haba instaurado a un centenar de kilmetros de la Florida en el Mediterrneo norteamericano. Y ese primer territorio libre de las Amricas pretenda constituirse en un modelo para los pases hermanos de la regin. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que consagr la hegemona total de los Estados Unidos en el continente juntamente con el debilitamiento de Gran Bretaa, la antigua metrpoli econmica, y de los dems pases europeos, tanto vencedores como vencidos, la gran potencia del Norte haba instrumentado los medios diplomticos y despus los dispositivos militares necesarios para una coordinacin (ligera) de los ejrcitos latinoamericanos bajo la gida del Pentgono. En 1947, el Tratado Interamericano de 279

Asistencia Recproca (TIAR) firmado en Ro de Janeiro sienta los principios de la solidaridad colectiva frente a una posible agresin extracontinental. En 1948, la Carta de Bogot (que crea la Organizacin de Estados Americanos) consagra las modalidades para la resolucin pacfica de los conflictos entre los Estados signatarios. Entre 1952 y 1955, durante la guerra de Corea, los Estados Unidos firman tratados bilaterales de ayuda militar con una decena de pases latinoamericanos, en el marco del National Security Act aprobado por el Congreso en 1951. No se trata de una integracin defensiva como la del Atlntico Norte. Amrica Latina no es una zona de alta prioridad militar. El comunismo no representa all un peligro para Washington, a pesar de la advertencia guatemalteca de 1954.38 Pero a principios del decenio de 1960, el desafo cubano modifica las concepciones estratgicas de los Estados Unidos. A instancias del Pentgono, los ejrcitos del continente adoptan nuevas hiptesis de conflicto en funcin del tipo de amenaza que suponen debern afrontar a partir de entonces: la transformacin kennediana del papel de los militares latinoamericanos incluye una redefinicin del enemigo y la adopcin de doctrinas cargadas de consecuencias polticas inmediatas. A partir de entonces adquiere preponderancia la lucha contra el enemigo interior. Ante el peligro que representa la subversin comunista las fuerzas armadas del continente se entrenan con mtodos de guerra contrarrevolucionaria. La doctrina de la seguridad nacional reemplaza a la de la defensa nacional. La vigilancia y el alarmismo antisubversivo de los militares, fomentados por Washington, llevan a descubrir el comunismo en todas partes. Cualquier intento de reforma social, sobre todo si es apoyado por los partidos de izquierda locales, es tachado de revolucionario. En ese clima de tensin, los ejrcitos se oponen a cualquier reforma y a toda poltica exterior no alineada con el lder del mundo libre. Entre 1962 y 1967, los nuevos paladines de la guerra fra realizan una serie de golpes de Estado en nueve pases de la regin. Los ejrcitos derrocan preventivamente los gobiernos que consideran dbiles frente al peligro comunista o demasiado tibios en su solidaridad con los Estados Unidos.39 Es la poca del gran miedo al castrismo en Amrica Latina. En todas partes aparecen guerrillas, sin mayor xito, hasta 1968. El gobierno cubano, acusado a partir de 1960 de exportar la revolucin y expulsado de la organizacin interamericana, trata de transformarse en centro mundial de unificacin e iniciativa revolucionarias. En enero de 1966 se rene en La Habana la
En marzo de 1954, en una conferencia interamericana reunida en Caracas, los Estados Unidos hicieron aprobar una resolucin condenatoria del comunismo que afirmaba que la instauracin de un rgimen comunista en el continente pone en peligro la paz y es inaceptable para los pases firmantes de la Carta de Bogot. Pocos meses despus, mercenarios entrenados por Washington derrocaron el gobierno reformista y democrtico del presidente Arbenz, que tena el apoyo del Partido Comunista de Guatemala. 39 La lista cronolgica no requiere comentarios: Fecha Pas Presidente derrocado Marzo de 1962 Argentina Arturo Frondizi Julio de 1962 Per Manuel Prado Marzo de 1963 Guatemala Miguel Ydgoras Fuentes Julio de 1963 Ecuador Julio Arosemena Monroy Septiembre de 1963 Repblica Dominicana Juan Bosch Octubre de 1963 Honduras R. Villeda Morales Abril de 1964 Brasil Joo Goulart Noviembre de 1964 Bolivia V.Paz Estenssoro Junio de 1966 Argentina Arturo Illia
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Conferencia Tricontinental, nuevo Bandung revolucionario. En julio-agosto de 1967, tambin en la capital cubana, la conferencia de la Organizacin Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) da apoyo oficial a los numerosos intentos de implantar focos guerrilleros en Amrica Latina, de acuerdo con la estrategia castrista. Pero en Bolivia, un audaz intento de convertir los Andes en la Sierra Maestra sudamericana culmina con la muerte, en octubre de 1967, de Ernesto Guevara, el mtico lugarteniente de Castro. Este revs marca el comienzo de la retirada cubana y simboliza el fin de una etapa. La tensin provocada por esa nueva realidad internacional que es el castrismo tiene sus picos, como el intento de invasin a Cuba por mercenarios apoyados por los Estados Unidos en abril de 1961 y, ms an, la crisis de los misiles en octubre de 1962, hechos que repercuten en la vida poltica de los Estados de la regin. La intervencin militar norteamericana en la guerra civil dominicana de 1965 para evitar una nueva Cuba marca otro pico de tensin. En 1968 comienza una nueva coyuntura que afectar las orientaciones polticas de los militares latinoamericanos hasta 1973. Se produce un innegable deshielo interamericano, durante el cual se escucha la voz de las tendencias militares nacionalistas, despus de un perodo en el que la teora de las fronteras ideolgicas y la nebulosa occidental y cristiana haban desplazado al Estado-nacin de la jerarqua de las lealtades militares. Esta distensin obedece a una serie de causas mltiples y concomitantes. En Cuba se inicia un perodo de repliegue. Los problemas internos relegan la solidaridad internacionalista. La presin de la Unin Sovitica, cuya ayuda econmica, financiera y militar es indispensable para la supervivencia de la experiencia cubana, y que haba manifestado su desaprobacin ante el aventurerismo de la lucha armada postulada por el castrismo, haba tenido una influencia importante para enfriar las esperanzas de crear muchos Vietnam o instaurar una nueva Cuba en el continente. En los Estados Unidos, aunque no se olvida la existencia de un Estado comunista en el Caribe, la trampa vietnamita y la interminable crisis del Medio Oriente restan importancia a la amenaza castrista. La nueva administracin republicana del seor Nixon adopta una poltica de low profile con respecto a Latinoamrica. En esas circunstancias, los militares que toman el poder entre 1968 y 1972 en los Estados del continente retornan el nacionalismo reformista de principios de siglo. Para los militares peruanos encabezados por Velasco Alvarado, quien derroca a las autoridades civiles en octubre de 1968, as como para el general Torrijos, que toma el poder en Panam casi al mismo tiempo que aqul, ha llegado la hora de la revolucin mediante el Estado Mayor. Una versin ms tibia del izquierdismo pretoriano aparece en Ecuador, donde el general Rodrguez Lara se proclama en febrero de 1972 revolucionario, nacionalista, social-humanista y partidario de un desarrollo autnomo. En diciembre del mismo ao, los oficiales hondureos viran a la izquierda e instauran un gobierno militar encargado de actualizar la economa y la sociedad nacional por medio de una reforma agraria. En Bolivia, el viraje oportunista hacia la izquierda de un rgimen militar conservador dirigido por el general Ovando, conduce al efmero gobierno popular del general Torres, apoyado por los partidos marxistas y los sindicatos, erigidos en doble poder en un alarde de lirismo neoleninista que provoca un contragolpe de Estado de la derecha militar. A estos procesos se agregan evoluciones paralelas como el breve predominio de un nacionalismo militar en la Argentina durante los primeros meses del gobierno peronista instaurado en 1973. As, en la reunin de comandantes en jefe de los ejrcitos americanos realizada ese ao en Caracas, el comandante peruano Mercado Jarrn y su homlogo argentino, general Carcagno, opusieron a la doctrina de la seguridad nacional las teoras herticas sobre la 281

seguridad econmica, el desarrollo autnomo y la justicia social. Esta calma (o aventura) fue de escasa duracin. El ao 1973 es el de la destruccin de la Unidad Popular chilena por unos militares que hasta entonces haban respetado la democracia, y tambin el de la cada de la Suiza sudamericana, el modesto Uruguay, bajo la bota de las legiones. En marzo de 1976, una nueva intervencin militar en la Argentina pone fin a las esperanzas de una instauracin duradera de la democracia: los militares que haban abandonado el poder tres aos antes, vuelven con todas sus fuerzas. Los tres regmenes que surgen en esa poca tienen en comn su carcter sangriento y represivo, su voluntad contrarrevolucionaria de cerrarle el camino a la subversin, a la hidra del comunismo, para siempre. Las reformas socialistas efectuadas pacficamente por un gobierno legal en Chile, la debilidad del sistema democrtico frente a las guerrillas ya derrotadas en el Uruguay y la Argentina, fueron los pretextos empleados por los militares de los tres pases para imponer su dictadura terrorista. La era de la desmilitarizacin? El rasgo propio de los regmenes militares en Amrica Latina es su inestabilidad y su carcter provisional o, al menos, no permanente. Por ello no es sorprendente que an los ms feroces hayan cedido su puesto a los civiles y que se hayan restaurado paulatinamente las instituciones representativas. Si no es sorprendente que las dictaduras se liberalicen y restablezcan las libertades y los derechos de los ciudadanos o que se institucionalicen por la va democrtica, incluso que abandonen un poder que se les escapa debido a los repetidos fracasos o a las discordias intestinas insuperables, sin duda es ms raro ver una retirada de los regmenes militares como la que se inicia en 1979. Este reflujo es evidentemente reflejo de la marea militarista que inund el continente de 1962 a 1976. La desmilitarizacin que comienza con las elecciones ecuatorianas de 1979, seguidas por el retorno de la democracia al Per en 1980, a Honduras en 1981, Bolivia en 1982, la Argentina en 1983, el Uruguay y el Brasil en 1985, no ha dejado fuera del universo representativo en expansin en 1989 ni a la arqueo-dictadura paraguaya ni al Chile del general Pinochet. Desde luego, sera errneo aplicar un mismo rtulo a evoluciones y procesos muy distintos. La retirada de los pretorianos no tiene siempre las mismas causas ni la misma magnitud, aunque en todos los casos acta un efecto de contagio y una coyuntura favorable. En Honduras, un proceso de elecciones libres permiti el reemplazo de una dictadura militar de rasgos marcadamente civiles por un rgimen constitucional militarizado a causa de los conflictos centroamericanos. Los militares argentinos se autoderrotaron con el derrumbe de su lamentable fiasco en el Atlntico Sur en 1982, que slo sirvi para aumentar su siniestra fama de violadores de los derechos humanos. En el Uruguay, las clusulas constitucionales transitorias negociadas con los partidos dieron a los militares, que controlaron la transicin del principio al fin, cierta tutela temporaria sobre la democracia recuperada. En el Brasil, donde el rgimen semiautoritario y semicompetitivo de 1974 no haba abolido totalmente los mecanismos representativos, prohibido los partidos ni cerrado los parlamentos, la apertura que deba conducir a la legalizacin del rgimen o su legitimacin constitucional por medio de elecciones de quien pierde, gana y subterfugios jurdicos destinados a que el partido oficial, minoritario, conservara el poder, condujo a una victoria de la oposicin democrtica que nada permita prever. A pesar de la negativa a instaurar la eleccin directa del presidente de la Repblica por medio del sufragio universal, la dinmica de la democracia trastorn las previsiones del gobierno al asegurar la victoria del candidato 282

opositor, seor Tancredo Neves, cuya muerte repentina no fren el proceso. Aunque las dictaduras tambin mueren, no es menos cierto que su agona y desaparicin estn relacionadas con la coyuntura. No se debe subestimar los efectos del endeudamiento externo y la crisis econmica sobre sus bases sociales. Regmenes que buscaron su legitimidad en los triunfos econmicos, o al menos en las ventajas otorgadas a sectores privilegiados, se vieron estremecidos y puestos al descubierto por el derrumbe econmico. La erosin de sus bases de apoyo se refleja inmediatamente en las aspiraciones democrticas expresadas por sectores que hasta entonces no se haban mostrado demasiado exigentes en materia de participacin cvica. La poltica de los Estados Unidos con respecto a las dictaduras cumple sin duda un papel determinante. No tanto porque ciertos sectores del aparato estatal norteamericano dejen de fomentar las actitudes antidemocrticas como porque la poltica oficial de Washington consiste en apoyar resueltamente las democracias e incluso serruchar el piso a los aprendices de dictadores en la medida que eso no perjudique los intereses norteamericanos. Asimismo, la poltica de derechos humanos del seor Carter ayud, a pesar de algunas torpezas contraproducentes, a iniciar el movimiento e incluso a abortar algunos golpes de Estado que haban obtenido un triunfo inicial. As sucedi en Bolivia, donde el coronel Natusch Busch tom el poder en octubre de 1979, pero slo pudo conservarlo durante diecisiete das debido al ostracismo al que lo sometieron los pases vecinos, miembros del Pacto Andino, alentados por Washington. En julio de 1980, el general Garca Meza instaur un rgimen militar que dur dos aos a pesar del oprobio internacional: el presidente Carter, que finalizaba su mandato, no tena autoridad para oponrsele. Una de las caractersticas singulares de la oleada de desmilitarizacin es que el arribo al poder de una administracin republicana y de un presidente en las antpodas del moralismo de su antecesor y resuelto a reforzar el podero norteamericano en el mundo no signific un retroceso en ese terreno. La poltica de fueza del seor Reagan en Centroamrica y el Caribe, destinada a contener el comunismo, no se tradujo en Sudamrica en una poltica complaciente frente al militarismo usurpador. La prueba es que durante los cuatro aos de su primer mandato presidencial, ninguna democracia del continente cay ante un golpe de Estado, ni siquiera las que conocieron situaciones precarias como la boliviana entre 1982 y 1985. En ese pas, a pesar de la debilidad y la divisin del poder legal frente a un ejrcito siempre dispuesto a poner en la presidencia a uno de sus generales, los sucesivos intentos de putsch fueron aplastados ab ovo. Puede haber distintas razones para esta paradoja. La primera y ms profunda podra ser que los responsables de tomar las decisiones en los Estados Unidos comprendieron por fin, despus de Cuba y Nicaragua, que apoyar una dictadura antipopular slo porque es firmemente pronorteamericana es la mejor manera de allanarle el camino al comunismo, mientras que, hasta ahora, ninguna democracia en el continente permiti la instauracin de un rgimen marxista-leninista. La segunda hiptesis, ms verosmil por ser tambin ms coyuntural, es que la poltica de los Estados Unidos en Centroamrica, su activa hostilidad hacia el rgimen sandinista y su apoyo firme al gobierno salvadoreo contra la guerrilla, se justifica por la defensa de la democracia contra el peligro totalitario. Una poltica de disuasin del militarismo en Sudamrica no dejara de fortalecer esa cruzada democrtica. Este apoyo tctico a los civiles y el orden representativo, que algunos comparan equivocadamente con el benign neglect nixoriano hacia Sudamrica, tiene en cuenta asimismo la ineficiencia econmica de los militares y su desprestigio creciente. 283

Si una eleccin no hace la democracia, el crepsculo de las tiranas tampoco significa el cierre definitivo del parntesis militar. El antecedente de 1961 invita a la prudencia: en ese momento exista una sola dictadura en Sudamrica, la del general Stroessner en el Paraguay. Se sabe lo que sucedi a partir del ao siguiente. Los gobiernos civiles instaurados desde mediados de la dcada de 1980 llevan la pesada carga de la herencia militar. Se trata en la mayora de los casos de una colosal deuda externa no reflejada en infraestructuras tiles ni inversiones productivas, elevado ndice de desempleo, daos irreparables a la estructura industrial, por no hablar de las mltiples secuelas de las violaciones de los derechos humanos. Es un balance sombro, que no facilita la consolidacin de regmenes participativos donde los conflictos sociales se puedan manifestar libremente. El desafo es tanto mayor por cuanto, despus de aos de vacas flacas, la opinin pblica y sobre todo los sectores de menores recursos esperan que la democracia signifique, si no un milagro, al menos una mejora tangible de las condiciones de vida. Al mismo tiempo es necesario recordar que los militares, al abandonar el gobierno, no se apartan por completo del poder. Siempre estn presentes, aunque en muchos casos no consigan institucionalizar su derecho de tutelar el funcionamiento de la democracia. El aparato de control poltico-policial creado bajo su rgimen sigue generalmente en sus manos, sean redes tentaculares de investigacin o comandos paramilitares financiados con fondos extrapresupuestarios. Espada de Damocles o convidado de piedra, el poder militar es siempre un factor en la vida poltica de la mayora de los Estados recientemente democratizados. La desmilitarizacin es una tarea a largo plazo. Modelos y mecanismos de la militarizacin As como no existe una explicacin nica para el poder militar en Amrica Latina, tampoco existe un solo tipo de rgimen marcial, idntico a travs del tiempo y el espacio. Todos los Estados militares presentan cierta semejanza debido a la ndole de la institucin que usurpa el poder, pero los gobiernos militares pueden asumir formas relativamente variadas. Estos regmenes se pueden clasificar segn sus criterios polticos, sus objetivos o pretensiones institucionales, o bien en relacin con la cultura poltica nacional, o bien, finalmente, en funcin de la ndole de sus proyectos socioeconmicos. Dejando de lado las dictaduras patrimoniales o sultansticas, segn la terminologa de Max Weber, cuyo carcter militar suele ser discutible, se distinguen, segn los dos primeros criterios: 1) gobiernos militares provisionales y regmenes constituyentes; 2) un militarismo reiterativo y cuasi institucionalizado frente al cataclismo autoritario o al militarismo catastrfico. Los regmenes militares provisionales o caretakers son raros en esta poca. Estos gobiernos anuncian su carcter transitorio en el momento mismo de derrocar a las autoridades constituidas. Su objetivo es entregar el gobierno a los civiles con procedimientos legales. A veces anuncian el plazo de terminacin de sus objetivos en el momento de asumir. Los gobiernos que asumen tras la cada de Vargas en el Brasil en 1945 o despus de la cada de Pern en la Argentina en 1955 corresponden a este modelo, que rara vez se encuentra en estado puro. Las revoluciones palaciegas dentro de los regmenes autoritarios suelen tener por objeto preparar una transicin marcial y controlada hacia el orden constitucional: el breve mandato del general Lanusse para asegurar las elecciones de 1973 en la Argentina o el prolongado interregno de Morales Bermdez despus de la primera fase del rgimen militar peruano de 1968 responden a la misma definicin. Pero 284

a partir de la revolucin brasilea de 1964, todos los regmenes militares latinoamericanos han expresado sus intenciones constituyentes. En ese sentido, no fijan lmites temporales a su existencia sino que pretenden modificar las reglas del juego poltico o realizar cambios en el orden sociopoltico antes de entregar la posta. La frmula tenemos objetivos y no plazos, repetida hasta el hartazgo por argentinos, bolivianos, uruguayos y chilenos, resume perfectamente su justificacin y su particularidad. Desde el ngulo de la cultura poltica, el militarismo reiterativo o cuasi institucionalizado es uno de los modelos ms frecuentes de la dominacin pretoriana, por encima de la ideologa poltica dominante, fundamentalmente liberal. Su caracterstica es la alternancia de gobiernos civiles y militares. La militarizacin de la poltica es el corolario de la politizacin de los militares, convertidos en socios obligados en la vida pblica. Desde la repblica de los coroneles salvadorea que conserva su fachada constitucional al menos hasta 1972, hasta la Argentina posterior a 1930, donde las sucesivas intervenciones militares seguidas de retornos a los cuarteles marcan el ritmo de una vida poltica militarizada, esta hegemona aparece bajo distintas formas. En Bolivia, de 1964 a 1982, los enfrentamientos sangrientos entre facciones militares vuelven al poder fuerte no menos inestable y frgil que los gobiernos civiles. En el Brasil, la usurpacin militarista de 1964, continuadora de las intervenciones rectificadoras anteriores, producto de la interaccin de oficiales y polticos, da lugar a un sistema institucional relativamente duradero. Frente a este militarismo crnico que engendra regmenes mltiples, cclicos y discontinuos cuya naturaleza militar no es siempre evidente, se distingue un militarismo de ruptura en estados carentes de un pasado o una tradicin de inestabilidad facciosa. En estos casos el fenmeno autoritario adquiere dimensiones catastrficas. En general seala el fin de un largo perodo de estabilidad constitucional. Las experiencias de Chile y el Uruguay invitan a estudiar las perspectivas del rgimen militar en funcin tanto de la cultura poltica nacional como de las formas institucionales anteriores. Desde el ngulo de los proyectos socioeconmicos, evidentemente se pueden contrastar los gobiernos conservadores con los autoritarismos reformistas, aunque el ejercicio no siempre es fcil en vista de que el gusto militar por el orden tiende a uniformar las conductas y enmascarar las intenciones. Para precisar y completar esta distincin, situndola en el tiempo, se puede considerar, sobre la base de una literatura abundante y un cierto consenso entre los observadores, que entre 1960 y 1980 se presentan cuatro modelos: a) El modelo patrimonial de las dictaduras familiares, cuyo proyecto socioeconmico no trasciende la prosperidad privada y el enriquecimiento de la dinasta. El ltimo Somoza, derrocado en 1979, es prueba de ello, lo mismo que, con un poco ms de discrecin, la larga dictadura del general Stroessner en el Paraguay. b) Las revoluciones desde arriba y su reformismo pasivo: el Per del general Velasco Alvarado constituye su forma clsica y ms acabada, pero no la nica, como se ha visto. c) Los regmenes burocrticos desarrollistas. Su objetivo es sustraer el desarrollo acelerado y asociado con el capital extranjero del debate poltico y las presiones sociales. El Brasil despus de 1964 y la Argentina de 1966 a 1970 corresponden a esta orientacin. d) Regmenes terroristas y neoliberales: este ltimo avatar del militarismo aparece a partir de 1973 en las dictaduras chilena, uruguaya y argentina. Su carcter novedoso radica en la alianza de una violencia represiva inaudita con un liberalismo econmico voluntarista a ultranza, aunque no del todo ortodoxo. Su ambicin comn es reestructurar la sociedad a fin de instaurar un orden contrarrevolucionario o, al menos, una vida poltica y social que 285

no ponga en peligro el statu quo. La variedad de estas experiencias no habla a favor de una explicacin nica del militarismo latinoamericano. Lo cual tampoco significa que la comprensin del fenmeno dependa exclusivamente de las particularidades nacionales. Como se ha visto, el sentido y la ndole de las intervenciones militares estn ligados a la coyuntura continental, sobre todo a las relaciones de los Estados Unidos con Amrica Latina. Pero este condicionamiento no es mecnico. Desde la perspectiva interior; la inestabilidad y la usurpacin marcial guardan relacin con los problemas y las crisis de la participacin social y poltica. La dialctica entre dominacin y apertura poltica generalmente opera sobre las relaciones entre los ejrcitos y los gobiernos: sea porque los militares comparten la hostilidad de las minoras dominantes hacia la participacin ampliada, visualizada como amenaza a la estabilidad social o el desarrollo econmico. Sea, por el contrario, porque preocupa a los militares la incapacidad de una elite dirigente o un gobierno aislado para generar un consenso movilizador o, sencillamente, para gobernar con eficiencia y sin sobresaltos. En el primer caso es probable un golpe de Estado conservador, una intervencin destinada a restringir las libertades. En el segundo, la apertura social controlada y la reforma limitada estn a la orden del da. Los ejrcitos latinoamericanos, por su esencia, ndole y formacin, no estn al servicio de actores sociales o polticos internos o externos. Por lo tanto, constituyen un factor crucial y asumen, en funcin de valores propios e hiptesis de guerra elaborados por ellos mismos, la defensa ms o menos transitoria de determinados intereses sociales. Por eso, ni los esquemas instrumentalistas ni el razonamiento conspirativo permiten comprender un fenmeno cuya importancia innegable no implica la fatalidad. ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Drake (Paul W.), Socialism and Populism in Chile (1932-1955), Urbana. (Illinois), 1978. Garces (Joan), Allende et lExprience chilienne. Paris, Presses de la FNSP, 1975. Gilhodes (Pierre), Paysans de Panama, Paris, Presses de la FNSP, 1978. (Une tude sur le rgime du gnral Torrijos et de la garde nationale en dpit de son titre.) Goldwert (Marvin), The Constabulary in the Dominican Republic and Nicaragua. Gainesville (Floride), University of Florida Press, 1962. Joxe (Alain), Las Fuerzas armadas en el sistema poltico de Chile, Santiago, Ediciones Universitarias, 1967. Meister (Albert), LAutogestion en uniforme, Toulouse, Privat, 1981. Millett (Richard), Guardians of the Dynasty. A History of US Created Guardia Nacional de Nicaragua and the Somoza Family, New York, Orbis, 1979. Rouqui (Alain), Ltat militaire en Amrique latine, Paris, d. du Seuil, 1982. Stepan (Alfred), The Military in Politics. Changing Patterns in Brazil, Princeton, Princeton University Press, 1971. 6. La Iglesia y las Iglesias Si la presencia militarista es espectacular y enigmtica, la religin cristiana por su parte es omnipresente y multiforme a lo largo y a lo ancho de un continente con cuyo 286

destino est consustanciada desde el descubrimiento y la conquista. Sin Amrica Latina, la fe de Cristo estara limitada a Europa y el mundo industrializado. La Iglesia Catlica Romana detenta una posicin dominante en la regin, pero otros grupos religiosos, sectas cristianas o no, tambin estn presentes en las sociedades latinoamericanas y hunden sus races en la densidad conflictiva de una trama social concreta. No obstante, corresponde acordarle el primer lugar al catolicismo, con la conciencia de que se trata de una institucin singular. Primero, por su carcter transnacional, relacionado no slo con su universalidad y su direccin vaticana, sino tambin con el origen extranjero del clero latinoamericano. Segundo, porque en la Amrica Latina contempornea ms que en ninguna otra parte, la funcin de la Iglesia, lejos de limitarse a la esfera espiritual y sacramental, est muy difundida, inextricablemente imbricada en los pliegues de las evoluciones sociales, el perfil de las conductas, los ejes de la vida nacional as como en los vericuetos de la vida cotidiana. Historia religiosa y sociedades Para empezar, conviene recordar algunos datos. Amrica Latina es el continente catlico por excelencia. El noventa por ciento de los habitantes estn bautizados, comprende el cuarenta y cinco por ciento de los fieles de la Iglesia Romana y la tercera parte de sus obispos. Para fines del siglo XX, uno de cada dos catlicos ser latinoamericano. El Brasil es el primer Estado catlico del mundo, su episcopado es el ms numeroso de la cristiandad despus del italiano. Debido al peso de Latinoamrica, el centro de gravedad de la Iglesia universal se ha desplazado hacia el hemisferio occidental y, dentro de ste, hacia el sur, al mundo en vas de desarrollo. El catolicismo es, por lo menos desde el punto de vista cultural, la religin de la inmensa mayora de los latinoamericanos, practicantes o no. La difusin de la verdadera fe fue uno de los mviles y una de las justificaciones de la conquista. Ciertos telogos y apologistas consideran que el descubrimiento de Amrica, que duplic la extensin de las tierras a evangelizar, fue un designio de la Divina Providencia, y de ah concluyen que es necesario postular la beatificacin de Cristbal Coln, el revelador del globo segn Lon Bloy. La conversin de los americanos y la enseanza de la doctrina cristiana dieron origen a instituciones coloniales como la encomienda y las reducciones, que ayudaron a forjar las sociedades contemporneas. Las propias formas de la evangelizacin practicada por los espaoles definieron, en general, el perfil del cristianismo en el Nuevo Mundo. Por medio de sus sacerdotes ms generosos y exigentes, como el gran Bartolom de Las Casas, obispo de Chiapas, la Iglesia trat de arrancarle a la corona la proteccin de los indios frente a la corrupcin y la crueldad de los conquistadores. La responsabilidad del clero para poner coto a las exacciones de los cazadores de esclavos y los buscadores de oro supera rpidamente la esfera espiritual. Las misiones jesuticas del sur del Brasil y el Paraguay, animadas por el fervor de su utopa teocrtica, son slo el caso extremo de una actitud paternalista que no se volver atrs. La tendencia a no concentrarse exclusivamente en los problemas espirituales, unida a un cierto clericalismo autoritario, procede de ese desbordante fervor misionero que no desconoce los problemas temporales. Por otra parte, la conquista espiritual fue tambin una conquista, es decir, un sometimiento violento de las poblaciones autctonas. Los conquistadores a lo divino, como se los llamaba en Espaa, evidentemente no defendan la libertad de conciencia de los paganos a los que deban salvar: por algo la cruz segua a la espada. La prctica del requerimiento consista en 287

intimar a las poblaciones descubiertas a someterse y aceptar la predicacin de la fe, so pena de verse reducidas a la esclavitud.40 La mayora de esas conversiones forzadas fueron superficiales. Se puede decir que en Amrica Latina el nmero de bautizados y de catlicos nominales es mucho mayor que el de cristianos, porque en verdad a los indios se los sacrament ms que se los convirti. Un barniz de cristianismo reinterpretado o adaptado sirve en muchos casos para disimular creencias anteriores en las poblaciones de origen indgena o africano. El sincretismo religioso es otra de las consecuencias de las modalidades de evangelizacin. De estos misioneros enrgicos, hombres de accin ms que de pensamiento y meditacin, no se poda esperar que surgiera en la poca colonial un clero de grandes luces y dotado de una fuerte cultura teolgica. Las rdenes contemplativas brillaban por su ausencia. El cristianismo de ultramar, inspirado por la Contrarreforma y el Concilio de Trento, es ms vigoroso que profundo, ms rico en bienes temporales que en bienes espirituales. As, la Iglesia mexicana era el propietario ms importante del pas en la poca de la independencia, pues haba reunido por medio de hipotecas de haciendas y donaciones casi la mitad de las tierras cultivables convertidas en bienes de manos muertas y objeto de luchas polticas. Pero el nivel cultural de sus sacerdotes dejaba mucho que desear. La riqueza acumulada por el clero local permite asumir durante toda una parte del siglo XIX un conjunto de responsabilidades sociales que slo la Iglesia toma a su cargo: enseanza, estado civil, asistencia social y salud. En muchas sociedades latinoamericanas es la organizacin ms fuerte y mejor estructurada. En todo caso, es la nica organizacin fuera del Estado que inspira, auspicia o sostiene hoy instituciones que, desde el sindicato hasta la escuela, cubren toda la gama de la actividad humana. Las iglesias nacionales llegan a muchos lugares donde el Estado est ausente: aldeas aisladas, zonas carenciadas y desprovistas de medios de acceso. Y esto sucede a pesar de la gran escasez de sacerdotes. Durante el siglo XIX, la Iglesia y los cleros nacionales cumplieron un papel de primer orden en la construccin de los estados y la instauracin de sistemas polticos. Hubo dos razones fundamentales para que ello sucediera. Primero, porque la unin de la Iglesia y el Estado el catolicismo es religin oficial heredada de la corona espaola o portuguesa crea relaciones especiales entre las naciones en construccin y los episcopados nacionales. Segundo, porque el clero constituye un sector numeroso de la clase poltica. As como bajo la monarqua francesa del siglo XVII los primeros ministros son cardenales, en la Amrica espaola de la emancipacin los sacerdotes suelen ser los nicos letrados capaces de llevar adelante los debates constitucionales y las justas polticas. En el Ro de la Plata, el clero tiene una presencia notable en el Congreso Constituyente de Tucumn, que proclama la independencia en 1816: la mitad de los delegados son sacerdotes. Anteriormente, en 1810, el den Funes, de Crdoba, haba sido miembro de una de las primeras juntas de gobierno. Ms adelante, en ese mismo siglo, otros sacerdotes cumplirn un papel muy activo en la instauracin del orden constitucional, como el orador sagrado argentino Fray Mamerto Esqui (muerto en 1888). Las insurrecciones de la independencia no dejan de repercutir en el seno del clero, clase intelectual ligada a la corona y a la vez fuertemente arraigada en la vida social de las colonias. Se producen hondas fracturas desde el Ro de la Plata hasta Nueva Espaa,
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Vase el texto oficial del requerimiento, presentado a los indgenas, de aceptar la verdadera fe en Las Casas el la Dfense des Indiens (presentacin de Marcel Bataillon y Andr Saint-Lu), Pars, Julliard, pgs. 70-71.

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entre una jerarqua generalmente de origen espaol, prxima a los virreyes, y un clero bajo criollo, solidario con las aspiraciones emancipadoras. La prdica revolucionaria de dos sacerdotes, los primeros en levantar la bandera de la rebelin contra Espaa, aterr a la oligarqua mexicana. Los curas Hidalgo y Morelos, los dos de origen popular, formaron ejrcitos indgenas y, bajo la bandera de la Virgen de Guadalupe, se lanzaron a una guerra de clase y de raza que impuls a muchos criollos a alinearse con los espaoles. Despus de la independencia, en el siglo XIX, la situacin de la Iglesia vara de un pas a otro. Algunos de los Estados nuevos se apresuran a anudar vnculos con Roma que demuestra no tener la menor prisa para poner en prctica su derecho de nombrar a los obispos (patronato real) heredado de Espaa. En otros casos las relaciones se restablecen con lentitud. Sin embargo, en todos los pases, las relaciones entre la Iglesia y el Estado abren brechas en la vida poltica. La cuestin religiosa se convierte en eje del enfrentamiento entre liberales y conservadores. Contra la unin de la Iglesia y el Estado, sobre todo contra las tentaciones ultramontanas que aparecen durante el pontificado de Po IX, fuertes corrientes liberales y anticlericales reivindican la secularizacin de una serie de funciones realizadas hasta entonces por el clero, principalmente la enseanza, el estado civil y la administracin de los cementerios. Pero la Iglesia del Syllabus (1869) y la infalibilidad papal (1870) no est dispuesta a acomodarse. Por otra parte, ciertos liberales que quieren liquidar el pasado colonial de las nuevas repblicas y reformar las estructuras econmicas de acuerdo con la concepcin europea del progreso, consideran que la Iglesia, con su poder y riqueza, frena el desarrollo del capitalismo. Es as que el movimiento de reforma en Mxico resuelve vender (desamortizar) los bienes inalienables de la Iglesia (1855) y promulga una constitucin liberal y laica en 1857 que suscita la furia del clero. Conservadores y curas se sublevan y proclaman una verdadera cruzada contra los anticlericales. Una guerra civil de tres aos (1858-1861), caracterizada por el fanatismo sangriento y desmesurado de los dos bandos, fue la consecuencia principal del despojo del clero. La aplastante deuda externa provocada por ese conflicto y la victoria del liberal Jurez sobre los conservadores sirven de pretexto a la invasin francesa, que instala en el trono de Mxico al efmero y malhadado archiduque Maximiliano. En Ecuador, Gabriel Garca Moreno, jefe de Estado teocrtico y vido de progreso material es especialista en derecho cannico y a la vez qumico se apoya en la Iglesia para modernizar el pas y fortalecer el Estado. En 1869 promulga una Constitucin clerical que hace del clero una suerte de partido nico de la repblica y en 1873 consagra oficialmente el pas al Sagrado Corazn de Jess. En 1875 cae asesinado por jvenes liberales que han escuchado los llamamientos al tiranicidio efectuados por los vigorosos panfletos de Juan Montalvo, exiliado en Pars. En 1895, el lder liberal Eloy Alfaro subleva a Guayaquil y toma el poder. Su primer objetivo es desmantelar la fortaleza confesional montada por el santo del patbulo, Garca Moreno. Alfaro, a quien sus enemigos consideran nada menos que el Anticristo, elabora una nueva Constitucin que asegura la libertad de conciencia; incluso autoriza el divorcio. Pero lo ms importante es que da lugar a la expropiacin de los bienes de la Iglesia en el marco de una poltica destinada a modernizar aceleradamente la somnolienta repblica andina. La violencia generada por la cuestin religiosa no termina en el siglo XIX. En Colombia, la firma de un concordato con el Vaticano por el presidente conservador Nez, que hace del catolicismo la religin de Estado y otorga poderes exorbitantes a la Iglesia, es una de las causas de la llamada guerra de los mil das que termina en 1902 despus de causar ms de cien mil muertes. Aunque las diferencias tanto religiosas como de otro tipo 289

entre cachiporros (liberales) y godos (conservadores) son bastante tenues en Colombia, segn Garca Mrquez, los conservadores van a la misa de cinco y los liberales a la misa de siete , los cruentos choques entre los dos partidos tradicionales son la caracterstica de la primera mitad del siglo XX. No se puede desconocer el aspecto religioso de la violencia, esa guerra civil desenfrenada entre liberales y conservadores que caus ms de trescientas mil muertes entre 1948 y 1956. En efecto, muchos sacerdotes no vacilaban en pasar a la accin para exterminar a los liberales, esos rojos impos, enemigos de la fe, similares a los comunistas. Los predicadores instigaban a las bandas conservadoras desde el plpito, en la ms pura tradicin de las guerras de religin. En Mxico, la cuestin religiosa degener tambin en una cruenta guerra civil cuyos efectos polticos y jurdicos se sienten an hoy. A pesar de que el 98 por ciento de la poblacin est bautizada y el 68 por ciento de los fieles asiste a la misa dominical, a pesar del tenso modus vivendi que permiti el viaje del papa Juan Pablo II a Puebla en 1979, la Iglesia carece de personera jurdica, los sacerdotes no pueden vestir sotana en pblico, votar ni ser elegidos. Mxico no mantiene relaciones con el Vaticano. En virtud de la reforma de Jurez y la guerra de los tres aos, las relaciones entre la Iglesia y el Estado liberal siguen siendo conflictivas. Porfirio Daz olvid su origen liberal e impuso una conciliacin que la Iglesia acept de buen grado, pero la revolucin provoc una nueva ruptura. El episcopado no ocult sus simpatas por el campo contrarrevolucionario, eligiendo a Huerta en vez de Madero. La constitucin de 1917 es laica e instaura un Estado antirreligioso. Ante un clero poderoso que se niega a renunciar a sus privilegios los nuevos dirigentes hacen gala de un jacobinismo combativo. Su aspiracin a modernizar la sociedad y construir un Estado independiente de las fuerzas sociales tradicionales choca contra un nuevo despertar de la Iglesia mexicana: presente en las escuelas, los sindicatos y la vida poltica, trata de alejar a las clases medias y los obreros de la revolucin. Segn algunos autores, la competencia catlica en la esfera sindical es una de las causas principales de la violencia antirreligiosa y la razn del papel desempeado en ella por Morones, jefe de la CROM. Calles, elegido presidente en 1924, habra sido un mstico del anticlericalismo (Jean Meyer) que slo pensaba en exterminar al infame y disipar las tinieblas de la supersticin y el fanatismo. En 1926, cuando se toman medidas humillantes para el clero, los obispos proclaman la huelga del culto. Algunos sacerdotes son detenidos. En algunos estados se producen levantamientos espordicos, despus generalizados, contra la persecucin religiosa. Esta fue la guerra de los Cristeros, de 1926 a 1928. Los campesinos del centro y el oeste del pas, dirigidos por sus curas, toman las armas contra el gobierno impo en nombre de Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe. La jerarqua, menos audaz, busca un acuerdo, pero una feroz guerra civil azota el pas y causa miles de muertos. La cruzada contrarrevolucionaria de los Cristeros es un movimiento mesinico y al mismo tiempo una rebelin popular contra la modernizacin social. Se la enfrenta con una campaa de desfanatizacin que no le va en zaga en cuanto a fanatismo. Algunos aos ms tarde se reinician las guerrillas catlicas, aunque con menos virulencia, contra los programas de educacin socialista destinados a descristianizar el pas en nombre de las luces y la razn. Finalmente, en 1937, al finalizar la batalla de las escuelas, se arriba a un modus vivendi. Pero en algunas regiones an arde el fuego bajo las cenizas. Aos despus de la Segunda Guerra Mundial, se producen atentados contra curas de aldea o contra los maestros. Por ejemplo, en la dcada de 1960, los campesinos de una aldea remota del estado de Guerrero asesinaron, en nombre de la religin, a unos estudiantes que haban ido a alfabetizarlos. 290

Se puede extraer una leccin de la larga crisis mexicana. El anticlericalismo, como la religin, puede ser un elemento de integracin nacional y sobre todo un recurso para la construccin del Estado. Es indudable que en Mxico la lucha contra la Iglesia, fuerza ultramontana que aparece aliada a una potencia extranjera, dio lugar al surgimiento de un nacionalismo nuevo, centrado en el Estado y en la modernizacin poltica del pas despus de la revolucin. Fuerzas y debilidades del catolicismo latinoamericano Es difcil resumir la sociologa religiosa del continente. La implantacin de la Iglesia es muy desigual, tanto en calidad como cantidad, segn los pases o incluso segn las regiones de una misma entidad nacional. La observancia de los oficios dominicales supera el 65 por ciento en Mxico y Colombia, pero es de apenas el cinco al diez por ciento en Venezuela. Por cierto que se distinguen algunas tendencias comunes, un clima propio del catolicismo continental: junto con un ritualismo carente de profundidad, aparece una religin folklrica rayana en la supersticin mezclada con prcticas mgicas. Pobre Mxico, dice irnicamente un ensayista, tan lejos de Cristo, tan cerca de la Virgen de Guadalupe.41 Para la religiosidad popular son ms importantes los protectores de la vida cotidiana que la salvacin eterna. No todas sus referencias ni todos sus santos patronos son reconocidos por Roma. En el cruce de la leyenda y la apologtica, muchos argentinos veneran a la difunta Correa y al santito ranquel Ceferino Namuncur. La popularidad de estos patronos ms o menos ortodoxos se debe a su origen autctono, sea porque permiten naturalizar la religin al volverla ms accesible y familiar, sea porque cristianizan las creencias indgenas precoloniales. En Mxico se identifica al dios azteca Quetzalcoatl con el apstol Santo Toms, mientras que Guadalupe es la versin cristiana de la diosa-madre Tonantzin. En el Per, el santo mulato fray Martn de Porres, que fue hermano portero de los dominicos, es objeto de una devocin muy especial. En Venezuela la Virgen de Coromoto, que se apareci a un jefe indgena en el siglo XVII, es la santa patrona del pas. Este panorama general conoce matices tnicos. En las regiones afroamericanas la prctica es escasa, estn desarrollados o no los cultos africanos. En las zonas indgenas se observa un gran fervor y participacin en los ritos; el sacerdote es una figura de gran peso social. Entre los guaranes paraguayos la frase lo dijo el padre pone fin a cualquier discusin. Por otra parte, esta religiosidad indgena es bastante ambigua. Detrs de la fachada cristiana se ocultan o se levantan creencias milenarias y un sentido telrico de lo sagrado que no tiene nada de ortodoxo, Es sorprendente escuchar a una joven catequista de la comunidad catlica quich de Guatemala referirse con fervor al culto del maz y el sol en medio de citas bblicas.42 El continente es catlico, sin duda, pero la fuerza de ese catolicismo evoca la imagen del gigante con pies de barro. Porque Amrica Latina, donde vive el cuarenta por ciento y prximamente el cincuenta por ciento de los fieles de la Iglesia romana slo cuenta con el nueve por ciento del clero mundial. La distribucin de la organizacin eclesistica del pueblo de Dios es muy desigual. Mientras Francia tiene un cura secular porcada 1460 habitantes, los
Leero, V.: Catolicismo a la mexicana, Siempre (Mxico), 29 de mayo de 1968. Se trata de Rigoberta Mench. Entrevista publicada por Elizabeth Burgos en Moi, Rigoberta Mench. Pars, Gallimard, 1983.
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latinoamericanos slo disponen de uno por cada 5700 a 6000 habitantes si se incluye a los regulares, que constituyen una alta proporcin del clero parroquial. Las diferencias nacionales son enormes. En 1965 haba un sacerdote por cada 3000 a 3700 habitantes en Chile (pas lder), Colombia y el Ecuador. La proporcin registr una ligera variacin hacia 1975, debido a la explosin demogrfica ms que a la disminucin del nmero de padres. Las diferencias siguen siendo las mismas. Algunos pases Hait, Honduras, El Salvador, Repblica Dominicana entre otros tienen apenas un cura por cada diez mil habitantes. Cuba, por motivos muy particulares y no todos relacionados con la persecucin religiosa, presenta un panorama aun ms crtico. Con doscientos curas para diez millones de habitantes (uno por cada cincuenta mil), se trata de una sociedad profundamente descristianizada. Es verdad que el marxismo-leninismo provoc la desercin de la mitad del clero, hostil al nuevo curso revolucionario. Pero si hoy los practicantes suman apenas cien mil, en 1955 slo lo eran el diez por ciento de los cubanos, es decir, unas 450.000 personas. Los cultos africanos de las santeras, fomentados por Batista, atraan mayor nmero de fieles que la Iglesia. Por otra parte, el clero latinoamericano posee dos caractersticas que disminuyen o limitan su poder de convocatoria: comprende un alto porcentaje de extranjeros y muestra divisiones que reflejan los conflictos y las distorsiones de las sociedades latinoamericanas. Paradjicamente, este continente masivamente cristiano es tambin tierra de misiones. Los obispos latinoamericanos piden ayuda exterior y una elevada proporcin del clero proviene de los pases industrializados, sobre todo de Europa. La mitad del clero venezolano es extranjero. En Cuba, el setenta por ciento de los curas que haba en 1960 tambin lo eran. Incluso hay obispos franceses en Chile, norteamericanos en Centroamrica y el Caribe! Esta desnacionalizacin de la Iglesia no favorece en absoluto el acercamiento del cura a la masa de fieles. El clero misionero sufre problemas de integracin, y cuando uno de ellos demuestra excesivo inters por los desheredados, despierta las sospechas de las autoridades, siempre dispuestas a expulsarlo. Por otra parte, la distribucin geogrfica del clero corresponde a determinadas actitudes. Los curas son ms numerosos en las ciudades, donde ciertas rdenes cumplen tareas docentes. En Venezuela, el cuarenta por ciento del clero regular reside en la capital; en este pas de menos de 1800 curas, hay ms de mil monjas. En los barrios residenciales donde se encuentran las escuelas confesionales un tercio de la superficie capitalina, la concentracin sacerdotal es de uno por cada quinientos habitantes. La elevada densidad en los barrios altos y la funcin tradicional de educacin de las elites dan lugar a una cierta identificacin con stas. Por su parte, el clero progresista se concentra generalmente en los barrios pobres y las zonas carenciadas. En el Nordeste brasileo y las ciudades obreras han residido los obispos avanzados ms activos y combativos. Sus nombres son conocidos en el mundo entero: los ms representativos de esta corriente son don Hlder Camara, obispo de Recife; don Antonio Fragoso, originario de Crateus en Cear; don Pedro Casaldaliga, de origen cataln, a cargo de la dicesis caliente de So Felix de Arraguaia en el Mato Grosso, y don Candido Padim, obispo de Bauro, ciudad obrera del estado de San Pablo. Por el contrario, de las pequeas ciudades soolientas del interior de Minas Gerais salen los paladines del ala ms conservadora del episcopado brasileo, como el clebre monseor Proena Sigaud, que fue obispo de Diamantina. La disparidad de sedes sociales inspira las actitudes y divide los cleros.

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Iglesia y sociedad: del aggiornamento al desgarramiento Tradicionalmente, la Iglesia, o al menos su jerarqua, est estrechamente ligada a las clases dirigentes. Esta herencia de la historia continental corresponde sin duda a la lgica de lo religioso. La funcin de los administradores de los bienes de la salvacin, segn Pierre Bourdieu,43 es justificar la existencia de las clases dominantes en tanto tales y obligar a los dominados a aceptar la dominacin. La trinidad del obispo, el general y el terrateniente no es una imagen del pasado. La alianza del sable con la sotana goza de muy buena salud en algunos pases. En Colombia, donde el cardenal Muoz Duque fue ascendido a general de brigada en junio de 1976, la Iglesia posee un poder temporal importante. Una parte del territorio es gobernada directamente por el clero en virtud del Concordato y el Acuerdo misional de 1953. En este imperio teocrtico, los poderes civiles deben obediencia a las autoridades eclesisticas. Las actividades de estos "siervos de Dios", que a la vez son amos de los indios, han sido denunciadas por cristianos progresistas y el clero contestatario colombiano. En la Argentina, nadie se sorprende ante la acogida entusiasta que brinda la jerarqua a los sucesivos regmenes militares. En 1966, el arzobispo de Buenos Aires, rodeado por un equipo de cristianos preconciliares y mesinicos, bendijo el golpe de Estado del general Ongana, calificndolo de aurora para nuestro pas. Los asesinatos de religiosos, catequistas e incluso de un obispo todos haban tomado partido por las clases peligrosas no impidieron que parte del clero y la jerarqua se alinearan francamente con la sangrienta dictadura militar del general Videla y sus aclitos en 1976. El vicario castrense, monseor Trtolo, exalt la accin purificadora del ejrcito al liberar al pas de la subversin. Es verdad que a partir de 1979 algunos obispos se adhirieron a las instituciones defensoras de los derechos humanos, pero slo en agosto de 1982 la Iglesia como institucin expres su preocupacin por los ocho a diez mil desaparecidos de la guerra sucia, cuya existencia haba desconocido hasta entonces. En cambio, restablecida la democracia, la Conferencia Episcopal se apresur a fustigar el libertinaje en las costumbres y la sancin eventual de una ley de divorcio, demostrando una vez ms su jams desmentida conciencia conservadora y frecuentemente antidemocrtica. De manera menos visible, el polo conservador de la Iglesia latinoamericana en sus distintos matices, del integrista al pastoral, posee una doctrina y una legitimidad cristiana inexpugnables, as como una gran red de organizaciones adecuada a la funcin cannica de lo religioso en las sociedades organizadas. La doctrina es conocida. Se la ha expresado mil veces. Se refiere a la palabra de Cristo en la que recuerda que su reino no es de este mundo. Dad al Csar..., dice, y tambin bienaventurados los pobres. Lo quiera o no, al hacer hincapi en las virtudes de la esperanza y la caridad, se debilita la resistencia a las injusticias del statu quo y se fortalece las tendencias a la resignacin. La misin de la Iglesia es la salvacin eterna de los creyentes: su bienestar terreno escapa a su esfera de accin. Esta posicin, que pasa por alto las terribles realidades locales, evidentemente no desagrada a los conservadores, que la emplean para consagrar el misterio del orden social, ni a los dictadores militares, que pretenden defender el estilo de vida occidental y cristiano de las repblicas latinoamericanas. Se considera que estas posiciones, criticadas por el ala combativa de la Iglesia, son preconciliares, es decir, no conformes a las
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Bourdieu, P.: Gense et structure du champ religieux, Revue franaise de sociologie, XII, 1971.

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enseanzas del Vaticano II (1962-1965) en el cual Juan XXIII convoc a la Iglesia a abrazar su siglo. En verdad, la Iglesia dispone de una capacidad de movilizacin y organizacin tanto ms eficaz por cuanto aparece como un polo ideolgico contrarrevolucionano. Como fortaleza de los valores espirituales y de la paz social contra el comunismo ateo y la lucha de clases, su influencia es inigualada. La densidad de sus redes parroquiales, as como la amplitud de sus recursos financieros le permiten en algunos pases utilizar los medios modernos de propaganda con xito asegurado. La Iglesia colombiana, cuyo triunfalismo es uno de sus rasgos ms destacados, es excepcionalmente hbil en el arte de utilizar la radio y la televisin. Las escuelas radiofnicas del padre Salcedo (Radio Sutatenza) entre otras, llegan a un gran pblico campesino, al que alfabetizan a la vez que lo catequizan. Generalmente los episcopados emplean su influencia poltica a favor de las causas conservadoras. En las elecciones, la palabra autorizada de la Iglesia condena las candidaturas que no respetan su magisterio en el terreno familiar y escolar; tambin aparece apoyando las intervenciones militares contra gobiernos progresistas o considerados poco sensibles a los peligros del comunismo ateo. En la Repblica Dominicana, fue un verdadero golpe de Estado clerical-militar el que derroc a Juan Bosch, presidente con inclinaciones socialistas, en 1963.44 En 1963-1964, se organizan grandes marchas en las ciudades del Sur brasileo por la defensa de la familia con Dios y por la libertad contra el gobierno constitucional del presidente Goulart. Muchos sacerdotes participan en ellas, con autorizacin de sus obispos. En agosto de 1971 se produce el golpe de Estado del general Banzer en Bolivia; previamente se haban realizado las jornadas eucarsticas de la Santa Cruz en las que se expuso, con un lenguaje de guerra santa, una verdadera teologa del golpe de Estado haciendo hincapi en su carcter providencial.45 Desde las organizaciones pastorales o de catequesis hasta las congregaciones religiosas o laicas, la Iglesia cuenta con medios poderosos para inspirar actitudes, fomentar agrupamientos, estimular acciones en la esfera poltica y social. En Amrica Latina el Opus Dei ha conocido perodos tan brillantes como en la Espaa franquista. Los cursillos de cristiandad, suerte de rearme moral para instruccin de las elites que comprenden la amenaza del marxismo,46 tienen una influencia decisiva en Venezuela, el Per y la Argentina, donde toda una generacin de generales golpistas ha frecuentado esos retiros de choque. Tampoco faltan los grupos minsculos resueltamente integristas como las clulas del movimiento Tradicin, Familia y Propiedad (en el Brasil, la Argentina y Chile), cuyos tufos de macartismo policial no escapan a nadie y que gozan del apoyo de algunos prncipes de la Iglesia. Pero hoy son los sindicatos y los partidos de inspiracin cristiana los ms representativos de la accin de masas de la Iglesia tradicional y de su profunda evolucin en los ltimos veinte aos. Los crculos de obreros y los sindicatos, fundados por iniciativa de la Iglesia catlica para aplicar su doctrina social, nacen con el fin de proteger a los trabajadores de las ideas socialistas y oponerse a la lucha de clases. La Unin de Trabajadores de Colombia, creada en 1946, es asesorada por los jesuitas y est
Lglise Saint-Domingue, Frres du Monde, nro. 6, abril de 1970, pgs. 23-49. La Bolivie du colonel Banzer, Les lnformations catholiques internationales, 1 de noviembre de 1972. 46 Segn el sacerdote francs Jean Toulat, en su libro Esprance en Amrique du Sud. Pars, Librairie Acadmique Perrin, 1965, pg. 42. Parece que los cursillos tienen un contenido diferente y ms progresista en pases como el Per y El Salvador.
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estrechamente ligada al Partido Conservador. La UTC predica la paz social y la armona de las relaciones entre el capital y el trabajo, lo que excluye el recurso de la huelga. Esta central sindical evolucionar hacia una mayor independencia y espritu reivindicativo paralelamente al viraje de la Iglesia. Los partidos demcratas cristianos, que a partir de la dcada de 1960 llegan al poder en varios pases, son fuerzas conservadoras modernas que emplean un discurso anticapitalista ambiguo: races conservadoras, frutos izquierdistas, al decir de algunos analistas.47 Estos partidos se originan generalmente en la ruptura de sectores juveniles universitarios, sensibles a las enseanzas sociales de la Iglesia a partir de Len XIII (Rerum Novarum), con la ideologa conservadora tradicional. En Chile, el partido que llev a Eduardo Frei a la presidencia en 1964, naci en 1938 bajo la influencia de la Accin Catlica sobre la juventud del Partido Conservador, que se convirti en Falange Nacional. Este grupo poltico modernista oscil durante un tiempo entre los espejismos corporativistas de los movimientos autoritarios europeos y la inspiracin democrtica de Maritain y Marc Sangnier. En 1964 el partido de Frei, apoyado por la jerarqua catlica y el gobierno de los Estados Unidos, era un polo de atraccin para los que queran detener el avance del candidato marxista Salvador Allende. No obstante, la democracia cristiana chilena puso en marcha un programa de reformas, sobre todo una reforma agraria, que la enemist con sus aliados de derecha, mientras que el ala izquierda, hostil a la colaboracin de clases y atrada por el socialismo, se separ de la ex Falange en 1970. En Venezuela, el Comit de Organizacin Poltica Electoral Independiente (COPEI), socialcristiano, tambin incluye una combativa ala izquierda. Sin embargo, haba surgido en 1946, inspirada en la Falange espaola y apoyada por los grandes terratenientes de las provincias andinas, para oponerse al peligro marxista que representaba el partido socialdemcrata Accin Democrtica, mayoritario en la oposicin y dueo del poder en 1948. Desde 1958, en competencia-complicidad con AD, el COPEI es uno de los dos pilares de la democracia venezolana, pero su orientacin es ms conservadora que la de su homlogo chileno. Es verdad que la posicin de los partidos es siempre relativa. En Honduras no se puede calificar de moderado al Partido Demcrata Cristiano, que desde 1982 cuenta con un diputado en el parlamento y forma alianzas con los partidos marxistas de extrema izquierda; en El Salvador, el PDC, dominado por la fuerte personalidad de Napolen Duarte, presidente de la repblica de 1984 hasta 1989, es para la oligarqua y la extrema derecha del mayor DAubuisson una organizacin comunista, cmplice de la guerrilla, debido tanto a su ideologa comunitaria como a las reformas que ha puesto en marcha, sobre todo en la esfera agraria. El ala ms progresista de la Iglesia latinoamericana es ms visible que la tradicionalista, sobre todo en Francia, pero ello no significa que es ms representativa. Los gestos polticos espectaculares de los curas revolucionarios y los obispos opositores no pasan inadvertidos, pero es necesario situarlos en el contexto de las Iglesias nacionales y dentro de una evolucin continental concreta. Algunas fechas y cifras servirn para situar la transformacin sufrida por el catolicismo latinoamericano en los ltimos dos o tres decenios en su justa perspectiva. En septiembre de 1955, al concluir el Congreso Eucarstico de Ro de Janeiro, se crea la Conferencia Episcopal Latinoamericana con el objeto de estudiar las condiciones particulares en que se vive el cristianismo en cada pas
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D.C. latinoamericana, ideologa o partido?, en The Economist para Amrica Latina, 18 de septiembre de 1968.

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del continente. La centena de obispos que crean la CELAM sufre las presiones de sacerdotes y laicos deseosos de ver un compromiso mayor de la Iglesia con los problemas de las sociedades latinoamericanas. Hombres como Hlder Camara, entonces obispo auxiliar de Ro, y Manuel Larran, obispo de Talca en Chile, que cumplen un papel decisivo en su creacin, Se sienten afectados directamente, en tanto pastores, por la injusticia y la miseria. Un ao antes, en Santiago de Chile, haba surgido la Confederacin Latinoamericana de Sindicatos Cristianos (CLASC), convertida en 1971 en Confederacin Latinoamericana de Trabajadores (CLAT); con ello segua la lnea mundial de la CISL hoy Confederacin Mundial del Trabajo (CMT) de desconfesionalizacin, pero sin alejarse de la Iglesia y de la izquierda democristiana. En 1961, la encclica Mater et Magistra de Juan XXlII expresa la misma preocupacin social y refuerza la orientacin ya esbozada, confirmada ms adelante por Pacem in Terris (1963) y Populorum Progressio (1967) despus de la puesta al da pastoral del Vaticano II. El despertar teolgico, espiritual y social de la Iglesia romana tiene repercusiones profundas en Latinoamrica. La semilla de la renovacin cae en terreno frtil: un continente en plena transformacin social, que se urbaniza e industrializa, en el que acaba de irrumpir la guerra fra y sobre el cual flota el espectro de las revoluciones castristas. En la estela del Vaticano II, la mayora de las Iglesias del continente asumen con mayor o menor entusiasmo y celo la tarea de abrazar su siglo y responder a las exigencias sociales del tiempo presente, tomando a su cargo a todos los hombres y todo el hombre. En ese espritu de renovacin evanglica, la presencia de la Iglesia debe adoptar nuevas modalidades que la acerquen al pueblo de Dios: pastorales especializadas (por ejemplo, la pastoral de la tierra en el Brasil) y comunidades eclesiales de base son los medios institucionales elegidos paro expresar la orientacin preferencial hacia los pobres, de acuerdo con las nuevas prioridades de la Iglesia. La vanguardia del clero comprometido que se vuelca al nuevo apostolado critica la dimensin institucional de la Iglesia para destacar la que debera ser su funcin proftica. Denuncian el pecado capital de la injusticia y hacen hincapi en la incompatibilidad de la miseria con la vida espiritual: el hombre oprimido y explotado no se puede realizar como ser humano ni alcanzar la salvacin. La denuncia de la violencia. Institucionalizada de las estructuras sociales vara de un pas a otro. No todos los episcopados asumen el compromiso de la Conferencia Nacional Episcopal del Brasil (CNEB) de apoyar las luchas del pueblo a travs de los sindicatos y otras organizaciones populares y tratar de conocer mejor la realidad vivida por los oprimidos. En algunos pases, las personalidades de vanguardia son relativamente representativas de la tonalidad dominante de la Iglesia es el caso de monseor Hlmer Camara en el Brasil, pero en otros esos obispos son figuras aisladas, encerradas en guetos diocesanos, que slo refuerzan el tradicionalismo de las jerarquas conformistas: fue el caso de monseor Mndez Arceo en su dicesis de Cuernavaca, Mxico, en la dcada de 1970, o de monseor Romero en El Salvador, asesinado en marzo de 1980 por haber denunciado a la oligarqua y el ejrcito y declarado la legitimidad del derecho a la violencia insurreccionar en ausencia de cualquier canal de dilogo.48 Los telogos del activismo en favor de los pobres y los oprimidos hacen hincapi en el mensaje liberador de Cristo e interpretan la violencia estructural de las sociedades injustas a la luz de las ciencias sociales. A partir de esos anlisis, algunos cristianos no se
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En una entrevista concedida al periodista mexicano Mario Menndez Rodrguez, publicada en El Salvador, una autntica guerra civil. San Jos, Educa, 1981, pg. 113.

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limitan a declararse partidarios de las masas para concientizarlas y movilizarlas por su liberacin pacfica. La teologa de la liberacin, anticapitalisla y revolucionaria, los lleva a abrazar el socialismo. As sucedi con el movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo en la Argentina de la dcada de 1970 y los Cristianos por el socialismo en Chile en la misma poca. Algunos curas que llevaban su compromiso espiritual hasta el fin se lanzaron a la lucha armada, como Camilo Torres, muerto en la guerrilla castrista colombiana en febrero de 1966, quien deca que la revolucin es una lucha cristiana y sacerdotal, o el espaol Domingo Laln, quien corri la misma suerte. Estos gestos espectaculares o heroicos, testimonios de una manera distinta de vivir la fe cristiana o de un resurgimiento mesinico, siguen siendo muy minoritarios. Camilo Torres, intelectual brillante, hijo de una de las grandes familias colombianas, era un cura entre cuatro mil; los sacerdotes tercermundistas argentinos eran trescientos o cuatrocientos entre casi cinco mil. No es menos cierto que la Iglesia latinoamericana est de parto. Desgarrada por graves divergencias y conflictos que superan las controversias teolgicas, sufre enfrentamientos intestinos de ndole innegablemente poltica. Aparece, pues, como un factor en juego, hecho que la Curia romana no puede desconocer. En este clima polarizado se realizan la segunda y tercera Conferencias generales del episcopado latinoamericano, inauguradas por Pablo VI y Juan Pablo II respectivamente, as como los numerosos viajes realizados por este ltimo a travs del continente y sobre todo a aquellos lugares donde la Iglesia est ms dividida. La Conferencia episcopal de Medelln, Colombia, del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1968, fue marcada por la personalidad del papa Pablo VI, que inaugur sus deliberaciones, y por la euforia progresista y renovadora del Vaticano Il. El Papa trat sin duda de serenar las pasiones y reconciliar las dos alas extremas. Pero a pesar de las advertencias contra la violencia como medio de transformacin social, fueron los liberadores y los profticos los que ganaron posiciones. As, Populorum Progressio reconoce el derecho a la insurreccin contra una tirana evidente y prolongada que atenta contra los derechos de la persona. En la Conferencia episcopal de Puebla, del 27 de enero al 12 de febrero de 1979, impera otro clima. Los medios progresistas temen un retroceso con relacin a Medelln, incluso una pblica puesta en vereda de la Iglesia contestataria. Se conocen la personalidad y las preocupaciones del Papa venido del Este. El nuevo pontfice se aferra a la ortodoxia doctrinal. Poco afecto a las aperturas teolgicas, se considera defensor del magisterio moral tradicional de la Iglesia y recela de todo lo que huela cercana o remotamente a marxismo. Adems, la CELAM ha cambiado de manos. Los obispos de la corriente de vanguardia han cedido el timn al nuevo secretario general, monseor Lpez Trujillo, obispo de Bogot, quien no oculta sus preferencias conservadoras. Por todas esas razones, los telogos innovadores, algunos de los cuales haban asistido a Medelln, son expulsados. Con todo, el documento final es equilibrado y ambiguo. Condena tibiamente el capitalismo liberal y con gran firmeza el colectivismo marxista. Tambin rechaza sin ambages la doctrina de la seguridad nacional, doctrina contrarrevolucionaria de los regmenes militares, que sin embargo, en la poca de Puebla, ya estaban en franco retroceso. En momentos en que muchos sacerdotes son perseguidos por su oposicin a las dictaduras, sean de El Salvador, el Brasil o Chile, la conferencia apoya al clero en lucha por los derechos humanos. Pero se niega a considerar a la violencia un medio legtimo para derrocar tiranas y liberar a los hombres. En retroceso con respecto a Populorum Progressio y Medelln, los obispos latinoamericanos califican a las guerrillas revolucionarias del mismo modo que al terrorismo de Estado. 297

Las Conferencias de Medelln y Puebla fueron sucesos de repercusin mundial. Debido a la importancia numrica de las comunidades catlicas, todo lo que afecta a la Iglesia latinoamericana repercute directamente en la Iglesia universal. Si cayera en poder de una desviacin teolgica o un cisma, el hecho sera posiblemente ms grave que la reforma del siglo XVI. De ah la preocupacin de la Santa Sede y muchos obispos por las tendencias centrfugas de un catolicismo radicalizado, incluso revolucionario. Es verdad que la voz de la Iglesia no es una sola. A riesgo de cometer una irreverencia impa, se podra hablar de cacofona. Con pocas semanas de diferencia, el episcopado brasileo cita a Santo Toms de Aquino para justificar el robo en caso de extrema necesidad, Juan Pablo II dice que los pobres no son una lucha y un brasileo sostiene que la teologa de la liberacin debe ser rechazada por inspirarse en Marx ms que en Jess.49 El Vaticano jams expres preocupacin frente a las tendencias integristas en el seno de la Iglesia ni conden pblicamente el apoyo expresado por curas y obispos a las dictaduras militares, pero la Curia romana y el papa Juan Pablo II s han fustigado ciertas desviaciones doctrinarias y pastorales representadas por las comunidades eclesiales de base, los telogos de la liberacin y lo que se ha dado en llamar genricamente la Iglesia popular. Las CEB, cuyo fin es acercar la Iglesia a los fieles, sobre todo a los ms carenciados, y paliar la escasez de sacerdotes, son alentadas por el clero progresista a la vez que vistas con gran suspicacia por las autoridades constituidas. Esta manera colectiva de vivir la fe cristiana en lugar de ir simplemente a la iglesia a rezar requiere una concientizacin de los participantes, agrupados por lugar de residencia. Las CEB cumplen una funcin en la defensa de los intereses comunes de sus miembros. Por ello, la pastoral comunitaria suele parecer una pastoral esencialmente de clase. Para las clases poseedoras y los medios conservadores, la asociacin horizontal de entre pares sociales en las comunidades viola la estructura vertical del statu quo. De all a acusarlas de comunismo no hay ms que un paso, que se da fcilmente. Para la Santa Sede y los episcopados tradicionalistas, la tendencia de las CEB a dividir el pueblo de Dios en clases y desconocer las jerarquas amenaza la cohesin de la Iglesia. Si bien es arriesgado volver a discutir sobre esta forma de evangelizacin que ha resultado tan eficaz, lo que preocupa a la Iglesia conservadora es el discurso teolgico que acompaa esas nuevas prcticas entre los pobres. La condena de la teologa de la liberacin por los episcopados latinoamericanos conservadores en la dcada de 1970 y la posterior ofensiva del Vaticano en 1984 se basan en una serie de cuestiones doctrinales que constituiran otras tantas desviaciones graves. Una Instruccin de la Congregacin para la Doctrina de la Fe, difundida en septiembre de 1984, advierte a los fieles y el clero que esta teologa olvida el pecado e incluso quiz la trascendencia de la salvacin para ocuparse solamente de las limitaciones y violencias de orden terreno y temporal.50 Sus partidarios, como el franciscano Leonardo Boff, convocado de manera espectacular a Roma en septiembre de 1984 para explicar sus escritos, utilizan el marxismo como herramienta de anlisis de las realidades sociales y prefieren un enfoque racionalista o historicista de la Iglesia como institucin. Para el Vaticano, el marxismo, aunque bautizado, nunca podra ser inocente por cuanto est con sustanciado con una
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Vase Le Monde, 4 y 13 de octubre de 1984, y la entrevista a monseor Boaventura Kloppenburg en Veja (Ro de Janeiro) nro. 9, enero de 1985, bajo el ttulo O marxismo na igreja. 50 lnstructions sur quelques aspects de la thologie de la libration, publicado el 3 de septiembre de 1984 con la firma del cardenal Joseph Ratzinger. Esta condena fue atenuada en lnstruction sur la libert chrtienne et la libration, 22 de marzo de 1986.

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ideologa atea. La proclamacin de la Palabra Divina no debe esperar los cambios de estructuras. stos no corresponden a la esfera de la Iglesia. La misin de la Iglesia no se puede reducir a lo sociopoltico, dijo Juan Pablo II a los brasileos en junio de 1980. Si bien los telogos incrimados rechazan las acusaciones que les formulan, sobre todo la de que se interesan ms en los pobres y en el desarrollo que en Dios, no cabe duda de que el catolicismo progresista suele tomar un cariz poco ortodoxo con un fuerte olor a azufre. As, el sacerdote y poeta nicaragense Ernesto Cardenal, hoy ministro del gobierno sandinista, escriba en marzo de 1979, antes de la victoria del Frente, no slo que el cristianismo era compatible con la violencia revolucionaria, sino tambin que el reino de Dios era la instauracin de una sociedad justa y perfecta sobre la tierra, la sociedad comunista, y que un revolucionario ateo conoce a Dios, pero un obispo que defiende una dictadura no conoce a Dios. 51 Indudablemente, la situacin de la Iglesia en Nicaragua no es ajena a las preocupaciones del Vaticano frente a la teologa de la liberacin. En efecto, muchos cristianos y sacerdotes apoyan el rgimen revolucionario de Managua, que se proclama marxista-leninista y aspira a construir una sociedad socialista con rasgos propios. A pesar de las advertencias del Vaticano y de la oposicin de la jerarqua al rgimen, tres curas son miembros del gobierno sandinista. stos identifican al Frente Sandinista con la causa de los pobres: as, una Iglesia popular paralela parece estar a punto de surgir. Sea como fuere, la Iglesia nicaragense est partida en dos. El Papa fue a reunificar su grey dispersa en marzo de 1983, pero fue mal recibido por los comandantes en Managua, quienes le reprocharon su tono beligerante, as como su negativa a condenar la agresin del imperialismo y los contras. El incidente no le fue til a la Iglesia ni a la revolucin sandinista El inters renovado del papa Juan Pablo II por el continente cristiano se refleja en sus numerosos viajes. En el Brasil, en julio de 1980, se produjo una apoteosis y una leccin de ecuanimidad pastoral. A los gestos hacia los pobres favelados de Ro, sindicalistas perseguidos seguan los discursos polticos equilibrados, expresin de la buena doctrina. En Centroamrica, en marzo de 1983, proclam el derecho a la vida en Guatemala, donde el dictador (protestante) haba hecho ejecutar a seis opositores. En El Salvador or sobre la tumba de monseor Romero, mientras que en Managua predic la disciplina al clero extraviado y los fieles desgarrados entre su fe y su credo sandinista. En octubre de 1984, durante su peregrinacn al Caribe, denunci a la Iglesia popular de tipo nicaragense. En enero de 1985, durante una visita a cuatro pases andinos, sobre todo al Per, pronunci una advertencia contra la teologa de la liberacin. Nadie debe esperar una disminucin del activismo papal en esta parte del mundo donde se juega el futuro de la Iglesia y, segn algunos observadores, bastante ms que eso. El Che, guerrillero asimilado a Cristo y venerado como mrtir por las iglesias populares, dijo una vez que cuando los cristianos se volvieran autnticamente revolucionarios, la revolucin sera invencible. Tal vez es sta la perspectiva que aterra al papa Wojtyla. Las otras Iglesias: refugio o liberacin? Antes de pasar a las Iglesias protestantes y los cultos africanos, conviene mencionar ese extrao avatar del catolicismo brasileo que fue el mesianismo. Surgido en el Nordeste
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Citas tomadas del artculo del padre Ernesto Cardenal. Deux annonces du royaume des cieux. Le Monde. 15 de marzo de 1979. Vase tambin su libro Cris-Psaumes politiques, Pars. Le Cerf. 1977.

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aprincipios de siglo, se lo ha comparado con el bandidismo de los cangaceiros: dos fenmenos vinculados, segn Josu de Castro y Roger Bastide, con las grandes sequas que despiertan en el espritu el deseo de partir en busca de la tierra prometida y la Nueva Jerusaln. En 1889, Antonio Conselheiro, profeta laico, anuncia a las masas campesinas del serto la llegada prxima de Cristo y su Reino. Instala su sede mstica en Canudos, adonde acuden millares de peregrinos exaltados y famlicos, y predica la guerra contra la repblica impa que acaba de ser proclamada. Fueron necesarias varias campaas militares para poner fin a la ciudad sagrada y la rebelin popular. El padre Cicero, verdadero cura de la aldea de Juazeiro, en Cear, tuvo mejor suerte que su antecesor el Consejero. Taumaturgo, atrae a miles de peregrinos, enfermos y penitentes. Despus de varios ataques policiales infructuosos contra su feudo, el gobierno reconoce la autoridad del padre Cicero, quien ser hasta su muerte, en 1936, un coronel mstico respetado por todos. En los dos casos se trata de una reinterpretacin de ideas esencialmente catlicas. La propuesta de estos mesianismos est relacionado con la abolicin milagrosa de todas las penas. Los mesas son santos patronos vivos que brindan ayuda y proteccin sobrenatural, por cuanto es imposible cambiar la sociedad injusta. Este enfoque aparece en otras expresiones religiosas. El protestantismo, en su forma mayoritariamente evangelista y pentecostal, ha hecho verdaderos progresos en Amrica Latina durante los ltimos treinta aos. La Guatemala catlica e indgena tuvo un presidente protestante del 23 de marzo de 1982 al 9 de agosto de 1983. El desconcertante general Ros Montt fue militante democristiano, despus se convirti al protestantismo y se hizo predicador de la secta norteamericana denominada Iglesia del Verbo antes de tomar temporariamente el poder. Sumando todas las iglesias protestantes, se calcula que el nmero de sus fieles constituye aproximadamente el cuatro por ciento de la poblacin del continente. Chile es el pas de mayor implantacin pentecostal: casi el doce por ciento de la poblacin profesa ese credo. En general el protestantismo es mucho ms minoritario. Abarca el seis por ciento de la poblacin brasilea lo cual equivale a casi ocho millones de personas y el dos por ciento de la argentina. Est concentrado en ciertas regiones de algunos pases donde no alcanza dimensiones masivas en un nivel nacional. Es el caso del Nordeste mexicano: Nuevo Len tuvo un gobernador protestante. En algunas aldeas de los estados costeos de Tabasco y Veracruz hay tantos templos como iglesias catlicas. El protestantismo ha hecho grandes progresos en Centroamrica y el Caribe: abarca del diez al quince por ciento de la poblacin en Guatemala y El Salvador. El avance protestante se debe a misiones norteamericanas que no carecen de recursos para instalarse y difundir su fe. Este protestantismo aunque sin duda en grado menor en un pas austral como Chile propone una interpretacin norteamericana de la Biblia y es uno de los instrumentos de la penetracin cultural norteamericana. De ah a descubrir mviles poco religiosos detrs de ciertas sectas y sus personeros ... Sea como fuere, las iglesias evanglicas no buscan, como lo hace un sector del catolicismo contemporneo, concienciar a los pobres y desheredados. Ms bien ofrecen una estructura sociolgica que sacraliza la opresin. 52Sus xitos entre las capas populares, especialmente entre los sectores ms carenciados como los negros del Brasil, se debe a su matiz comunitario y a su funcin de evasin frente a una realidad insoportable. Se habla de
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Lalive dpinay, C.: La iglesia evanglica y la revolucin latinoamericana (conferencia presentada en la consulta de ISAL en Piripolis, Uruguay, el 12 de diciembre de 1967. 12 pgs., mimeografiado). CIDOC Informa, Cuernavaca, 1968, diciembre de 1978.

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religin refugio para poner de relieve su papel social conservador. Las religiones africanas del Caribe y el Brasil son un fenmeno de otra ndole y desempean funciones sociales ambiguas. El fondo comn de estas religiones de desarraigados, nacidos entre la poblacin esclava deportada de frica, es la recomposicin de los restos de mitologas procedentes del continente negro. Esta rearticulacin que parece un verdadero bricolage incorpora toda clase de elementos: la brujera en el vud de los campesinos haitianos, el catolicismo en los cultos brasileos donde los orixs responden de manera sincrtica a los santos del panten cristiano. La correspondencia es notable en el candombl bahiano, mientras que el umbanda toma muchos elementos del espiritismo de Kardec. Pero estas religiones de adaptacin social (social adjustment) son tambin cultos de resistencia que expresan la voluntad de conservar una identidad africana y una vida comunitaria, reflejada por ejemplo en el espritu festivo del candombl. Algunos cultos, como el umbanda, cuyos adeptos no son todos negros, tienen gran xito en el Brasil porque responden a un pedido de intercesin y proteccin sobrenaturales de las poblaciones carenciadas. Se calcula que en la actualidad hay unos veinte millones de umbandistas. Estos cultos de afliccin son muy apreciados por los polticos tradicionales del Brasil porque contribuyen a mantener la paz social, en la medida que se proponen interpretar en trminos individuales los problemas cuyos orgenes son eminentemente sociales.53 Brasil es un verdadero laboratorio de religiones. Las sectas se multiplican hasta el hartazgo. No hay aldea que no posea un templo de la Asamblea de Dios. El espiritismo florece all ms que en la Argentina. Alan Kardec es ms conocido en Ro y San Pablo que en Pars, donde tiene su tumba (en el cementerio de Pre-Lachaise). La sede de la Federacin Espiritista en Brasilia es ms lujosa que la de la Conferencia episcopal. Sus santuarios se multiplican sin cesar, sobre todo en la alta meseta alrededor de la capital federal. En Vale do Amanhecer, verdadera ciudad espiritista, miles de mdiums atienden enfermos provenientes de todo el territorio nacional, mientras otros iniciados, con disfraces de romanos de teatro, juntan firmas de los visitantes para el rescate de las almas. Aqu no se pretende pasar revista a todas las religiones que se practican en el continente. Para ello habra que mencionar a los hinduistas y musulmanes de Surinam, los menonitas del Paraguay y Belice y las activas y prsperas comunidades judas del Brasil y, principalmente, la Argentina. Quedan pocos gauchos judos como los descritos por Gerchunoff, pero Buenos Aires es la segunda ciudad juda del mundo, despus de Nueva York. El catolicismo no ve amenazada su supremaca; no es la nica religin en Amrica Latina y su evolucin social y poltica, que tanto preocupa al Vaticano, puede dejar el terreno libre areligiones ms consoladoras que, al apartar a los fieles de las realidades de este valle de lgrimas, les ofrecen remedios individualistas para sus sufrimientos. ORIENTACIN BIBLOGRFICA Antoine (Charles), Le Sang et le Pouvoir, Paris, Le Centurion: 1970. Azevedo (Thales), Catolicismo no Brasil?, in Vozes (Petropolis), 3-2 fvrier 1969.
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Segn el antroplogo Peter Fry en su ensayo Manchester sculo XIX et So Paulo sculo XX, dois movimentos religiosos, en Fry, P.: Para ingls ver, identidade e politica na cultura brasileira. Ro de Janeiro, Zahar Editores, 1975, pg. 29.

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7. Estilos de autoridad y mecanismos de dominacin: caudillos, caciques y clientelas El carcter generalmente ms vertical que horizontal de las relaciones sociales en Amrica Latina no es un mero arcasmo propio de zonas rurales atrasadas. As lo demuestran los ataques que sufre cualquier intento de organizacin independiente (sea 302

sindical o comunitaria) de las clases populares. Estas situaciones sociales autoritarias redundan en formas de concentracin del poder ms o menos oligrquicas o personalistas. Desde hace mucho tiempo la gran mayora de los sistemas polticos latinoamericanos se basan en mecanismos tendientes a excluir a los dominados, los de abajo. Pero la lgica de la exclusin es compleja y ambigua, porque incluye formas de participacin que sirven para disimular y perpetuar la dominacin. Tanto las modalidades tradicionales del autoritarismo como las formas ms modernas y sutiles de evitar la competencia poltica hunden sus races en la propia trama social. Es necesario indagar en ella, en el nivel micropoltico de la aldea o el barrio, para comprender el funcionamiento y el estilo de poder en las sociedades del continente. Caudillos y dictadores En el siglo XIX, el poder local, regional e incluso nacional en Amrica Latina generalmente est en manos de sujetos todopoderosos. La aparicin de esos hombres fuertes, los caudillos, no se debe, como sostienen algunos, a la incapacidad congnita de las poblaciones latinoamericanas para el self-government. El caudillismo nace de la descomposicin del Estado despus de la cada de las autoridades coloniales en las naciones surgidas del imperio espaol. Son seores de la guerra que en los turbulentos das posteriores a la independencia se tallan un feudo a punta de espada. Pero la debilidad de las lejanas autoridades centrales da lugar a un fenmeno que las estructuras latifundistas y la concentracin del poder local vuelven prcticamente inevitable. En algunas regiones andinas, en pleno siglo XIX, los hacendados concentran el poder pblico, poseen crceles y milicias locales y emiten moneda de circulacin legal en sus dominios y sus tiendas. De este fenmeno surgen algunos interrogantes. Quines son los caudillos? De dnde obtienen su poder? Cmo aparecen? En qu se diferencia el caudillo del dictador o del presidente militar de un rgimen de facto? Qu marca han dejado esos potentados locales o nacionales en la vida poltica y social de sus pases? Esos poderes seoriales aparecen en perodos preestatales, cuando la conciencia nacional est en paales. El vaco institucional y el desierto administrativo generan situaciones casi espontneas de preponderancia y patrimonialismo. Con frecuencia, el poder central slo tiene una autoridad nominal o negociada con los feudatarios de una parte del territorio nacional. La fuerza centrfuga del caudillismo lleva en s el germen del desmembramiento del Estado, salvo que aparezca un caudillo unificador para imponer su ley, sea aplastando por las armas a los seores alborotadores, sea asentando su proyecto centralista sobre una red de vasallos. En la Argentina de mediados del siglo XIX, ese hombre fue Rosas, el Luis XI de la pampa, gobernador de la poderosa provincia de Buenos Aires. A fines de la dcada de 1920, el presidente mexicano Calles se erigi en el Csar unificador de los generales revolucionarios. En Venezuela, Cipriano Castro (18991908) y sobre todo Juan Vicente Gmez (1908-1935) fueron, si no los gendarmes necesarios de los que habla el cortesano, al menos los tiranos implacables que aplastaron a los caudillos rivales y ayudaron a pacificar una vida poltica siempre al borde del estallido ... En esas circunstancias de precariedad preestatal, los que se imponen son los ms enrgicos, los ms violentos conductores de hombres. La base de la estructura poltica son los vnculos personales, la lealtad a aquel que puede ofrecer una cierta medida de proteccin. El jefe del clan obliga a su familia y sus allegados a participar en las luchas por 303

el poder local, regional o nacional. Su clientela de allegados incluye a todos los que le deben su trabajo, dinero o simplemente un favor. As se crea un vnculo de reciprocidad desigual entre el poderoso y sus dependientes. El caudillo, ms que un hombre carismtico, es alguien que sabe crear lealtades. Su poder, en cualquier nivel, se ejerce siempre de cuerpo presente, como dice Garca Mrquez en El otoo del patriarca, es decir, con la presencia personal. El meollo de ese poder reside luego en las relaciones de parentesco, reales o ficticias. Cuando el caudillo llega al gobierno, la piedra angular de su estructura poltica es el nepotismo. Sita a los miembros de su familia en los puestos clave y les asegura su enriquecimiento rpido. El dictador dominicano Trujillo, benefactor y generalsimo, caudillo nico que reemplaza a los numerosos e inciertos barones en lucha antes de la ocupacin norteamericana de la isla, ejerce l solo el poder desde 1930 hasta su asesinato en 1960. Todos los puestos importantes estn en manos de sus hermanos, sobrinos e hijos legtimos y naturales. La enumeracin de esta jerarqua familiar no carece de amplitud ni de detalles pintorescos. Confa a sus hermanos el Ministerio de Guerra, el del Interior, la jefatura del Estado Mayor y el mando de la divisin principal del Ejrcito. La dinasta Somoza, que asol Nicaragua de 1936 a 1979, hizo lo mismo. Asesinado el patriarca Tacho en 1956, dos de sus hijos ocuparon el trono en Managua. El yerno de Tacho y cuado de Tachito su hijo, el ltimo de ese nombre fue embajador ante el gobierno norteamericano durante casi toda la dinasta y decano del cuerpo diplomtico en Washington. El jefe de la Guardia Nacional era un hermanastro del Presidente; el nieto del patriarca, oficial de carrera, comandaba en 1979 un cuerpo antiguerrillero de elite. En otro plano, totalmente alejado de la historia universal de la infamia que evocan los personajes arriba mencionados, el general Torrijos, jefe de la Guardia Nacional que toma el poder en Panam en 1968, posee muchos de los rasgos del caudillo tradicional: aficin a la unanimidad y el contacto humano, presencia en el terreno, valenta fsica, prudencia y audacia, sentido familiar y machismo campechano, muy bien vistos por sus conciudadanos. En el mismo orden de ideas se puede decir que el lder marxista-leninista en que se ha transformado Fidel Castro no tiene nada que ver con el modelo sovitico del secretario general burocrtico e intercambiable; en cambio, el jefe de la Revolucin Cubana se inscribe en la tradicin caudillista continental. Como argumentos a favor de esta opinin se citan el coraje y la presencia fsica del Comandante, que lleg al gobierno por medio de la lucha armada, as como las funciones que cumplen en su gobierno ciertos miembros de su familia (su hermano Ral es el nmero 2 de la jerarqua oficial y su sucesor designado). Sea como fuere, si los servicios prestados establecen vnculos duraderos, los ms poderosos son los de la sangre y el parentesco. La abundancia de hijos naturales, prueba palpable de la virilidad, era uno de los atributos cannicos de los caudillos de ayer. Esos personajes violentos deban ser procreadores prolficos y generosos. El venezolano Gmez, arquetipo del patriarca, reconoci a noventa hijos. Pero los parentescos ficticios y rituales son los ms codiciados debido a sus derivaciones polticas. El padrinazgo de un nio crea relaciones de compadrazgo de innegable eficacia sociopoltica. Al compadre no se le niega nada. Las reglas de obligacin recproca entre compadres, la proteccin que dispensa el padrino a su ahijado y a la familia de ste constituyen una veta de lealtades que los mismos dictadores, bautizadores a diestra y siniestra, supieron aprovechar. Trujillo contaba con una red de abnegados partidarios en todas las clases sociales. Somoza I tambin respetaba la sagrada costumbre. 304

Quines son esos caudillos? Ante todo, aventureros o personajes destacados dotados del coraje, la clientela o los partidarios necesarios para lanzarse a la conquista del poder por la fuerza. Ejemplo de ellos son los caudillos del Tchira, en Venezuela, grandes propietarios o comerciantes de ganado que bajaban de sus montaas andinas a la costa caraquea para apoderarse del palacio presidencial despus de echar a su ocupante. Cipriano Castro y Juan Vicente Gmez son los modelos. Pocos de estos seores de la guerra son militares, a pesar de su aficin a los uniformes, ttulos y entorchados. Es verdad que hacen la guerra y recIutan soldados para conquistar el poder, pero les repugnan las normas disciplinarias y burocrticas del oficio de las armas, tanto como las exigencias jurdicas del estado de derecho. Algunos llegaron al poder y se convirtieron en bestias sanguinarias, como el dictador guatemalteco Estrada Cabrera (1898-1920) o el general salvadoreo Hernndez Martnez, militar de carrera, autor de las matanzas de campesinos de 1932, que gobern con mano de hierro entre 1931 y 1944. Teosofista acrrimo, sostena que era ms criminal matar una hormiga que un hombre, porque ste tena la posibilidad de reencarnarse. Estos dictadores de carcter rupestre, al decir de Garca Mrquez, se mantienen en el poder mediante una combinacin de astucia, violencia y corrupcin. Al querer aplicar el sistema de la hacienda en un nivel nacional, privatizan el poder poltico. El paradigma de los patriarcas, descrito por los novelistas latinoamericanos con inspiracin barroca inigualada,54 evoca un poder personal elevado a su mxima verdad, eficiencia y alcance. Las dictaduras patrimoniales se caracterizan por esa mezcla de megalomana y rapacidad, ese estilo poltico cauteloso y a la vez brutal. Debido a su permanencia55 e impunidad, estos tiranos rsticos suelen confundir la cosa pblica con su propiedad y el tesoro pblico con sus arcas privadas. Esta confusin entre el Estado y los intereses familiares da cierto fundamento a la afirmacin, a fin de cuentas cmica, del ltimo retoo de la dinasta Somoza, de que a partir de su padre, Nicaragua era un estado socialista. Juzgue el lector. En 1979 la hidra Somoza posea la quinta parte de las tierras frtiles del pas, las veintisis primeras empresas industriales, intereses en ciento veintisis sociedades, el monopolio del alcohol y la leche pasteurizada, el control de buena parte de la produccin de aceites vegetales, el banano y la sal, empresas de transportes, un parque inmobiliario impresionante y algunas frusleras ms. La empresa Somoza e hijos no careca de apetito ni de envergadura. Hay rasgos de caudillismo en hombres que, lejos de asemejarse a las monstruosidades polticas aqu descritas, aplicaban de una u otra manera los procedimientos constitucionales. lvaro Obregn, general revolucionario y constitucionalista de Sonora, presidente de Mxico de 1920 a 1924, dijo en su manifiesto electoral de 1919: Me proclamo candidato a presidente de la Repblica por mis propias
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El antepasado comn de este verdadero gnero literario es Tirano Banderas, del inimitable novelista espaol Ramn del Valle Incln. Entre las obras maestras de los grandes novelistas del continente hay novelas sobre la tirana como El seor presidente, del guatemalteco Miguel Angel Asturias; El recurso del mtodo, del cubano Alejo Carpentier (llevada al cine); El otoo del patriarca, de Gabriel Garca Mrquez, a los que se podra agregar, en un estilo diferente ya que el protagonista es menos siniestro, Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos. 55 La permanencia es slo un factor, pero combinada con el carcter incoherente y primitivo del Estado, condujo a los fenmenos aqu descritos. Juan Vicente Gmez gobern Venezuela de 1908 a 1935; Trujillo, la Repblica Dominicana de 1930 a 1961; Tiburcio Caras ejerci el poder en Honduras de 1933 a 1949, Porfirio Daz rein en Mxico de 1876 a 1910.

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pistolas, sin compromisos con partidos ni programas (...) El que me quiera, que me siga!, expresin ejemplar del ms puro caudillismo poltico.56 El general Pern, que domin la vida poltica argentina durante tantos aos y fue elegido presidente constitucional en tres ocasiones, jams hablaba del partido o el movimiento justicialista en presencia de extranjeros, sino que deca simplemente, yo y mi gente .... Lder de masas o reformador social, el caudillo es un poltico que antepone los vnculos personales a las consideraciones ideolgicas o de legitimidad organizativa y slo admite la estructuracin vertical del campo poltico. Caciquismo, dominacin y reciprocidad Aunque el caudillismo en su forma ms grosera y caprichosa est en vas de extincin, los caciques locales gozan de buena salud. Incluso se integran sin mayores dificultades en los sistemas polticos modernos. El caciquismo no est ligado a la crisis del Estado ni al carcter incompleto de la construccin de la nacin. La dominacin de los jerarcas locales est relacionada ms bien con el choque entre dos universos o dos lgicas econmicas en una etapa de transformacin capitalista de las estructuras y/o con la valorizacin de los jerarcas locales gracias al empleo del sufragio universal en contextos autoritarios. Segn algunos autores, el caciquismo como forma de dominacin poltica no corresponde a las economas precapitalistas sino a la articulacin del modo de produccin capitalista con un modo de produccin no capitalista.57 La relacin entre el sufragio universal y el poder local se advierte de manera ms inmediata en sociedades postergadas en lo cultural y carenciadas en lo econmico, donde el voto aparece como mercanca de cambio entre otras de realizacin inmediata. El caciquismo aparece en sociedades que, por sus caractersticas particulares, ofrecen condiciones favorables para la aparicin de la relacin de patronato y la constitucin de redes clientelistas. El patrn es un hombre rico, influyente o bien ubicado en los circuitos sociales y que presta servicios. La inseguridad de la vida hace necesario el protector. La relacin clientelista es ante todo una suerte de seguro, un antdoto contra la precariedad de la existencia.58 El protector permite a las comunidades desprovistas de todo enfrentar mejor las calamidades y las amenazas. Las zonas donde el problema de la supervivencia se plantea cotidianamente son las ms propicias para la aparicin de personajes benvolos, dispensadores de favores individuales a cambio de apoyo poltico. Estas relaciones de beneficio mutuo entre socios desiguales, as calificadas por los socilogos,59 son las que cultiva concientemente el patrn. Un analista mexicano menciona el caso de un presidente municipal (intendente) de una pequea comuna que, con tal de ganar nuevos clientes, haca encarcelar a un campesino y luego ofreca pagar la multa requerida para su liberacin. De esta forma subrepticia y perversamente generosa creaba
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Citado por Franois Chevalier, que dedica al caudillismo un captulo de su obra LAmrique latine, de lindpendance a nos jours. Pars, PUF (Nouvelle Clio), 1977, pg. 271. 57 Par, L: Caciquismo y estructura de poder en la sierra Norte de Puebla, en Bartra. R. y cols.: Caciquismo y poder poltico en el Mxico rural. Mxico, Siglo XXI, 1975, pg. 32. 58 Para una definicin operatoria del clientelismo, vanse Foster, G.N.: The Dyadic Contract: a Model for the Social Structure or a Mexican Peasant Village, American Anthropologist, 23, 6- 12-61, pgs. 1173-1192, y Duncan Powell, J.: Peasant Society and Clientelist Politics, American Political Science Review, LXIV (2), junio de 1970, pg. 412. 59 Greco, G.: Appunti per una tipologia delle clientela, Cuaderni di Sociologia, 1972, nro. 2, pg. 183.

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una deuda y se aseguraba el control de un nuevo cliente.60 La poltica de la ddiva depende ante todo de la escasez. Un alto ndice de desocupacin estructural, la falta de tierras, el trabajo estacional, las migraciones y el xodo rural son otros tantos factores que favorecen el caciquismo. Los barrios pobres son caldos de cultivo del patronazgo, como lo es el latifundio. La escasez de un bien de primera necesidad y la precariedad de la situacin econmica generan una inseguridad que favorece la solidaridad vertical. El dueo de la tierra, el controlador de las aguas, el distribuidor del crdito tienen en sus manos las claves del poder. En los ejidos, propiedades comunitarias creadas por la reforma agraria en Mxico, los presidentes electos, que entregan a cada familia una parcela en usufructo, aprovechan la fertilidad diferencial de cada lote para favorecer o perjudicar a los miembros. Lo mismo hace el representante del Banco Ejidal, distribuidor de fondos limitados para crditos. La empresa pblica, los empleos municipales son fuentes de clientelismo. En trminos generales, cualquier bien escaso puede servir como instrumento para ganar influencia y control social por medio de una reciprocidad desigual, frecuentemente acompaada por la coercin. La insuficiencia de los servicios pblicos, tericamente gratuitos, la dificultad para distribuir bienes en principio a disposicin de todos, vuelven indispensable la funcin del intermediario. La necesidad de intercesin da lugar al patronato. En toda Amrica Latina se conoce la figura del despachante o gestor, personaje extraoficial que intercede ante una administracin desbordada de trabajo, paralizada o corrupta. En aduanas, tribunales y toda clase de oficinas pblicas, llena los formularios, sabe a qu puertas se debe golpear y obtiene todo aquello a lo que el solicitante tiene derecho pero no puede recibir sin su ayuda interesada. El analfabetismo y el plurilingismo tambin resaltan la importancia de esos brokers de la vida cotidiana. Se comprende que el hombre que conoce a los poderosos y est relacionado aproveche esa circunstancia para la aumentar su poder. En Ro de Janeiro, durante los aos setenta y ochenta, cuando dominaba la mquina poltica chaguista, era imposible intenarse en el hospital pblico sin la recomendacin de un diputado o un miembro del ejecutivo local.61 Esto sucede tambin en otros niveles. Sin amigos no se llega a ninguna parte, dicen los mexicanos. Un estudio sobre la situacin laboral de las elites mexicanas arroja conclusiones significativas. En una empresa pblica comercial, menos del veinte por ciento de los empleados de mediana jerarqua obtuvieron sus puestos mediante las vas de contratacin previstas por la ley; los dems los obtuvieron de favor.62 El aislamiento tambin fortalece a las autoridades locales. Las dificultades en las comunicaciones incluso de carcter lingstico acrecientan la necesidad de proteccin e intermediacin de los ms dbiles y su consiguiente dependencia de los poderosos. El patrn benvolo sirve de intermediario entre el centro y la periferia. Pero esta funcin generalmente no sirve para poner fin a la discontinuidad social o geogrfica sino para mantenerla indefinidamente.63 En efecto, la sociedad cerrada engendra dominacin
Segn Martnez Vzquez. V. R.: Despojo y manipulacin campesina: historia y estructura de dos cacicazgos del valle del Mezquital, en Bartra. R. y cols.: Caciquismo y poder poltico ..., ob. cit., pg. 157. 61 Vase el estudio de Diniz, E.: Voto e maquina politica. Patronagem e clientelismo no Rio de Janeiro, Paz e Terra, 1982, pgs. 117-118. Es una investigacin sobre las prcticas polticas del dispositivo instalado por el gobernador Chagas Freitas en el decenio de 1970. 62 Segn Smith, P. H.: Los laberintos del poder. El reciclamiento de las elites polticas en Mxico (19001971). Mxico, El Colegio de Mxico, 1981, pg. 295. 63 Vase Galjart, B.: Class and Following in Rural Brazil, America Latina 7 (3), Julio-sept. de 1964, y
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social. En Mxico se conocen casos de caciques que se opusieron a la construccin de rutas o ferrocarriles porque habran permitido el desplazamiento de sus sbditos. As sucede con frecuencia en los sectores rurales, cuando el recurso de dominacin es comercial y el patrn es el principal comprador de la produccin local. En una aldea aislada de Colombia, el comprador de caf amenaza a los campesinos con bajar los precios si no votan como corresponde. La gran propiedad que vive de s misma, cuyos nicos medios de comunicacin con la ciudad o la aldea son el telfono y el vehculo del patrn, es la imagen ideal del microcosmos clientelista ms autoritario en ciertas zonas de Amrica Latina. Es frecuente que el patrn, a fin de evitar los contactos con el mundo exterior y controlar los recursos humanos, abra una tienda e incluso distribuya bebidas alcohlicas gratuitas los sbados por la noche u organice fiestas. Estas relaciones clientelistas se desarrollan sobre todo, pero no exclusivamente, en contextos sociales donde estn ausentes las garantas permanentes e imparciales de legalidad y seguridad. No existen mecanismos objetivos e impersonales de distribucin de los medios elementales de subsistencia ni una proteccin social eficaz. El Estado, mnimo y remoto, no se ocupa del bienestar de sus ciudadanos o bien prefiere delegar su poder en una autoridad territorial privada que se ocupe de mantener el orden y le consiga apoyo electoral. As sucedi con el coronelismo brasileo, mecanismo que en su versin original implicaba que el poder central otorgaba un grado militar (de la guardia nacional) a los seores territoriales, legitimando su poder real al confiarles un cargo pblico.64 En estos casos, los dbiles y los pobres no pueden esperar ayuda del gobierno central. El comandante es ms fuerte que el gobierno, dice un campesino del Nordeste a un periodista, a propsito de un oficial de polica que se haba adueado de tierras en el estado de Pernambuco. Muchos autores han estudiado las relaciones entre la privatizacin del poder y el fortalecimiento de la centralizacin estatal a partir de 1930 en el Brasil.65 Parece que, salvo en las zonas urbanas, de fuerte movilidad horizontal, el mandonismo local no sufri un grave retroceso ante el Estado central. Por otra parte, en los sistemas polticos ms centralizados, los jerarcas locales cumplen una funcin de primer orden, alentados y sostenidos por la mquina estatal. En Mxico, el partido oficial (PRI) practica una poltica de implantacin por medio de lderes naturales, que consiste en cooptar a los que controlan y movilizan a las poblaciones y apoyarse en ellos. El cacique es un engranaje indispensable para el funcionamiento de la democracia representativa en un orden patrimonial. l sirve de comunicacin entre el sistema poltico formal y el sistema sociopoltico real. La existencia de votos cautivos corresponde a la configuracin vertical del sustrato social y su escasa fluidez. El voto clientelista puede ser
Schmidt, S.: Bureaucrats as Modernizing Brokers? Clientelism in Colombia, Comparative PoIitics, 6 (3), abril de 1974, pgs. 437-455. 64 Cintra, A.O.: A poltica tradicional brasileira: una interpretao das relaoes entre o centro e a periferia, Cadernos do departamento de ciencia poltica. Belo Horizonte, Universidade de Minas Gerais, marzo de 1974m 1, pgs. 59-112. 65 A partir de la obra clsica de Nunes Leal, Coronelismo, enxada e voto (1ra. ed., 1949; ed. consultada, Alfa Omega, San Pablo, 1978), se han realizado muchas investigaciones sobre el coronelismo actual, su posible desaparicin, su transformacin probable. Vanse sobre todo Vilaca, M. V. y Cavalcanti de Albuquerque, R.: Coronel, coroneis, Ro de Janeiro, Tempo Brasileiro, 1965; as como Queiroz, M. l.: O mandonismo local na vida politica brasileira, San Pablo, Anhembi, 1969; Silva, C.J.: Marchas e contramarchas do mandonismo local, Cact um estudo de caso, Belo Horizonte, Edioes de Revista brasileira de estudos politicos, 1975; Saes, D.: Coronelismo e Estado burgus. Elementos para una reinterprelaao, Estudios rurales latinoamericanos, 1, (3), sept.-dic., de 1978, pgs. 68-92.

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vendido o gregario en funcin del grado de autonoma del elector con relacin al patrn. El voto llamado gregario implica casi siempre una gratificacin, mientras que el voto vendido requiere un grado de coercin; es obligatorio vender cuando aparece una alternativa contraria al sistema. En el primer caso, el sufragio es un bien de trueque. En la mayora de los casos no se vende por dinero sino por bienes escasos o apreciados: el alcohol en la costa caribea de Colombia, alimentos, ropa e incluso una mquina de coser como en el Cear brasileo en 1962.66 Muchas veces es un puesto de trabajo, una vivienda o el compromiso de obtenerla, un crdito, el riego del campo o la venta de la produccin agraria al precio que corresponde. Pero el voto vendido rara vez es un voto libre. Puesto que la escasez de un bien conduce a su monopolizacin, el comprador nico ejerce una dominacin aplastante sobre el ciudadano vendedor. La entrega del sufragio no cancela la deuda. Slo sirve para establecer o fortalecer la relacin clientelista. El voto gregario, por su parte, es esencialmente colectivo y pasivo. Requiere la organizacin del electorado para el da del comicio. En los campos del Norte brasileo, votar es caro: es necesario inscribirse en un registro, obtener el certificado de elector y trasladarse hasta la ciudad cabecera del distrito donde se efecta el escrutinio, lo que puede significar un viaje de varias horas. El generoso organizador que se apropiar de los votos ya lo ha previsto todo. l paga transporte, alojamiento, alimentos y diversin. Incluso hace pequeos obsequios a los electores. La francachela y el alcohol son la recompensa del espritu cvico. La eleccin es una fiesta. Los electores son llevados en grupo a las urnas. El vocabulario electoral brasileo, rico en trminos para designar estas elecciones, los llama voto de cabestro, es decir, el voto en manada. Hasta pocas relativamente recientes, lo importante en el Nordeste era mantener a los contingentes electorales encerrados en el redil mientras llega la hora de votar, porque el resultado de la eleccin, la amplitud de la victoria, dependa de la disciplina o indisciplina de los electores reunidos.67 A veces era necesario recurrir a la violencia. Cuando las circunstancias lo admiten, el patrn posee un verdadero voto plural; como gran elector, cede al partido o al poltico que paga mejor les bloques de sufragios emitidos por los bancos de votos controlados por l. Es verdad que esas elecciones manipuladas a la manera tradicional slo existen hoy en las zonas rurales ms atrasadas, pero eso no significa que el caciquismo haya muerto: slo se ha modernizado. Aunque el cacique sigue siendo un hombre influyente que posee bienes escasos y sirve de intermediario obligado con la sociedad en general, el gobierno o simplemente el mundo exterior, han aparecido nuevas fuentes de patronato que se agregan a las antiguas, las complementan o las reemplazan. El Estado con sus nuevas funciones, los partidos polticos modernos u otras instituciones propias de las sociedades en proceso de industrializacin suelen desplazar al propietario terrateniente, al comerciante o al jerarca local en naciones que siguen siendo en gran medida rurales. Esto no significa que la poltica de la ddiva haya cado en desuso o que el compadrazgo ya no consagre los vnculos entre el explotador y el explotado. Los actores cambian o se multiplican, pero los
Segn Montenegro, A. F.: As eleioes cearenses de 1962, Revista brasileira de estudos politicos, enero de 1964, pg. 89. 67 Estas prcticas no son exclusivas del Brasil tropical. En un poema de 1947 titulado Elecciones en Chimbarongo (Canto general), Pablo Neruda recuerda una eleccin de senador en la que se usan los mismos procedimientos con un electorado campesino al que le arrojan carne y vino y lo dejan bestialmente envilecido y olvidado (Canto general. Buenos Aires, Losada, 1968, t. I, pg. 167).
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mecanismos tradicionales del clientelismo siguen vigentes. Entre los nuevos actores se encuentran, por ejemplos, los dirigentes sindicales de grandes empresas en los pases donde impera el rgimen de las organizaciones obreras oficiales. En Mxico, los lderes del sindicato petrolero son verdaderos hombres fuertes en las company cities donde se encuentra la PEMEX: con la fuerza que les dan sus deudores, sus fondos sindicales y tambin sus pistoleros, designan las autoridades locales e imponen la paz social, o bien el terror. Los servicios prestados al Estado le dan a un hombre o una familia los recursos necesarios para distribuir favores y hacerse de una clientela. As, el propietario de una empresa de transportes de larga distancia que ha tenido la inteligencia de ofrecerle al gobierno sus mnibus para el acarreo de manifestantes o electores del partido oficial, bien puede convertirse en un personaje poderoso a quien no se le niega nada. Un escaln ms arriba, siempre en el contexto de un Estado cuasi providencial, el funcionario o jerarca local bien relacionado se permite otorgar los puestos pblicos a sus favorecidos con tal de quitrselos a sus enemigos. Al atribuirse la realizacin de obras a cargo del Estado (servicio sociales o sanitarios), incluidos los caminos y las vas de comunicacin cuya construccin no ha podido impedir, cumple su funcin de intercesor en un contexto nuevo. La privatizacin de agencias estatales o servicios pblicos por herencia individual o familiar se ha convertido como lo demuestra la experiencia colombiana en una de las formas ms frecuentes del clientelismo moderno. Peto se trata de un tipo de patronato ms colectivizado y centralizado, en el que las comunidades partidistas y el Estado cumplen un papel decisivo. Del patronato al cIientelismo de Estado Pueden existir muchas clases de relaciones entre el Estado y las redes clientelistas, de acuerdo con el tipo de organizacin poltica. En los estados liberales, el clientelismo tradicional se basa en la dominacin de las redes de clientes protegidos por los jerarcas locales y cautivos de ellos. La relacin no es principalmente poltica. El voto dirigido es slo una adaptacin derivada de una estructura de mando de funciones difusas. La verdadera relacin patrn-cliente es multiforme y no especializada. En el Nordeste brasileo de los coroneles, al mandonismo local corresponda el filhotismo ms o menos teido de padrinazgo de los subordinados favorecidos. Este tipo de relacin paternalista rara vez se confunda con una estructura partidaria. Generalmente, luego de un prolongado regateo, el patrn reservaba los votos de su feudo para el mejor postor, fuera candidato o fuerza poltica. El patronato partidista es una forma modernizada de esta relacin, en la cual el voto no depende de la opinin del elector sino de los servicios obtenidos y la proteccin dispensada. Este patronato reviste una dimensin histrica, primordial, es decir no voluntaria, en situaciones hereditarias de bipartidismo, como el Uruguay de los colorados y los blancos y, sobre todo, la Colombia liberal-conservadora. Patrias subjetivas en el Uruguay, super-estados en Colombia, las comunidades partidistas protegen al ciudadano contra el Estado o el partido opositor. Las hegemonas monocromas, sobre todo cuando se las exalta como en Colombia, donde aldeas liberales y conservadoras se enfrentan incluso con las armas, refuerzan el poder de las autoridades locales y las estructuras jerrquicas de mando. En todo caso, impiden que prospere la solidaridad horizontal basada en intereses o concepciones socioeconmicas comunes y refuerzan las configuraciones verticales. La otra forma de clientelismo partidista est ligada al funcionamiento de las mquinas 310

electorales. Se trata, siempre dentro del sistema liberal, que admite la competencia poltica, de una institucin que se ocupa de las necesidades locales a cambio de votos. A diferencia de las formas de clientelismo partidista descritas anteriormente, su terreno preferido es la ciudad en proceso de urbanizacin acelerada y gran inmigracin. Electores menesterosos y dciles porque estn desarraigados verdaderos enfermos cvicos, segn la frmula empleada por la machine politics del bossism norteamericano aseguran el xito de este tipo de intercambio. En Buenos Aires, a principios de siglo, los caudillos de barrio del partido radical cumplan la funcin de la asistencia pblica y otorgaban crditos. En los comits se vendan alimentos a bajo precio: pan radical. En la dcada de 1950, el poltico paulista Adhemar de Barros hizo fortuna con esos mtodos de asistencia. Los servicios prestados por la mquina poltica compensan la falta de proteccin social pblica. En algunos casos la mquina electoral se confunde con el partido oficial, producto de un gobierno que, para asegurarse una amplia base social, canaliza su capacidad distributiva a travs del partido. Un favor o un servicio crea un vnculo de reconocimiento y dependencia personal entre el ciudadano y su benefactor. Un derecho garantizado por ley, impersonal por su esencia, no ofrece tantos dividendos polticos. Esa es una de las causas y, a la vez, una de las modalidades del clientelismo de Estado. En Amrica Latina, el Estado integrador, que se esfuerza por incorporar a las clases populares, practica una suerte de patronato burocratizado en el cual no participa la iniciativa privada, o lo hace bajo control estatal. La movilizacin conformista de las capas subordinadas se efecta por medio de instituciones y con mtodos diversos, cuyo comn denominador es que el Estado ocupa el lugar de los mltiples patrones independientes e instaura un clientelismo de masas que otorga una dimensin ms impersonal a los mecanismos de intercambio sociopoltico, sin abandonar por ello los criterios individuales de proteccin y dependencia. Esta estatizacin del clientelismo no es puntual ni aislada; constituye el rasgo distintivo de un rgimen particular. El organismo de asistencia social y el sindicato estatizado reemplazan al gran propietario y al jerarca de clase media, pero el mecanismo bsico sigue siendo el mismo. Es un intercambio de servicios por lealtad poltica, y esta transaccin, aunque burocrtica y coercitiva, sigue siendo en gran medida, o siquiera simblicamente, interpersonal. Los grupos dirigentes tratan de identificar as el rgimen de Welfare State que pretenden instaurar. Es un nuevo avatar de la estrategia de privatizacin del poder en el contexto de una sociedad de masas y de una economa relativamente prspera. La presencia de un partido nico o dominante organizado sobre bases sectoriales o corporativas, como el peronista y su rama sindical o, mejor an, el PRI mexicano con sus tres sectores (obrero, campesino y popular) proporcionan el marco poltico adecuado para este sistema. Los sindicatos estatales y las organizaciones campesinas estatizadas permiten la cooptacin de las clases populares por medio del otorgamiento selectivo de ventajas marginales y la adjudicacin de beneficios sociales segn criterios individuales que incluyen la transferencia de la lealtad de los beneficiarios, del patrn local al Estado-partido o el Estado-persona. Un sindicalista peronista resuma muy bien la conducta clientelizada de sus pares al decir que Pern es mi padre y el Estado es mi madre (sic). El sistema controlado por el Estado, el presidente o el partido se apoya en una pirmide de dependencia y lealtad. Los jefes sindicales reciben del poder central los recursos que les permiten afirmar la autoridad de sus mandantes y crear la cadena de reciprocidad a su cargo. Mediante la distribucin de ayudas y servicios no extensibles (prstamos, vivienda, etctera) a sus fieles, crean una estructura de encuadramiento en la cual la ideologa obrera 311

tiene poco que ver. Cuando el sindicato posee el monopolio de la contratacin, el poder de los dirigentes llega a su mximo nivel. La clusula de exclusin inscrita en las convenciones colectivas en Mxico favorece enormemente la disciplina sindical. La divisin de los trabajadores en categoras diferentes, con distintos regmenes laborales, de acuerdo con una lgica corporativista y venal impuesta por algunas direcciones sindicales, otorga a los lderes obreros un gran poder. El sindicato de los petroleros (SlPRM) aprovecha la existencia de tres categoras: trabajadores titulares, cuyos puestos son hereditarios pero se venden a buen precio; los provisorios, que pueden pasar a la categora superior al cabo de varios aos, pero mientras tanto deben pagar soborno para obtener su contrato, y los obreros externos o pelones, que el sindicato proporciona a las empresas constructoras contratistas de PEMEX a cambio de obediencia, cuota sindical y riguroso soborno.68 Es un caso extremo de corrupcin en un sindicato autoritario, pero el exceso mismo ilustra la lgica del sistema. El paternalismo del Estado y la creacin de redes clientelistas a travs de organismos de asistencia y previsin social politizados configuran una de las vas ms transitadas del clientelismo estatizado. La retrica popular y populista permite confundir las legislaciones sociales que habran podido ser impersonales y annimas con el presidente o el rgimen. En la Argentina, la Fundacin Eva Pern, con sus hospitales y sus parques infantiles, la distribucin de ropas y juguetes en medio de gestos espectaculares de la bella esposa del General son un ejemplo notable de beneficencia personalizada y de utilizacin clientelista de una poltica social. El clientelismo de masas y estatal viene acompaado generalmente de una dimensin ideolgica que socava la solidaridad horizontal. En nombre del pueblo o la revolucin se trata de frenar la accin autnoma de las masas dominadas. La exaltacin de la solidaridad nacional sirve para oponerla a las potencias extranjeras y las minoras dominantes ligadas a ellas la antipatria", segn la jerga peronista, pero ese nacionalismo tambin rechaza las ideologas forneas que pueden servir de herramienta a los grupos sociales insubordinados o contestatarios. En Mxico en 1968, como en la Argentina en la dcada de 1970, la xenofobia populista utilizada anteriormente para fustigar los imperialismos se volvi contra los grupos revolucionarios. Cualesquiera que sean sus formas, el objeto de ese clientelismo de Estado es asegurar la perpetuacin, en una sociedad de masas, del pacto de dominacin tradicional. ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Cajueiro (Jos), As eleioes em Alagoas, em 1962, Revista brasileira de estudos politicos, janvier 1964, p. 101-120. Callado (Antonio), Os industriais da seca e os galileus de Pernambuco.Aspectos da luta pela reforma agraria no Brazil. Rio de Janeiro, Civilizaao brasileira, 1960. Carrera Damas (Germn),Juan Vicente Gmez: la evasora personalidad de un dictador in Jornadas de historia crtica. Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1983. Dictadores y dictaduras, Crtica y Utopia, n 5, 1981 (numro spcial). Gilhodes (Pierre), Politique et Violence. La question agraire en Colombie. Paris, Presses de
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8. Las ideologas: populismos, desarrollismo, castrismo El captulo anterior, dedicado a explicar las formas ms o menos rsticas o modernizadas de manipulacin de la soberana popular y la ciudadana, no permita prever que en el continente pudieran florecer verdaderas ideologas, si se entiende por tales, no a las ideas y visiones del mundo sino un conjunto de concepciones sociales que ilustren la accin colectiva, ya sea que se presenten bajo la forma de doctrinas polticas o bien despojadas de contenido ideolgico en el sentido estricto del trmino. En Amrica Latina, ciertas estrategias, regmenes o sistemas polticos juntamente con sus garantes ideolgicos presentan un innegable carcter especfico. Este captulo est dedicado a estas manifestaciones polticas propias de las realidades histricas del continente, dejando de lado las ideologas universales (por ejemplo, democracia o comunismo) aunque ocupan un lugar de primer orden. Con estos perfiles ideolgicos fuertemente arraigados, esta obra sale de la prehistoria poltica para referirse a los debates y problemas ms actuales y candentes de la Amrica actual. El orden de los temas es estrictamente cronolgico. El primero, el populismo, eleva a un nuevo plano los mecanismos clientelistas de Estado descritos en las pginas anteriores; a continuacin aparece el desarrollismo y finalmente las distintas corrientes del socialismo crioIlo, del castrismo al sandinismo y ms all. Los populismos: despotismo ilustrado o socialdemocracia autoritaria? No se puede leer un peridico o un libro de historia contempornea sobre casi cualquier pas de Amrica Latina sin tropezar con el trmino populismo, del cual se hace uso y abuso. Este concepto, por su frecuencia y su falta de precisin, parece referirse a un 313

fenmeno original que no se puede aprehender mediante el vocabulario poltico europeo. Acaso se trata de emanciparse de la tutela semntica de los conceptos procedentes del centro? (conceptos centrales). Emprendimiento loable, por cierto, si esta nocin histricamente confusa no fuera un instrumento de anlisis sumamente defectuoso. Para el historiador del mundo occidental y el hombre comn que posee algunos rudimentos de cultura histrica, el populismo es la clera de los agricultores del Middle West contra los polticos y banqueros de la costa Este de los Estados Unidos o bien, casi en la misma poca, los impulsos anarcobuclicos de los narodniki rusos, intelectuales que se acercaban al pueblo, perturbados por la miseria de los mujiks. Por consiguiente, el trmino se refiere a realidades muy dispares, sin puntos en comn. El trmino no es ms esclarecedor en su acepcin estrictamente latinoamericana. En primer lugar, se trata de un trmino peyorativo. Nadie se dice populista. Es tan grande la falta de rigor del trmino, que resulta difcil determinar en qu nivel de anlisis se sita el epteto casi infamante: partido, rgimen, lderes o programa poltico. A fin de delimitar el sentido del trmino en todas sus connotaciones, es necesario dejarse llevar por las palabras y su resonancia. Qu evoca el trmino, si no a los caudillos urbanos adulados por las masas y acusados por sus adversarios de demagogos? Algunos nombres: Pern, Vargas, tambin Velasco Ibarra en el Ecuador. La mayora de las definiciones poco esclarecedoras del populismo derivan de una concepcin moral, incluso moralizadora. Sean liberales o marxistas, consideran al fenmeno una aberracin digna de toda censura. Los regmenes populistas son, segn ellos, dictaduras demaggicas que se apoyan en las clases populares urbanas. Esos anlisis hacen hincapi en la dimensin carismtica del jefe lo cual generalmente es cierto, pero tal vez no en el caso de Getulio Vargas y sobre todo en la irracionalidad de las masas y su emotividad, que las lleva a seguir al mal pastor. No cabe duda de que el prestigio de los lderes populistas ante las masas urbanas suele alcanzar alturas extraordinarias de popularidad y lealtad. Pern, el lder, el primer trabajador, no slo no perdi partidarios durante sus dieciocho aos de exilio sino que los gan, como lo demuestra su reeleccin triunfal en 1973. En la Argentina del decenio de 1960, la frase atribuida a Malraux sobre el gaullismo se poda aplicar con mayor justicia al jefe del justicialismo: todo el mundo es, fue o ser peronista! Los sectores populares brasileos veneraron a Vargas, padre de los pobres, como un mrtir religioso despus de su suicidio en 1954. Velasco Ibarra, el apstol de los pobres, cinco veces presidente del Ecuador, deca: Denme un balcn y reconquistar el poder No obstante, tambin se califica de populista un perodo del rgimen posrevolucionario mexicano caracterizado generalmente como una dictadura impersonal del partido oficial. Por otra parte, las interpretaciones que ponen de relieve la culpabilidad de las masas en la aparicin de esos regmenes destructivos no parecen en absoluto convincentes. Juzgue el lector. Un terico de la izquierda marxista chilena define el populismo como un virus patolgico del movimiento obrero (...), la manifestacin del atraso ideolgico y poltico de las masas.69 El peronismo argentino, aparte de su identificacin coyuntural o fundamental con el nazi-fascismo70 ha sido objeto de dos interpretaciones con respecto a sus relaciones con la clase obrera: una, polmica, expresa el desprecio de los
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Mires, F.: Le populisme, Les Temps modernes, junio de 1979. Para un estudio histrico y sociolgico de esta calificaci6n, vase Waldmann, P.: El peronismo (19431955). Buenos Aires, Sudamericana, 1981: y en cuanto a la polmica, Sebrelli, J. J.: Los deseos imaginarios del peronismo. Buenos Aires, Legasa, 1983.

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jefes socialistas democrticos por la cobarda de las masas; la otra, sociolgica, se basa en la investigacin histrica. Segn la primera, la clase obrera argentina vendi su libertad por un plato de lentejas al dar su apoyo a la tirana. Los partidarios de la segunda interpretacin atribuyen el xito del peronismo a la existencia de una nueva clase obrera, nacida del xodo rural, carente de tradiciones sindicales o polticas y atrada por la poltica paternalista del coronel Pern.71 Como se advierte fcilmente, se trata de dos expresiones diferentes de la misma opinin. Es la que expresa el Partido Comunista Argentino en lenguaje leninista ortodoxo al afirmar, con toda elegancia, que es necesario hacer volver al proletariado argentino a las organizaciones de la clase obrera. Segn algunos autores, el populismo se confunde con la poltica de redistribucin de ingresos. En ese sentido se ha dicho que el Partido Socialista de Chile presentaba rasgos populistas, y Alain Touraine afirma que la cada de la Unidad Popular en 1973 marca el fin del populismo en la poltica chilena. Hay algo de cierto en esta apreciacin. El peronismo corresponde, en su primer perodo y en su concepcin ideolgica, a esta definicin parcialmente justa. En cambio, los historiadores del Brasil no la aplicaran al getulismo en sus comienzos. Aunque el debate sobre esto dista de haber concluido, parece que entre 1930 y 1945 los sueldos de los obreros no aumentaron, a pesar de la ley del salario mnimo, sino todo lo contrario.72 Cmo tener una visin ms clara del fenmeno, descartando la asimilacin del populismo a los partidos de masas (mass politics) o a los sistemas polticos movilizadores del Tercer Mundo en general? Si todos los partidos populares multiclasistas de Amrica Latina, de la democracia cristiana chilena a la Accin Democrtica de Venezuela, pertenecen a la categora de populistas, cabe concluir entonces que sta no tiene la menor utilidad. Lo cual, a juicio del autor de estas lneas, no es correcta. Para conocer un fenmeno en su coherencia es necesario aprehender su contexto histrico concreto y su ubicacin poltica. A pesar de la variedad de experiencias nacionales, la era de los populismos se sita histricamente dentro de lmites fciles de determinar: de 1930 hasta mediados del decenio de 1950. Getulio Vargas domina la vida poltica brasilea desde su arribo al poder como presidente provisional en 1930, hasta 1954. Derrocado en 1945 despus de siete aos de presidencia y ocho de dictadura, es elegido democrticamente en 1951 y gobierna hasta su muerte. Pern llega al poder en el marco del golpe militar de 1943, es elegido presidente en 1946 y derrocado por los militares en 1955. Su segundo, tumultuoso, retorno al poder en 1973 no es populista en el sentido estricto del trmino. Velasco Ibarra, cinco veces presidente, dictador por primera vez en 1936, a pesar de un breve comeback en 1960 y en 1972, cuando ocupa la presidencia durante algunos meses, figura en la poltica ecuatoriana esencialmente de 1934 a 1956. La etapa presuntamente populista de la revolucin mexicana es, segn todos los autores, la que est comprendida entre 1930 y 1940, aunque algunos la reducen a la presidencia de Lzaro Crdenas. Conviene detenerse en esta concentracin temporal. El populismo corresponde aparentemente a una coyuntura, la de las dcadas de 1930
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Vanse sobre todo los trabajos de Germani, G.: Poltica y sociedad en una poca de transicin. Buenos Aires, Paids, 1971; El surgimiento del peronismo, el rol de los obreros y de los migrantes internos, Desarrollo econmico, 13 (51), oct-dic. de 1973, y los comentarios de Peter Smith y Tulio Halpern Donghi, en la misma revista, ediciones de julio-sept, y enero-marzo de 1975. Vase tambin Murmis, M. y Portantiero, J. C.: Estudios sobre los orgenes del peronismo. Buenos Aires, Siglo XXI, 1971. 72 Rowland, R.: Classe operaria e Estado de compromisso (orgenes estruturais de legislao trabalhista e sindical, Estudos Cebrap, San Pablo, abril-junio de 1974, pgs. 5-40.

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y 1940, en la que se produce tanto la desorganizacin de las corrientes comerciales tradicionales como la crisis de los sistemas agroexportadores. A causa de estos dos fenmenos estrechamente ligados, resulta difcil en todas partes mantener el esquema de dominacin oligrquica vigente hasta entonces. En los pases ms desarrollados, el fortalecimiento del sector industrial y las modificaciones en los equilibrios sociales, en funcin del nuevo polo dinmico de la economa, crean una situacin de vaco poltico y de disponibilidad de las clases populares, nuevas o viejas, que escapan a los controles tradicionales. En la Argentina, el crecimiento del proletariado urbano se estrella contra la ceguera de las clases poseedoras y las elites conservadoras. En el Brasil, la urbanizacin galopante de este perodo y la movilizacin social en el sentido que le da Karl Deutsch y los tericos de la modernizacin inducida por ella coinciden que las luchas interoligrquicas que culminan en la destruccin de la vieja repblica reclamaba por las clases medias emergentes. En el Ecuador, las migraciones internas provocadas por la gran crisis engrosan las filas de los marginales que, luego de escapar al control clericaIconservador de la Sierra, no caen bajo la gida de los liberales, que los temen y desconocen. A partir de la reaccin conservadora de 1932, el subproletariado de Guayaquil, conformado en gran medida por grupos expulsados del sector rural tradicional, constituye el grueso de las tropas y la base de Velasco Ibarra. Segn algunos autores,73 el populismo mexicano, con sus reformas sociales y su retrica obrerista, tuvo por objeto conjurar una verdadera revolucin social. Fue una poltica contrarrevolucionaria destinada a frenar el movimiento campesino independiente generado por la revolucin, incorporando para ello a los sectores obreros. Estos regmenes llamados populistas aparecen, pues, como sistemas de transicin que buscan incorporar las clases populares al orden poltico y social existente por medio de una accin voluntaria del Estado. En este sentido se puede hacer hincapi en el aspecto de colaboracin de clases de estas frmulas polticas y en la subordinacin o, al menos, la falta de autonoma de las organizaciones obreras; cabe destacar tambin el papel de vacuna antirrevolucionaria que cumplen en esos regmenes las polticas sociales, la retrica popular y el reconocimiento de los sindicatos y las organizaciones campesinas bajo la gida del Estado. Pero lo ms notable, lo que constituye el meollo de esos regmenes singulares, es su funcin contradictoria: convocan a la movilizacin de las clases peligrosas y al mismo tiempo casi se podra decir por ese medio tratan de perpetuar el modelo de dominacin. Al sustituir los mtodos pasivos y tradicionales de obtencin del consentimiento de las clases subordinadas, estos regmenes no practican la exclusin por la fuerza, pero tampoco los mecanismos internos y voluntarios propios de las democracias liberales. De all proviene, sin duda, ese aire de psicodrama ruidoso y a veces incomprensiblemente catico que caracteriza a la ideologa populista. La violencia verbal est a la orden del da. Se invoca con frecuencia la muerte simblica de las oligarquas, incluso de los capitalistas y las empresas extranjeras. Es el caos en nombre del orden. En realidad, los intereses de los grupos en cuestin no se ven afectados. Las muy escasas reformas estructurales nunca superan el estado embrionario. Desde luego, es necesario introducir algunos matices. El velasquismo no es lo mismo que el cardenismo. No se puede confundir la concepcin tica y cristiana de la vida social cultivada por el individualista conservador Velasco Ibarra con el vigoroso reformismo de la revolucin mexicana bajo
73

Vase sobre todo Crdova, A.: La formacin del poder poltico en Mxico. Mxico, Era, 1975, pgs. 29-33.

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Crdenas, que nacionaliz el petrleo en 1938 e impuso un ritmo relativamente acelerado a la reforma agraria. Sin embargo, esos hombres y regmenes no carecen de aspectos comunes. El poder providencial y personalista es el elemento de semejanza ms espectacular, pero no el decisivo ni, por cierto, el central. Por lo dems, se trata de un rasgo frecuente en Amrica Latina, incluso en las, democracias presidenciales, por no hablar del resto del mundo en desarrollo. Por el contrario, la integracin/cooptacin de los trabajadores urbanos; y los campesinos, no contra las oligarquas sino contra la autoorganizacin de las clases populares, constituye el meollo de la lgica populista. Esta poltica de ceder algo para no perderlo todo, segn la cnica frmula de Pern en sus discursos de 1945-1946, ha sido expresada de distintas formas que resumen sus objetivos y mtodos. Se trata, segn sus exgetas brasileos, de hacer la revolucin antes de que la haga el pueblo; los mexicanos, ms prcticos y prosaicos, hablan de perder un centavo para ganar un peso. Estas revoluciones desde arriba, que cambian todo para que nada cambie, efectan sobre todo reformas autoritarias y preventivas. En ese proyecto, la institucin clave no es el presidente ni el partido, si es que existe, sino el Estado. La ideologa comn a todas estas experiencias es el nacionalismo popular. La estatizacin de las organizaciones socioprofesionales y la transferencia de lealtades hacia el Estado, identificado o no con un hombre, gracias a la satisfaccin de pequeas reivindicaciones y, sobre todo, a un reconocimiento social indito, sirven de marco para un estilo de gobierno paternalista y autoritario, basado en un dispositivo cuyo engranaje esencial es el clientelismo burocrtico de masas. El Estado defiende a los trabajadores, se apoya en ellos, a la vez que los mantiene bajo libertad vigilada. La ideologa popular oficial concibe al pueblo como la comunidad nacional en su conjunto, dotada de ciertos intereses comunes, de los que slo estn excluidas las minoras (el antipueblo) vinculadas con el enemigo externo. La conciencia de masas impera sobre la conciencia de clase. El nacionalismo solidario contribuye aja integracin poltica de las capas subordinadas y las masas urbanas. Semejante sistema tiene sus lmites. Como rgimen transitorio, sucumbe a la modernizacin de las sociedades. La transformacin de una sociedad de masas en sociedad de clases suele ser fatal para sus mecanismos de control. Con su prdica popular y su impulso a la organizacin de los trabajadores, el Estado populista contribuye paradjicamente a crear una conciencia colectiva entre los obreros urbanos. En su dinmica ambidextra, que oscila entre la movilizacin popular y la manipulacin de las masas, triunfa entonces la primera, y sus agentes tratan de romper el cascarn estatista que los envuelve. En este sentido es significativa la cada del corporativismo populista en el Brasil, bajo el presidente Goulart (1961-1964). All, el aparato sindical integrado al Estado pareca funcionar en un sentido diametralmente inverso a aquel para el cual se los haba programado, al punto tal que el espectro de una repblica sindicalista turbaba el espritu de la oposicin. En la Argentina del segundo peronismo (1973-1976), los sindicatos burocratizados, en el apogeo de su poder, se vieron desbordados por la combatividad obrera que se ejerca a expensas suyas. El carisma populista no bastaba para contenerla. Esas instituciones de encuadre social que funcionan en otros contextos histricos y polticos, no sern meras supervivencias del pasado? La historia de las prximas dcadas en el Brasil y la Argentina dar la respuesta.

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El desarrollismo y la modernizacin capitalista sacralizada El trmino desarrollismo es poco elegante, pero tiene el mrito de que, a diferencia del populismo, fue acuado por sus creadores y partidarios. Las expresiones ms acabadas de esa corriente poltica aparecieron en el Brasil, donde una institucin, el Instituto Superior de Estudos Brasileiros (ISEB), ayud a difundir y defender sus tesis, mientras que en la Argentina, a principios de la dcada de 1960, cuando la produccin estaba en auge, el desarrollo de la ideologa aparentemente predominaba sobre la ideologa del desarrollo. Los principales ejecutores de las ideas desarrollistas fueron el presidente brasileo Juscelino Kubitschek (1956-1960) y su colega argentino Arturo Frondizi, que gobern de 1958 a 1962. Sus tesis son sencillas, por no decir simplistas. Sacralizan de alguna manera el crecimiento industrial, al que identifican con el progreso o la civilizacin. En los pases ms adelantados de Amrica Latina, el frenes del desarrollo, muy difundido entre los tcnicos y la burguesa comercial e industrial durante los decenios de 1950 y 1960, se injerta en el nacionalismo populista. El Mxico del desarrollo estabilizador no escapa a esta corriente de pensamiento caracterizada por su agresivo optimismo. La alianza de los productores, en el sentido saintsimoniano del trmino, con el pueblo de los populistas, debe sentar las bases de una industrializacin a marcha forzada que resolver los problemas del pas. En aras de este gran salto industrial hacia adelante y los imperativos de la produccin se puede rechazar cualquier intento de reforma y criticar las polticas redistributivas. En los pases donde el estancamiento rural se debe evidentemente a la concentracin de la tierra en pocas manos, la reforma agraria es rechazada por arcaica y perimida: hay que tecnificar el campo. As, ese neocapitalismo dinmico, slo secundariamente social, no se opone en absoluto a los intereses tradicionales, a los que les pide apenas que se modernicen un poco. Los partidarios de este nuevo culto del progreso conciben la alianza de clases indispensables para su proyecto como la subordinacin del enfrentamiento entre patrones y trabajadores a los objetivos comunes de desarrollo. El objetivo ltimo de esta desviacin empresarial del mito del desarrollo es la grandeza de la nacin por medio de la industria y la tcnica. Pero esta ideologa, nacionalista en cuanto a sus fines, no hace distincin de medios. A diferencia de otros nacionalismos ms frecuentes, no le preocupa el origen de los capitales invertidos; nacionales o extranjeros, lo mismo da. El capital es bueno si contribuye al progreso. Esta ideologa de la sucursalizacin voluntaria es antiideolgica en el sentido de que rechaza la distincin derecha/izquierda, no slo en nombre de la indispensable unidad nacional, sino tambin en funcin de otra antinomia, entre la modernidad y el arcasmo. Las mayores expresiones de este voluntarismo industrialista, con su culto a la tecnologa y su optimismo sin lmites temporales ni espaciales, son el lema de Kubitschek, cincuenta aos en cinco aos, y el plano en forma de arco diseado por Lucio Costa para la utopa saintsimoniana que es Brasilia, la nueva capital del Brasil, construida bajo la misma presidencia. Juscelino Kubitschek no es slo el hombre de la Nova Cap (nueva capital), erigida en el desierto de Planalto, en el centro de un pas regionalmente desequilibrado. Tambin pone en marcha una poltica de industrializacin activa que introduce al pas en la era de los bienes de consumo duraderos y de la produccin de bienes de equipo. Para la industria brasilea hay un antes y un despus de JK, como se lo llama familiarmente. Al convocar al capital extranjero en el marco de un ambicioso plan de metas (plano de melas), Kubitschek se aparta paradjicamente de la orientacin nacionalista de la ltima 318

presidencia de Vargas, caracterizada por la instauracin del monopolio petrolero estatal, a pesar de contar con el apoyo de los partidos Trabalhista Brasileiro (PTB) y Socialdemcrata (PSD), creados ambos por Vargas. Perodo eufrico, de confianza ciega en el porvenir radiante del pas, durante la presidencia desenvolvimentista de Kubitsehek el crecimiento industrial alcanza una tasa cercana al diez por ciento anual gracias a una poltica de grandes gastos por parte del Estado, para horror de los monetaristas, que prevn la catstrofe, y tambin de las clases de menores recursos, porque el nuevo modelo de desarrollo implica una redistribucin regresiva de los ingresos a fin de crear un mercado para los bienes de consumo duraderos. La entrada del Brasil en la era del automvil es tambin una poca de fuerte concentracin de los ingresos en funcin del desarrollo. En la Argentina, Arturo Frondizi, mulo de JK, no tuvo tanto xito comoel maestro. Llega al poder en 1958 gracias al apoyo electoral del peronismo proscrito, pero no logra conservar el apoyo, ni siquiera la neutralidad benvola de los sindicatos y las clases populares. stas se ven golpeadas duramente por un plan de estabilizacin elaborado segn las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, cuya ayuda es solicitada para restablecer un equilibrio econmico muy comprometido. Aunque la presidencia frondicista no lograr generar el clima eufrico del mandato de Juscelino en el Brasil, tambin se produce una apertura al capital extranjero y se crean industrias de bienes de consumo duraderos. Se desarrolla la industria automotriz en Crdoba y las empresas petroleras extranjeras empiezan a explotar los yacimientos argentinos, ante las airadas protestas de los nacionalistas. Los organismos de desarrollo tecnolgico, tanto agrario como industrial, reciben un impulso sin precedentes. Pero el primer gobierno civil posperonista, amenazado desde el da de su asuncin, atrapado entre los militares y los sindicatos, es asfixiado por sus propias maniobras de supervivencia. Su ambicioso plan se reduce a una industrializacin desordenada, anrquica y espontnea, en la que las empresas extranjeras se establecen con fines ms especulativos que productivos, beneficindose con barreras aduaneras que protegen sus operaciones. A pesar de su habilidad para maniobrar, Frondizi es derrocado en marzo de 1962 por un golpe de Estado militar. El ejrcito lo acusa de favorecer el comunismo y a la vez de mostrar una benevolencia excesiva hacia los peronistas. El nacionaldesarrollismo de Kubitschek y Frondizi aparece como una manera original de compatibilizar un nacionalismo capaz de canalizar las tensiones sociales y la dependencia respecto de los capitales extranjeros, considerados indispensables para alcanzar un grado superior de desarrollo industrial. Esta ideologa orienta la economa mexicana en el decenio de 1960. Regresa a la Argentina bajo una forma autoritaria, sin la menor retrica populista, durante el gobierno del general Ongana (1966-1970). Aunque no siempre se advierte su presencia, opera tambin en el Brasil de 1969 a 1984; subyace debajo del milagro brasileo y el ambicioso plan de desarrollo del general Geisel (19741978). Esta estrategia conservadora de desarrollo, que recurre sobre todo a los capitales extranjeros, parece formar parte del esquema defensivo de las elites tradicionalistas ms esclarecidas para mantener su sistema de dominacin. Su xito se debe, sin duda, a este hecho. Las estrategias de los socialismos criollos: castrismo, sandinismo El socialismo no es una idea nueva en Amrica Latina, pero antes de 1961 ningn estado de ese continente se haba declarado marxista-leninista. Todo comienza con Cuba. 319

Desde entonces, todo lo que sucede en ese terreno gira alrededor de la gran isla del Caribe y del hombre que la gobierna como encarnacin de su rgimen socialista. El castrismo en su primera manifestacin, antes de normalizarse a partir de 1968, es a la vez una estrategia y un fenmeno continental. Las otras variedades de socialismo criollo y los movimientos revolucionarios se definen en relacin con l. Analizar la ideologa castrista en su originalidad y su prctica no significa describir los cambios sufridos por la sociedad cubana desde 1960 ni seguir la evolucin del gobierno revolucionario cubano ni, menos an, resear las variadas experiencias marxistas-Ieninistas vividas en el continente. Se trata de ver cmo durante sus primeros seis aos antes de la adopcin del modelo sovitico, y tal vez tambin posteriormente, la revolucin cubana ha presentado al conjunto de los movimientos revolucionarios de la regin una clave, una serie de tcticas de transformacin sociopoltica, y el impacto que stas pudieron tener. Ante todo conviene recordar algunas fechas y sucesos. En enero de 1959 se derrumba el rgimen del dictador Batista. El ejrcito rebelde comandado por Fidel Castro hace su entrada en La Habana. Comienza una revolucin: un proceso popular encabezado por un movimiento de liberacin nacional que oficialmente no se inspira en el marxismo sino en Mart, el apstol de la independencia cubana. Esta revolucin, autodenominada humanista, es ante todo agraria y antiimperialista, vale decir antinorteamericana. Cabe recordar que Cuba es en ese momento una suerte de protectorado de los Estados Unidos y una prolongacin tropical y dependiente de su economa. La fecha de la conversin de Fidel Castro al marxismo-leninismo es materia de discusin. Evolucin o hipocresa? Toma de conciencia o tctica? La discusin alrededor de estos interrogantes no ha cesado. Ms conocida es la adhesin tarda (1958?) del Partido Socialista Popular, el partido comunista ortodoxo cubano, a la lucha de los guerrilleros de Sierra Maestra. Ese partido haba apoyado a Batista, que en 1942 haba incluido a dos de sus miembros en su gobierno. Luego del asalto al cuartel Moncada en 1953, haba tachado a Fidel Castro y sus compaeros de golpistas y pequeoburgueses. Ms adelante, uno de los lderes del PSP reconocer que la revolucin cubana es la primera revolucin socialista no realizada por un partido comunista. Noser la ltima en el mundo ni en el continente. Sea como fuere, debido a un conjunto de circunstancias condicionantes, entre las que se destaca la dursima reaccin de los Estados Unidos ante la poltica de nacionalizacin de las nuevas autoridades, Cuba rompe relaciones con Washington y se proclama socialista en abril de 1961. Nace un estado socialista a menos de ciento cincuenta kilmetros de la costa norteamericana. La Unin Sovitica demorar inicialmente su reconocimiento de ese socialismo no patentado, pero a partir de julio de 1960 comienza a brindar una ayuda econmica muy activa que le permitir al rgimen sobrevivir a las sanciones de los Estados Unidos. Sin embargo, desde 1962 el ao de la crisis de los cohetes, que provoca no slo el enfrentamiento de los dos grandes (Kruschev y Kennedy) sino, sobre todo desde el punto de vista cubano, el retiro de los misiles soviticos sin consulta previa con el gobierno de La Habana hasta 1968 las relaciones cubano-soviticas sern tensas y conflictivas. Durante el conflicto chino-sovitico, que entra en su etapa ms aguda, Cuba no toma partido sino que, a pesar de la ayuda sovitica, vuelve la espalda a los dos bandos. En enero de 1966, durante la conferencia Tricontinental de La Habana, parece surgir un nuevo eje revolucionario tercermundista y no alineado, que una a Vietnam del Norte, Corea comunista y Cuba. Ni la Unin Sovitica ni China tienen representantes en los organismos de direccin de la conferencia. 320

Aparte del bloque econmico y el intento frustrado de invasin en Baha de los Cochinos por una fuerza mercenaria, los Estados Unidos aprovechan el gran temor que suscita el castrismo en Amrica Latina para impulsar la expulsin de Cuba de la OEA durante la reunin de enero de 1962 en Punta del Este. Marginada de la comunidad de naciones latinoamericanas, Cuba replica mediante la Segunda Declaracin de La Habana, que define la va cubana al socialismo e impulsa la iniciativa revolucionaria en todo el continente. Cortadas las relaciones diplomticas con todos los estados latinoamericanos excepto Mxico, Castro expondr la revolucin, segn l la concibe, brindando ayuda y entrenamiento a los grupos revolucionarios que reinvindican su experiencia. En 1967 aparece Rvolution dans la rvolution,* elaboracin terica de la va cubana realizada por Rgis Debray. En agosto del mismo ao comienza la Conferencia de la OLAS (Organizacin Latinoamericana de Solidaridad), una internacional dominada por Cuba, creada contra los partidos comunistas ortodoxos que han elegido la va reformista, pacfica o parlamentaria y no quieren hacer la revolucin segn la terminologa castrista. Es la proclamacin solemne del compromiso revolucionario internacional cubano. Pero es tambin el canto del cisne de ese activismo armado y heterodoxo. La muerte del Che Guevara en octubre de 1967, en el paraje boliviano de ancahuazu, marca de manera simblica la derrota de una lucha armada continental no aprobada por la Unin Sovitica. Debatindose entre graves problemas econmicos, Cuba inicia un perodo de repliegue y de alineamiento con Mosc, tanto en lo externo como en lo interno, donde el modelo sovitico de colectivismo centralizado reemplaza la espontaneidad desordenada de la primera etapa. Para algunos analistas, Castro ha dejado de ser castrista. A fines de 1968, La Habana aprueba la invasin a Checoslovaquia por los ejrcitos del Pacto de Varsovia. Ms all de la aureola de romanticismo que rodea a la isla caribea que desafa al gigante norteamericano, o al primer territorio libre de Amrica, el castrismo es ante todo una estrategia revolucionaria que rechaza espectacularmente las tcticas contemporizadoras de los partidos comunistas del continente. Esta estrategia se basa en la lucha armada de una vanguardia revolucionaria. El socialismo nace del fusil. Pero el primer paso es la constitucin de un foco de guerrilla rural, no la lucha de las masas campesinas organizadas ni una larga marcha realizada bajo las rdenes del partido. Adems, el ejrcito guerrillero tiene precedencia sobre el partido. El poder revolucionario se irradia a partir del foco guerrillero. La Accin precede al Verbo. No es necesario esperar que estn reunidas las condiciones objetivas para la Revolucin: la sublevacin armada puede crearlas. El deber de todo revolucionario es hacer la revolucin. Por eso se rechaza la estrategia de alianzas de las fuerzas tradicionales de la izquierda. De acuerdo con el anlisis castrista, las burguesas latinoamericanas son meros agentes del imperialismo y la etapa democrtica burguesa ha quedado atrs. Si el castrismo de la primera etapa humanista reivindica a Mart, hroe de la emancipacin cubana, su proselitismo regional niega las fronteras y la soberana de los estados en nombre de la patria grande bolivariana y de un ideal de unidad continental que ninguna corriente poltica, ni siquiera el APRA de los aos veinte, haba enarbolado con tanta seguridad en la victoria. La estrategia castrista es, adems, continental. Se arrojan consignas provocadoras al rostro del imperialismo y sus aliados: crear el mayor nmero de focos guerrilleros, por dos, tres, muchos Vietnam, la cordillera de los Andes ser la Sierra Maestra de Amrica Latina. En realidad, fue la tumba del Che y de las esperanzas revolucionarias de Cuba.
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Edicin en castellano, Revolucin en la revolucin. (N. del T).

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La teora del atajo revolucionario, Iatinoamericanista, espontanesta, de la accin pura, tuvo cierta repercusin en el continente. Ese voluntarismo revolucionario que despreciaba tanto las circunstancias nacionales como las coyunturas polticas halagaba la impaciencia de la juventud como el hasto de ciertos viejos militantes. La mstica militarista y el romanticismo de la metralleta suscitarn un optimismo revolucionario indito en la izquierda latinoamericana que se prolongar durante un decenio. Casi todos los partidos leninistas se opondrn a ese corto circuito aventurerista que, segn la frase de Lenin, haca de la impaciencia un argumento terico. Todos los partidos comunistas ortodoxos, con dos excepciones, condenarn la lucha armada sin abandonar su solidaridad con Cuba. El PC venezolano aunque el pas es una democracia desde 1958 se lanzar a la insurreccin armada, no sin expresar importantes diferencias tcticas con Castro. Militarmente diezmado, fuera de la ley, el PC venezolano llega al borde de la desaparicin como partido poltico. El PC uruguayo expresa su simpata por la estrategia castrista, pero no la adopta; se limita a capitalizar la popularidad de Castro al presentarse a las elecciones de 1966 con un frente de izquierda llamado FIDEL (Frente de Izquierda de Liberacin). En Chile, el Partido Comunista se aferra a la poltica de organizacin de las masas urbanas y las alianzas parlamentarias amplias, mientras el Socialista, fiel a su ideologa de liberacin continental y revolucionaria, apoya la lnea cubana, aunque sin aplicarla. Asiste a la conferencia de la OLAS en La Habana. Se crea una rama local de la OLAS en Santiago, bajo la presidencia del secretario general del PS. La mayora de los grupos guerrilleros que se lanzan a la lucha nacen como escisiones de los partidos izquierdistas o populares, o bien surgen espontneamente a partir de grupos estudiantiles radicalizados como el MIR chileno, o de jvenes militares golpistas como el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR 13) guatemalteco. Los MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) del Per y Venezuela surgen de la ruptura del ala izquierda de partidos socialdemcratas o de centro izquierda: el APRA rebelde y el ala izquierda de la Accin Democrtica, el partido del presidente Betancourt, respectivamente. Aparecen focos de guerra rural de tipo castrista en la Argentina, el Brasil, Colombia, Guatemala, el Per y Venezuela y todos fracasan por igual. Una serie de derrotas sangrientas, que inscriben en el panten revolucionario los nombres del Che Guevara y del cura guerrillero Camilo Torres entre otros, viene a demostrar el carcter excepcional del modelo cubano, as como la imposibilidad de repetirlo bajo la vigilancia contrarrevolucionaria del decenio de 1960. La guerrilla rural, castrista o no, que en muchos casos sustituye a las guerrillas liberales de la poca de la violencia, se perpeta en Colombia bajo distintas formas hasta hoy; en cambio, desaparece de casi todos los dems pases, sea porque es destruida o porque se repliega a la espera de una oportunidad mejor. Resurgir alguna que otra vez, de manera aislada, para sufrir siempre la misma suerte desastrosa. En 1974, el Ejrcito Revolucionario del Pueblo (ERP) argentino, formado por trotskistas disidentes, instala un foco guerrillero en la selva subtropical de la provincia de Tucumn, en el Norte del pas; el ejrcito tardar ms de un ao y medio en aniquilarla. No tuvo mejor suerte la guerrilla maosta brasilea que en la dcada de 1970 se instal en Araguaia, en los confines de Par, Goiis y el Mato Grosso. En la misma poca, el sueo guevarista se encarna en la guerrilla urbana. En el Brasil, Carlos Marighela, miembro disidente del comit central del PC, pasa a la accin directa con un esqueltico Ejrcito de Liberacin Nacional. Cae bajo las balas policiales en noviembre de 1969. En el Uruguay, el clandestino Movimiento de Liberacin Nacional Tupamaros realiza actos de violencia simblica para denunciar los escndalos, la corrupcin y la penetracin econmica extranjera. Pero cuando esos Robin 322

Hood nacionalistas y respetuosos pasan a la guerra revolucionaria y al enfrentamiento con las fuerzas del orden, la escalada de la lucha armada les resulta fatal. La ofensiva militar encargada de eliminar el contrapoder de los Tupamaros tambin pone fin a la endeble democracia uruguaya en 1973. En la Argentina, contemporneamente con el ERP, los Montoneros, ubicados en un peronismo revolucionario, despus de haber contribuido al retorno de Pern al poder por medio de sus atentados bajo el rgimen militar, vuelven a la clandestinidad en septiembre de 1974, tratando de arrastrar consigo a la juventud peronista y al ala izquierda del movimiento. Se inicia entonces una implacable guerra secreta entre la derecha peronista con sus "escuadrones de la muerte" y la izquierda con sus Montoneros. El desenlace es conocido. El 24 de marzo de 1976, los militares vuelven al poder. Instauran un Estado que pretende atacar las races de la subversin mediante la detencin y el asesinato o desaparicin no slo de los guerrilleros, sino tambin de sus simpatizantes, los opositores y, en general, los sindicalistas e intelectuales malpensantes. Las razones de la victoria del Frente Sandinista de Liberacin Nacional nicaragense, que derroc la dictadura de los Somoza en julio de 1979, derivan en parte de la crtica de las experiencias anteriores; Los sandinistas tardaron dieciocho aos en tomar el poder. Significa que rechazaron la impaciencia y el inmediatismo de las guerrillas foquistas. Abandonaron tambin el militarismo y el radicalismo sectario que haban provocado el asilamiento de otros guerrilleros, al separarlos de las masas entre las que no se movan como peces en el agua, fuese porque no haba agua como en muchos parajes andinos donde se formaron focos, fuese porque no se haba realizado el menor "trabajo" poltico para obtener el apoyo y la complicidad de las capas populares. Con sus invocaciones a los sentimientos nacionales y a referencias locales, exaltando la figura heroica de Sandino, trataron de establecer amplias coaliciones con todas las tendencias, grupos sociales y organismos que compartieran sus grandes objetivos, evitando espantarlos intilmente con proclamas maximalistas o marxistas-leninistas. En el plano internacional, la bsqueda de apoyos en pases no revolucionarios result de importancia decisiva. La victoria sandinista le debe ms a Costa Rica que a Cuba. Las oposiciones armadas de El Salvador y Guatemala, que aparecieron mucho antes de 1979, siguen un camino similar. As como Cuba no se pudo repetir debido precisamente al triunfo de los barbudos, es dudoso que la victoria sandinista se pueda reproducir en las mismas condiciones. Pero en los dos pases mencionados se observa la misma voluntad de evitar los escollos simtricos de la va revolucionaria, el pueblo sin las armas o las armas sin el pueblo, crear frentes amplios y obtener apoyo internacional de los ms diversos sectores. Es ejemplar en este sentido el caso de El Salvador, donde el Frente Democrtico Revolucionario (FDR) agrupa a partidos polticos y tambin organizaciones de masas civiles sindicatos, asociaciones campesinas y donde cada uno de los cinco movimientos guerrilleros unificados en el Frente Farabundo Mart de Liberacin Nacional (FMLN)674 est ligado a una de las organizaciones que cumplieron un papel poltico destacado antes del estallido de la guerra civil en 1981. As, el Bloque Popular Revolucionario (BRP) nacido en 1975 corresponde a las Fuerzas Populares de Liberacin (FPL) creadas en 1970; la Liga Popular 28 de Febrero responde al ERP. Significa entonces que el partido dirige el fusil y que los polticos tendrn la ltima palabra? Es dudoso,
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Farabundo Mart (1893-1932), como Sandino o Jos Mart, es un hroe nacional, a la vez que fundador del Partido Comunista Salvadoreo y uno de los dirigentes de la insurreccin campesina de 1932, en la que perdi la vida.

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considerando que ni Cuba ni Nicaragua pudieron evitar una desviacin militarista nacida en los montes y magnificada tanto por la legitimacin heroica de la revolucin como por la agresin exterior. Cualquiera que fuese el verdadero papel de Cuba en el surgimiento, fortalecimiento y mantenimiento de los movimientos armados, es evidente que la referencia castrista jams est ausente. Quien no imita al hermano mayor triunfante, al menos no dejar de compararse con l. Si el castrismo ha muerto en Amrica Latina, en todo caso dej muchos y vigorosos nietos. Por otra parte, la lucha armada revolucionaria es una constante en el continente desde 1956. ORIENTACIN BIBLIOGRFICA Avec Douglas Bravo dans les maquis vnzuliens, Paris, Maspero (Dossiers partisans), 1968. Brandi (Paulo), Vargas, da Vida a historia, Rio de Janeiro, Zahara, 1983. Caroit (Jean-Michel), Soul (Vronique), Nicaragua. Le modele sandiniste, Paris, Le Sycomore, 1981. Cueva (Augustn), Interpretacin sociolgica del velasquismo, Revista mexicana de sociologa, mai-juin 1970. Cuvi (Pablo), Velasco Ibarra, el ltimo caudillo de la oligarqua, Quito, Universidad Central, 1977. Debray (Rgis), Rvolution dans la rvolution? Lutte arme et lutte politique en Amrique latine, Paris, Maspero (Cahiers libres), 1967. La Critique des armes, Paris, d. du Seuil, 1970. Debrun (Michel), Nationalisme et politique du dveloppement au Brsil, Sociologie du travail, ns 3 et 4 (64), juill.-sept./oct.-nov. 1964. Detrez (Conrad), Pour la libration du Brsil (en collab. avec Carlos Marighela), Paris, d. du Seuil, 1970. Evans (Ernest), Revolutionary Movements in Central America. The Development of a New Strategy, in Wiarda (Howard J.), Rift and Revolution. The Central America Imbroglio, Washington, American Entreprise Institute for Policy Research, 1983, p. 167-193. Gillespie (Richard), Soldiers of Pern. Argentinas Montoneros, Oxford, Oxford Clarendon Press, 1982. Ionescu (Ghita), Gellner (Ernest), Populism, its Meaning and National Characteristics, London, Weidenfeld and Nicholson, 1969. Jaguaribe (Helio), O Nacionalismo na atualidade brasileira, Rio, ISEB, 1958. Smidei (Manuela), Les tats-Unis el la Rvolution cubaine (1959-/964), Paris, Julliard (Archives), 1968. Van Niekerk, Populism and Political Development in Latin America, Rotterdam, Rotterdam University Press, 1974. Obras literarias Vargas Llosa (Mario), Historia de Mayta, Barcelona, Seix Barral, 1984.

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Lectura N 6 J. Roberts Timmons and Nikki Demetria Thanos, Trouble in Paradise. Globalization and Environmental Crises in Latin America, New York, EE.UU. Routledge, 2003, pp. 1-33.
CHAPTER 1 The Scene, Its Problem and Roots Hiking across the Osa Peninsula in Costa Rica in early 1982, I (Roberts) spent a night at the guardhouse of the Corcovado National Park, one of the most remote and bestprotected pieces of old-growth tropical rainforest in Central America. Sleeping in a crumbling hut, I was warned by the guards of the parasites that can fall from the thatch roofing and burrow into the skin of unsuspecting sleepers. I did not sleep much anyway, with the machine gun-like sounds of chattering toucans battling for territory like the Contra guerrilla freedom fighters on the border of Nicaragua, not so far away. To celebrate one guards birthday, the guards, cook, and I ventured out of base camp in the pitch darkness up a creek with flashlights and machetes. We stunned huge shrimp with the flashlights and then simply pinned them to the creekbed with our machete blades. We all knew that this kind of shrimp hunting was illegal inside the national park, but the birthday called for something special, for a delicacy. There was another risk in the endeavor: snakebites had nearly killed researchers and guards at Corcovado before, and the effectiveness of the antivenom vials we carried in our packs was a source of frequent debate. Survival often depended on whether or not a bush plane happened to be at the landing strip back in camp. They rarely were. Stay in the creek and try not to touch the trees was the advice of my guides as we splashed along. I stayed in the creek. I needed to get back to my field research in another national park, Santa Rosa, in the dry Guanacaste province at the other end of the country. The only way out was to walk across the Osa Peninsula to the ferry. Somehow I strayed off the main trail, coming across two invaders on side trails in the otherwise pristine rainforest park. Juan Luis, a sun-rutted, fifty-something gold miner, was panning for nuggets in a creek inside the park, his scrawny horse tied to a tree. Like artesinal miners I would meet years later in the Brazilian Amazon, the Tico (Costa Rican) miner used mercury and arsenic to separate gold from the other rocks, burning it off with a gas torch. We have known for hundreds of years that mercury causes brain damage, and when Japanese fishermen were poisoned by mercury pollution from the Chisso Chemical Company at Minimata Bay in the 1950s we learned how it also contaminates the ground and waters and fish downstream. We will return to this issue in our exploration of the struggle over the Amazon in Chapter 5, but mercurys use continues across Latin America as a key part of the cheapest way for miners to search for riches in the rainforests. Continuing on down the trail, wide-buttressed, vine-covered, towering rainforest trees and howler monkey calls gave way to a bright clearing in the forest where chainsaw teeth revealed the intricate star shapes of the stumps of enormous trees. Trunks of dozens of the elaborate trees lay among ashes of a tiny slash-and-burn farm, the second invader of my hike. Jos and Mara Carmen and their five children were scratching out a living from their small clearing on the rolling hills. As I sat down to talk, the rain began. All seven 325

of them slept in one bed, barely out of the rain. Their four chickens pecked at seeds on the bald, clay-eroded dirt floors around the tiny house. The downpour was visibly washing away their soil. The family told me they had moved to the rainforests of the Osa from the dry, cattle-ranching province of Guanacaste. It was reported at the time that much of Costa Ricas beef exports were supplying McDonalds hamburgers for a corner of southwest Florida. This fact was a source of pride to some Costa Ricans I met, but of grave concern for others who worried about the rapidly falling Central American rainforest, who dubbed it the hamburger connection. Jos and Mara Carmen had come to the Osa a year before, and said they liked it. Why did you come? I asked innocently. Because theres more to eat here. I was staggered. For years, environmentalists had been saying that population growth and slash-and-burn agriculturalists were the main cause of rainforest destruction in Central America. Id had no reason to question that explanation until a looked in the eyes of Jos and Mara Carmen, people who had known dire hunger looking for food in a nation whose relative prosperity and peacefulness earned it the nickname the Switzerland of the Americas. My training as a biologist and the explanations offered by environmental groups did not address the deeper problems driving deforestation. This book is the result of two decades of trying to understand the nature and extent of these problems, their historical roots, and how they are driving rational people to damage the environment. More recently, I have sought to understand how shifting forces outside of the region are changing the nature and direction of environmental problems within the region. Our first point in this book is that there is not one environmental crisis in Latin America: There are many. Most international attention to the region, however, has focused on the rainforests, especially after the murder of rubbertapper and labor leader Chico Mendes in his Amazon town of Xapur just before Christmas back in 1988. There is a telling expression in Brazil, that peoples concern for the destruction of the Amazon is directly proportional to their distance from it. There is some truth and some untruth in this generalization, as we will discuss later, but the point here is that the rainforest is just one of many environmental issues facing the people of Latin America. More basically, most people are forced to worry about their economic survival, safety from crime, stability of the political scene, and finding good health care and education for their children. Eighty percent of Latin Americans are now urban and many millions are poor, so safe food, drinking water, and breathable air are also pressing concerns. With four in every five Latin Americans now living in a city, people there are understandably frustrated when outsiders devote more attention to the cute fuzzy creatures of the jungle what cynics call the charismatic megafauna you see on the wall calendars, insignias, and fundraising letters of many environmental groups than to people struggling to meet their basic needs. We seek here to examine a broader spectrum of issues, incorporating urban brown issues such as pollution and sewage, as well as traditionally green issues of deforestation, habitat loss, and agricultural change. In doing so we examine whether these environmental challenges have the same root causes, and whether attempts to address them face the same obstacles to change. As a visitor to Latin America, environmental issues seem to lie all around you, in nearly all settings. Squalor, too, seems to be everywhere: Even the roads from many 326

international airports to their city centers are lined with squatter shacks and grimy informal restaurants, bars, and vendor stalls. But as a resident, this is the reality: There is no alternative place to live, nor any reason to believe things will change anytime soon. New economic plans are proposed by each new president but usually founded on deep structural problems and corruption scandals. Politicians use poor people when it is time for elections, campaigning into their neighborhoods on sound trucks with promises of new roads, electricity, health clinics, and schools. The elections come and soon after there is no money to staff and maintain the new buildings; the cheaply built roads crumble into perilous obstacle courses; sewer projects lay unfinished. Here precisely is the reason why we believe a broader approach is needed. To become sustainable, Latin America needs real democracy to create the leverage for its citizens to demand a cleaner environment and the services they need to survive. Without democracy there is no due process of law against those who degrade the environment. In turn, to be democratic, Latin America needs to address the widespread and savage inequality between rich and poor; between whites, Indians, mestizos, and blacks; and between men and women. This is not merely hyperbole or the use of environmental concern to argue for socialism: Based on the experience of other countries, environmental movements have relied upon relatively highly educated urban middle classes who will fight for the welfare of the country as a whole. These movements are stronger in times of stability and redistribution. We examine what we believe are five of the most serious issues that threaten the regions very survivability in the not so long term. Moving roughly from north to south, first we look at the maquiladora industries along the United States-Mexico border, and what they can teach us about how free trade is affecting environmental protection. Next we look at how pesticides and poverty are determining the fate of Central Americas lands. Chapter 4 focuses on urban air and water pollution, and the solutions that have been attempted to clean them up. Next, we turn to the complex Amazon. In Chapter 6 we look at indigenous peoples on the Amazon/Andes edge and how they are being confronted with perplexing opportunities and risks of huge development megaprojects Many other issues will come up along the way. To understand the critical environmental crises in Latin America, we will argue here, one needs to grasp the extent of poverty and inequality that characterizes the whole region. And a novice needs some history, politics, and economics. Addressing these critical problems will also require much more: understanding the biology, sociology, economics, and culture. It will take informed citizens and researchers with an interdisciplinary background addressing policy questions. It will take cooperation in teams of researchers and policymakers from the global North and South. It will take attention to the local issues but also their global links. We need to know what improvement efforts succeeded or failed in the past and why. We must also understand globalization-how the logic of the increasingly worldwide system of investing, trading, and political and cultural interactions is reshaping all the places on the planet. But we also need to understand the limitations of globalization, and why it is not creating a uniform social and environmental landscape. Globalization and these environmental crises create new opportunities, with risks and pressures that require very strategic action on the parts of individuals, groups, states, corporations, and international agencies. There is hope for the region. The stories in this 327

book show that there are indeed very deep historical roots to Latin Americas social problems. But they also show the difference one group or individual can make. In the language of social science, there are structural constraints but ample room for agency, even in times of powerful globalizing forces. Some hopeful signs: Members of a cooperative in Peru have found a way naturally to stimulate forest growth with pruning and selectively to harvest wood in a way that does not damage the forest. The wood is labeled as sustainably produced, which brings a premium from savvy European consumers. In Curitiba, Brazil, dozens of low-cost, low-tech innovations have been implemented that help poor people and the urban environment. Buses are fast, clean, and affordable; recycling rates are among the highest in the world; and by addressing environmental problems thousands of jobs have been created for the chronically unemployed. Solidarity groups throughout Latin America use the Internet to disseminate information about local environmental struggles to partner groups around the world, whose letters, phone calls, and faxes have influenced the outcomes of some of these struggles. For example, Mexican peasant environmentalists Rodolfo Montiel and Teodoro Cabrera were released from jail in 2001 after an international campaign by human rights and environmental groups put pressure on the Mexican government. In Costa Rica, small farmers have organized production and marketing cooperatives to sell organic coffee and fruit on the international market. These farmers are able to reap greater profits by skipping the middle man and, at the same time, to invest in long-term, ecologically sustainable agriculture.

Even lost struggles to improve environmental and social ills can provide opportunities to learn for the next ones. This is our hope then for this book: to look more broadly at the region and its environmental issues, draw some of what we see are the most important lessons from them, and finally attempt to sew them together into a bigger picture of what is possible. We begin where we must begin, with a very brief history to understand how we got where we are today. We will not overwhelm readers with details about the tremendously rich history of Latin America: We commend to you several excellent books we cite along the way. However, our history pays mind to two areas: economic arrangements and how they shaped society and the environmental effects of those arrangements. Turn your watch back.
Two Worlds Collide: A Brief Social Ecology of Colonization

When Columbus stepped ashore on the Caribbean island of San Salvador in 1492, among his first words were, Where is the gold? He came, like the other conquistadors and adventurers after him, bearing cross and sword. Spain and Portugal had just

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reconquered the Iberian Peninsula of Europe from the Muslims, and they took the strategy and mentality of military occupation as they approached the new land they had found. Columbus sought to convert the heathens, certainly, and to find the fountain of youth. But more urgently, he needed to find precious metals and land to grow valuable commodities to sell in Europe in order to pay his debt to Isabelle and Ferdinand, the financers of his trip. Of the natives he met on his first landing, Columbus wrote in his logbook,
I was very attentive to them, and strove to learn if they had any gold. Seeing some of them with little bits of metal hanging at their noses, I gathered from them by signs that by going southward or steering round the island in that direction, there would be found a king who possessed great cups full of gold, and in large quantities. [For] of gold is treasure made, and with it he who has it does as he wills in the world and it even sends souls to Paradise.

Likewise, Hernn Corts, conquerer of Mexico, told the messenger of the great Aztec king Montezuma: I and my companions suffer from a disease of the heart which can be cured only with gold. In 1519 Corts pillaged tremendous treasures in Montezumas Aztec capital; likewise in his conquest of the mighty Inca empire of the Andes in South America, Francisco Pizarro got for Spain one roomful of gold and two of silver for the return of the ransomed king Atahualpa. In just two decades the conquistadors looted and melted down the gold the natives had spent centuries mining and crafting into artifacts, pressing the Indians into slavery and demanding ever more gold. The frantic search for gold led to the rapid exploration of the Americas. The Spanish and Portuguese were convinced they would find gold in the rivers and creeks of Americas lowland rainforests, but the Americas were most generous in silver. Latin Americas cold remote mountaintops at their highest altitudes over ten thousand feet in the Andes and over six thousand feet in New Spain (what would later become Mexico) yielded copious amounts of silver. Gold and silver flowing from the Americas exceeded all the reserves in Europe, and many scholars argue that it financed sixteenth century European development. The precious metals flowed quickly through Spain to its creditors, the Germans, Flemish, and Genoese. The richest veins of silver were at a remote place called Potos, 15,700 feet up in what is now the Andes mountains of Bolivia. After its discovery in 1545, forty thousand semi-enslaved Indians could be found there each day carrying sacks of ore weighing up to three hundred pounds out of hundreds of tunnels just wider than a man. Their passage was lit in the dim, dusty tunnels by a candle tied to the forehead or little finger of the front man. They were at first there as part of their mita, the ancient Inca tradition of working a few weeks a year for the emperor. But as time went on, the mines demanded more labor, and so Don Francisco de Toledo forced them to stay for a year, working dawn until dusk on fiveday turns. Just to keep the ore and machines moving at Potos required a rotating forced draft of all working-age men from an area of the Andes 800 miles long and 250 miles wide. Travel to the mine to serve ones time could take as long at two months, and men often brought along their families. In this way, traditional subsistence agriculture was entirely disrupted. Women were particularly affected by this shift as their traditional household responsibilities gave way to supporting new foreign economic interests. Furthermore, women often bore the brunt of the ecological damage that resulted as

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production became concentrated in remote areas, like the mountainous areas around mines, and the faraway lowland colonial plantations near the coast. The mines required charcoal and timbers, which led to rapid deforestation. Women, usually charged with collecting firewood and water, found their jobs becoming more time and labor-intensive as local forests were systematically decimated. Many Indians were sickened and died from the extremes in temperatures: the sixhundred-foot-deep tunnels were hot from the earths core, but the outside air was near freezing. Dust from the digging caused silicosis and other respiratory diseases. Many fell to their deaths or were crushed when hastily constructed tunnels collapsed. But most insidious were the neurological effects from the mercury used to separate precious ores from the worthless rocks around them. By 1600 Potos had 65 refineries; New Spain had 370. Rocks taken from the mountain were ground down to sand, with the power of water, horses, or Indians. In stone tanks or on stone patios, large heaps of ore were piled up, and salt, copper pyrites, water, and pounds of mercury were squeezed on them. Then the Indians were used as mixers: They would stomp on the mosh for six to eight weeks until the master said the mix was ready for separation. Finally, the mercury was squeezed out through cloth and the excess burned off, leaving pure silver. This process was used for two hundred years at Potos. The idea here is not to villainize Columbus, Corts, and the others who followed them, but to try to understand how they saw the land they discovered and how that influenced the way they treated that land and the people who were part of it. Historian Warren Dean summarizes the Portuguese attitude toward this new world of Nature they encountered in their new land, Brazil: [U]nable to grasp intellectually the magnitude of their discovery, the Portuguese stumbled through half a continent, driven by greed and righteousness, unmoved by pity or even curiosity. The magnificent Atlantic Forest left them unmoved and uncomprehending. He continues that this depredation reveals an entirely pragmatic attitude toward the natural world: When in doubt: burn it. These were hearts ruled not by wonder or panic, but by caution and thoroughness. The enterprise was not solely built on gold and silver, of course, but on anything that could be sold back in the old country. Finding no gold on his first trip, in 1493 Columbus came back to America with seventeen ships, twelve hundred men, and seeds and cuttings for the planting of wheat, chickpeas, melons, onions, radishes, salad greens, grape vines, sugar cane, and fruit stones for the founding of orchards. These men set out to recreate the Europe they knew, but the grains, olives, and grapevines all failed on the Antilles. They resisted eating unfamiliar local American species used by the Indians, and only did so when their own plants would not grow. Some imported plants thrived most notably, sugar. Sugar cane plantations and sugar mills were founded almost everywhere the Spanish and Portuguese landed, and sugar produced the first profitable crop to send back to Europe. Sugar reshaped European diets and powered workers and trade around the world. The English and French followed suit in search of the sweet profits in their colonies around the Caribbean. Beyond claims for immense fields whose soil was worn out by the intensive production, sugar milling required huge volumes of firewood to boil down the cane, as Lisbon observed in 1786. Tobacco, cotton, and coffee were likewise pivotal in colonizing huge swaths of the best lands in the newly opened territories. Alfred Crosby calls their success in replacing one continents species with anothers probably the greatest biological revolution in the Americas since the end of the Pleistocene era. 330

Portuguese King Manuel demanded that the sailors that set out for the East in 1500 and 1501 repay him in goods that could be harvested on the new land. Americas land and its products, however, were entirely strange to the foreign colonizers. One tree used by native Tup Indians to dye cotton was exported in large volumes; the pau-brasil tree gave the nation its name. Millions of trees fell to brighten European vestments and adorn their cabinetry in the 1500s alone. The biological sacking continued for example, just one ship in 1532 brought back three hundred live monkeys, six hundred parrots, and three thousand leopard skins. To meet the demand for these trade goods, Indians had to scour thousands of square kilometers of forests, creating biological shock waves far beyond the areas actually colonized by whites. This collecting for trade also created political tensions among Indian nations over disputed hunting lands. And from 1511 at least, colonizers also hauled Indians back to Europe as slaves. When they fell ill by the millions from the imported European diseases, Africans were brought over to work the mines and plantations. The Europeans established mines and plantations all over the Americas, from the vast empires of the Spanish and Portuguese to the smaller (but more intensively devastating) claims on the Caribbean islands by the British, French, and Dutch. Latin America was thus inserted into the European dominated world economy in 1500 as a place to make quick money and get back home. Luis Vitale made the bold and brilliant assertion two decades ago that South Americas sad fate when compared to North Americas was due precisely to the surpluses of gold and enslavable Indians that colonists stumbled upon there. And the point makes sense: The first English landing in North America, for example, had to put their own hands to work when the local Indians were relatively few in number and often impossible to control. Latin American Indians were organized in much larger societies and friendlier at contact with the Europeans. They were already so advanced in technology in agriculture and mineralogy that profitable colonization was easy. By contrast, in Jamestown, the first surviving settlers sent in 1607 by the Virginia Company nearly starved in their desperate mud encampments and then were almost annihilated in 1622. The pillage mentality and extractive economy would shape Latin American society forever: Mines and plantations provided products for an overseas market, while mining and port towns created a new demand for textiles, tea, firearms, and overseas luxuries. Export enclaves also created a demand for some products that were produced in the Americas: Grain was cultivated in Bajo and Michoacn in what is now Mxico, wine was made on the Chilean and Peruvian coasts, and cattle and mules were raised on the Ro de la Plata, in what is now Argentina, Uruguay, and Paraguay. In a fiery 1884 speech, the most famous Brazilian abolitionist intellectual, Joaquim Nabuco, went further by arguing that slavery tainted everything it touched, both social and environmental. Historian Jos Padua documents how a series of authors and social critics in Brazil have argued essentially that: that slavery allowed the nations agricultural elite to continue using outdated techniques and defer innovations that would have conserved soil fertility. This and a huge open frontier allowed slave-equipped plantations to spread almost nomadically continually westward away from the coast, until three centuries later when slavery was abolished in 1888. Nabuco argued that where it [slavery] arrived, the forests are burned, the soil is dug up and wasted, and when the tents are taken up, a devastated country is left behind. Brazil received 4 million of the 10 million Africans who survived passage to the Americas, so it is especially important in this regard. However, the points apply elsewhere: The plantation system had the same ecological and social effects in 331

the Caribbean islands, in coastal Central America, and to some extent the U.S. South. Money, men, ships, and other resources were always scarce for the colonizers, who attempted to control an empire the size of a continent with a handful of sailboats and small numbers of soldiers, missionaries, and administrators. Communications were extremely difficult, especially inland and on the Pacific side of South America: instructions from the king could take months or years to arrive, and replacement administrators often took years to be installed. The Spanish, controlling by papal fiat a massive area from what is now Canada all the way to Argentina, installed four local mini-kings, called viceroys, and gave them almost absolute power. There were also regional courts, local governments, and surprisingly powerful missions and priests. The Portuguese sent over Pombal, a viceroy, to run their vast empire in Brazil. Together, these politics made up nobility, along with the religious leaders and the economic elite of conquistador heirs and friends, attorneys, miners, traders, and plantation and ranch (hacienda) owners. Race, place of birth, and occupation were the keys to the system of inequality, with those born in Spain and Portugal getting the most power, and criollos nobles born in the New World just below them. Below the criollos were the free but poor workmen, small farmers, and craftsmen, usually of mixed blood, often from European men impregnating Indian and African slaves. At the bottom of the pile were African slaves and natives, who broke their backs and lost their lives working the conquistador mines, haciendas, and plantations. We are going to argue here that this system of oppression based on race and occupation is a root of many of the environmental problems we will be looking at through the rest of the book. For example, poor people are often forced into the rainforest because they lack better alternatives. Their desperate actions create cycles of devastation that can last for generations and that usually fail to lift them out of poverty. Meanwhile, to show their social positions, wealthy elites imitate foreign tastes by consuming lavishly and purchasing abroad. These elites often come to identify more with foreign peoples than with their poorer neighbors, and thus, the wealthy and powerful often do not see the problems of the poor as their own. There are many parallels in the way Spanish, Portuguese, English, and Dutch colonizers treated the people they conquered. The Europeans used force as well as feigned friendship to quickly replace native empires with the Spanish crown and the Roman Catholic church. As well see in the next section, finding allies among the locals was an important part of the way many foreign powers came to exploit effectively the greater numbers of Latin Americans and their resources. Another tradition that was, in varying forms, passed on from pre Colombian and European societies is a system of authoritarian governance. After the conquest, Latin American authoritarian (nondemocratic) regimes were aided by foreign militaries and military aid, first from Spain and later from the United States. This legacy has had crucial environmental implications as many Latin Americans lacked the democratic space for citizens to exert pressures on their rulers to protect the environment. Political changes in the last two decades give us reason to hope that Latin America may continue to be democratized. Changes in the racist and elitist history that forged a culture, however, are inevitably slower coming. From the beginning of the conquest, Latin Americas mining and plantation agriculture were directly linked with the world economy. This new economic system sent out waves of influence that eventually reshaped local economies, societies, and ecosystems. 332

Even in port towns where the Iberians spent little time, the emergence of overseas trade radically altered the New Worlds culture and environment. Because Latin America since 1500 was a place to make quick money by selling products back home, the economy was in many ways globalized from the start.
Were Pre-Columbian Peoples Living Sustainably?

The original discovery of America of course occurred sometime long before Columbus, somewhere between thirteen thousand and fifty thousand years ago. Most estimates are that people came across the Bering Straights from Asia into what is now Alaska and Canada about thirteen thousand years ago and reached the southern tip of South America about nine thousand years ago. This may seem like a long time, but in what is now the subcontinent of Brazil, Warren Dean calculates about four hundred generations of Homo sapiens, which is extremely brief compared to the sixteen hundred generations of fire-wielders in Australia and just a tenth as long as the four thousand generations in Africa. The human and ecological devastation wrought by the arrival of European colonists around 1500 raises many questions about those who came before them. How many people did the lands of Latin America support before the arrival of the Spanish? Were preColumbian peoples adapted to the land in a different way; that is, did they manage to live here without destroying the land as did those who came later? Do we need this indigenous knowledge to better use Latin Americas land, plants, and animals? The honest answer to all three of these questions is quite simple: We do not know. There were many hundreds of different cultures that lived here before Columbuss arrival. Some very tiny hunting-and-gathering groups made a modest impact on the land where they fished, collected fruits and roots, and trapped and hunted wildlife. Their skills were great, and their knowledge of the ways of nature were by necessity highly developed. In some places, living this way was relatively easy, such as in tidal areas and along mangrove tree-lined coasts, where there were plentiful oysters, clams, and fish. Huge mounds of oyster shells can be found around the Americas, some seven stories (twenty-five meters) high and three hundred meters long. Along major rivers, and the muddier the better, protein was plentiful. In the Amazon basin, archaeological evidence indicates that the rivers fertile lowlands may have supported as many as 5 million to 15 million people. From the simple small bands of a few family groups that probably spread across the continents, more complex, hierarchical societies began to emerge with the advent of more advanced agriculture. The Inca empires of Quechua and Aymara speakers at their peak under Huayna Capac (just before the conquest) stretched from north of Quito, Ecuador, across Peru, and down the coast of Chile almost to Patagonia. Their languages had nearly three million speakers. The Olmecs, Tolrecs, and Aztecs developed elaborate societies in what is now Mxico, building temples, roads, grain storage towers, and the massive capital city of Tenochtitlan. Tenochtitlan dwarfed the largest European city of the time, London, in population and, according to Spanish diaries, in beauty. The Yucatan peninsula in what is now southern Mexico at one time had 2.5 million speakers of Maya and Nuhatl languages. The first real inequalities in burials between different families date back to around 2500 B.C. in coastal Per. This site shows the evidence of the beginning of hereditary leaders. Before that, and still in smaller hunter-gatherer groups, power within native societies was probably based largely on ones age, sex, and abilities.

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In Per, chiefdoms emerged when abundant fishing supplied a sufficient surplus to stay in one place. In Mesoamerica, sedentary villages and their chiefdoms came a thousand years later and were based on a crop that had been bred from scrawny weeds into bigger and bigger harvests by careful selection over millennia: corn. Another millennium later, about 500-250 B.C., the cultivation of corn, gods, and pottery had fostered the growth of major cities and civilizations in Mesoamerica, the largest being Teotihuacn, which managed to sustain somewhere near 150,000 people. In the Inca and Maya cases it appears there were different, empty cities, serving largely as ceremonial and government centers, surrounded by agricultural house-holds. On the question of the long-term sustainability of these pre-Columbian peoples, the literature is quite disputed. Many cultures survived for centuries on almost exclusively local resources, something we cannot claim for ourselves. However, many great civilizations, such as the Maya builders of the glorious Chichn Itza pyramids and the Incas who built the engineering marvel Machu Picchu, quickly disappeared for mysterious reasons. Some archaeologists argue that they overtaxed the land, but some further studies suggest that they may have fallen as the result of intertribal warfare and other cultural conflicts. The diversity of species the indigenes utilized deserves our attention for a moment because it has fascinating ecological implications. After burning a patch of tropical forest and planting a few seasons of maize (corn), manioc (cassava), beans, potatoes, squash, or other species in the fertile ashes, the soil became poor and weed seeds invaded. Instead of fighting the inevitable, Indians planted or transplanted many species of trees to the clearing, which provided fruits or materials for housing or other uses. These were helped along and protected from shading trees. As the weeds and more shade-tolerant trees came in, these recovering forest gaps were revisited again and again for their products. Some anthropologists argue that virtually all of the Amazon, for example, was this kind of managed succession and that the current distribution of major species like rubber trees and Brazil nuts are largely the result of these human uses, even in what we call virgin forests. Finding evidence that 192 kinds of fruits were gathered in the Amazon, Paulo B. Cavalcante estimated that the actual number was closer to 300:
There were fruit bearers, among them guava, papaya, cahew, soursop, Surinam cherry, and lacking an English equivalent because they were neither exported nor cultivated in the English-speaking tropics jabuticaba, grumixama, ara, cambu, cambuc, sapucaia, and pacova; fiber and seed-bearing palms; canoe wood trees; and the prized genipap and annato, which yielded black and red skin paints that also repelled insects and blocked the suns rays.

The same people, the Tup, whose traces have been discovered in over one thousand sites in the lush Atlantic Forest of eastern Brazil, used dozens of species of wild game. For example, they ate over thirty-five species of fish and shellfish and hunted, deer, marmosets, turtles, crocodiles, monkeys, sloths, peccaries, agoutis, armadillos, capybaras, tapirs, pacas, and otters among larger animals while their children raided birds nests, caught rats, lizards, land crabs, snails, and small birds, and foraged for insect larvae and honey. But successful use of natural resources led quite naturally to populations that overgrew the ability of their surroundings to provide firewood, construction materials, fish, meat, and grains to support them. In search of these essential goods, villages had to move

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or take over other villages. Elaborate training of warriors and religions of war and sacrifice developed to support the expansion of some cultures, like the Tup and the Aztecs. Between clearing and burning forests and roaming widely from settlements in search of wildlife, early peoples of Latin America had severe impacts on the ecosystems that supported them. There is (debated) evidence that humans decimated a whole series of large species that once roamed the Americas the so called megafauna that disappeared about twelve thousand years ago: large sloths, ox-sized armadillos, rhinoceroslike beasts called toxodons, huge mastodons, horses, and the saber-toothed tiger. Although the disappearance of these megafauna coincided with a huge temperature and climactic swing, humans are probably culpable for their extinction, as they were easy prey for hunters with even the most basic stone tools. So we leave the initial questions of this section with mixed answers: Indians used and sometimes overused and destroyed the lands of Latin America. Their impact, however, was much more localized and the forests tended to recover more rapidly than with European styles of land use. Even in areas of great dependence on corn, they planted or husbanded a vast diversity of species. Many cultures did live at sustainable levels of land use. Clearly we ignore the lessons of their economy and culture at our grave peril. It is disconcerting that the people who may hold the keys to crafting a sustainable society in the Americas are seeing their cultures vanish so quickly, as we will see in Chapter 6. In the meantime we return to the chain of events after colonization, with the shifts as Latin American colonies became sovereign states in the early 1800s.
National Liberation and New Dependencies

In a brave military campaign that altered the history of the continent in the 1810s and 1820s, Simn Bolvar helped free Spanish America. However, the new nations of Venezuela, Colombia, Per, and Bolivia quickly ended up in the arms of new powers, ones inside and outside their borders. But by ending the Spanish monopoly control on trade, Bolvar also opened up the region to British and U.S. businesses: Today, striking busts of Bolvar still adorn boulevards in port cities along the U.S. eastern and gulf coasts. It was not long before Latin Americas streetcars, lights, mines, and plantations were run by British and U.S. corporations. The special role of the United States in the new world order that developed requires mention, since it has a lot to do with the particular legacy of relations between both government and civilian groups (including corporations and environmentalists) to this day. In the 1840s under President Polk, half of Mexicos land was taken to increase the size of the United States (by a third). In 1898, President William McKinley sent U.S. troops into Cuba, and after Spain quickly withdrew, the U.S. militarily imposed a new government. Several years later, President Teddy Roosevelt became furious when Colombia turned down a $10 million offer to purchase land for a canal across the Isthmus of Panam. So Roosevelt cooked up a fake rebellion and threatened the Colombian army if they interfered. As Roosevelt said bluntly, I took Panama. Time after time Washington supported companies that would take the risk of moving into the region. In efforts to defend these economic interests, the United States intervened in the tiny nations of Central America and the Caribbean dozens of times in the 1900s, beginning in Nicaragua and the Dominican Republic. When Latin American governments did things that threatened the wishes of American plantation and mining 335

firms, the United States could and often did dispose of unfriendly governments and install others. This was the case in 1954 when the United States overthrew Guatemalas democratically elected president Arbenz, who was considered a threat to the United Fruit Companys banana plantations. The CIA supported Brazils 1964 military coup. Later, the United States intervened in Chile at the request of U.S. mining companies that feared President Allende would nationalize their operations. And the United States made life miserable for successful revolutionary governments, such as those that came to power in Cuba in 1959 and Nicaragua in 1979. Elite Latin American insiders adapted quickly to the New World order without much consideration for the needs of their fellow countrymen. These Lumpenbourgeoisie nationals, in the words of Andre Gunder Frank, acted as go-betweens developing relationships between foreign transnational firms and Latin American governments. These elites benefited from the cheap sale of state goods and imitated the consumption habits of the European, Miami, and New York bourgeoisie. In many ways, the Latin American elite held on to policies that kept their nations underdeveloped. The noted historian of the national period Bradford Burns explains:
Since the e1ites had benefited handsomely from the colonial institutions, they were loath to tamper with them.... The economy after 1825 remained as subordinate to the economic needs of Europe as it had throughout the long colonial period.... They exported the raw materials required in Europe and the United States and imported the manufactured goods pouring from the factories.... Of all the elements of society, the governing elites profited most from growth, and the immediate advantage they reaped wed them to their policies. Furthermore, development would have required changing some basic institutions those governing land and labor, for example from which the elites drew immediate benefits.... Economic changes were few. Agriculture and the large estate retained their prominence, and the new nations became as subservient to British economic policies as they once had been to those of Spain and Portugal.

Before long, a new wave of nationalism spread across the region as state progress became a source of pride for Latin American elites. With a weak class of local businessmen, to achieve progress Latin American governments had to interfere more in state economies. Nations soon became known for the specialized products they supplied for the global markets: For Brazil it was coffee; for Chile, nitrates and copper; for Bolivia, tin; for Argentina, beef and wheat; for Per, guano. Central America specialized in coffee and bananas. The export sector became extremely modern, with electrified railroads and modern plantation techniques. Policies on currency valuation and taxes were tilted heavily toward exporters. The rest of the economy languished and food production declined. Land and the benefits of its development became concentrated in fewer and fewer hands; exports drove opulence and misery:
For the majority of the Latin Americans, progress resulted in an increased concentration of lands in the hands of ever-fewer owners; falling per capita food production, with corollary rising food imports; greater impoverishment; less to eat; more vulnerability to the whims of an impersonal market; uneven growth; increased unemployment and underemployment; social, economic and political marginalization; and greater power in the hands of the privileged few.

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Latin American slaves, Indians, and peasants did not simply submit to the European invaders; protests, escapes, rebellions, and less reported weapons of the weak such as sabotage, small strikes, work slowdowns, and even suicide were common occurrences. Heroic slave rebellions spread from Haiti throughout the Caribbean sugar islands into Brazil and Dutch Guiana (Suriname). In the aftermath, slave leaders were often sold, mutilated, burned alive, or crushed between cane-milling cylinders. The slave trade cemented Latin Americas connection to the world economy. It is no surprise that this human trade combined with the overseas sale of Latin Americas raw materials laid the foundation for a region beset by racial tensions, environmental degradation, and social inequality. Latin Americas link to the world economy as its extractive periphery has driven several different types of environmental impacts. An economy dependent on the export of natural resources left precious little by way of an integrated social infrastructure capable of absorbing the impact of subsequent waves of capital expansion, extraction, and contraction. Concern was seldom paid to the sustainability of production and new technologies. Around the turn of the twentieth century, Latin America began to become more urban, and while many poor peasants fled rural desperation to the cities, there was also a huge flow of immigrants from Europe and urban commercialists, who helped create a new middle class. Through their backgrounds, studies, and travels, some of these middle-class Latin Americans became familiar with Europe and the United States and began to emulate their industrialization programs. The Great Depression and World War II sent shock waves through Latin America and sharply reduced demand for its raw materials. As the global financial system collapsed, the worlds attention became focused outside the region. With few basic products being imported during these crises, Latin Americas own entrepreneurs stepped in to produce goods for which there was a local demand, creating a new era of industrialization across the region. This later became known as the first stage of import substitution industrialization, or ISI. Import substitution provided jobs and progress never seen before in the region, and the ISI model was popularized in the 1950s by a UN-chartered group of economists and planners called CEPAL, or the Economic Commission on Latin America (ECLA in English). Led by Chilean economist Ral Prebisch, the group proposed that Latin American nations should continue and expand ISI by producing more goods that had previously been imported from overseas, including the tougher products like steel, chemicals, and cars. Recognizing this period as a turning point in Latin Americas history, these leaders directed Latin American governments to build huge steel mills, oil refineries, and assembly plants to eliminate the regions dependency on imported industrial goods like cars, large appliances, and machinery parts. Brazil had already dove into ISI programs during World War II, playing the Germans against the Americans to gain the technology and aid it needed to build the giant Volta Redonda steel mill. This mill and others later enabled the nation to use its iron deposits and charcoal to build a series of metalworking plants in the ABC districts of So Paulo state. The forests and mines of the Minas Gerais state were devastated, while So Paulo became the continents industrial powerhouse. Pollution controls and environmental impact considerations were often neglected during the pursuit of national development programs. Subsidized energy prices were kept so low that they eventually favored terrible inefficiencies. Where they were implemented, ISI policies were also heavily urban biased, buying labor peace by under pricing agricultural products and other basic needs. This kept wage labor cheap in the cities, but 337

stifled any innovation in the fields. The prices for machines for the factories were kept inexpensive by keeping the local currency overvalued. However, this in turn made exporting agricultural products more expensive overseas. So in order to continue exporting agricultural commodities, plantation and ranch owners resorted to oppression of peasants and payment of wages below what was necessary for workers survival. Governments and even urban labor unions looked the other way. Many of these policies were possible because of a surplus of workers. So in many places the shift to ISI built upon and worsened the legacy of poverty, exploitation, deforestation, and soil erosion in the rural environment. Desperate to escape and pulled by the improvements in the cities, many countries saw huge migrations into the urban centers. As Orlando San Martn points out, the social costs [of ISI] that caused higher levels of income concentration [also] encouraged short-sighted approaches to resource exploitation by the rural poor. And many urban environmental issues we will explore in Chapter 4 were worsened: Since a countrys internal market was concentrated in the capital city, most companies located in or around an already huge primate city, which quickly spiraled out of control. Back to the Future? Debt, Crisis, and the Reglobalization of Latin America Much of the import substituting development that reshaped Latin Americas landscape and economy was built on money borrowed from overseas. Mexico led the way, optimistically projecting its tremendous oil income surge in the 1970s into the future. But when the price of oil collapsed in the early 1980s, Mexico was forced to default on its loans. Brazil was close behind, defaulting on its loans in 1983. Although the process has been slow, the spreading debt crisis sent most Latin American nations into economic recessions that lasted for years. Inflation was one core problem, worsened because countries often spent more than they took in taxes. Banks that stepped in to bailout these unbalanced economies demanded that nations drastically cut government spending. Basic social services like health, transportation, and food price subsidies were cut back, and the big industries run by governments were left to rust for lack of new investments. Import substitution policies were largely abandoned in the 1980s and 1990s as countries scrambled to increase exports to pay back skyrocketing loans or at least make payments on the interest. Loans and debt impacted the environment in Latin America both directly and indirectly, in small and large ways. Large loans from foreign banks and multilateral agencies, such as the International Monetary Fund (IMF) and the World Bank, often went to fund development megaprojects. One dramatic example of the relation between megaprojects and debt was the massive Itaip dam in Brazil, which cost Brazil U.5.$20 billion, or onefifth of its foreign debt at the time. Megaprojects have also included airports, highways, industries, and mining, colonization, agribusiness, lumbering and ranching projects. Many of these projects combined an export orientation with essentially ISI objectives such as opening bottlenecks in national infrastructure or heavy industry. Megaprojects are relatively easy to begin but often spin our of control as weak states struggle to manage the financial, environmental, social, and regulatory challenges of such enormous projects. Many megaprojects have had devastating environmental consequences as nations, such as Brazil in the Itaip case, took the liberty of exempting themselves from preparing legally mandated environmental impact statements. Corruption as well as class and urban biases have also accompanied many megaprojects and often 338

benefit political elites and well-connected government subcontractors, especially in construction. The environmental and social impacts of these megaprojects will be seen in the chapters throughout this book, especially Chapters 5 and 6 on indigenous lands and the Amazon. When Latin American nations are in the throes of a severe economic crisis, environmental enforcement is often considered a luxury that will have to wait until the dayto-day firefighting of dealing with the crisis subsides. In many of these cases, strong political pressure from environmentalists was necessary for any credible impact analyses to be carried out. So will reglobalization help or hurt the environment in Latin America? Many optimistic observers predict that globalization will lead to increasing efficiency and environmental protection in the region. We will see by looking at specific cases and broadly across this world region that the relationship between globalization and environmental improvement is far from automatic. To minimize their imports (even as they shifted away from ISI) Latin American governments often continued to employ inefficient, domestically produced technologies long after cleaner tech versions were available elsewhere. So the hope is that today, some foreign investment is helping to bring new efficiencies to some outdated industries. However, many of the ecological impacts of these projects, including those for internal and export markets, are difficult to measure and are hidden by the kinds of indicators for which we actually have data. Throughout Latin America, export-oriented plantation agriculture often forced peasants out of fertile lowlands into cities or marginal rural soils. The region became attractive as a site for U.S., European, and Japanese firms to avoid labor and environmental regulations and to penetrate new markets. Environmentalists have increasingly tied foreign direct investment (FDI) to air pollution, toxic contamination, and worker exposure throughout the region (Chapter 4). They have also criticized chemically intense agriculture, sloppy oil extraction, mining, lumbering and ranching projects, and highly polluting factories in the regions cities and across the maquiladora belt along the United StatesMexico border (see Chapters 2 and 3). With this in mind, it can be said that in the post-ISI era, Latin Americas relationship with the world economy is becoming both more intense and more complex. Some countries have diversified their export profiles to include nontraditional products such as grapes and cut flowers, but small nations have been far less able to substitute manufactured imports and most continue to be dependent on a fairly narrow range of traditional exports such as coffee, bananas, cacao, oil, and minerals. By 1990, two-thirds of Latin Americas exports were still fuels, minerals, metals, and other primary commodities; only 30 percent of East and South Asian countries were. More than their Asian counterparts, then, Latin American nations have struggled to ascend in the global system of stratification of wealth because of a continuing reliance on export commodities. This emphasis on primary commodities and raw-material exports raises important longterm sustainability questions. The question of why some countries stay poor while others rise brings us to a longrunning debate in the field of development. For decades the most common belief propagated around the world by U.S. foreign service experts and many university professors was that all countries, if they followed the steps and stages taken by Europe and the United States, would one day reach a similar level of development. These were called the modernizationists because they believed that cultures and economies changed from traditional, backward, and primitive to more modern, industrial, urban, and dynamic. Since 339

the changes were being seen in people in nations under Soviet control, they believed it was not merely Americanization they were observing, but something universal, inevitable. The U.S. governments Cold War era (1950-1989) foreign policy in the Third World was to fight Soviet communism directly with soldiers, and indirectly through exports of U.S. culture and products. The goal was to convince nations that they would reach the U.S. standard of living (in material terms at least) if they would just follow the U.S. lead and suggestions on how to run their countries. Poorer nations were told to utilize their comparative advantages, that is, to specialize in only what they did best. Specifically, they were told to produce and sell only what they could sell competitively on the world market, such as cheap raw materials, tropical agricultural commodities, and cheap manufactured goods assembled with cheap labor. The United States sent billions of dollars in aid and loans around the world, but much of it was explicitly designed to create markets for U.S. products like wheat, rice, and machines. Just after World War II, the World Bank for Reconstruction and Development (now called simply the World Bank) was set up to help Europe recover from the war. When Europe had been rebuilt, its focus shifted to the poor nations of Africa, Asia, and Latin America. ECLA, mentioned in the previous section, adopted an opposite approach to the modernizationists. They argued that poor countries were poor not because of internal problems but because they were kept dependent on the expensive imports from the rich countries and were getting very little value for all the commodities they were exporting. These ideas caught hold in Latin America and Africa, and eventually in some circles in the rich countries, to a variety of degrees. But two camps developed. The more radical dependency group held that poorer nations like those in Latin America needed to cut themselves off as much as possible from the wealthy countries, since they would always be in disadvantageous trading relationships as long as they stayed connected. The more moderate structuralists agreed that poor countries were caught in a larger cage of a world economy, but that with some strategic actions nations were able to move up in the global class hierarchy. Still there was substantial agreement: Authors such as Andre Gunder Frank (a more radical dependency author) and Fernando Henrique Cardoso (a more moderate structuralist) wrote how the wealthy nations developed precisely because they underdeveloped the poorer nations. Both groups agreed that Latin American nations had been globalized from the beginning and that the only way to truly improve was to cut themselves off somewhat from the unfair external influences, in effect, to deglobalize. The debate was about how much. American historical sociologist Immanuel Wallerstein took the main ideas of the structuralists/dependency group, combined them with the insights of Italian historian Ferdinand Braudel, and developed a global theory called World System Theory. He argued that there were not individual nations developing, but one global economy that created wealth and poverty in different places as it changed. He saw the world as divided into a hierarchy with three main groups: the wealthy core nations, the poor periphery nations, and the in-between, the semi-periphery. While a few countries can move up or down in the world stratification system, he argued, the structure itself remains largely unchanged. The core nations use modern technology and political power to control and reap profits from the poor periphery nations. Based on the hundreds of countries and hundreds of years of history, Wallersteins theory was far more pessimistic than that of the modernizationists and Washington-led development experts about the chances for major improvement in the lives of the billions of people who live in poor countries, at least under the current 340

dominant economic system. However, Wallerstein described an important group of countries, the semiperiphery, who benefited from exploiting the poorer nations around them and yet had some of their features. There is some disagreement on where nations in Latin America fall, but most writers place Argentina, Chile, Venezuela, Brazil, Mexico, and Columbia into the semi-periphery. Nations at the bottom of the pile would be called peripheral and seem to be Bolivia, Nicaragua, Guatemala, Honduras, and the poorest Caribbean island nations. The semi-peripheral countries had some hopes of dependent development, but it was seen as limited and probably would only be possible with the intervention of the state in the economy and some serious protectionism from imports from the rich nations. This kind of protectionism ran directly counter to the free trade ideologies being promoted by Washington D.C. and Wall Street. As mentioned earlier, when Latin Americas big nations imposed high import tariff tax walls within which they hoped to build industries, large foreign corporations adopted an important strategy: They bought up local firms or built turn-key factories to do the final assembly of products in high-tariff nations. Now when you buy a GM, Ford, Volkswagen, or Nissan car in Brazil or Mexico, it probably was assembled in So Paulo or Monterrey. Colgate Toothpaste is U.S.-owned, but it is produced in a dozen capitals around the region. Most VCRs sold in Latin America are Japanese Sonys or the Dutch brand Philips, but they are assembled in Manaus, Brazil, or Tijuana, Mexico. Both the U.S. and Russian models for how to become developed were based on one core belief: that industrialization would create jobs, income, international power, and a high quality of life. Those countries in Latin America who were big enough to do so tried to go industrial: Mexico, Brazil, and Venezuela focused on areas that promised to create spinoff industries that would modernize the nation, such as forging steel and auto industries. Brazil and Mexico developed electronics production centers, assembling TVs, VCRs, and computers. Brazil carefully fostered an industry of arms and other military equipment, focusing on aircraft. Chemical industries grew in Brazil, Mexico, Venezuela, and Argentina. As these national economies shifted in new directions, the countries themselves teetered on economic disaster. Today Latin American and many peripheral states are exporting more high-end transportation and electronics products, but the relative value of their exports remains low because they continue to be largely excluded from the more profitable research, innovation, and marketing stages of global commodity chains. Another response by Latin American countries to U.S. and European economic domination has been to create regional trading blocks. These blocks, such as Caricom (in the Caribbean island states), the Central American Common Market, the Andean Pact, and Mercosur, give preferential treatment to member nations by eliminating import taxes on products from other block nations. These pacts have often had slow start-ups and mixed success. The problem is that the less industrial nations are experiencing the same problems they did before regarding their local products competing with imports. Local industries often suffer, and unemployment can rise, at least until people shift to other industries producing goods for export. Another limiting factor has been the attempts to develop a hemispheric trade block, called the Free Trade Area of the Americas (FTAA), which the United States is pushing despite resistance from Brazil and a few other nations. Debt remains an ominous threat to Latin Americas economic and social progress, and indirectly to the state of its environment. Latin Americas collective debt now exceeds $800 billion, or roughly 40 percent of its total gross domestic product (GDP). Mexicos 341

$160 billion debt and a bailout in 1995 by the World Bank/International Monetary Fund provoked a Tequila Effect of fiscal shock across the entire region. When Brazils $232 billion debt sent it into crisis in 1998, the IMF responded with a rescue package including $2 billion in loans. To tame inflation, Argentina in 1991 tied its currency to the dollar, making it more difficult for the country to stimulate the economy or to increase exports through price deflations.60 Argentina had a debt upward ofU.S.$130 billion in late 2001, over half of its GDP. The IMF demanded cuts in state spending to pay the interest on the debt, and huge protests broke out, leading to a series of presidents resigning under pressure in December and January 2002. Even the threat that Argentina might default on its debt raised interest rates in Brazil, Mexico, and South Africa, sending their economies down as well. These instabilities indicate that Latin Americas link with the global economy has gone beyond the old days of dependency when the prices of the regions important commodities were set at the exchange in downtown Chicago. Today, we can also see dependencies on the politics and cultures of the wealthy nations. Aid packages from the IMF, often in the tens of billions of dollars, usually come in the form of loans. These loans are supposed to help nations protect the value of their currencies, but they often serve more to the benefit of the international investors withdrawing from the country. Aid packages come with strings an almost universal condition is that governments cut state spending to pay back their debts. Just paying the interest on these loans forces many countries to focus on products that will provide quick returns, and natural resource exploitation is an obvious choice for governments in tough spots. The role of debt in driving environmental problems in the region will be discussed again in Chapters 3 and 4, and efforts to push for debt relief for the poor countries will come up again in the books concluding chapter. Efforts to trade debt-for-nature preservation, once a popular idea for addressing deforestation, will be addressed in Chapters 3 and 5. Beyond debt, economic globalization itself is causing a series of new risks and pressures for Latin American countries that may affect their ability to protect the environment. The same investors are now sending their money into all the major stock and bond markets in the world, and the same global banking firms make loans in all the major economies. And what happens in one place affects the way investors and lenders behave everywhere else. The rise of multinational firms who produce products with parts around the globe makes nations very vulnerable to economic problems a half a world away. When a multinational firm begins to feel beleaguered because several divisions are in trouble, there is a tendency to pull back across the board. This makes it more difficult for nations to do long-range planning, again favoring policies that provide quick returns, such as some types of natural resource exploitation. Some cleaner technology solutions that require greater start-up cash would likely be passed over during these times. After the lost decade of debt crisis and recession in the 1980s, the regions economies (with a few exceptions) have grown in absolute terms over the last fifteen years, albeit sporadically. In the final chapter we return to the current economic picture and some surprising twists, but this growth raises a question we take up in Chapter 4: Will growth allow the region to attend to cleaning up the environment? To anticipate, we will argue that while a point may be reached at which Latin American countries can afford greater pollution controls, it appears that for most nations economic growth will pose a multitude of urgent environmental problems with little evidence that substantial improvements will be forthcoming. Several authors also argue that increasing openness to trade is likely to 342

intensify precisely the type of growth that is driven by foreign productive technologies and brings with it unsustainable imported consumption values. The Remains of Globalization The term globalization is getting thrown around a lot these days, often without clear definition. When we talk about globalization in this book, we are referring to the everincreasing economic and political connections between nations and global forms of government, the space and time altering advancements made possible by new technologies and global communications networks, and the spread of global cultural interchanges. So globalization is a multifaceted phenomenon: We can speak of economic globalization, political globalization, and cultural globalization. So far in this chapter we have emphasized the economic dimensions of globalization because we believe they have the most direct environmental impact. However, to fully understand economic globalization, we must understand the globalization of cultures and values that provide the base of support for state and corporate economic policies. These environmental implications are less discussed, but they are serious. For many people, globalization implies the homogenization of world culture and the spread of big corporations around the world. Coke, Baywatch, Britney Spears, and CNN are today available across the hemisphere. News media and entertainment networks travel to places like Latin America along with pitches for consumer products: Hollywood and the rest of the American media industry have been extremely effective in selling the U.S. model of consumerism, and advertisers support the industrys shows and movies. Around the world, evidence of cultural homogenization extends into the domain of food preferences, fashion styles, music, and architecture. Even leisure activities, language, and humor have been globalized in many ways. Many Latin American experts lament this kind of cooptive cultural globalization it is seen as an attempt to substitute local diversity for one plastic world culture. But any discussion of cultural globalization must recognize that there are still enormous gaps in the global distribution of communication, technology, and ideas. There are still significant, although shrinking, portions of the world untouched by global technology. Internet access in 2001 was limited to fewer than 5 percent of Latin Americans, and these are mostly upper and middleclass urbanites. In late 2001 a U.S. Christian group sponsored airdrops of transistor radios into isolated Mexican indigenous communities. For decades Wycliff Bible Translators (among others) has sought to contact every human group on the planet, providing them the written Word in their own language. And at the other end of the scale, much of the "proof" of an emerging global culture that is widely cited is evident mostly within a relative elite of wealthier, socially dominant population groups: corporate and political leaders, cultural icons such as TV, movie, and rock stars who travel the world. So while there are increasing numbers of global (non)places such as airports, office buildings, international fast food chains, and hotels that are homogenous around the world, large numbers of Latin Americans have never been to them. But chances are that they have been there through TV. Today, U.S.-led mass culture is directly influencing consumption patterns and demands throughout Latin America. Most of the new products being marketed on TVs across the continent are nonlocal, which reduces opportunities for national and local self-sufficiency. This in turn creates a need for countries to acquire quick cash to balance their trade with the world. 343

Because often more imports are brought in than can be balanced with export sales, many Latin American nations are in a sticky foreign exchange situation. As is the case with international debt, this can cause nations to turn to their natural resources to generate quick money to balance import demands. Cultural globalization has not occurred only because of the natural appeal of U.S. popular culture abroad, which diffuses across borders as inevitably as water during osmosis. During the 1930s and the Cold War, the U.S. government provided subsidies to U.S. firms for the exportation of advertisements, shows, and movies and for the purchasing of newspapers and TV stations covertly and overtly across the region. Herbert Hoover made a direct plea to Hollywood movie directors in 1927, asking them to use their medium to aid in the penetration of intellectual ideas and social ideals to Latin America, and by the mid-1930s the U.S. government was working with the major U.S. radio networks in an escalating propaganda war against the Germans. Historian James Schwoch reports that the transition to television in the region was dominated by U.S. corporations, whose activities included direct ownership of stations, investment in production companies, assistance in drafting legislation, massive exports of television programming, and extensive consulting. They worked with and were favored by the totalitarian rightwing regimes of the region: In Brazil, Time/Life secretly and illegally bought a stake in the massive Globo TV network, which rose to dominance in the 1970s with the help of the military regime. And in times of special insecurities, the CIA has covertly bought up newspapers and TV stations, such as in Costa Rica during the Contra war in neighboring Nicaragua. Our point here is to deny that cultural globalization is entirely natural and inevitable; rather, it has been used historically as an important part of the U.S. wars on Nazism and communism. Before and now it has been a way to expand markets for U.S. products. It is not inevitable since it does not compete fairly, but seeks the aid of overt and covert intervention by the U.S. Department of State. Thirty years ago critics in Latin America dubbed this effort cultural imperialism, the intentional control of another societys culture, which seems to be what many people mean today when they say globalization. Most of those critics included commercial culture that came without government backing as well, as seen in the critique How to Read Donald Duck, penned by Ariel Dorfman and Armand Mattelart in 1975. Today we can see that less extreme but certainly more prevalent and perhaps more devastating to local culture has been the virtual carpet bombing of Latin Americans by advertising, much of it by foreign firms. But the pattern is more complex. The pattern that World System Theory described for the economic domination of large rich nations over smaller and poorer ones, and the exploitation of the hinterlands in each nation by the cities, is repeated throughout Latin America on a smaller scale, and on the small screen. The cultural industries of Mexico City and Rio/So Paulo are now responsible for the vast majority of the content on television screens across Mexico and Brazil. And in the smaller Latin American nations, much of what is not imported from the United States is imported from these three megacities. Telenovelas, or soap opera series that run an hour a night six nights a week for months on end, are produced in each nation and are especially popular cultural exports from Brazil and Mexico. These have been critiqued widely as reflecting an extremely urban and wealthy picture of life and as encouraging lifestyle choices outside the reach of the vast majority of Latin Americans. We documented this process in the Amazon of Brazil, where for years in 344

the remotest towns of the Par state one could get national and international TV by satellite but could not get news of ones neighbors just down river. As Edna Castro and Rosa Acevedo have pointed out, products produced locally in the Amazon thrived only while the Amazon region was cut off from national products, and this provided the basis for a more integrated local economy. At the same time, some cultural imports certainly have positive environmental impacts. For example, it is commonly noted that with televisionization of remote villages birth rates tend to drop quickly. This is usually explained by the too simple observation that now they have something else to do on those long evenings, and there is probably some truth in this. But rising education and the improvement of womens work opportunities often accompany televisionization, so it is difficult to say what is causing what. Women are more likely to migrate to cities, and in many places actually have a greater educational attainment than men. Although we have never seen it documented, favoring imposed cosmopolitan products may decrease pressure on local resources, especially game species whose meat might be replaced by beef or chicken from elsewhere. However, the beef is likely produced by cutting down the whole local forests, a far worse prospect. In the eastern Amazon we found that preferences for higher quality rice than could be produced locally decreased the need to produce locally, and therefore conceivably might have lessened the reasons to cut the rainforest. But this positive potential is outweighed by the demand for beef and milk, which are produced locally. As we will be examining in Chapter 5, this is causing widespread clearing and prevention of forest recovery. It is also causing profound inequalities of landholding and violence, unsustainable land use at both ends of the inequality scale. As we have mentioned, cultural globalization does not always homogenize; sometimes it does the opposite. It can simultaneously polarize the worlds wealthy and poor, as some places gain its benefits and others pay its costs. It also sometimes creates backlashes: It is said that commercial modernization breeds fundamentalism, a point brought home by the September 11, 2001 terrorist attacks. Some individuals and groups specifically fight globalization by reinforcing their own local cultures in more subtle and less violent ways. We need to remember that globalization does not homogenize as much as many people initially assume because different elements of global culture are adopted differently in different places. People may be wearing the same Nike clothes and even singing the same U2 song, but they often mean quite different things in doing so. Looking over the broad sweep of things, the world is globalizing more quickly in some ways than it is in others. We have discussed how trade is opening up rapidly and how countries that for a time were producing for local markets are trying to shift to exporting abroad. The shoes and cars and computers we use are increasingly produced on a global assembly line, utilizing cheap resources and parts from around the world, assembled where labor is cheapest. Investors in stock markets and currencies can put their money into nations around the world at the click of a mouse, and corporations can move in with a new factory or, even more easily, buy out and take over a local firm. There is a lot for sale since debt and poor revenue have forced many Latin governments to sell off huge state-run monopolies, such as telephone and utility companies, mining firms, steel mills, and chemical plants. On the other hand, labor moves far more slowly, with national boundaries and poverty impeding the flow of migrants. Some sending nations wish to slow the outflow of migrants; but virtually all destination countries limit the inflow. Laws and the extent to 345

which they are enforced vary tremendously across the political boundary lines arbitrarily on the globe: They are simply not yet globalized. These make conditions very different for workers, employers, and the environment in different places. Third, unlike assembly factories, natural resources such as minerals, climate, and tropical soils cannot be relocated from one location to another, making the conditions of their extraction apparently nonglobalizable. And finally, communities are built on a sense of place and a sense of connection to others, something that cannot be (at least immediately) reconstructed in a new place. So to sum up here, we believe that globalization has some positive as well as negative prospects for the environment in Latin America. Both are usually the case. All the issues we examine in the chapters of this book are laced with contradictions. For example, Costa Rica is held up as a positive case of globalization in that the conservation of its extraordinary park system and creation of its robust ecotourism industry. However, between those parks and destinations the land is being pressured by large and small scale agriculture. Costa Rica has one of the highest deforestation rates in the world, and as we perceived long ago, the parks are becoming islands. The bad is coming with the good, and vice versa. Wrapping Up, Looking Ahead Among the ads from military contractors and other lobbyists trying to grab the attention of the Washington Posts influential readers as they drank their Monday coffee on July 9, 2001, was one ad that played on its own quirkiness. Over a photograph of a statue of Latin Americas liberator Simn Bolvar ran the headline, Welcome Back from the July 5th Recess! The subtitle reflected the ads savvy: Thats not a typo. In Venezuela, we celebrate our Independence Day on July 5th. The ad went on to describe how the two nations destinies were inextricably linked in the past, present, and future, thus reflecting the reglobalization of Latin America today:
Simn Bolvar and the first Venezuelan patriots were deeply influenced by the United States crusade for national independence and development of a free and democratic society in the New World. Just after the United States won her independence, Venezuelas Francisco de Miranda took an extended tour of the new republic. His widely read travel journal was full of praise for the United States free government and civic virtues. So in 1811, Venezuelas first Congress originally planned to declare our independence on the 35th anniversary of the United States move for freedom. But the official declaration didnt actually occur until July 5th. Now, after nearly two centuries of friendship, shared democratic values, investment and trade, Venezuela is the United States most reliable energy partner. Venezuelan oil, gas and refined products are a mainstay of the U.S. economy, and our energy reserves will be available for centuries to come.... Venezuela: Energizing the American Dream.

The ad suggests the strong but starkly different influence of the United States over the region today from that of the national period of the 1800s, quietly skipping over tensions and interventionist years between. An expensive public relations firm and a carefully placed ad were purchased also to calm U.S. fears as populist president Hugo Chavez moved in late 2001 to renationalize much of the oil industry. But the ad also suggests how much, even in doing so, Latin America has shifted back to exporting. 346

Venezuela, for example, has always exported raw materials: Today, four-fifths of its imports are manufactured goods, but only one-fifth of its exports are. By contrast, in highincome countries around the world, four-fifths of all merchandise exports tend to be manufactured goods. Venezuela is in a risky position familiar to Latin America through its history: The price of manufactured goods tend to be stable or rise over time, while prices of raw materials like oil tend to fluctuate wildly and drop over time. Of the two countries (Brazil and Mexico) that most actively adopted ISI, Mexico managed the largest shift toward manufacturing, which now accounts for nearly 90 percent of its exports, far more than the United States and the wealthy countries as a whole. Brazil, by contrast, has a split economy, with 43.7 percent of its exports coming from primary and natural resource-intensive goods and 55.1 percent in manufactures. Looking more broadly across South America but excluding Brazil, two-thirds (68 percent) of exports are primary goods or natural resource-intensive goods such as petrochemicals, paper, cement and base metals. For the Central American nations south of Mexico, over half (50.6 percent) of exports fall in these risky, low-benefit categories. The riskiness of building a nation around heavy dependence on revenues from exporting, especially from exporting raw materials and agricultural commodities, was brought home after the 2001 terrorist attacks on the United States, which has long been the largest market for products from the region. It used to be that when the U.S. [economy] sneezed, Mexico got the flu. Now much of the world gets the flu. For Latin America, globalization is back to the future. Wrapping up the key elements of an environmental history of Latin America, historian Guillermo Herrera describes six features that distinguish the regions past.(85) First, the economy was based on plundering or, as we have said, on extraction of natural and human resources. Second, the regions development has been dominated by foreign firms; after liberation from the Spanish it was the British and then, from around 1920, firms from the United States. More recently, it has included the United States, Japan, Germany, Korea, and others. Third, local people who were wealthy and powerful, especially landowners and government officials, used their power over those resources as a commodity and a guarantee to keep themselves wealthy and in power, and this was usually at the expense of local people and lands. Fourth, because of the history of large land grants to a few rich individuals, and because peasants were expropriated in the mid-1800s, there was never any small and medium class of rural capitalist producers. Furthermore, there was never a middle class of urban intellectuals, who have made up the bulk of (at least early) environmental activists in the wealthier countries. Fifth, while there were internal battles for control of these nations, both the political left and right accepted a vision of development as the taming of the savage natural world. As Herrera points out, to mobilize all the natural resources that have been exploited from Latin America over these five hundred years has taken authoritarianism and violent oppression of groups with alternative relationships with nature. Only recently, just a decade or two ago, has mainstream society in Latin America expressed the possibility that the example by which they were guiding their national planning and individual lives might be unsustainable. The very real crises that are the subject of the following five chapters in this book are among those that have driven the beginning of a shift in peoples attitudes and behaviors. Beingable to express themselves politically without fearing imprisonment or worse has been critical in allowing Latin Americans to participate in what we recognize as 347

environmentalism. The roadmap begins at the border between one world and another, between the United States and Mexico, and the environmental crises of industrial pollution and shantytown housing in a belt of maquiladoras, or factories. Examining the problems of the border allows us to enter an area of great debate and discuss whether companies are heading to poor countries to take advantage of loose environmental enforcement and regulations. In Chapter 3, we look at the problems of pesticide poisoning and deforestation on plantations and peasant farms in Central Americas rainforests. We shift gears in Chapter 4 with a look at some of the least studied of the regions environmental problems: the urban issues of air pollution, sewage, population growth, and trash. Chapter 5 brings us to the Amazon rainforest, as we discuss its amazing ecological and social diversity and highlight the different groups struggling to control its future. Indigenous peoples have most directly experienced the devastating effects of huge megaprojects like powerlines and oil drilling, and Chapter 6 ties their plight and recent political mobilizations to the fate of the ecosystems in which they live. The book wraps up with a look at the prospects for the future of the environment in Latin America. To that end, Chapter 7 reviews the common threads that seem to run through these five cases, considers our own responsibilities as Northen consumers, and assesses whether the new international networks of environmentalists and social justice activists have the potential to dramatically shift the corporate-led globalization in a direction that will more directly concern the needs of people and the land of Latin America. We begin by very briefly looking across the landscape, at current issues and indicators, to gain a broad picture of where Latin America is today. But we begin at the edge.

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