Record An Do Al Maestro Antonio Carrillo
Record An Do Al Maestro Antonio Carrillo
Record An Do Al Maestro Antonio Carrillo
José Sarukhán
Era una mañana muy fría. La época de lluvias se había iniciado y a pesar
de que normalmente lloviera, con puntualidad inglesa, a las cuatro de la tarde,
hacía días que el cielo amanecía encapotado y llovía desde muy temprano, en la
mañana. Cuando entramos al salón de clases, los casi 50 alumnos teníamos una
sensación de estimulo, por la baja temperatura, y a la vez de potencial
apoltronamiento por la tibia atmósfera del salón de clases, repleto de estudiantes.
Los vidrios de la gran ventana del salón, cubiertos de vaho, atestiguaban que
afuera hacía frío. Era una de esas ocasiones en que lo mismo puede uno estar
sumamente activo que caer en una envolvente somnolencia.
La clase no duró más que los 60 minutos reglamentarios. Pero en ese lapso
tuvimos frente a nosotros un escenario claro, inequívoco y maravilloso del sistema
reproductivo de los vertebrados. Esta era una clase más de las muchas en las que
Antonio Carrillo nos llevaba al fascinante mundo de los fenómenos biológicos.
Junto a su enorme capacidad de transmisión de conocimientos, adquiridos
tanto por la bibliografía como por su trabajo práctico con los modelos de los que
nos hablaba, el profesor Carrillo tenía una pasión por el estudio de las plantas. En
compañía de varios de sus colegas maestros de la escuela, excursionaba con
regularidad a diversas partes de la República, particularmente a las montañas de
Morelos y a diversas áreas de Durango y Coahuila para recolectar especímenes
de plantas mexicanas que iban conformando un valioso herbario en la escuela,
que no se usaba para enseñar a los alumnos, sino para satisfacer el interés del
grupo de maestros por conocer la flora mexicana.
Verlo dibujar entre una clase y otra, unos minutos antes de empezar la
sesión matutina o vespertina de clases, era realmente una delicia, no sólo por ver
desarrollarse los trazos y mezclarse los colores que generaban en forma fidedigna
las formas y las tonalidades de las flores, sino también por escuchar el mágico
relato de sus aventuras para colectar algún espécimen de orquídea colgado de un
risco impensable en alguna de las barrancas del estado de Morelos. El encanto y
la fascinación de esos pequeños lapsos eran como ventanas que nos permitían
asomarnos a un mundo descrito con un enorme cariño y con una enorme pasión.
A ello también se añadía la admiración, que un muchacho de 15 años puede
prodigar muy bien, por alguien que transmite honestamente el gusto con que
realiza sus tareas.