Carta Del Jefe Indio Seattle - Ecologia-Investigacion-3P

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COLEGIO DE ESTUDIOS CIENTIFICOS Y

TECNOLOGICOS DEL ESTADO DE JALISCO


Ecologa
DAC-F10P04-7.5
ngel David Medina Lpez
11/05/2015

INVESTIGACIN (3ER PARCIAL) - ECOLOGIA

Carta del Jefe Indio Seattle al Seor Franklin


Pierce, Presidente de E.U.A. (1854)
Introduccin
El presidente de los Estados Unidos,
Franklin Pierce, enva en 1854 una oferta al jefe
Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle
los
territorios del noroeste de los Estados Unidos
que
hoy forman el Estado de Washington. A cambio,
promete crear una "reservacin" para el pueblo
indgena. La respuesta del jefe Seattle, que se
transcribe a continuacin, ha sido descrita como
la
declaracin ms bella y ms profunda jams
hecha
sobre el medio ambiente. Por otra parte,
muestra la diferente concepcin del mundo entre las pieles rojas -para los cuales la naturaleza es
sagrada-, y la civilizacin moderna, que ve las cosas en trminos econmicos
La dramtica sentencia del gran jefe indio: "Termina la vida y empieza la supervivencia", result
proftica y alcanz incluso a su propia hija. Alrededor del ao 1890, en la propia ciudad de Seattle, el
fotgrafo norteamericano Edward S. Curtis, cuya meta personal era retratar a "la raza en extincin" en el
ocaso de su gloria, obtuvo la primera fotografa de una larga serie que ms tarde alcanzara la fama. La
modelo fue casualmente la princesa Angelina, hija del jefe Seattle, en cuyo honor se le dio nombre a la
ciudad. Consumida por el paso de los aos y por la miseria, ella acept humildemente el dlar que Curtis
le ofreci por posar para la fotografa. Si no atendemos al mensaje del jefe Seattle, la humanidad entera
se convertir en una doliente princesa que, como la legendaria Angelina, pose humildemente ante la lente
del futuro...sin la esperanza de sobrevivir.

Carta del Jefe Seattle al Presidente


de los Estados Unidos
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El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que
nos
quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado tambin palabras de amistad y de buena
voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad.
Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podr venir con sus
armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podr confiar en la palabra
del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas
inmutables son mis palabras.
Cmo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea
extraa.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, cmo es posible que usted se
proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puado
de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son
sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los rboles lleva consigo
la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas.
Nuestros muertos jams se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos
parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el
caballo, el gran guila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos hmedos de las campias,
el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra,
pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservar un lugar donde podamos vivir
satisfechos. l ser nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a
considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no ser fcil.
Esta tierra es sagrada para
nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ros no es apenas agua,
sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes debern recordar que ella es
sagrada, y debern ensear a sus nios que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias
de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ros es la
voz de mis antepasados.
Los ros son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ros cargan nuestras canoas y alimentan a
nuestros nios. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y ensear a sus hijos que los
ros son nuestros hermanos, y los suyos tambin. Por lo tanto, ustedes debern dar a los ros la bondad
que le dedicaran a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para l una porcin de tierra
tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la
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tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y
cuando ya la conquist, prosigue su camino. Deja atrs las tumbas de sus antepasados y no se
preocupa. Roba de la tierra aquello que sera de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su
hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o
adornos coloridos. Su apetito devorar la tierra, dejando atrs solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y
no comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningn lugar donde se pueda or el
florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Ms tal vez sea porque soy un
hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los odos.
Qu resta de la vida si un hombre no puede or el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las
ranas alrededor de un lago? Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave
murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o
perfumada por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el
animal, el rbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el
aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra
tierra al hombre blanco, l debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su
espritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, tambin recibi
su ltimo suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un
lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los
prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar,
impondr una condicin: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus
hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de bfalos
pudrindose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abati desde un tren al pasar. Yo
soy un hombre salvaje y no comprendo cmo es que el caballo humeante de hierro puede ser ms
importante que el bfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
Qu es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre morira de una gran
soledad de espritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrir a los hombres. Hay una unin
en todo.

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Ustedes deben ensear a sus nios que el suelo bajo sus pies es la
ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las
vidas de nuestro pueblo. Enseen a sus nios lo que enseamos a los nuestros, que la tierra es nuestra
madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrir a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el
suelo, estn escupiendo en s mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra.
Esto es lo que sabemos: todas las cosas estn relacionadas como la sangre que une una familia. Hay
una unin en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaer sobre los hijos de la tierra. El hombre no teji el tejido de la vida; l
es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo har a s mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como l, de amigo a amigo, no puede estar
exento del destino comn. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa
estamos seguros que el hombre blanco llegar a descubrir algn da: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrn pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, l es
el Dios del hombre, y su compasin es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos tambin pasarn; tal vez
ms rpido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche sern sofocados por sus
propios desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarn intensamente iluminados por la fuerza del Dios
que los trajo a estas tierras y por alguna razn especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el
hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los bfalos sean
exterminados, los caballos bravos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean
impregnados del olor de muchos hombres y la visin de las montaas obstruida por hilos de hablar.
Qu ha sucedido con el bosque espeso? Desapareci.
Qu ha sucedido con el guila? Desapareci.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.

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