Tlvsyria
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SÍNTESIS Y RECENSIÓN
ÍNDICE
1. Introducción
2. Naturaleza del desacuerdo moral actual. El
«emotivismo»
3. El emotivismo no se supera con la filosofía analítica
4. Proyecto ilustrado de justificación de la moral
5. Reponer una ética de virtudes.
«La Ilíada»
6. Concepto de tradición. Las virtudes según Aristóteles
7. Otras conclusiones
1
1. INTRODUCCIÓN
2
teleología de la acción humana por el bien entendido
exclusivamente en términos de placer o utilidad.
3
posee «fragmentos de un esquema conceptual», partes a las
que faltan los contextos de los que derivaron el significado –
precisamente– de esos conceptos morales. Poseemos
«simulacros de moral, continuamos usando muchas de las
expresiones clave; pero hemos perdido –en gran parte, si no
enteramente– nuestra comprensión, tanto teórica como
práctica, de la moral» (p. 15). Además, nuestra capacidad para
ser guiados por el razonamiento moral, para definir nuestras
transacciones con otros en términos morales, es tan
fundamental para la visión de nosotros mismos, que plantearse
la posibilidad de que seamos radicalmente incapaces de hacerlo
sería tanto como preguntarnos por «lo que somos y hacemos».
Pero esto es difícil de realizar (de dar una respuesta), si bien
MacIntyre intenta ofrecerla.
4
imposibilidad de dar una justificación racional de la moralidad
objetiva. Es decir, una forma de cultura en la que, los que hacen
afirmaciones morales, creen que están apelando a algún tipo de
norma moral independiente de sus propias preferencias y
sentimientos, aun cuando, de hecho, no exista el tipo concreto
de norma moral al que están apelando y, por consiguiente, se
limitan exclusivamente a expresar sus propias experiencias y
sentimientos de forma enmascarada. Quien descubre que sus
afirmaciones morales han incurrido en un error de este tipo, –
explica– podría moverse en dos direcciones:
5
amplias, donde tenían un papel y una función suministrados por
contextos de los que ahora han sido privados. Además, los
conceptos que empleamos han cambiado de carácter, al menos
en algunos casos, durante los últimos trescientos años. En la
transición desde la diversidad de contextos en que tenían su
elemento originario hacia nuestra cultura contemporánea,
"virtud" y "piedad" y "obligación" e incluso "deber" se
convirtieron en algo distinto de lo que una vez fueran» (pp. 24-
25). MacIntyre, al tratar de describir la historia de tales
cambios, encuentra una justificación de su hipótesis inicial (el
lenguaje de la moral está como en un grave estado de desorden
conceptual) y se plantea si podrá construir una «narración»
histórica verdadera en cuyo estadio mas temprano el
razonamiento moral era de clase muy diferente.
6
Alasdair MacIntyre se propone –no sin encontrar
dificultad– acudir a un filósofo que, como Aristóteles, supo
recoger con fidelidad el pasado de la humanidad, en modo
original y profundo, abriéndose a la vez al futuro7. MacIntyre
presupone que debe ser posible justificar racionalmente, de una
forma u otra, unas normas morales impersonales y
verdaderamente objetivas, aun cuando en algunas culturas y en
determinadas etapas, la posibilidad de tal justificación racional
no sea accesible. «Y esto es lo que el emotivismo niega. Lo que,
en líneas generales, considero aplicable a nuestra cultura –que
en la discusión moral la aparente aserción de principios funciona
como una máscara que encubre expresiones de preferencia
personal–, el emotivismo lo toma como caso universal. Además,
lo hace en términos que no reclaman ninguna investigación
histórica o sociológica de las culturas humanas. Pues una de las
tesis centrales del emotivismo es que no hay ni puede haber
ninguna justificación racional válida para postular la existencia
de normas morales impersonales y objetivas, y [es otra
conclusión a la que llega el emotivismo] que, en efecto, no hay
tales normas» (p. 35). El emotivismo mantiene que pueden
existir justificaciones racionales aparentes, pero que
justificaciones realmente racionales no pueden existir, porque
no hay ninguna.
7
Es decir, cuanto más verdadero sea el emotivismo más
seriamente dañado queda el lenguaje moral; y cuantos más
motivos justificados haya para admitir el emotivismo, más
habremos de suponer que debe abandonarse el uso del lenguaje
moral heredado y tradicional. «A esta conclusión no llegó ningún
emotivista; y queda claro que, como Stevenson, no llegaron
porque erraron al construir su propia teoría como una teoría del
significado. Éste es también el porqué de que el emotivismo no
prevaleciera en la filosofía moral analítica. Los filósofos
analíticos han definido la tarea central de la filosofía como la de
descifrar el significado de las expresiones clave tanto del
lenguaje científico como del lenguaje ordinario; y puesto que el
emotivismo falla en tanto que teoría del significado de las
expresiones morales, los filósofos analíticos rechazaron el
emotivismo en líneas generales» (p. 36).
8
debe acabar en la afirmación de una regla o principio de la que
no puede darse más razón8.
9
definición de esos personajes que incorporan y exhiben los
papeles sociales dominantes. La bifurcación del mundo social
contemporáneo, en un dominio organizativo en el que los fines
se consideran como algo dado –y no susceptible de escrutinio
racional–; y un dominio de lo personal, cuyos factores centrales
son el juicio y el debate sobre los valores (pero donde no existe
resolución racional social de los problemas), encuentra su
"internalización" –su representación más profunda– en la
relación del yo individual con los papeles y personajes de la vida
social.
10
Queda claro el paralelismo que realiza MacIntyre entre el
"yo emotivista" y "las teorías emotivistas" del juicio moral –sea
stevensoniano, nietzscheano o sartriano–. En ambos casos nos
enfrentamos a algo que sólo es inteligible como producto final
de un proceso de cambio histórico; en ambos casos MacIntyre
compara posturas teóricas cuyos protagonistas sostienen que lo
que él considera características históricamente producidas de lo
específicamente moderno, no son tales, sino características
necesarias e intemporales de todo juicio moral y de todo yo
personal. Si su argumentación es correcta, no somos lo que
dicen Sartre y Goffman, precisamente porque somos los últimos
herederos, por el momento, de un proceso de transformación
histórica.
11
A partir del cuadro sintomático compuesto por el
desacuerdo moral (hoy en día generalizado), y la insuficiencia –
fracaso– del emotivismo como remedio eficaz, descubre
MacIntyre el mal radical en el "proyecto ilustrado" de
justificación moral. Una tesis central de Tras la virtud es que la
ruptura de ese proyecto proporcionó el trasfondo histórico sobre
el cual llegan a ser inteligibles las dificultades de nuestra
cultura. Para justificar esta tesis, parte MacIntyre de la propia
historia de este proyecto y la de su ruptura; y la forma más
esclarecedora de volver sobre esta historia es hacerlo en sentido
retrospectivo, comenzando por el punto en que por vez primera
la postura específicamente moderna aparece completamente
caracterizada, si tal puede decirse12.
12
propugna el modo de vida ético; Víctor Eremita edita y anota los
papeles de ambos. La opción entre lo ético y lo estético no es
elegir entre el bien y el mal, es la opción sobre si escoger o no
en términos de bien y mal. En «el corazón del modo de vida
estético», tal como Kierkegaard lo caracteriza, está el intento de
ahogar el yo en la inmediatez de la experiencia presente. El
paradigma de la expresión estética es el enamorado romántico
que se sumerge en su propia pasión. Por contraste, el
paradigma de lo ético es el matrimonio, un estado de
compromiso y obligaciones de tipo duradero, donde el presente
se vincula con el pasado y el futuro. Cada uno de los dos modos
de vida se articula con conceptos diferentes, actitudes
incompatibles, premisas rivales.
13
entre lo estético y lo ético, de hecho quiere escoger lo ético; la
energía, la pasión del querer seriamente lo mejor, por así decir,
arrastra a la persona que opta por lo ético. «Creo que aquí
Kierkegaard afirma –si es Kierkegaard quien lo afirma, escribe
MacIntyre en After virtue– algo que es falso: lo estético puede
ser escogido seriamente, si bien la carga de elegirlo puede ser
una pasión tan dominante como la de quienes optan por lo
ético. Pienso en especial en los jóvenes de la generación de mi
padre que contemplaron como sus principios éticos primitivos
morían según morían sus amigos en las trincheras durante los
asesinatos masivos de Ypres y el Somme; y los que regresaron
decidieron que nada iba a importarles nunca más, e inventaron
la trivialidad estética de los años veinte» (p. 62).13
14
Aristóteles. Como es conocido, en la Ethica Nicomachea define
la virtud como disposición a elegir, que consiste esencialmente
en un medio determinado con respecto a nosotros por una
regla, esto es, por la regla según la cual se determinaría un
hombre sabio en las cuestiones prácticas14.
«LA ILÍADA»
15
Ulises son tan amigos (philos) como lo son Aquiles y Patroclo.
Espero que esta descripción deje claro que cualquier
interpretación adecuada de las virtudes en las sociedades
heroicas no es posible si se las separa de su contexto en la
estructura social, del mismo modo que una descripción
adecuada de la sociedad heroica no es posible si no se incluye
una interpretación de las virtudes heroicas» (p. 158).
16
La épica y la saga retratan una sociedad que ya encarna la
forma de la épica o la saga. Su poesía articula su forma en la
vida individual y social. Pero decir esto –apuntará MacIntyre– es
dejar todavía abierta la pregunta sobre si tales sociedades han
existido; pero sugiere que si existieran tales sociedades, sólo
podrían ser adecuadamente entendidas a través de su poesía.
Sin embargo, la épica y la saga no son simples imágenes
especulares de la sociedad que dicen retratar. Está muy claro
que el poeta o el escritor de sagas pretende para sí mismo una
clase de discernimiento que niega a los personajes sobre los que
escribe. Como antes dije de la sociedad heroica en general –
escribe MacIntyre–, los héroes de la Ilíada no tienen dificultad
en saber lo que se deben entre sí; sienten aidós –en el sentido
propio de vergüenza– cuando se enfrentan con la posibilidad de
obrar mal y, si esto no es suficiente, nunca falta otra gente que
ponga las cosas en su sitio.
17
exterior. El ejercicio de las virtudes heroicas requiere una clase
específica de ser humano y una clase específica de estructura
social. Toda moral está siempre en cierto grado vinculada a lo
socialmente singular y local, y las aspiraciones de la moral de la
modernidad a una universalidad libre de toda particularidad son
una ilusión.
18
entiende un mero tradicionalismo, sino un presupuesto real para
el progreso científico; progreso que sólo acontece en una
comunidad de aprendizaje. «Para el concepto de tal tradición, es
central que el pasado no sea nunca algo simplemente
rechazable, sino más bien que el presente sea inteligible como
comentario y respuesta al pasado, en la cual el pasado, si es
necesario y posible, se corrija y trascienda, pero de tal modo
que se deje abierto el presente para que sea a su vez corregido
y trascendido por algún futuro punto de vista más adecuado»
(p. 185).
19
apuntan a algo bueno; por "el bien" o "lo bueno" queremos
decir aquello a lo que el ser humano característicamente tiende.
Interesa observar que las argumentaciones iniciales de
Aristóteles en la ética presumen que lo que G. E. Moore iba a
llamar "falacia naturalista" no es una falacia en absoluto, y que
los juicios sobre lo bueno –y lo justo, valeroso o excelente por
otras vías– sean un tipo de sentencia factual. Los seres
humanos, como los miembros de todas las demás especies,
tienen una naturaleza específica; y esa naturaleza es tal que
tiene ciertos propósitos y fines a través de los cuales tienden
hacia un telos específico. El bien se define en términos de sus
características específicas» (p. 187).
20
Dos dificultades ponen de manifiesto la insuficiencia y
provisionalidad de esta primera aproximación. En primer lugar,
la circunstancia innegable de que hay prácticas sumamente
perversas; en tal caso, cabe preguntarse si serán también
virtudes aquellas cualidades humanas adquiridas cuya posesión
y ejercicio tienden a hacernos capaces de lograr aquellos bienes
que son internos a las prácticas perversas. Esta dificultad obliga
a reconocer que el concepto de virtud no se puede definir y
explicar únicamente a partir de la noción de la práctica. Así,
señala nuestro autor: «hay que decir algo más acerca del lugar
que corresponde a las prácticas en un contexto moral más
amplio» (p. 248). La segunda dificultad nace del hecho de que
las prácticas pueden ser contradictorias entre sí y, de este
modo, sumir al sujeto en un exceso de conflictos y
arbitrariedad, de suerte que reaparecerían los conflictos típicos
del yo moderno (emotivista). Estos conflictos, argumenta
MacIntyre, sólo pueden evitarse suponiendo que exista «un
telos que transcienda los bienes limitados de las prácticas y
constituya el bien de la vida humana completa» (p. 251).
21
distinto de cualquier papel social concreto que por tal o cual
razón asuma, o bien sea –como hace E. Goffman– al entender
que el yo no es más que un «clavo» del que cuelgan los vestidos
del papel.
22
preparatorio para asegurársela. No podemos caracterizar
adecuadamente el bien del hombre sin haber hecho ya
referencia a las virtudes. Para Aristóteles, la sugerencia de que
podrían existir algunos medios de lograr el fin del hombre sin el
ejercicio de las virtudes, carece de sentido. El resultado
inmediato del ejercicio de la virtud es una elección cuya
consecuencia es la acción buena. "Es la rectitud del fin de la
elección intencionada de lo que la virtud es causa", escribió
Aristóteles en la Ética a Eudemo.18
23
distinción crucial entre lo que tiene por bueno para sí cualquier
individuo en particular en cualquier tiempo en particular y lo que
es realmente bueno para él como hombre. Por la busca de la
obtención de este bien más lejano, practicamos las virtudes y lo
hacemos eligiendo acerca de los medios para lograr ese fin, que
son medios en los dos sentidos antes descritos. Tales medios
piden juicio y el ejercicio de las virtudes exige, por lo tanto, la
capacidad de juzgar y hacer lo correcto, en el lugar correcto, en
el momento correcto y de la forma correcta» (p. 190).
24
de Tras la virtud– es bueno recordar la insistencia de Aristóteles
en que las virtudes encuentran su lugar, no en la vida del
individuo, sino en la vida de la ciudad y que el individuo sólo es
realmente inteligible como politikon zoon. La última
puntualización sugiere que una manera de elucidar la relación
entre las virtudes, por un lado, y por otro la moral de las leyes,
es considerar qué implicaría, en cualquier época, fundar una
comunidad para alcanzar un proyecto común y originar algún
bien reconocido como bien compartido por todos cuantos se
empeñan en el proyecto.
25
De modo que una interpretación de las virtudes en tanto
que parte esencial de la interpretación de la vida moral de una
comunidad, nunca puede por sí misma quedar cerrada y
completa. Aristóteles reconoce que su interpretación de las
virtudes tiene que completarse con otra, por breve que sea, de
los tipos de acción que están absolutamente prohibidos. «Hay
otro vínculo clave entre las virtudes y la ley, porque el saber
cómo aplicar la ley sólo es posible para quien posee la virtud de
la justicia. Ser justo es dar a cada uno lo que merece; y los
supuestos sociales para que florezca la virtud de la justicia en la
comunidad son, por tanto, dobles: que haya criterios racionales
de mérito y que exista acuerdo socialmente establecido sobre
cuáles son esos criterios» (p. 192).
26
"intelectuales" por medio de la enseñanza y las de "carácter"
por medio del ejercicio habitual. A su vez, la adquisición de esas
virtudes intelectuales y morales resulta imprescindible para el
progreso en el saber teórico y práctico.
27
vez significó. La amistad, por supuesto, en opinión de
Aristóteles, conlleva afecto. Pero ese afecto surge dentro de una
relación definida en función de una idea común del bien y de su
persecución. El afecto es secundario, que no es lo mismo que
decir que no sea importante. Desde una perspectiva moderna,
el afecto es a menudo el tema central; llamamos amigos a los
que nos gustan, quizás a los que nos gustan mucho» (p. 197).
28
males. Para Aristóteles, como para Platón, la vida buena para el
hombre es en sí misma simple y unitaria, por integración de una
jerarquía de bienes» (p. 198). Se sigue que el conflicto es
simplemente el resultado de las imperfecciones de carácter en
los individuos o de arreglos políticos poco inteligentes.
29
incluido en relaciones políticas conlleva la libertad de cualquier
posición que sea mera sujeción. La libertad es requisito para el
ejercicio de las virtudes y para el logro del bien. No necesitamos
discutir esta parte de la conclusión de Aristóteles» (p. 200).
30
replicarse que seguramente existen cualidades que son útiles y
placenteras para los seres humanos qua miembros de una
especie biológica concreta en su medio ambiente particular. La
medida de utilidad o placer la sienta el hombre qua animal, el
hombre previo a cualquier cultura. Pero el hombre sin cultura es
un mito. Ciertamente nuestra naturaleza biológica pone límites
a toda posibilidad cultural; pero el hombre que no tiene más
que naturaleza biológica es una criatura de la que nada
sabemos. Sólo el hombre con inteligencia práctica (y ésta, como
vimos, es inteligencia informada por las virtudes) es el que
encontramos vigente en la historia. Y sobre la naturaleza del
razonamiento práctico, Aristóteles proporciona otra discusión
que es de relevancia crucial para el carácter de las virtudes»
(pp. 202-203).
31
compongan su carácter. La naturaleza precisa de esta conexión
sólo podría elucidarse por medio de una descripción más
completa del razonamiento práctico que la que nos da
Aristóteles» (p. 204).27
32
Hemos visto, por tanto, de qué manera se detiene
MacIntyre en la elaboración aristotélica de la moral que es,
probablemente, como dice, al menos en el plano teórico, el más
venturoso y feliz encuentro de la razón con el obrar que la
«incorpora». En el Capítulo 13 de Tras la virtud analizó las
«apariencias y circunstancias medievales» que enriquecen con
sus matices cristianos el sustrato moral básicamente
aristotélico, y más adelante –como también ha quedado
apuntado ya– retorna al estado actual de la cuestión.
7. OTRAS CONCLUSIONES
33
ocasiones pueden ser productores de mal. (...) Pero, ¿qué
resulta de esto? Mi postura, ciertamente, no conlleva que
debamos excusar o condonar tales males ni que todo lo que
resulta de una virtud sea correcto. Tengo por cierto que a veces
el valor es el soporte de la injusticia, que la fidelidad puede
respaldar a un agresor criminal y que la generosidad perjudica
en ocasiones la capacidad de hacer el bien. Pero negar esto
sería chocar con los hechos empíricos invocados para criticar la
opinión de Tomás de Aquino acerca de la unidad de las virtudes.
34
noción de una vida humana completa a la que pudiéramos
llamar buena. Parece entonces que la pregunta ¿de qué
carecería un ser humano que careciera de virtudes? debe recibir
una respuesta que abarque más de lo que hasta ahora se ha
dicho. Tal individuo no fracasaría meramente en muchos
aspectos concretos, por lo que se refiere a la excelencia que
puede alcanzarse por medio de la participación en prácticas y a
la relación humana que mantener tal excelencia exige. Su
propia vida, vista en conjunto, quizá fuera imperfecta. No sería
la clase de vida que alguien describirla si tratara de responder a
la pregunta ¿cuál es el mejor tipo de vida que un hombre o
mujer de esta clase puede vivir? Y no se puede responder a esta
pregunta sin que surja, entre otras, la de Aristóteles: ¿cuál es la
vida buena para el hombre?» (p. 249).
35
reaparecería, aunque fuera con alcance más limitado del que
normalmente pretende.30
36
jerárquicamente los variados bienes y, a fortiori, de si somos
capaces de ordenar racionalmente esos bienes en primer
lugar.31 «He apuntado que salvo cuando exista un telos que
trascienda los bienes limitados de las prácticas y constituya el
bien de la vida humana completa, el bien de la vida humana
concebido como una unidad, ocurre que cierta arbitrariedad
subversiva invade la vida moral y no somos capaces de
especificar adecuadamente el contexto de ciertas virtudes» (p.
251).
37
distintas potencias, sino que siempre son también virtudes de
una persona humana: una estructura compleja, pero dotada de
unidad interna. Igualmente, el transcurso de una vida en su
dimensión histórica, como biografía de una persona, también
forma una unidad. Tal es la doctrina clásica de la "concatenación
de las virtudes". MacIntyre parece prescindir de la antropología
de la virtud. También como ya apuntamos anteriormente, quizá
le falte una teoría de la razón práctica, que no se encuentra
hasta su libro de 1988 Whose Justice? Which Rationality? (cf.
notas 27, 28 y 38).
38
condicionamiento o determinación social que recibe tal rol. Sólo
se es virtuoso por referencia a una escala de valores
institucional –históricamente flexibles tanto la jerarquía como
los mismos valores– (entiéndase por "institución" el clan, el
ciudad-estado griego, la sociedad victoriana, etc.). Aquí incide
su insistencia por recuperar y rehabilitar el concepto de
tradición, en contra de los esfuerzos ilustrados por conseguir la
autonomía absoluta en la moral. La tradición social e histórica
es una suerte de matriz originaria de valores o virtudes34.
39
propia obra, en diálogo con sus críticos, que compila en tres
apartados que también reseñamos a continuación36:
40
Asimismo, nos parece de interés otra apreciación:
«Pretendía también afirmar que los fundamentos para entender
esos fracasos sólo podían provenir de los recursos de que
dispone la tradición aristotélica de las virtudes que, tal
precisamente como lo he descrito, emerge de sus
enfrentamientos históricos como la mejor teoría hasta la fecha.
Pero nótese que no afirmé en Tras la virtud que sostuviera esta
pretensión, ni ahora lo pretendo» (p. 331).
41
pruebas de la primera fase, pero que fallan en la segunda o la
tercera» (p. 336).
42
* * *
43
morales más perfectas y más altas en valor humano. Llegamos
así a otra definición aristotélica de virtud, a menudo, invocada
por santo Tomás, que hace bueno al que la posee y a su obra.
La virtud permite al hombre hacer una obra moral perfecta y le
hace perfecto a él mismo.
La virtud, en fin, no es una costumbre formada por la
repetición de actos materiales40; no es una forma superior de
automatismo psicológico. La virtud da al hombre la capacidad de
inventar, de crear los mejores actos humanos que sea posible
realizar en el plano moral, es poder de innovación y de
renovación. Se forma mediante la repetición de actos
"interiores" o espirituales de la inteligencia y de la voluntad,
animando los actos "exteriores" del hombre. O más bien,
digamos que la virtud se forma mediante la educación, según un
proceso de desarrollo gradual y de perfeccionamiento metódico
por el ejercicio. Esta educación es principalmente personal, pero
reclama, sobre todo, la ayuda de «otro» en sus comienzos,
ayuda benévola, inteligente y enérgica41.
44
comprender y exponer científicamente la moral cristiana en la
Revelación, pues, en líneas generales, el método de la teología
moral consistirá en acoger la Revelación y responder, a su vez,
a las exigencias de la razón humana42.
45
NOTAS:
1
Para no engrosar el número de notas a pie de página, en las citas
textuales de Tras la virtud, nos limitaremos a señalar la página entre
paréntesis.
2
Cf. MacINTYRE, A., entrevista concedida a la Rev. «Atlántida», vol
1, nº 4, 1990, pp. 87-95.
3
Entre otras, podemos recordar: A Short History of Ethics (1966),
Secularisation and Moral Change (1967) y Against the Self Images of the
Age (1971).
4
MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 9.
5
Cf. MacINTYRE, A., entrevista concedida a la Rev. «Atlántida», vol
1, nº 4, 1990, pp. 87-95.
6
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 35.
7
Cf. GARCÍA DE HARO, R., Recensión A. MacIntyre, After Virtue,
Notre Dame, Univ. of Notre Dame Press 1980, en «Scripta Theologica» 16
(1984/3), p. 1017.
8
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 36-
38.
9
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 50-
54.
10
Cf. RATZINGER, J., Verdad, valores y poder, Rialp, Madrid 1995,
pp. 33-40.
11
Vid. MacINTYRE, Tres Versiones rivales de la ética, Rialp, Madrid
1992.
12
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 56-
61.
13
Obviamente, las argumentaciones de Kierkegaard son difíciles de
mantener, aunque en algún punto le asista la razón. Un poco después, en
Philosophiske Smuler (1845), Kierkegaard invoca esa nueva idea
fundamental de elección radical y última para explicar cómo alguien se
convierte en cristiano. No es sólo que esa idea esté reñida con la filosofía de
Hegel, que ya en Enten-Eller era uno de los blancos principales de
Kierkegaard, sino que destruye toda cultura moral racional. Este es tal vez
el principal punto flaco de su arquitectura intelectual.
14
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 150-
155.
15
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 161-
166.
16
Esta cuestión la analizará más ampliamente Alasdair MacIntyre en
Three Rival Versions of Moral Enquiry (1990). En este otro libro escribe que,
«puesto que mi vida ha de entenderse como una unidad ordenada de
manera teleológica, como un todo cuya naturaleza y cuyo bien he de
aprender a descubrir, mi vida tiene la continuidad y la unidad de una
búsqueda; búsqueda cuyo objeto es descubrir esa verdad sobre mi vida
como un todo que es una parte indispensable del bien de esa vida» Y más
adelante apunta: «la historia de mi vida está siempre embebida en la de
46
aquellas comunidades de las que derivo mi identidad» (MacINTYRE, A., Tres
versiones rivales de la ética, Rialp, Madrid 1992, pp. 245ss.).
17
Es cierto –pensamos nosotros– que esa ontologización del concepto
de narración plantea múltiples problemas, pero –de acuerdo con las tesis
generales de MacIntyre– sólo de esta manera es posible pensar que la vida
humana como tal tiene un telos, un concepto de lo bueno para el ser
humano que, en último extremo, es independiente del agente. No en el
sentido de estar ubicado en un mundo suprasensible al estilo platónico, sino
más bien en el de ser previo al agente. Este telos no dice con relación a la
subjetividad y a la autonomía del sujeto, sino a algo que está por detrás de
él; para Aristóteles, la polis, es acto de un movimiento con respecto al cual
el ser humano es potencia. Pero a MacIntyre le atrae la filosofía práctica de
Aristóteles, no su metafísica. De aquí que tenga que hablar de un telos
previo pero que, sin embargo, no está dado. MacIntyre, obviamente, no es
hegeliano: no quiere reconciliarse con la facticidad de lo dado.
En efecto, este telos –en tanto que está por realizar– es también lo
que se busca: la vida buena para el hombre –dice MacIntyre– es la vida
dedicada a buscar la vida buena para el hombre. Desde esta perspectiva (y
presuponiendo como soporte un yo entendido de modo narrativo) las
virtudes son aquellas cualidades humanas adquiridas que nos sostienen y
nos ayudan en esta búsqueda, al capacitamos «para entender más y mejor
lo que la vida buena para el hombre es» (MacINTYRE, Tras la virtud, Crítica,
Barcelona 1987, p. 271).
18
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 188-
189.
19
Nos parece de interés remitir al lector al conocido artículo de A.
MacIntyre, How Can We Learn What Veritatis Splendor Has To Teach?, «The
Thomist», nº 58, 1994, pp. 171-195. El autor expone su pensamiento
acerca de las verdades sobre las que nos alerta la encíclica: «nos presenta
[la Veritatis splendor] la caracterización de cierto número de tipos de error
contemporáneos: filosóficos, teológicos y morales. (...) Mientras no
hayamos entendido en qué consisten dichos errores y por qué son tales, nos
será imposible captar puntos importantes del relevante conjunto de
verdades a que la encíclica se refiere (...)».
MacIntyre va analizando esos errores, al tiempo que da razón de la
ley natural, el bien absoluto, los preceptos negativos (semper et pro
semper), Libertad, valores y ley, Verdad, conciencia y naturaleza... «Los
mandamientos de Dios tienen que ser y actuar lo que nos restablece en
nuestra libertad (...). No debemos tener voluntades, ni mentes, ni
corazones divididos, (...)». Comenta [a propósito de VS, 41]: «El uso del
lenguaje kantiano en este pasaje es instructivo, porque la encíclica está a la
vez de acuerdo y en desacuerdo con Kant. Está de acuerdo en la
comprensión de los preceptos negativos de la ley moral como prohibiciones
que no admiten excepciones. Está en desacuerdo afirmando que la razón
humana necesita ser instruida y corregida por la revelación de la ley de
Dios. Porque no se trata sólo de que lo que Dios nos manda coincide con lo
que nos exige nuestra naturaleza racional –con esto Kant podía estar
fácilmente de acuerdo–, sino de que actuar de una manera particular,
justamente porque Dios nos lo manda, es siempre conformar nuestra
47
voluntad con la buena voluntad, sabiendo que lo que su bondad requiere de
nosotros es lo que el propio bien nos pide. Por eso "la autodeterminación"
de los seres humanos es compatible con una "teonomía" de la razón y la
voluntad, puesto que "la obediencia libre del hombre a la ley de Dios implica
efectivamente que la razón y la voluntad humanas participan de la sabiduría
y de la providencia de Dios".
Pero esta no es la única diferencia con Kant –añade MacIntyre–.
«Según Kant hemos de cumplir nuestro deber obedeciendo la ley moral por
sí misma. La doctrina de la encíclica afirma que también hemos de obedecer
dicha ley por el bien que de ello se deriva para nosotros y para los demás.
La ley natural nos enseña qué acciones hemos de llevar a cabo, cuáles
hemos de evitar, y qué tipo de personas tenemos que llegar a ser, si
queremos alcanzar nuestro último fin y nuestro bien y compartir con los
otros la consecución de esta meta y este bien. Consiguiendo este bien
seremos perfectos, cosa que para nosotros, humanos pecadores, es posible
únicamente por la gracia. Y lo que perderemos, en caso de fracasar, será,
según nos enseñó Jesús, a Dios mismo, (...)» [Puede leerse el articulo
completo en MARTINEZ CAMINO, J. A. (ed.), «Libertad de Verdad», San
Pablo, Madrid 1995, pp. 49-76].
20
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 191-
195.
21
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 196.
22
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 194-
196
23
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 198.
24
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 199.
25
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 201.
26
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 203.
27
Algunos autores, como Rhonheimer, parecen no estar muy de
acuerdo con esta valoración de MacIntyre porque, señalan, la doctrina
Aristotélica del silogismo práctico es solamente un medio para hacer
intuitivo cómo están estructurados los procesos racionales prácticos;
proporcionan una "exposición formal de la inferencia práctica", en la que el
momento decisivo de la tendencia o del querer no puede aparecer en la
formulación en modo alguno. La exposición que ofrece MacIntyre es algo
distinta, dice Rhonheimer, y tal vez insuficiente: «MacIntyre –escribe
Rhonheimer– reduce el fenómeno "silogismo práctico" a una mera
estructura del juicio y la deliberación, sin tener en cuenta que un silogismo
práctico no es solamente un silogismo, sino el juicio y la deliberación
envueltos en el proceso tendencial» (RHONHEIMER, M., La perspectiva de la
moral, Rialp, Madrid 2000, pp. 123-124). Sin embargo, a nuestro entender,
como hemos reflejado al exponer lo que dice MacIntyre a este respecto
("Ante todo, están «los deseos y metas del agente», que son el contexto
necesario..."), nosotros no vemos tal disparidad.
28
Haber superado la limitación unilateral de la tradición platónica y
aristotélica al papel de las pasiones es sin duda mérito de san Agustín. Así
lo señala MacIntyre en Whose Justice? Which Rationality? University of
Notre Dame Pres, Indiana 1988, 410pp., cap. IX, pp. 146-163.
29
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 205.
48
30
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 250.
31
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 251.
32
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 331.
33
Cf. SISON, A., Recensión A. MacIntyre, Tras la virtud, en «Persona
y Derecho» 21, 1989, pp. 231-233.
34
Cf. Ibidem.
35
Cf. RHONHEIMER, M., Perché una filosofia politica? Elementi storici
per una risposta, en Rev. «Acta Philosophica», volume I, 1992, pp. 233-
263. Vid. también, RHONHEIMER, M., La perspectiva de la moral, Rialp,
Madrid 2000, p. 252.
36
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, pp. 323-
340.
37
Cf. MacINTYRE, A., Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p. 340.
38
Martin Rhonheimer, en La perspectiva de la moral, a propósito de
la obligación moral y su fundamentación teónoma (cf. ob. cit., pp. 330-
331), hace alusión a esta cuestión. Hablemos de «ley», de «orden moral»,
de «principios prácticos» o de «naturaleza humana» –escribe Rhonheimer–,
siempre nos estaremos refiriendo a lo único en lo que tiene sentido que se
base esa forma de hablar: al orden de la virtud moral, que es un orden de
la razón a lo bueno para el hombre, y por tanto «concierne sobre todo al
orden de la felicidad» (S. Th., I-II, q. 90, a. 2). Con ello debería quedar
solucionado el problema que plantea MacIntyre en la apostilla a su libro Der
Verlust der Tugend [La pérdida de la virtud]. La referencia que hace ahí a H.
Jaffa, Thomism and Aristotelianism, Chicago 1952, no es feliz –añade
Rhonheimer–, dado que la mala, pero influyente interpretación a que
somete Jaffa la fundamentación tomasiana de la moral surge de un
desconocimiento y de una superficialidad que MacIntyre mismo ha
superado, como se advierte en su obra posterior (Whose Justice? Which
Rationality?).
39
Cf. LLANO, A. en Presentación al libro de MacINTYRE, A., Tres
versiones rivales de la ética, Rialp, Madrid 1992, pp. 12-17.
40
Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, III, q. 62, a.
2; I-II, q. 68, a. 3, solución. Para el Doctor Angélico, los dones del Espíritu
Santo son hábitos sobrenaturales, que se infunden con la gracia
santificante, junto con las virtudes. Llama a la gracia habitual gratia
virtutum et donorum, porque considera que de ella proceden tanto las
virtudes como los dones. Por ello, las virtudes y los dones comparten
numerosas características –entre otras, tienen la misma causa eficiente, es
decir, Dios, porque ambos son hábitos sobrenaturales infusos; inhieren en
el mismo sujeto (las facultades humanas); tienen el mismo objeto material
(toda la conducta moral); tienen la misma causa final (la santificación del
cristiano). Sin embargo, hay algunas diferencias entre las virtudes y los
dones (cf. Ibíd., I-II, q. 68, a. 1, solución).
41
Cf. PINCKAERS, S., La virtud es todo menos una costumbre, en «La
renovación de la moral», Verbo Divino, Estella 1971, pp. 221-246.
42
Cf. JUAN PABLO II, Encíclica Veritatis splendor, 6-VIII-1993, n. 29.
49