El Chiste y Su Relacion Con Lo Inconsciente
El Chiste y Su Relacion Con Lo Inconsciente
El Chiste y Su Relacion Con Lo Inconsciente
(2)
Sé muy bien que con las fragmentarias citas anteriores, extraídas de los tra
bajos de
investigación del chiste, no se puede dar una idea de la importancia de los mismos
ni de los
altos merecimientos de sus autores. A consecuencia de las dificultades que se op
onen a una
exposición, libre de erróneas interpretaciones, de pensamientos tan complicados y su
tiles,
no puedo ahorrar a aquellos que quieran conocerlos a fondo el trabajo de documen
tarse en
las fuentes originales. Mas tampoco me es posible asegurarles que hallarán en ella
s una
total satisfacción de su curiosidad. Las cualidades y caracteres que al chiste atr
ibuyen los
autores antes citados -la actividad, la relación con el contenido de nuestro pensa
miento, el
carácter de juicio juguetón, el apareamiento de lo heterogéneo, el contraste de
representaciones, el «sentido en lo desatinado», la sucesión de asombro y esclarecimie
nto,
el descubrimiento de lo escondido y la peculiar brevedad del chiste- nos parecen
a primera
vista tan verdaderos y tan fácilmente demostrables por medio del examen de ejemplo
s, que
no corremos peligro de negar la estimación debida a tales concepciones; pero son ést
as
disjecta membra las que desearíamos ver reunidas en una totalidad orgánica. No aport
an, en
realidad, más material para el conocimiento del chiste que lo que aportaría una seri
e de
anécdotas a la característica de una personalidad cuya biografía quisiéramos conocer.
Fáltanos totalmente el conocimiento de la natural conexión de las determinan
tes
aisladas y de la relación que la brevedad del chiste pueda tener con su carácter de
juicio
juguetón. Tampoco sabemos si el chiste debe, para serlo realmente, llenar todas la
s
condiciones expuestas o sólo algunas de ellas, y en este caso cuáles son las impresc
indibles
y cuáles las que pueden ser sustituidas por otras. Desearíamos, por último, obtener un
a
agrupación y una división de los chistes en función de las cualidades señaladas. La
clasificación hecha hasta ahora se basa, por un lado, en lo medios técnicos, y por o
tro, en el
empleo del chiste en el discurso oral (chiste por efecto del sonido, juego de pa
labras, chiste
caricaturizante, chiste caracterizante, satisfacción chistosa).
No nos costaría, pues, trabajo alguno indicar sus fines a una más amplia
investigación del chiste. Para poder esperar algún éxito tendríamos que introducir nuevo
s
puntos de vista en nuestra labor o intentar adentrarnos más en la materia intensif
icando
nuestra atención y agudizando nuestro interés. Podemos, por lo menos, proponernos no
desaprovechar este último medio. Es singular la escasísima cantidad de ejemplos
reconocidamente chistosos que los investigadores han considerado suficientes par
a su
labor, y es asimismo un poco extraño que todos hayan tomado como base de su trabaj
o los
mismos chistes utilizados por sus antecesores. No queremos nosotros tampoco sust
raernos
a la obligación de analizar los mismos ejemplos de que se han servido los clásicos d
e la
investigación de estos problemas, pero sí nos proponemos aportar, además, nuevo materi
al
para conseguir una más amplia base en que fundamentar nuestras conclusiones.
Naturalmente, tomaremos como objeto de nuestra investigación aquellos chistes que
nos
han hecho mayor impresión y provocado más intensamente nuestra hilaridad.
No creo pueda dudarse de que el tema del chiste sea merecedor de tales e
sfuerzos.
Prescindiendo de los motivos personales que me impulsan a investigar el problema
del
chiste y que ya se irán revelando en el curso de este estudio, puedo alegar el hec
ho
innegable de la íntima conexión de todos los sucesos anímicos, conexión merced a la cual
un descubrimiento realizado en un dominio psíquico cualquiera adquiere, con relación
a
otro diferente dominio, un valor extraordinariamente mayor que el que en un prin
cipio nos
pareció poseer aplicado al lugar en que se nos reveló. Débese también tener en cuenta el
singular y casi fascinador encanto que el chiste posee en nuestra sociedad. Un n
uevo chiste
se considera casi como un acontecimiento de interés general y pasa de boca en boca
como
la noticia de una recientísima victoria. Hasta importantes personalidades que juzg
an digno
de comunicar a los demás cómo han llegado a ser lo que son, qué ciudades y países han
visto y con qué otros hombres de relieve han tratado, no desdeñan tampoco acoger en
su
biografía tales o cuáles excelentes chistes que han oído.
F A M I L I Ä R
M I L I O N Ä R
-----------------------------
F A M I L I O N Ä R
El proceso que ha convertido en chiste el pensamiento podemos también
representarlo en una forma que, aunque al principio parece un tanto fantástica, re
produce
exactamente el resultado real:
«R. me trató muy familiarmente (familiär), aunque claro es que sólo en la medida
en
que esto es posible a un
millonario (millionär).»
Imagínese ahora una fuerza compresora que actuara sobre esta frase y supónga
se
que por cualquier razón sea su segundo trozo el que menos resistencia puede oponer
a dicha
fuerza. Tal segundo trozo se vería entonces forzado a desaparecer, y su más valioso
componente, la palabra «millonario» (millonär), único que presentaría una mayor
resistencia, quedaría incorporado a la primera parte de la frase por su fusión con l
a palabra
«familiarmente» (familiär), análoga a él. Precisamente esta casual posibilidad de salvar l
o
más importante del segundo trozo de la frase favorece la desaparición de los restant
es
elementos menos valiosos. De este modo nace entonces el chiste:
anecdote y
dotage (charla pueril).
En una historieta anónima halló Brill calificadas las Navidades como the
alcoholidays, igual fusión de:
alcohol y
holidays (días festivos).
Hablando Sainte-Beuve de la famosa novela de Flaubert Salambô, cuya acción s
e
desarrolla en la antigua Cartago, la califica irónicamente de Carthaginoiserie, al
udiendo a la
paciente minuciosidad con que el autor se esfuerza en reproducir el ambiente y c
ostumbres
del antiguo pueblo africano:
Carthaginois
chinoiserie.
«De modo que ese rojo sujeto quien escribe los `fade' artículos sobre N(apol
eón).
El...............................rojo.........`Faden' (hilo) que se extiende por
todo.
--------------------------------------------------------------------------------
------------------------
¿No es ése el rojo Fadian que se extiende por toda la historia de los
N(apoleónidas)?
Más adelante, cuando nos sea posible analizar este chiste desde otros punt
os de vista
distintos de los puramente formales, justificaremos esa representación gráfica y, al
mismo
tiempo, la someteremos a una necesaria rectificación. Lo que en ella pudiera ser o
bjeto de
duda, el hecho de haber tenido lugar una condensación, aparece con evidencia inneg
able. El
resultado de la condensación es nuevamente, por un lado, una considerable abreviac
ión y,
por otro, en lugar de una singular formación verbal mixta, más bien infiltración de lo
s
elementos constitutivos de ambos componentes. La expresión roter Fadian sería siempr
e
viable por sí misma con una calificación peyorativa: mas en nuestro caso es, con seg
uridad,
el producto de una condensación.
Si al llegar a este punto se sintiera el lector disgustado ante nuestra
manera de
enfocar esta cuestión, que amenaza destruir el placer que en el chiste pudiera hal
lar, sin
explicarle, en cambio, ni siquiera la fuente de que dicho placer mana, yo le rue
go reprima
su impaciencia. Nos hallamos ahora ante el problema de la técnica del chiste, cuya
investigación nos promete, cuando lleguemos a profundizar suficientemente, interes
antes
descubrimientos.
Por el análisis del último ejemplo nos hallamos preparados a hallar, cuando
en otros
casos encontremos de nuevo un proceso de condensación, la sustitución de lo suprimid
o no
sólo en una formación verbal mixta, sino también en una distinta modificación de la
expresión. Los siguientes chistes, debidos asimismo al fértil ingenio del señor N., no
s
indicarán en qué consiste este distinto sustitutivo:
«Sí; he viajado con él TÊTE-À-BÊTE.» Nada más fácil que reducir este chiste. Su
significado tiene que ser: «He viajado tête-à-tête con X., y X. es un animal.»
Ninguna de las dos frases es chistosa. Reduciéndolas a una sola: «He viajado
tête-à-
tête con el animal de X.», tampoco encontramos en ella nada que nos mueva a risa. El
chiste se constituye en el momento en que se hace desaparecer la palabra «animal», y
para
sustituirla se cambia por una B la T de la segunda tête, modificación pequeñísima, pero
suficiente para que vuelva a surgir el concepto «animal», antes desaparecido. La técni
ca de
este grupo de chistes puede describirse como condensación con ligera modificación, y
sospechamos que el chiste será tanto mejor cuanto más pequeña sea la modificación
sustitutiva.
Análoga, aunque no exenta de complicación, es la técnica de otro chiste. Habla
ndo
de una persona que al lado de excelentes cualidades presentaba grandes defectos,
dice N.:
«Sí, la vanidad es uno de sus CUATRO TALONES DE AQUILES». La pequeña
modificación consiste aquí en suponer que la persona a la que el chiste se refiere p
osee
cuatro talones, o sea cuatro pies, como los animales. Así, pues, las dos ideas con
densadas
en el chiste serían:
«X. es un hombre de sobresalientes cualidades, fuera de su extremada vanid
ad; pero
no obstante, no es una persona que me sea grata, pues me parece un animal».
Muy semejante, pero mucho más sencillo, es otro chiste in statu nascendi d
el que fui
testigo en un pequeño círculo familiar, al que pertenecían dos hermanos, uno de los cu
ales
era considerado como modelo de aplicación en sus estudios, mientras que el otro no
pasaba
de ser un medianísimo escolar. En una ocasión, el buen estudiante sufrió un fracaso en
sus
exámenes, y su madre, hablando del suceso, expresó su preocupación de que constituyera
el
comienzo de una regresión en las buenas cualidades de su hijo. El hermano holgazán,
que
hasta aquel momento había permanecido oscurecido por el buen estudiante, acogió con
placer aquella excelente ocasión de tomar su desquite, y exclamó: «Sí; Carlos va ahora
hacia atrás sobre sus cuatro pies.»
La modificación consiste aquí en un pequeño agregado a la afirmación de que
también, a su juicio, retrocede el hermano abandonando el buen camino. Mas esta
modificación aparece como el sustitutivo de una apasionada defensa de la propia ca
usa:
«No creáis que él es más inteligente que yo porque obtiene éxitos en la escuela. No es más
que un animal; esto es, más estúpido aún que yo».
Otro chiste muy conocido de N. nos da un bello ejemplo de condensación con
ligera
modificación. Hablando de una personalidad política, dijo: «Este hombre tiene UN GRAN
PORVENIR DETRÁS DE ÉL.» Tratábase de un joven que por su apellido, educación y
cualidades personales pareció durante algún tiempo llamado a llegar a la jefatura de
un gran
partido político y con ella al Gobierno de la nación. Mas las circunstancias cambiar
on de
repente y el partido de referencia se vio imposibilitado de llegar al poder, sie
ndo
sospechable que el hombre predestinado a asumir su jefatura no llegue ya a los a
ltos
puestos que se creía. La más breve interpretación deducida de este chiste sería: «Ese
hombre ha tenido ante sí un gran porvenir, pero ahora ya no lo tiene». En lugar de «ha
tenido» y de la frase final, aparece en la frase principal la modificación de sustit
uir el «ante
sí» por su contrario «detrás de él».
De una modificación casi idéntica se sirvió N. en otra de sus ocurrencias. Había
sido
nombrado ministro de Agricultura un caballero al que no se reconocía otro mérito par
a
ocupar dicho puesto que el de explotar personalmente sus propiedades agrícolas. La
opinión pública pudo comprobar, durante su gestión ministerial, que se trataba del más
inepto de cuantos ministros habían desempeñado aquella cartera. Cuando dimitió y volvió
a
sus ocupaciones agrícolas particulares, comentó N.: «Como Cincinato, ha vuelto a su
puesto ANTE el arado».
El ilustre romano, al que se apartó de sus faenas agrícolas para conferirle
la
investidura de dictador, volvió, al abandonar la vida pública, a su puesto detrás del
arado.
Delante del mismo no han ido nunca, ni en la época romana ni en la actual, más que l
os
bueyes.
Otro caso de condensación con modificación es un chiste de Karl Kraus que,
refiriéndose a un periodista de ínfima categoría, dedicado al chantaje, dijo que había s
alido
para los Balcanes en el Orienterpreßzug, formación verbal producto de la condensación
de
dos palabras: Orientexpreßzug (tren expreso del Oriente) y Erpressung (chantaje).
Podríamos aumentar grandemente la colección de ejemplos de esta clase; mas c
reo
que con los expuestos quedan suficientemente aclarados los caracteres de la técnic
a del
chiste -condensación con modificaciones- en este segundo grupo. Comparándolo ahora c
on
el primero, cuya técnica consistía en la condensación con formación de una expresión
verbal mixta, vemos con toda claridad que sus diferencias no son esenciales y la
transición
de uno a otro se efectúa sin violencia alguna. Tanto la formación verbal mixta como
la
modificación se subordinan al concepto de la formación de sustitutivos, y si queremo
s
podemos describir la formación de palabra mixta también con modificación de la palabra
fundamental por el segundo elemento.
(2)
Hagamos aquí un primer alto para preguntarnos con qué factor expuesto ya en
la
literatura existente sobre esta materia coincide total o parcialmente este prime
r resultado de
nuestra labor. Desde luego con el de la brevedad, a la que Juan Pablo califica d
e alma del
chiste. La brevedad no es en sí chistosa; si no, toda sentencia lacónica constituiría
un chiste.
La brevedad del chiste tiene que ser de una especial naturaleza. Recordamos que
Lipps a
intentado describir detalladamente la peculiaridad de la abreviación chistosa. Nue
stra
investigación ha demostrado, partiendo de este punto, que la brevedad del chiste e
s con
frecuencia el resultado de un proceso especial que en la expresión verbal del mism
o ha
dejado una segunda huella: la formación sustitutiva. Empleando el procedimiento de
reducción, que intenta recorrer en sentido inverso el camino seguido por el proces
o de
condensación, hallamos también que el chiste depende tan sólo de la expresión verbal
resultante del proceso de condensación. Naturalmente, nuestro interés se dirigía en el
acto
hacia este proceso tan singular como poco estudiado hasta el momento, pero no ll
egamos a
comprender cómo puede surgir de él lo más valioso del chiste: la consecución de placer q
ue
el mismo trae consigo.
nosotros el mismo proceso psíquico, reconocible por su idéntico resultado. Tan ampli
a
analogía de la técnica del chiste con la elaboración del sueño no dejará de intensificar
nuestro interés por la primera, haciéndonos concebir la esperanza de que una compara
ción
entre el chiste y los sueños contribuya extraordinariamente a descubrirnos la esen
cia de
aquél. Mas antes de emprender esta labor comparativa tenemos aún que investigar más
ampliamente la técnica del chiste, pues el número de análisis que hasta ahora hemos
llevado a cabo es todavía insuficiente para dejar perfectamente establecida, con u
n carácter
general, la analogía descubierta en los hasta ahora examinados. Abandonaremos, pue
s, por
ahora, la comparación con el sueño y tornaremos a la técnica del chiste, dejando suelt
o en
este punto de nuestra investigación un cabo, que más adelante recogeremos.
(3)
(4)
Hemos llegado a conocer ya tantas y tan diversas técnicas del chiste, que
convendrá
formar una relación de ellas para evitar olvidos o confusiones. Tratemos entonces
de
resumirlas:
I. Condensación:
a) con formación de palabras mixtas;
b) con modificaciones.
II. Empleo múltiple de un mismo material:
c) total y fragmentariamente;
d) con variación del orden;
e) con ligeras modificaciones;
f) con las mismas palabras, con o sin sentido.
III. Doble sentido:
g) significando tanto un nombre como una cosa;
h) significación metafórica y literal;
i) doble sentido propiamente dicho (juego de palabras);
j) equívoco (double entendre);
k) doble sentido con alusión.
Tanta variedad nos confunde un poco. Pudiera hacernos lamentar el haber
dedicado
nuestro interés al examen de los medios técnicos del chiste e inducirnos a sospechar
exagerada la importancia que a dichos medios hemos atribuido en la investigación d
e la
esencia del mismo. Pero al paso de esta sospecha sale siempre el hecho innegable
de que el
chiste desaparece en el momento en que prescindimos, en la expresión verbal, de lo
s
efectos de tales técnicas. Esta circunstancia nos indica además que debemos buscar u
nidad
dentro de la variedad que ante nuestros ojos se ofrece. Debe de ser posible reun
ir todas
estas técnicas en un solo haz. Ya dijimos antes que la reunión de los grupos segundo
y
tercero en uno solo no presenta grandes dificultades. El doble sentido, el juego
de palabras,
es tan sólo el caso ideal del empleo del mismo material, concepto más amplio que lo
comprende en sí. Los ejemplos de fragmentación, variación del orden dentro del mismo
material y empleo múltiple con ligera modificación -c), d), e)-, podrían incluirse, au
nque no
sin esfuerzo, dentro del concepto del doble sentido. Mas ¿qué comunidad existe entre
el
primer grupo -condensación con formación sustitutiva- y cada uno de los dos restante
s de
empleo múltiple del mismo material?
La respuesta es, a mi juicio, harto sencilla. El empleo del mismo materi
al es tan sólo
un caso especial de la condensación. El juego de palabras no es más que una condensa
ción
sin formación de sustitutivo. De este modo permanece siendo la condensación la categ
oría
superior. Una tendencia compresora o, mejor dicho, economizante domina todas est
as
técnicas. Todo parece ser -como dice el príncipe Hamlet- cuestión de economía (Thrift,
Horatio, thrift).
Probemos la existencia de esta tendencia economizadora en los ejemplos a
ntes
expuestos. C'est le premier vol de l'aigle. Es el primer vuelo del águila; pero ad
emás es un
vuelo en el que ha ejercitado su condición de ave de rapiña. Vol, para dicha de la e
xistencia
de este chiste, significa tanto «vuelo» como «robo». ¿No existe aquí condensación o
economía? Desde luego, pues toda la segunda idea ha sido omitida y, además, sin que
aparezca sustitutivo alguno que la represente. El doble sentido de la palabra vo
l hace inútil
tal sustitutivo, o, mejor dicho: la palabra vol contiene en sí el sustitutivo del
pensamiento
reprimido, sin que por ello necesite la primera parte de agregado o modificación a
lgunos.
En esto precisamente consiste la ventaja del doble sentido.
En estos ejemplos es innegable la condensación y, por tanto, la economía. Pe
ro
debemos hallarla en todos los demás. ¿Y dónde se encuentra en otros chistes, tales com
o
los de Rousseau-roux et sot y Antigone-Antik? O, nee, en los que vimos ya que no
era
posible descubrir condensación alguna, y nos movieron, por tanto, a establecer la
técnica
del múltiple empleo del mismo material? Mas si el concepto de la condensación es
inaplicable a tales casos, no sucede lo mismo con el de la economía, al que el pri
mero está
subordinado. Fácilmente advertimos qué es lo que nos ahorramos en los ejemplos citad
os:
nos ahorramos expresar una crítica y formar un juicio, cosas ambas que aparecen im
plícitas
ya en el nombre. En el ejemplo Eifersucht-Leidenschaft nos ahorramos el esfuerz
o de
hallar una definición: Eifersucht-Leidenschaft y Eifer sucht, Leiden schafft; unas
cuantas
palabras más de relleno, y la definición queda constituida. Análogamente en todos los
demás ejemplos hasta ahora analizados. Donde encontrar un `ahorro' mínimo como lo ha
y
en el juego de palabras de Sapin (Sie kommen um ) se ahorra buscar una nueva palab
ra
para responder, las palabras de la pregunta bastan para la respuesta. No se ahor
ra mucho,
pero en eso reside el chiste. El múltiple empleo de las mismas palabras en la inte
rpelación y
en la respuesta constituyen también un «ahorro». Recordemos la frase en que Hamlet def
ine
la rapidez con que, tras de la muerte de su padre, contrajo su madre nuevas nupc
ias: «El
asado del banquete funerario se sirvió fiambre en la comida de bodas».
Mas antes de aceptar la «tendencia al ahorro» como el carácter general del chi
ste y
comenzar la investigación de su origen, significación y causas a que obedece la
consecución de placer que motiva, entraremos en la discusión de una duda que merece
ser
tenida en cuenta. Es, desde luego, posible que toda técnica del chiste muestre la
tendencia
al ahorro en la expresión verbal; mas esta relación no es susceptible de ser inverti
da. No
toda economía en la expresión verbal es chistosa. Ya anteriormente topamos con esta
conclusión cuando esperábamos hallar en todo chiste un proceso de condensación; y ya
entonces hicimos observar que no toda expresión lacónica constituía un chiste. Tiene,
por
tanto, que ser una clase especial de abreviación y de ahorro la que traiga consigo
el carácter
de chiste, y hasta tanto que conozcamos esta singularidad no será posible que el
descubrimiento de los elementos comunes de la técnica del chiste nos aproxime al f
in de
nuestra investigación.
Además, confesamos que las economías que la técnica del chiste lleva a cabo no
nos
parecen de gran importancia. Semejan más bien la forma de ahorrar de ciertas excel
entes
amas de casa que toman un coche para adquirir en un extremo de la ciudad un artícu
lo que
hallan en él por algunos céntimos menos que en el mercado próximo a su casa. ¿Qué es lo
que el chiste ahorra por medio de su técnica? Tan sólo el trabajo de buscar y ordena
r unas
cuantas palabras que hubieran acudido sin esfuerzo alguno. A cambio de esto tien
e que
tomarse el trabajo de descubrir aquella única palabra que cubra ambas ideas, y par
a ello se
ve con frecuencia obligado a variar la expresión verbal de una de las ideas, haciénd
ola
revestir una forma poco corriente que facilite la unión con la segunda. ¿No hubiera
sido
más sencillo, fácil y hasta económico expresar ambas ideas tal y como se presentaron
aunque de este modo no existiese una comunidad en su expresión? ¿No es compensado -o
más bien superado- el ahorro en la expresión verbal por el gasto de rendimiento inte
lectual?
Y quien efectúa el ahorro, ¿a quién beneficia?
Evitemos por ahora estas dudas desplazándolas. ¿Conocemos ya realmente todas
las
clases de chiste? Será, sin duda, más prudente reunir nuevos ejemplos y someterlos a
l
análisis.
(5)
Influidos, sin duda, por la escasa estimación que se les concede, no nos h
emos
ocupado hasta ahora de aquellos chistes que forman el grupo más numeroso y conocid
o.
Son éstos los denominados «retruécanos», que pasan por pertenecer a la clase más ínfima
del chiste verbal por ser los que con mayor facilidad y menor gasto de ingenio s
e producen.
En realidad, el retruécano requiere escasísima técnica, en contraposición al juego de
palabras que es el chiste, en el que la misma se hace más amplia y complicada. Si
en este
último tienen que hallar su expresión las dos significaciones de una misma palabra
empleada una sola vez, basta, en cambio, en el retruécano que dos palabras -una pa
ra cada
significación- se recuerden mutuamente por medio de cualquier manifiesta analogía, s
ea
por una general semejanza de su estructura o por similicadencia, comunidad de al
gunas
letras, etcétera. Pero una multitud de tales ejemplos, no muy acertadamente denomi
nados
«chistes por similicadencia», se halla incluida en el parlamento del capuchino, de l
a
primera parte del «Wallenstein», de Schiller.
Esta clase de chistes modifica con especial frecuencia una de la vocales
de la
palabra: de un poeta italiano que, a pesar de su republicanismo, se vio obligado
a componer
un poema en hexámetros alabando a un emperador alemán, dice Hevesi (Almanaccando,
Bilder aus Italien, 1888): «Ya que no podía destronar a los Cäsaren (Césares), prescindía
de
las Cäsuren (pausas gramaticales).»
K. Fischer ha dedicado gran atención a esta clase de chistes, a la que sep
ara
definidamente de los «juegos de palabras» (pág.78). «El retruécano es un mal juego de
palabras, pues no juega con ellas como tales, sino únicamente como sonidos». En camb
io,
el juego de palabras «pasa desde el sonido de la palabra a la palabra misma». Mas, p
or otra
parte, incluye chistes coma los de «famillonario», Antigone (Antik? O, nee), etc., e
ntre los
chistes por similicadencia, inclusión, a nuestro juicio, equivocada. También en el j
uego de
palabras son éstas, para nosotros, únicamente una imagen sonora, a la que atribuimos
este o
aquel sentido. Tampoco aquí hacen los usos del lenguaje grandes diferencias, y si
tratamos
despectivamente al retruécano y con cierto respeto al juego de palabras, ello se f
unda en
consideraciones muy alejadas de la técnica. Obsérvese la naturaleza de aquellos chis
tes que
denominamos «retruécanos». Hay personas que poseen el don de contestar con un chiste d
e
esta clase (en alemán Kalauer) a toda frase que se les dirija. Uno de mis colegas,
modesto
hasta el exceso cuando se trata de los importantes resultados de su labor científi
ca,
acostumbra vanagloriarse de poseer esta cualidad. En una ocasión en la que su inag
otable
vena producía el asombro de una íntima reunión familiar respondió a los aplausos que se
le
prodigaban: Ja, ich liege hier auf der Ka-Lauer (auf der Lauer liegen -estar en
acecho,
Kalauer- retruécano); y luego, al pedirle que diera por terminada la prueba, repus
o:
«Bueno; pero con la condición de que se me conceda ahora mismo el título de poeta ka-
laureado». Fácilmente advertimos que ambos retruécanos son excelentes chistes por
condensación con formación de palabra mixta. «Estoy aquí en acecho (Lauer) para hacer
retruécanos (Kalauer) sobre todo lo que ustedes dicen».
De todos modos, vemos ya por estas discusiones sobre la delimitación entre
el
retruécano y el juego de palabras que el primero no puede auxiliarnos mucho en la
investigación de una nueva técnica del chiste. Cuando no hallamos en él el empleo en
distintos sentidos de un mismo material, tropezamos, en cambio, con el retorno d
e lo ya
conocido, retorno que se nos muestra en la coincidencia de las dos palabras pues
tas al
servicio del chiste. Así, pues, el retruécano no es más que una subdivisión del grupo, q
ue
culmina en el juego de palabras propiamente dicho.
(6)
Existen, sin embargo, chistes cuya técnica carece realmente de toda conexión
con la
de los grupos examinados hasta ahora.
Una conocida anécdota refiere que hallándose Heine una noche dialogando con
el
poeta Soulié, entró en el salón en que ambos escritores se hallaban, un conocido millo
nario,
al que se le solía comparar, y no sólo por su inmensa fortuna, con el fabuloso rey M
idas.
Un numeroso grupo de invitados rodeó en el acto, con grandes muestras de obsequios
a
admiración, al recién llegado. «Observe usted -dijo entonces Soulié a Heine- cómo nuestro
siglo diecinueve adora al becerro de oro». Heine, tras de contemplar la figura del
personaje,
confirmó: Sí, ya veo; pero me parece que le quita usted años. (K. Fischer, pág. 82).
¿Cuál es la técnica de este excelente chiste? K. Fischer opina que se trata de
un
juego de palabras. La expresión «becerro de oro» puede referirse tanto al Mammón como al
culto idolátrico. En el primer caso, lo principal es el oro; en el segundo, la ima
gen
zoomórfica; también puede servir dicha expresión para designar en un sentido peyorativ
o a
un individuo más rico en dinero que en inteligencia (pág. 82). Si realizamos la prue
ba y
prescindimos de la expresión «becerro de oro», desaparece, en efecto, el chiste. Hagam
os
decir a Soulié: «Mire usted cómo la gente rodea a ese imbécil únicamente porque es rico»,
y no sólo desaparecerá el chiste, sino también la posibilidad de la réplica de Heine.
Pero reflexionemos y recordemos que no se trata de la comparación de Soulié,
desde luego chistosa, sino de la réplica de Heine, que aún lo es mucho más. Siendo así,
no
tenemos el derecho de tocar a la expresión «becerro de oro», la cual debe permanecer
intacta, como un antecedente de la frase de Heine, y la reducción tendrá que limitar
se a esta
última. Si hacemos desaparecer las palabras «pero me parece que le quita usted años», no
podremos sustituirlas sino por la frase siguiente: «Eso ya no es un becerro; es to
do un
buey». Por tanto, el chiste de Heine se basa en que su autor no toma la expresión «bec
erro
de oro», metafóricamente, sino en un sentido personal y la refiere directamente al r
ico
personaje. Aunque quizá este doble sentido estuviera ya en la intención de Soulié.
Mas observemos ahora que la reducción efectuada no destruye por completo e
l
chiste de Heine, sino que deja intacto lo esencial del mismo. En la nueva redacc
ión, la
anécdota sería como sigue. Dice Soulié: «Vea usted cómo nuestro siglo diecinueve adora al
becerro de oro». Y Heine responde: «¡Oh! Eso ya no es un becerro; es todo un buey.» En
esta interpretación reducida, continúa vivo el chiste. Y es, además, la única reducción
posible.
Lástima que este bello ejemplo contenga tan complicadas condiciones técnicas
, que
nos sea imposible por ahora extraer de él esclarecimiento alguno. Debemos, pues,
abandonarlo y buscar otro en el que sospechemos algún parentesco con los anteriorm
ente
analizados.
Sea este nuevo chiste uno de los muchos que pintan la aversión de los judíos
de la
Galitzia austríaca a bañarse. Observaremos de paso que no exigimos de nuestros ejemp
los
cartas de nobleza; no nos preocupa su procedencia y sí solamente su calidad como t
ales
chistes, siéndonos suficiente para acogerlos el que cumplan su cometido de despert
ar
nuestra hilaridad y sean dignos de nuestro interés teórico. Y tales chistes sobre lo
s judíos
llenan mejor que otros ningunos ambas condiciones.
Dos judíos se encuentran cerca de un establecimiento de baños: «¿Has tomado un
baño?» -pregunta uno de ellos. «¿Cómo? -responde el otro-. ¿Falta alguno?»
Cuando un chiste nos hace reír no estamos en las mejores condiciones para
investigar su técnica, y se nos hace difícil llevar a cabo un penetrante análisis. En
el
ejemplo último, lo primero que se nos ocurre es: «¡Qué equivocación más cómica!» Pero
¿cuál es la técnica de este chiste? Ciertamente, el empleo en doble sentido de la pala
bra
«tomar». Para uno de los interlocutores ha perdido este verbo su primitiva significa
ción. En
cambio, para el otro la conserva plenamente. Nos hallamos, pues, ante un ejemplo
de
aquellos chistes en los que una misma palabra es tomada alternativamente con y s
in su
propio sentido (grupo II, f.) Sustituyamos la expresión «tomado un baño» por su
equivalente «bañarse», y el chiste desaparecerá. La respuesta resultaría ya inadecuada. Así,
pues, el chiste se halla contenido en la expresión «tomado un baño».
Todo esto es cierto; mas también aquí observamos que hemos efectuado la
reducción en lugar indebido. El chiste no reside en la pregunta del primer judío, si
no en la
respuesta del interpelado: ¿Cómo? ¿Falta alguno? Y esta réplica no puede ser despojada d
e
su carácter chistoso por medio de ninguna ampliación o modificación que conserve su
sentido. Sospechamos que en ella tiene más importancia el hecho de que no acuda si
quiera
a la imaginación del judío la idea de que pudiera haberse bañado, que la mala intelige
ncia
de la palabra «tomar». Pero tampoco aquí vemos claro. Busquemos un tercer ejemplo.
Será éste otro chiste de protagonistas judíos, pero que contiene un nódulo gener
al
humano. Ciertamente, también este ejemplo presenta complicaciones, mas por fortuna
distintas de las que hasta ahora nos han impedido ver con claridad.
«Un individuo arruinado había conseguido que un amigo suyo, persona acomodad
a,
le prestara 25 florines, compadecido por la pintura que de su situación le había hec
ho,
recargándola con los más negros tonos. En el mismo día le encuentra su favorecedor
sentado en un restaurante ante un apetitoso plato de salmón con mayonesa, y le rep
rocha,
sorprendido, su prodigalidad: «¿Cómo? ¿Me pide usted un préstamo para aliviar su
angustiosa situación, y le veo ahora comiendo salmón con mayonesa? ¿Para eso necesitab
a
usted mi dinero?» «No acierto a comprenderle -responde el inculpado-. Cuando no teng
o
dinero no puedo comer salmón con mayonesa; ahora que tengo dinero, resulta que no
debo
comer salmón con mayonesa. Entonces, ¿cuándo diablos voy a comer salmón con
mayonesa?»
Por fin, aquí falta la más pequeña huella de doble sentido. El retorno de las
palabras
«salmón con mayonesa» no puede constituir la técnica de este chiste, pues no se trata de
un
empleo repetido del mismo material, sino que es una verdadera repetición de lo idént
ico,
obligada por el contenido. Ante esta anécdota permanecemos un tanto perplejos, y e
stamos
quizá tentados de hallar una salida negándole, a pesar de habernos hecho reír, el caráct
er
del chiste.
¿Qué pudiéramos observar de interesante en la respuesta del arruinado «gourmet»?
En primer lugar, la estricta lógica de su respuesta. Mas esta lógica es tan sólo apare
nte y se
desvanece en cuanto reflexionamos un poco. El interpelado se defiende contra la
acusación
de haber invertido el dinero prestado en una golosina, y pregunta, con aparente
fundamento,
cuándo va a gozar de su plato favorito. Mas no es ésta la respuesta adecuada; su
favorecedor no le reprocha el haber satisfecho su capricho en el mismo día de habe
r pedido
y obtenido el préstamo, sino que le advierte que, dada su situación económica, carece
en
absoluto del derecho a pensar en tales lujos. Este único sentido posible del repro
che es
echado a un lado por el alegre vividor, el cual responde, como si hubiera compre
ndido mal,
a otra cosa totalmente distinta.
¿Se hallará, pues, la técnica de este chiste precisamente en la desviación de la
respuesta del sentido del reproche? Una tal variación del punto de apoyo o desplaz
amiento
del acento psíquico podría entonces también demostrarse en los dos ejemplos anteriores
, de
reconocido parentesco con este último.
En efecto, tal demostración resulta ya facilísima y nos descubre por complet
o la
técnica de todos estos ejemplos. Soulié llama la atención a Heine sobre el hecho de qu
e la
sociedad ochocentista adora todavía al becerro de oro, como primitivamente los judío
s en el
desierto. La respuesta adecuada de Heine hubiera sido algo como: «Sí; la humana
naturaleza es siempre igual; nada ha modificado en ella el transcurso de los sig
los.» Pero
Heine se desvía del pensamiento verdadero y no responde a él, sino que se sirve del
doble
sentido posible de la expresión «becerro de oro» para torcer por un camino lateral; se
apodera de uno de los elementos de dicha expresión, la palabra «becerro», y contesta c
omo
si sobre tal concepto recayera el acento en la frase de Soulié: «¡Oh, ése ya no es un
becerro!», etc..
Aún más visible se nos muestra la desviación en el chiste del baño. Podemos
representarla gráficamente:
Pregunta el primero: «¿Has tomado un baño?» El acento recae sobre el elemento
baño.
El segundo responde como si la pregunta hubiera sido: «¿Has tomado un baño?»
La expresión «tomado un baño» hace posible este desplazamiento del acento. Si en
lugar de ella se dijese: «¿Te has bañado?», todo desplazamiento resultaría imposible. La
respuesta, despojada de todo carácter chistoso, sería entonces: «¿Que si me he bañado? No
sé lo que es eso». La técnica del chiste reside exclusivamente en el desplazamiento de
l
acento desde «baño» a «tomado».
Volvamos al ejemplo del «salmón con mayonesa» como al de más pura calidad. Su
novedad ocupará nuestra atención en varias direcciones diferentes. Ante todo, demos
un
nombre a la técnica que acabamos de descubrir. A mi juicio, el que mejor le cuadra
es el de
desplazamiento, pues lo esencial de ella es la desviación del proceso mental, el
desplazamiento del acento psíquico sobre un tema distinto del iniciado. Establecid
a esta
calificación comenzaremos a investigar en qué relación se halla la técnica de
desplazamiento con la expresión verbal del chiste. Nuestro ejemplo (salmón con mayon
esa)
nos deja reconocer que el chiste por desplazamiento es en alto grado independien
te de la
expresión verbal. No depende de las palabras, sino del proceso mental, y de este m
odo
resulta infructuosa toda sustitución que, dejando a salvo el sentido, intentemos e
n las
palabras. La reducción sólo se hace posible alterando el sentido y haciendo que el
desaprensivo gourmet conteste directamente al reproche en lugar de buscar, con e
l chiste,
una evasiva. La forma reducida sería: «No puedo negarme al capricho de comer aquello
que me gusta, y me tiene sin cuidado la procedencia del dinero que ello me cuest
a. Ahí
tiene usted por qué me encuentra saboreando un plato de salmón con mayonesa dos hora
s
después de haber pedido un préstamo.» Mas esto no sería chistoso, sino cínico.
Será harto instructivo comparar este chiste con otro muy semejante:
Un individuo entregado a la bebida gana su vida dando lecciones en una p
equeña
ciudad. Mas poco a poco va siendo conocido el vicio que le domina y disminuyendo
el
número de sus alumnos. Compadecido de él, comienza un amigo a sermonearle: «Podría
usted ser el profesor más solicitado de toda la ciudad tan sólo con abandonar la beb
ida.
¿Por qué no hace así?» «¿Y eso es todo lo que a usted se le ocurre? -responde indignado el
bebedor-. ¡Conque si doy lecciones es para poder beber, y voy a dejar de beber par
a tener
lecciones!»
También este chiste presenta aquella apariencia de lógica que nos extrañó en el
del
«salmón con mayonesa»; pero ya no es un chiste por desplazamiento. La respuesta es
directa. El cinismo que dicha apariencia encubre es confesado aquí abiertamente: «Pa
ra mí
lo principal es beber.» La técnica de este chiste es realmente harto pobre y no expl
ica el
efecto del mismo. Reside exclusivamente en una variación del orden de un mismo mat
erial,
o, más precisamente, en la inversión de las relaciones de medio a fin entre el beber
y el dar
lecciones o ser encargado de ellas. En cuanto se deja de acentuar este factor en
la
reducción, desaparece el chiste. Veámoslo: «¿Qué tontería es ésa? Para mí lo principal es la
bebida y no las lecciones. Éstas no las considero sino como un medio para poder se
guir
bebiendo.» Así, pues, el chiste reside realmente en la expresión verbal.
En el chiste del baño es innegable la dependencia del chiste de la expresión
verbal
(¿Has tomado un baño?), y la modificación de la misma trae consigo la desaparición de
aquél. La técnica es aquí un tanto complicada, consistiendo en una unión del doble senti
do
(subgrupo f.) con el desplazamiento. La expresión verbal de la pregunta permite un
doble
sentido y el chiste queda constituido por el hecho de que la respuesta no se lig
a al sentido
que a la pregunta se ha dado, sino a su sentido accesorio. Podemos, por tanto, h
allar una
reducción que deje subsistir el doble sentido en la expresión, y, sin embargo, haga
desaparecer el chiste, o sea una reducción que se limite a destruir los efectos de
l
desplazamiento.
«¿Has tomado un baño?» «¿Qué dices, que si he tomado? ¿Un baño? ¿Qué es eso?»
En esta forma no hay chiste alguno, y sí sólo una maligna o burlona exageración.
Un idéntico papel desempeña el doble sentido en el chiste de Heine sobre el
«becerro de oro», facilitando la desviación de la respuesta del proceso mental iniciad
o,
desviación que en el chiste del «salmón con mayonesa» tiene lugar sin necesidad de tal
apoyo en la expresión verbal. Reducidas la frase de Soulié y la respuesta de Heine,
dirían,
aproximadamente, así: «La forma en que los invitados rodean a ese hombre, tan sólo por
su
opulencia, recuerda la adoración del becerro». Y Heine: «No es lo más indignante que ese
hombre se vea tan obsequiado por su riqueza, sino que ésta haga olvidar o perdonar
su
imbecilidad». De este modo, quedando intacto el doble sentido, desaparece el chist
e por
desplazamiento.
Al llegar a este punto debemos prepararnos contra la objeción, que no deja
rá de
hacérsenos, de que todas estas sutiles distinciones intentan separar algo que debe
constituir
un todo coherente. ¿Acaso no da todo doble sentido ocasión a un desplazamiento, a un
a
desviación del proceso mental desde un sentido a otro diferente? Y entonces, ¿cómo hac
er
del «doble sentido» y del «desplazamiento» los representantes de dos técnicas del chiste
completamente diferentes? Desde luego, subsiste la consignada relación entre doble
sentido
y desplazamiento, pero es en absoluto independiente de nuestra diferenciación de l
as
técnicas del chiste. En el doble sentido no contiene el chiste más que una palabra
susceptible de una múltiple interpretación, que permite al oyente hallar el paso de
un
pensamiento a otro, paso que -siempre un tanto forzadamente- puede hacerse equiv
aler a un
desplazamiento. Mas en el chiste por desplazamiento contiene el chiste mismo un
proceso
mental en el que aquél se ha llevado a cabo. El desplazamiento pertenece aquí a la l
abor
que ha formado el chiste, no a aquella otra necesaria para su inteligencia. Si e
sta distinción
no nos aclara suficientemente la materia, tendremos en los experimentos de reduc
ción un
medio inagotable de presentarla con toda precisión ante nuestros ojos. Sin embargo
, no
queremos negar a la objeción expuesta un cierto valor, pues nos hace observar que
no
debemos confundir los procesos psíquicos que tienen lugar en la formación del chiste
(elaboración del chiste) con aquellos otros que se verifican a su percepción (labor
de
comprensión). Sólo los primeros son, por ahora, objeto de nuestro interés investigador
. De
los segundos trataremos en capítulos posteriores.
Los chistes por desplazamiento son muy poco corrientes. El que a continu
ación
exponemos es un ejemplo puro de esta técnica, al que falta también aquella aparienci
a de
lógica que tanto nos sorprendió hallar en otros anteriores:
Un chalán pondera las excelencias de un caballo a su presunto comprador: «Se
monta usted en este caballo a las cuatro de la mañana, y a las seis y media está ust
ed en
Presburgo». «¿Y qué hago yo en Presburgo a las seis y media de la mañana?».
El desplazamiento es aquí patentísimo. El chalán cita la temprana hora de lleg
ada a
Presburgo con la sola intención de demostrar con un dato concreto las grandes cual
idades
de su caballo. En cambio, el comprador echa a un lado esta cuestión, que ni siquie
ra se
toma el trabajo de poner en duda, y atiende tan sólo a las indicaciones de tiempo
dadas por
el chalán en el ejemplo que éste ha escogido como prueba. La reducción de este chiste
resulta sencillísima.
Más dificultades nos ofrece otro ejemplo, de técnica nada transparente, pero
que el
análisis nos descubre al fin como un caso de doble sentido con desplazamiento. El
protagonista de este ejemplo es uno de aquellos judíos `Schadchen' que tienen por
oficio
concertar los matrimonios entre los de su raza, institución que ha dado lugar a in
finidad de
chistes, que nos proporcionan un rico material para nuestra investigación.
El agente matrimonial ha asegurado al novio que el padre de su futura no
vivía ya.
Después de los esponsales averigua el prometido que su suegro vive, pero que se ha
lla en la
cárcel cumpliendo condena, y reprocha el engaño al intermediario. «No; no te he engañado
-responde éste-. ¿Acaso es eso vivir?».
El doble sentido reside en la palabra vivir, y el desplazamiento consist
e en que el
intermediario pasa del sentido corriente de la palabra, o sea la antítesis de «morir»,
al
sentido que la palabra vivir toma en la frase: «Eso no es vivir». De este modo decla
ra que
sus anteriores manifestaciones escondían un doble sentido, aunque tal múltiple
significación no pudiera sospecharse fácilmente. Hasta este punto, la técnica sería análog
a a
la de los chistes del «baño» y del «becerro de oro»; pero existe en este ejemplo otro fact
or
muy digno de ser tomado en consideración y que perturba, por su inoportunidad, la
comprensión de esta técnica. Pudiéramos decir que es éste un chiste «caracterizante», pues
se esfuerza en ilustrar con un ejemplo aquella mezcla de mentirosa habilidad y p
ronto
ingenio que caracteriza a tales judíos casamenteros. Más adelante veremos que esto e
s tan
sólo la fachada del chiste, su aspecto exterior, y que su sentido, esto es, su int
ención, resulta
por completo diferente. También aplazaremos por ahora el experimento de reducción.
Después de estos ejemplos, complicados y difíciles de analizar, nos descansa
rá
conocer un caso puro y transparente de chiste por desplazamiento: Un sablista `S
chnorrer'
acude a un opulento barón en demanda de auxilio pecuniario para pasar una temporad
a en
Ostende, pues el médico le ha recomendado los baños de mar. «Está bien -le responde el
barón-. Pero ¿por qué tiene usted que ir a Ostende, el más caro de los balnearios?» «Señor
barón -replica el sablista-, siendo en bien de mi salud no miro el dinero». Ciertame
nte, es
éste un acertado punto de vista, pero no precisamente para el peticionario. Su res
puesta
sería justa en labios de un individuo acomodado. El sablista se conduce como si fu
era su
propio dinero el que sacrificara en beneficio de su salud y como si salud y dine
ro se
refirieran a la misma persona.
(7)
Volvamos ahora al instructivo ejemplo del «salmón con mayonesa». Una de sus
facetas ofrecía a nuestra vista un proceso lógico que el análisis demostró estar destina
do a
encubrir un error intelectual, constituido en este caso por un desplazamiento de
l proceso
mental. Este hecho nos recuerda, por contraste, otros chistes que presentan abie
rtamente
algo desatinado: un contrasentido o una simpleza. Veamos cuál es la técnica de estos
últimos.
Expondremos, desde luego, el mejor y más puro ejemplo de todo este grupo.
Trátase
nuevamente de un chiste sobre los judíos.
Itzig ha entrado en quintas y ha sido destinado a servir en la Artillería.
Es un
muchacho inteligente, pero algo indisciplinado y poco amante del servicio. Uno d
e sus
jefes, que le profesa cierta simpatía, le llama aparte y le aconseja: «Itzig, tú no ap
rovechas
para esta vida. Cómprate un cañón, y hazte independiente».
El risible consejo es un franco contrasentido. No hay cañones a la venta p
ara todo
aquél que quiera adquirirlos, y, además, uno solo no constituye fuerza bastante para
hacerse
independiente o, como diríamos en términos comerciales, establecerse por cuenta prop
ia.
Sin embargo, no podemos dudar ni por un momento de que este consejo es algo más qu
e
una necedad; es una necedad chistosa, un excelente chiste. ¿Qué es, por tanto, lo qu
e
convierte a necedad en chiste?
No necesitaremos reflexionar largo tiempo. De las especulaciones de dive
rsos
autores sobre esta materia, que hemos expuesto en nuestra introducción, podemos ad
ivinar
que en tal necedad chistosa se esconde un sentido y que este sentido, en lo desa
tinado, es lo
que convierte a la necedad en chiste. Tal sentido es fácil de hallar en nuestro ej
emplo. El
oficial que da a Itzig el desatinado consejo se hace el tonto únicamente para demo
strar a
Itzig lo estúpido de su propia conducta. Imita a Itzig, como queriendo decirle: «Aho
ra te
voy a dar un consejo tan estúpido como tú». Se apodera de la estupidez del judío y trata
de
mostrársela a sus propios ojos, haciéndola servir de fundamento a una propuesta que
tiene
que corresponder a los deseos del mismo, pues si poseyera un cañón propio e hiciera
la
guerra por su propia cuenta, ¡cuánto brillarían entonces su inteligencia y su ambición! ¡Y
cómo cuidaría de su cañón, teniéndolo siempre en buen estado y estudiando a fondo su
mecanismo, para resistir la competencia de los demás poseedores del mismo artículo!
Interrumpiremos aquí el análisis de este ejemplo para demostrar en otro, más c
orto y
sencillo, pero también menos agudo, el mismo sentido en el desatino.
«No nacer nunca sería lo mejor para los mortales humanos». «En efecto -comentan
los sabios del Fliegende Blätter-; pero es cosa que de cada cien mil hombres apena
s si
sucede a uno».
El moderno comentario al viejo aforismo es un claro desatino, al que el
prudente
«apenas» presta un aire todavía más estúpido. Pero aparece ligado, como una limitación
indiscutiblemente justa, a la primera frase, y nos hace ver que la sabia sentenc
ia, que
aceptamos con respeto, no está tampoco muy lejos del desatino. Quien no ha nacido
no es
un ser humano, y para él no hay nada bueno ni mejor. El desatino del chiste sirve
aquí, por
tanto, para descubrir y presentar otro desatino, lo mismo que en el ejemplo del
cañón.
Podemos aún citar otro ejemplo de este género, que, por su contenido y por l
a
amplia exposición de que precisa, apenas sería digno de figurar en estas páginas; pero
, en
cambio, tiene la ventaja de presentar con especial claridad el empleo de un desa
tino en el
chiste para conseguir la revelación de otro semejante.
«Un individuo confía a su hija, en vísperas de un largo viaje, a uno de sus am
igos,
rogándole vele por su virtud durante su ausencia. Meses después torna de su viaje y
halla a
su hija encinta. Naturalmente, colma de reproches al amigo, el cual no acierta a
comprender
cómo ha podido suceder aquello. «¿Dónde dormía mi hija?», pregunta, por último, el
indignado padre. «En la alcoba de mi hijo». «Pero ¿cómo pones a los dos en una misma
alcoba, después de haberte yo encargado principalmente que velases por la virtud d
e mi
hija?». «Es que puse dos camas y, separándolas, un biombo». «Bueno, ¿y si tu hijo ha dado
la vuelta al biombo?» «Sí -responde el celoso guardador, después de reflexionar un rato-
;
tienes razón. Así sí ha podido ser».
Este chiste, poco o nada brillante, tiene para nosotros el mérito de ser fác
ilmente
reducible. Su reducción sería la siguiente: «No tienes derecho alguno a reprocharme na
da.
¿No es una estupidez dejar a tu hija en una casa en la que necesariamente había de e
star en
constante contacto con un muchacho? ¡Creerás que es muy fácil para un extraño velar en
estas condiciones por la virtud de una joven!» La aparente simpleza del amigo no e
s aquí,
por tanto, más que el reflejo de la candidez del padre. Por medio de la reducción he
mos
hecho desaparecer del chiste toda simpleza, y con ella el chiste mismo. Del elem
ento
simpleza no hemos podido, sin embargo, prescindir, pues ha hallado otro lugar en
la
reducción efectuada.
Intentemos ahora reducir el chiste del cañón. El oficial quería decir: «Itzig, sé
que
eres un inteligente comerciante. Pero, créeme, es una gran simpleza no comprender
que el
servicio militar es algo muy diferente de la vida comercial, en la que cada uno
trabaja para
sí y contra los demás. En el servicio hay que subordinarse y actuar como parte de un
conjunto».
La técnica de los chistes por desatino que hemos examinado hasta ahora con
siste,
por tanto, realmente, en la introducción de algo simple o desatinado, cuyo sentido
es la
revelación de otro desatino o simpleza.
¿Tendrá, entonces, siempre el empleo del desatino en la técnica del chiste est
a
misma significación?
He aquí otro ejemplo que resuelve la cuestión afirmativamente:
Foción, calurosamente aplaudido al finalizar un discurso, se volvió hacia su
s amigos
y les preguntó: «¿He dicho acaso alguna tontería?»
Esta pregunta parece al principio falta de todo sentido. Pero no tardamo
s en
comprenderla. Foción quiere decir: «¿Qué he dicho que haya podido gustar de tal manera a
este estúpido pueblo? El éxito de mi discurso debiera avergonzarnos. Aquello que ha
gustado a los tontos no debe ser cosa muy cuerda».
Otros ejemplos podrán mostrarnos, a su vez que el contrasentido es emplead
o
muchas veces en la técnica del chiste, sin que su fin sea la revelación de otro dife
rente
desatino.
Un conocido catedrático de Universidad, que acostumbraba sazonar con numer
osos
chistes su poco amena disciplina, es felicitado por el nacimiento de un nuevo hi
jo, que llega
al mundo hallándose el padre en edad harto avanzada. «Gracias, gracias -responde el
felicitado-. Ya ve usted de qué maravillas es capaz la mano del hombre». Esta respue
sta nos
parece totalmente desprovista de sentido y fuera de lugar. Los niños suele decirse
que son
una divina bendición, en oposición, precisamente, a las obras de la mano del hombre.
Mas
no tardamos en comprender que la extraña frase tiene un sentido, y por cierto,
marcadamente obsceno. No es que el feliz padre se haga el tonto para revelar la
simpleza de
otra cosa o persona. Su respuesta, aparentemente desatinada, nos produce un efec
to de
sorpresa o, como dicen los investigadores que anteriormente han tratado estas ma
terias, de
desconcierto. Ya hemos visto anteriormente que dichos autores derivan todo el ef
ecto de
estos chistes de la transición de «desconcierto y esclarecimiento». Más tarde trataremos
de
formar un juicio sobre este punto, contentándonos por ahora con hacer resaltar que
la
técnica de este chiste consiste en la introducción de dicho elemento desconcertante
y
desatinado.
Entre esta clase de chistes ocupa un lugar especialísimo uno debido a Lich
tenberg.
Se maravilla este escritor de que los gatos presenten dos agujeros en la
piel,
precisamente en el sitio en que tienen los ojos. Maravillarse de algo naturalísimo
es,
ciertamente, una simpleza. No recuerda este chiste una exclamación que Michelet in
cluye
con absoluta seriedad en su libro sobre la mujer, y que si mi memoria no me engaña
, es,
poco más o menos, como sigue: «¡Cuán excelentemente se halla dispuesto por la
Naturaleza que el niño encuentre en cuanto llega al mundo una madre pronta a encar
garse
de su cuidado!» La frase de Michelet es, en realidad, una simpleza, pero la de Lic
htenberg
es un chiste que utiliza la simpleza par la consecución de un determinado fin, tra
s del cual
se esconde algo. ¿El qué? No podemos aún ni siquiera indicarlo.
(8)
Hemos visto en dos grupos de ejemplos que la elaboración del chiste se sir
ve de
desviaciones del pensamiento normal, el desplazamiento y el contrasentido, como
medio
técnico para elaborar la expresión chistosa. Estará, pues, justificada la esperanza de
que
también otros errores intelectuales puedan hallar igual empleo. Realmente, podemos
exponer algunos ejemplos de este género.
Un señor entra en una pastelería y pide en el mostrador una tarta, pero la d
evuelve
en seguida, pidiendo, en cambio, una copa de licor. Después de beberla se aleja si
n pagar.
El dueño de la tienda le llama la atención. «¿Qué desea usted?», pregunta el parroquiano.
«Se olvida usted de pagar la copa de licor que ha tomado». «Ha sido a cambio del paste
l».
«Sí, pero es que el pastel tampoco lo había usted pagado». «¡Claro, como que no me lo he
comido!».
También esta historia tiene su apariencia de lógica, apariencia que reconoce
mos
como una fachada destinada a encubrir un error intelectual. Éste reside en el hech
o de que
el astuto parroquiano establece una relación inexistente entre la devolución del pas
tel y su
cambio por una copa de licor. La cuestión se divide realmente en dos sucesos que p
ara el
vendedor son independientes uno de otro y sólo para la intención del parroquiano se
hallan
en una relación de cambio. El desaprensivo sujeto ha tomado el pastel y luego lo h
a
devuelto, quedando al hacer así libre de toda deuda. Pero luego ha bebido una copa
de licor,
y ésta es la que tiene que pagar. Podemos decir que el parroquiano emplea la relac
ión «en
cambio» en un doble sentido o, mejor dicho, que constituye, por medio de un doble
sentido,
una relación que objetivamente no existe.
Creemos llegado aquí el momento de hacer una importante confesión. Dedicamos
nuestra labor a investigar en diferentes ejemplos la técnica del chiste, y debiéramo
s, por
tanto, estar seguros de que los ejemplos por nosotros reunidos son realmente chi
stes. Mas
sucede que en algunos casos dudamos si el ejemplo escogido merece ser considerad
o como
tal, y además no podemos disponer de un criterio fijo para resolver nuestras vacil
aciones
hasta tanto que nuestra investigación nos lo proporcione. Tampoco podemos confiarn
os a
los usos y costumbres del lenguaje, los cuales necesitan asimismo de una prueba
que los
justifique. De este modo nuestra decisión no puede apoyarse más que en una cierta
«sensación», que podemos interpretar suponiendo que en nuestro juicio se verifica la
decisión según criterios determinados no accesibles a nuestro conocimiento. Mas esta
«sensación» no puede alegarse como fundamento suficiente. Así, ante el último ejemplo
citado dudamos si exponerlo como chiste, como un chiste sofístico, o simplemente c
omo un
sofisma. No sabemos todavía en qué reside el carácter del chiste.
En cambio, el ejemplo siguiente, que descubre el error intelectual que p
udiéramos
llamar complementario, es innegablemente un chiste. Trátase nuevamente de una hist
oria
sobre los intermediarios matrimoniales judíos:
«El agente matrimonial defiende a la muchacha por él propuesta, contra los d
efectos
que en ella encuentra el presunto marido: «Su madre -dice éste- es estúpida y perversa
.»
«¿Y eso qué le importa? ¿Se va usted a casar con la madre o con la hija?» «Bueno, pero es
que la hija no es joven ni bonita.» «Mejor; así no hay peligro de que le engañe.» «Además,
no tiene dinero.» «¿Y quién habla aquí de eso? Usted no quiere dinero; lo que quiere es un
a
buena mujer.» «¡Pero si es jorobada!» «¡Hombre, algún defecto había de tener!»
Trátase, pues, realmente, de una mujer vieja, fea, pobre, contrahecha y co
n una
madre harto peligrosa como suegra, condiciones poco recomendables, ciertamente,
para
casarse con ella. El intermediario se las arregla para oponer a cada defecto el
punto de vista
desde el cual resulta el mismo perdonable, y cuando llega a hablarse de la jorob
a, defecto
inexcusable, lo trata como si fuese el único y constituyese aquella falta que hay
que
disculpar en toda persona. Muéstrase de nuevo aquí aquella apariencia de lógica que
caracteriza al sofisma y tiene por objeto encubrir el error intelectual. La much
acha presenta
múltiples defectos: varios que pudieran disculparse y uno imperdonable. La boda es
, por
tanto, imposible. El agente obra como si cada uno de los inconvenientes quedase
salvado
por su razonamiento, mientras que, en realidad, lo que sucede es que cada uno de
ellos deja
un resto de descrédito que se suma al siguiente. Se empeña en ver aisladamente cada
factor
y se niega a reunirlos en una suma.
Análoga omisión constituye el nódulo de otro sofisma, muy celebrado, pero al q
ue
no creemos justificado calificar de chiste.
B. ha prestado a A. un caldero de cobre. Al serle devuelto advierte que
presenta un
gran agujero en el fondo y reclama una indemnización. A. se defiende diciendo:
«Primeramente, B. no me ha prestado ningún caldero; en segundo lugar el caldero esta
ba ya
agujereado, y, por último, yo he devuelto a B. el caldero completamente intacto». Ca
da uno
de estos argumentos es válido por sí sólo, pero excluye a los otros dos. A. trata
aisladamente algo que tiene que ser considerado en conjunto, actuando así del mism
o modo
que el agente matrimonial con los defectos de la novia. Podríamos decir asimismo q
ue A.
constituye una suma allí donde únicamente es posible una alternativa.
En la siguiente historieta encontramos de nuevo un sofisma:
«Nuestro conocido intermediario judío defiende a su elegida contra los repro
ches
que, fundándose en la marcada cojera que la misma padece, le hace el presunto novi
o: No
tiene usted razón -le dice-. Supongamos que se casa usted con una mujer que tenga
todos
sus miembros bien sanos y derechos. ¿Qué sale usted ganando con ello? Cualquier día se
cae, se rompe una pierna y queda coja para toda su vida. Entonces tiene usted qu
e soportar
el disgusto, la enfermedad, la cojera y, para acabarlo de arreglar, ¡la cuenta del
médico! En
cambio, casándose con la muchacha que le propongo se librará de todo eso, pues se
encuentra usted ya ante un hecho consumado.»
La apariencia de lógica es, ciertamente, en este caso harto fugitiva. Nadi
e prefiere
una desgracia ya «consumada» a otra tan sólo posible. El error contenido en el proceso
intelectual será más fácilmente demostrable en este otro ejemplo:
El gran rabino de Cracovia se halla orando con sus discípulos en la sinago
ga. De
pronto exhala un doloroso grito. Los fieles le rodean asustados. «En este momento
-les
dice- acaba de fallecer el gran rabino de Lemberg». La triste noticia cunde inmedi
atamente
por la ciudad y todos los judíos visten luto. Mas al día siguiente se averigua que e
l gran
rabino de Lemberg sigue bueno y sano, no habiéndole sucedido el menor accidente en
el
momento en que su colega de Cracovia sentía telepáticamente su muerte. Un forastero
aprovecha la ocasión para burlarse de los judíos y dice a uno de ellos: «¡Vaya una planc
ha
la de vuestro gran rabino! Ver morir a su colega de Lemberg, anunciar su visión a
todo el
mundo y resultar luego que todo era falso». «De todos modos -responde el judío-, no me
negará usted que esto de Kück desde Cracovia a Lemberg no es algo maravilloso».
Muéstrase aquí abiertamente el error intelectual común a los dos ejemplos último
s.
El valor de la representación imaginativa es considerado superior al de la realida
d, la
posibilidad se iguala casi a la verdad. La visión a distancia, desde Cracovia a Le
mberg,
habría sido realmente un maravilloso fenómeno telepático si sus resultados hubieran si
do
ciertos; pero esto último es lo de menos para el ferviente discípulo del gran rabino
. Cabe
siempre la posibilidad de que el rabino de Lemberg hubiese muerto en el momento
en que
el de Cracovia lo anunció. Pensando de este modo, desplaza el discípulo el acento psíq
uico,
desde la condición necesaria para que la visión de su maestro fuese digna de admirac
ión a
la incondicional admiración de la misma. In magnis rebus voluisse sat est [*] sería
la
perfecta definición de tal punto de vista. Así como en este ejemplo se desprecia la
realidad
en favor de la posibilidad, así supone, en el que le precede, el agente matrimonia
l que el
novio ha de dar la máxima importancia a la posibilidad de que su mujer puda quedar
se coja
a causa de un accidente, quedando de este modo relegada a último término la cuestión d
e
que la novia sea ya coja.
A este grupo de errores intelectuales sofísticos se agrega otro, muy inter
esante, en el
que el error intelectual puede calificarse de automático. Quizá por un capricho del
azar
todos los ejemplos que de esta clase exponemos a continuación pertenecen de nuevo
al
grupo de historietas matrimoniales judías:
«Un agente matrimonial se ha hecho acompañar, para convencer al presunto nov
io,
de un auxiliar que robustezca y confirme sus afirmaciones. «La muchacha -empieza e
l
primero- es alta como un pino». «Como un pino»,repite el complaciente eco. «Y tiene unos
ojos divinos». «¡Pero qué ojos!», comenta el auxiliar. «Además, posee una educación
excelente». «¡Excelentísima!», pondera el eco. «Ahora, le confesaré -prosigue el
intermediario- que tiene un pequeño defecto. Es algo cargada de espaldas». «¿Algo cargad
a
de espaldas? -prorrumpe el eco, entusiasmado-; lo que tiene es una joroba estupe
nda».
Los demás ejemplos son totalmente análogos, aunque más significativos:
«El intermediario presenta a su cliente la muchacha que le ha escogido par
a novia.
Desagradablemente impresionado, llama el joven aparte a su acompañante y le llena
de
reproches: «¿Para qué me ha traído usted aquí? Es fea, vieja, bizca, desdentada y »
«Puede usted hablar alto -interrumpe el agente-; también es sorda.»
«El novio hace su primera visita a casa de la elegida, y mientras espera e
n la sala le
llama el intermediario la atención sobre una vitrina llena de espléndidos objetos de
plata.
«Ya ve usted cómo es gente de dinero», le dice. «Pero ¿no pudiera ser -pregunta el
desconfiado joven- que todas estas cosas las hubiesen pedido prestadas para hace
rme creer
que son ricos?» «¡Ca! -deniega el agente-. ¡Cualquiera les presta a éstos nada!»
En todos estos tres casos sucede lo mismo. Una persona que ha reaccionad
o varias
veces sucesivas en la misma forma continúa haciéndolo, una vez más, en ocasión en que
sus manifestaciones resultan ya inadecuadas y opuestas a su propia intención. Olvi
da aquí
el sujeto adaptarse a las circunstancias y se deja llevar por el automatismo de
la costumbre.
Así, el auxiliar de la primera historieta olvida que ha venido para inclinar al jo
ven que
desea casarse en favor de la muchacha propuesta por el agente, y sabiendo que ha
sta
entonces ha cumplido su cometido al ponderar las excelencias cantadas por el
intermediario, pondera también la joroba, defecto tímidamente confesado y cuya
importancia hubiera debido él aminorar. El protagonista de la segunda historieta q
ueda tan
fascinado por la indignada enumeración que su cliente le hace de los defectos y ma
les de la
propuesta novia, que olvida su papel y, contra su intención y sus intereses, compl
eta la lista,
añadiendo un achaque hasta el momento no advertido por el novio. Por último, en la t
ercera
historieta se deja arrastrar el intermediario por su entusiasmo en convencer a s
u cliente del
acomodo de su futura, hasta el punto de que para demostrar la verdad de una sola
de sus
afirmaciones aduce un argumento que necesariamente echa por tierra todos sus demás
esfuerzos. En todos estos casos triunfa el automatismo sobre la adecuada variación
del
pensamiento y de la expresión.
Esta circunstancia, fácilmente visible, nos produce cierta confusión, pues nos hace
observar
que las tres historietas expuestas por nosotros como «chistosas» pueden ser, con igu
al
derecho, calificadas de cómicas. La revelación del automatismo psíquico pertenece a la
técnica de lo cómico, como todo lo que consiste en arrancar un antifaz o provocar un
a
autodelación. Nos encontramos, por tanto, repentinamente ante el problema de la re
lación
del chiste con la comicidad, que pensábamos eludir. Estas historietas ¿serán sólo «cómicas»
y no «chistosas» al mismo tiempo? ¿Labora en ellas la comicidad con los mismos medios
que el chiste? Y nuevamente, ¿en qué consiste el carácter especial de lo chistoso?
Dejaremos, desde luego, fijado que la técnica del último grupo de chistes
investigado no reside sino en la revelación de «errores intelectuales», pero nos vemos
obligados a confesar que su análisis no nos ha proporcionado luz alguna. No desesp
eramos,
sin embargo, de llegar por medio de un más completo conocimiento de las técnicas del
chiste, a un resultado que puede servirnos de punto de partida para ulteriores
descubrimientos.
(9)
Los primeros ejemplos de chiste con los que vamos a proseguir nuestra
investigación no han de hacer muy difícil nuestra labor, pues su técnica nos recuerda
algo
ya conocido:
Un chiste de Lichtenberg:
Enero es el mes en que hacemos votos por la dicha de nuestros amigos, y
los meses
restantes son aquellos en los que vemos cómo dichos votos no se cumplen.
Dado que estos chistes se caracterizan más por su sutileza que por su gran
efecto, y
dado que laboran con medios pocos enérgicos, preferimos robustecer su impresión
exponiendo varios sucesivamente.
La vida humana se divide en dos épocas. Durante la primera se desea que ll
egue la
segunda y durante la segunda se desea que vuelva la primera.
La experiencia consiste en experimentar aquello que no desearíamos haber
experimentado.
Es inevitable ante estos ejemplos el recuerdo de aquel otro grupo, antes
examinado,
que se caracterizaba por el «múltiple empleo del mismo material». Especialmente el últim
o
ejemplo nos induce a preguntarnos por qué no lo incluimos en aquel grupo en lugar
de
presentarlo aquí formando parte de otro nuevo. La experiencia es definida en él por
su
propio nombre, como antes los celos (Eifersucht). Tampoco nosotros habríamos de po
ner
grandes inconvenientes a dicha inclusión. Mas en los otros dos ejemplos, de un análo
go
carácter, opino, sin embargo, que existe un factor más significativo e importante qu
e el
múltiple empleo de las mismas palabras, mecanismo que se separa aquí de todo lo que
pudiera suponer doble sentido. Quisiera, además, hacer resaltar que en estos casos
descubrimos nuevas e inesperadas unidades, relaciones recíprocas de representacion
es y
definiciones mutuas o por referencia a un tercer elemento común. Este proceso, que
denominaremos «unificación», es análogo a la condensación por compresión de dos
elementos en la misma palabra. De este modo se describen las dos mitades de la v
ida
humana por medio de una recíproca relación entre ellas descubierta: en la primera se
desea
que la segunda llegue y en la segunda que la primera vuelva. Dicho con mayor pre
cisión: se
trata de dos muy análogas relaciones que son escogidas para la exposición. A la anal
ogía de
las relaciones corresponde después la analogía de las palabras, que podía recordarnos
el
múltiple empleo del mismo material. En el chiste de Lichtenberg quedan caracteriza
dos
enero y los meses a él opuestos por una relación modificada a un tercer elemento,
constituido por las bienandanzas que se nos desean en el primer mes y luego en l
os
restantes no se cumplen. La diferencia entre este grupo y el caracterizado por e
l múltiple
empleo del mismo material, próximo ya al del doble sentido, es aquí muy visible.
El siguiente chiste, no necesitado de explicación alguna, es un bello ejem
plo de
unificación.
J. J. Rousseau, poeta francés cuya especialidad fueron las odas, escribió un
a titulada
Oda a la posteridad. Voltaire, opinando que el mérito de esta composición no era suf
iciente
para pasar a las futuras generaciones, dijo chistosamente: Esa poesía no llegará
seguramente a su destino.
Este último ejemplo nos advierte que la unificación es el fundamento esencia
l de
aquellos chistes que demuestran lo que denominamos un «ingenio rápido». Tal rapidez
consiste en la inmediata sucesión de agresión y defensa, en «volver el arma contra el
atacante» o «pagarle en la misma moneda», esto es, en la constitución de una inesperada
unidad entre ataque y contraataque.
Por ejemplo: «El panadero dice al tabernero, el cual tiene un dedo malo: ¿Qué
te
pasa? ¿Es que has mojado el dedo en tu vino? No -contesta el tabernero-; es que se
me ha
metido uno de tus panecillos debajo de una uña.»
«Serenísimo recorre sus Estados. Entre la gente que acude a vitorearle, ve a
un
individuo que se le parece extraordinariamente. Le hace acercarse y le pregunta:
¿Recuerda
usted si su madre sirvió en palacio alguna vez? No, alteza -responde el interrogad
o-; pero sí
mi padre.»
«Carlos, duque de Wutemberg, pasa a caballo ante la puerta de un tintorero
. ¿Podría
usted teñir de azul a mi caballo blanco? Desde luego, alteza, si soporta el agua h
irviendo.»
En este último y excelente ejemplo de contestación a una proposición desatinad
a
con una condición más imposible, si cabe, actúa otro factor técnico, que no aparecería si
la
respuesta del tintorero hubiera sido la siguiente: No, alteza; temo que el cabal
lo no soporte
el agua hirviendo.
La unificación dispone aún de otro especialísimo y muy interesante medio técnico
:
la agregación por medio de la conjunción Y. Esta agregación tiene necesariamente que
significar conexión; otra cosa sería incomprensible para nosotros. Cuando Heine, en
el
Viaje por el Harz, y hablando de la ciudad de Gotinga, declara que, en general,
se dividen
los habitantes de Gotinga en estudiantes, profesores, filisteos y ganado, compre
ndemos
desde luego tal unión en el sentido que luego Heine subraya añadiendo: « cuatro estados
perfectamente delimitados». O cuando habla del colegio en que tanto latín, tantas pa
lizas y
tanta geografía tuvo que aguantar, la agregación, subrayada por la colocación de las p
alizas
entre latín y la geografía, nos indica el interés que en el escolar despertaban dichas
dos
asignaturas.
En Lipps hallamos, entre los ejemplos de «agregación chistosa» («coordinación») y
como el de mayor parentesco con el chiste de Heine «estudiantes, profesores, filis
teos y
ganado», el siguiente dicho:
«Con un tenedor y con esfuerzo le sacó su madre de estofado», como si el esfue
rzo
fuera, al igual del tenedor, un instrumento manejable. Sin embargo, sentimos la
impresión
de que este dicho no es chistoso, aunque sí muy cómico, mientras que la agregación de
Heine constituye, indudablemente, un chiste. Más tarde, cuando no necesitamos elud
ir el
problema de la relación entre el chiste y la comicidad, volveremos quizá sobre estos
ejemplos.
(10)
Lessing:
Dicen que la buena Galatea tiñe de negro sus cabellos, mas lo cierto es qu
e éstos
eran ya negros cuando los compró.
(11)
(12)
(1)
CUANDO al final del capítulo precedente copiaba yo las frases en que Heine
compara al sacerdote católico con el dependiente de una gran casa comercial y al
protestante con un tendero al por menor establecido por su cuenta, me sentía un ta
nto
cohibido, como si algo me aconsejara no citar in extenso tal comparación, advirtiénd
ome
que entre mis lectores habría seguramente algunos para los que el máximo respeto deb
ido a
la religión se extiende a aquellos que la administran y representan. Estos lectore
s,
indignados ante los atrevimientos de Heine, perderían todo interés en seguir investi
gando
con nosotros si la comparación era chistosa en sí o únicamente merced a ciertos elemen
tos
accesorios. En otras comparaciones, tales como aquella que atribuye a determinad
a
filosofía la vaguedad de la luz lunar, no teníamos que temer perjudicara a nuestra l
abor tal
influjo perturbador ejercido por el mismo ejemplo analizado sobre una parte de n
uestros
lectores. El más piadoso de ellos no encontraría en estos casos nada que perturbase
su
capacidad de juicio sobre el problema por nosotros planteado.
Fácilmente se adivina cuál es el carácter de chiste, del que depende la divers
idad de
la reacción que el mismo despierta en el que lo oye. El chiste tiene unas veces en
sí mismo
su fin y no se halla al servicio de intención determinada alguna; otras, en cambio
, se pone al
servicio de tal intención, convirtiéndose en tendencioso. Sólo aquellos chistes que po
seen
una tendencia corren peligro de tropezar con personas para las que sea desagrada
ble
escucharlos.
El chiste no tendencioso ha sido calificado por T. Vischer de chiste abs
tracto.
Nosotros preferimos denominarlo chiste inocente.
Dado que antes hemos dividido el chiste, atendiendo al material objeto d
e la técnica,
en verbal e intelectual, deberemos ahora investigar la relación existente entre es
ta
clasificación y la que acabamos de verificar. Lo primero que observamos es que dic
ha
relación entre chiste verbal e intelectual, de un lado, y chiste abstracto y tende
ncioso, del
otro, no es, desde luego, una relación de influencias. Trátase de dos divisiones tot
almente
independientes una de otra.
Quizás algún lector se haya formado la idea de que los chistes inocentes son
generalmente verbales, mientras que la complicada técnica de los chistes intelectu
ales es
puesta casi siempre al servicio de marcadas tendencias; pero lo cierto es que, a
sí como
existen chistes inocentes que utilizan el juego de palabras y la similicadencia,
hay otros, no
menos abstractos e inofensivos, que se sirven de todos los medios del chiste int
electual.
Con análoga facilidad cabe demostrar que el chiste tendencioso puede muy bien ser,
por lo
que a su técnica respecta, puramente verbal. Así, aquellos chistes que «juegan» con los
nombres propios suelen ser frecuentemente de naturaleza ofensiva, siendo, sin em
bargo,
exclusivamente verbales. Esto no impide tampoco que los chistes más inocentes
pertenezcan también a este género.
Así, por ejemplo, las Schüttelreime (rimas forzadas), que tan populares se h
an
puesto recientemente y en las que la técnica es el uso múltiple del mismo material c
on una
modificación muy peculiar al mismo:
Und weil er Geld in Menge hatte,
lag stets er in der Hängematte.
Se esperaría que nadie objetaría que la diversión obtenida de estas rimas, poc
o
pretensiosas por lo demás, es la misma por la que reconocemos a los chistes.
Entre las metáforas de Lichtenberg se encuentran excelentes ejemplos de ch
istes
intelectuales abstractos o inocentes. A los ya expuestos en páginas anteriores añadi
remos,
por ahora, los siguientes:
Habían enviado a Gotinga un tomito en octavo menor y recibían ahora, en cuer
po y
alma, un robusto in quarto.
Para dar a este edificio la solidez necesaria debemos proveerle de bueno
s cimientos,
y los más firmes, a mi juicio, serán aquellos en los que una hilada en pro alterne c
on otra en
contra.
Uno crea la idea, el otro la bautiza, un tercero tiene hijos con ella, u
n cuarto la asiste
en su agonía y el último la entierra. (Comparación con unificación).
No sólo no creía en los fantasmas, sino que ni siquiera se asustaba de ellos
. El chiste
reside aquí exclusivamente en el contrasentido de la exposición. Renunciando a este
ropaje
chistoso, la idea sería: «Es más fácil desechar teóricamente el miedo a los fantasmas que
dominarlo cuando se nos aparece alguno». Falta ya aquí todo carácter de chiste, y lo q
ue
resta es un hecho psicológico al que en general se concede menos importancia de la
que
posee; el mismo que Lessing expone en su conocida frase: «No son libres todos aque
llos
que se burlan de sus cadenas.»
Antes de seguir adelante quiero salir al paso de una mala inteligencia p
osible. Los
calificativos «inocente» o «abstracto», aplicados al chiste, no significan nada equivale
nte a
«falto de contenido», sino que se limitan a caracterizar a un género determinado de ch
istes,
oponiéndolos a los «tendenciosos», de que a continuación trataremos. Como en el último
ejemplo hemos visto, un chiste «inocente», esto es, desprovisto de toda tendenciosid
ad,
puede poseer un rico contenido y exponer algo muy valioso. El contenido de un ch
iste, por
completo independiente del chiste mismo, es el contenido del pensamiento, que en
estos
casos es expresado, merced a una disposición especial, de una manera chistosa. Cie
rto es,
sin embargo, que así como los relojeros escogen una preciosa caja para encerrar en
ella su
más excelente maquinaria, así también suele suceder en el chiste: que los mejores prod
uctos
de la elaboración del mismo sean utilizados para revestir los pensamientos de más va
lioso
contenido.
Examinando penetrantemente en los chistes intelectuales la dualidad del
contenido
ideológico y revestimiento chistoso, llegamos a descubrir algo que puede aclarar m
uchas de
las dudas con que hemos tropezado en nuestra investigación. Resulta, para nuestra
sorpresa,
que la complacencia que un chiste nos produce nos la inspira la impresión conjunta
de
contenido y rendimiento chistoso, dándose el caso de que uno cualquiera de estos d
os
factores puede hacernos errar en la valoración del otro hasta que, reduciendo el c
histe, nos
damos cuenta del engaño sufrido.
Análogamente sucede en el chiste verbal. Cuando oímos que «la experiencia
consiste en experimentar lo que no desearíamos haber experimentado» quedamos un tant
o
desconcertados y creemos escuchar una nueva verdad. Mas en seguida advertimos qu
e no
se trata sino de una disfrazada trivialidad: «De los escarmentados nacen los avisa
dos». El
excelente rendimiento chistoso de definir la «experiencia» casi exclusivamente por e
l
empleo de la palabra «experimentar» nos engaña de tal modo, que estimamos en más de lo
que vale el contenido de la frase. Lo mismo nos sucede ante el chiste por unific
ación en que
Lichtenberg opone el mes de enero a los demás del año, chiste que sólo nos dice algo q
ue
sabemos de toda la vida; esto es, que las felicidades que nuestros amigos nos de
sean en los
días del Año Nuevo se cumplen tan raras veces como todos nuestros otros deseos.
Todo lo contrario sucede en otros ejemplos, en los cuales nos deslumbra
lo acertado
y justo del pensamiento, haciéndonos calificar de excelente chiste la frase en que
el
pensamiento queda expresado, aun siendo este último todo el mérito de la misma, y en
cambio, muy deficiente el rendimiento de la elaboración chistosa. Precisamente, en
los
chistes de Lichtenberg es el nódulo intelectual, con mucha frecuencia, harto más val
ioso
que el revestimiento chistoso, al cual extendemos indebidamente desde el primero
nuestra
valoración. Así, la observación sobre la «antorcha de la verdad» es una comparación apenas
chistosa; pero tan acertada, que la frase en que se expresa nos parece un excele
nte chiste.
Los chistes de Lichtenberg sobresalen, ante todo, por su contenido intel
ectual y la
seguridad con que hieren en el punto preciso. Muy justificadamente dijo de él Goet
he que
sus ocurrencias chistosas o chanceras esconden interesantísimos problemas o, mejor
dicho,
rozan la solución de los mismos. Así, cuando escribe: «Había leído tanto a Homero, que
siempre que topaba con la palabra angenommen (admitido) leía Agamenón» (técnica:
simpleza + similicadencia), descubre nada menos que el secreto de las equivocaci
ones en la
lectura. Muy análogo es aquel otro chiste cuya técnica nos pareció antes harto
insatisfactoria:
Se maravillaba de que los gatos tuviesen dos agujeros en la piel, precis
amente en el
sitio de los ojos. La simpleza que en esta frase parece revelarse es tan sólo apar
ente; en
realidad, detrás de la ingenua observación se esconde el magno problema de la teleol
ogía
en la anatomía animal. Hasta que la historia de la evolución no nos lo explique, no
tenemos
por qué considerar como natural y lógica la coincidencia de que la abertura de los pár
pados
aparezca precisamente allí donde la córnea debe surgir al exterior.
Retengamos, por ahora, que de una frase chistosa recibimos una impresión d
e
conjunto en la que no somos capaces de separar la participación del contenido inte
lectual de
la que corresponde a la elaboración del chiste. Quizá encontremos más tarde otro hecho
muy importante, paralelo a éste.
(2)
(3)
(4)
antítesis, y sobre todo admitir como válidas consecuencias que la lógica rechaza o
prescindir en la reunión de palabras o pensamientos, de la condición de que formen u
n
sentido.
Y precisamente es esto lo que realizan las técnicas de que ahora tratamos.
Mas lo
extraño es que tal actividad de la elaboración del chiste constituye una fuente de p
lacer,
siendo así que todos estos rendimientos defectuosos de la actividad mental, sólo
sensaciones de displacer nos proporcionan en otros sectores diferentes.
El «placer de disparatar» -como pudiéramos denominarlo abreviadamente- se hall
a
encubierto hasta su completa ocultación en la vida corriente. Para descubrirlo ten
emos que
colocarnos ante dos casos especiales en los que es aún visible o se hace visible d
e nuevo: la
conducta del niño mientras aprende a manejar su idioma, y la del adulto que se hal
la bajo
los efectos de una acción tóxica. En la época en que el niño aprende a manejar el tesoro
verbal de su lengua materna le proporciona un franco placer de «experimentar un ju
ego»
(Groos) con este material y une las palabras sin tener en cuenta para nada su se
ntido, con el
único objeto de alcanzar de este modo el efecto placiente del ritmo o de la rima.
Este placer
va siéndole prohibido al niño cada día más por su propia razón, hasta dejarlo limitado a
aquellas uniones de palabras que forman un sentido. Todavía en años posteriores da l
a
tendencia a superar las aprendidas limitaciones en el uso del material verbal mu
estras de su
actividad en el sujeto, haciéndole modificar las palabras por medio de determinado
s afijos,
transformar sus formas merced a dispositivos especiales (reduplicación) o hasta cr
ear, para
entenderse con sus camaradas de juego, un idioma especial, esfuerzos todos que d
espués
surgen de nuevo en determinadas categorías de enfermos mentales.
A mi juicio, sea cualquiera el motivo a que obedeció el niño al comenzar est
os
juegos, más adelante los prosigue, dándose perfecta cuenta de que son desatinados y
hallando el placer en el atractivo de infringir las prohibiciones de la razón. No
utiliza el
juego más que para eludir el peso de la razón crítica. Pero las limitaciones que la mi
sma
establece en este punto son bien poca cosa comparadas con las que luego, durante
la
educación, tienen que ser constituidas para lograr la exactitud del pensamiento y
enseñarle
a distinguir en la realidad lo verdadero de lo falso. A estas más poderosas limita
ciones
corresponde una más honda y duradera rebeldía del sujeto contra la coerción intelectua
l y
real, rebeldía en la que quedan comprendidos los fenómenos de la actividad imaginati
va. El
poder de la crítica llega a ser tan grande en el último estadio de la niñez y en el pe
ríodo de
aprendizaje que va más allá de la pubertad, que el «placer de disparatar» no se aventura
ya
a manifestarse directamente sino muy raras veces. Los muchachos ya casi adolesce
ntes no
se atreven a disparatar sin rebozo alguno, pero su característica tendencia a una
actividad
sin objeto me parece ser una derivación directa del placer de disparatar. En los c
asos
patológicos se ve muy frecuentemente cómo esta tendencia se intensifica hasta el pun
to de
volver a dominar las conferencias y respuestas de los escolares; en algunos de ést
os,
atacados de neurosis, he podido comprobar que el placer inconsciente que les pro
ducían sus
propios desatinos tenía en lo equivocado de sus respuestas, una participación equiva
lente a
la de su ignorancia.
Más tarde el estudiante no prescinde tampoco de manifestar esta rebeldía con
tra la
coerción intelectual y real, cuyo dominio sobre su individualidad siente hacerse c
ada vez
más ilimitado e intolerante. Una gran parte de los chistes estudiantiles tienen su
origen en
esta reacción. Con el alegre disparatar que reina en las reuniones juveniles en to
rno de la
mesa de una cervecería, intenta el estudiante salvar el placer de la libertad del
pensamiento
que la disciplina universitaria va aminorando cada vez más. Todavía en épocas posterio
res,
cuando el alegre estudiante se ha convertido en hombre maduro y, reunido con otr
os de su
talla en un congreso científico, se ha sentido trasladado de nuevo a su época de apr
endizaje,
busca al terminar las sesiones, un periódico satírico o una humorística conversación que
,
tomando a burla disparatadamente los nuevos conocimientos adquiridos, le compens
en de
las nuevas coerciones intelectuales que los mismos han traído consigo.
Mas en la edad adulta la crítica que ha reprimido el placer de disparatar
llega ya a
adquirir tal fuerza, que no puede ser eludida, ni siquiera temporalmente, sin la
cooperación
de medios auxiliares tóxicos. El valioso servicio que el alcohol rinde al hombre e
s el de
transformar su estado de ánimo; de aquí que no en todos los casos sea fácil prescindir
de tal
«veneno». El buen humor surgido endógenamente o tóxicamente provocado debilita las
fuerzas coercitivas, entre ellas la crítica, y hace accesibles de este modo fuente
s de placer
sobre las que pesaba la coerción. Es harto instructivo ver cómo conforme el buen hum
or va
imponiendo su reinado van disminuyendo las cualidades que del chiste se exigen.
El buen
humor sustituye al chiste como éste tiene, a su vez, que esforzarse en sustituir a
l primero,
cuando falta, para evitar que permanezcan reprimidas duramente determinadas
posibilidades de placer, entre ellas el placer de disparatar.
Bajo la influencia del alcohol el adulto se convierte nuevamente en niño,
al que
proporciona placer la libre disposición del curso de sus pensamientos sin observac
ión de la
coerción lógica.
Esperamos haber demostrado que las técnicas de contrasentido del chiste
corresponden a una fuente de placer. Recordemos ahora únicamente que este placer s
urge
del ahorro de gasto psíquico y de la liberación de la coerción de la crítica.
Una revisión de las técnicas del chiste, que antes dividimos en tres grupos,
nos hace
observar que el primero y el tercero de ellos, la sustitución de las asociaciones
objetivas por
asociaciones verbales y el empleo del contrasentido, pueden reunirse en uno solo
como
procedimientos de restablecer antiguas libertades y de descargar al sujeto del p
eso de las
coerciones impuestas por la educación intelectual. Estas técnicas son, por decirlo a
sí,
«reducciones de la carga psíquica», y podemos colocarlas hasta cierto punto en
contraposición al ahorro que la técnica realiza en el segundo grupo. Por tanto, la r
educción
del gasto psíquico ya existente y el ahorro del venidero son los dos principios so
bre los que
descansan la técnica del chiste y todo el placer que la misma produce. Las dos cla
ses de
técnica y de aportación de placer coinciden, por lo demás -en conjunto-, con la división
del
chiste en verbal e intelectual.
(2)
(2)
Los hombres no se han contentado con gozar de lo cómico allí donde ha aparec
ido
ante ello, sino que han tendido a constituirlo intencionadamente. De este modo,
como mejor
puede llegarse al conocimiento de la esencia de lo cómico es estudiando los medios
encaminados a hacer surgir artificialmente la comicidad. En primer lugar podemos
hacer
surgir lo cómico en nuestra propia persona, con objeto de divertir a los demás, fing
iéndonos
por ejemplo, simples o desmañados. Obrando de esta forma creamos la comicidad
exactamente como si la torpeza o tontería fuesen reales, pues provocamos aquella
comparación de la que nace la diferencia de gasto, pero no nos hacemos ridículos o
despreciables, sino que, en determinadas circunstancias, podemos incluso provoca
r
admiración, pues el sentimiento de superioridad no surge en los espectadores cuand
o éstos
saben que el sujeto finge aquello que le hace resultar cómico, circunstancia que n
os
proporciona una nueva y excelente prueba de cómo la comicidad es por completo
independiente de dicho sentimiento.
El medio más socorrido de hacer resultar cómico a un individuo es colocarlo,
sin
tener para nada en cuenta sus cualidades personales, en aquellas situaciones a l
as que la
general dependencia del hombre, de las circunstancias exteriores, y especialment
e, de las de
la vida social, da una marcada comicidad. Entra, pues, aquí en juego lo que antes
denominamos «comicidad de la situación». Tales situaciones cómicas pueden ser reales a
practical joke = poner a alguien la zancadilla y hacer que caiga al suelo dando
la impresión
de torpeza en sus movimientos, hacerle aparecer tonto explotando su credulidad,
etcétera;
pero pueden también ser fingidas por la palabra o el juego. La agresión, a cuyo serv
icio se
pone con gran frecuencia este medio de hacer que un individuo resulte cómico, hall
a un
eficacísimo auxiliar en la circunstancia de ser el placer cómico independiente de la
realidad
de la situación que lo produce, de manera que todos y cada uno de nosotros nos hal
lamos
indefensos ante aquellos que, utilizando este procedimiento, quieran reír a costa
nuestra.
Aún existen, para la consecución de este mismo fin, otros medios que merecen
ser
objeto de un examen especial y que, en parte, revelan nuevos orígenes del placer cóm
ico.
Entre ellos encontramos, por ejemplo, la imitación, que produce en el oyente un pl
acer
extraordinario y hace resultar cómico al que es objeto de ella, aun cuando se mant
enga
alejada de la exageración caricaturizante. Resulta mucho más fácil explicar el efecto
cómico de la caricatura que el de la simple imitación. La caricatura y la parodia, a
sí como
su antítesis práctica, el «desenmascaramiento», se dirigen contra personas y objetos
respetables e investidos de autoridad. Son procedimientos de degradar objetos em
inentes.
No siendo «lo eminente» más que lo que en el terreno psíquico corresponde a «lo grande»
en el físico, podríamos arriesgar la hipótesis de que es representado, lo mismo que lo
grande somático, por medio de un incremento de catexis. No es preciso ser muy obse
rvador
para darse cuenta de que cuando hablamos de lo eminente inervamos de distinta ma
nera
nuestra voz, al mismo tiempo que modificamos nuestro gesto e intentamos armoniza
r
nuestra actitud con la dignidad de lo que representamos. Nos imponemos, en este
caso, una
actitud solemne, análogamente a cuando hemos de hallarnos en presencia de una emin
ente
personalidad, un monarca o un príncipe de la ciencia. No creo equivocarme suponien
do que
esta distinta inervación de la mímica representativa corresponde a un incremento de
catexis.
El tercer caso de tal incremento aparece cuando nos entregamos a pensamientos ab
stractos
abandonando las habituales representaciones concretas y plásticas. En aquellas oca
siones
en que los procedimientos antes examinados de degradación de lo eminente nos lleva
n a
representárnoslo como algo vulgar a lo que no tenemos que guardar consideración algu
na,
ahorramos el incremento de catexis que supone la solemnidad que habríamos de
imponernos, y la comparación de esta forma de representación, provocada por la
proyección simpática, con aquella otra que hasta el momento nos era habitual y que i
ntenta
establecerse simultáneamente, crea de nuevo la diferencia de gasto que puede ser
descargada por medio de la risa.
La caricatura lleva a cabo la degradación extrayendo del conjunto del obje
to
eminente un rasgo aislado que resulta cómico, pero que antes, mientras permanecía
formando parte de la totalidad, pasaba desapercibido. Por este medio se consigue
un efecto
cómico que en nuestro recuerdo es hecho extensivo a la totalidad, siendo condición p
ara
ello que la presencia de lo eminente no nos mantenga en una disposición respetuosa
. En los
casos en que no existe tal rasgo cómico que ha pasado inadvertido, es éste creado po
r la
caricatura misma, exagerando uno cualquiera que no era cómico de por sí. Hallamos, p
ues,
de nuevo, como característica del origen del placer cómico, la circunstancia de que
el efecto
de la caricatura no es esencialmente influido por tal falsificación de la realidad
.
La parodia y el disfraz alcanzan la degradación de lo eminente por otro ca
mino
distinto, destruyendo la unidad entre los caracteres que de una persona conocemo
s y sus
palabras o actos, por medio de la sustitución de las personas eminentes o de sus
manifestaciones, por otras más bajas. En esto se diferencia la parodia de la caric
atura y no,
en cambio, en el mecanismo de la producción de placer cómico. El mismo mecanismo sir
ve
también para el desenmascaramiento, que sólo aparece cuando alguien se ha investido
de
dignidad y autoridad por medio de un engaño, debiendo, en realidad, ser despojado
de ellas.
En algunos chistes anteriormente analizados hemos aprendido a conocer el efecto
cómico
de este género de la comicidad; por ejemplo, en aquella historieta de la distingui
da dama,
que al sentir los primeros dolores del parto, exclama: Ah, mon Dieu!, y a la que
el médico
no quiere hacer caso hasta que comienza a proferir chillidos inarticulados. Desp
ués de
haber descubierto los caracteres de lo cómico no podemos ya negar que esta histori
eta es
realmente un ejemplo de desenmascaramiento cómico y no tiene derecho alguno a ser
calificada de chiste. Sólo recuerda al chiste por su escenificación y por el medio téc
nico de
la «representación de una minucia», la cual es, en este caso, el grito inarticulado
considerado por el médico como indicación suficiente de la proximidad del parto. Sin
embargo, debemos confesar que nuestro sentimiento del idioma no opone dificultad
ninguna a dar a esta historieta el calificativo de chiste, circunstancia cuya ex
plicación se
hallará quizás en el hecho de que los usos del lenguaje no parten del conocimiento
científico de la esencia del chiste que nuestra laboriosa investigación nos ha procu
rado.
Mas, teniendo en cuenta que el volver a hacer accesibles fuentes de placer cegad
as por un
determinado proceso represivo constituye una de las funciones del chiste, nada h
ay que nos
impida dar este nombre, por analogía, a todo artificio que nos haga surgir a la lu
z una
franca comicidad. Esto se aplicará, sobre todo, al desenmascaramiento y a algunos
otros
medios de hacer resultar cómica a una persona.
En el desenmascaramiento podemos incluir también aquel medio de hacer surg
ir la
comicidad, que degrada la dignidad del individuo atrayendo nuestra atención sobre
su
debilidad específicamente humana, y en especial sobre la dependencia de sus rendim
ientos
psíquicos, de sus necesidades corporales. El desenmascaramiento equivaldrá entonces
a la
siguiente advertencia: «Ese individuo, al que admiras y veneras como a un semidiós,
no es
sino un hombre como tú». También pertenecen a esta comicidad todos los esfuerzos
encaminados a revelar, tras de la riqueza y la aparente contingencia de las func
iones
anímicas, el monótono automatismo psíquico. En las historietas de intermediarios
matrimoniales judíos hallamos ya algunos casos de desenmascaramiento y experimenta
mos
la duda de si podíamos o no calificarlos de chistes. Ahora podemos ya afirmar con
mayor
seguridad que, por ejemplo, aquella historieta en que el acompañante que el interm
ediario
ha traído consigo acentúa fielmente todos los elogios que el mismo hace de la novia,
y, por
último, pondera también la joroba, tímidamente confesada, es un ejemplo de
desenmascaramiento del automatismo psíquico. Pero la historieta cómica no actúa en est
e
caso más que como fachada: para todo aquel que no quiera eludir el oculto sentido
de tales
historietas matrimoniales, ésta a que ahora nos referimos constituirá un chiste
excelentemente escenificado. En cambio, aquellos otros que no penetren de este m
odo en
su esencia continuarán considerándola como una historieta cómica. Análogamente sucede
en el otro chiste que nos muestra cómo el intermediario, queriendo rebatir una obj
eción de
su cliente, confiesa toda la verdad, al exclamar: «¡Quién se atreve a prestar nada a e
sta
gente!», caso que nos presenta una revelación cómica como fachada de un chiste. Pero a
quí
el carácter de chiste resulta más patente, pues la frase del intermediario es, al mi
smo
tiempo, una representación antinómica. Queriendo demostrar que la familia de la novi
a es
rica, demuestra que no sólo no lo es, sino que es muy pobre. El chiste y la comici
dad se
combinan en este caso y nos enseñan que la misma frase puede ser, simultáneamente,
cómica y chistosa.
Aprovecharemos aquí la ocasión de volver al chiste desde la comicidad del
desenmascaramiento, puesto que el esclarecimiento de la relación entre el chiste y
la
comicidad, y no la determinación de la esencia de lo cómico, es lo que constituye el
verdadero fin de nuestra labor. Así, pues, nos limitamos a agregar estos casos de
descubrimiento del automatismo psíquico, de los que no hemos podido determinar si
eran
cómicos o chistosos, a aquellos otros en los que vimos se confundían del mismo modo,
el
chiste y la comicidad; esto es, a los chistes disparatados. Más adelante hemos de
ver cómo
nuestra investigación nos muestra que en estos últimos resulta teóricamente explicable
dicha confusión.
En la investigación de las técnicas del chiste hemos hallado que la aceptación
de
aquellos procesos mentales que son regla habitual en lo inconsciente, pero que l
a
consciencia tiene que calificar de «errores intelectuales», constituye el medio técnic
o de
muchos chistes, cuyo carácter chistoso aparecía tan inseguro que hasta nos inclinábamo
s a
considerarlos simplemente como historietas cómicas. No pudimos entonces resolver e
sta
duda por no sernos conocido aún el carácter esencial del chiste. Más tarde, dirigidos
por
nuestro conocimiento de la elaboración de los sueños, hallamos que dicho carácter cons
istía
en la función transaccional de la elaboración del chiste entre las exigencias de la
razón
crítica y el instinto de no renunciar al antiguo placer producido por el juego ver
bal o por el
disparate. Lo que en calidad de transacción nacía de este modo, cuando la parte
preconsciente del pensamiento era abandonada por un momento a la elaboración
inconsciente, satisfacía en todos los casos a las dos encontradas exigencias, pero
se
presentaba a la crítica en formas distintas y tenía que permitir que la misma hicier
a recaer
sobre ellas diversos juicios. El chiste conseguía unas veces introducirse sigilosa
mente bajo
la forma de una frase falta de significación, pero que podía eludir la censura, y ot
ras, como
expresión de un valioso pensamiento. En el caso límite de la función transaccional había
,
sin embargo, renunciado a satisfacer a la crítica y se presentaba desafiador ante
ella sin
temor de despertar su repulsa, pues podía contar con que el oyente rectificaría la
transformación que la forma expresiva había sufrido en lo inconsciente, y restablece
ría así
el verdadero sentido.
¿En qué caso aparece entonces el chiste como disparate ante la crítica?
Especialmente cuando se sirve de aquellos procedimientos mentales peculiares a l
o
inconsciente, pero prohibidos a la consciencia; esto es, de los errores intelect
uales. Algunos
procesos mentales de lo inconsciente han sido, sin embargo, aceptados por la con
sciencia.
Así, determinadas clases de representación indirecta, alusión, etc., aunque su empleo
consciente tiene que mantenerse dentro de ciertos límites. Con estas técnicas no des
pertará
el chiste repulsa alguna por parte de la crítica, pues esta repulsa no tiene lugar
más que
cuando aquél utiliza como técnica los medios rechazados por el pensamiento conscient
e.
Sin embargo, el chiste puede aún evitar la repulsa, ocultando el error intelectual
empleado,
o sea disfrazándose con una apariencia de lógica, como en la historieta del pastel y
la copa
de licor. Mas, si el error intelectual aparece al descubierto, es segura la repu
lsa crítica.
En este último caso acude aún un factor en auxilio del chiste. Los errores
intelectuales que como procedimientos mentales de lo inconsciente emplea en su téc
nica
son juzgados por la crítica -aunque no regularmente- como cómicos. La aceptación
consciente de los defectuosos procedimientos de lo inconsciente es un medio par
la
producción de placer cómico, cosa fácil de comprender, pues para la constitución de un
revestimiento preconsciente es preciso desde luego una mayor catexis que para la
aceptación del inconsciente. Comparando el pensamiento que parece creado en lo
inconsciente con su rectificación, nace para nosotros la diferencia de gasto de la
que surge
el placer cómico. Un chiste que se sirva de este procedimiento intelectual como técn
ica y
aparezca, por tanto, desatinado, puede, pues, actuar simultáneamente como cómico. De
este
modo, si no logramos hallar las huellas del chiste, siempre nos quedará la histori
eta cómica.
Recordemos una de las historietas que expusimos en la primera parte de n
uestra
investigación: un individuo ha pedido prestado un caldero y lo devuelve agujereado
. El
propietario le reclama una indemnización, pero él se defiende, alegando: «Primeramente
,
nadie me ha prestado ningún caldero; en segundo lugar, el caldero estaba ya agujer
eado, y,
por último, yo he devuelto el caldero a su dueño completamente intacto». Es éste un
excelente ejemplo de efecto puramente cómico por aceptación de un método intelectual
inconsciente, pues en lo inconsciente no existe la exclusión recíproca de pensamient
os
incompatibles, aunque aisladamente bien motivados. El sueño, en el que se patentiz
an los
procedimientos intelectuales inconscientes, no conoce, por tanto, alternativas (
esto o
aquello), sino tan sólo yuxtaposiciones. Uno de mis sueños que, a pesar de su
complicación, elegí en mi obra sobre los mismos, para presentar un ejemplo del arte
interpretativo, me ofrecía simultáneamente y para desvanecer el reproche que en él me
hacía de no haber sabido hacer desaparecer, por medio del tratamiento psíquico, la
enfermedad de una de mis pacientes, las razones que siguen: 1ª, la paciente misma
tenía la
culpa de seguir enferma por no haber aceptado mis consejos; 2ª, su enfermedad era
de
origen orgánico y, por tanto, se hallaba fuera de mi especialidad; 3ª, su enfermedad
era una
consecuencia de su viudez, de la que yo no tenía la culpa, y 4ª, su enfermedad proce
día de
que alguien le había dado una inyección con una jeringuilla sucia. Todas estas razon
es
aparecían en el sueño consecutivamente, como si cada una de ellas no excluyera a las
demás. Para no caer en el disparate, habría, pues, que sustituir la agregación por una
alternativa.
La siguiente historieta cómica es totalmente análoga. Un herrero de un puebl
o
húngaro cometió un sangriento crimen y fue sentenciado a morir en la horca. Pero el
alcalde, fundándose en que en el pueblo no había más que aquel herrero y, en cambio, d
os
sastres, mandó ahorcar a uno de éstos para que el delito no quedara impune. Tal
desplazamiento de la pena contradice todas las leyes de la lógica consciente, pero
se halla
de completo acuerdo con la disciplina intelectual de lo inconsciente. No nos atr
evemos a
calificar de cómica esta historieta, a pesar de haber incluido entre los chistes l
a del caldero.
Pero tenemos que conceder que también esta última es más propiamente «cómica» que
chistosa. Comprendemos ahora cómo aquella sensación, tan segura otras veces, que nos
indicaba si una cosa debía ser calificada de cómica o de chistosa, nos deja aquí en la
duda.
Sucede que nos hallamos precisamente ante el caso en el que no podemos decidir
fundándonos en la sensación; esto es, cuando la comicidad nace por el descubrimiento
de
los procedimientos intelectuales exclusivamente peculiares a lo inconsciente. Ta
l historia
puede ser al mismo tiempo cómica y chistosa, pero hará impresión de chiste aunque sea
exclusivamente cómica, pues el empleo de los errores intelectuales de lo inconscie
nte nos
recuerda al chiste, como antes lo hacían los procedimientos encaminados al descubr
imiento
de la comicidad oculta.
Tenemos que esforzarnos en esclarecer este importantísimo punto de nuestra
investigación, o sea la relación del chiste con la comicidad, y para conseguirlo añadi
remos
a lo antes expuesto algunas otras consideraciones. Haremos observar, ante todo,
que el caso
que ahora examinaremos, de unión del chiste con la comicidad, no es el mismo del q
ue nos
ocupamos en páginas anteriores. Es ésta, sin duda, una sutil diferenciación, pero pued
e
hacerse sin peligro de incurrir en error.
En el caso anterior la comicidad provenía del descubrimiento del automatis
mo
psíquico, el cual no es, en ningún modo, privilegio de lo inconsciente y no desempeña
tampoco papel alguno de importancia entre las técnicas del chiste. El descubrimien
to no
entra sino casualmente en relación con el chiste, poniéndose al servicio de otra técni
ca del
mismo, por ejemplo, de la representación antinómica. En el caso de la aceptación de
métodos intelectuales inconscientes es, en cambio, necesaria la reunión del chiste y
la
comicidad, porque el mismo medio empleado en la primera persona del chiste para
la
técnica de la consecución de placer crea, conforme a su naturaleza, placer cómico en l
a
tercera persona.
Pudiera caerse en la tentación de generalizar este último caso y buscar la r
elación
entre el chiste y la comicidad en la circunstancia de que el efecto del chiste e
n la tercera
persona se verifica siguiendo el mecanismo de la comicidad. Pero esto sería totalm
ente
erróneo; la relación con lo cómico no aparece en todos los chistes, ni siquiera en la
mayoría
de ellos; por lo contrario, puede casi siempre separarse muy definitivamente el
chiste de la
comicidad. Siempre que el chiste consigue eludir la apariencia de desatino, esto
es, en la
mayor parte de los chistes de doble sentido y alusivos, resulta imposible descub
rir en el
oyente efecto ninguno análogo a la comicidad. Puede hacerse la prueba en los ejemp
los
hasta aquí expuestos y en estos otros que ahora agregamos:
Un telegrama de felicitación dirigido a un jugador el día en que cumple sete
nta
años: «Treinta y cuarenta». (Fragmentación con alusión).
Madame de Maintenon era llamada madame de Maintenant. (Modificación de
nombre).
El conde Andrassy, ministro del Exterior, era denominado el ministro del
bello
exterior
Pudiera creerse que por lo menos los chistes de fachada disparatada mues
tran una
apariencia cómica y tienen que producir un efecto de dicho género. Pero debemos reco
rdar
aquí que tales chistes producen en el oyente, con gran frecuencia, muy distinto ef
ecto,
despertando en él el desconcierto y la tendencia a la repulsa. Dependerá, pues, el e
fecto de
que el disparate del chiste se muestre francamente cómico o aparezca como un simpl
e
desatino corriente, circunstancia cuyas condiciones no hemos investigado aún. Por
tanto,
nos limitamos a dejar establecida la conclusión de que el chiste y la comicidad po
seen
naturaleza muy distinta, coincidiendo únicamente en casos especiales y en la tende
ncia a
extraer placer de las fuentes intelectuales.
En el curso de esta investigación de las relaciones del chiste con la comi
cidad se nos
ha revelado una diferencia entre ambos, a la que debemos atribuir una máxima impor
tancia
y que nos señala uno de los principales caracteres de la comicidad. La fuente del
placer del
chiste tuvimos que situarla en lo inconsciente; en cambio, en la comicidad no en
contramos
motivo alguno para tal localización. Más bien indican todos los análisis hasta ahora
efectuados que la fuente del placer cómico es la comparación de dos gastos, localiza
dos
ambos en lo preconsciente. El chiste y la comicidad se diferencian, pues, ante t
odo en su
localización psíquica, y el primero es, por decirlo así, la aportación que lo inconscien
te
procura a la comicidad.
(3)
(4)
(5)
(6)
(7)
(8)
Una vez que hemos logrado reducir también el mecanismo del placer humorístic
o a
una fórmula análoga a las que hallamos para el placer cómico y para el chiste, tocarem
os el
término de nuestra labor. El placer del chiste nos pareció surgir de gasto de inhibi
ción
ahorrado; el de la comicidad, del gasto de representación (de catexis) ahorrado, y
el del
humor, de gasto de sentimiento ahorrado.
En los tres mecanismos de nuestro aparato anímico proviene, pues, el place
r de una
ahorro, y los tres coinciden en constituir métodos de reconquistar, extrayéndolo de
la
actividad anímica, un placer que se había perdido precisamente a causa del desarroll
o de
esta actividad, pues la euforia que tendemos a alcanzar por estos caminos no es
otra cosa
que el estado de ánimo de una época de nuestra vida en la que podíamos llevar a cabo
nuestra labor psíquica con muy escaso gasto; esto es, el estado de ánimo de nuestra
infancia, en la que no conocíamos lo cómico, no éramos capaces del chiste y no
necesitábamos del humor para sentirnos felices en la vida.