Gershe Las Mariposas Son Libres
Gershe Las Mariposas Son Libres
Gershe Las Mariposas Son Libres
Leonard Gershe
REPARTO
(por orden de aparición)
Don
Jill
Señora Barker
Ralph
ACTO PRIMERO
Una mañana soleada de junio. El sol entra a raudales por la ventana. Antes de
levantarse el telón oímos un rock cantado por DON y grabado en la cinta
magnetofónica.
(Al levantarse el telón, DON, sentado en el suelo, apoyado en la pared,
escucha. En la mano, un vaso de Coca-Cola. Tiene veinte años, atractivo,
peinado para atrás y descalzo. Para el magnetófono. Va a la nevera, se echa
un cubito de hielo en el vaso. Otro en la boca. Va al teléfono, que sigue
sonando)
DON.- ¿Qué hay, mamá? Bien, bien. ¿Y tú?... ¡Uf! Mucho calor.
¿Y en Scardsale? Sí, aquí también lo hace. ¿El departamento?
Estupendo. Sí, sí. Sí, me gusta mucho. ¿Anoche? No, no hice
nada de particular. No, no salí. Vinieron unos amigos. ¡Bah! Una
fiestita… ¿qué? No sé. No los conté. ¿Exactamente? Pues…,
doce y medio, ¿contenta? No. Se fueron pronto. ¿Cuándo?... No.
Hoy no. Me parece perfecto que vengas a hacer unas compras.
Pero no se te ocurra venir aquí. Quedamos en dos meses. (Se oye
un programa hablado de TV) ¿Qué? No. No he puesto la radio. Es en
el departamento de al lado. No lo sé... Una chica, creo. Vive ahí
desde hace dos o tres días. No sé cómo se llama. Ni me la he
tropezado en la escalera. Es su radio... Se lo diré. No, mamá,
no. Tú no tienes por qué decirle nada. Anda, tú a los almacenes
y a casa. Pero no se te ocurra venir, te conozco. Se te oye muy
mal. ¡Que se te oye muy mal! Hasta mañana. Adiós, adiós,
mamá. (DON cuelga. Va a la puerta que comunica con el otra apartamento)
¡Eeeee! ¿Quiere usted hacer el favor? (Golpea. Gritando) ¿Quiere
hacer el favor de bajar la radio? (Silencio al otro lado)
Voz de JILL TANNER.- ¿Qué dice? ¡No le oigo!
DON.- Que baje la radio. No que la quite. Basta con que la
ponga más bajito.
Voz de JILL.- No es la radio. Es la televisión.
DON.- Lo que sea. Estas paredes son de papel.
Voz de JILL.- Sí, pero de papel higiénico. ¿Qué tal una taza de café?
DON.- Gracias. Acabo de tomarlo.
Voz de JILL.- Pero yo no.
DON.- Bueno. Si quiere una taza de café... pase. Pase (DON va a
la cocina. La enciende. Llaman a la puerta en el momento en que DON está
sacando del armario una taza y un plato) Está abierto.
(Entra JILL TANNER, veinte años, aspecto aniñado, ingenuo, pelo largo que le
cae por los hombros, la cremallera del traje en la espalda, a medio subir)
JILL.- Pensará que soy una fresca invitándome así... ¡paf!, (Se
vuelve de espaldas) ¿Me la sube? Yo no alcanzo. (Hay una ligera torpeza
en los movimientos de Don al subirle la cremallera) ¡Uf! Su cuarto de
estar es mucho más grande que el mío. ¿Desde cuándo vive aquí?
DON.- Hace un mes. Pero esto no es sólo el cuarto de estar, es
todo el departamento. La única diferencia con el suyo es que
mi baño es más grande.
JILL.- Yo, con la cocina, tengo tres habitaciones. Me mudé hace
dos días. No he firmado contrato. ¡Bah! ¿Para qué? Lo he
alquilado sólo por un mes. ¡Madre mía! ¡Qué ordenado es
usted! ¡Cada cosa en su sitio!
DON.- Es fácil cuando hay poco que ordenar.
JILL.- Yo tampoco tengo muchas cosas, pero las que tengo
están jugando a las cuatro esquinas por toda la casa. Soy un
desastre. Siempre oí decir que los chicos son más ordenaditos
que las chicas. (Mira hacia arriba) ¡Qué bonito! ¿Una claraboya? Yo
no tengo. (Va a la cama) ¿Y qué es eso?
DON.- ¿Qué?
JILL.- Esto sobre unas muletas.
DON.- Ah. La cama.
JILL.- (Sube por la escalerilla de mano) ¿La cama? Huy, ¡qué divertido!
DON.- ¿Le gusta?
JILL.- Es la cama más original que he visto en mi vida. ¡y eso
que he visto unas cuantas. ¿Y es a usted a quien se le ha
ocurrido...?
DON.- No, al que vivió antes aquí. Era un "hippie" y le gustaba
dormir en un sitio alto.
JILL.- ¿Y si se cae durmiendo?
DON.- No. (Le echa café en una taza) ¿Con leche, con azúcar?
JILL.- Sin leche y sin azúcar.
DON.- Estuve a punto de quedarme con su departamento, pero
me quedé con éste, precisamente por la cama.
JILL.- Yo hubiera hecho lo mismo. (Va al sofá) ¿No le dije que era
un desastre? Pues se lo digo ahora. Compro flores y servilletas
de papel y eso que se pone debajo de los platos para que no se
estropee la mesa, pero siempre se me olvida lo más importante:
el café. (Jill se sienta en el sofá a lo moro. Toma la taza y bebe.)
DON.- ¿Está bastante caliente?
JILL.- Está perfecto. Algún día le devolveré el favor. Soy
agradecida.
DON.- ¡Qué tontería! No tiene usted por qué.
JILL.- ¿No necesita usted servilletas de papel o un florerito... o...
o algo que no sirva para nada?
DON.- (Ríe) No... no.
JILL.- ¿Puedo hacerle una pregunta... personal?
DON.- Sí.
JILL.- ¿Por qué no quiere usted que venga a verle su madre?
DON.- ¿Cómo lo sabe?
JILL.- Por el mismo método que usted oye los programas de mi
televisor. Por debajo de la puerta. Pero no has contestado a mi
pregunta. ¿No te importa que te tutee?
DON.- No. Al contrario.
JILL.- Sigues sin contestarme.
DON.- Es que no me das tiempo. Y además, ya no me acuerdo
de lo que me has preguntado.
JILL.- Por qué te da tanto terror que venga tu madre.
DON.- Es una historia un poco larga. Bueno, no. Es corta. Lo
que pasa es que hace mucho tiempo que empezó. Mamá no
quería que me fuera de casa. Ella cree que no podría vivir solo,
pero la convencí que me dejara intentarlo por dos meses. El
pacto es que no nos veamos en dos meses. Me queda uno.
JILL.- ¿Y por qué le has dicho que anoche tuviste una fiesta? Si
no es verdad.
DON.- No se te escapa nada.
JILL.- Nada.
DON.- Le digo que recibo a amigos y que doy fiestas porque no
comprendería que este todo el día solo en este apartamento,
que ya, sin haberlo visto, le revienta. Si viniera, la estoy
oyendo; echaría un vistazo a su alrededor y diría: tengo ganas
de llorar.
JILL.- ¿Es muy llorona?
DON.- No ha llorado nunca, pero siempre amenaza con echar
unas lagrimitas.
JILL.- Si quieres verla llorar, pero a moco tendido, la mandas a
mi departamento. Ahí sí que tendría motivos, la pobre. Ya
tienes edad de vivir solo. Yo tengo veinte años. ¿Y tú?
DON.- Según mi madre, once... Camino de los diez.
JILL.- Todas las madres son por el estilo. La mía querría que
fuese una niñita toda mi vida, para no envejecer. Lo que más le
encanta es que la gente crea que somos hermanas. Si no hay
ningún comentario, en ese sentido, el comentario lo hace ella.
¿Trabajas en algo?
DON.- Todavía no. Toco la guitarra, compongo canciones y
tengo proyectos.
JILL.- Te oí anoche. ¡Le diste mucho!
DON.- Lo siento, sí.
JILL.- No, no; si me encantó. Al principio creí que era un disco.
Luego al repetir y repetir, me di cuenta que eras tú.
DON.- Yo no puedo leer música y tengo que aprender de oído.
Debo trabajar mucho todavía. Pero sí, estoy decidido a no
volver a Scardsale.
JILL.- ¿Qué es eso?
DON.- ¿No conoces Scardsale? Está a veinte millas de Nueva York.
JILL.- ¡Scardsale! Parece algo para el dolor de cabeza. "Tome
una tableta de Scardsale y..." ¿Ha quedado café?
DON.- Muchísimo. (Deja el cigarrillo en el cenicero)
JILL.- Yo me sirvo. No te molestes.
DON.- Llegas tarde. (Jill le alarga la taza. El va a la cocina) ¿Cómo
dijiste que te llamabas?
JILL.- Jill Tanner. Para el mundo y los altares soy la señora de
Benson. Me casé hace mucho tiempo, cuándo tenía dieciséis años.
DON.- Y ¿tus padres te autorizaron?
JILL.- El permiso lo dio mi madre. Se negaba pero le di una
razón de peso, y no tuvo más remedio que aceptar. La dije que
estaba embarazada, pero no era cierto. Hubo llantos, tragedia,
no por mi posible pancita, sino porque de hermana, pasaba a
ser abuela, cosa que no le hizo ni pizca de gracia. Adivino lo
que estás pensando.
DON.- ¿En qué? (Don se acerca con la taza y se sienta)
JILL.- Que no parezco una divorciada.
DON.- No. No pensaba eso. Y después de todo ¿qué aspecto
tiene una divorciada?
JILL.- Por lo general tiene alrededor de los treinta y cinco, llevan
trajes muy ajustados, zapatos de taco muy alto y grandes
peinados.
DON.- ¿Cuánto tiempo estuviste casada?
JILL.-¡Uuuuu! Se me hizo tan largo... seis días. (Enciende un
cigarrillo) Y la culpa no fue de Jack. Bueno, ni de Jack, ni de
nadie. Fue uno de esos absurdos que se cometen a sabiendas
de que es un absurdo.
DON.- ¿Cómo era él?
JILL.- ¿Jack? Oh... (Incómoda) Preferiría no hablar de Jack.
DON.- Pues bueno, no hablemos de Jack.
JILL.- Aunque sí; quiero hablar de Jack porque de vez en cuando
es saludable hacer lo que no nos gusta. Jack era una ricura,
dulce, tierno; como un niñito. Cuando le conocí, bueno, aquello
fue el colmo de la felicidad. Todos los días eran para nosotros
como una gran feria. Ruidos, luces, cohetes, explosiones, ¡pim!,
¡pum!, ¡pum! Y de ese deslumbramiento, zas, lo único que
recuerdo es verme frente a un juez y casándome, así, sin más
ni más.
DON.- ¿Cuánto tiempo duraron las relaciones?
JILL.- Dos o tres semanas, pero déjame terminar, ¿por dónde
iba? Ah sí, que me encontré casada de la noche a la mañana.
No había terminado ni el bachillerato, tenía que dar examen a
los dos días de la boda y el lío de mi cabeza era como ya te
puedes imaginar. Cuando oí decir al juez algo así como "¿Jack,
tomas a Jill como a tu legítima esposa?" y luego: "... hasta que
la muerte los separe". Pensé: ¿Pero esto es una boda o un
funeral?
DON.- (Estaba encendiendo un cigarrillo) ¡Qué cosas dices!
JILL.- No hay nada más morboso que una boda. Y yo, odio todo
lo que sea morbo. Pero allí estaba, en pleno morbo y con Jack
Benson sobre mis espaldas, mejor dicho, encima de mí para
toda la vida. Me dieron ganas de salir corriendo, gritando a
media de la noche.
DON.- ¿Lo hiciste?
JILL.- No porque eran las diez de la mañana. No me quedó otro
remedio que desmayarme.
DON.- ¿Y te desmayaste?
JILL.- ¡Claro! Pero como no tengo el don de la oportunidad, me
desmayé después de haber dicho: "Sí quiero". (Don echa la ceniza
en donde estaba el cenicero que acaba de coger Jill. Le mira extrañada)
JILL.- Aquí no hay nada más que lechuga, algo que me atrae
poquísimo y una manzana solitaria.
DON.- Es tuya.
JILL.- (Le da un mordisco) Lo va siendo, lo va siendo, no te
preocupes. (JILL vuelve al sofá con la manzana en la boca y sigue mirando
en el bolso. Saca un peine y unas tijeras. Pasa el peine por el pelo de DON,
que se lleva un susto) Tú tranquilo, que ya verás lo bien que lo
hago. (Le peina mientras come la manzana.)
DON.- ¿Cuándo fuiste "hippie"?
JILL.- Después de casada. Hice todo lo que hacen los "hippies",
que es no hacer nada, fumar hierba y decir frases como "hacer
el amor, no la guerra", "no creas a nadie por encima de los
treinta" y cosas por el estilo. Lo hice por seguir a todos los
chicos de mi edad y luego dejé de ser "hippie" porque ya lo
eran todos. Estaba perdiendo mi personalidad. En realidad me
hice "hippie" más que nada para rebelarme y protestar contra
mi madre, pero sí, sí; un día llegué a casa con el pelo largo y
sucio, con la camiseta de un amigo, descalza y con muchos
collares, me miró con la boca abierta y cuando yo creí que iba a
dar un grito de horror dijo, ¡estás deliciosa! Al día siguiente se
ensució el pelo, se dejó la camisa por fuera de la falda y se
quitó los zapatos. ¿Cómo vas a protestar contra alguien que
hace lo mismo que tú? Y me dije: Jill, al otro lado, y me hice de
los jóvenes republicanos; pero ¿tú has visto algo más absurdo y
triste que ser joven y republicano? (Termina de peinarle.) Así ¡Estás
bárbaro!
(En un rápido movimiento saca un espejito de su bolso y se lo pone delante
de la cara. Se da cuenta de la metedura de pata, se mira ella y después lo
guarda.)
TELÓN
ACTO SEGUNDO
CUADRO 1
SEÑORA BARKER.- Me alegro de encontrarte en casa, Donny.
DON.- (A JILL) Mi madre.
JILL.- ¿Tu madre? ¡Huy! ¡Pero qué de prisa pasa el tiempo! ¡Un
mes ya!
DON.- Mamá. La señora Benson.
(La SEÑORA BARKER mira a JILL de arriba abajo con desagrado)
DON.- ¿Qué?
JILL.- El postizo de Susan Poter. (JILL lo toma y se va rápida a su
departamento, cerrando la puerta.)
SEÑORA BARKER.- (Y dice bajo, para ella misma, con retintín) La señora
Benson...
JILL.- (Desde su apartamento) ¿Me llamaba?
(La SEÑORA BARKER, asombrada por un momento, se recupera en seguida.
En un tono más dulce.)
DON.- ¡Adelante!
(JILL entra alegremente seguida de Ralph AUSTIN. Joven barbudo, descuidado
en el vestir, con sweter y pantalones de pana.)
JILL.- ¡Hola! ¡Qué tal! Ya llegué. ¡Uf! Viene Ralph conmigo. (Por la
SEÑORA BARKER.) ¡Ah!, ¿sigue usted aquí? Don, te presento a
Ralph Austin. Ya te hablé de él. Es el director de la obra. Don...
y la madre de Don. (Intercambio de fríos saludos.) Le he contado a
Ralph lo tuyo y tenía muchas ganas de conocerte.
RALPH.- (Con una voz alta y poco natural.) Jill me ha contado lo bien
que... bueno lo bien que te has adaptado a la vida siendo,
bueno... lo que eres.
DON.- Sí, ciego, Ralph. Es una palabra que no me asusta.
RALPH.- Ya lo sé. Jill me ha dicho que no tienes ningún
complejo, ni... estás amargado.
DON.- Ralph, no te esfuerces en hablar tan alto.
SEÑORA BARKER.- Mi hijo no está sordo.
RALPH.- ¡Ay! perdón, sin querer... cuando...
JILL.- Puede oír mejor que tú y que yo.
DON.- No.
JILL.- ¡Y el olfato lo tiene muy desarrollado!
SEÑORA BARKER.- ¿Les preparo algo de comer antes de irme?
RALPH.- Ya hemos cenado.
JILL.- (mira la mesa con pena.) ¡Oh! Don, cuánto lo siento. ¡Y qué
bonita! ¡Con flores y velas! (Reacciona) ¡Ay! Perdóname, pero
bueno, ya estoy aquí. Fuimos después de la prueba a casa de
Ralph y bebimos una botella de champagne.
RALPH.- No exageres. Era un vino con burbujas.
DON.- ¿Y qué? ¿Te han dado el papel?
JILL.- Sí y no. Ya no hago la esposa.
DON.- ¡Ah!, ¿no? ¿Y qué te han dado? ¿El del homosexual?
JILL.- No. Haré de su secretaria, no es un papel largo pero tiene
una escena bárbara.
RALPH.- Y ha estado estupenda. Le ha hecho muy buena
impresión al director.
JILL.- Me puse un poco nerviosa. Imagínate, tuve que pasearme
por el escenario desnuda.
(A la SEÑORA BARKERse le Cae una taza que tenía en la mano. DON mira
molesto en esa dirección. La señora BARKERse agacha y recoge los pedazos.)
SEÑORA BARKER.- Lo siento, Don.
JILL.- ¿La ayudo?
SEÑORA BARRER.- Ya para qué. ¿Cuántos cafés?
DON.- Yo no quiero.
JILL.- Yo, sí.
DON.- ¿Y ¿Y por qué ha tenido que pasar la prueba desnuda?
RALPH.- Porque ahora no hay obra en el teatro en que no salga
algún actor desnudo; y claro, un actor, una actriz puede ser
bueno pero, ¿y el cuerpo? Lo visual aquí es muy importante.
SEÑORA BARRER.- ¿Cómo quiere usted el café?
RALPH- Solo, por favor.
JILL.- Nunca hubiera pensado que iba a ser capaz de
desnudarme, pero al ver a treinta o cuarenta actores pasearse
por el escenario como su mamá les echó al mundo de lo que
me entró vergüenza era de ir vestida, ¿qué hubiera hecho
usted en mi caso, Señora Barker?
SEÑORA BARRER.- (La mira fulminándola) Mejor es que no te lo
diga, nena.
RALPH.- Yo estaba sentado en las butacas y en el momento en
que vimos a Jill desnuda pensamos que no le iba el papel de la
protagonista.
SEÑORA BARKER.- ¿Y el argumento es interesante?
RALPH.- Mucho, y de un gran dramatismo.
JILL.- Yo muero al final.
SEÑORA BARKER.- De una pulmonía, claro.
RALPH.- La escena es formidable. Y estoy contento porque a mí
me va mucho ese teatro. Pondré a Jill tirada en el suelo.
DON.- ¿Desnuda?
RALPH.- Desnuda. Se ha tomado una dosis excesiva de heroína.
Está agonizando y se arrastra sensual y ardiendo, gritando una
palabra.
DON.- ¿Qué palabra?
SEÑORA BARRER.- ¿Y qué te importa?
RALPH.- Bueno, no sé si puedo repetirla aquí.
SEÑORA BARKER.- ¿La van a decir en el escenario y no sabe
usted si puede repetirla aquí?
DON.- Vamos, sin miedo. ¿Qué dice? (RALPH cruza y se la dice a DON
en el oído. Gesto de DON.) No. Mejor es que no la digas.
TELÓN