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Lewis Carroll
La Avispa con peluca
Al final del Cap. VIII de A travs del espejo, despus de despedirse del Caballero Blanco, Alicia -que es pen de la Reina Blanca en la partida de ajedrez del juego- va a coronarse reina cruzando el ltimo arroyo, o divisin del tablero, para entrar en la 8a. casilla. All estaba incluido el episodio cortado, entre la frase y el pasaje que doy entre parntesis, respectivamente al principio y al final de mi traduccin. [. . .Unos cuantos pasos la llevaron al borde del arroyo. . .] . . .y estaba a punto de cruzarlo cuando oy un profundo suspiro que pareca provenir del bosque situado a sus espaldas. Por all anda alguien que se siente muy desdichado, pens volvindose con ansiedad para ver de qu se trataba. Algo, que pareca un anciano (aunque su rostro era ms bien el de una Avispa), estaba sentado en el suelo contra un rbol y temblaba, hecho un ovillo, como si tuviera mucho fro. ( pg. 64) No creo que yo pueda hacer nada por l, fue el primer pensamiento de Alicia. Y otra vez se dispona a saltar el arroyo. . . Pero podra preguntarle qu le suce- de, aadi para s, detenindose en seco a la orilla del agua. Una vez que salte cambiar todo, y entonces no podr ayudarlo. Y aunque sin muchas ganas, ya que se mora por ser reina, regreso entonces al sitio en que se hallaba la Avispa macho. Ya no puedo con mis huesos, con mis viejos hue- sos! > refunfuaba ste cuando Alicia lleg a su lado. Ha de estar reumtico, pens Alicia; e inclinndose hacia l dijo con dulzura: Le duele mucho? . . . Ojal que no! La Avispa se encogi de hombros y volvi hacia otro lado la cabeza. Pobre querido mo! , se deca a s mismo. Puedo hacer algo por usted? , sigui Alicia. Ha de tener ms bien fro en este sitio. . . Qu manera de insistir! , dijo la Avispa en tono quejumbroso. Dale y dale! Alicia se sinti un poco ofendida con la respuesta, y estuvo a punto de dar media vuelta y abandonarlo. Pero reflexion: Es posible que su aspereza se deba slo a sus dolores. E hizo un nuevo intento: Quiere que lo ayude a pasarse del otro lado? All quedar usted al abrigo del viento fro. La Avispa le dio el brazo y Alicia le prest ayuda. Pero 10 en cuanto dieron la vuelta al rbol y volvi a instalarse, slo dijo como antes: Dale y dale! NO puedes dejar en paz a nadie? Le gustara que le leyera un poquito de esto? , pregunt Alicia. Y recogi un peridico que haba estado hasta entonces tirado a sus pies. Lelo si tienes ganas, dijo la Avispa con cierto malhumor. Que yo sepa, nadie te lo impide. Alicia se sent a su lado, y con el peridico abierto en las rodillas comenz a leer: Ultimas Noticias. El Grupo de Exploradores volvi a recorrer la Despensa y encontr otros cinco terrones de azcar blanca, grandes y en buenas condiciones. De regreso. . . Y no haba azcar morena? , interrumpi la Avispa. (pg. 65) Alicia dio una rpida lectura al resto de la columna y dijo: No. De morena no dicen nada. Nada de azcar morena! , protest la Avispa. Va- liente Grupo de Exploradores! De regreso, sigui leyendo Alicia, encontraron un lago de melaza. Las riberas del lago eran azules y blancas como porcelana. Mientras probaban la melaza, tuvieron un triste accidente: dos de los miembros del Grupo se encenagaron. . . Se qu. . .? , pregunt la Avispa en tono muy spero. En-ce-na-ga-ron, repiti Alicia separando cada silaba. No existe tal palabra en la lengua! , dijo la Avispa. Sin embargo est en el peridico, respondi Alicia con cierta timidez. Ya no sigamos! , dijo la Avispa volviendo hacia otro lado la cabeza. Alicia dej el peridico en el suelo. Creo que no se siente usted muy bien, dijo en tono conciliador. Pue- do hacer algo por usted? Todo se debe a la peluca, aclar la Avispa con voz mucho ms suave. A la peluca? , repiti Alicia, feliz de ver que se calmaba. T tampoco las tendras todas contigo si usaras una peluca como la ma, sigui la Avispa. Las bromas que le hacen a uno! Cmo lo fastidian! Claro que me exaspero! Y entonces me da fro. Y me instalo bajo un rbol. Y me pongo un pauelo amarillo. Y me me vendo con l la cara, como ahora. Alicia lo mir con lstima. Vendarse la cara es bueno para el dolor de muelas, dijo. Y es muy bueno para la presuncin, aadi la Avispa. Alicia no lleg a or bien la ltima palabra. ES una especie de dolor de muelas? , pregunt. La Avispa reflexion un instante. Pues no, respon- di. ES cuando yergues la cabeza: as. . . sin doblar el cuello. Ah! , lo que usted quiere decir es tortcolis, dijo Alicia. Esa palabra la acaban de inventar! En mis tiempos se deca presuncin . La presuncin no es una enfermedad, observ Alicia. (pg. 66) Es como si lo fuera, dijo la Avispa. Esprate a tenerla y vers. Y si te da, prueba a envolverte la cara con un pauelo amarillo. Sanars en un abrir y cerrar de ojos! Mientras hablaba, se desamarr el pauelo. Alicia, con gran sorpresa, descubri entonces la peluca. Era, como el pauelo, de un amarillo vivo. Estaba toda enredada y escurra como un manojo de algas marinas. Si tuviera usted peine, dijo, su peluca se vera ms limpia y brillante: como la miel. . . Comes la miel? . . . Entonces eres una Abeja? , dijo la Avispa observndola con ms inters. Y comes mucha miel? No quise decir eso, se apresur a explicar Alicia, sino que su peluca se vera como la miel, de lisa y brillante, si le pasara usted un peine.. . Est muy enreda- da, sabe? Voy a contarte por qu tuve que usarla, dijo la Avispa. Has de saber que, cuando yo era joven, mis rizos flotantes, ondulantes. . . Alicia tuvo entonces una curiosa ocurrencia. Casi todos los personajes con quienes se haba encontrado le recita- ban algn poema. Pondra a prueba a la Avispa! : No le importara contrmelo en verso? , pregunt con toda delicadeza. No es lo que acostumbro, dijo la Avispa. Pero voy a intentarlo. Dame unos minutos. Guard silencio un momento, y dijo por fin: De joven, yo luca en la cabeza rizos flotantes, ondulantes. . . Eran de maravilla! Pero ellos me dijeron: Hars bien en raparte y usar una peluca, digamos, amarilla. Cuando al pie de la letra segu yo su consejo, y una vez que estudiaron ellos el resultado, dijeron: Qu desgracia! No se te ve tan bien como de buena fe lo habamos pensado: Viejo y canoso ahora, cuando ya sin remedio calvo me est dejando del pelo la cada, me quitan la peluca y me dicen burlones: Cmo puedes usar semejante inmundicia? Y eso no es todo. Gritan, en cuanto me aparezco: Eres un cerdo! , y dejan oir una rechifla. Y por qu crees, querida, que lo hacen? Tan slo porque yo llevo puesta la peluca amarilla! Oh, cmo lo siento! , dijo Alicia con toda sinceri- dad. Pero creo que, si su peluca le ajustara mejor, no se burlaran de usted. La tuya te ajusta perfectamente, murmur la Avispa contemplndola con admiracin. Se debe, por lo visto, a la forma de tu cabeza. En cambio tus mandbulas no estn muy bien formadas. . . Apostara que no muerdes bien. Alicia estuvo a punto de proferir una risita, que disimul lo mejor que pudo tosiendo. Y en cuanto logr recuperar la seriedad, dijo: Puedo morder todo lo que quiero. No con una boca tan pequea, insisti la Avispa. Vamos a ver: si lucharas con alguien, podras atraparlo de una mordida en la nuca? Me temo que no, dijo Alicia. Pues eso se debe a que tus mandbulas son muy chicas, sigui diciendo la Avispa. Pero en cambio tu crneo es bonito y redondo. Y mientras esto deca, se quit la peluca y tendi una pata hacia Alicia como si deseara repetir la operacin en ella. Pero Alicia se mantu- vo fuera de su alcance y no se dio por aludida. De modo que la Avispa sigui con sus crticas. (pg. 68) En cuanto a tus ojos. . . estn colocados demasiado de frente, no hay duda. Da lo mismo tener uno que dos cuando es inevitable tenerlos tan juntos. . . Tantas alusiones personales no fueron del agrado de Alicia y, como la Avispa haba recobrado el nimo y se mostraba tan elocuente, pens que aqul era un buen momento para despedirse. Creo que ya es hora de que me vaya, dijo. Adis! Adis y gracias! , contest la Avispa. Y Alicia se alej encantada de haber dedicado unos minutos a recon- fortar a aquella pobre y vieja criatura. [El Cap. VIII acaba as: Unos cuantos pasos la llevaron al borde del arroyo. Por fin la Octava Casilla! , exclam salvndolo de un salto, y se dej caer sobre un csped suave como musgo, salpicado aqu y all por pequeos macizos de flores. Ah, qu contenta me siento de haber llegado aqu! Pero qu es esto que tengo en la cabeza? , exclam asustada, llevndose las manos al pesado objeto que le cea estrechamente la frente. Cmo es posible que me lo hayan puesto sin que yo me enterara? , se pregunt quitndose aquello para colocarlo en sus rodillas y averiguar qu cosa poda ser. Era una corona de oro.] 11