BENEDICTO XVI, "Catequesis Sobre Los Santos Padres"
BENEDICTO XVI, "Catequesis Sobre Los Santos Padres"
BENEDICTO XVI, "Catequesis Sobre Los Santos Padres"
XXXXX Hemos meditado en los meses pasados en las figuras de cada uno de
los apóstoles y en los primeros testigos de la fe cristiana, mencionados en los
escritos del Nuevo Testamento. Ahora, prestaremos atención a los padres
apostólicos, es decir, a la primera y segunda generación de la Iglesia, después
de los apóstoles. De este modo podemos ver cómo comienza el camino de la
Iglesia en la historia.
XXXXX San Clemente, obispo de Roma en los últimos años del siglo I, es el
tercer sucesor de Pedro, después de Lino y Anacleto. El testimonio más
importante sobre su vida es el de san Ireneo, obispo de Lyón hasta el año 202. Él
atestigua que Clemente «había visto a los apóstoles», «se había encontrado con
ellos» y «todavía resonaba en sus tímpanos su predicación, y tenía ante los ojos
su tradición» («Adversus haereses» 3, 3, 3). Testimonios tardíos, entre los siglos
IV y VI, atribuyen a Clemente el título de mártir.
XXXXX Por lo que se refiere a los jefes de las comunidades, Clemente explicita
claramente la doctrina de la sucesión apostólica. Las normas que la regulan se
derivan, en última instancia, del mismo Dios. El Padre ha enviado a Jesucristo,
quien a su vez ha enviado a los apóstoles. Éstos luego mandaron a los primeros
jefes de las comunidades y establecieron que a ellos les sucedieran otros
hombres dignos. Por tanto, todo procede «ordenadamente de la voluntad de
Dios» (42). Con estas palabras, con estas frases, san Clemente subraya que la
Iglesia tiene una estructura sacramental y no una estructura política. La acción
de Dios que sale a nuestro encuentro en la liturgia precede a nuestras decisiones
e ideas. La Iglesia es sobre todo don de Dios y no una criatura nuestra, y por
ello esta estructura sacramental no garantiza sólo el ordenamiento común, sino
también la precedencia del don de Dios, del que todos tenemos necesidad.
XXXXXEn aquel tiempo, Roma, Alejandría y Antioquia eran las tres grandes
metrópolis del Imperio Romano. El Concilio de Nicea habla de los tres
«primados»: el de Roma, pero también el de Alejandría y Antioquia participan,
en cierto sentido, en un «primado».
XXXXXLa primera etapa del viaje de Ignacio hacia el martirio fue la ciudad de
Esmirna, donde era obispo san Policarpo, discípulo de san Juan. Allí, Ignacio
escribió cuatro cartas, respectivamente a las Iglesias de Éfeso, e Magnesia, de
Tralles y de Roma.
XXXXXRepite con frecuencia que Dios es unidad y que sólo en Dios ésta se
encuentra en el estado puro y originario. La unidad que tienen que realizar
sobre esta tierra los cristianos no es más que una imitación lo más conforme
posible con el modelo divino. De esta manera, Ignacio llega a elaborar una
visión de la Iglesia que recuerda mucho a algunas expresiones de la Carta a los
Corintios de Clemente Romano. «Conviene caminar de acuerdo con el
pensamiento de vuestro obispo, lo cual vosotros ya hacéis —escribe a los
cristianos de Éfeso—. Vuestro presbiterio, justamente reputado, digno de Dios,
está conforme con su obispo como las cuerdas a la cítara. Así en vuestro
sinfónico y armonioso amor es Jesucristo quien canta. Que cada uno de
vosotros también se convierta en coro a fin de que, en la armonía de vuestra
concordia, toméis el tono de Dios en la unidad y cantéis a una sola voz» (4,1-2).
XXXXX Las dos «Apologías» y el «Diálogo con el judío Trifón» son las únicas
obras que nos quedan de él. En ellas, Justino pretende ilustrar ante todo el
proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el
«Logos», es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Cada
hombre, como criatura racional, participa del «Logos», lleva en sí una «semilla»
y puede vislumbrar la verdad. De esta manera, el mismo «Logos», que se reveló
como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó
parcialmente, como con «semillas de verdad», en la filosofía griega. Ahora,
concluye Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y
personal del «Logos» en su totalidad, «todo lo bello que ha sido expresado por
cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos» (Segunda Apología
13,4). De este modo, Justino, si bien reprochaba a la filosofía griega sus
contradicciones, orienta con decisión hacia el «Logos» cualquier verdad
filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular «pretensión»
de vedad y de universalidad de la religión cristiana.
XXXXX Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo al igual que una figura se
orienta hacia la realidad que significa, la filosofía griega tiende a su vez a Cristo
y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos
realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega son como dos caminos
que guían a Cristo, al «Logos». Por este motivo la filosofía griega no puede
oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con
confianza, como si se tratara de un propio bien. Por este motivo, mi venerado
predecesor, el Papa Juan Pablo II, definió a Justino como «un pionero del
encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un
cauto discernimiento»: pues Justino, «conservando después de la conversión
una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el
cristianismo había encontrado ―la única filosofía segura y provechosa‖
(«Diálogo con Trifón» 8,1)» («Fides et ratio», 38).
XXXXX De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del «Logos», sino
que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que éste era reconocido por
la filosofía griega como carente de consistencia en la verdad. Por este motivo, el
ocaso de la religión pagana era inevitable: era la lógica consecuencia del
alejamiento de la religión de la verdad del ser, reducida a un conjunto artificial
de ceremonias, convenciones y costumbres.
XXXXX En este sentido, hay que tener en cuenta que el término «consuetudo»,
que utiliza Tertuliano para hacer referencia a la religión pagana, puede ser
traducido en los idiomas modernos con las expresiones «moda cultural»,
«moda del momento».
XXXXX En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros
siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Sus
noticias biográficas nos vienen de su mismo testimonio, que nos ha llegado
hasta nosotros gracias a Eusebio en el quinto libro de la «Historia eclesiástica».
XXXXX Ireneo nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía)
entre los años 135 y 140, donde en su juventud fue alumno del obispo
Policarpo, quien a su vez era discípulo del apóstol Juan. No sabemos cuándo se
transfirió de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debió coincidir con los
primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177,
encontramos a Ireneo en el colegio de los presbíteros.
XXXXX Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la
comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a Ireneo la
persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los
que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, fallecido
a causa de los malos tratos en la cárcel. De este modo, a su regreso, Ireneo fue
elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio
episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el martirio.
XXXXX Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene
la prudencia, la riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca
un doble objetivo: defender la verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y
exponer con claridad la verdad de la fe. A estos dos objetivos responden
exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros «Contra las
herejías» y «La exposición de la predicación apostólica», que puede ser
considerada también como el «catecismo de la doctrina cristiana» más antiguo.
En definitiva, Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.
XXXXX La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina
que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo
para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el
contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban «gnósticos»— podrían
comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos y de este modo
formarían un cristianismo de élite, intelectualista.
XXXXX Después del tiempo de las fiestas, volvemos a las catequesis normales, a
pesar de que visiblemente la plaza está todavía de fiesta. Con las catequesis
volvemos, como decía, al tema comenzado antes. Habíamos hablado de los
doce apóstoles, luego de los discípulos de los apóstoles, ahora de las grandes
personalidades de la Iglesia naciente, de la Iglesia antigua. La última vez
habíamos hablado de san Ireneo de Lyon, hoy hablamos de Clemente de
Alejandría, un gran teólogo que nace probablemente en Atenas, en torno a la
mitad del siglo II. De Atenas heredó un agudo interés por la filosofía, que haría
de él uno de los alféreces del diálogo entre fe y razón en la tradición cristiana.
Cuando todavía era joven, llegó a Alejandría, la «ciudad símbolo» de ese
fecundo cruce entre diferentes culturas que caracterizó la edad helenista. Fue
discípulo de Panteno, hasta sucederle en la dirección de la escuela catequística.
Numerosas fuentes atestiguan que fue ordenado presbítero. Durante la
persecución de 202-203 abandonó Alejandría para refugiarse en Cesarea, en
Capadocia, donde falleció hacia el año 215.
XXXXX Las obras más importantes que nos quedan de él son tres: el
«Protréptico», el «Pedagogo», y los «Stromata». Si bien parece que no era la
intención originaria del autor, estos escritos constituyen una auténtica trilogía,
destinada a acompañar eficazmente la maduración espiritual del cristiano.
XXXXX Primer nivel: los cristianos creyentes que viven la fe de una manera
común, aunque esté siempre abierta a los horizontes de la santidad. Luego está
el segundo nivel: los «gnósticos», es decir, los que ya llevan una vida de
perfección espiritual; en todo caso, el cristiano tiene que comenzar por la base
común de la fe y a través de un camino de búsqueda debe dejarse guiar por
Cristo y de este modo llegar al conocimiento de la Verdad y de las verdades que
conforman el contenido de la fe. Este conocimiento, nos dice Clemente, se
convierte para el alma en una realidad viva: no es sólo una teoría, es una fuerza
de vida, es una unión de amor transformante. El conocimiento de Cristo no es
sólo pensamiento, sino que es amor que abre los ojos, transforma al hombre y
crea comunión con el «Logos», con el Verbo divino que es verdad y vida. En
esta comunión, que es el perfecto conocimiento y es amor, el perfecto cristiano
alcanza la contemplación, la unificación con Dios.
XXXXX Clemente retoma finalmente la doctrina, según al cual, el fin último del
hombre consiste en ser semejante a Dios. Hemos sido creados a imagen y
semejanza de Dios, pero esto es también un desafío, un camino; de hecho, el
objetivo de la vida, el destino último consiste verdaderamente en hacerse
semejantes a Dios. Esto es posible gracias a la connaturalidad con Él, que el
hombre ha recibido en el momento de la creación, motivo por el cual de por sí
ya es imagen de Dios. Esta connaturalidad permite conocer las realidades
divinas a las que el hombre adhiere ante todo por la fe y, a través de la vivencia
de la fe, de la práctica de las virtudes, puede crecer hasta llegar a la
contemplación de Dios. De este modo, en el camino de la perfección, Clemente
da la misma importancia al requisito moral que al intelectual. Los dos van
juntos porque no es posible conocer sin vivir y no se puede vivir sin conocer.
No es posible asemejarse a Dios y contemplarle simplemente con el
conocimiento racional: para lograr este objetivo se necesita una vida según el
«Logos», una vida según la verdad. Y, por tanto, las buenas obras tienen que
acompañar el conocimiento intelectual, como la sombra acompaña al cuerpo.
XXXXX Hay dos virtudes que adornan particularmente al alma del «auténtico
gnóstico». La primera es la libertad de las pasiones («apátheia»); la otra, es el
amor, la verdadera pasión, que asegura la unión íntima con Dios. El amor da la
paz perfecta, y hace que el «auténtico gnóstico» sea capaz de afrontar los
sacrificios más grandes, incluso el sacrificio supremo en el seguimiento de
Cristo, y le hace subir de nivel hasta llegar a la cumbre de las virtudes. De este
modo, el ideal ético de la filosofía antigua, es decir, la liberación de las pasiones,
vuelve a ser redefinido por Clemente y conjugado con el amor, en el proceso
incesante que lleva a asemejarse a Dios.
XXXXX De esta manera, el pensador de Alejandría propició la segunda gran
oportunidad de diálogo entre el anuncio cristiano y la filosofía griega. Sabemos
que san Pablo en el Areópago de Atenas, donde Clemente nació, había hecho el
primer intento de diálogo con la filosofía griega, y en buena parte había
fracasado, pues le dijeron: «Otra vez te escucharemos». Ahora Clemente,
retoma este diálogo, y lo ennoblece al máximo en la tradición filosófica griega.
Como escribió mi venerado predecesor Juan Pablo II en la encíclica «Fides et
ratio» , Clemente de Alejandría llega a interpretar la filosofía como «una
instrucción propedéutica a la fe cristiana (n. 38). Y, de hecho, Clemente llegó a
afirmar que Dios habría dado la filosofía a los griegos «como un Testamento
propio para ellos» («Stromata» 6, 8, 67, 1). Para él la tradición filosófica griega,
casi como sucede con la Ley para los judíos, es el ámbito de «revelación», son
dos corrientes que en definitiva se dirigen hacia el mismo «Logos». Clemente
sigue marcando con decisión el camino de quien quiere «dar razón» de su fe en
Jesucristo. Puede servir de ejemplo a los cristianos, a los catequistas y a los
teólogos de nuestro tiempo a los que Juan Pablo II, en la misma encíclica,
exhortaba «a recuperar y subrayar más la dimensión metafísica de la verdad
para entrar así en diálogo crítico y exigente con el pensamiento filosófico
contemporáneo».
XXXXX Sobre todo por esta vía Orígenes llega a promover eficazmente la
«lectura cristiana» del Antiguo Testamento, replicando brillantemente el
desafío de aquellos herejes –sobre todo gnósticos y marcionitas- que oponían
entre sí los dos Testamentos hasta rechazar el Antiguo. Al respecto, en la misma
Homilía sobre los Números, el alejandrino afirma: «Yo no llamo a la Ley un
―Antiguo Testamento‖, si la comprendo en el Espíritu. La Ley se convierte en
un ―Antiguo Testamento‖ sólo para los que quieren comprenderla
carnalmente», esto es, quedándose en la letra del texto. Pero «para nosotros, que
la comprendemos y la aplicamos en el Espíritu y en el sentido del Evangelio, la
Ley es siempre nueva, y los dos Testamentos son para nosotros un nuevo
Testamento, no a causa de la fecha temporal, sino de la novedad del sentido...
En cambio, para el pecador y para los que no respetan la condición de la
caridad, también los Evangelios envejecen» (Hom. Num . 9,4).
XXXXX Con la catequesis de hoy retomamos el hijo abandonado con motivo del
viaje en Brasil y seguimos hablando de las grandes personalidades de la Iglesia
antigua: son maestros de fe también para nosotros hoy y testigos de la perenne
actualidad de la fe cristiana.
XXXXX Hoy hablamos de un africano, Tertuliano, que entre el final del siglo II e
inicios del siglo III inaugura la literatura cristiana en latín. Con él comienza una
teología en este idioma. Su obra ha dado frutos decisivos, que sería
imperdonable infravalorar. Su influencia se desarrolla a diversos niveles: desde
el lenguaje y la recuperación de la cultura clásica, hasta la individuación de un
«alma cristiana» común en el mundo y la formulación de nuevas propuestas de
convivencia humana.
XXXXX Comenzó a publicar sus escritos más famosos en el año 197. Pero una
búsqueda demasiado individual de la verdad junto con la intransigencia de su
carácter, le llevaron poco a poco a abandonar la comunión con la Iglesia y a
unirse a la secta del montanismo. Sin embargo, la originalidad de su
pensamiento y la incisiva eficacia de su lenguaje le dan un lugar de particular
importancia en la literatura cristiana antigua.
XXXXX En sus obras se leen además numerosos textos sobre la Iglesia, a la que
Tertuliano reconoce como «madre». Incluso tras su adhesión al montanismo, no
olvidó que la Iglesia es la Madre de nuestra fe y de nuestra vida cristiana.
Analiza también la conducta moral de los cristianos y la vida futura.
XXXXX Desde el punto de vista humano, se puede hablar sin duda del drama
de Tertuliano. Con el paso del tiempo, se hizo cada vez más exigente con los
cristianos. Pretendía de ellos en toda circunstancia, y sobre todo en las
persecuciones, un comportamiento heroico. Rígido en sus posiciones, no
ahorraba duras críticas y acabó inevitablemente aislándose. De hecho, hoy día
quedan aún abiertas muchas cuestiones, no sólo sobre el pensamiento teológico
y filosófico de Tertuliano, sino también sobre su actitud ante las instituciones
políticas de la sociedad pagana.
XXXXX Esta gran personalidad moral e intelectual, este hombre que ha dado
una contribución tan grande al pensamiento cristiano, me hace reflexionar
mucho. Se ve que al final le falta la sencillez, la humildad para integrarse en la
Iglesia, para aceptar sus debilidades, para ser tolerante con los demás y consigo
mismo.
XXXXX San Atanasio fue, sin duda, uno de los Padres de la Iglesia antigua más
importantes y venerados. Pero este gran santo es, sobre todo, el apasionado
teólogo de la encarnación del Logos, el Verbo de Dios que, como dice el prólogo
del cuarto evangelio, "se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14).
XXXXX Precisamente por este motivo san Atanasio fue también el más
importante y tenaz adversario de la herejía arriana, que entonces era una
amenaza para la fe en Cristo, reducido a una criatura "intermedia" entre Dios y
el hombre, según una tendencia que se repite en la historia y que también hoy
existe de diferentes maneras.
XXXXX Al morir el obispo san Alejandro, en el año 328, san Atanasio pasó a ser
su sucesor como obispo de Alejandría, e inmediatamente rechazó con decisión
cualquier componenda con respecto a las teorías arrianas condenadas por el
concilio de Nicea. Su intransigencia, tenaz y a veces muy dura, aunque
necesaria, contra quienes se habían opuesto a su elección episcopal y sobre todo
contra los adversarios del Símbolo de Nicea, le provocó la implacable hostilidad
de los arrianos y de los filo-arrianos.
XXXXX A pesar del resultado inequívoco del Concilio, que había afirmado con
claridad que el Hijo es de la misma substancia del Padre, poco después esas
ideas erróneas volvieron a prevalecer —en esa situación, Arrio fue incluso
rehabilitado— y fueron sostenidas por motivos políticos por el mismo
emperador Constantino y después por su hijo Constancio II. Este, al que le
preocupaban más la unidad del Imperio y sus problemas políticos que la
verdad teológica, quería politizar la fe, haciéndola más accesible, según su
punto de vista, a todos los súbditos del Imperio.
XXXXX San Antonio, con su fuerza espiritual, era la persona más importante
que apoyaba la fe de san Atanasio. Al volver definitivamente a su sede, el
obispo de Alejandría pudo dedicarse a la pacificación religiosa y a la
reorganización de las comunidades cristianas. Murió el 2 de mayo del año 373,
día en el que celebramos su memoria litúrgica.
XXXXX Entre las demás obras de este gran Padre de la Iglesia, que en buena
parte están vinculadas a las vicisitudes de la crisis arriana, podemos citar
también las cuatro cartas que dirigió a su amigo Serapión, obispo de Thmuis,
sobre la divinidad del Espíritu Santo, en las que esa verdad se afirma con
claridad, y unas treinta cartas "festivas", dirigidas al inicio de cada año a las
Iglesias y a los monasterios de Egipto para indicar la fecha de la fiesta de
Pascua, pero sobre todo para consolidar los vínculos entre los fieles, reforzando
su fe y preparándolos para esa gran solemnidad.
XXXXX Por lo demás, el mismo san Atanasio muestra que tenía clara conciencia
de la influencia que podía ejercer sobre el pueblo cristiano la figura ejemplar de
san Antonio. En la conclusión de esa obra escribe: "El hecho de que llegó a ser
famoso en todas partes, de que encontró admiración universal y de que su
pérdida fue sentida aun por gente que nunca lo vio, subraya su virtud y el amor
que Dios le tenía. Antonio ganó renombre no por sus escritos ni por sabiduría
de palabras ni por ninguna otra cosa, sino sólo por su servicio a Dios. Y nadie
puede negar que esto es don de Dios. ¿Cómo explicar, en efecto, que este
hombre, que vivió escondido en la montaña, fuera conocido en España y Galia,
en Roma y África, sino por Dios, que en todas partes da a conocer a los suyos, y
que, más aún, le había anunciado esto a Antonio desde el principio? Pues
aunque hagan sus obras en secreto y deseen permanecer en la oscuridad, el
Señor los muestra públicamente como lámparas a todos los hombres, y así los
que oyen hablar de ellos pueden darse cuenta de que los mandamientos llevan
a la perfección, y entonces cobran valor para seguir la senda que conduce a la
virtud" (Vida de san Antonio, 93, 5-6).
XXXXX Sí, hermanos y hermanas, tenemos muchos motivos para dar gracias a
san Atanasio. Su vida, como la de san Antonio y la de otros innumerables
santos, nos muestra que "quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino
que se hace realmente cercano a ellos" (Deus caritas est, 42).
San Cirilo de Jerusalén
XXXXX San Cirilo, nacido alrededor del año 315 en Jerusalén o en sus cercanías,
recibió una óptima formación literaria, que constituyó la base de su cultura
eclesiástica, centrada en el estudio de la Biblia. Ordenado presbítero por el
obispo Máximo, cuando este murió o fue depuesto, en el año 348 fue ordenado
obispo por Acacio, influyente metropolita de Cesarea de Palestina, filo-arriano,
convencido de que Cirilo era su aliado. Por eso, se sospechó que había obtenido
el nombramiento episcopal mediante concesiones al arrianismo.
XXXXX En realidad, muy pronto san Cirilo chocó con Acacio, no sólo en el
campo doctrinal, sino también en el jurisdiccional, porque san Cirilo
reivindicaba la autonomía de su sede con respecto a la metropolitana de
Cesarea. En dos décadas san Cirilo sufrió tres destierros: el primero en el año
357, cuando fue depuesto por un Sínodo de Jerusalén; el segundo, en el año 360,
por obra de Acacio; y el tercero, el más largo -duró once años- en el año 367 por
iniciativa del emperador filo-arriano Valente. Sólo en el año 378, después de la
muerte del emperador, san Cirilopudo volver a tomar definitivamente posesión
de su sede, devolviendo a los fieles unidad y paz.
XXXXX Por lo que atañe a la catequesis moral , se funda, con una profunda
unidad, en la catequesis doctrinal: el dogma se va introduciendo
progresivamente en las almas, las cuales así se ven impulsadas a cambiar los
comportamientos paganos de acuerdo con la nueva vida en Cristo, don del
bautismo.
XXXXX Hoy queremos recordar a uno de los grandes padres de la Iglesia, san
Basilio, definido por los textos litúrgicos bizantinos como una «lumbrera de la
Iglesia» Fue un gran obispo del siglo IV, por el que siente admiración tanto la
Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la
excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de capacidades
especulativas y prácticas.
XXXXX Nació alrededor del año 330 en una
familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de
profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla.
Insatisfecho por los éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido
mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: «Un día, como despertando de
un sueño profundo, me dirigí a la admirable luz de la verdad del Evangelio…,
y lloré sobre mi miserable vida» (Cf. Carta 223: PG 32,824a).
XXXXX Atraído
por Cristo, comenzó a tener ojos sólo para él y a escucharle solo a él (Cf.
«Moralia» 80,1: PG 31,860bc). Con determinación se dedicó a la vida monástica
en la oración, en la meditación de las Sagradas Escrituras y de los escritos de los
Padres de la Iglesia y en el ejercicio de la caridad (Cf. Cartas. 2 y 22), siguiendo
también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, quien ya vivía el ascetismo
monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370,
consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.
XXXXX
Con la predicación y los escritos desarrolló una intensa actividad pastoral,
teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir al mismo tiempo el servicio
a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Sirviéndose
de su experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o
comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia
(Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,29 in laudem Basilii»: PG 36,536b). Con la
palabra y los escritos, muchos de los cuales todavía hoy se conservan (Cf.
«Regulae brevius tractatae», Proemio: PG 31,1080ab), les exhortaba a vivir y a
avanzar en la perfección. De esos escritos [cf. Regla monástica mayor] se
valieron después no pocos legisladores de la vida monástica, entre ellos, muy
especialmente, San Benito, que considera a Basilio como su maestro (Cf
«Regula» 73, 5).
XXXXX En realidad, san Basilio creó un monaquismo muy
particular: no estaba cerrado a la comunidad de la Iglesia local, sino abierto a
ella. Sus monjes formaban parte de la Iglesia local, eran su núcleo animador
que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la
fe, mostraba su firme adhesión a él, el amor por él, sobre todo en las obras de
caridad.
XXXXX Estos monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al
servicio de los pobres y de este modo mostraron la vida cristiana de una
manera completa. El siervo de Dios Juan Pablo II, hablando del monaquismo,
escribió: «muchos opinan que esa institución tan importante en toda la Iglesia
como es la vida monástica quedó establecida, para todos los siglos,
principalmente por san Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no
habría quedado tan propiamente definida sin su decisiva aportación» (carta
apostólica «Patres Ecclesiae» 2).
XXXXX Como obispo y pastor de su
extendida diócesis, Basilio se preocupó constantemente por las difíciles
condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció con firmeza el mal;
se comprometió con los pobres y los marginados; intervino ante los gobernantes
para aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de
calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los potentes para
defender el derecho de profesar la verdadera fe (Cf. Gregorio Nacianceno,
«Oratio 43,48-51 in laudem Basilii»: PG 36,557c-561c). Dio testimonio de Dios,
que es amor y caridad, con la construcción de varios hospicios para necesitados
(Cf. Basilio, Carta 94: PG 32,488bc), una especie de ciudad de la misericordia,
que tomó su nombre «Basiliade» (Cf. Sozomeno, «Histori a Eclesiástica». 6,34:
PG 67,1397a). En ella hunden sus raíces las los modernos hospitales para la
atención de los enfermos.
XXXXX Consciente de que «la liturgia es la
cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de
donde mana toda su fuerza» («Sacrosanctum Concilium» 10), Basilio, si bien se
preocupaba por vivir la caridad, que es la característica de la fe, fue también un
sabio «reformador litúrgico» (Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,34 in laudem
Basilii»: PG 36,541c). Nos dejó una gran oración eucarística [o anáfora] que
toma su nombre y que ha dado un orden fundamental a la oración y a la
salmodia: gracias a él, el pueblo amó y conoció los Salmos e iba a rezarlos
incluso de noche (Cf. Basilio, «In Psalmum» 1,1-2: PG 29,212a-213c). De este
modo, podemos ver cómo liturgia, adoración, oración están unidas a la caridad,
se condicionan recíprocamente.
XXXXX Con celo y valentía, Basilio supo
oponerse a los herejes, quienes negaban que Jesucristo fuera Dios como el Padre
(Cf. Basilio, Carta 9,3: PG 32,272a; Carta 52,1-3: PG 32,392b-396a; «Adversus
Eunomium» 1,20: PG 29,556c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban
la divinidad del Espíritu Santo, afirmó que también el Espíritu Santo es Dios y
«tiene que ser colocado y glorificado junto al Padre y el Hijo» (Cf. «De Spiritu
Sancto»: SC 17bis, 348). Por este motivo, Basilio es uno de los grandes padres
que formularon la doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, dado que es Amor,
es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe, la
unidad divina.
XXXXX En su amor por Cristo y su Evangelio, el gran
capadocio se comprometió también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia
(Cf. Carta 70 y 243), tratando siempre de que todos se convirtieran a Cristo y a
su Palabra (Cf. «De iudicio» 4: PG 31,660b-661a), fuerza unificadora, a la que
todos los creyentes tienen que obedecer (Cf. ibídem 1-3: PG 31,653a-656c).
XXXXX Concluyendo, Basilio se entregó totalmente al fiel servicio a la
Iglesia en el multiforme servicio del ministerio episcopal. Según el programa
que él mismo trazó, se convirtió en «apóstol y ministro de Cristo, dispensador
de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y regla de piedad, ojo del
cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas de Cristo, médico piadoso, padre y
nodriza, cooperador de Dios, agricultor d Dios, constructor del templo de Dios»
(Cf. «Moralia» 80,11-20: PG 31,864b-868b).
XXXXX Este es el programa que
el santo obispo entrega a los heraldos de la Palabra, tanto ayer como hoy, un
programa que él mismo se comprometió generosamente por vivir.
XXXXX
En el año 379, Basilio, sin haber cumplido los cincuenta años, agotado por el
cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de la vida eterna, a
través de Jesucristo, nuestro Señor» («De Bautismo» 1, 2, 9). Fue un hombre que
vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre del amor por
el prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, Basilio nos muestra
cómo ser realmente cristianos.
San Basilio (enseñanzas)
XXXXX San Basilio habla, ante todo, del misterio de Dios, que sigue siendo el
punto de referencia más significativo y vital para el hombre. El Padre es "el
principio de todo y la causa del ser de lo que existe, la raíz de los seres vivos"
(Hom. 15, 2 de fide: PG 31, 465c) y sobre todo es "el Padre de nuestro Señor
Jesucristo" (Anaphora sancti Basilii). Remontándonos a Dios a través de las
criaturas, "tomamos conciencia de su bondad y de su sabiduría" (Contra
Eunomium 1, 14: PG 29, 544b). El Hijo es la "imagen de la bondad del Padre y el
sello de forma igual a él" (cf. Anaphora sancti Basilii). Con su obediencia y su
pasión, el Verbo encarnado realizó la misión de Redentor del hombre (cf. In
Psalmum 48, 8: PG 29, 452ab; De Baptismo 1, 2: SC 357, 158).
XXXXX Por último, habla extensamente del Espíritu Santo, al que dedicó un
libro entero. Nos explica que el Espíritu Santo anima a la Iglesia, la colma de sus
dones y la hace santa. La luz espléndida del misterio divino se refleja en el
hombre, imagen de Dios, y exalta su dignidad. Contemplando a Cristo, se
comprende plenamente la dignidad del hombre. San Basilio exclama:
"(Hombre), date cuenta de tu grandeza considerando el precio pagado por ti:
mira el precio de tu rescate y comprende tu dignidad" (In Psalmum 48, 8: PG 29,
452b).
XXXXX San Basilio, en sus homilías usó también palabras valientes, fuertes, a
este respecto. En efecto, quien quiere amar al prójimo como a sí mismo,
cumpliendo el mandamiento de Dios, "no debe poseer nada más de lo que
posee su prójimo" (Hom. in divites : PG 31, 281b).
XXXXX En tiempo de carestía y calamidad, con palabras apasionadas, el santo
obispo exhortaba a los fieles a "no mostrarse más crueles que las bestias...,
apropiándose de lo que es común y poseyendo ellos solos lo que es de todos"
(Hom. tempore famis : PG 31, 325a). El pensamiento profundo de san Basilio se
pone claramente de manifiesto en esta sugestiva frase: "Todos los necesitados
miran nuestras manos, como nosotros miramos las de Dios cuando tenemos
necesidad".
XXXXX Así pues, es bien merecido el elogio que hizo de él san Gregorio
Nacianceno, el cual, después de la muerte de san Basilio, dijo: "Basilio nos
persuadió de que, al ser hombres, no debemos despreciar a los hombres ni
ultrajar a Cristo, cabeza común de todos, con nuestra inhumanidad respecto de
los hombres; más bien, en las desgracias ajenas debemos obtener beneficio y
prestar a Dios nuestra misericordia, porque necesitamos misericordia" (Oratio
43, 63: PG 36, 580b). Son palabras muy actuales. Realmente, san Basilio es uno
de los Padres de la doctrina social de la Iglesia.
XXXXX San Basilio nos recuerda, además, que para mantener vivo en nosotros
el amor a Dios y a los hombres, es necesaria la Eucaristía, alimento adecuado para
los bautizados, capaz de robustecer las nuevas energías derivadas del Bautismo
(cf. De Baptismo 1, 3: SC 357, 192). Es motivo de inmensa alegría poder participar
en la Eucaristía (Moralia 21, 3: PG 31, 741a), instituida "para conservar
incesantemente el recuerdo de Aquel que murió y resucitó por nosotros"
(Moralia 80, 22: PG 31, 869b).
XXXXX Por último, san Basilio también se interesó, naturalmente, por esa
porción elegida del pueblo de Dios que son los jóvenes, el futuro de la sociedad.
A ellos les dirigió un Discurso sobre el modo de sacar provecho de la cultura
pagana de su tiempo. Con gran equilibrio y apertura, reconoce que en la
literatura clásica, griega y latina, se encuentran ejemplos de virtud. Estos
ejemplos de vida recta pueden ser útiles para el joven cristiano en la búsqueda
de la verdad, del modo recto de vivir (cf. Ad adolescentes 3).
XXXXX Por tanto, hay que tomar de los textos de los autores clásicos lo que es
conveniente y conforme a la verdad; así, con una actitud crítica y abierta —en
realidad, se trata de un auténtico "discernimiento"— los jóvenes crecen en la
libertad. Con la célebre imagen de las abejas, que toman de las flores sólo lo que
sirve para la miel, san Basilio recomienda: "Como las abejas saben sacar de las
flores la miel, a diferencia de los demás animales, que se limitan a gozar del
perfume y del color de las flores, así también de estos escritos... se puede sacar
provecho para el espíritu. Debemos utilizar esos libros siguiendo en todo el
ejemplo de las abejas, las cuales no van indistintamente a todas las flores, y
tampoco tratan de sacar todo lo que tienen las flores donde se posan, sino que
sólo sacan lo que les sirve para la elaboración de la miel, y dejan lo demás. Así
también nosotros, si somos sabios, tomaremos de esos escritos lo que se adapta
a nosotros y es conforme a la verdad, y dejaremos el resto" (Ad adolescentes 4).
San Basilio recomienda a los jóvenes, sobre todo, que crezcan en la virtud, en el
recto modo de vivir: "Mientras que los demás bienes... pasan de uno a otro,
como en el juego de los dados, sólo la virtud es un bien inalienable, y
permanece durante la vida y después de la muerte" (ib. , 5).
XXXXX Queridos hermanos y hermanas, podemos decir que este santo Padre
de un tiempo tan lejano nos habla también a nosotros y nos dice cosas
importantes. Ante todo, esta participación atenta, crítica y creativa en la cultura
de hoy. Luego, la responsabilidad social: en nuestro tiempo, en un mundo
globalizado, también los pueblos geográficamente lejanos son realmente
nuestro prójimo. A continuación, la amistad con Cristo, el Dios de rostro
humano. Y, por último, el conocimiento y la acción de gracias a Dios, Creador y
Padre de todos nosotros: sólo abiertos a este Dios, Padre común, podemos
construir un mundo justo y fraterno.
San Gregorio de Nacianzo (retrato)
XXXXX Evocando esta amistad, Gregorio escribirá más tarde: ―En aquel
entonces, no sólo yo sentía una auténtica veneración hacia mi gran Basilio por la
seriedad de sus costumbres y por la naturaleza y sabiduría de sus discursos,
sino que animaba también a otros, que aún no le conocían, a hacer otro tanto…
Nos guiaba la misma ansia de saber. Y esta era nuestra competición: no quién
sería el primero, sino quién ayudaría al otro a serlo. Parecía que tuviésemos una
sola alma en dos cuerpos‖ (Oratio 43,16-20; SC 384 154-156.164). Son palabras,
que de alguna manera, describen el autorretrato de esta noble alma. Pero
también puede imaginarse que este hombre, que estaba proyectado fuertemente
más allá de los valores terrenos, sufriera mucho por las cosas de este mundo.
XXXXX Cuando volvió a casa, Gregorio recibió el bautismo y se orientó
hacia la vida monástica: la soledad, la meditación filosófica y espiritual, le
fascinaban. Él mismo escribirá: ―Nada me parece más grande que esto: hacer
callar los propios sentidos, salir de la carne del mundo, recogerse en uno
mismo, dejar de ocuparse de las cosas humanas, excepto de las estrictamente
necesarias, hablar consigo mismo y con Dios, llevar una vida que trasciende las
cosas visibles; llevar en el alma imágenes divinas siempre puras, sin mezcla de
firmas terrenas y erróneas, ser verdaderamente un espejo inmaculado de Dios y
de las cosas divinas, y serlo cada vez más, tomando luz de la luz…; gozar, en la
esperanza presente, el bien futuro, y conversar con los ángeles; haber
abandonado ya la tierra, aun estando en la tierra, transportados a lo alto con el
espíritu‖ («Oratio 2»,7: SC 247,96).
XXXXX Como confía en su autobiografía
(cfr «Carmina [histórica] 2»,1,11 «De vita sua» 340-349: PG 37,1053) recibió la
ordenación presbiteral con cierta duda, porque sabía que después debería
ejercer como pastor, ocuparse de los demás, de sus cosas y, por ello, no podría
estar ya recogido en la meditación pura. Sin embargo, después aceptó esta
vocación y asumió el ministerio pastoral en plena obediencia, aceptando, como
le sucedió a menudo durante su vida, el ser llevado por la Providencia allí a
donde no quisiera ir (cfr Jn 21,18).
XXXXX Por eso, escuchemos esta voz e intentemos conocer también nosotros el
rostro de Dios. En una de sus poesías, había escrito dirigiéndose a Dios: ―Sé
benigno, Tú, más Allá de todo‖ («Carmina [dogmática]» 1,1,29: PG 37,508). Y en
el año 390 Dios acogía entre sus brazos a este siervo fiel, que le había defendido
en sus escritos con una aguda inteligencia y que le había cantado con tanto
amor en sus poesías.
San Gregorio de Nacianzo (enseñanzas)
XXXXX En los retratos de los grandes padres y doctores de la Iglesia que trato
de ofrecer en estas catequesis, la última vez hablé de san Gregorio Nacianceno,
obispo del siglo IV, y hoy quisiera seguir completando el retrato de este gran
maestro. Hoy trataremos de recoger algunas de sus enseñanzas.
XXXXX
Reflexionando sobre la misión que Dios le había confiado, san Gregorio
Nacianceno concluía: «He sido creado para ascender hasta Dios con mis
acciones» («Oratio 14,6 de pauperum amore»: PG 35,865). De hecho, puso al
servicio de Dios y de la Iglesia su talento de escritor y orador. Escribió
numerosos discursos, homilías y panegíricos, muchas cartas y obras poéticas
(¡casi 18.000 versos!): una actividad verdaderamente prodigiosa. Había
comprendido cuál era la misión que Dios le había confiado: «Siervo de la
Palabra, me adhiero al ministerio de la Palabra, que nunca me permita
descuidar este bien. Yo aprecio y gozo con esta vocación, me da más alegría que
todo lo demás» («Oratio 6,5»: SC 405,134; Cf. también «Oratio 4,10»).
XXXXX
El nacianceno era un hombre manso, y en su vida siempre trató de promover la
paz en la Iglesia de su tiempo, lacerada por discordias y herejías. Con audacia
evangélica se esforzó por superar su propia timidez para proclamar la verdad
de la fe. Sentía profundamente el anhelo de acercarse a Dios, de unirse a Él. Lo
expresa él mismo en una poesía, en la que escribe: «grandes corrientes del mar
de la vida, agitado de aquí a allá por impetuosos vientos; había sólo una cosa
que quería, mi única riqueza, consuelo y olvido de los cansancios, la luz de la
santa Trinidad» («Carmina [histórica]» 2,1,15: PG 37,1250ss.).
XXXXX
Gregorio hizo resplande cer la luz de la Trinidad, defendiendo la fe proclamada
en el Concilio de Nicea: un solo Dios en tres Personas iguales y distintas —
Padre, Hijo y Espíritu Santo—, «triple luz que se une en un único esplendor»
(«Himno vespertino: Carmina [histórica]» 2,1,32: PG 37,512). De este modo,
Gregorio, siguiendo a san Pablo (1 Corintios 8,6), afirma: «para nosotros hay un
Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas; un Señor, Jesucristo, por quien
son todas las cosas, y un Espíritu Santo, en el que están todas las cosas»
(«Oratio 39»,12: SC 358,172).
XXXXX Gregorio puso muy de relieve la plena
humanidad de Cristo: para redimir al hombre en su totalidad de cuerpo, alma y
espíritu, Cristo asumió todos los componentes de la naturaleza humana, de lo
contrario el hombre no hubiera sido salvado. Contra la herejía de Apolinar,
quien aseguraba que Jesucristo no había asumido un alma racional, Gregorio
afronta el problema a la luz del misterio de la salvación: «Lo que no ha sido
asumido no ha sido curado» («Epístola 101», 32: SC 208,50), y si Cristo no
hubiera tenido «intelecto racional, ¿cómo hubiera podido ser hombre?»
(«Epístola 101»,34: SC 208,50). Precisamente nuestro intelecto, nuestra razón,
tenía necesidad de la relación, del encuentro con Dios en Cristo. Al hacerse
hombre, Cristo nos dio la posibilidad de llegar a ser como Él. El nacianceno
exhorta: «Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se hizo como
nosotros: ser como dioses por medio de Él, pues Él mismo se hizo hombre por
nosotros. Cargó con lo peor para darnos lo mejor» («Oratio 1,5»: SC 247,78).
XXXXX María, que dio la naturaleza humana a Cristo, es verdadera Madre
de Dios («Theotókos»: Cf. «Epístola 101»,16: SC 208,42), y de cara a su
elevadísima misión fue «pre-purificada» («Oratio 38»,13: SC 358,132,
presentando una especie de lejano preludio del dogma de la Inmaculada
Concepción). Propone a María como modelo de los cristianos, sobre todo a las
vírgenes, y como auxilio que hay que invocar en las necesidades (Cf. «Oratio
24»,11: SC 282,60-64).
XXXXX Gregorio nos recuerda que, como personas
humanas, tenemos que ser solidarios los unos con los otros. Escribe: «"Nosotros,
siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo" (Cf. Romanos
12,5), ricos y pobres, esclavos y libres, sanos y enfer mos; y única es la cabeza de
la que todo deriva: Jesucristo. Y como sucede con los miembros de un solo
cuerpo, cada quien se ocupa de cada uno, y todos de todos».
XXXXX Luego,
refiriéndose a los enfermos y a las personas que atraviesan dificultades,
concluye: «Esta es la única salvación para nuestra carne y nuestra alma: la
caridad hacia ellos» («Oratio 14,8 de pauperum amore»: PG 35,868ab).
XXXXX Gregorio subraya que el hombre tiene que imitar la bondad y el
amor de Dios y, por tanto, recomienda: «Si estás sano y eres rico, alivia la
necesidad de quien está enfermo y es pobre; si no has caído, ayuda a quien ha
caído y vive en el sufrimiento; si estás contento, consuela a quien está triste; si
eres afortunado, ayuda a quien ha sido mordido por la desventura. Da a Dios
una prueba de reconocimiento para que seas uno de los que pueden hacer el
bien, y no de los que tienen que ser ayudados… No seas sólo rico de bienes,
sino de piedad; no sólo de oro, sino de virtudes, o mejor, sólo de ésta. Supera la
fama de tu prójimo siendo más bueno que todos; conviértete en Dios para el
desventurado, imitando la misericordia de Dios» («Oratio 14, 26 de pauperum
amore»: PG 35,892bc).
XXXXX Gregorio nos enseña, ante todo, la
importancia y la necesidad de la oración. Afirma que «es necesario acordarse de
Dios con más frecuencia de lo que respiramos» («Oratio 27»,4: PG 250,78), pues
la oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed. Dios tiene sed de
que tengamos sed de Él (Cf. «Oratio 40», 27: SC 358,260). En la oración, tenemos
que dirigir nuestro corazón a Dios para entregarnos a Él como ofrenda que
debe ser purificada y transformada. En la oración, vemos todo a la luz de Cristo
, dejamos caer nuestras máscaras y nos sumergimos en la verdad y en la
escucha de Dios, alimentando el fuego del amor.
XXXXX En una poesía, que
al mismo tiempo es meditación sobre el sentido de la vida e invocación
implícita de Dios, Gregorio escribe: «Alma mía, tienes una tarea, si quieres, una
gran tarea. Escruta seriamente en tu interior, tu ser, tu destino; de dónde vienes
y adónde irás, trata de saber si es vida la que vives o si hay algo más. Alma mía,
tienes una tarea, purifica, por tanto, tu vida: considera, por favor, Dios y sus
misterios, indaga en lo que había antes de este universo, y qué es para ti, de
dónde proce de y cuál será su destino. Esta es tu tarea, alma mía, por tanto,
purifica tu vida» («Carmina [historica] 2»,1,78: PG 37,1425-1426).
XXXXX El
santo obispo pide continuamente ayuda a Cristo para elevarse y reanudar el
camino: «Me ha decepcionado, Cristo mío, mi exagerada presunción: de las
alturas he caído muy bajo. Pero, vuelve a levantarme nuevamente ahora, pues
veo que me engañé a mí mismo; si vuelvo a confiar demasiado en mí mismo,
volveré a caer inmediatamente, y la caída será fatal» («Carmina [historica]
2»,1,67: PG 37,1408).
XXXXX Gregorio, por tanto, sintió necesidad de
acercarse a Dios para superar el cansancio de su propio yo. Experimentó el
empuje del alma, la vivacidad de un espíritu sensible y la instabilidad de la
felicidad efímera. Para él, en el drama de una vida sobre la que pesaba la
concien cia de su propia debilidad y de su propia miseria, siempre fue más
fuerte la experiencia del amor de Dios.
XXXXX Tienes una tarea —nos dice
san Gregorio también a nosotros—, la tarea de encontrar la verdadera luz, de
encontrar la verdadera altura de tu vida. Y tu vida consiste en encontrarte con
Dios, que tiene se de nuestra sed.
San Gregorio de Nisa (retrato)
XXXXX Huérfano de padre en tierna edad, vivió con su madre, Antusa, que le
transmitió una exquisita sensibilidad humana y una profunda fe cristiana.
Después de los estudios primarios y superiores, coronados por los cursos de
filosofía y de retórica, tuvo como maestro a Libanio, pagano, el más célebre
retórico de su tiempo. En su escuela, san Juan se convirtió en el mayor orador
de la antigüedad griega tardía.
XXXXX Después se retiró durante cuatro años entre los eremitas del cercano
monte Silpio. Prosiguió aquel retiro otros dos años, durante los cuales vivió
solo en una caverna bajo la guía de un "anciano". En ese período se dedicó
totalmente a meditar "las leyes de Cristo", los evangelios y especialmente las
cartas de Pablo. Al enfermarse y ante la imposibilidad de curarse por sí mismo,
tuvo que regresar a la comunidad cristiana de Antioquía (cf. Palladio, Vida 5). El
Señor —explica el biógrafo— intervino con la enfermedad en el momento
preciso para permitir a Juan seguir su verdadera vocación.
XXXXX En efecto, escribirá él mismo que, ante la alternativa de elegir entre las
vicisitudes del gobierno de la Iglesia y la tranquilidad de la vida monástica,
preferiría mil veces el servicio pastoral (cf. Sobre el sacerdocio, 6, 7): precisamente
a este servicio se sentía llamado san Juan Crisóstomo. Y aquí se realiza el giro
decisivo de la historia de su vocación: pastor de almas a tiempo completo. La
intimidad con la palabra de Dios, cultivada durante los años de la vida
eremítica, había madurado en él la urgencia irresistible de predicar el
Evangelio, de dar a los demás lo que él había recibido en los años de
meditación. El ideal misionero lo impulsó así, alma de fuego, a la solicitud
pastoral.
XXXXX Entre los años 378 y 379 regresó a la ciudad. Diácono en el 381 y
presbítero en el 386, se convirtió en un célebre predicador en las iglesias de su
ciudad. Pronunció homilías contra los arrianos, seguidas de las
conmemorativas de los mártires antioquenos y de otras sobre las principales
festividades litúrgicas: se trata de una gran enseñanza de la fe en Cristo,
también a la luz de sus santos. El año 387 fue el "año heroico" de san Juan
Crisóstomo, el de la llamada "rebelión de las estatuas". El pueblo derribó las
estatuas imperiales como protesta contra el aumento de los impuestos. En
aquellos días de Cuaresma y de angustia a causa de los inminentes castigos por
parte del emperador, pronunció sus veintidós vibrantes Homilías sobre las
estatuas, orientadas a la penitencia y a la conversión. Siguió un período de
serena solicitud pastoral (387-397).
XXXXX San Juan Crisóstomo es uno de los Padres más prolíficos: de él nos han
llegado 17 tratados, más de 700 homilías auténticas, los comentarios a san
Mateo y a san Pablo (cartas a los Romanos, a los Corintios, a los Efesios y a los
Hebreos) y 241 cartas. No fue un teólogo especulativo. Sin embargo, transmitió
la doctrina tradicional y segura de la Iglesia en una época de controversias
teológicas suscitadas sobre todo por el arrianismo, es decir, por la negación de
la divinidad de Cristo.
XXXXX Por tanto, es un testigo fiable del desarrollo dogmático alcanzado por la
Iglesia en los siglos IV y V. Su teología es exquisitamente pastoral; en ella es
constante la preocupación de la coherencia entre el pensamiento expresado por
la palabra y la vivencia existencial. Este es, en particular, el hilo conductor de
las espléndidas catequesis con las que preparaba a los catecúmenos para recibir
el bautismo. Poco antes de su muerte, escribió que el valor del hombre está en el
"conocimiento exacto de la verdadera doctrina y en la rectitud de la vida" (Carta
desde el destierro). Las dos cosas, conocimiento de la verdad y rectitud de vida,
van juntas: el conocimiento debe traducirse en vida. Todas sus intervenciones
se orientaron siempre a desarrollar en los fieles el ejercicio de la inteligencia, de
la verdadera razón, para comprender y poner en práctica las exigencias morales
y espirituales de la fe.
XXXXX Por su solicitud en favor de los pobres, san Juan fue llamado también
"el limosnero". Como administrador atento logró crear instituciones caritativas
muy apreciadas. Su espíritu emprendedor en los diferentes campos hizo que
algunos lo vieran como un peligroso rival. Sin embargo, como verdadero
pastor, trataba a todos de manera cordial y paterna. En particular, siempre tenía
gestos de ternura con respecto a la mujer y dedicaba una atención especial al
matrimonio y a la familia. Invitaba a los fieles a participar en la vida litúrgica,
que hizo espléndida y atractiva con creatividad genial.
XXXXX Entonces, san Juan denunció los hechos en una carta al obispo de Roma,
Inocencio I. Pero ya era demasiado tarde. En el año 406 fue desterrado
nuevamente, esta vez a Cucusa, en Armenia. El Papa estaba convencido de su
inocencia, pero no tenía el poder para ayudarle. No se pudo celebrar un
concilio, promovido por Roma, para lograr la pacificación entre las dos partes
del Imperio y entre sus Iglesias. El duro viaje de Cucusa a Pitionte, destino al
que nunca llegó, debía impedir las visitas de los fieles y quebrantar la
resistencia del obispo exhausto: la condena al destierro fue una auténtica
condena a muerte.
XXXXX Son conmovedoras las numerosas cartas que escribió san Juan desde el
destierro, en las que manifiesta sus preocupaciones pastorales con sentimientos
de participación y de dolor por las persecuciones contra los suyos. La marcha
hacia la muerte se detuvo en Comana, provincia del Ponto. Allí san Juan,
moribundo, fue llevado a la capilla del mártir san Basilisco, donde entregó su
alma a Dios y fue sepultado, como mártir junto al mártir (Paladio, Vida 119). Era
el 14 de septiembre del año 407, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Su
rehabilitación tuvo lugar en el año 438 con Teodosio II. Los restos del santo
obispo, sepultados en la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla, fueron
trasladados en el año 1204 a Roma, a la primitiva basílica constantiniana, y
descansan ahora en la capilla del Coro de los canónigos de la basílica de San
Pedro.
XXXXX Al meditar en las ocho obras realizadas por Dios en la secuencia de los
seis días, en el comentario del Génesis, san Juan Crisóstomo quiere hacer que
los fieles se remonten de la creación al Creador: "Es de gran ayuda —dice—
saber qué es la criatura y qué es el Creador". Nos muestra la belleza de la
creación y el reflejo de Dios en su creación, que se convierte de este modo en
una especie de "escalera" para ascender a Dios, para conocerlo.
XXXXX Pero a este primer paso le sigue un segundo: este Dios creador es
también el Dios de la condescendencia (synkatabasis). Nosotros somos débiles
para "ascender", nuestros ojos son débiles. Así, Dios se convierte en el Dios de la
condescendencia, que envía al hombre, caído y extranjero, una carta, la sagrada
Escritura. De este modo, la creación y la Escritura se completan. A la luz de la
Escritura, de la carta que Dios nos ha dado, podemos descifrar la creación. A
Dios le llama "Padre tierno" (philostorgios) (ib.), médico de las almas (Homilía 40,
3 sobre el Génesis), madre (ib.) y amigo afectuoso (Sobre la Providencia 8, 11-12).
XXXXX Pero a este segundo paso —el primero era la creación como "escalera"
hacia Dios; y el segundo, la condescendencia de Dios a través de la carta que
nos ha dado, la sagrada Escritura— se añade un tercer paso: Dios no sólo nos
transmite una carta; en definitiva, él mismo baja, se encarna, se hace realmente
"Dios con nosotros", nuestro hermano hasta la muerte en la cruz.
XXXXX Y tras estos tres pasos —Dios que se hace visible en la creación, Dios
nos envía una carta, y Dios desciende y se convierte en uno de nosotros— se
agrega al final un cuarto paso: en la vida y la acción del cristiano, el principio
vital y dinámico es el Espíritu Santo (Pneuma), que transforma la realidad del
mundo. Dios entra en nuestra existencia misma a través del Espíritu Santo y
nos transforma desde dentro de nuestro corazón.
XXXXX Por tanto, san Juan Crisóstomo se convierte de este modo en uno de los
grandes padres de la doctrina social de la Iglesia: la vieja idea de la polis griega
se debe sustituir por una nueva idea de ciudad inspirada en la fe cristiana. San
Juan Crisóstomo defendía, como san Pablo (cf. 1 Co 8, 11), el primado de cada
cristiano, de la persona en cuanto tal, incluso del esclavo y del pobre. Su
proyecto corrige así la tradicional visión griega de la polis , de la ciudad, en la
que amplios sectores de la población quedaban excluidos de los derechos de
ciudadanía, mientras que en la ciudad cristiana todos son hermanos y
hermanas con los mismos derechos.
XXXXX El santo obispo Ambrosio, del que quien os hablaré hoy, falleció en
Milán en la noche entre el 3 y el 4 de abril del año 397. Era el alba del sábado
santo. El día anterior, hacia las cinco de la tarde, se había puesto a rezar,
postrado en el lecho, con los brazos abiertos en forma de cruz. De este modo
participaba en el solemne triduo pascual, en la muerte y en la resurrección del
Señor. «Nosotros veíamos que se movían sus labios», atestigua Paulino, el
diácono fiel que por invitación de Agustín escribió su «Vida», «pero no
escuchábamos su voz».
XXXXX De repente, parecía que la situación llegaba
a su fin. Honorato, obispo de Verceli, que estaba ayudando a Ambrosio y que
dormía en el piso superior, se despertó al escuchar una voz que le repetía:
«¡Levántate pronto! Ambrosio está a punto de morir…». Honorato bajó
inmediatamente —sigue contando Paulino— «y le ofreció el santo Cuerpo del
Señor. Nada más tomarlo, Ambrosio entregó el espíritu, llevándose consigo el
viático. De este modo, su alma, alimentada por la virtud de esa comida, goza
ahora de la compañía de los ángeles» («Vida» 47).
XXXXX En aquel viernes
santo del año 397 los brazos abiertos de Ambrosio moribundo expresaban su
participación mística en la muerte y resurrección del Señor. Era su última
catequesis: en el silencio de las palabras, seguía hablando con el testimonio de
la vida.
XXXXX Ambrosio no era anciano cuando falleció. No tenía ni
siquiera sesenta años, pues nació en torno al año 340 a Tréveris, donde su padre
era prefecto de las Galias. La familia era cristiana. Cuando falleció su padre, su
madre le llevó a Roma, siento todavía un muchacho, y le preparó para la carrera
civil, dándole una sólida educación retórica y jurídica. Hacia el año 370 le
propusieron gobernar las provincias de Emilia y Liguria, con sede en Milán.
Precisamente allí hervía la lucha entre ortodoxos y arrianos, sobre todo después
de la muerte del obispo arriano Ausencio. Ambrosio intervino para pacificar los
espíritus de las dos facciones enfrentadas, y su autoridad fue tal que, a pesar de
que no era más que un simple catecúmeno, fue proclamado por el pueblo
obispo de Milán.
XXXXX Hasta ese momento, Ambrosio era el más alto
magistrado del Imperio en Italia del norte. Sumamente preparado
culturalmente, pero desprovisto del conocimiento de las Escrituras, el nuevo
obispo se puso a estudiarlas con fervor. Aprendió a conocer y a comentar la
Biblia a través de las obras de Orígenes, el indiscutible maestro de la «escuela
de Alejandría». De este modo, Ambrosio llevó al ambiente latino la meditación
de las Escrituras comenzada por Orígenes, comenzando en occidente la práctica
de la «lectio divina».
XXXXX El método de la «lectio» llegó a guiar toda la
predicación y los escritos de Ambrosio, que surgen precisamente de la escucha
orante de la Palabra de Dios. Un célebre inicio de una catequesis ambrosiana
muestra egregiamente la manera en que el santo obispo aplicaba el Antiguo
Testamento a la vida cristiana: «Cuando hemos leído las historias de los
Patriarcas y las máximas de los Proverbios, hemos afrontado cada día la moral
—dice el obispo de Milán a sus catecúmenos y a los neófitos— para que,
formados por ellos, os acostumbréis a entrar en la vida de los Padres y a segur
el camino de la obediencia a los preceptos divinos» («Los misterios» 1,1).
XXXXX En otras palabras, los neófitos y los catecúmenos, según el obispo,
tras haber aprendido el arte de vivir moralmente, podía considerarse que ya
estaban preparados para los grandes misterios de Cristo. De este modo, la
predicación de Ambrosio, que representa el corazón de su ingente obra literaria,
parte de la lectura de los libros sagrados («los Patriarcas», es decir, los libros
históricos, y «los Proverbios», es decir, los libros sapienciales), para vivir según
la Revelación divina.
XXXXX Es evidente que el testimonio personal del
predicador y la ejemplaridad de la comunidad cristiana condicionan la eficacia
de la predicación. Desde este punto de vista es significativo un pasaje de las
«Confesiones» de san Agustín. Había venido a Milán como profesor de retórica;
era escéptico, no cristiano. Estaba buscando, pero no era capaz de encontrar
realmente la verdad cristiana. Al joven retórico africano, escéptico y
desesperado, no le movieron a convertirse definitivamente las bellas homilías
de Ambrosio (a pesar de que las apreciaba mucho). Fue más bien el testimonio
del obispo y de su Iglesia milanesa, que rezaba y cantaba, unida como un solo
cuerpo. Una Iglesia capaz de resistir a la prepotencia del emperador y de su
madre, que en los primeros días del año 386 habían vuelto a exigir la
expropiación de un edificio de culto para las ceremonias de los arrianos. En el
edificio que tenía que ser expropiado, cuenta Agustín, «el pueblo devoto
velaba, dispuesto a morir con su propio obispo». Este testimonio de las
«Confesiones» es precioso, pues muestra que algo se estaba moviendo en la
intimidad de Agustín, quien sigue diciendo: «Y nosotros también, a pesar de
que todavía éramos tibios participábamos en la excitación de todo el pueblo»
(«Confesiones» 9, 7).
XXXXX De la vida y del ejemplo del obispo Ambrosio,
Agustín aprendió a creer y a predicar. Podemos hacer referencia a un famoso
sermón del africano, que mereció ser citado muchos siglos después en la
Constitución conciliar «Dei Verbum»: «Es necesario —advierte de hecho la «Dei
Verbum» en el número 25—, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de
Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican
legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con
asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte —y
aquí viene la cita de Agustín— ―predicador vacío y superfluo de la palabra de
Dios que no la escucha en su interior‖». Había aprendido precisamente de
Ambrosio esta «escucha en su interior», esta asiduidad con la lectura de la
Sagrada Escritura con actitud de oración para acoger realmente en el corazón y
asimilar la Palabra de Dios.
XXXXX Queridos hermanos y hermanas:
quisiera presentaros una especie de «icono patrístico» que, interpretado a la luz
de lo que hemos dicho, representa eficazmente el corazón de la doctrina de
Ambrosio. En el mismo libro de las «Confesiones», Agustín narra su encuentro
con Ambrosio, ciertamente un encuentro de gran importancia para la historia
de la Iglesia. Escribe textualmente que, cuando visitaba al obispo de Milán,
siempre le veía rodeado de un montón de personas llenas de problemas, por
quienes se desvivía para atender sus necesidades. Siempre había una larga fila
que estaba esperando hablar con Ambrosio para encontrar en él consuelo y
esperanza. Cuando Ambrosio no estaba con ellos, con la gente (y esto sucedía
en brevísimos espacios de tiempo), o estaba alimentando el cuerpo con la
comida necesaria o el espíritu con las lecturas. Aquí Agustín canta sus
maravillas, porque Ambrosio leía las escrituras con la boca cerrada, sólo con los
ojos (Cf. «Confesiones». 6, 3). De hecho, en los primeros siglos cristianos la
lectura sólo se concebía para ser proclamada, y leer en voz alta facilitaba
también la comprensión a quien leía. El hecho de que Ambrosio pudiera pasar
las páginas sólo con los ojos es para el admirado Agustín una capacidad
singular de lectura y de familiaridad con las Escrituras. Pues bien, en esa
lectura, en la que el corazón se empeña por alcanzar la comprensión de la
Palabra de Dios —este es el «icono» del que estamos hablando—, se puede
entrever el método de la catequesis de Ambrosio: la misma Escritura,
íntimamente asimilada, sugiere los contenidos que hay que anunciar para llevar
a la conversión de los corazones.
XXXXX De este modo, según el magisterio
de Ambrosio y de Agustín, la catequesis es inseparable del testimonio de vida.
Puede servir también para el catequista lo que escribí en la «Introducción al
cristianismo» sobre los teólogos. Quien educa en la fe no puede correr el riesgo
de presentarse como una especie de «clown», que recita un papel «por oficio».
Más bien, utilizando una imagen de Orígenes, escritor particularmente
apreciado por Ambrosio, tiene que ser como el discípulo amado, que apoyó la
cabeza en el corazón del Maestro, y allí aprendió la manera de pensar, de
hablar, de actuar. Al final de todo, el verdadero discípulo es quien anuncia el
Evangelio de la manera más creíble y eficaz.
XXXXX Al igual que el apóstol
Juan, el obispo Ambrosio, que nunca se cansaba e repetir: «"Omnia Christus est
nobis!‖; ¡Cristo es todo para nosotros!», sigue siendo un auténtico testigo del
Señor. Con sus mismas palabras, llenas de amor por Jesús, concluimos así
nuestra catequesis: «"Omnia Christus est nobis!‖. Si quieres curar una herida, él
es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por la
iniquidad, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si tienes
miedo de la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las
tinieblas, él es la luz…Gustad y ved qué bueno es el Señor, ¡bienaventurado el
hombre que espera en él!» («De virginitate» 16,99). Nosotros también
esperamos en Cristo. De este modo seremos bienaventurados y viviremos en la
paz.
San Máximo de Turín
XXXXX Entre el final del siglo IV e inicios del V, otro Padre de la Iglesia,
después de san Ambrosio, contribuyó decididamente a la difusión y a la
consolidación del cristianismo en Italia del norte: se trata de san Máximo, quien
era obispo de Turín en el año 398 un año después de la muerte de Ambrosio.
Quedan muy pocas noticias de él; ahora bien, nos ha llegado una colección de
unos noventa «Sermones». En ellos se puede constatar la profunda y vital unión
del obispo con su ciudad, que atestigua un punto evidente de contacto entre el
ministerio episcopal de Ambrosio y el de Máximo [cfr. uno de sus sermones
sobre el bautismo del Señor].
XXXXX En aquel tiempo graves tensiones
turbaban la convivencia civil. Máximo, en este contexto, logró unir al pueblo
cristiano en torno a su persona de pastor y maestro. La ciudad estaba
amenazada por grupos desperdigados de bárbaros que, al penetrar por las
entradas orientales, avanzaban hasta los Alpes occidentales. Por este motivo,
Turín estaba constantemente rodeada de guarniciones militares, y se convirtió,
en los momentos críticos, en refugio para las poblaciones que huían del campo
y de los centros urbanos sin protección.
XXXXX Las intervenciones de
Máximo, ante esta situación, testimonian el compromiso de reaccionar ante la
degradación civil y ante la disgregación. Aunque es difícil determinar la
composición social de los destinatarios de los «Sermones», parece que la
predicación de Máximo, para superar el riesgo de ser genérica, se dirigía
específicamente a un núcleo seleccionado de la comunidad cristiana de Turín,
constituido por ricos propietarios de tierras, que tenían sus fincas en el campo
turinés y la casa en la ciudad. Fue una lúcida decisión pastoral del obispo, quien
concibió esta predicación como el camino más eficaz para mantener y reforzar
sus lazos con el pueblo.
XXXXX Para ilustrar en esta perspectiva el
ministerio de Máximo en su ciudad, quisiera presentar como ejemplo los
«Sermones» 17 y 18, dedicados a un tema siempre actual, el de la riqueza y la
pobreza en las comunidades cristianas. También en este sentido se daban
agudas tensiones en la ciudad. Se acumulaban y ocultaban riquezas. «Uno no
piensa en las necesidades del otro», constataba amargamente el obispo en su
«Sermón» número 17.
XXXXX «De hecho, muchos cristiano no sólo no distribuyen lo que tienen, sino
que roban a los demás. No sólo no llevan a los pies los apóstoles lo que han
recogido, sino que además apartan de los pies de los sacerdotes a sus hermanos
que buscan ayuda». Y concluye: «En nuestra ciudad hay muchos huéspedes y
peregrinos. Haced lo que habéis prometido» adhiriendo a la fe, «para que no se
diga también de vosotros lo que se dijo de Ananías: ―No habéis mentido a los
hombres, sino a Dios‖» («Sermón» 17, 2-3).
XXXXX En el «Sermón» sucesivo, el número 18, Máximo critica las formas
comunes de depredación de las desgracias de los demás. «Dime, cristiano»,
exhorta el obispo a sus fieles, «dime, ¿por qué has tomado la presa abandonada
por los predadores? ¿Por qué has metido en tu casa una ―ganancia‖ depredada
y contaminada?». «Pero», añade, «quizá dices que la has comprado y por esto
crees que evitas así la acusación de avaricia. Pero de este modo no hay relación
entre lo que se compra y lo que se vende. Comprar es algo bueno, pero en
tiempo de paz, cuando se vende con libertad, y no cuando se vende lo que ha
sido robado en un saqueo… Compórtate, por tanto, como cristiano y como
ciudadano que compra para devolver» («Sermón» 18, 3).
XXXXX Sin
mostrarlo mucho, Máximo predicó una relación profunda entre los deberes del
cristiano y los del ciudadano. Para él, vivir la vida cristiana significa también
asumir los compromisos civiles. Por el contrario el cristiano que, «a pesar de
que puede vivir con su trabajo, atrapa la presa del otro con el furor de las
fieras» o «acecha a su vecino, tratando cada día de arañar parte de sus confines,
de adueñarse de sus productos», no le parece ni siquiera semejante a la zorra
que degolla las gallinas, sino al lobo que se lanza contra los cerdos («Sermón»
41,4).
XXXXX Por lo que se refiere a la prudente actitud de defensa asumida
por Ambrosio para justificar su famosa iniciativa de rescatar a los prisioneros
de guerra, se pueden ver con claridad los cambios históricos que tuvieron lugar
en la relación entre el obispo y las instituciones ciudadanas. Contando ya con el
apoyo de una legislación que pedía a los cristianos redimir a los prisioneros,
Máximo, ante el derrumbe de las autoridades civiles del Imperio Romano, se
sentía plenamente autorizado para ejercer en este sentido un auténtico poder de
control sobre la ciudad.
XXXXX Este poder se haría después cada vez más
amplio y eficaz, hasta llegar a suplir la ausencia de magistrados y de las
instituciones civiles. En este contexto, Máximo no sólo se dedica a alentar en los
fieles al amor tradicional hacia la patria ciudadana, sino que proclama también
el preciso deber de afrontar los gastos fiscales, por más pesados y
desagradables que parezcan («Sermón» 26, 2).
XXXXX En definitiva, el tono
y la esencia de los «Sermones» implican una mayor conciencia de la
responsabilidad política del obispo en las específicas circunstancias históricas.
Es la «atalaya» de la ciudad. ¿Acaso no son estas atalayas, se pregunta Máximo
en el «Sermón» 92, «los beatísimos obispos que, colocados por así decir en una
roca elevada de sabidurías para la defensa de los pueblos, ven desde lejos los
males que llegan?».
XXXXX Y en el «Sermón» 89 el obispo de Turín ilustra a
los fieles sus tareas, sirviéndose de una comparación singular entre la función
episcopal y la de las abejas: «Como la abeja», dice, los obispos «observan la
castidad del cuerpo, ofrecen la comida de la vida celestial, utilizan el aguijón de
la ley. Son puros para santificar, dulces para reconfortar, severos para castigar».
De este modo, san Máximo describe la tarea del obispo en su época.
XXXXX
En definitiva, el análisis histórico y literario demuestra una conciencia cada vez
mayor de la responsabilidad política de la autoridad eclesiástica, en un contexto
en el que estaba sustituyendo de hecho a la civil. Es el desarrollo del ministerio
del obispo en el noroeste de Italia, a partir de Eusebio, que «como un monje»,
vivía en su ciudad de Verceli, hasta Máximo de Turín, que «como un centinela»
se encontraba en la roca más elevada de la ciudad.
XXXXX Es evidente que
el contexto histórico, cultural y social hoy es profundamente diferente. El actual
contexto es más bien el descrito por mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo
II, en la exhortación postsinodal «Ecclesia in Europa», en la que ofrece un
articulado análisis de los desafíos y de los signos de esperanza para la Iglesia en
Europa hoy (6-22). En todo caso, independientemente del cambio de
circunstancias, siguen siendo válidas las obligaciones del creyente ante su
ciudad y su patria. La íntima relación entre el «ciudadano honesto» y el «buen
cristiano» sigue totalmente vigente.
XXXXX Para concluir quisiera recordar
lo que dice la constitución pastoral «Gaudium et spes» para aclarar uno de los
aspectos más importantes de la unidad de vida del cristiano: la coherencia entre
la fe y el comportamiento, entre Evangelio y cultura. El Concilio exhorta a los
fieles «a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el
espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no
tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que
pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe les
obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal
de cada uno» (n. 43).
XXXXX Siguiendo el magisterio de san Máximo y de
otros muchos Padres, hagamos nuestro el deseo del Concilio, que haya cada vez
más fieles que quieran «ejercer todas sus actividades temporales haciendo una
síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con
los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de
Dios» (ibídem), y de este modo al bien de la humanidad.
San Jerónimo (1a. parte)
XXXXX Según una opinión común hoy, el cristianismo sería una religión
europea, que habría exportado la cultura de este continente a otros países. Pero
la realidad es mucho más compleja, pues la raíz de la religión cristiana se
encuentra en el Antiguo Testamento y, por tanto, en Jerusalén y en el mundo
semítico. El cristianismo se alimenta siempre de esta raíz del Antiguo
Testamento. Su expansión en los primeros siglos tuvo lugar tanto hacia
occidente, hacia el mundo greco-latino, donde después inspiró la cultura
Europa, como hacia oriente, hasta Persia, la India, ayudando de este modo a
suscitar una cultura específica, con lenguas semíticas, y con una propia
identidad.
XXXXX No se sabe a ciencia cierta si era monje, pero en todo caso es seguro que
decidió seguir siendo diácono durante toda su vida, abrazando la virginidad y
la pobreza. De este modo, en el carácter específico de su cultura, se puede ver la
común y fundamental identidad cristiana: la fe, la esperanza —esa esperanza
que permite vivir pobre y casto en este mundo, poniendo toda expectativa en el
Señor— y por último la caridad, hasta ofrecer el don de sí mismo en el cuidado
de los enfermos de peste.
XXXXX San Efrén nos ha dejando una gran herencia teológica: su considerable
producción puede reagruparse en cuatro categorías: obras escritas en prosa (sus
obras polémicas y los comentarios bíblicos); obras en prosa poética; homilías en
verso; y por último los himnos, sin duda la obra más amplia de Efrén. Es un
autor prolífico e interesante en muchos aspectos, pero sobre todo desde el
punto de vista teológico.
«El Señor vino a ella
para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella
para callar en
su seno.
El rayo vino a ella
para no hacer ruido.
El pastor vino a ella,
y
nació el Cordero, que llora dulcemente.
El seno de María
ha trastocado los
papeles:
Quien creó todo
se ha apoderado de él, pero en la pobreza.
El
Altísimo vino a ella (María),
pero entró humildemente.
El esplendor vino a
ella,
pero vestido con ropas humildes.
Quien todo lo da
experimentó el
hambre.
Quien da de beber a todos
Sufrió la sed.
Desnudo salió de
ella,
quien todo lo reviste (de belleza)» (Himno «De Nativitate» 11, 6-8).
XXXXX Para expresar el misterio de Cristo, Efrén utiliza una gran variedad de
temas, de expresiones, de imágenes. En uno de sus himnos pone en relación a
Adán (en el paraíso) con Cristo (en la Eucaristía).
«Fue cerrando
con la espada del querubín,
hasta dejar cerrado
el camino del
árbol de la vida.
Pero para los pueblos,
el Señor de este árbol
se ha
entregado él mismo como alimento,
como oblación (eucarística).
Los árboles
del Edén
fueron dados como alimento
al primer Adán.
Por nosotros el
jardinero
del Jardín en persona
se hizo alimento
para nuestras almas.
De
hecho, todos nosotros habíamos salido
del Paraíso junto con Adán,
que lo
dejó a sus espaldas.
Ahora que ha sido retirada la espada,
abajo (en la cruz)
por la lanza
podemos regresar» (Himno 49, 9-11).
XXXXX Para hablar de la Eucaristía, Efrén utiliza dos imágenes: las brasas o el
carbón ardiente, y la perla. El tema de las brasas está tomado del profeta Isaías
(Cf. 6, 6). Es la imagen del serafín, que toma las brasas con las tenazas y roza
simplemente los labios del profeta para purificarlos; el cristiano, por el
contrario, toca y digiere las mismas Brasas, al mismo Cristo:
XXXXX Un ejemplo más de los himnos de san Efrén, donde habla de la perla
como símbolo de la riqueza y de la belleza de la fe:
XXXXX En las últimas dos catequesis hicimos una excursión por las Iglesias de
Oriente de lengua semítica, meditando sobre Afraates el persa y san Efrén el
sirio; hoy volvemos al mundo latino, al norte del Imperio romano, con san
Cromacio de Aquileya. Este obispo desempeñó su ministerio en la antigua
Iglesia de Aquileya, ferviente centro de vida cristiana situado en la décima región
del Imperio romano, Venetia et Histria .
XXXXX En septiembre del año 381 Aquileya fue sede de un sínodo, en el que se
reunieron unos 35 obispos de las costas de África, del valle del Ródano y de
toda la décima región . El sínodo pretendía acabar con los últimos residuos de
arrianismo en Occidente. En el concilio participó también el presbítero
Cromacio, como perito del obispo de Aquileya, Valeriano (370/1-387/8). Los
años en torno al sínodo del año 381 representan la "edad de oro" de la
comunidad de Aquileya. San Jerónimo, que había nacido en Dalmacia, y Rufino
de Concordia hablan con nostalgia de su permanencia en Aquileya (370-373), en
aquella especie de cenáculo teológico que san Jerónimo no duda en definir
tamquam chorus beatorum, "como un coro de bienaventurados" (Crónica: PL
XXVII, 697-698). En ese cenáculo, que en ciertos aspectos recuerda las
experiencias comunitarias guiadas por san Eusebio de Vercelli y san Agustín, se
formaron las personalidades más notables de las Iglesias del alto Adriático.
XXXXX San Cromacio nació en Aquileya hacia el año 345. Fue ordenado
diácono y después presbítero; por último, fue elegido pastor de aquella Iglesia
(año 388). Tras recibir la consagración episcopal de manos del obispo san
Ambrosio, se dedicó con valentía y energía a una ingente tarea por la extensión
del territorio encomendado a su solicitud pastoral. En efecto, la jurisdicción
eclesiástica de Aquileya se extendía desde los territorios actuales de Suiza,
Baviera, Austria y Eslovenia, hasta Hungría.
XXXXX San Cromacio fue un sabio maestro y celoso pastor. Su primer y principal
compromiso fue el de ponerse a la escucha de la Palabra para poder convertirse
en su heraldo: en su enseñanza siempre toma como punto de partida la palabra
de Dios y a ella regresa siempre. Entre sus temas preferidos se encuentran, ante
todo, el misterio de la Trinidad, que contempla en su revelación a través de la
historia de la salvación; luego, el del Espíritu Santo: san Cromacio recuerda
constantemente a los fieles la presencia y la acción de la tercera Persona de la
santísima Trinidad en la vida de la Iglesia. Pero el santo obispo afronta con
particular insistencia el misterio de Cristo. El Verbo encarnado es verdadero Dios
y verdadero hombre: ha asumido integralmente la humanidad para entregarle
como don su propia divinidad. Estas verdades, repetidas con insistencia, en
parte en clave antiarriana, llevarían, unos cincuenta años después, a la
definición del concilio de Calcedonia.
XXXXX Como celoso pastor, san Cromacio sabe hablar a su gente con un
lenguaje fresco, colorido e incisivo. Aunque conoce perfectamente el estilo
latino clásico, prefiere recurrir al lenguaje popular, rico en imágenes fácilmente
comprensibles. Así, por ejemplo, tomando pie del mar, compara la pesca
natural de peces que, sacados a la orilla, mueren, con la predicación evangélica,
gracias a la cual los hombres son salvados de las aguas enfangadas de la
muerte, e introducidos en la verdadera vida (cf. Tract. XVI, 3: Scrittori dell'area
santambrosiana 3/2, p. 106). Desde la perspectiva del buen pastor, en un período
borrascoso como el suyo, azotado por los saqueos de los bárbaros, sabe ponerse
siempre al lado de los fieles para confortarlos y para infundirles confianza en
Dios, que nunca abandona a sus hijos.
XXXXX Así, precisamente al inicio del tiempo de Adviento, san Cromacio nos
recuerda que el Adviento es tiempo de oración, en el que es necesario entrar en
contacto con Dios. Dios nos conoce, me conoce, conoce a cada uno, me ama, no
me abandona. Sigamos adelante con esta confianza en el tiempo litúrgico recién
iniciado.
San Paulino de Nola
XXXXX En pleno acuerdo con su mujer, Teresa, vendió sus bienes para ayudar
a los pobres y, junto con ella, dejó Aquitania para ir a vivir a Nola, junto a la
basílica del protector san Félix en casta fraternidad, según una forma de vida a
la que otros se unieron. El ritmo era típicamente monástico, pero Paulino, que
fue ordenado presbítero en Barcelona, comenzó a ejercer también el ministerio
sacerdotal con los peregrinos.
XXXXX Sus poemas son cantos de fe y de amor, en los que la historia diaria de
los pequeños y grandes acontecimientos es vista como historia de salvación,
como historia de Dios con nosotros. Muchas de estas composiciones, los así
llamados «Cármenes de Navidad», están ligados a la fiesta anual del mártir
Félix, a quien había escogido como patrono celestial. Recordando a san Félix,
quería glorificar al mismo Cristo, convencido de que la intercesión del santo le
había alcanzado la gracia de la conversión: «En tu luz, glorioso, he amado a
Cristo» (Carmen XXI, 373). Expresó este mismo concepto ampliando el espacio
del santuario con una nueva basílica, que decoró de manera que las pinturas,
ilustradas con explicaciones adecuadas, se convirtieran para los peregrinos en
una catequesis visual. De este modo explicaba su proyecto en un carmen,
dedicado a otro gran catequista, san Niceto de Remesiana, mientras le
acompañaba en una visita a sus basílicas: «Ahora quiero que contemples la
larga serie de pinturas de las paredes de los pórticos... Nos ha parecido útil
representar con la pintura argumentos sagrados en toda la casa de Félix, con la
esperanza de que, al ver estas imágenes, la figura dibujada suscite el interés de
las mentes sorprendidas de los campesinos» (Carmen XXVII, versículos 511.580-
583). Todavía hoy se pueden admirar aquellos vestigios que hacen del santo de
Nola una de las figuras de referencia de la arqueología cristiana.
XXXXX San Paulino no escribió tratados de teología, sino que sus cármenes y su
denso epistolario están llenos de una teología vivida, penetrada por la Palabra
de Dios, escrutada constantemente como luz para la vida. En particular, expresa
el sentido de la Iglesia como misterio de unidad. Vivía la comunión sobre todo
a través de una profunda práctica de la amistad espiritual. En este sentido,
Paulino fue un verdadero maestro, haciendo de su vida un cruce de caminos de
espíritus elegidos: de Martín de Tours a Jerónimo, de Ambrosio a Agustín, de
Delfín de Burdeos a Niceto de Remesiana, de Vitricio de Rouen a Rufino de
Aquileya, de Pamaquio a Sulpicio Severo, y muchos más, ya sean conocidos o
no. En este clima nacen las intensas páginas que dirigió a Agustín.
Independientemente de los contenidos de las diferentes cartas, impresiona el
ardor con el que el santo de Nola canta la amistad misma, como manifestación
del único cuerpo de Cristo animado por el Espíritu Santo.
XXXXX Por su singular relevancia, san Agustín tuvo una influencia enorme y
podría afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura cristiana
latina llevan a Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia), localidad en la que
era obispo y, por otra, que de esta ciudad del África romana, en la que Agustín
fue obispo desde el año 395 hasta 430, parten muchas otras sendas del
cristianismo sucesivo y de la misma cultura occidental.
XXXXX Esta atención por la vida espiritual, por el misterio del yo, por el
misterio de Dios que se esconde en el yo, es algo extraordinario, sin
precedentes, y permanece para siempre como una «cumbre» espiritual.
XXXXX Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una
enorme influencia y le educó en la fe cristiana. Agustín había recibido también
la sal, como signo de la acogida en el catecumenado. Y siempre quedó fascinado
por la figura de Jesucristo; es más, dice que siempre amó a Jesús, pero que se
alejó cada vez más de la fe eclesial, de la práctica eclesial, como les sucede
también hoy a muchos jóvenes.
XXXXX Pero, dado que estaba convencido de que sin Jesús no puede decirse
que se ha encontrado efectivamente la verdad, y dado que en ese libro
apasionante faltaba ese nombre, nada más leerlo comenzó a leer la Escritura, la
Biblia. Quedó decepcionado. No sólo porque el estilo de la traducción al latín
de la Sagrada Escritura era deficiente, sino también porque el mismo contenido
no le pareció satisfactorio.
XXXXX Se hizo, por tanto, maniqueo, convencido en ese momento de que había
encontrado la síntesis entre racionalidad, búsqueda de la verdad y amor a
Jesucristo. Y sacó una ventaja concreta para su vida: la adhesión a los
maniqueos abría fáciles perspectivas de carrera. Adherir a esa religión, que
contaba con muchas personalidades influyentes, le permitía seguir su relación
con una mujer y continuar con su carrera.
XXXXX Tras el bautismo, Agustín decidió regresar a África con sus amigos, con
la idea de llevar vida en común, de carácter monástico, al servicio de Dios. Pero
en Ostia, mientras esperaba para embarcarse, su madre se enfermó
improvisamente y poco después murió, destrozando el corazón del hijo.
XXXXX Hoy, al igual que el miércoles pasado, quisiera hablar del gran obispo
de Hipona, san Agustín. Cuatro años antes de morir, quiso nombrar a su
sucesor. Por este motivo, el 26 de septiembre del año 426 reunió al pueblo en la
Basílica de la Paz, en Hipona, para presentar a los fieles a quien había
designado par esta tarea. Dijo: «En esta vida, todos somos mortales, pero el
último día de esta vida es siempre incierto para cada individuo. De todos
modos, en la infancia se espera llegar a la adolescencia; en la adolescencia a la
juventud; en la juventud a la edad adulta; en la edad adulta a la edad madura;
en la edad madura a la vejez. Uno no está seguro de que llegará, pero lo espera.
La vejez, por el contrario, no tiene ante sí otro período en el que poder esperar;
su misma duración es incierta... Yo por voluntad de Dios llegué a esta ciudad en
el vigor de mi vida; pero ahora ha pasado mi juventud y ya soy viejo» ( Carta
213, 1).
XXXXX En este sentido, escribió al conde Dario, venido a África para superar
las diferencias entre el conde Bonifacio y la corte imperial, de las que se
aprovechaban las tribus de los mauris para sus correrías: «Título de grande de
gloria es precisamente el de aplastar la guerra con la palabra, en vez de matar a
los hombres con la espada, y buscar o mantener la paz con la paz y no con la
guerra. Ciertamente, incluso quienes combaten, si son buenos, buscan sin duda
la paz, pero a costa de derramar sangre. Tú, por el contrario, has sido enviado
precisamente para impedir que se derrame la sangre» ( Carta 229, 2).
XXXXX «En el tercer mes de aquel asedio --narra-- se acostó con fiebre: era su
última enfermedad» ( Vida, 29,3). El santo anciano aprovechó aquel momento,
finalmente libre, para dedicarse con más intensidad a la oración. Solía decir que
nadie, obispo, religioso o laico, por más irreprensible que pueda parecer su
conducta, puede afrontar la muerte sin una adecuada penitencia. Por este
motivo, repetía continuamente entre lágrimas los salmos penitenciales, que
tantas veces había recitado con el pueblo (Cf. ibídem, 31, 2).
XXXXX En san Agustín que nos habla --me habla a mí en sus escritos--, vemos
la actualidad permanente de su fe, de la fe que viene de Cristo, del Verbo
Eterno Encarnado, Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y podemos ver que esta fe
no es de ayer, aunque haya sido predicada ayer; es siempre actual, porque
realmente Cristo es ayer, hoy y para siempre. Él es el Camino, la Verdad y la
Vida. De este modo, san Agustín nos anima a confiar en este Cristo siempre
vivo y a encontrar así el camino de la vida.
San Agustín (fe y razón)
XXXXX El ser humano, subraya después Agustín en el De civitate Dei (XII, 27),
es sociable por naturaleza pero antisociable por vicio, y es salvado por Cristo,
único mediador entre Dios y la humanidad, y «camino universal de la libertad y
de la salvación», como ha repetido mi predecesor Juan Pablo II ( Augustinum
Hipponensem , 21): fuera de este camino, que nunca le ha faltado al género
humano, sigue afirmando Agustín en esa misma obra, «nadie ha sido liberado
nunca, nadie es liberado, nadie será liberado» ( De civitate Dei , X, 32, 2). Como
único mediador de la salvación, Cristo es cabeza de la Iglesia y está unido
místicamente a ella de modo que Agustín afirma: «Nos hemos convertido en
Cristo. De hecho, si él es la cabeza, nosotros somos sus miembros, el hombre
total es él y nosotros» ( In Iohannis evangelium tractatus , 21, 8).
XXXXX De este modo Agustín encontró a Dios y durante toda su vida hizo su
experiencia hasta el punto de que esta realidad --que es ante todo el encuentro
con una Persona, Jesús--cambió su vida, como cambia la de cuantos, hombres y
mujeres, en todo tiempo, tienen la gracia de encontrarse con él. Pidamos al
Señor que nos dé esta gracia y nos haga encontrar así su paz.
San Agustín (vive en sus obras)
XXXXX Él mismo las revisó años antes de morir en las «Retractaciones» y poco
después de su muerte fueron cuidadosamente registradas en el «Indiculus»
(Índice), añadido por el fiel amigo Posidio a la biografía de san Agustín, «Vita
Augustini». La lista de las obras de Agustín fue realizada con el objetivo
explícito de salvaguardar su memoria, mientras la invasión de los vándalos se
extendía por toda África romana y contabiliza 1.300 escritos numerados por su
autor, junto con otros «que no pueden numerarse porque no puso ningún
número». Obispo de una ciudad cercana, Posidio dictaba estas palabras
precisamente en Hipona, donde se había refugiado y donde había asistido a la
muerte de su amigo, y casi seguramente se basaba en el catálogo de la biblioteca
personal de Agustín. Hoy han sobrevivido más de 300 cartas del obispo de
Hipona, y casi 600 homilías, pero éstas eran originalmente muchas más, quizá
incluso entre 3.000 y 4.000, fruto de cuatro décadas de predicación del antiguo
orador, que había decidido seguir a Jesús y dejar de hablar a los grandes de la
corte imperial para dirigirse a la población sencilla de Hipona.
XXXXX Él mismo escribió sobre estas «Confesiones», que tuvieron gran éxito ya
en vida de san Agustín: «Han ejercido sobre mí un gran impacto mientras las
escribía y lo siguen ejerciendo todavía cuando las vuelvo a leer. Hay muchos
hermanos a quienes les gustan estas obras» («Retractaciones», II, 6): y tengo que
reconocer que yo también soy uno de estos «hermanos». Y gracias a las
«Confesiones» podemos seguir, paso a paso, el camino interior de este hombre
extraordinario y apasionado de Dios.
XXXXX « De civitate Dei» [La Ciudad de Dios] obra imponente y decisiva para el
desarrollo del pensamiento político occidental y para la teología cristiana de la
historia, fue escrita entre los años 413 y 426 en 22 libros. La ocasión era el
saqueo de Roma por parte de los godos en el año 410. Muchos paganos, todavía
en vida, así como muchos cristianos habían dicho: Roma ha caído, ahora el Dios
cristiano y los apóstoles ya no pueden proteger la ciudad. Durante la presencia
de las divinidades paganas, Roma era la « caput mundi », la gran capital, y nadie
podía imaginar que cayera en manos de los enemigos. Ahora, con el Dios
cristiano, esta gran ciudad ya no parecía segura. Por tanto, el Dios de los
cristianos no protegía, no podía ser el Dios a quien encomendarse. A esta
objeción, que también tocaba profundamente el corazón de los cristianos,
responde san Agustín con esta grandiosa obra, el « De civitate Dei », aclarando
qué es lo que debían esperarse de Dios y qué es lo que no podían esperar de Él,
cuál es la relación entre la esfera política y la esfera de la fe, de la Iglesia.
Todavía hoy este libro es una fuente para definir bien la auténtica laicidad y la
competencia de la Iglesia, la gran esperanza que nos da la fe.
XXXXX Todavía hoy es posible recorrer las vivencias de san Agustín gracias
sobre todo a «Las Confesiones», escritas para alabanza de Dios, que constituyen
el origen de una de las formas literarias más específicas de Occidente, la
autobiografía, es decir la expresión personal del conocimiento de sí mismo.
Pues bien, quien quiera que se acerque a este extraordinario y fascinante libro,
todavía hoy sumamente leído, se da cuenta fácilmente de que la conversión de
Agustín no fue repentina ni tuvo lugar plenamente desde el inicio, sino que
puede ser definida más bien como un auténtico camino, que sigue siendo un
modelo para cada uno de nosotros.
La primera conversión
La segunda conversión
XXXXX Es un camino que hay que recorrer con valentía y al mismo tiempo con
humildad, abiertos a una purificación permanente, algo que cada uno de
nosotros siempre necesita. Pero el camino de Agustín no había concluido con
aquella Vigilia pascual del año 387, como hemos dicho. Al regresar a África,
fundó un pequeño monasterio y se retiró en él, junto a unos pocos amigos, para
dedicarse a la vida contemplativa y de estudio. Este era el sueño de su vida.
Ahora estaba llamado a vivir totalmente para la verdad, con la verdad, en la
amistad de Cristo, que es la verdad. Un hermoso sueño que duró tres años,
hasta que, a pesar suyo, fue consagrado sacerdote en Hipona y destinado a
servir a los fieles. Ciertamente siguió viviendo con Cristo y por Cristo, pero al
servicio de todos. Esto era muy difícil para él, pero comprendió desde el inicio
que sólo viviendo para los demás, y no simplemente para su contemplación
privada, podía realmente vivir con Cristo y por Cristo.
La tercera conversión
XXXXX Pero hay una última etapa en el camino de Agustín, una tercera
conversión: es la que le llevó cada día de su vida a pedir perdón a Dios. Al
inicio, había pensado que una vez bautizado, en la vida de comunión con
Cristo, en los sacramentos, en la celebración de la Eucaristía, llegaría a la vida
propuesta por el Sermón de la Montaña: la perfección donada en el bautismo y
reconfirmada por la Eucaristía.
XXXXX En la última parte de su vida comprendió que lo que había dicho en sus
primeras predicaciones sobre el Sermón de la Montaña —es decir, que nosotros,
como cristianos, vivimos ahora este ideal permanentemente— estaba
equivocado. Sólo el mismo Cristo realiza verdadera y completamente el Sermón
de la Montaña. Nosotros tenemos siempre necesidad de ser lavados por Cristo,
que nos lava los pies, y de ser renovados por Él. Tenemos necesidad de
conversión permanente. Hasta el final necesitamos esta humildad que reconoce
que somos pecadores en camino, hasta que el Señor nos da la mano
definitivamente y nos introduce en la vida eterna. Agustín murió con esta
última actitud de humildad, vivida día tras día.
XXXXX Conocemos bien la acción del Papa León gracias a sus hermosísimos
sermones —se han conservado casi cien en un latín espléndido y claro— y
gracias a sus cartas, unas ciento cincuenta. En estos textos, el pontífice se
presenta en toda su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a
través de un ejercicio asiduo de la palabra, como teólogo y pastor. León Magno,
constantemente requerido por sus fieles y por el pueblo de Roma, así como por
la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó y
promovió incansablemente el primado romano, presentándose como un
auténtico heredero del apóstol Pedro: los numerosos obispos, en buena parte
orientales, reunidos en el Concilio de Calcedonia, demostraron que eran
sumamente conscientes de esto.
XXXXX Celebrado en el año 451, con 350 obispos participantes, este Concilio se
convirtió en la asamblea más importante celebrada hasta entonces en la historia
de la Iglesia. Calcedonia representa la meta segura de la cristología de los tres
concilios ecuménicos precedentes: el de Nicea del año 325, el de Constantinopla
del año 381 y el de Éfeso del año 431. Ya en el siglo VI estos cuatro concilios,
que resumen la fe de la Iglesia antigua, fueron comparados a los cuatro
Evangelios: lo afirma Gregorio Magno en una famosa carta (I, 24), en la que
declara que hay que «acoger y venerar, como los cuatro libros del santo
Evangelio, los cuatro concilios», porque, como sigue explicando Gregorio, sobre
ellos «se edifica la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada».
El Concilio de Calcedonia, al rechazar la herejía de Eutiques, que negaba la
auténtica naturaleza humana del Hijo de Dios, afirmó la unión en su única
Persona, sin confusión ni separación, de las dos naturalezas humana y divina.
XXXXX Este es el misterio cristológico al que san León Magno, con su carta al
Concilio de Calcedonia, ofreció una contribución eficaz y esencial, confirmando
para todos los tiempos, a través de ese Concilio, lo que dijo san Pedro en
Cesarea de Filipo. Con Pedro y como Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo». Por este motivo, al ser Dios y Hombre al mismo tiempo, «no es
ajeno al género humano, pero es ajeno al pecado» (Cf. Serm ón 64). En la fuerza
de esta fe cristológica, fue un gran mensajero de paz y de amor. De esta manera
nos muestra el camino: en la fe aprendemos la caridad. Aprendamos, por tanto,
con san León Magno a creer en Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, y a
vivir esta fe cada día en la acción por la paz y en el amor al prójimo.
Boecio y Casiodoro
Boecio
XXXXX Boecio nació en Roma, en torno al año 480, de la noble estirpe de los
Anicios; siendo todavía joven, entró en la vida pública, logrando ya a los 25
años el cargo de senador. Fiel a la tradición de su familia, se comprometió en
política, convencido de que era posible armonizar las líneas fundamentales de
la sociedad romana con los valores de los nuevos pueblos. Y en este nuevo
tiempo de encuentro de culturas consideró como misión suya reconciliar y unir
esas dos culturas, la clásica y romana, con la naciente del pueblo ostrogodo. De
este modo, fue muy activo en política, incluso bajo Teodorico, que en los
primeros tiempos lo apreciaba mucho.
XXXXX Por tanto, la así llamada prosperidad de los malvados resulta mentirosa
(libro IV), y se manifiesta la naturaleza providencial de la adversa fortuna . Las
dificultades de la vida no sólo revelan hasta qué punto esta es efímera y breve,
sino que resultan incluso útiles para descubrir y mantener las auténticas
relaciones entre los hombres. De hecho, la adversa fortuna permite distinguir los
amigos falsos de los verdaderos y da a entender que no hay nada más precioso
para el hombre que una amistad verdadera. Aceptar de forma fatalista una
condición de sufrimiento es totalmente peligroso, añade el creyente Boecio,
pues "elimina en su raíz la posibilidad misma de la oración y de la esperanza
teologal, en las que se basa la relación del hombre con Dios" (Libro V, 3: PL 63,
col. 842).
Casiodoro
XXXXX Citando a san Jerónimo, exhortaba a los monjes de Vivarium : "No sólo
alcanzan la palma de la victoria los que luchan hasta derramar la sangre o los
que viven en virginidad, sino también todos aquellos que, con la ayuda de Dios,
vencen los vicios del cuerpo y conservan la recta fe. Pero para que podáis
vencer más fácilmente, con la ayuda de Dios, los atractivos del mundo y sus
seducciones, permaneciendo en él como peregrinos siempre en camino, tratad
de buscar ante todo la saludable ayuda sugerida por el salmo 1, que recomienda
meditar noche y día en la ley del Señor. Si toda vuestra atención está centrada
en Cristo, el enemigo no encontrará ninguna entrada para asaltaros" ( De
Institutione Divinarum Scripturarum , 32: PL 69, col. 1147).
XXXXX Hoy voy a hablar de san Benito, fundador del monacato occidental y
también patrono de mi pontificado. Comienzo citando una frase de san
Gregorio Magno que, refiriéndose a san Benito, dice: «Este hombre de Dios, que
brilló sobre esta tierra con tantos milagros, no resplandeció menos por la
elocuencia con la que supo exponer su doctrina» ( Dial. II, 36). El gran Papa
escribió estas palabras en el año 592; el santo monje había muerto cincuenta
años antes y todavía seguía vivo en la memoria de la gente y sobre todo en la
floreciente Orden religiosa que fundó. San Benito de Nursia, con su vida y su
obra, ejerció una influencia fundamental en el desarrollo de la civilización y de
la cultura europea.
XXXXX En el libro de los Diálogos, san Gregorio Magno narra también muchos
milagros realizados por el santo. También en este caso no quiere simplemente
contar algo extraño, sino demostrar cómo Dios, advirtiendo, ayudando e
incluso castigando, interviene en las situaciones concretas de la vida del
hombre. Quiere mostrar que Dios no es una hipótesis lejana, situada en el
origen del mundo, sino que está presente en la vida del hombre, de cada
hombre.
XXXXX Esta perspectiva del «biógrafo» se explica también a la luz del contexto
general de su tiempo: entre los siglos V y VI, el mundo sufría una tremenda
crisis de valores y de instituciones, provocada por el derrumbamiento del
Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de
las costumbres. Al presentar a san Benito como «astro luminoso», san Gregorio
quería indicar en esta tremenda situación, precisamente aquí, en esta ciudad de
Roma, el camino de salida de la «noche oscura de la historia» (cf. Juan Pablo II,
Discurso en la abadía de Montecassino , 18 de mayo de 1979, n. 2: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 27 de mayo de 1979, p. 11).
XXXXX De hecho, la obra del santo, y en especial su Regla, fueron una auténtica
levadura espiritual, que cambió, con el paso de los siglos, mucho más allá de los
confines de su patria y de su época, el rostro de Europa, suscitando tras la caída
de la unidad política creada por el Imperio Romano una nueva unidad
espiritual y cultural, la de la fe cristiana compartida por los pueblos del
continente. De este modo nació la realidad que llamamos «Europa».
XXXXX La fecha del nacimiento de san Benito se sitúa alrededor del año 480.
Procedía, según dice san Gregorio de la región de Nursia, ex provincia Nursiae.
Sus padres, de clase acomodada, lo enviaron a estudiar a Roma. Él, sin
embargo, no se quedó mucho tiempo en la ciudad eterna. Como explicación
totalmente creíble, san Gregorio alude al hecho de que al joven Benito le
disgustaba el estilo de vida de muchos de sus compañeros de estudios, que
vivían de manera disoluta, y no quería caer en los mismos errores. Sólo quería
agradar a Dios: «soli Deo placere desiderans» (Dial . II, Prol. 1).
XXXXX Así, antes de concluir sus estudios, san Benito dejó Roma y se retiró a la
soledad de los montes que se encuentran al este de la ciudad eterna. Después de
una primera estancia en el pueblo de Effide (hoy Affile), donde se unió durante
algún tiempo a una «comunidad religiosa» de monjes, se hizo eremita en la
cercana Subiaco. Allí vivió durante tres años, completamente solo, en una gruta
que, desde la alta Edad Media, constituye el «corazón» de un monasterio
benedictino llamado «Sacro Speco» (Gruta sagrada).
XXXXX El período que pasó en Subiaco, un tiempo de soledad con Dios, fue
para san Benito un momento de maduración. Allí tuvo que soportar y superar
las tres tentaciones fundamentales de todo ser humano: la tentación de
autoafirmarse y el deseo de ponerse a sí mismo en el centro; la tentación de la
sensualidad; y, por último, la tentación de la ira y de la venganza.
XXXXX San Benito estaba convencido de que sólo después de haber vencido
estas tentaciones podía dirigir a los demás palabras útiles para sus situaciones
de necesidad. De este modo, tras pacificar su alma, podía controlar plenamente
los impulsos de su yo, para ser artífice de paz a su alrededor. Sólo entonces
decidió fundar sus primeros monasterios en el valle del Anio, cerca de Subiaco.
XXXXX En el año 529, san Benito dejó Subiaco para asentarse en Montecassino.
Algunos han explicado que este cambio fue una manera de huir de las intrigas
de un eclesiástico local envidioso. Pero esta explicación resulta poco
convincente, pues su muerte repentina no impulsó a san Benito a regresar (Dial.
II, 8). En realidad, tomó esta decisión porque había entrado en una nueva fase
de su maduración interior y de su experiencia monástica.
XXXXX Según san Gregorio Magno, su salida del remoto valle del Anio hacia el
monte Cassio —una altura que, dominando la llanura circunstante, es visible
desde lejos—, tiene un carácter simbólico: la vida monástica en el ocultamiento
tiene una razón de ser, pero un monasterio también tiene una finalidad pública
en la vida de la Iglesia y de la sociedad: debe dar visibilidad a la fe como fuerza
de vida. De hecho, cuando el 21 de marzo del año 547 san Benito concluyó su
vida terrena, dejó con su Regla y con la familia benedictina que fundó, un
patrimonio que ha dado frutos a través de los siglos y que los sigue dando en el
mundo entero.
XXXXX En todo el segundo libro de los Diálogos, san Gregorio nos muestra
cómo la vida de san Benito estaba inmersa en un clima de oración, fundamento
de su existencia. Sin oración no hay experiencia de Dios. Pero la espiritualidad
de san Benito no era una interioridad alejada de la realidad. En la inquietud y
en el caos de su época, vivía bajo la mirada de Dios y precisamente así nunca
perdió de vista los deberes de la vida cotidiana ni al hombre con sus
necesidades concretas.
XXXXX Así, la vida del monje se convierte en una simbiosis fecunda entre
acción y contemplación «para que en todo sea glorificado Dios» (57, 9). En
contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica, que hoy con frecuencia se
exalta, el compromiso primero e irrenunciable del discípulo de san Benito es la
sincera búsqueda de Dios (58, 7) en el camino trazado por Cristo, humilde y
obediente (5, 13), a cuyo amor no debe anteponer nada (4, 21; 72, 11), y
precisamente así, sirviendo a los demás, se convierte en hombre de servicio y de
paz. En el ejercicio de la obediencia vivida con una fe animada por el amor (5,
2), el monje conquista la humildad (5, 1), a la que dedica todo un capítulo de su
Regla (7). De este modo, el hombre se configura cada vez más con Cristo y
alcanza la auténtica autorrealización como criatura a imagen y semejanza de
Dios.
XXXXX San Benito califica la Regla como «mínima, escrita sólo para el inicio»
(73, 8); pero, en realidad, ofrece indicaciones útiles no sólo para los monjes, sino
también para todos los que buscan orientación en su camino hacia Dios. Por su
moderación, su humanidad y su sobrio discernimiento entre lo esencial y lo
secundario en la vida espiritual, ha mantenido su fuerza iluminadora hasta hoy.
XXXXX Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes
los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también
suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas
del continente. De lo contrario no se puede reconstruir Europa. Sin esta savia
vital, el hombre queda expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación
de querer redimirse por sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la
Europa del siglo XX, como puso de relieve el Papa Juan Pablo II, provocó «una
regresión sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad»
(Discurso a la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la cultura, 12 de enero de
1990, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de enero de
1990, p. 6). Al buscar el verdadero progreso, escuchemos también hoy la Regla
de san Benito como una luz para nuestro camino. El gran monje sigue siendo un
verdadero maestro que enseña el arte de vivir el verdadero humanismo.
Dionisio Areopagita
XXXXX Pero hay otra hipótesis mejor, pues la anterior me parece poco creíble:
lo hizo así por humildad. No quería dar gloria a su nombre, no quería erigir un
monumento a sí mismo con sus obras, sino realmente servir al Evangelio, crear
una teología eclesial, no individual, basada en sí mismo. En realidad logró
elaborar una teología que ciertamente podemos fechar en el siglo VI, pero no la
podemos atribuir a una de las figuras de esa época; no es una teología
"individualizada"; se trata de una teología que expresa un pensamiento y un
lenguaje común.
XXXXX Por tanto, a pesar de que la teología de este autor no es "personal", sino
realmente eclesial, podemos situarla en el siglo VI. ¿Por qué? El espíritu griego,
que puso al servicio del Evangelio, lo encontró en los libros de Proclo, fallecido
en el año 485 en Atenas: este autor pertenecía al platonismo tardío, una
corriente de pensamiento que había transformado la filosofía de Platón en una
especie de religión, cuya finalidad consistía fundamentalmente en crear una
gran apología del politeísmo griego y volver, tras el éxito del cristianismo, a la
antigua religión griega. Quería demostrar que, en realidad, las divinidades eran
las fuerzas que actuaban en el cosmos. La consecuencia era que debía
considerarse más verdadero el politeísmo que el monoteísmo, con un solo Dios
creador.
XXXXX En realidad, estas imágenes nos hacen comprender que Dios está por
encima de todos los conceptos; en la sencillez de las imágenes encontramos más
verdad que en los grandes conceptos. El rostro de Dios es nuestra incapacidad
para expresar realmente lo que él es. De este modo el seudo-Dionisio habla de
una "teología negativa". Es más fácil decir lo que no es Dios, que expresar lo que
es realmente. Sólo a través de estas imágenes podemos adivinar su verdadero
rostro y, por otra parte, este rostro de Dios es muy concreto: es Jesucristo. Y
aunque Dionisio, siguiendo a Proclo, nos muestra la armonía de los coros
celestiales, de manera que parece que todos dependen de todos, no deja de ser
verdad que nuestro camino hacia Dios queda muy lejos de él; el seudo-Dionisio
demuestra que, al final, el camino hacia Dios es Dios mismo, el cual se hace
cercano a nosotros en Jesucristo.
XXXXX Así, una teología grande y misteriosa se hace también muy concreta,
tanto en la interpretación de la liturgia como en la reflexión sobre Jesucristo:
con todo ello, este Dionisio Areopagita ejerció una gran influencia en toda la
teología medieval, en toda la teología mística de Oriente y de Occidente. En
cierto sentido, en el siglo XIII fue redescubierto sobre todo por san
Buenaventura, el gran teólogo franciscano, que en esta teología mística encontró
el instrumento conceptual para interpretar la herencia tan sencilla y profunda
de san Francisco: el "Poverello", al igual que Dionisio, nos dice en definitiva que
el amor ve más que la razón. Donde está la luz del amor, las tinieblas de la
razón se disipan; el amor ve, el amor es ojo y la experiencia nos da mucho más
que la reflexión.
XXXXX San Buenaventura vio en san Francisco lo que significa esta experiencia:
es la experiencia de un camino muy humilde, muy realista, día tras día; es
seguir a Cristo, aceptando su cruz. En esta pobreza y en esta humildad, en la
humildad que se vive también en la eclesialidad, se hace una experiencia de
Dios más elevada que la que se alcanza a través de la reflexión: en ella,
realmente tocamos el corazón de Dios.
XXXXX Hoy Dionisio Areopagita tiene una nueva actualidad: se presenta como
un gran mediador en el diálogo moderno entre el cristianismo y las teologías
místicas de Asia, cuya característica consiste en la convicción de que no se
puede decir quién es Dios; de él sólo se puede hablar de forma negativa; de
Dios sólo se puede hablar con el "no", y sólo es posible llegar a él entrando en
esta experiencia del "no". Aquí se ve una cercanía entre el pensamiento del
Areopagita y el de las religiones asiáticas; puede ser hoy un mediador, como lo
fue entre el espíritu griego y el Evangelio.
XXXXX En fin de cuentas, nos dice: tomad cada día el camino de la experiencia,
de la experiencia humilde de la fe. Entonces, el corazón se hace grande y
también puede ver e iluminar a la razón para que vea la belleza de Dios.
Pidamos al Señor que nos ayude a poner también hoy al servicio del Evangelio
la sabiduría de nuestro tiempo, redescubriendo la belleza de la fe, el encuentro
con Dios en Cristo.
Romano el Meloda (el Cantor)
XXXXX Allí tuvo lugar un episodio clave en su vida: el Sinaxario nos informa
sobre la aparición de la Madre de Dios en sueños y sobre el don del carisma
poético. En efecto, María le pidió que se tragara una hoja enrollada. Al
despertar, a la mañana siguiente —era la fiesta de la Navidad—, Romano se
puso a declamar desde el ambón: "Hoy la Virgen da a luz al Trascendente"
(Himno sobre la Navidad I, Proemio). De este modo, se convirtió en predicador-
cantor hasta su muerte (acontecida después del año 555).
XXXXX Por último, las enseñanzas morales están relacionadas con el juicio final
(cf. Las diez vírgenes [II]). Nos lleva hacia ese momento de la verdad de nuestra
vida, la comparecencia ante el Juez justo, y por ello exhorta a la conversión
haciendo penitencia y ayuno. De modo positivo, el cristiano debe practicar la
caridad, la limosna. En dos himnos, Las Bodas de Caná y Las diez vírgenes, pone
de relieve el primado de la caridad sobre la continencia. La caridad es la más
grande de las virtudes: "Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta,
/ pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto. / Las otras brillaron con
las lámparas del amor a la humanidad, / por eso las invitó el esposo" (Las diez
vírgenes, 1).
XXXXX Nació en Roma, en torno al año 540, en una rica familia patricia de la
gens Anicia, que no sólo se distinguía por la nobleza de su sangre, sino también
por su adhesión a la fe cristiana y por los servicios prestados a la Sede
apostólica. De esta familia habían salido dos Papas: Félix III (483-492),
tatarabuelo de san Gregorio, y Agapito (535-536). La casa en la que san
Gregorio creció se encontraba en el Clivus Scauri, rodeada de solemnes edificios
que atestiguaban la grandeza de la antigua Roma y la fuerza espiritual del
cristianismo. Los ejemplos de sus padres Gordiano y Silvia, ambos venerados
como santos, y los de sus tías paternas Emiliana y Tarsilia, que vivían en su
misma casa como vírgenes consagradas en un camino compartido de oración y
ascesis, le inspiraron elevados sentimientos cristianos.
XXXXX Sin embargo, esa vida no le debía satisfacer, dado que, no mucho
tiempo después, decidió dejar todo cargo civil para retirarse en su casa y
comenzar la vida de monje, transformando la casa de la familia en el
monasterio de San Andrés en el Celio. Este período de vida monástica, vida de
diálogo permanente con el Señor en la escucha de su palabra, le dejó una
perenne nostalgia que se manifiesta continuamente en sus homilías: en medio
del agobio de las preocupaciones pastorales, lo recordará varias veces en sus
escritos como un tiempo feliz de recogimiento en Dios, de dedicación a la
oración, de serena inmersión en el estudio. Así pudo adquirir el profundo
conocimiento de la sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia del que se
sirvió después en sus obras.
XXXXX Entre los problemas que afligían en aquel tiempo a Italia y a Roma
había uno de particular importancia tanto en el ámbito civil como en el eclesial:
la cuestión longobarda. A ella dedicó el Papa todas las energías posibles en
orden a una solución verdaderamente pacificadora. A diferencia del emperador
bizantino, que partía del presupuesto de que los longobardos eran sólo
individuos burdos y depredadores a quienes había que derrotar o exterminar,
san Gregorio veía a esta gente con ojos de buen pastor, con la intención de
anunciarles la palabra de salvación, entablando con ellos relaciones de
fraternidad con vistas a una futura paz fundada en el respeto recíproco y en la
serena convivencia entre italianos, imperiales y longobardos. Se preocupó de la
conversión de los pueblos jóvenes y de la nueva organización civil de Europa:
los visigodos de España, los francos, los sajones, los inmigrantes en Bretaña y
los longobardos fueron los destinatarios privilegiados de su misión
evangelizadora. Ayer celebramos la memoria litúrgica de san Agustín de
Canterbury, jefe de un grupo de monjes a los que san Gregorio encargó
dirigirse a Bretaña para evangelizar Inglaterra.
XXXXX San Gregorio llevó a cabo esta intensa actividad a pesar de sus
problemas de salud, que lo obligaban con frecuencia a guardar cama durante
largos días. Los ayunos que había practicado en los años de la vida monástica le
habían ocasionado serios trastornos digestivos. Además, su voz era muy débil,
de forma que a menudo tenía que encomendar al diácono la lectura de sus
homilías, para que los fieles presentes en las basílicas romanas pudieran oírlo.
En los días de fiesta hacía lo posible por celebrar Missarum sollemnia, esto es, la
misa solemne, y entonces se encontraba personalmente con el pueblo de Dios,
que lo apreciaba mucho porque veía en él la referencia autorizada en la que
hallaba seguridad: no por casualidad se le atribuyó pronto el título de consul Dei
.
XXXXX A pesar de las dificilísimas condiciones en las que tuvo que actuar,
gracias a su santidad de vida y a su rica humanidad consiguió conquistar la
confianza de los fieles, logrando para su tiempo y para el futuro resultados
verdaderamente grandiosos. Era un hombre inmerso en Dios: el deseo de Dios
estaba siempre vivo en el fondo de su alma y, precisamente por esto, estaba
siempre muy atento al prójimo, a las necesidades de la gente de su época. En un
tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear paz y dar esperanza. Este
hombre de Dios nos muestra dónde están las verdaderas fuentes de la paz y de
dónde viene la verdadera esperanza; así se convierte en guía también para
nosotros hoy.
San Gregorio Magno (obras)
XXXXX Haciendo un rápido repaso a estas obras debemos observar, ante todo,
que en sus escritos san Gregorio jamás se muestra preocupado por elaborar una
doctrina "suya", una originalidad propia. Más bien trata de hacerse eco de la
enseñanza tradicional de la Iglesia; sólo quiere ser la boca de Cristo y de su
Iglesia en el camino que se debe recorrer para llegar a Dios. Al respecto son
ejemplares sus comentarios exegéticos. Fue un apasionado lector de la Biblia, a
la que no se acercó con pretensiones meramente especulativas: el cristiano debe
sacar de la sagrada Escritura —pensaba— no tanto conocimientos teóricos,
cuanto más bien el alimento diario para su alma, para su vida de hombre en
este mundo.
XXXXX En las Homilías sobre Ezequiel, por ejemplo, insiste mucho en esta
función del texto sagrado: acercarse a la Escritura sólo para satisfacer un deseo
de conocimiento significa ceder a la tentación del orgullo y exponerse así al
peligro de caer en la herejía. La humildad intelectual es la regla primaria para
quien trata de penetrar en las realidades sobrenaturales partiendo del Libro
sagrado. La humildad, obviamente, no excluye el estudio serio; pero para lograr
que este estudio resulte verdaderamente provechoso, permitiendo entrar
realmente en la profundidad del texto, la humildad resulta indispensable. Sólo
con esta actitud interior se escucha realmente y se percibe por fin la voz de
Dios. Por otro lado, cuando se trata de la palabra de Dios, comprender no es
nada si la comprensión no lleva a la acción. En estas homilías sobre Ezequiel se
encuentra también la bella expresión según la cual "el predicador debe mojar su
pluma en la sangre de su corazón; así podrá llegar también al oído del prójimo".
Al leer esas homilías se ve que san Gregorio escribió realmente con la sangre
de su corazón y, por ello, nos habla aún hoy a nosotros.
XXXXX San Gregorio desarrolla también este tema en el Comentario moral a Job.
Siguiendo la tradición patrística, examina el texto sagrado en las tres
dimensiones de su sentido: la dimensión literal, la alegórica y la moral, que son
dimensiones del único sentido de la sagrada Escritura. Sin embargo, san
Gregorio atribuye una clara preponderancia al sentido moral. Desde esta
perspectiva, propone su pensamiento a través de algunos binomios
significativos —saber-hacer, hablar-vivir, conocer-actuar— en los que evoca los dos
aspectos de la vida humana que deberían ser complementarios, pero que con
frecuencia acaban por ser antitéticos. El ideal moral —comenta— consiste
siempre en llevar a cabo una armoniosa integración entre palabra y acción,
pensamiento y compromiso, oración y dedicación a los deberes del propio
estado: este es el camino para realizar la síntesis gracias a la cual lo divino
desciende hasta el hombre y el hombre se eleva hasta la identificación con Dios.
Así, el gran Papa traza para el auténtico creyente un proyecto de vida completo;
por eso, en la Edad Media el Comentario moral a Job constituirá una especie de
Summa de la moral cristiana.
XXXXX También son de notable importancia y belleza sus Homilías sobre los
Evangelios. La primera de ellas la pronunció en la basílica de San Pedro durante
el tiempo de Adviento del año 590; por tanto, pocos meses después de su
elección al pontificado; la última la pronunció en la basílica de San Lorenzo el
segundo domingo después de Pentecostés del año 593. El Papa predicaba al
pueblo en las iglesias donde se celebraban la "estaciones" —ceremonias
especiales de oración en los tiempos fuertes del año litúrgico— o las fiestas de
los mártires titulares. El principio inspirador que une las diversas
intervenciones se sintetiza en la palabra " praedicator ": no sólo el ministro de
Dios, sino también todo cristiano tiene la tarea de ser "predicador" de lo que ha
experimentado en su interior, a ejemplo de Cristo, que se hizo hombre para
llevar a todos el anuncio de la salvación. Este compromiso se sitúa en un
horizonte escatológico: la esperanza del cumplimiento en Cristo de todas las
cosas es un pensamiento constante del gran Pontífice y acaba por convertirse en
motivo inspirador de todo su pensamiento y de toda su actividad. De aquí
brotan sus incesantes llamamientos a la vigilancia y a las buenas obras.
XXXXX Tal vez el texto más orgánico de san Gregorio Magno es la Regla
pastoral, escrita en los primeros años de su pontificado. En ella san Gregorio se
propone presentar la figura del obispo ideal, maestro y guía de su grey. Con ese
fin ilustra la importancia del oficio de pastor de la Iglesia y los deberes que
implica: por tanto, quienes no hayan sido llamados a tal tarea no deben
buscarla con superficialidad; en cambio, quienes lo hayan asumido sin la
debida reflexión, necesariamente deben experimentar en su espíritu una
turbación. Retomando un tema predilecto, afirma que el obispo es ante todo el
"predicador" por excelencia; como tal debe ser ante todo ejemplo para los
demás, de forma que su comportamiento constituya un punto de referencia
para todos. Una acción pastoral eficaz requiere además que conozca a los
destinatarios y adapte sus intervenciones a la situación de cada uno: san
Gregorio ilustra las diversas clases de fieles con anotaciones agudas y
puntuales, que pueden justificar la valoración de quienes han visto en esta obra
también un tratado de psicología. Por eso se entiende que conocía realmente a
su grey y hablaba de todo con la gente de su tiempo y de su ciudad.
XXXXX En el plan teológico que san Gregorio desarrolla a lo largo de sus obras,
el pasado, el presente y el futuro se relativizan. Para él lo que más cuenta es
todo el arco de la historia salvífica, que sigue realizándose entre los oscuros
recovecos del tiempo. Desde esta perspectiva es significativo que introduzca el
anuncio de la conversión de los anglos en medio del Comentario moral a Job: a
sus ojos ese acontecimiento constituía un adelanto del reino de Dios del que
habla la Escritura; por tanto, con razón se podía mencionar en el comentario a
un libro sacro. En su opinión, los guías de las comunidades cristianas deben
esforzarse por releer los acontecimientos a la luz de la palabra de Dios: en este
sentido, el gran Pontífice siente el deber de orientar a pastores y fieles en el
itinerario espiritual de una lectio divina iluminada y concreta, situada en el
contexto de la propia vida.
XXXXX Antes de concluir, es necesario hablar de las relaciones que el Papa san
Gregorio cultivó con los patriarcas de Antioquía, de Alejandría e incluso de
Constantinopla. Se preocupó siempre de reconocer y respetar sus derechos,
evitando cualquier interferencia que limitara la legítima autonomía de aquellos.
Aunque san Gregorio, en el contexto de su situación histórica, se opuso a que al
Patriarca de Constantinopla se le diera el título "ecuménico", no lo hizo por
limitar o negar esta legítima autoridad, sino porque le preocupaba la unidad
fraterna de la Iglesia universal. Lo hizo sobre todo por su profunda convicción
de que la humildad debía ser la virtud fundamental de todo obispo,
especialmente de un Patriarca.
XXXXX En su corazón, san Gregorio fue siempre un monje sencillo; por ello, era
firmemente contrario a los grandes títulos. Él quería ser —es expresión suya—
servus servorum Dei. Estas palabras, que acuñó él, no eran en sus labios una
fórmula piadosa, sino la verdadera manifestación de su modo de vivir y actuar.
Estaba profundamente impresionado por la humildad de Dios, que en Cristo se
hizo nuestro servidor, nos lavó y nos lava los pies sucios. Por eso, estaba
convencido de que, sobre todo un obispo, debería imitar esta humildad de Dios,
siguiendo así a Cristo. Su mayor deseo fue vivir como monje, en permanente
coloquio con la palabra de Dios, pero por amor a Dios se hizo servidor de todos
en un tiempo lleno de tribulaciones y de sufrimientos, se hizo "siervo de los
siervos". Precisamente porque lo fue, es grande y nos muestra también a
nosotros la medida de su verdadera grandeza.
San Columbano
XXXXX Hoy voy a hablar del santo abad Columbano, el irlandés más famoso de
la alta Edad Media: con razón se le puede llamar un santo "europeo", pues
como monje, misionero y escritor trabajó en varios países de Europa occidental.
Como los irlandeses de su época, era consciente de la unidad cultural de
Europa. En una de sus cartas, escrita en torno al año 600 y dirigida al Papa san
Gregorio Magno, se encuentra por primera vez la expresión "totius Europae", "de
toda Europa", refiriéndose a la presencia de la Iglesia en el continente (cf.
Epistula I, 1).
XXXXX Alrededor del año 590 este pequeño grupo de misioneros desembarcó
en la costa bretona. Acogidos con benevolencia por el rey de los francos de
Austrasia (la actual Francia), sólo pidieron un trozo de tierra para cultivar. Les
concedieron la antigua fortaleza romana de Annegray, en ruinas y abandonada,
cubierta ya de vegetación. Acostumbrados a una vida de máxima renuncia, en
pocos meses los monjes lograron construir, a partir de las ruinas, el primer
eremitorio. De este modo, su reevangelización comenzó a desarrollarse ante
todo a través del testimonio de su vida.
XXXXX Con el nuevo cultivo de la tierra comenzaron también un nuevo cultivo
de las almas. La fama de estos religiosos extranjeros que, viviendo de oración y
en gran austeridad, construían casas y roturaban la tierra, se difundió
rápidamente, atrayendo a peregrinos y penitentes. Sobre todo muchos jóvenes
pedían ser acogidos en la comunidad monástica para vivir como ellos esta vida
ejemplar que renovaba el cultivo de la tierra y de las almas. Pronto resultó
necesario fundar un segundo monasterio. Fue construido a pocos kilómetros de
distancia, sobre las ruinas de una antigua ciudad termal, Luxeuil. Ese
monasterio se convertiría en centro de la irradiación monástica y misionera de
la tradición irlandesa en el continente europeo. Se erigió un tercer monasterio
en Fontaine, a una hora de camino hacia el norte.
XXXXX En Luxeuil san Columbano vivió durante casi veinte años. Allí el santo
escribió para sus seguidores la Regula monachorum —durante cierto tiempo más
difundida en Europa que la de san Benito—, delineando la imagen ideal del
monje. Es la única antigua Regla monástica irlandesa que poseemos. Como
complemento, redactó la Regula coenobialis, una especie de código penal para las
infracciones de los monjes, con castigos bastante sorprendentes para la
sensibilidad moderna, que sólo se pueden explicar con la mentalidad de aquel
tiempo y ambiente.
XXXXX Con otra obra famosa, titulada De poenitentiarum misura taxanda, que
también escribió en Luxeuil, san Columbano introdujo en el continente la
confesión y la penitencia privadas y reiteradas; esa penitencia se llamaba
"tarifada" por la proporción establecida entre la gravedad del pecado y la
reparación impuesta por el confesor. Estas novedades suscitaron sospechas
entre los obispos de la región, sospechas que se convirtieron en hostilidad
cuando san Columbano tuvo la valentía de reprochar abiertamente las
costumbres de algunos de ellos.
En sus Instructiones dice: "Si el hombre utiliza rectamente las facultades que
Dios ha concedido a su alma, entonces será semejante a Dios. Recordemos que
debemos devolverle todos los dones que ha depositado en nosotros cuando nos
encontrábamos en la condición originaria. La manera de hacerlo nos la ha
enseñado con sus mandamientos. El primero de ellos es amar al Señor con todo
el corazón, pues él nos amó primero, desde el inicio de los tiempos, antes aún
de que viéramos la luz de este mundo" (cf. Instr. XI).
XXXXX El santo irlandés encarnó realmente estas palabras en su vida. Hombre
de gran cultura —escribió también poesías en latín y un libro de gramática—,
gozó de muchos dones de gracia. Constructor incansable de monasterios, y
también predicador penitencial intransigente, dedicó todas sus energías a
alimentar las raíces cristianas de la Europa que estaba naciendo. Con su energía
espiritual, con su fe y con su amor a Dios y al prójimo se convirtió realmente en
uno de los padres de Europa: nos muestra también hoy dónde están las raíces
de las cuales puede renacer nuestra Europa.
San Isidoro de Sevilla
XXXXX Hoy voy a hablar de san Isidoro de Sevilla. Era hermano menor de san
Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa san Gregorio Magno. Este
detalle es importante, pues permite tener presente un dato cultural y espiritual
indispensable para comprender la personalidad de san Isidoro. En efecto, san
Isidoro debe mucho a san Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera,
que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar
caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por el ritmo de
trabajo que requiere una seria entrega al estudio.
XXXXX Para comprender mejor a san Isidoro es necesario recordar, ante todo,
la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, a las que me referí
antes: durante los años de su niñez experimentó la amargura del destierro. A
pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo apostólico: sentía un gran deseo de
contribuir a la formación de un pueblo que encontraba por fin su unidad, tanto
en el ámbito político como religioso, con la conversión providencial de
Hermenegildo, el heredero al trono visigodo, del arrianismo a la fe católica.
XXXXX Su realismo de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los
fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: "El
camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente
el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se
elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos
formas" ( o.c. , 134: ib. , col 91 B).
XXXXX Creo que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de
Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura,
así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta
síntesis es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de
hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio.
San Máximo el Confesor
XXXXX Máximo nació en Palestina, la tierra del Señor, en torno al año 580.
Desde que era pequeño se orientó hacia la vida monástica y al estudio de las
Escrituras, en parte a través de las obras de Orígenes, el gran maestro que ya en
el siglo III había estructurado la tradición exegética alejandrina.
XXXXX De este modo, san Máximo afirma con gran decisión: la Sagrada
Escritura no nos muestra a un hombre amputado, sin voluntad, sino a un
verdadero hombre, completo: Dios, en Jesucristo, realmente asumió la totalidad
del ser humano —obviamente excepto en el pecado—, por tanto, también una
voluntad humana. Dicho así, parecería claro: Cristo, ¿es o no es hombre? Si es
hombre, tiene también voluntad. Pero entonces surge el problema: de este
modo, ¿no se cae en una especie de dualismo? ¿No se acaba presentando dos
personalidades completas: razón, voluntad, sentimiento? ¿Cómo superar el
dualismo, conservar la plenitud del ser humano y defender la unidad de la
persona de Cristo, que no era esquizofrénico? San Máximo demuestra que el
hombre encuentra su unidad, su integración, la totalidad en sí mismo, pero
superándose a sí mismo, saliendo de sí mismo. De este modo, en Cristo, al salir
de sí mismo, el hombre se encuentra a sí mismo en Dios, en el Hijo de Dios.
XXXXX No hay que amputar al hombre para explicar la encarnación; basta
comprender el dinamismo del ser humano que sólo se realiza saliendo de sí
mismo; sólo en Dios nos encontramos a nosotros mismos, nuestra totalidad y
plenitud. De este modo, se puede ver que el hombre que se encierra en sí
mismo no está completo; por el contrario, el hombre que se abre, que sale de sí
mismo, logra la plenitud y se encuentra a sí mismo en el Hijo de Dios,
encuentra su verdadera humanidad.
XXXXX San Máximo ya tenía problemas en África cuando defendía esta visión
del hombre y de Dios; después fue llamado a Roma. En el año 649 participó en
el Concilio Lateranense, convocado por el Papa Martín I, en defensa de la
voluntad de Cristo, contra el edicto del emperador, que por el bien de la paz —
pro bono pacis— prohibía discutir sobre esta cuestión. El papa Martín tuvo que
pagar un caro precio por su valentía: si bien estaba enfermo, fue arrestado y
llevado a Constantinopla. Procesado y condenado a muerte, se le conmutó la
pena en el exilio definitivo de Crimea, donde falleció el 16 de septiembre del
año 655, tras dos largos años de humillaciones y tormentos.
XXXXX Poco tiempo después, en el año 662, le tocó el turno a Máximo, quien
también se opuso al emperador al repetir: "¡Es imposible afirmar en Cristo una
sola voluntad!" (Cf. PG 91, cc. 268-269). De este modo, junto a dos discípulos —
ambos se llamaban Anastasio—, Máximo fue sometido a un extenuante
proceso, a pesar de que ya había superado los ochenta años. El tribunal del
emperador le condenó, con la acusación de herejía, a la cruel mutilación de la
lengua y de la mano derecha, los dos órganos de expresión, la palabra y los
escritos, con los que Máximo había combatido la doctrina errada de la voluntad
única de Cristo. Por último, el santo monje, mutilado, fue exiliado en la
Cólquida, en el Mar Negro, donde murió, agotado por los sufrimientos, a los 82
años, el 13 de agosto del mismo año 662.
XXXXX Nos han llegado, además, algunas decenas de obras importantes, entre
las que destaca la Mistagogia , uno de los escritos más significativos de san
Máximo, que recoge su pensamiento teológico con una síntesis bien
estructurada.
XXXXX Todos estos valores son grandes y fundamentales, pero pueden ser
verdaderos únicamente si tienen un punto de referencia que les une y les
confiere la verdadera autenticidad. Este punto de referencia es la síntesis entre
Dios y el cosmos, es la figura de Cristo en la que aprendemos la verdad sobre
nosotros mismos, así como el lugar de todos los demás valores, para descubrir
su significado auténtico. Jesucristo es el punto de referencia que ilumina todos
los demás valores. Este el el punto de llegada del testimonio de este gran
confesor. De este modo, al final, Cristo nos indica que el cosmos debe ser
liturgia, gloria de Dios y que la adoración es el inicio de la verdadera
transformación, de la verdadera renovación del mundo.
XXXXX Por este motivo, quisiera concluir con un pasaje fundamental de las
obras de san Máximo: "Adoramos a un solo Hijo, junto con el Padre y el
Espíritu Santo, como era antes de los tiempos, ahora y por todos los tiempos, y
por los tiempos después de los tiempos. ¡Amén!" (PG 91, c. 269).