Cuento 2 de A. Castillo

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Claro que, tal como se presentaban las cosas ese atardecer, lo

mejor era ir considerando la posibilidad de tomarla en serio, quiero decir que si


ella, Milena, amenazaba acostarse con el primer imbcil que se cruzara en su
camino, tal vez fuera razonable admitir que, efectivamente, era capaz de
hacerlo. O esa que estaba entrando en el hotel Las Brumas, de la calle Acoyte,
en compaa de un tipo que deba de llevarle treinta aos y que pareca un
corredor de seguros que ha tenido un buen da, no era Milena? Por supuesto que
era Milena. Poda no serlo, de acuerdo. Su larga pollera floreada, de hind, su
blusa de eso que las mujeres llamaban bambula y sus zapatillas chatas, el collar
de varias vueltas y piedras de colores que le caa hasta la cintura, sus
cuadernos de la facultad bajo el brazo, su pelo lacio y esa manera de caminar
que le daba aquel aire de mi ombligo es mi brjula, podan pertenecer a unas
cincuenta mil adolescentes argentinas de los aos sesenta, pero slo una haba
discutido conmigo esa misma tarde en el bar La Comedia, a slo una yo le haba
dicho que se hiciera revisar la cabeza con su pediatra, slo una haba
amenazado irse a la cama con el primer imbcil que se le cruzara en el camino,
a slo una yo le haba dicho que por m poda acostarse con el Mahatma Gandhi,
y slo una, luego de levantarse de la mesa con un apreciable desparramo de
pocillos y vasos me haba dicho desde la puerta:
Viste la casa de los perros?
Qu casa de qu perros, perdn.
Yo estaba a unos tres metros, sentado todava a la mesa, tratando de aparentar
que aqul era un dilogo amistoso entre dos jvenes modernos pero civilizados.
Seran las tres de la tarde. Unas treinta cabezas se volvieron hacia la puerta del
caf. Me haban mirado y ahora miraban a Milena. Cre notar en el aire cierta
ansiedad por su respuesta.
Los perros de mrmol. La casa a la que una vez me dijiste que le ibas a escribir
un poema de mierda y me lo ibas a dedicar a m.
Estbamos en los aos sesenta, ya lo dije, pero de hecho no podamos saberlo,
o por lo menos yo no lo saba. Milena, en cambio, s lo saba, tal vez era la nica
en aquel caf que ya lo saba.
Vi la casa y vi los perros admit. Pero no pude haber dicho nada semejante
porque nunca digo malas palabras.
Tampoco poda habrselo dicho una vez: slo la conoca desde la noche
anterior. Claro que el tiempo de Milena y el mo no corran de la misma manera,
ni siquiera, quizs, en el mismo sentido. Pero esto lo comprend del todo
muchos aos despus.
Viste la casa dijo Milena, bueno. Hoy mismo estate por ah a eso de las siete.
La puerta, sbitamente sin Milena, dio unos bandazos en el vaco como si por
ella estuviera entrando o saliendo una fantasmal sucesin de Milenas invisibles.
Ahora eran las nueve de la noche y Milena, con aquel difuso anacronismo de
traje gris, sala del hotel de la calle Acoyte. Milena saliendo de un hotel con un
seor vestido de traje, como cuando aos despus nos enteramos de que
Marilyn se acostaba con Kennedy. Happy Birthday, Mister President, por favor.
En la esquina haba un quiosco de flores, y si estaba por ocurrir lo que
efectivamente ocurri, era para vomitar. El tipo le compr un ramito. Ella le dio
un beso en la mejilla y l tom un taxi. Cuando el automvil arranc, Milena le
hizo chau con una mano y con la otra amag tirar las flores a la alcantarilla. Lo
pens mejor y se las devolvi a la florista. Bueno, por lo menos era parcialmente
humana.
Vino directamente hacia m.
Te lo dije dijo.
No te imagins lo celoso que estoy dije yo. Ya te confes que si no fuera
porque la mujer tiene cncer de prstata se casaba con vos?
Milena me mir, achicando los ojos.
Las mujeres tenemos prstata? pregunt con desconfianza.
La de l, s. La mujer de l se llama Osvaldo y es ingeniero agrnomo.
Ja dijo Milena.
Despus estbamos en la puerta del bar La Paz, y esto, que se escribe fcil,
requiere explicar que debimos de haber caminado unas cuarenta cuadras en
silencio. Parece mucho, pero no lo es, o por lo menos no lo era. Yo tena
veinticinco aos y Milena diecisiete. Lo ms difcil de ese trayecto fue
seguramente el silencio, no la distancia.
No digas que no te di una chance dijo Milena.
Todava no habamos entrado en el bar. Estbamos parados ante la puerta.
Milena tena ahora un aire lgubre y algo rencoroso.
Una chance dije yo. Vos me diste una chance a m.
S, tarado. Mir lo que me hiciste hacer. Cuando me viste pasar podras
haberme dicho que me queras y agarrarte a patadas con el tipo.
Eso es cierto dije yo. Tambin podra haber hecho otra cosa.
Qu dijo Milena.
Lo que voy a hacer ahora.
Qu vas a hacer dijo Milena, otra vez desconfiada.
No se lo dije. Le pegu un sopapo tan sorprendente, incluso para m, que Milena,
despus de abrir la puerta vaivn con la espalda, fue a caer sentada dentro del
bar.
Estos hippies son todos drogadictos le coment a su mujer un seor que
pasaba.
Media cuadra antes de llegar a Callao, solo, yo iba pensando que esta chica no
era para m. Estaba loca, se vesta como Indira Gandhi y deca malas palabras.
La haba conocido esa misma madrugada, precisamente frente a la casa de los
perros, y no nos habamos separado en todo el da. Nos habamos ido a la cama
juntos a la hora de almorzar, habamos discutido por Simone de Beauvoir a las
tres de la tarde, a las siete ya me haba sido infiel y a las diez de la noche del
mismo da haba conseguido convertirme en un varn golpeador. Si esto duraba
una semana, bamos a salir en el Libro de los Records Guinness. Pero que se
muera, pens. El seor de La Paz tena razn, aunque slo tomen leche, como
Milena, estos hippies son todos drogadictos. Los drogan los chocolatines, la
msica pop, el agua mineral, la Revolucin Cubana. Lstima que fuera tan linda,
aunque la palabra exacta no es linda. Era mucho ms que linda. Era como si
fuera de mbar. Cmo poda ser que una envoltura tan difana como el cuerpo
de Milena encerrara semejante desastre. Momento en que o detrs de m una
especie de tropel algodonoso, me di vuelta y ca de espaldas en mitad de la
vereda, con Milena encima.
Nos separ un polica en el preciso instante en que Milena, montada sobre mi
estmago, blanda una birome y deca que no me la clavaba en el ojo de lstima.
Ese mismo vigilante nos llev a la comisara quinta, donde, en algn momento,
sobrevino el siguiente dilogo.
El nunca me peg deca Milena, y si me hubiera pegado no es cosa de
ustedes. Es mi amante y puede hacer lo que quiera.
Si es su amante, lo que puede es ir preso dijo el oficial de guardia, y me mir.
La seorita es una menor.
Le ment dijo Milena. A l le ment, le hice creer que tena veintiuno. Y si no
nos deja ir les juro que declaro que el tortazo me lo dio el vigilante. Pongo de
testigos a todos los de La Paz. Por si no lo saben agreg asombrosamente, los
derechos adquiridos no se pierden.
Nadie entendi qu quiso decir pero nos dejaron en libertad. Despus era de
madrugada y estbamos caminando otra vez por el Parque Lezica. Cruzamos
hacia el casern de los perros de mrmol y Milena dijo que era una casa tan
hermosa que le daban ganas de llorar.
S, se ve que siempre fuiste muy sensible dije yo. Pero ahora explicame algo.
Por qu esta tarde dijiste eso de que una vez yo te dije no s qu cosa.
Porque me lo dijiste. Dijiste que ibas a escribir un poema sobre esta casa y me
lo ibas a dedicar a m.
Un poema de mierda precis.
Eso me sali porque estaba enojada.
Pero por qu dijiste una vez. Yo te conoc ayer: estabas mirando la casa y yo
me par a hablar con vos, y entonces te lo dije.
Milena me mir. Separ apenas los labios como si estuviera a punto de decir
algo, que finalmente no dijo.
Vos qu sabs murmur.
No volv a verla hasta quince aos ms tarde. Y esto tambin se escribe fcil.
Lo mejor, por ahora, es decir que en esos aos los grandes amores no duraban
mucho y que el nuestro no fue una excepcin. Nos defendamos del tiempo.
Nadie quera que la mujer o el hombre de su vida envejeciera, y eso, supongo,
tenda a acortar las pasiones. Era preferible recordar: el recuerdo, como la
ceguera, deja los rostros intactos. La casa de los perros fue demolida. Los
hippies se transformaron en farmacuticos o en melanclicos. Los Beatles se
separaron. En Bolivia mataron al Che. Yo cumpl cuarenta aos.
Hola dijo Milena.
Yo estaba sentado en un banco de la plaza de Crdoba y Jean Jaurs y haca
ms o menos un minuto haba tenido una revelacin: haba visto los perros de
mrmol. Era el mismo grupo de lebreles que, quince aos atrs, ornamentaba el
jardn de la casa de Parque Lezica, y ahora Milena estaba parada frente a m. La
misma pollera hind, el mismo collar. Segua teniendo diecisiete aos. No
quiero decir que era una mujer que pareca una adolescente, tampoco quiero
decir que aqulla era su hija. Quiero decir que era Milena y que segua teniendo
diecisiete aos.
Cuando lo imposible empieza a suceder, lo ms razonable es aceptarlo con
naturalidad.
Hola dije.
Ella se sac con lentitud los anteojos negros que traa puestos y acerc su cara
hacia m.
Hola repiti.
Qu te pas en el ojo pregunt.
Despus del tortazo que me diste anoche pregunts qu me pas en el ojo.
Hice una pausa.
Para m eso fue hace quince aos, Milena.
S dijo Milena. Pero vos no sabs nada.
De todas maneras, yo saba. Lo supe quiz desde la primera vez que la vi. Milena
no habitaba la misma realidad que yo, que ninguno de no-sotros. Ella tena un
tiempo suyo, viva en unos pocos das de los aos sesenta como en una isla
personal, y slo ah uno poda encontrarla, ms o menos como a las nyades se
las encuentra en sus ros o a las sirenas en el mar. Todo cambiaba o se
desmoronaba a su alrededor, pero ella segua en un Buenos Aires donde, frente
al Parque Lezica, haba una gran casa con perros de mrmol en el jardn; ella
andaba, para siempre, con su collar hasta la cintura y su blusa de bambula, por
una calle Corrientes donde seguan, indemnes, el cine Lorraine, los quioscos de
revistas literarias, el bar La Comedia.
Vos comprenders que esto es imposible dije.
Cmo va a ser imposible si est sucediendo. Me mir y se ri. Los derechos
adquiridos no se pierden.
Volvimos a pasar todo un da juntos. Del encuentro siguiente recuerdo menos su
cuerpo que un largo paredn, un puente y, all abajo, las vas del tren, en una
madrugada de Caballito o de Flores. Despus, es como un hueco y estamos
caminando por la Boca. Hay, en algn lugar de mi memoria, un vago resplandor
de mstiles iluminados y un eco remoto de canciones italianas que venan de
cantinas. O, tal vez, eso fue otra noche, cinco o seis aos ms tarde. Esa noche,
la de los mstiles, una violetera le haba dicho:
Pdale a su pap que le compre un ramito.
Comprame dijo Milena. Y a la violetera: No es mi pap. Es mi amante.
Con ms razn dijo la violetera.
Viste? o cerca de mi nuca, al rato.
Si vi qu.
Que le pareci natural.
En ese momento Milena caminaba detrs de m, pegada a mi espalda, abrazada
a mi cintura y sincronizando sus pasos con los mos.
No tiene nada de natural, Milena. Un hombre de mi edad no se pasea por la
Boca, a la madrugada, jugando a los siameses, con una chica de diecisiete aos
que tiene un ojo negro y que, adems, no existe.
Ufa dijo Milena.
Despus dijo que el moretn ya casi ni se le notaba. En los tres ltimos das se
haba puesto un bife crudo en el ojo. Lo haba ledo en una revista de boxeo, era
lo mejor para los moretones.
En los ltimos tres das, haba dicho. Ms de veinte aos para m. Cosa que
apenas era grave, considerando lo que supe unos aos ms tarde, en la
Costanera Sur. Yo no poda encontrarla voluntariamente: ella apareca en
cualquier momento y pasaba un da o dos conmigo. Por alguna razn, su tiempo,
el tiempo de Milena, slo abarcaba una semana. Ella me lo dijo o yo lo deduje de
algo que dijo. Le pregunt por qu. Milena me mir como si yo fuera un chico
idiota y cambi de conversacin. Nuestro primer encuentro, el nico que yo
consideraba real, haba ocurrido la madrugada de un domingo, frente al Parque
Lezica.
Segn eso dije, nos conocemos desde hace cinco das.
Chocolate por la noticia dijo Milena.
Estbamos en un hotel de la Costanera, y ella, con lenta aplicacin, se pintaba
de plateado la ua del dedo gordo del pie. Para esa poca mi generacin haba
perdido ciertas ilusiones de cambiar el mundo y yo tena ms de cincuenta
aos. En la Costanera Sur nadie se fija mucho si un hombre de cincuenta aos
entra en un hotel con un travesti, con una cabra o con la hija.
O sea que nos quedan dos das.
T lo has dicho, Caifs dijo Milena.
Y cundo voy a verte otra vez? pregunt, despus de pensarlo bastante.
Maana. Si quers.
Le pregunt cundo era maana para m, y ella contest que por qu no me
callaba, que le haca perder la concentracin. En el cielo raso del cuarto haba
un gran espejo. Yo, de espaldas en la cama, le ped que mirase hacia arriba.
S dijo Milena. No s cul es la gracia de estos espejos. Si ests encima mo
y abro un ojo te veo el culo.
No seas irrespetuosa, Milena. Tengo tres veces tu edad. Lo que quiero
preguntarte es qu ves.
Me veo a m mirando para abajo, y te veo a vos. Pegados al techo parecemos
moscas.
Me ves a m. Lo que te pregunto es si pensaste qu vas a ver de m maana.
Milena guard el frasquito y el pincel en su gran mochila floreada. Se me ech
encima, bufando, acerc mucho la cara a mi cara y dijo:
Te voy a ver a vos. Lo que ests mirando ah no tiene nada que ver conmigo. Yo
te voy a ver siempre como sos.
Y cmo soy.
Viejsimo dijo Milena.
Eso fue hace aos. Maana fue hoy mismo. Cada da que pasa me gusta menos
lo que veo en los espejos, me agito cuando subo por las escaleras, toso, y un
da de stos tendr que resignarme a dejar el cigarrillo. Esta vez no quise entrar
con ella en ningn hotel. La traje ac. Hasta hace unas horas, Milena andaba
por la casa preparando caf, dndole de comer a mi gato, husmeando en mi
biblioteca. En algn momento de la noche o una especie de grito de pjaro y la
vi venir con un papel en la mano.
Me lo escribiste. Viste que me lo ibas a escribir.
S, te lo escrib. Hace casi treinta aos, cuando demolieron la casa. Es
bastante malo.
A m no me parece dijo Milena. Pero ac pusiste que los perros son de piedra,
y esos perros son de mrmol.
Mrmol no rima con nada. Piedra rima con hiedra.
Mrmol rima con rbol dijo Milena.
No. Esa es una rima falsa, Milena.
Y vos sos medio pedante dijo Milena. Qu es una rima falsa.
Era nuestra vspera, nuestro penltimo encuentro, y ella quera saber qu es
una rima falsa. Ni siquiera nos habamos ido a la cama, suponiendo que hoy eso
hubiera sido una buena idea. La haba encontrado a la tarde, en Parque
Chacabuco, jugando a la payana con unos chicos rotosos que parecan salidos
de un cuadro de Berni. Yo volva del mdico y ella estaba sentada en el pasto,
en la posicin del loto, tirando piedritas hacia arriba y recogindolas con el
dorso de la mano. Casi la piso. Dnde te cres que vas, me dijo desde all abajo,
riendo, y se puso de pie y me tom del brazo, y ahora eran casi las doce de la
noche y Milena quera que le explicara qu es una rima falsa.
Fue una broma dije.
Tambin le dije que siempre haba querido preguntarle algo.
Zas dijo Milena. Qu.
Aquel da, me refiero al domingo, despus de haber estado conmigo, de veras
fuiste capaz de acostarte con el cretino del traje? Milena empezaba a abrir la
boca cuando agregu: Mentime, por favor.
Cmo te gusta complicar la vida dijo Milena. Pens un momento, dud y me
mir. No me acost.
Y a qu fuiste al hotel.
Eso qu tiene que ver. Cuando estbamos adentro le dije que era virgen y que
si me tocaba me pona a gritar. Es un ayudante de ctedra. Termin
aconsejndome que no fumara tanto y explicndome la Revolucin Mexicana.
Me ests mintiendo.
Usted sabr dijo Milena.
Tal vez yo me haba equivocado el primer da, tal vez esta chica era,
exactamente, para m.
Como ya dije, pronto sera medianoche. Si ahora le peda que se quedara a
dormir conmigo, bamos a entrar en un nuevo amanecer y este encuentro sera,
definitivamente, el ltimo.
Le ped por favor que se fuera. Me pregunt por qu.
Porque quiero verte maana le dije.
Si me quedo, tambin vas a verme maana.
No es lo mismo, Milena.
Y sta fue, hasta hace unas horas, mi historia con Milena.
Tal vez termin esta noche, o tal vez me queda un da ms. He pensado que
aunque yo ignore cmo hallarla, ella, en su semana del sesenta, con su blusa de
bambula y su pollera hind y sus cuadernos de la facultad, vendr a buscarme
maana. Ya conoce mi casa, ya sabe cmo encontrarme. Slo espero, mientras
me preparo a envejecer, que el maana del tiempo de Milena no llegue, para mi
tiempo, demasiado tarde.
El tiempo de Milena Por Abelardo Castillo

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