Introduccionalmarxismo
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ÍNDICE
Prólogo a la edición española…………………………………………………………...…………….... 02
Prólogo…………………………………………………………………………………………...……. 03
La desigualdad social y las luchas sociales a través de la historia…………………………………...…… 04
Las fuentes económicas de la desigualdad social………………………………………………...…...…. 09
El Estado, instrumento de dominación de clase………………………..…………………………...…. 14
De la pequeña producción mercantil al modo de producción capitalista…...……………………….... 18
La economía capitalista…………………………………………………………………………...……. 23
El capitalismo de los monopolios……………………………………………………..……………….. 31
El sistema imperialista mundial…………………………………………………………………....…… 36
Los orígenes del movimiento obrero moderno……………………………………….………….…….. 41
Reformas y revolución………………………………………………………..…………………...…… 45
Democracia burguesa y democracia proletaria………………………………..……………………..….. 50
La primera guerra imperialista y la revolución rusa………………………………...…………………… 55
El stalinismo…………………………………………………………….………………………….….. 60
De las luchas cotidianas de las masas a la revolución socialista mundial…………………………..…… 67
La conquista de las masas por los revolucionarios ……………………………………………...……… 72
El advenimiento de la sociedad sin clases………………………………….…………………….……... 79
La dialéctica materialista………………………………………………………………….....…….……. 83
El materialismo histórico………………………………………………….……………………..…….. 90
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Prólogo
Esta «introducción al marxismo» es el resultado de varias experiencias de cursos dados a jóvenes militantes, en distintos
momentos de los últimos quince años. Fue hecha en función de las necesidades pedagógicas que constatamos, y que pueden diferir según
los países y los ambientes. Por tanto, no tiene ninguna pretensión de servir de «modelo».
Si bien se tratan elementos básicos de la teoría del materialismo histórico, de la teoría económica marxista, de la historia del
movimiento obrero y de los problemas de estrategia y táctica del movimiento obrero de nuestra época, aparece en ella una «innovación»,
desconcertante a primera vista: el capítulo sobre la dialéctica materialista y el que expone de un modo sistemático la teoría del
materialismo histórico, se encuentran al final, y no al principio del texto.
Evidentemente, no se trata de una «revisión metodológica», sino de una lección extraída de una comprobación experimental:
iniciar un curso sobre el marxismo con un capítulo sobre la dialéctica, es más adecuado para la formación de cuadros, que para la
iniciación de militantes. Estos últimos asimilan mejor la teoría si se les expone de la forma más concreta posible. Por ello es preferible
partir de aquello que es inmediatamente verificable —la desigualdad social, la lucha de clases, la explotación capitalista— y concluir
en las nocienes más abstractas y más fundamentales de la dialéctica, como lógica universal del movimiento y de la contradicción, después
de haber clarificado el movimiento de la sociedad y las contradicciones que lo atraviesan.
Esto no es más que una opción basada en una experiencia pedagógica personal. No es necesario decir que otras experiencias
podrían conducir a conclusiones diferentes; estamos dispuestos a retomar una estructura más tradicional de la Introducción, si se nos
demuestra, con el apoyo de experiencias, que el método de exposición tradicional permite asimilar mejor la esencia del marxismo a los
militantes de base. Sin embargo, y por el momento, nos permitimos dudar de ello.
Ernest Mandel
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La desigualdad social
y las luchas sociales
a través de la Historia
1. La desigualdad social en la sociedad capitalista contemporánea
En Bélgica existe una pirámide de bienes patrimoniales y de poder social. En la base de esta pirámide se
encuentra una tercera parte de los ciudadanos, que solo poseen lo que ganan y gastan, año tras año; ellos no
pueden ahorrar, ni adquirir riquezas. En la cumbre de la pirámide se encuentran un cuatro por ciento de los
ciudadanos, que poseen la mitad de la fortuna privada de la nación. Menos de un uno por ciento de los belgas
poseen más de la mitad de la fortuna mobiliaria del país. Entre ellos, doscientas familias controlan los grandes
holdings que dominan el conjunto de la vida económica nacional.
En los Estados Unidos, una comisión del Senado ha calculado que menos del uno por ciento de las
familias poseen el 80 por 100 de todas Jas acciones de las sociedades anónimas, y que el 0,2 por 100 de las familias
poseen más de las dos terceras partes de estas acciones. Como (con algunas excepciones) toda la industria y las
finanzas en los Estados Unidos está organizada sobre la base de la «sociedad anónima», podemos decir que el 99
por 100 de los ciudadanos USA tienen un poder económico inferior al del 0,1 por 100 de la población.
En Suiza. el 2 por 100 de la población posee más del 67 por 100 de la fortuna privada.
La desigualdad de las rentas y de las fortunas no es solamente un hecho económico; implica una
desigualdad ante las posibilidades de supervivencia, una desigualdad ante la muerte Así, en Gran Bretaña, antes de
la guerra, la mortalidad infantil en las familias de obreros no especializados, fue más del doble que en las familias
burguesas. Una estadística oficial indica que en Francia, en el año 1951, la mortalidad infantil alcanzó las cifras
siguientes: 19,1 fallecimientos por 1.000 nacimientos en las profesiones liberales; 23,9 en la burguesía patronal;
28,2 en los empleados de comercio; 34,5 en los comerciantes; 36,4 en los artesanos; 42,5 en los obreros
cualificados; 44,9 en los campesinos y obreros agrícolas; 51,9 en los obreros semicalificados y 61,7 en el peonaje.
Diez años más tarde, estas proporciones no habían variado prácticamente, aunque la tasa de mortalidad infantil
había disminuido en cada una de las categorías.
Recientemente, el diario conservador belga La Libre Belgique publicó un estudio conmovedor sobre la
formación del lenguaje en el niño. Este estudio confirma que el handicap que un niño de familia pobre sufre
frecuentemente, durante los dos primeros años de su vida, a consecuencia del subdesarrollo cultural impuesto por
la sociedad de clases, produce consecuencias duraderas, en cuanto a la posibilidad de asimilar conocimientos
científicos, consecuencias que una enseñanza «igualitaria», no compensadora, es incapaz de neutralizar.
La vieja afirmación de que la desigualdad social ahoga el surgimiento de millares de Mozart, de
Shakespeare o de Einstein entre los niños del pueblo, sigue siendo cierta en plena «sociedad del bienestar».
En nuestra época, debemos tener en cuenta, no solamente las desigualdades sociales que existen en el
interior de cada país, sino también la desigualdad entre un pequeño grupo de países avanzados, desde un punto de
vista industrial, y la mayor parte de la humanidad, que vive en los países llamados subdesarrollados (países
coloniales y semicoloniales).
Así, los Estados Unidos producen más de la mitad de la producción industrial y consumen más de la mi-
tad de un gran número de materias primas industriales, dentro del mundo capitalista. 550 millones de indios
disponen de menos acero y menos energía eléctrica que nueve millones de belgas. La renta real per cápita en los
países más pobres del mundo, no es más que el 8 por 100 de la renta per cápita en los países más ricos. El 67 por
100 de los habitantes del mundo sólo acceden al 15 por 100 de la renta mundial. En la India, por cada 1.000
nacimientos, hay treinta veces más madres que mueren de las consecuencias inmediatas de la maternidad, que en
los Estados Unidos.
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Un habitante de la India consume diariamente tan sólo la mitad de las calorías que consumimos en los
países avanzados. La esperanza de vida, que en Occidente supera los sesenta y cinco años, llegando en ciertos
países a los setenta años, apenas alcanza a los treinta años en la India.
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de dirección de las empresas. Pero ello requiere una formación técnica de nivel universitario. Y, durante las últimas
décadas, en Bélgica, sólo de un 5 a un 7 por 100 de los estudiantes eran hijos de obreros. Lo mismo ocurre en la
mayoría de los países imperialistas.
Las instituciones sociales impiden el acceso de los obreros a la propiedad capitalista, tanto a causa de sus
rentas como por el sistema de la enseñanza superior. Así mantienen, conservan, perpetúan la división de Ja
sociedad en clases, tal como existe actualmente.
Incluso en los Estados Unidos, donde se exhiben orgullosamente los ejemplos de «beneméritos hijos de
obreros que han llegado a ser multimillonarios a fuerza de trabajar», una encuesta ha demostrado que el 90 por 100
de los directores de las empresas más importantes, provienen de la alta y la media burguesía.
De este modo, a lo largo de la historia, encontramos una desigualdad social cristalizada en desigualdad de
clase. En cada una de esas sociedades podemos hallar una clase de productores que hace vivir de su trabajo al
conjunto de la sociedad y una clase dominante que vive del trabajo de los demás:
— Campesinos y sacerdotes, señores o recaudadores en los imperios de Oriente.
— Esclavos y amos en la antigüedad grecorromana.
— Siervos y señores feudales en la Alta Edad Media.
— Obreros y capitalistas en la época burguesa.
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producto de la «naturaleza humana» sino de una evolución histórica de la sociedad. La opresión no ha existido
siempre. No existirá siempre. No ha habido siempre ricos y pobres, y no los habrá por siempre.
La sociedad dividida en clases, la propiedad privada del suelo y de los medios de producción no son de
ningún modo producto de la «naturaleza humana». Son el producto de la evolución de la sociedad y de sus
instituciones económicas y sociales. Vamos a ver cómo nacieron y cómo desaparecerán.
En efecto, desde que apareció la división de la sociedad en clases, el hombre manifiesta nostalgia de la
antigua vida comunitaria. Encontramos las expresiones de esta nostalgia en el sueño de la «edad de oro» que sería
situada en los albores de la existencia humana sobre la tierra, sueño que describen los autores clásicos chinos, y los
griegos y latinos. Virgilio dice claramente que en la época de esta edad de oro las cosechas eran compartidas en
común, lo que quiere decir que la propiedad privada no existía.
Numerosos filósofos y sabios célebres han considerado que la división de la sociedad en clases representa
la fuente de la enfermedad social, y han elaborado proyectos para suprimirla.
He aquí cómo el filósofo griego Platón caracteriza el origen de las desgracias que se abaten sobre la
sociedad: «Incluso la ciudad más pequeña está dividida en dos partes, una ciudad de los pobres y una ciudad de los
ricos que se oponen (como) en estado de guerra.»
Las sectas judías que pululan al comienzo de nuestra era, y los primeros Padres de la Iglesia que han
continuado la tradición en los siglos III y IV de nuestra era, son así mismo feroces partidarios de un retorno a la
comunidad de bienes.
San Bernabé escribe: «No hablarás nunca de tu propiedad, pues si tú gozas en común de tus bienes
espirituales, aún será más necesario gozar en común de tus bienes materiales.» San Cipriano ha pronunciado
numerosos alegatos en favor del reparto igualitario de los bienes entre todos los hombres. San Juan Crisostomo es
el primero que exclama: «la propiedad es un robo». Incluso San Agustín ha comenzado por denunciar el origen de
todas las luchas y de todas las violencias sociales en la propiedad privada, para modificar más tarde su punto de
vista.
Esta tradición se continuará en la Edad Media, en especial por San Francisco de Asís y los precursores de
la Reforma: los Albigenses y los Cataros, Wycleff, etcétera. He aquí lo que dijo el precursor inglés John Ball,
alumno de Wycleff, en el siglo XVI: «Hace falta abolir la servidumbre y hacer a todos los hombres iguales. Los que
se llaman nuestros dueños consumen lo que producimos... Deben su lujo a nuestro trabajo.»
Finalmente, en la época moderna, vemos cómo estos proyectos de sociedad igualitaria se van haciendo
cada vez más precisos, claramente en La Utopia, de Tomás Moro (inglés); en La ciudad del sol, de Campanella
(italiano); en la obra de Vaurasse d'AHais (siglo XVII): en el Testamento de Jean Meslier, y en El código de la naturaleza,
de Morelly (siglo XVIII) ( francés).
Al lado de esta rebelión del espíritu contra la desigualdad social, ha habido innumerables rebeliones
materiales, es decir, insurrecciones de las clases oprimidas contra sus opresores. La historia de todas las sociedades
de clases es la historia de las luchas de clases que las desgarran.
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la mas conocida es la de Espartaco— que contribuyeron eficazmente a la caída del Imperio Romano. Entre los
«ciudadanos libres» propiamente dichos, hubo una lucha violenta entre una clase de campesinos endeudados y de
comerciantes-usureros, entre los desposeídos y los poseedores.
En la Edad Media, bajo el régimen feudal, las luchas de clase han enfrentado señores feudales a comunas
libres basadas en una pequeña producción comercial, a artesanos y comerciantes en el seno de estas comunas, y a
algunos artesanos urbanos y campesinos de los alrededores de las ciudades. Hubo, sobre todo, luchas de clase
feroces entre la nobleza feudal y el campesinado que trataba de sacudirse el yugo feudal, luchas que tomaron
formas resueltamente revolucionarias con las Jacqueries en Francia, la guerra de Wat Tyler en Inglaterra, la guerra
de los Musitas en Bohemia y la guerra de los campesinos en la Alemania del siglo XVI.
Los tiempos modernos están marcados por las luchas de clase entre la nobleza y la burguesía, entre
los maestros artesanos y los aprendices, entre los ricos banqueros y comerciantes, por una parte, y los «brazos
desnudos» de las ciudades por la otra, etc... Estas luchas anuncian ya las revoluciones burguesas, el moderno
capitalismo, y la lucha de clase del proletariado contra la burguesía.
Bibliografía:
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2. La revolución neolítica
Esta situación de pobreza fundamental sólo pudo ser convenientemente modificada con la aparición de
las técnicas de cultivo de la tierra y de cría de animales. La técnica de cultivo de la tierra —la mayor revolución
económica en toda la existencia de la humanidad— se debió a las mujeres, al igual que una serie de
descubrimientos importantes de la prehistoria (en especial la técnica de la alfarería y del tejido).
Se implantó a partir, más o menos, del año 15.000 antes de J.C. en distintos lugares del planeta,
empezando probablemente en Asia Menor, Mesopotamia, Irán y Turkestán, y extendiéndose progresivamente
hasta Egipto, India, China, el norte de África y Europa mediterránea. Es conocida con el nombre de revolución
neolítica porque tuvo lugar en una época de la Edad de Piedra en la que los principales instrumentos de trabajo del
hombre se fabricaban en piedra pulimentada (la última época de la edad de piedra).
La revolución neolítica permitió al hombre producir sus víveres y controlar —más o menos— por sí
mismo su propia, subsistencia. Atenuó la dependencia con respecto a las fuerzas de la naturaleza en la que se
encontraba el hombre primitivo. Permitió la formación de reservas de víveres, lo que a su vez hizo posible liberar a
algunos miembros de la comunidad de la necesidad de producir su alimento. Pudo por tanto desarrollarse una cierta
división económica del trabajo, una especialízación de los oficios, que incrementó la productividad del trabajo humano.
Este tipo de especialización sólo la podemos encontrar en esbozo en la sociedad primitiva, ya que como dijo uno
de los primeros descubridores españoles respecto a los indios del siglo XVI: «(los primitivos) quieren utilizar todo
su tiempo reuniendo víveres, puesto que si lo utilizaran de otro modo, se verían atenazados por el hambre».
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estructura igualitaria de la comunidad aldeana. Sólo le permite alimentar unos cuantos artesanos y funcionarios,
como los de las aldeas hindúes, que han venido siendo mantenidos durante miles de años.
Pero cuando los jefes militares o religiosos concentran estos excedentes en grandes espacios, o cuando
son muy abundantes en las aldeas debido al perfeccionamiento de los métodos de cultivo, pueden crear las
condiciones necesarias para la aparición de la desigualdad social. Pueden utilizarse entonces para alimentar a los
prisioneros de guerra o a los cautivos de una expedición de piratería (que anteriormente hubieran sido asesinados,
debido a la falta de subsistencia). Se les puede obligar a trabajar para los vencedores a cambio de su alimento: con
ello aparece la esclavitud en el mundo griego.
También puede utilizarse este mismo excedente para alimentar a toda una cohorte de sacerdotes,
soldados, funcionarios, señores y reyes: con ello aparecen las clases dominantes en los Imperios del antiguo
Oriente (Egipto, Babilonia, Irán, India, China).
A partir de este momento la división social del trabajo viene a completar la división económica del trabajo.
La producción social deja de servir, en conjunto, para subvenir a las necesidades de los productores. A partir de
ahora se reparte del siguiente modo:
—el producto necesario, es decir, la subsistencia de los productores, sin el trabajo de los cuales se hundiría
toda la sociedad;
—el sobreproducto social, es decir, el excedente producido por los productores y acaparado por las clases
poseedoras.
El historiador Heichelheim describe la aparición de las primeras ciudades en el mundo antiguo del
siguiente modo:
«La población de los nuevos centros urbanos se compone... en su mayor parte de una capa superior
que vive de rentas (es decir, apropiándose del sobreproducto del trabajo agrícola. E. M.) compuesta por
señores, nobles y sacerdotes. Deben añadirse además los funcionarios, empleados y servidores, alimentados
indirectamente por esta capa superior».
La aparición de las clases sociales —clases productoras y clases dominantes— provoca el nacimiento del
Estado, que es la principal institución tendente a mantener las condiciones sociales dadas, es decir, la desigualdad
social. La división de la sociedad en clases se consolida con la apropiación de los medios de producción por las
clases poseedoras.
4. Producción y acumulación
La formación de las clases sociales, la apropiación del sobreproducto social por una parte de la sociedad,
se deriva de una lucha social y sólo puede mantenerse gracias a una lucha social constante.
Pero este fenómeno representa al mismo tiempo una etapa —inevitable— del progreso económico,
debido al hecho de que permite la separación de dos funciones económicas fundamentales: la función de
producción y la función de acumulación.
En la sociedad primitiva, el conjunto de los hombres y mujeres útiles están ocupados principalmente de la
producción de víveres. En estas condiciones, les quedaba muy poco tiempo para dedicarse a la fabricación y
almacenamiento de instrumentos de trabajo, a la especialización de esta fabricación, a la búsqueda sistemática de
otros instrumentos de trabajo, al aprendizaje de técnicas complicadas de trabajo (como por ejemplo el trabajo
metalúrgico), a la sistemática observación de los fenómenos de la naturaleza.etc..
La producción de un sobreproducto social permite otorgar suficientes ocios a una parte de la humanidad
para que pueda consagrarse a todas estas actividades que posibilitan el incremento de la productividad del trabajo.
Estos ocios se encuentran también en la base de la civilización, del desarrollo de las primeras técnicas
científicas (astronomía, geometría, hidrografía, mineralogía, etc...) y también de la escritura.
La separación del trabajo intelectual y del trabajo manual debida a estos ocios acompaña la división de la
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sociedad en clases.
La división de la sociedad en clases representa, por tanto, una condición de progreso histórico mientras la
sociedad es demasiado pobre como para poder permítir a todos sus miembros dedicarse al trabajo intelectual (a las
funciones de acumulación). Pero el precio pagado por este progreso es excesivo. Hasta las vísperas del capitalismo
moderno, únicamente las clases poseedoras se aprovechan de los beneficios derivados del incremento de la
productividad del trabajo. A. pesar de los progresos de la técnica y de la ciencia durante los 4.000 años que separan
los inicios de la civilización antigua del siglo XVI, la situación de un campesino indio, chino, egipcio, o incluso
griego o eslavo, no ha sufrido cambios ostensibles.
a) O bien destruir deliberadamente todo sobreproducto social, y volver a la pobreza primitiva extrema,
con lo que la reaparición del progreso técnico provocará rápidamente las mismas desigualdades sociales que se han
querido suprimir.
b) O bien desposeer a la antigua clase poseedora en beneficio de una nueva clase poseedora.
Esto fue lo que sucedió con la insurrección de los esclavos romanos dirigidos por Espartaco, las primeras
sectas cristianas y los monasterios, las distintas insurrecciones campesinas que se sucedieron en el Imperio chino,
la revolución de los taboritas en Bohemia en el siglo XV, las colonias comunistas establecidas por inmigrantes en
América, etc.
Sin que pretendamos decir que la revolución rusa ha llegado a la misma situación, la reaparición de una
acentuada desigualdad social en la URSS en la actualidad, sólo puede explicarse fundamentalmente por la pobreza
de la Rusia de los zares, por la insuficiencia del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, por el aislamiento de
la revolución en un pais atrasado, seguido del fracaso de la revolución en Europa central durante el período 1918-
1923.
Una sociedad igualitaria basada en la abundancia y no en la pobreza —ése es el objetivo del socialismo—
sólo puede desarrollarse a partir de una economía avanzada, en la cual el sobreproducto social es tan elevado que
permite que todos los productores se liberen de un trabajo embrutecedor y que conceda suficientes ocios a toda la
comunidad para que ésta pueda realizar colectivamente las funciones dirigentes en la vida económica y social
(función de acumulación).
¿Por qué han sido necesarios 15.000 años de sobreproducto social antes de que la economía humana
pueda tomar el impulso necesario para dejar entrever una solución socialista a la desigualdad social? En la medida
en que las clases poseedoras se apropian del sobreproducto social bajo la forma de productos (de valores de uso),
su propio consumo (consumo improductivo) viene a ser el límite de crecimiento de la producción que desean
realizar.
Los templos y los reyes del antiguo Oriente; los amos de esclavos de la antigüedad greco-romana; los
señores nobles y los mercaderes chinos, indios, japoneses, bizantinos, árabes; los nobles feudales de la. Edad
Media, no tenían ningún interés en incrementar la producción porque ya habían reunido en sus castillos y palacios
suficientes víveres, vestidos lujosos, objetos de arte. Existe un límite para el consumo y el lujo que es imposible
transgredir (un ejemplo cómico de ello: en la sociedad feudal de las islas Hawai, el sobreproducto social toma la
forma de alimento, y en consecuencia, el prestigio social depende... del peso de cada persona).
Sólo cuando el sobreproducto social toma la forma de dinero —de plusvalía— y puede servir tanto para la
adquisición de bienes de consumo como para la de bienes de equipo (de producción), la nueva dase dominante —
la burguesía— empieza a sentir interés por un ilimitado incremento de la producción. Con ello se crean las
condiciones sociales necesarias para que puedan aplicarse a la producción todos los descubrimientos científicos, es
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decir, las condiciones necesarias para la aparición del capitalismo industrial moderno.
Entre la sociedad del comunismo primitivo de la horda y del clan, y las primeras formas de sociedad
fundadas en la dominación de una clase sobre otra (por ejemplo, la sociedad esclavista), se inserta una época de
transición en cuyo transcurso aún no se ha desarrollado plenamente una clase dominante propietaria, pero en la
que la. desigualdad social emergente está ya institucionalizada. Conocemos la existencia de este tipo de sociedad no
sólo por numerosos vestigios y descripciones del pasado, que subsisten especialmente en lo mitos, leyendas y
religiones llamados «primitivos», sino también por la sociedad de linaje que, en algunas zonas rurales de África
negra, aún existen hoy, aunque sea de una manera cada vez más deformada a raíz de su simbiosis con la sociedad
de clase que predomina en todos los países donde aquélla sobrevive.
La primera forma institucionalizada de desigualdad y opresión sociales es la opresión de la mujer por el
hombre en las sociedades primitivas que han alcanzado esta etapa de su desarrollo.
La opresión de la mujer no existió siempre. No es el resultado de una fatalidad biológica que pesaría sobre
el sexo femenino. Por el contrario, hay abundantes antecedentes en la Prehistoria y en la sociedad de comunismo
de clan, que confirman que ella estuvo largo tiempo signada por la igualdad de los sexos. Aunque nos faltan datos
para poder generalizar este fenómeno a todo el conjunto de la humanidad primitiva, está de todas formas
demostrado que, al menos en una serie de esas sociedades, las mujeres jugaron inclusive un papel socialmente
dominante. Basta recordar el fenómeno ampliamente conocido de la «diosa Fertilidad», dueña del cielo, en los
albores de la agricultura, inventada por las mujeres, para deducir que la sustitución no menos generalizada de esa
diosa por un dios (luego por un dios monoteísta) no puede ser accidental. La revolución en el cielo refleja una
revolución que se había producido en la tierra. La transformación de las ideas religiosas es el resultado de una
transformación de las condiciones sociales, de las relaciones recíprocas entre hombres y mujeres.
A primera vista puede parecer paradójico que mientras se afirma el papel económico predominante de la
mujer, gracias a su función esencial en los trabajos del campo (revolución neolítica), comienza, poco a poco, la era
de su sujeción social. Pero aquí no hay ninguna contradicción verdadera.
En la medida en que la agricultura primitiva cobra impulso, la mujer se convierte doblemente en la
principal fuente de riqueza de la tribu: como principal productora de víveres y como procreadora, ya que sólo a
partir de una base más o menos segura de aprovisionamiento de víveres, el crecimiento demográfico no es más
tenido como amenaza, sino como beneficio potencial. A raíz de este mismo hecho la mujer se vuelve objeto de
codicia económica, lo que era imposible en la época de la caza y la recolección de frutos.
Para que pudiese realizarse esta sujeción debieron operarse una serie concomitante de transformaciones
sociales. La mujer debió ser «desarmada», es decir, que el oficio de las armas debió volverse monopolio masculino.
Las numerosas leyendas sobre las amazonas, que sobreviven en todos los continentes atestiguan claramente que
esto no ha sido siempre así. La situación de la mujer también debió ser transformada a causa de las modificaciones
radicales de las reglas del matrimonio y de la socialización de los hijos, tendentes a asegurar la preponderancia del
patriarcado.
Con el desarrollo y la posterior consolidación de la propiedad privada, la familia patriarcal toma
progresivamente la forma definitiva que ha conservado, a pesar de modificaciones sucesivas, a través de buena
parte de la historia de las sociedades de clase. Ella se convierte en una de las instituciones principales e
irreemplazables que garantizará la perennidad de la propiedad privada, a través de la herencia, y la opresión social
bajo todas sus formas (comprendidas también las estructuras mentales que eternizan la a aceptación de la
autoridad «venida de arriba» y de la obediencia ciega. Se transforma en caldo de cultivo de innumerables
discriminaciones en perjuicio de la mujer, en todas las esferas de la vida social. Las justificaciones ideológicas y los
prejuicios hipócritas que sostienen esas discriminaciones, forman parte integrante de la ideología dominante de
prácticamente todas las clases pudientes que, hasta ahora, se han sucedido en la historia. Con esto, ellas han
impregnado también, al menos parcialmente, la mentalidad de las clases explotadas incluida la del proletariado
moderno del régimen capitalista, aun inmediatamente después de su derrocamiento.
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Bibliografía:
Marx y Engels: El manifiesto comunista.
Engels: Anti-Dühring (2.a y 3.a parte).
Cordon Childe: Qué sucedió en la Historia.
— El hombre se hizo a sí mismo.
Glotz: El trabajo en la antigua Grecia.
Boisonnade: El trabajo en la Edad Media.
E. Mandel: Tratado de economía marxista (los cuatro primeros capítulos).
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El Estado: instrumento
de dominación de clase
1. La división social del trabajo y el nacimiento del Estado
En la sociedad sin clases primitiva, las funciones administrativas eran realizadas por la masa de los
ciudadanos. Todos llevaban armas. Todos participaban en las asambleas que tomaban las decisiones concernientes
a la vida colectiva y las relaciones de la comunidad con el mundo exterior. Igualmente los conflictos internos eran
resueltos por todos los miembros de la colectividad.
Evidentemente, no existe ninguna razón para que idealicemos la situación existente en el seno de las
comunidades primitivas que vivían bajo el régimen del comunismo del clan o de la tribu. La sociedad era
extremadamente pobre. El hombre vivía bajo el yugo de las fuerzas de la naturaleza. Los hábitos, las costumbres,
las reglas de arbitraje de los conflictos internos y externos, a pesar de que fueran aplicados colectivamente, estaban
impregnados de ignorancia, de miedo, de creencias mágicas. Lo que por el contrario cabe destacar es que la
sociedad se gobernaba a sí misma, dentro de los límites de sus conocimientos y posibilidades.
Por tanto, no es cierto que las nociones de «sociedad», «colectividad humana» y «Estado» sean
prácticamente idénticas y que se solapen mutuamente a través de las épocas. Todo lo contrario, la humanidad vivió
durante miles de años en colectividades que no llegaron a conocer nunca la existencia del Estado.
El Estado aparece cuando las funciones que primeramente eran realizadas por todos los miembros de la
colectividad se convierten en patrimonio de un grupo de hombres aislados:
— un ejército distinto de la masa de ciudadanos armados;
— jueces distintos de la masa de ciudadanos que juzgan a sus semejantes;
— jefes hereditarios, reyes, nobles, en lugar de representantes o dirigentes de tal o cual actividad,
designados temporalmente y siempre revocables;
— «productores de ideologías» (sacerdotes, funcionarios, enseñantes, filósofos, escribas, mandarines)
separados del resto de la colectividad.
Por tanto, el nacimiento del Estado es producto de una doble transformación: la aparición de un
sobreproducto social permanente, que permite liberar a una parte de la sociedad de la obligación de efectuar un
trabajo para asegurar su subsistencia, la cual crea con ello las condiciones materiales para su especialización en
funciones de acumulación y administración; una transformación social y política que permite excluir a los demás
miembros de la colectividad del ejercicio de las funciones políticas, que eran anteriormente patrimonio de todos.
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Mesopotamia, Irán, China, India, etc.): dones, regalos, servicios en forma de ayuda, que antes se concedían
benévolamente a todas las familias, se van convirtiendo progresivamente en algo obligatorio, se transforman en
rentas, impuestos o trabajos obligatorios.
Pero todavía queda por asegurar este obligatorio aprovisionamiento, lo cual se consigue primordial-mente
gracias a la coacción de las armas. Grupos de hombres armados —poco importa que se llamen soldados,
gendarmes, piratas o bandidos— obligan a los cultivadores o a los granjeros, después a los artesanos y a los
comerciantes, a abandonar una parte de su producción en beneficio de las clases dominantes. A este fin, van
armados y deben impedir que los productores puedan igualmente armarse.
En la antigüedad greco-romana, estaba estrictamente prohibido a los esclavos poseer armas. Lo mismo
puede decirse con respecto a los siervos de la Edad Media. Los primeros esclavos, los primeros campesinos son a
menudo o bien prisioneros de guerra a los que no se les ha privado de la vida o bien campesinos de países
conquistados, es decir, víctimas de un proceso de desarme de unos que implica el monopolio de las armas para
otros.
En cada sociedad de clase, la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Ello se debe en
primer lugar a que los productores de ideologías se encuentran en situación de dependencia material con respecto
a los propietarios del sobreproducto social.
En la alta Edad Media, poetas, pintores, filósofos, son mantenidos por los señores y por la Iglesia (gran
propietaria de haciendas junto con la nobleza). Cuando cambia la situación social y económica, los mercaderes y
banqueros ricos se nos muestran igualmente comanditarios de obras literarias, filosóficas o artísticas. La
dependencia material no es por ello menos acentuada. Hay que esperar la llegada del capitalismo para que
aparezcan productores de ideologías que ya no trabajen directamente bajo la dependencia de la dase dominante,
sino para un «mercado anónimo».
De todos modos, la función de la ideología dominante es incontestablemente una función estabilizadora
de la sociedad tal como está, es decir, con la dominación de clase. El derecho protege y justifica la forma
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predominante de la propiedad. La familia juega el mismo papel. La religión enseña a los explotados a aceptar su
destino. Las ideas políticas y morales predominantes intentan justificar el reino de la clase dominante con ayuda de
sofismas o de medias verdades (cfr. la tesis de Goethe, formulada durante y contra la revolución francesa, según la
cual el desorden provocado por la lucha contra la injusticia sería peor que la propia injusticia. Moraleja: ¡no
cambiéis el orden establecido!).
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Bibliografía:
K. Marx-F. Engels: El manifiesto comunista.
F. Engels: Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado.
Hermán Gorter: Het bistorisch materialisme.
Bujarin: La teoría del materialismo histórico.
Plejánov: Cuestiones fundamentales del marxismo.
K. Kautsky: Etica y concepción materialista de la historia.
A. Moret-G. Davy: Des clans aux Empires.
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entre el siglo XIV y el XVI en Italia del norte central y en los Países Bajos del sur y del norte, viéndose la
desaparición de la servidumbre en estas regiones y en estas épocas; y de hecho los propietarios de las mercancías
que se encontraban en el mercado eran, a grandes rasgos, libres e iguales, más o menos, en derechos.
Es precisamente este carácter de libertad y de igualdad relativas de los propietarios de las mercancías, en el
seno de una sociedad fundada sobre la pequeña producción mercantil, lo que permite entender la función misma
del cambio: permite la continuidad de todas sus actividades productivas esenciales, a pesar de una división del
trabajo ya avanzada, y sin que estas actividades dependan de decisiones deliberadas de la colectividad o de sus
señores.
La organización del trabajo fundada en el reparto deliberado y previsto de antemano de la mano de obra
entre diferentes ramas de actividad esenciales para satisfacer las necesidades de la sociedad se sustituye ahora por
una división del trabajo más o menos «anárquica» y «libre», en la que aparentemente el azar gobierna este reparto
de recursos productivos vivos y muertos (instrumentos de trabajo). El cambio y su resultado se sustituyen ahora
por la planificación usual o consciente para repartir esos recursos. Pero debe hacerse de tal forma que la
continuidad de la vida económica esté asegurada (con, ciertamente, numerosos «accidentes de recorrido», crisis,
interrupciones de la reproducción) de tal modo que todas las actividades esenciales encuentren practicantes.
En la pequeña producción mercantil, el pequeño granjero y el pequeño artesano van al mercado con el
producto de su trabajo. Lo venden para comprar productos de los que tienen necesidad para su consumo
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inmediato y que no los producen. Su actividad en el mercado puede resumirse por la fórmula: vender para
comprar.
Muy rápidamente, la pequeña producción mercantil exige, sin embargo, la aparición de un medio de cambio
universalmente aceptado (también llamado «equivalente general»), para facilitar el cambio. Este medio de cambio por el
que se pueden cambiar indiferentemente todas las mercancías, es la moneda. Con la aparición de la moneda, otro
personaje social, otra clase social, aparece como consecuencia de un nuevo progreso en la división social del
trabajo: el propietario de dinero, distinto del propietario de mercancías y opuesto a él. Es el usurero o el negociante
especializado en comercio internacional.
El capital —pues es de lo que se trata, bajo su forma inicial y elemental de capital-dinero— es todo valor
que trata de apropiarse una plusvalía, que está lanzado a la búsqueda de una plusvalía. Esta definición marxista del
capital se opone a la definición usual en los manuales burgueses, según la cual el capital seria, simplemente, todo
instrumento de trabajo, o incluso, de un modo más vago, «todo bien duradero». Con esta definición, el primer
mono que hubiera golpeado un platanero con un palo para coger un plátano seria el primer capitalista...
Subrayémoslo una vez más: como todas las «categorías económicas», la categoría «capital» no puede
entenderse nada más que si se la comprende como fundada en una relación social entre los hombres: a saber una
relación tal que permita a un propietario de capital apropiarse de una plusvalía.
6. ¿Qué es la plusvalía?
En la sociedad precapitalisla, cuando los propietarios de capitales operan esencialmente en la esfera de la
circulación, no pueden apropiarse una plusvalía mas que explotando de manera parasitaria los rendimientos de
otras clases de la sociedad. El origen de esta plusvalía parasitaria quizá sea la parte del excedente agrícola (por
ejemplo, de la renta feudal) del que la nobleza o el clero son los propietarios iniciales, o una parte de las escasas
rentas de los artesanos y campesinos. Esta plusvalía es esencialmente fruto de la rapiña y del engaño. La piratería,
el pillaje, el comercio de esclavos, jugaron un papel esencial en la constitución de las fortunas iniciales de
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mercaderes árabes, italianos, franceses, flamencos, alemanes, ingleses, en la Edad Media. Más tarde, el hecho de
comprar mercancías por debajo de su valor en mercados lejanos, para después revenderlas por encima de su valor
en mercados mediterráneos o de Europa del oeste y de Europa central jugó un papel semejante.
Está claro que una plusvalía semejante no resulta nada más que de una actividad de transferencia. La
riqueza global de la sociedad, considerada en su conjunto, no se acrecienta apenas. Unos pierden lo que otros
ganan. En efecto, durante milenios, la riqueza mobiliaria de toda la Humanidad sólo aumentó un poco. Sucederá
de otro modo desde el advenimiento del modo de producción capitalista. Sólo a partir de este momento la
plusvalía no será simplemente retirada del proceso de circulación de mercancías. Ahora la plusvalía se producirá
con normalidad, y se acrecentará normalmente en amplitud, en el curso del mismo proceso productivo.
Hemos visto que en todas las sociedades de clase precapitalistas, los productores (esclavos, siervos,
campesinos) estaban obligados a repartir su semana de trabajo, o su producción anual, entre una parte que ellos
mismos consumían (producto necesario) y una parte de la que se apropiaba la clase dominante (sobre producto
social).En la fábrica capitalista se manifiesta el mismo fenómeno, si bien aparece velado por la apariencia de
relaciones mercantiles que parecen gobernar la «libre compra y venta» de la fuerza de trabajo entre capitalistas y
obreros.
Cuando el obrero comienza a trabajar en la fábrica, al comienzo de su jornada (o de su semana) de trabajo,
incorpora un valor a las materias primas que él manipula. Al cabo de un determinado número de horas (o de
jornadas) de trabajo, ha reproducido un valor que es exactamente el equivalente a su salario cotidiano (o semanal).
Si en ese momento dejara de trabajar, el capitalista no obtendría ni un céntimo de plusvalía. Pero, en estas
condiciones el capitalista no tendría ningún interés en comprar esa fuerza de trabajo. Como el usurero o el
mercader de la Edad Media, «compra para vender». Compra la fuerza de trabajo para obtener de ella un producto
más elevado a lo que ha pagado para comprarla. Este «suplemento», este «pico», es precisamente su plusvalía, su
beneficio. Está claro que si el obrero reproduce el equivalente de su salario en 4 horas de trabajo, trabajará no 4,
sino 7, 8ó9 horas. Durante estas 2, 3, 4 ó 5 horas «suplementarias» produce la plusvalía para el capitalista, a cambio
de la cual a él no le toca nada.
El origen de la plusvalía está, pues, en el trabajo excedente, en el trabajo gratuito apropiado por eh
capitalista. «Pero eso es un robo» se gritará. La respuesta debe ser «sí y no». Sí, desde el punto de vista del obrero;
no, desde el punto de vista del capitalista y de las leyes del mercado.
El capitalista, en efecto, no ha comprado en el mercado «el valor producido o a producir por el obrero».
No ha comprado su trabajo, es decir, el trabajo que el obrero va a efectuar (si hubiera hecho esto, habría cometido
un robo pura y simplemente; habría pagado 1.000 pesetas por lo que vale 2.000 pesetas). El capitalista ha
comprado la fuerza de trabajo del obrero. Esta fuerza de trabajo tiene un valor propio del mismo modo que toda
mercancía tiene su valor. El valor de la fuerza de trabajo está determinado por la cantidad de trabajo necesaria para
reproducirla, es decir, para la subsistencia (en el sentido amplio del término) del obrero y de su familia. La plusvalía
tiene su origen en el hecho de la diferencia que aparece entre el valor producido por el obrero y el valor de las
mercancías necesarias para asegurar su subsistencia. Esta diferencia se debe al crecimiento de la productividad del
trabajo del obrero. El capitalista puede apropiarse los beneficios del crecimiento de la productividad del trabajo
porque la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía, porque el obrero ha sido puesto en una situación en la que no puede
producir su propia subsistencia.
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Considerables pueden adquirirlos. La revolución industrial del siglo XVIII, por la que en lo sucesivo la producción
se basará en el maquinismo, realiza esta transformación de manera definitiva.
c) La transformación de la fuerza de trabajo en mercancía. Esta transformación resulta de la aparición de
una clase que no posee nada más que su fuerza de trabajo, y que, para poder subsistir, esta obligada a vender esta
fuerza de trabajo a los propietarios de los medios de producción.
«Gentes pobres y necesitadas, entre las que abundan los que tienen el peso y la carga de mujeres y
numerosos niños, y que no poseen nada más que lo que pueden ganar con el trabajo de sus manos»: he aquí una
descripción excelente del proletariado moderno, extraída de un memorial de finales del siglo XVI, realizado en
Leyde (en los Países Bajos).
Porque esta masa de proletarios no puede elegir sino es entre la venta de su fuerza de trabajo y el hambre
permanente, es por lo que está obligada a aceptar como precio de su fuerza de trabajo el precio dictado por las
condiciones capitalistas normales en el «mercado de trabajo», es decir, el mínimo vital socialmente reconocido. El
proletariado es la clase de los que están obligados por este apremio económico, a vender su fuerza de trabajo de un modo más o menos
continuo.
Bibliografía
K. Marx: Salarios, Precio y Ganancia.
Rosa Luxemburgo: Introducción a la Economía Política.
Ernest Mandel: Iniciación a la teoría económica marxista.
— Tratado de economía marxista.
Pierre Salama y Jacques Valier: Introducción a la Economía Política.
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La Economía capitalista
1. Las particularidades de la economía capitalista
La economía capitalista funciona según una serie de características que le son propias y entre las cuales
destacamos;
La producción que tiene por fin la acumulación de capital está abocada a resultados contradictorios. Por
una parte, el desarrollo incesante del maquinismo implica un arranque de las fuerzas productivas y de la productividad del
trabajo que crea los fundamentos materiales de la emancipación de la Humanidad para que deje de estar apremiada
por el deber de "trabajar con el sudor de su frente». He aquí la función históricamente progresiva del capitalismo.
Pero, por otro lado, el desarrollo del maquinismo. bajo el imperativo de la búsqueda del máximo de beneficio v de
acumulación sin que cese de crecer el capital, implica una subordinación cada vez más brutal del trabajador a la
máquina, de las masas laboriosas a las «leyes de mercado» que las hacen perder periódicamente la cualificación y
empleo. El desarrollo capitalista de las fuerzas productivas es al mismo tiempo un desarrollo cada vez, más
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pronunciado de la alienación de los trabajadores (y, de manera indirecta de todos los ciudadanos de la sociedad
burguesa) de sus instrumentos de trabajo, de los productos de su trabajo, en una palabra, de sus condiciones de
vida (comprendidas sus condiciones de consumo y utilización del tiempo libre) y de sus relaciones realmente
humanas con sus conciudadanos.
Cada capitalista busca obtener el máximo de beneficio, pero para obtenerlo o para llegar a ello busca
también incrementar al máximo la producción, y a bajar sin cesar el precio de coste y el precio de venta (en
unidades monetarias estables). Gracias a esto, la competencia realiza a término medio una selección entre las
firmas capitalistas. Sólo las más productivas y las más rentables sobreviven. Aquellas que venden demasiado caro
no sólo no realizan el máximo de beneficio. sino que terminan viendo desaparecer por completo su beneficio.
Quiebran, o son absorbidas por sus competidores. La competencia entre los capitalistas termina así en una
nivelación de las tasas de beneficio.
La mayor parte de las firmas terminan por tener que contentarse con un beneficio medio determinado en
último análisis por la masa total de capital social invertido y la masa total de la plusvalía proporcionada por el
conjunto de los asalariados productivos. Sólo las firmas que gozan de un fuerte avance en productividad, o de una
situación de monopolio, obtienen beneficios extraordinarios, es decir, beneficios por encima de esta media. Pero
en general, la competencia capitalista no permite casi sobrevivir por un tiempo ilimitado, ni a los beneficios
extraordinarios ni a los monopolios. Son las variaciones en relación a este beneficio medio las que rigen en gran
parte las inversiones en el modo de producción capitalista. Los capitales abandonan los sectores en los que el
beneficio está por debajo de la media, y afluyen hacia los sectores donde el beneficio es superior a la media (por
ejemplo, afluyen hacia el sector del automóvil en los años 60 y abandonan esta rama para afluir hacia el sector
energético en los años 70 de nuestro siglo).
Pero afluyendo hacia los sectores en los que la tasa de beneficio está por encima de la media, estos
capitales origina en ellos una competencia acrecentada, una superproducción, una baja de los precios de venta, una
baja de los beneficios, hasta que las tasas de beneficios se establecen más o menos al mismo nivel en todas las
ramas.
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No hay, pues, ninguna «ley de bronce» que gobierne la evolución de los salarios. La lucha de clases entre el
Capital y el Trabajo la determina en parte. El capital se esfuerza en hacer bajar los salarios hacia el mínimo vital
fisiológico. El trabajo se esfuerza por extender el elemento histórico y moral del salario incorporando más
necesidades nuevas a satisfacer. El grado de cohesión, de organización, de solidaridad. de combatividad y de
conciencia de clase del proletariado son factores que determinan la evolución de los sala ríos. Pero a largo plazo se
puede descubrir una tendencia indiscutible hacia la pauperización relativa de la clase obrera. La parte del valor añadido
creado por el proletariado, que recae en los trabajadores, tiende a bajar (lo que puede además acompañarse de un
aumentó de los salarios reales). La diferencia entre, por un lado, las necesidades nuevas suscitadas por el desarrollo
de las fuerzas productivas y el desarrollo de producción capitalista, y la capacidad de satisfacer las necesidades por
los salarios recibidos, tiende a acre rentarse mientras tanto.
Un índice claro de esta pauperización es la creciente diferencia entre el aumento de la productividad del
trabajo a largo plazo y el aumento de los salarios reales. Desde principios del siglo XX y hasta el comienzo de los
setenta la productividad del trabajo ha aumentado alrededor de cinco a seis veces en la industria y la agricultura de
Estados Unidos y Europa occidental y central. Los salarios reales de los obreros no han aumentado nada más que
entre dos y tres veces durante el mismo período.
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Empresarios
Asalariados independientes
1880 62 36,9
1890 65 33,8
1900 67,9 30,8
1910 73,9 26,3
1920 73,9 23,5
1930 76,8 20,3
1939 78,2 18,8
1950 79,8 17,1
1960 84,2 14
1970 89,9 8,9
Al contrario de la leyenda ampliamente difundida esta masa proletaria, aunque fuertemente estratificada ve
su grado de homogeneización acrecentarse y no decrecer. Entre un obrero manual, un empleado de banca y
un pequeño funcionario público la diferencia es menor hoy de lo que era hace medio siglo o un siglo y lo
mismo sucede en lo que concierne al nivel de vida a la inclinación a sindicarse y a hacer huelgas, al acceso
potencial a la conciencia anticapitalista.
Esta proletarización progresiva de la población en régimen capitalista dimana especialmente de la reproducción
automática de las relaciones de producción capitalista, del hecho de la repartición burguesa de las rentas,
reproducción ya mencionada más arriba. Que los salarios sean bajos o elevados no sirven nada mas que
para satisfacer las necesidades de consumo, inmediatas o diferidas, de los proletarios. Estos están en la
incapacidad de acumular fortunas. Por otra parte la concentración del capital lleva consigo gastos de
establecimiento cada vez más elevados, que obstruyen el acceso a la propiedad de las grandes empresas
industriales y comerciales, no solamente a la totalidad de la clase obrera, sino también a la inmensa mayoría
de la pequeña burguesía.
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c) El aumento de la composición orgánica del capital.—El capital de cada capitalista, y por ello el capital de todos
los capitalistas, puede ser dividido en dos partes. La primera sirve para comprar máquinas, edificios y
materias primas. Su valor permanece constante en el curso de la producción; es simplemente conservado
por la fuerza de trabajo, que transmite una parte en los productos que fabrica. Marx la llamó el capital
constante. La segunda sirve para la compra de la fuerza de trabajo, para el pago de los salarios. Marx la
llamó el capital variable, es lo que produce plusvalía. La relación entre el capital constante y el capital
variable es a la vez una relación técnica (para utilizar de manera rentable este o aquel conjunto de máquinas,
hace falta darle tantas o cuantas toneladas de materias primas para devorar, es necesario poner a trabajar
un número determinado de obreros u obreras) y una relación de valor: en tanto que los salarios gastados
para comprar x trabajadores para hacer andar las máquinas cuestan y pesetas, transformando z pesetas de
materias primas. Marx designa esta doble relación de capital constante y de capital variable por la fórmula:
composición orgánica del capital. Con el desarrollo del capitalismo industrial esta relación tenderá a crecer. Una
masa creciente de materias primas y un número creciente (y cada vez más complejo) de máquinas serán
puestas en movimiento por 1 (10, 100, 1000) trabajadores. A una misma masa salarial corresponderá un
valor cada vez más elevado gastado en la compra de materias primas, de máquinas, de energía y de
construcciones.
d) La tendencia a la baja de la tasa media de beneficio.—Esta ley se deriva lógicamente de la precedente. Si la
composición orgánica del capital aumenta, el beneficio tenderá a bajar en relación con el capital total, va
que sólo el capital variable produce la plusvalía, produce el beneficio. Se habla de una ley de tendencia, y no
de una ley que se impone de un modo «lineal» como la de la concentración del capital o la proletarización
de la población activa. En efecto, hay diversos factores que contrarrestan esta tendencia. El más
importante, entre ellos, es el aumento de la tasa de explotación de los asalariados, el aumento de la tasa de
la plusvalía relación entre la masa total de la plusvalía y la masa total de los salarios). Es necesario
constatar, sin embargo, que la tendencia decreciente de la tasa media de beneficio no puede ser
neutralizada a la larga por el incremento de la tasa de plusvalía. Existe un límite por debajo del cual ni el
salario real ni siquiera salario relativo pueden caer sin poner en peligro productividad social del trabajo, el
rendimiento de mano de obra, por ello, no hay ningún límite al crecimiento de la composición orgánica
del capital (esta puede tender hacia el infinito en las empresas automatizadas).
e) La socialización objetiva de la producción. —Al principio de la producción mercantil cada empresa era una
célula independiente, no se establecían nada más que relaciones pasajeras con proveedores y clientes.
Cuanto más evoluciona el régimen capitalista más van tejiendo lazos de interdependencia técnica y social
duraderas entre empresas y sectores de un número creciente de países y de continentes. Una crisis en un
sector repercute en todos los demás sectores. Por primera vez desde él origen del genero humano se crea
de este modo una infraestructura económica común para todos los hombres, base de su solidaridad en el
mundo comunista del mañana.
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ilimitada y el cerco estrecho que debe obligatoriamente imponer al consumo individual y social de la masa
de trabajadores, ya que el objetivo de la producción es que permanezca un máximo de plusvalía, lo que
implica forzosamente la limitación de los salarios
d) La contradicción entre un desarrollo enorme de la ciencia y de la técnica —con su potencial para la
emancipación del hombre— y la subordinación de estas fuerzas productivas potenciales a los imperativos
de la venta de mercancías y del enriquecimiento de los capitalistas, lo que transforma periódicamente estas
fuerzas productivas en fuerzas de destrucción (especialmente en el caso de las crisis económicas, de las
guerras y de la aparición de regímenes de dictadura ¡Fascista sangrienta, pero también en las amenazas que
pesan sobre el medio ambiente natural del hombre, enfrentando así la humanidad con el dilema:
socialismo o barbarie.
e) El desarrollo inevitable de la lucha de clases entre el capital y el trabajo, que mina periódicamente las
condiciones normales de reproducción de la sociedad burguesa. Esta problemática será examinada de
manera más detallada en los capítulos 8. 9, 11 y 14.
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fenómenos similares de sobreexplotación y opresión. Los inmigrados son acantonados en los empleos peor
remunerados. Se les obliga a efectuar los trabajos más insalubres. Son aislados en ghettos y tugurios. Se les priva
generalmente de toda enseñanza en sus lenguas maternas. Se introducen mil discriminaciones (especialmente en la
adquisición de iguales derechos civiles, políticos, sindicales), a fin de dificultar su desarrollo intelectual y moral, de
que permanezcan intimidados, sobreexplotados, y de mantenerlos en un estado de «movilidad» superior al del
proletariado autóctono y organizado (comprendidas también la expulsión hacia sus países de origen o la
deportación arbitraria).
Los prejuicios ideológicos difundidos simultáneamente en el seno de ese proletariado «autóctono» deben
justificar a sus ojos la sobreexplotación, y mantener la fragmentación y división permanentes de la clase obrera
entre adultos y jóvenes, hombres v mujeres, «autóctonos» e inmigrados, cristianos y judíos, blancos y negros,
hebreos y árabes, etc.
El proletariado sólo puede llevar adelante su lucha de emancipación —incluido el nivel de la defensa de
sus intereses más inmediatos y más elementales— si se une y organiza de manera que afirme la solidaridad de clase
y la unión de todos los asalariados. Es por ello que la lucha contra todas las discriminaciones y todas las formas de
sobreexplotación sufridas por la mujer, los jóvenes, los inmigrados, las nacionalidades y las razas oprimidas, no es
sólo un deber humano y político elemental. Ella responde también a un evidente interés de clase. La educación
sistemática de los trabajadores en el sentido de hacerles dejar de lado todos los prejuicios sobre el sexo, racistas,
patrioteros, xenófobos, que sostienen esa sobreexplotación y esos esfuerzos de fragmentación y división
permanentes del proletariado, es, pues, una tarea fundamental del movimiento obrero.
Bibliografía:
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El capitalismo
de los monopolios
El funcionamiento del modo de producción capitalista no ha sido siempre el mismo desde sus orígenes.
Sin referirnos al capitalismo manufacturero, que ocupa desde el siglo XVI hasta el XVIII, podemos distinguir dos
fases de la historia del capitalismo industrial propiamente dicho:
— La fase del capitalismo de libre competencia, que va desde la revolución industrial (año 1760,
aproximadamente) hasta la década de los ochenta del siglo XIX
— La fase del imperialismo, que abarca desde 1880, aproximadamente, hasta nuestros días.
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De hecho, los bancos que avanzan créditos a empresas que realizan actividades idénticas o paralelas,
tienen un mayor interés en asegurar la rentabilidad y la solvencia de todas sus empresas. Tienen interés en evitar
que los beneficios no disminuyan a consecuencia de la empecinada competencia. Por tanto, intervienen en el
sentido de acelerar —y algunas veces imponer— la concentración y centralización industrial.
Al hacerlo, pueden tomar la iniciativa de promoción para crear grandes trusts. De igual modo, pueden
utilizar su situación monopolista en el terreno del crédito para obtener, a cambio de los créditos, participaciones en
el capital de las grandes empresas. De esta forma se va desarrollando el capital financiero, es decir, el capital
bancario que penetra en la industria y ocupa en la misma una posición predominante.
En la cumbre de la pirámide de poder de la época del capitalismo de los monopolios aparecen grupos
financieros que controlan al mismo tiempo los bancos, demás instituciones financieras (como por ejemplo las
compañías de seguros), los grandes trusts industriales y de transporte, grandes almacenes, etc. Unos cuantos
grandes capitalistas, las famosas «sesenta familias» en USA y las «doscientas familias» en Francia, tienen en sus
manos todas las palancas del poder económico de los países imperialistas.
En Bélgica, una docena de grupos financieros (el grupo de la Société Genérale; el grupo de Launoit; el
grupo Solvay-Böel; el grupo Empain; el grupo Lambert; el grupo Petrofina; el grupo Sofina; el grupo Almanij; el
grupo Evenco Coppée) controlan la esencia de la economía, al lado de algunos grandes grupos extranjeros.
En los Estados Unidos, algunos grupos financieros gigantes (especialmente los grupos Morgan
Rockefeller, du Pont, Mellon, el llamado grupo de Chicago, el llamado grupo de Cleveland, el grupo de Bank of
América, etc.) ejercen un fuerte dominio que se extiende sobre toda la economia. Lo mismo sucede en el Japon,
con los antiguos zaibatsu (trusts), aparentemente desmantelados después de la II Guerra Mundial, se han
reconstituido fácilmente. Se trata principalmente de los grupos Mitsubishi, Mitsui, Itch, Sumitomo, Marubeni.
4. La exportación de capitales
Los monopolios sólo pueden controlar los mercados monopolizados a condición de limitar el crecimiento
de la producción, y por tanto la acumulación de capital. Pero además, estos mismos monopolios poseen abundante
capital gracias sobre todo a los superbeneficios monopolistas que realizan. La época imperialista del capitalismo se
caracteriza, pues, por el fenómeno de exceso de capital entre las manos de los monopolios de los países
imperialistas, y que están siempre buscando nuevos campos de inversión. La exportación de capital se convierte
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escena del capital, y de la acumulación del capital, es decir, todo lo que está relacionado con el «santo de los
santos»: lo prioridad del beneficio de los monopolios a la que puede ser sacrificada la distribución de dividendos de
los accionistas. Los que ven en ello una prueba de que In propiedad privada no cuenta apenas olvidan la tendencia
predominante, desde los comienzos del capitalismo. de sacrificar la propiedad privada de los pequeños en favor de
un puñado de grandes.
Bibliografía
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El sistema
imperialista mundial
1. La industrialización capitalista y la ley del desarrollo desigual y combinado
El capitalismo industrial moderno nació en Gran Bretaña. A lo largo del siglo XIX se fue extendiendo
progresivamente por la mayor parte de los países de Europa occidental y central, así como a los Estados Unidos, y
más tarde al Japón. La existencia de algunos países inicialmente industrializados no pareció impedir la penetración
y la extensión del capitalismo industrial en una serie sucesiva de países en vía de industrialización.
Al contrario, la gran industria británica, belga, francesa, destruyó inexorablemente en estos últimos las
formas de producción preindustriales (artesanado e industrias-domicilio). Pero los capitales británicos, belgas,
franceses tenían aún amplios campos de inversión que permanecían abiertos en sus propios países. También, es,
por lo general, una industria moderna nacional la que sustituye progresivamente al artesanado arruinado por la
competencia de las mercancías extranjeras más baratas. Esto fue lo que sucedió especialmente con la producción
de textiles en Alemania, en Italia, en España, en Austria, en Bohemia, en la Rusia zarista (comprendiendo a
Polonia), en los Países Bajos, etc.
Con el advenimiento de la era imperialista, del capitalismo monopolista, esta situación se modifica
completamente. A partir de entonces el funcionamiento del mercado mundial no sólo no facilita sino que al
contrario traba el desarrollo capitalista «normal» y especialmente la industrialización en profundidad, de los países
subdesarrollados. La fórmula de Marx según la cual cada país avanzado muestra a un país menos desarrollado la
imagen de su propio porvenir, pierde la validez que conservaba a lo largo de la era del capitalismo de la libre
competencia.
Tres factores esenciales (y numerosos factores suplementarios que no mencionaremos) determinan este
cambio fundamental del funcionamiento de la economía capitalista internacional:
a) La amplitud de la producción en serie de numerosas mercancías en los países imperialistas, que inunda el
mercado mundial, que adquiere un avance tal en productividad y en precios de fábrica en relación con
toda la producción industrial inicial de los países subdesarrollados que esta última no puede realmente
arrancar a gran escala, no puede seriamente mantener la competencia contra la producción extranjera. De
este modo la industria occidental (y más tarde la industria japonesa) se beneficiará en lo sucesivo de la
ruina progresiva del artesanado, de la industria domiciliaria, de la manufactura, en los países de Europa
oriental, de América latina, de Asia y de África.
b) El excedente de capitales que aparece de manera más o menos permanente en los países capitalistas
industrializados bajo el dominio progresivo de los monopolios, desata un vasto movimiento de
exportación de capitales hacia los países subdesarrollados, desarrollando en ellos sectores de producción
complementarios y no competitivos en relación con la industria occidental. Así, los capitales extranjeros que
dominan la economía de estos países los especializan en la producción de materias primas minerales y
vegetales, así como en la producción de alimentos. Por otro lado, estos países van cayendo
progresivamente en el estatuto de países semicoloniales o coloniales, el Estado en ellos defiende ante todo
los intereses del capital extranjero. No toma ni siquiera medidas modestas de protección a la industria
naciente contra la competencia de los productos importados.
c) El dominio de la economía de los países dependientes por los capitales extranjeros crea una situación
económica y social en la que el Estado mantiene y consolida los intereses de las viejas clases dominantes,
ligándolas a los del capital imperialista, en vez de eliminarlas más o menos radicalmente, como sucedió en
el curso de las grandes revoluciones democrático-burguesas de Europa occidental y Estados Unidos.
El conjunto de esta nueva evolución de la economía capitalista internacional en la era imperialista puede
resumirse en la ley del desarrollo desigual y combinado. En los países atrasados —o al menos en una serie de
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ellos— la estructura social y económica no es en sus rasgos fundamentales, ni la de una sociedad típicamente
feudal, ni la de una sociedad típicamente capitalista. Bajo el impacto del dominio del capital imperialista, combina
de un modo excepcional rasgos feudales, semifeudales, semicapitalistas y capitalistas, La fuerza social
dominante es la del capital —pero, por lo general se trata del capital extranjero—. La burguesía indígena no ejerce,
pues, el poder político. La mayoría de la población no se compone de asalariados, y por lo general tampoco de
siervos, sino de campesinos sometidos en diferentes prados a las exacciones de los hacendados semifeudales,
semicapitalistas. de los comerciantes usureros, y de los recaudadores de impuestos. Pero esta gran masa, aunque
vive apartada de la producción mercantil e incluso de la producción monetaria, no deja de sufrir los efectos
desastrosos de las fluctuaciones de los precios de las materias primas en el mercado mundial imperialista, por
mediación de los efectos globales que estas fluctuaciones ejercen en la economía nacional.
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Asia, África y América (con la excepción de algunos países privilegiados), se ha estancado o retrocedido. En
algunos países importantes incluso ha retrocedido de una manera catastrófica. Nada más las hambres periódicas
han segado literalmente a decenas de millones de indios y chinos.
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En general, la entrada en crisis del sistema imperialista marcada por desgarramientos internos sucesivos
derrota de la Rusia zarista en la guerra contra el Japón en 1904-5; revolución rusa de 1905; primera guerra mundial;
revolución rusa de 1917; entrada en escena del movimiento de masas en la India y en China; crisis económica de
1929-32; segunda guerra mundial; derrotas sufridas por el imperialismo japonés en 1945— ha estimulado
fuertemente el movimiento de liberación nacional en los países dependientes. Recibió su mayor impulso con la
victoria de la revolución china de 1949.
Los problemas tácticos y estratégicos que se derivan para el movimiento obrero internacional (e indígena
en los países dependientes) de la aparición del movimiento de liberación nacional en los países semicoloniales y
coloniales, son tratados con más detalle en el capitulo X, punto 4. y en el capítulo XIII, punto 4. Subrayemos aquí
tan sólo el deber particular del movimiento obrero de los países imperialistas de apoyar incondicionalmente todo
movimiento y toda acción efectiva de masas de los países coloniales y semicoloniales contra la explotación y la
opresión que ellos sufren por parte de las potencias imperialistas. Este deber implica el distinguir estrictamente las
guerras interimpenalistas —guerras reaccionarias— de las guerras de liberación nacional que, independientemente
de la fuerza política que dirija al pueblo oprimido en tal o cual etapa de la lucha, son guerras justas, en las que el
proletariado mundial debe colaborar para la victoria de los pueblos oprimidos.
5. El neocolonialismo
El surgimiento del movimiento de liberación nacional al día siguiente de la segunda guerra mundial,
condujo al imperialismo a modificar sus formas de dominación sobre los países atrasados. De ser directa, esa
dominación ha pasado a ser progresivamente indirecta. El número de colonias propiamente dichas, administradas
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directamente por la potencia colonial, se ha fundido como la cera al sol. En el espacio de dos décadas, han pasado
de unas setenta a unas pocas unidades. Los imperios coloniales italiano, holandés, británico, francés, y por último
el portugués y español se han hundido por completo.
Desde luego esta desaparición de los imperios coloniales no se ha llevado a cabo sin una resistencia
sangrienta y contrarrevolucionaria de sectores importantes del capital imperialista. Testimonio de ello son las
guerras sangrientas emprendidas por el imperialismo holandés en Indonesia, por el británico en Malasia y en
Kenia, por el francés en Indochina y Argelia, así como las «expediciones», de menos duración, pero no menos
sangrientas, como la de Suez en 1956 contra Egipto. Pero históricamente estas siniestras empresas aparecen como
combates de retaguardia. El colonialismo directo estaba muy condenado.
Su desaparición no implicó en absoluto la disgregación del sistema imperialista mundial. Este continúa
existiendo aunque sea bajo formas modificadas. La gran mayoría de los países semicoloniales continúan limitados a
la exportación de materias primas. Continúan sufriendo todas las consecuencias del cambio desigual explotador. La
distancia entre su grado de desarrollo y el de los países imperialistas continúa aumentado sin tender a disminuir. La
distancia entre la renta por habitante y el nivel de bienestar en el hemisferio norte y en el hemisferio sur del globo,
se acentúa cada vez más.
Sin embargo, la transformación de la dominación imperialista directa en dominación imperialista indirecta
sobre los países subdesarrollados implica una asociación más estrecha de la burguesía industrial «nacional» en la
explotación de las masas trabajadoras de esos países, así como una cierta aceleración del proceso de
industrialización en una serie de países semicoloniales. Esto deriva a la vez de las relaciones de fuerza modificadas
(es decir, representa una concesión inevitable del sistema a ¡a presión cada vez más fuerte de las masas), y a una
modificación de los intereses fundamentales de los mismos grupos imperialistas.
En efecto, en los países imperialistas, el renglón de exportaciones ha conocido una modificación
importante. El apartado «máquinas, bienes de equipo y bienes de transporte» ocupa ahora el lugar preponderante
antes ocupado por «bienes de consumo y acero». Luego, es imposible que los trusts monopolistas principales
exporten cada vez más máquinas hacia los países dependientes, sin que se estimulen ciertas formas de
industrialización (en general situadas en la industria de bienes de consumo).
Por otra parte, en el marco de su estrategia mundial, las sociedades multinacionales tienen interés en
implantarse en una serie de países dependientes a fin de ocupar de alguna manera puntos de partida, vista la
expansión futura de las venías que van a provocar. Así se generaliza la práctica de las empresas en común (joint
ventures) entre el capital imperialista, el capital industrial «nacional», el capital privado y el capital estatal, que es una
característica de la estructura neocolonial. El peso de la clase obrera se acrecienta de este modo en la sociedad.
Esta estructura permanece inserta en un conjunto imperialista apremiante y explotador. La industrialización
permanece limitada; su «mercado interior» no sobrepasa apenas el 20 ó 25 por 100 de la población: clases
acomodadas —técnicos, cuadros, etc.—, campesinado rico. La miseria de las masas permanece enorme. Las
contradicciones aumentan en vez de disminuir; de ahí el potencial intacto de explosiones revolucionarias sucesivas
en estos países. Una capa social nueva toma en estas condiciones importancia: la burocracia estatal que
«administra», por lo general, un sector nacionalizado importante, se erige en representante de las preocupaciones
nacionales en lo relacionado con el extranjero, pero que de hecho se beneficia de su monopolio de gestión para
efectuar su acumulación privada en eran escala.
Bibliografia
Pierre Jalée: El imperialismo en 1970
Pierre Salama: El proceso de subdesarrollo
Paul A. Baran: La economía política del crecimiento
Haupt-Lowy-Weill: Los marxistas y la cuestión nacional (textos de Lenin, Rosa Luxembourg, Kausky, Otto Bauer, etc..)
Michel Barrent: Después del imperialismo
V.I. Lenin: El imperialismo, estadio del capitalismo
L. Trotsky: La revolución permanente.
— La I.C. despues de Lenin
Rosa Luxembourg: El imperialismo y la economía mundial
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1) Aumento de los salarios, medio inmediato para modificar el reparto del producto social entre patronos y
obreros en favor de los asalariados.
2) Disminución de las horas de trabajo sin reducción del salario, otro medio directo para modificar este
reparto en favor de los trabajadores;
3) Libertad de organización. Mientras el patrón, propietario del capital, de los medios de producción, tiene
de su parte todo el poder económico, los obreros se encuentran desarmados en la medida en que
sostienen una lucha concurrencial entre sí para conseguir un empleo. En estas condiciones, «las reglas del
juego» benefician unilateralmente a los capitalistas, quienes pueden fijar los salarios tan bajos como
quieran, y los obreros se ven en la obligación de aceptar este hecho por miedo a perder su empleo y con
ello su subsistencia.
Al suprimir esta competencia que los divide uniéndose en bloque frente a la patronal y negándose todos a
trabajar en condiciones que se consideran inaceptables, los trabajadores tienen la posibilidad de obtener ventaja en
la lucha que los enfrenta a sus patronos. , La experiencia les enseña rápidamente que no tienen libertad de
organización, que carecen de armas para oponerse a la presión capitalista.
La lucha de clase elemental de los proletarios ha tomado tradicionalmente la forma de negarse
colectivamente a trabajar, es decir, ir a la huelga. Las crónicas nos relatan huelgas que tuvieron lugar en la antigua
China y en el antiguo Egipto. Igualmente podemos comprobar que las hubo en Egipto bajo el imperio romano, en
el primer siglo de nuestra era.
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En la revolución francesa, a la extrema izquierda de los jacobinos aparece la Conspiration des Egaux, de Gracchus
Babeuf, que representa el primer movimiento político moderno que apunta a la colectivización de los medios de
producción.
En Inglaterra, en la misma época, unos cuantos obreros forman la London Corresponding Society que pretende
organizar un movimiento de solidaridad con la revolución francesa. Esta organización fue destruida por la
represión policíaca. Pero inmediatamente después de que acabaran las guerras napoleónicas, a la extrema izquierda
del partido radical (pequeñoburgués) se crea en la región industrial de Manchester-Liverpool una Liga del Sufragio
Universal, formada en su mayor parte por obreros. Después de los sangrientos incidentes de Peterloo en 1817, se
aceleró la separación del movimiento obrero independiente del movimiento pequeñoburgués, favoreciéndose con
ello el nacimiento del partido cartísta que tuvo lugar poco tiempo después, y que fue el primer partido
esencialmente obrero que reclamó el sufragio universal.
3. El socialismo utópico
Todos estos movimientos elementales de la clase obrera fueron dirigidos, en su mayor parte, por los
mismos obreros; es decir, por autodidactas que a menudo formulaban ideas ingenuas sobre asuntos históricos,
económicos y sociales que exigían estudios científicos sólidos para ser tratados a fondo. Estos movimientos se
desarrollaron de alguna manera al margen del progreso científico de los siglos XVII y XVIII. Por el contrario, en el
marco de este progreso científico se sitúan los esfuerzos de los primeros autores utópicos importantes, Thomas
Moro (canciller de Inglaterra del siglo XVI), Campanella (autor italiano del siglo XVII), Robert Owen, Charles
Fourier y Saint-Simon (autores de los siglos XVIII y XIX). Estos autores intentaron reagrupar todos los
conocimientos científicos de su época para formular:
a) Una virulenta crítica a la desigualdad social, en especial a la que caracteriza la sociedad burguesa (en los
casos de Owen, Fourier y Saint-Simon);
b) Un plan de organización de una sociedad igualitaria, basada en la propiedad colectiva.
Por estos dos aspectos de su obra, los grandes socialistas utópicos son verdaderos precursores del
socialismo moderno. Pero la debilidad de su sistema reside en:
a) el hecho de que la sociedad ideal en la que sueñan (de lo cual se deriva el término de socialismo utópico)
se presenta como un ideal a construir, a alcanzar de un solo golpe mediante un esfuerzo de comprensión
y de buena voluntad de los hombres, sin relación alguna con la evolución histórica más o menos
determinada de la sociedad capitalista;
b) el hecho de que su explicación de las condiciones en las cuales la desigualdad social aparece, y en las
cuales puede desaparecer, es insuficiente desde el punto de vista científico, y se basa en factores
secundarios (violencia, moral, dinero, psicología, ignorancia, etc.) sin tener como punto de partida los
problemas de estructura económica y social, de interacción entre las relaciones de producción y el nivel
de desarrollo de las fuerzas productivas.
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toda la historia humana pueda ser explicada por la lucha de clases, y sobre todo, las condiciones materiales e intelectuales
bajo las cuales la división de la sociedad en clases puede dar lugar a una sociedad socialista sin clases.
Por otra parte, explicaron de qué forma el mismo desarrollo del capitalismo preparaba inexorablemente el
advenimiento de la sociedad socialista, las fuerzas materiales y morales que debían asegurar el triunfo de la nueva
sociedad. Esta aparece ahora como el producto lógico de la evolución de la historia humana.
El Manifiesto comunista representa, por tanto, una forma superior de la conciencia de clase proletaria.
Enseña a la clase obrera que la sociedad socialista será el producto de su lucha de clase contra la burguesía. Le
enseña también la necesidad de no luchar solamente por aumentos salariales, sino también por la abolición del
régimen salarial. Le enseña, sobre todo, la necesidad de formar partidos obreros independientes, completar su acción de
reivindicaciones económicas con una acción política en el plano nacional e internacional.
El movimiento obrero moderno nació, pues, de la fusión entre la lucha de clase elemental de la clase
obrera y la consciencia de clase proletaria llevada a su más alta expresión, que se encarna en la teoría marxista.
5. La Primera Internacional
Esta fusión es el resultado de toda la evolución del movimiento obrero internacional entre los años 50 y
los 80 del pasado siglo.
Durante las revoluciones de 1848 que se producen en la mayoría de los países europeos, la clase obrera no
apareció por ninguna parte, excepto en Alemania (en la pequeña Asociación de los Comunistas, dirigida por Marx),
como un partido político en el moderno sentido de la palabra. En todas partes se deja arrastrar por el radicalismo
pequeñoburgués. En Francia se separa finalmente de este último durante las sangrientas jornadas del mes de junio
de 1848, aunque sin poder constituir un partido político independiente (del que, serían de alguna forma el núcleo
los grupos revolucionarios formados por Auguste Blanqui). Después de los años de reacción que siguieron a la
derrota de la revolución de 1848, las organizaciones sindicales y mutualistas de la clase obrera se desarrollan con
prioridad en la mayoría de los países, con excepción de Alemania, donde la agitación en pro del sufragio universal
permite a Lasalle formar un partido político obrero: la Asociación general de los trabajadores alemanes.
Con la fundación de la Primera Internacional en 1864, Marx y su reducido grupo de adeptos se funden
realmente con el movimiento obrero embrionario de la época, y preparan la formación de los partidos socialistas
en la mayor parte de los países europeos. Por paradójico que pueda parecer, no son los partidos obreros nacionales
los que se unen para fundar la Primera Internacional, sino que por el contrario la constitución de ésta permitió la
unión nacional de los grupos locales y sindicalistas que se adhirieron a la Primera Internacional.
Cuando la Internacional se escinde después del derrocamiento de la Comuna de París, los obreros de
vanguardia siguen teniendo consciencia de que es necesario mantener esta unión a nivel nacional. Durante los años
70 y 80, después del fracaso de numerosos intentos, se forman definitivamente los partidos socialistas basados en
el movimiento obrero embrionario de la época. Las únicas excepciones importantes son las de Gran Bretaña y
Estados Unidos. Los partidos socialistas que se fundaron en esta misma época en dichos países quedaron al
margen del ya potente movimiento sindical. En Gran Bretaña tiene que esperarse al siglo xx para qué se cree el
partido laborista basado en los sindicatos. En los Estados Unidos, la creación de un partido de este tipo sigue
siendo todavía hoy la tarea más urgente del movimiento obrero.
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obrera una escuela de gestión obrera de la economía, sino sobre todo porque podría preparar en el seno de la
sociedad capitalista la solución de uno de los problemas más difíciles de la sociedad socialista, el de la distribución.
Pero al mismo tiempo encierra un potencial peligroso de competencia económica en el seno del régimen
capitalista, con empresas capitalistas, competencia que no puede entrañar sino nefastos resultados para la clase
obrera y, sobre todo minar la conciencia de clase del proletariado.
7. La Comuna de París
La Comuna de París resume todas las tendencias que presiden el origen y el primer desarrollo del
movimiento obrero moderno. Se produjo a partir de movimientos de masas espontáneos y no de un plan o
programa elaborado con anterioridad por un partido obrero. Puso de manifiesto la tendencia de la clase obrera a
sobrepasar el estado puramente económico de su lucha —el origen inmediato de la Comuna es eminentemente
político: la desconfianza de los obreros de París con respecto a la burguesía acusada de querer entregar la ciudad a
los ejércitos prusianos que la asediaban— combinando constantemente las reivindicaciones económicas y las
políticas. Por primera vez en la historia arrastró a la clase obrera hacia la conquista del poder político, aunque sólo
fuera dentro de los limites de una sola ciudad. Reflejó la tendencia de la clase obrera a destruir el aparato del
Estado burgués a sustituir la democracia burguesa por una democracia proletaria, forma superior de la democracia.
También demostró que sin una dirección revolucionaria consciente, el enorme heroísmo del que el proletariado es
capaz en el curso del combate revolucionario es insuficiente para asegurar la victoria.
Bibliografía
Marx y Engels: El manifiesto comunista.
Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico.
Becr: Historia del socialismo.
Marx: La guerra civil en Francia.
Líssagaray: La Comuna de París.
Morlón y Tale: Historia del movimiento obrero inglés (Maspero).
Abendroth: Historia del movimiento obrero europeo (Maspero).
Thomson: La construcción de la clase trabajadora inglesa.
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Reformas y revolución
El nacimiento y el desarrollo del movimiento obrero moderno en el seno de la sociedad capitalista nos
ofrece un ejemplo de la acción recíproca que ejercen entre sí el medio social en el que los hombres se encuentran,
independientemente de su voluntad, y la acción más o menos consciente que realizan para transformarlo.
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creyendo que bastaría con reforzar las organizaciones de masas del proletariado para que «llegado el momento»
esta fuerza colosal jugara automáticamente un papel revolucionario.
4. El oportunismo reformista
Pero a la vez, los partidos y los sindicatos de masas de Europa occidental no se contentaron con reflejar la
momentánea evolución de la lucha de clases limitada, esencialmente, al terreno de las reformas. Se convirtieron,
además, en una fuerza política que acentuó la adaptación del movimiento obrero de masas al .próspero capitalismo de los
países imperialistas. El oportunismo socialdemócrata descuidó totalmente la preparación de los trabajadores a los
bruscos cambios de clima social, político y económico que se anunciaban, convirtiéndose en un importante factor
que facilitó la supervivencia del capitalismo en los tormentosos años de 1914-1923.
El oportunismo se manifestó en el plano teórico en una revisión del marxismo, proclamada oficialmente por
Bernstein («el movimiento lo es todo, el objetivo no es nada») que pedía a la socialdemocracia abandonar toda
actividad diferente a la de la búsqueda de la reforma del sistema. E1 «centromarxismo» que giraba alrededor de
Kautsky, al tiempo que combatía el revisionismo le hizo numerosas concesiones, sobre todo, al justificar una
práctica de partidos y sindicatos que cada vez se acercaban más al revisionismo.
El oportunismo se manifestó en el plano práctico por la aceptación de la coalición electoral con los partidos
burgueses «liberales»; por la aceptación progresiva de la participación ministerial en gobiernos de coalición con la
burguesía; por la ausencia de una lucha consecuente contra el colonialismo y otras manifestaciones del
imperialismo. Violentamente atacado por las consecuencias de la revolución rusa de 1905, este oportunismo se
puso especialmente de manifiesto en Alemania con la negativa a aceptar la propuesta de Rosa Luxemburg de
impulsar huelgas de masas con fines políticos. Reflejaba, en el fondo, los intereses particulares de un aparato
burocrático reformista (mandatarios social demócratas, funcionarios del partido y de los sindicatos, que habían
conseguido importantes ventajas en el seno de la sociedad burguesa).
Este ejemplo demuestra que la invasión del movimiento obrero por el oportunismo reformista no era
inevitable. Hubiera sido posible emprender acciones extraparlamentarias y huelgas cada vez más amplias, durante
los años precedentes a la primera guerra mundial. Estas acciones hubieran podido preparar a las masas obreras
para las tareas planteadas con el ascenso revolucionario que coincidió con el final de esta guerra.
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lucha por los salarios y por la reducción de la duración de la jornada de trabajo. Los trabajadores están cada vez
más enfrentados con problemas económicos de conjunto que influyen en su nivel de vida: inflación, cierre de
empresas, paro, aceleración de los ritmos de trabajo, tentativas del Estado para limitar el ejercicio del derecho de
huelga y la libre negación de los salarios, etc. El sindicato se encuentra obligado a tomar posición, antes o después,
sobre estas cuestiones. Ha de ser una escuela de la clase obrera para analizar los problemas de conjunto del
capitalismo y del socialismo. Ha de ser el ruedo donde se enfrenten las tendencias favorables a la colaboración de
clase permanente,, es el caso de la integración de los sindicatos en el Estado burgués, y las tendencias partidarias de
la lucha de clases, que rehusan subordinar los intereses de los trabajadores a un pretendido «interés general», que
no es otro sino el interés del Capital apenas camuflado. Como defienden, en estas condiciones, los intereses
inmediatos de la gran masa contra la tentativa de apartar los sindicatos de su función fundamental, los
revolucionarios integrados en la tendencia favorable a la lucha de clases tienen probabilidad de obtener un eco
creciente en el seno de los sindicatos, a condición de actuar con paciencia y perseverancia y no abandonar esté
terreno de trabajo de masas a los burócratas, reformistas y derechistas de cualquier clase.
Los revolucionarios intentan ser los mejores sindicalistas, es decir, intentan que sean adoptadas por los
sindicatos y los sindicados las proposiciones concernientes a los objetivos de luchas y a las formas de organización
de las luchas, que están más conformes con los intereses de clase inmediatos de los trabajadores. No olvidan nunca
la defensa de estos intereses inmediatos desarrollando sin cesar su propaganda general en favor de la revolución
socialista, sin la que, en definitiva, ninguna conquista obrera puede ser consolidada, ningún problema vital para los
obreros puede quedar definitivamente resuelto.
Por el contrario, la burocracia sindical, cada vez más integrada en el Estado burgués sustituye paulati-
namente su tarea original de defensa irreconciliable de los intereses de sus afiliados por una política de conciliación
de clase y de «paz social», debilita objetivamente el sindicato arrastrando por el suelo las preocupaciones y las
convicciones de sus afiliados. La lucha por la democracia sindical y la lucha por un sindicalismo de lucha de clases
se completan de este modo lógicamente en el combate de cada día.
Bibliografía
Lenin: ¿Qué hacer?
—El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.
Rosa Luxemburg: Huelga de masas.
— Reforma o Revolución.
L. Trotsky: Los sindícalos en la época de declive del capitalismo.
G. Lukács: Lenin.
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Democracia burguesa
y democracia proletaria
1. Libertad económica y libertad política
Para muchas personas que no reflexionan sobre esta cuestión, libertad política y libertad económica son
nociones equivalentes. Es lo que afirma especialmente el dogma liberal, que pretende hoy pronunciarse de la
misma forma «por la libertad» en todos los terrenos.
Sin embargo, la libertad política puede ser fácilmente definida diciendo que la libertad de los unos no debe
implicar la servidumbre de los otros, no sucede lo mismo con la libertad económica. Un instante de reflexión
demuestra que la mayoría de los aspectos de esta «libertad económica» implican precisamente la desigualdad, la
automática exclusión de una gran parte de la sociedad de la posibilidad de gozar de esa misma libertad.
La libertad de comprar y vender esclavos implica el que la sociedad esté dividida en dos grupos: los
esclavos y los amos de los esclavos. La libertad de apropiarse los grandes medios de producción como propiedad
privada implica la existencia de una clase social obligada a vender su fuerza de trabajo. ¿Qué haría el propietario de
una gran fábrica, si nadie estuviera obligado a trabajar por cuenta de otro?
Lógicos con ellos mismos, los burgueses de la era ascendente del capitalismo defendieron la libertad de
enviar a trabajar a la mina a niños de diez años; la libertad de obligar a los trabajadores a producir de doce a
catorce horas diarias. Pero sólo una libertad era obstinadamente rechazada: la libertad de asociación de los
trabajadores, prohibida en Francia por la famosa «Ley Le Chapellier» adoptada en plena revolución francesa, con el
pretexto de prohibir todas las coaliciones de origen gremialista.
Estas contradicciones aparentes en la ideología burguesa se disuelven desde que se reorganizan todas estas
actitudes alrededor de un único tema central: la defensa de la propiedad y de los intereses de la clase capitalista.
Esta es la base de toda la ideología burguesa y no la defensa intransigente del «principio» de libertad.
Eso aparece con gran claridad en la historia del derecho al voto. El moderno parlamentarismo nació como
expresión del derecho de la burguesía a controlar los gastos públicos financiados con los impuestos que ella
pagaba. La burguesía proclamaría durante la revolución inglesa de 1649: no taxation without representation (no a los
impuestos sin representación parlamentaría). Lógicamente denegó el derecho al voto de las clases populares que
no pagaban impuestos: ¿no se sentirían impulsados su representantes «demagogos» a votar constantemente nuevos
gastos, ya que eran otros los que los tenían que pagar?
De nuevo, lo que se encuentra en la base de la ideología burguesa no es el principio de igualdad de
derecho de todos los ciudadanos (el derecho de voto censuario echa por tierra este principio) ni el principio de la
libertad política garantizada a todos, sino al contrario la defensa de las cajas fuertes.
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Esta situación se modifica en el momento en que el movimiento obrero coge impulso, adquiere una no-
table potencia organizativa, arranca el sufragio universal mediante acciones directas (huelgas políticas en Bélgica,
Austria, Suecia, Países Bajos, Italia, etc.). La clase obrera se encuentra ampliamente representada en el parlamento
(de repente se ve obligada a pagar una parte importante de los impuestos; pero ésa es otra historia). Los partidos
obreros reformistas participan en gobiernos de coalición con la burguesía. En ocasiones, empiezan incluso a
formar gobiernos compuestos exclusivamente por los representantes de los partidos socialdemócratas (Gran
Bretaña, Escandinavia).
A partir de entonces, la ilusión de un Estado «democrático» que estuviera por encima de las clases, «ar-
bitro» real y «conciliador» de las oposiciones de clase puede ser aceptada más fácilmente por la clase obrera. Una
de las funciones del revisionismo reformista es precisamente propagar ampliamente esa ilusión. Antes esta tarea
era el patrimonio exclusivo de la socialdemocracia. En la actualidad. los Partidos Comunistas que han iniciado un
sendero neorreformista difunden este mismo tipo de ilusiones.
La naturaleza real del Estado burgués, incluso del más «democrático», se revela con facilidad si se examina
a la vez su funcionamiento práctico y las condiciones materiales de este funcionamiento.
Es típico que a medida que el sufragio universal se conquista por las masas trabajadoras y que los re-
presentantes obreros van haciendo notar su presencia en los parlamentos, el centro de gravedad del Estado que residía
anteriormente en la democracia parlamentaria se desplaza inexorablemente desde el parlamento burgués hacia el aparato permanente
del Estado burgués: «Los ministros vienen y van, pero la policía permanece».
Ahora bien, este aparato de Estado, por la forma como es reclinado en las alturas, por la manera como se
organiza su jerarquía, por las reglas de selección y de carrera que lo presiden, encierra una simbiosis perfecta con la
media y gran burguesía. Lazos ideológicos, sociales y económicos indisolubles unen este aparato con la clase
burguesa. Todos los altos funcionarios reciben sueldos tales que les permiten una acumulación privada de capital, a
veces modesta, pero en cualquier caso real, lo que interesa a estas personas, incluso a nivel individual en la defensa
de la propiedad privada y en la buena marcha de la economía capitalista.
Además, el Estado basado en este parlamentarismo burgués está vendido en cuerpo y alma al Capital por
las cadenas de oro de la dependencia financiera y de la deuda publica. Ningún gobierno burgués puede gobernar sin apelar
constantemente al crédito, controlado por los Bancos, el capital financiero, la gran burguesía. Cualquier política
anticapitalista que un gobierno reformista quisiera tan sólo esbozar se encontraría inmediatamente con el sabotaje
financiero y económico de los capitalistas. La «huelga de inversiones», la evasión de capitales, la inflación, el
mercado negro, la caída de la producción, el desempleo, etc., forman parte de su rápida respuesta.
Lo confirma toda la historia del siglo XX; es imposible utilizar el parlamento burgués y el gobierno
basados en la propiedad capitalista y en el Estado burgués de manera consecuente contra la burguesía. Toda
política que quiera seguir una vía anticapitalista se enfrenta rápidamente con el dilema: o bien capitular ante el
chantaje para seguir potenciando el capital o bien romper el aparato de Estado burgués y remplazar las relaciones
de propiedad capitalista por la apropiación colectiva de los medios de producción.
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Pero precisamente porque las libertades democráticas revisten una importancia capital a los ojos de los
trabajadores, importa tanto captar los límites de la democracia burguesa, incluso de la más avanzada, desde el
punto de vista de estas libertades.
En primer lugar, la democracia parlamentaria burguesa es una democracia indirecta, en el seno de la cual sólo
algunos miles o decenas de miles de mandatarios (diputados, senadores, alcaldes, burgomaestres, concejales, etc.)
participan en la administración del Estado. La inmensa mayoría de los ciudadanos está excluida de una
participación semejante. Su único poder es el de depositar una papeleta de voto en una urna, cada cuatro o cinco
años.
Además, la igualdad política en una democracia parlamentaria burguesa es una igualdad puramente formal,
y no una igualdad real. Formalmente, el rico y el pobre detentan el mismo «derecho» de fundar un periódico cuyo
funcionamiento cuesta cientos de millones de pesetas. Formalmente, el rico y el pobre tienen el mismo «derecho» a
comprar un tiempo de emisión en televisión y la misma «posibilidad» de influir en el elector. Pero como el ejercicio
práctico de esos derechos presupone la utilización de potentes medios materiales, sólo el rico puede disfrutar
plenamente de los mismos. E1 capitalista logrará influenciar a un grupo numeroso de electores que dependen
materialmente de él, podrá comprar periódicos, estaciones de radio o tiempo de televisión. «Tendrá»
parlamentarios y gobiernos gracias al peso de su capital.
Finalmente, si se hace abstracción de todos estos límites propios de la democracia parlamentaria burguesa,
y si se supone que es perfecta, es evidente que sólo es una democracia política. Pero ¿de qué sirve una igualdad
política entre el rico y el pobre —¡que está muy lejos de ser real!— si al mismo tiempo ésta coincide, y no tan sólo
durante unos años, sino desde hace más de medio siglo, con una desigualdad económica y social enorme, que va
en aumento? Incluso si los pobres y los ricos tuvieran exactamente los mismos derechos políticos, los segundos
siguen conservando un enorme poder económico y social del que los primeros carecen, y que subordina
inevitablemente los primeros a los segundos en la vida cotidiana.
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las libertades democráticas de los trabajadores por dictaduras burguesas: dictaduras militares, bonapartistas o
fascistas. La dictadura fascista es la forma más brutal y bárbara de la dictadura al servicio del Capital. Se caracteriza
especialmente por el hecho de que no suprime tan sólo las libertades para las organizaciones revolucionarias o
radicales de la clase obrera, sino que trata de suprimir por todos los medios cualquier tipo de organización
colectiva de los trabajadores como los sindicatos, y las formas más elementales de huelga. Se caracteriza del mismo
modo por el hecho de intentar la atomización de la clase obrera, para que sea sólo un poco eficaz, no puede apoyarse
únicamente en el aparato represivo tradicional (ejercito, gendarmería, policía, jueces) y usa de bandas armadas
privadas que a su vez proceden de un movimiento de masas, el de la pequeña burguesía pauperizada, desesperada
por la crisis y la inflación, y que el movimiento obrero no consigue arrastrar a su campo en favor de una audaz
política de ofensiva anticapitalista.
La clase obrera y su vanguardia revolucionaria no puede ser neutral ante la ascensión del fascismo. Deben
defender con uñas y dientes sus libertades democráticas. Para ello deben oponer un frente único de todas las
organizaciones obreras, comprendidas las más reformistas y más moderadas ante la ascensión del fascismo con el
fin de aplastar en su germen la bestia nociva. Deben crear sus propias unidades de autodefensa contra los grupos
armados del capital, y no fiarse de la protección del Estado burgués. Deben crear milicias obreras apoyadas por las
masas trabajadoras, unificando todas las organizaciones obreras e impidiendo cualquier tentativa fascista de
aterrorizar a algún sector de las masas, de romper una sola huelga, de hacer «saltar» un solo mitin de una
organización obrera: éste es el camino para barrer la barbarie fascista que de otro modo terminará en los campos
de concentración, en las matanzas y en las torturas, en Buchenwald y Auschwitz. Todos los éxitos en este sentido
permiten además que las masas trabajadoras pasen a la contraofensiva y abatan, además de a la amenaza fascista, al
régimen capitalista que la ha hecho nacer y que la ha alimentado.
5. La democracia proletaria
El Estado obrero, la dictadura del proletariado, la democracia proletaria, que los marxistas quieren para
sustituir al Estado burgués, que no es, en definitiva, sino la dictadura de la burguesía, incluso en su forma más
democrática, se caracteriza por una ampliación y no por una restricción de las libertades democráticas reales para la masa de los
ciudadanos que trabaja. Sobre todo después de la experiencia desastrosa del estalinismo, que ha minado la
credibilidad de las raíces democráticas de los Partidos Comunistas oficiales, es indispensable recordar con fuerza
este principio básico.
El Estado obrero será más democrático que el Estado basado en la democracia parlamentaria en la medida
en que amplíe fuertemente el área de la democracia directa. Será un Estado que empezará a desaparecer desde su origen,
entregando sectores enteros de la actividad social a la autogestión, a la autodeterminación de los ciudadanos
afectados (correos, telecomunicaciones, sanidad, enseñanza, cultura, etc.). Unirá la masa de trabajadores
organizándolos en consejos obreros con el ejercicio directo del poder, aboliendo las fronteras ficticias entre el poder
ejecutivo y el poder legislativo. Eliminará el «carrerismo» de la vida pública limitando los salarios de los
funcionarios, comprendiendo a los de mayor rango, al de un obrero medio calificado. Impedirá la formación de
una nueva casta de administradores vitalicios introduciendo el principio de rotación obligatoria en cualquier
delegación de poder.
El Estado obrero será más democrático que el Estado burgués en la medida en que cree las bases materiales
para el ejercicio de las libertades democráticas de todos. Las imprentas, las emisoras de radio y televisión, las salas de
reunión, serán propiedad colectiva, y estarán a disposición efectiva de todos los grupos de trabajadores que las
reclamen. El derecho de crear diferentes organizaciones políticas, comprendidas las de oposición; de crear una
prensa de oposición, dejando a las minorías políticas expresarse en la prensa, en la radio y en la televisión será
celosamente defendido por los consejos obreros. El armamento general de las masas obreras, la supresión del
ejército permanente. y de los aparatos de represión, la elección de los jueces, la publicidad completa de todos Jos
procesos, serán la garantía más fuerte para que ninguna minoría pueda arrogarse el derecho de excluir a ningún
grupo de ciudadanos trabajadores del ejercicio de las libertades democráticas.
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Bibliografía
K. Marx: La guerra civil en Francia.
Lenin: Estado y Revolución.
— La revolución proletaria y el renegado Kautsky.
L. Trotsky: Escritos sobre Alemania.
V Congreso de la IV Internacional: Tesis sobre el declive y la caída del estalinismo (que incluye una descripción
detallada de las instituciones de la democracia proletaria bajo la dictadura del proletariado).
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de sus propios dirigentes, sólo un puñado de socialistas revolucionarios permanecieron fieles a) internacionalismo
revolucionario, rehusando hacer frente común con su propia burguesía: Karl Liebknecht y Rosa Luxembourg en
Alemania, Monatte y Rosmer en Francia, Lenin, una parte de los bolcheviques, Trotsky, Martov en Rusia; el SDP
en los Países Bajos; MacLean en Gran Bretaña, Debs en los Estados Unidos; En Italia, en Servia y en Bulgaria la
mayoría del partido socialdemócrata mantiene posiciones internacionalistas.
La Internacional Socialista se había hundido. Los internacionalistas se agruparon en un principio en las
conferencias de Zimmerwald (1915) y de Kienthal (1916). Sin embargo, se diferenciaron en dos corrientes; una
corriente centrista, que deseaba reconstituir una Internacional reunificada con los socialpatriotas; una corriente
revolucionaria, que se orientaría hacia la constitución de una Tercera Internacional.
Lenin, que fue el alma de la izquierda zimmerwaldiana, basaba sus análisis en la certeza de que la guerra
iba a agravar todas las contradicciones del sistema imperialista y desembocar en una crisis revolucionaria de
envergadura. En esta perspectiva, los internacionalistas podían prever un espectacular cambio de las relaciones de
fuerza entre la extrema izquierda y la derecha del movimiento obrero.
Estas' previsiones se confirmarían a partir de 1917.
La revolución rusa estalló en marzo de 1917. En noviembre de 1918, la revolución estalló en Alemania y
en el imperio austrohúngaro. En 1919-20, una ascensión revolucionaria de gran envergadura convulsionó Italia,
sobre todo en las regiones industriales del norte. La separación entre socialpatriotas e internacionalistas se amplió
en una separación entre socialdemócratas, que siempre se negaron a romper con el Estado burgués y el
capitalismo, y comunistas, que se orientaban hacia la victoria de la revolución proletaria, con Repúblicas de
consejos obreros. Los primeros adoptaron una posición claramente contrarrevolucionaria desde el momento en
que las masas amenazaron el orden burgués.
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traspaso del poder a los soviets de obreros y campesinos. Por primera vez en la historia se crea en todo el territorio
de un gran país un Estado según el modelo de la Comuna de París, un Estado obrero.
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Bibliografía
Lenin: Las dos tácticas de la socialdemocracia.
— La catástrofe inminente y los medios para conjurarla.
— ¿Conservarán los bolcheviques el poder?
Rosa Luxemburg: Folleto de Junius.
—La revolución rusa.
León Trotski: Tres concepciones de la revolución rusa. Discursos de Copenhague (1932) (dos resúmenes de la teoría de
la revolución permanente).
León Trotski: Historia de la revolución rusa.
— La revolución permanente.
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El stalinismo
1. El fracaso del ascenso revolucionario (1918-1920) en Europa
La revolución internacional que esperaban el proletariado ruso y los dirigentes bolcheviques se produjo en
1918. Se crearon consejos de obreros y soldados en Alemania y Austria. En Hungría, se proclamó la República de
los Consejos en marzo de 1919; en abril de 1919, se proclamó también en Baviera. Los obreros del norte de Italia,
en creciente ebullición a partir de 1919, ocuparon todas las fábricas en abril de 1920. Otros países como Finlandia,
Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Bulgaria, etc., fueron presa de poderosas corrientes revolucionarias. Los
Países Bajos se vieron amenazados por una huelga general. En Gran Bretaña, los obreros crearon la «triple alianza»
de los tres mayores sindicatos del país, con lo que se hizo temblar al régimen.
Pero esta ola revolucionaria acabó fracasando. Las principales razones de este fracaso fueron las
siguientes:
— La Rusia de los soviets estaba escindida por una guerra civil. Los antiguos latifundistas y los oficiales
zaristas, apoyados por los capitalistas rusos y extranjeros, intentaron derrotar por las armas la primera
República de obreros y campesinos. Por ello, el poder de los soviets sólo podía aportar una reducida
ayuda militar y material a las revoluciones europeas, que además se vieron combatidas por todos los
ejércitos imperialistas.
— La socialdemocracia internacional no dudó en pasarse al campo de la contrarrevolución, esforzándose
con todas las promesas y engaños imaginables (en Alemania prometió en febrero de 1919 la inmediata
socialización de la gran industria que evidentemente no tuvo lugar) para apartar a los trabajadores de la
lucha por el poder. Tampoco dudó en organizar la violencia contrarrevolucionaria, organizando en este
caso los cuerpos francos que acudieron en ayuda de Noske para sofocar la revolución alemana. Estos
cuerpos francos fueron el germen de las futuras bandas nazis.
— Los jóvenes partidos comunistas, que habían fundado la III Internacional, carecían de experiencia y de
madurez, y cometieron múltiples errores «izquierdistas» y derechistas.
— La burguesía, aterrorizada por el espectro revolucionario, hizo de entrada importantes concesiones
económicas a los trabajadores, en especial la jornada de ocho horas y el sufragio universal en numerosos
países, lo cual frenó la ascensión revolucionaria en muchos de ellos.
Los primeros fracasos de la revolución terminaron en las sangrientas derrotas de Hungría, donde la
República de los Soviets fue aplastada en sangre, y en Italia, donde el fascismo llegó al poder en 1922. A pesar de
todo, en Alemania el partido comunista se fue reforzando progresivamente, fue adquiriendo una base de masas
cada vez más amplia y se lanzó en 1922-23 a la conquista de los grandes sindicatos y de los consejos de empresa.
En 1923 se produjo en este país una crisis revolucionaria excepcional: la ocupación del Ruhr por el
ejército francés; una inflación galopante; huelga general que consigue derrocar al gobierno Cuno; constitución de
gobiernos de coalición socialistas de izquierda-comunistas en Sajonia y en Thuringia. Pero el partido comunista,
mal aconsejado por la Internacional Comunista, fracasó en la sistemática organización de la insurrección armada
en el momento más propicio. El gran capital reestableció la situación, estabilizó el marco, puso en el poder a una
coalición burguesa. La crisis revolucionaria de la posguerra había terminado.
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Se trata de una capa social privilegiada del proletariado, que basa su poder en las conquistas de la
revolución socialista de octubre: nacionalización de los medios de producción, planificación económica,
monopolio estatal del comercio exterior. Es conservadora en el mismo sentido que lo es cualquier burocracia
obrera; sitúa la conservación de lo adquirido por encima de cualquier empresa de extensión de las conquistas
revolucionarias.
Teme a la revolución internacional, que amenaza con reanimar la actividad política del proletariado
soviético y minar con ello su poder. Desea conservar el statu quo internacional. Pero en cuanto capa social, está en
contra del restablecimiento del capitalismo en la URSS, ya que con ello se destruirían los propios fundamentos de
sus privilegios (lo que no impide que la burocracia sea el caldo de cultivo de subgrupos y subtendencias que
pueden intentar transformarse en nuevos capitalistas).
La URSS no es una sociedad socialista, es decir, una sociedad sin clases. Sigue siendo, como al día
siguiente de la revolución de octubre de 1917, una sociedad de transición entre el capitalismo y el socialismo. Es
posible que se restaure el capitalismo, pero al precio de una contrarrevolución social. También es posible que se
restaure el poder directo de los trabajadores, pero al precio de una revolución política que rompa el monopolio de
ejercicio del poder en manos de la burocracia.
La economía soviética no merece ser calificada como «capitalista» porque sea un sistema de «dominación
del productor por los burócratas», ni porque haya empleado mucho tiempo en el desarrollo prioritario de las
máquinas, en detrimento del consumo de las masas. El capitalismo es un sistema especifico de dominación de clase,
caracterizado por la propiedad privada de los medios de producción, la competencia, la producción mercantil
generalizada, el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo, las inevitables crisis periódicas de sobreproducción
generalizada. Ninguno de estos rasgos pueden encontrarse en la economía soviética.
Pero sí la economía soviética no es capitalista, no es tampoco socialista, al menos en el sentido tradicional
del término tal y como se deduce de los escritos de Marx, de Engels e incluso del mismo Lenin. Una economía
socialista se define por el régimen de productores asociados que regulan por sí mismos su propia vida productiva y
social, estableciendo la jerarquía de las necesidades a satisfacer, en función de las reservas de las que disponen y del
tiempo de trabajo que están dispuestos a consagrar al esfuerzo productivo. Se está lejos de una situación semejante
en la Unión Soviética. Una economía socialista se define por una desaparición de toda producción mercantil. Marx
y Engels lo precisan bien, al contrario de la doctrina oficial en la U. R. S. S., que esa desaparición no es de ningún
modo propia de la «segunda fase» de la sociedad sin clases, llamada comúnmente «fase comunista», sino que es ya
característica de la primera fase, llamada comúnmente «socialista».
Desarrollando la teoría antimarxista sobre la pretendida posibilidad de realizar la construcción del socialismo en un
solo país, Stalin expresó de forma pragmática el conservadurismo pequeño burgués de la burocracia soviética:
mezcla de antiguos funcionarios del Estado burgués, recién llegados al aparato de Estado soviético, comunistas
cínicos y desmoralizados, jóvenes técnicos deseosos de «hacer carrera» sin tener en cuenta los intereses de clase del
proletariado.
Oponiendo a esta teoría el recuerdo de las nociones básicas del marxismo («la sociedad sin clases sólo
puede ser realizada a escala internacional, incluyendo por lo menos algunos de los principales países
industrializados del mundo» - «la revolución empieza por triunfar en un país, se extiende internacionalmente y
plantea finalmente un combate decisivo a escala mundial») Trotsky y la Oposición de Izquierda no defendieron la
posición «expectante» o «derrotista» con respecto a la revolución rusa. Intentaron impulsar enseguida, antes que
Stalin y de forma más racional, la industrialización del país.Fueron y son partidarios de la defensa de la URSS
contra el imperialismo, de la defensa de lo que subsiste de las conquistas de octubre contra cualquier tentativa de
restaurar el capitalismo en la URSS. Pero comprendieron que el destino de la URSS se vería decidido en definitiva
por el nacimiento de la lucha de clases a escala internacional. Hoy como ayer, esta conclusión sigue siendo válida.
4. ¿Qué es el stalinismo?
Cuando Krustchev pronunció su famosa requisitoria contra los crímenes de Stalin, en el XX Congreso del
PCUS, explicó estos crímenes por «el culto a la personalidad» que habría reinado durante la dictadura de Stalin.
Esta explicación subjetiva, es decir psicológica, de un régimen político que ha cambiado la vida de decenas de
millones de seres humanos, es incompatible con el marxismo. El fenómeno del stalinismo no puede reducirse a las
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particularidades psicológicas o políticas de un hombre. Se trata de un fenómeno social, cuyas raíces sociales deben
ser puestas al descubierto.
En la URSS, el stalinismo es la expresión de la degeneración burocrática del primer Estado obrero, en el que
una capa social privilegiada ha usurpado el ejercicio del poder económico y político. Las formas brutales (terror
policíaco; purgas masivas en los años 30 y 40; asesinato de casi todos los viejos cuadros del PCUS; procesos de
Moscú, etc.) y las más «sutiles» de este poder burocrático pueden variar. Pero tanto después de Stalin como
durante Stalin, los fundamentos de la degeneración burocrática subsisten.
Los soviets, libremente elegidos por todos los trabajadores, no ejercen el poder. Las empresas ya no son
gestionadas por los trabajadores. Ni la clase obrera ni los miembros del partido comunista disponen de las
necesarias libertades democráticas para poder determinar libremente las grandes elecciones de la política
económica y cultural, tanto del interior como del exterior.
En el mundo capitalista el stalínisrno significa la subordinación de los partidos que siguen la política del
Kremlin de los intereses de la revolución socialista en su propio país a los intereses de la diplomacia del Kremlin.
Este utiliza los partidos comunistas stalinizados y el movimiento de masas que controlan, como moneda de
cambio en sus esfuerzos por establecer y mantener el statu quo internacional con el imperialismo.
En el plano ideológico, el stalinismo representa una deformación apologética y pragmática de la teoría
marxista. En lugar de servir de instrumento de análisis de la evolución de las contradicciones del capitalismo, de las
relaciones de fuerza entre las clases, de la realidad objetiva de la sociedad de transición del capitalismo al socialismo
con el fin de apoyar la lucha de emancipación del proletariado, la teoría marxista ha descendido al nivel de
instrumento de justificación de cada uno de los «giros tácticos» del Kremlin y de los partidos stalinianos.
El stalinismo intenta justificar estas maniobras en nombre de las necesidades de defensa de la URSS
«principal bastión de la revolución mundial» antes de la segunda guerra mundial, «dentro del campo mundial del
socialismo» después de la segunda guerra mundial. Los trabajadores deben efectivamente defender a la URSS
contra los intentos del imperialismo de reimplantar en ella el reino del capital.
Pero las maniobras tácticas stalinianas que han contribuido a la derrota de tantas revoluciones en el
mundo, que han facilitado la llegada de Hitler al poder en Alemania en 1933, que han condenado la revolución
española de 1936 a la derrota, que han obligado a las masas comunistas francesas e italianas a reconstruir el Estado
burgués y la economía capitalista en estos países en 1944-46, que han conducido al sangriento aplastamiento del
movimiento revolucionario del Irak, Indonesia, Brasil y tantos otros países desde aquel momento, no
corresponden demasiado a los intereses de la Unión Soviética como Estado. Corresponden más bien a los míseros
intereses de la burocracia soviética para la defensa de sus privilegios, que son contrarios en todos estos casos a los
verdaderos intereses de la URSS.
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Hasta el momento, estos movimientos de masas han sido reprimidos con la intervención militar de la
burocracia soviética. Pero a medida que los propios procesos van madurando en la URSS, ninguna fuerza exterior
podrá frenar las oleadas de la revolución política en Europa oriental y en la URSS. Todo peligro de restauración
del capitalismo será definitivamente roto. El poder político será ejercido por los trabajadores y los campesinos que
trabajan sus tierras. La lucha por la revolución socialista en el resto del mundo se verá grandemente facilitada.
7. El maoísmo
La victoria de la 3. a revolución china en 1949 ha sido el logro más importante para la revolución mundial
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desde la victoria de la revolución socialista de octubre. Destrozó el cerco capitalista a la U. R. S. S., estimulando
potentemente el proceso de revolución permanente en Asia, en África y en América Latina, y modificando
sensiblemente las relaciones de fuerzas a escala mundial a expensas del imperialismo. Fue posible porque en la
práctica la dirección maoista del PC chino rompió con la línea estaliniana del «bloque de las cuatro clases» y de la
revolución por etapas, dirigió un vasto levantamiento agrario y se orientó hacia la destrucción del ejército y del
Estado burgués, a pesar de sus proclamaciones favorables a una coalición con Chiang Kai-Chek.
Sin embargo, esta revolución victoriosa estuvo desde su comienzo burocráticamente deformada. La acción
autónoma del proletariado estuvo estrictamente limitada, cuando no impedida, por la dirección maoista. El nuevo
Estado obrero no se basó apenas en los soviets de obreros y campesinos, democráticamente elegidos. Formas de
gestión y de privilegios burocráticos, imitación de los que estaban en vigor en la Rusia estaliniana, se vieron muy
extendidos. Esto provocó un descontento creciente de las masas, sobre todo en los obreros y en los jóvenes, que
Mao trató de canalizar desencadenando la «gran revolución cultural proletaria» en 1964-65.
Esta combina formas auténticas de movilización y de toma de conciencia antiburocrática de las masas en
las ciudades con una tentativa por parte de Mao de depurar el PC chino y de deshacerse de sus adversarios en el
seno de la burocracia. Cuando la movilización de masas y la evolución ideológica cada vez más crítica por parte de
los «guardias rojos» amenazaba con escapar del control de la facción maoísta, esta detuvo la «revolución cultural».
Restableció en gran medida la unidad de la burocracia, volviendo a llevar a los puestos de dirección a la mayoría de
los burócratas apartados cuando esta «revolución» estaba en su apogeo.
El conflicto chino-soviético, provocado por la tentativa de la burocracia soviética de imponer un control
monolítico sobre la dirección del PC chino y de suprimir la ayuda económica y militar a la RP China en represalia
del rechazo de Mao a inclinarse ante estos ukases, se transformó de un conflicto interburocrático en un conflicto a
nivel de Estados y en una batalla organizativa e ideológica en el seno del movimiento estaliniano internacional. El
estrecho nacionalismo de la burocracia, tanto de la soviética como de la china, asestó un duro golpe a los intereses
del movimiento obrero v antiimperialista mundial, y permitió al imperialismo maniobrar para explotar el conflicto
chino-soviético.
En el plano ideológico, el maoísmo representa una corriente propia del movimiento obrero, de la que
varios aspectos son una variante de la deformación estaliniana del marxismo-leninismo. Mientras que el
estalinismo fue a la vez expresión y producto de una contrarrevolución política en el seno de una revolución
proletaria victoriosa, el maoísmo es a la vez expresión de la victoria de una revolución socialista y de la naturaleza
burocrática deformada desde su partida de esta revolución. Combina, pues, trazos de una aproximación más suave
v más ecléctica de las relaciones aparato/masas, con trazos característicos de ahogo de toda autonomía de acción, y
de organización de masas, sobre todo de las masas obreras. Se caracteriza especialmente por la incomprensión de
la naturaleza social de la burocracia obrera y de los orígenes de la posible degeneración burocrática en las
revoluciones socialistas y en los Estados obreros, puesto que él mismo representa una expresión ideológica de una
fracción de la burocracia. Identificando irresponsablemente y de manera no científica «burocracia» y «burguesía de
Estado» en URSS, justifica por anticipado todos los giros de la política exterior china y de los grupos maoístas,
llegando hasta a poner al mismo nivel el imperialismo americano y la Unión Soviética, los partidos
comunistas y los partidos burgueses, y llegando incluso a designar a la URSS y a los Partidos Comunistas como «el
principal enemigo de los pueblos», ofreciendo una alianza a las potencias imperialistas y a los partidos burgueses en
contra de la URSS y los Partidos Comunistas. Estas «tácticas» se fundan en la tesis según la cual la mayoría de los
países capitalistas no estarían emplazados ante una revolución socialista sino tan sólo a la lucha para la
independencia nacional en contra de las superpotencias.
El carácter arbitrario de todas estas teorías, que no son, en definitiva, nada más que justificaciones a
posteriorí de las maniobras diplomáticas de Pekín, encuentra sus raíces en una deformación idealista y voluntarista
del marxismo. Bajo pretexto de combatir «el economicismo», que sería la revisión más peligrosa del marxismo, los
«maoístas ortodoxos» dejan de considerar las clases sociales como realidades objetivas, determinadas por las
relaciones de producción que relaciona con la producción de su vida material. Las clases sociales se identifican a
opciones ideológicas. El proletariado ya no es el conjunto de los asalariados; está compuesto por los que «siguen la
línea Maotsetung». De esta manera, corrientes de ideología burguesa o pequeño-burguesa en el seno de la clase obrera
son identificadas con «la burguesía» o «sus representantes», la lucha ideológica en el seno del movimiento obrero se
identifica con la «lucha de clases entre el proletariado y la burguesía». En esto se funda el rechazo a la democracia
obrera, la justificación del empleo de la violencia y de la represión en el seno del movimiento obrero, el rechazo de
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toda la tradición marxista-leninista de lucha por el frente único de las organizaciones obreras contra el enemigo de
clase común. La dictadura del proletariado se identifica con el «pensamiento maotsetung» y ejercida por el «partido
maotsetung». De este modo el círculo queda cerrado. Después de entrar en guerra contra el poder de la burocracia
en la U. R. S. S. se acabó por preconizar un régimen de mando burocrático demasiado parecido al que existe en la
U. R. S. S., aunque sea adornado con algunos oropeles de «democracia directa» y de «participación» de las masas en
la toma de decisiones. Mao no acepta en mayor medida que Stalin, Krustchev o Brejnev, la teoría leninista de la
dictadura del proletariado, como algo basado en el ejercicio del poder por consejos de obreros y campesinos, libre
y democráticamente elegidos.
Bibliografía
E. Mandel: Sobre la burocracia.
L. Trotski: Lecciones de octubre.
— El nuevo curso.
— La revolución traicionada.
Moshe Lewin: El último combate de Lenin.
Tesis de los IV y V Congreso de la IV Internacional:
«Ascenso y declive del stalinistno» - «Declive y caída del stalinismo».
Satnizdat I (Editions du Seuil).
Polonia-Hungría 1956 (Editions E.D.I., París),
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Podemos concluir que después de la primera guerra mundial, fueron objetivamente posibles, en varias
ocasiones, revoluciones socialistas victoriosas en numerosos países. Para citar sólo los países industrialmente
avanzados: en Alemania, en 1918-20 y en 1923 y también sin lugar a dudas en 1930-32; en Italia, en 1919-20, en
1946-48 y en 1969-70; en Francia, en 1936, en 1944-47 y en mayo de 1968; en Gran Bretaña, en 1919-20, en 1926
y en 1945; en España, en 1936-37, etc.
Por el contrario, las condiciones subjetivas no estaban maduras para la victoria de la revolución. Hasta
ahora, la ausencia de victorias revolucionarias en Occidente se debe pues, esencialmente, a la «crisis del factor
subjetivo de la historia», de la crisis de conciencia de clase y de la dirección revolucionaria del proletariado.
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2. La construcción de la IV Internacional
Partiendo de este análisis, que se basa en el fracaso histórico del reformismo y del stalinismo para
conducir el proletariado hacia la victoria, Trotsky y un puñado de comunistas de la Oposición se entregaron desde
1933 a la tarea de construir una nueva dirección revolucionaria para el proletariado mundial. En 1938 crearon
finalmente la IV Internacional.
Evidentemente todavía no es, por sí misma, la Internacional revolucionaria de masas que será la única
capaz de funcionar como un auténtico estado mayor general de la revolución mundial. Pero transmite, perfecciona
y mejora el programa de una Internacional revolucionaria de clases en 50 países. Forma a sus cuadros sobre la
base de este programa a través de múltiples actividades. Estimula con ello de forma deliberada la unificación de las
experiencias y de la conciencia de los revolucionarios a escala mundial, enseñándoles a actuar en el seno de una
misma organización, en lugar de esperar —por otra parte en vano— que se produzca espontáneamente dicha
unificación a partir del impulso de las fuerzas revolucionarias en los distintos países y partes del mundo,
desarrollándose separadamente unas de otras.
La IV Internacional no se contenta aguardar pasivamente «la gran noche», esmerándose mientras tanto
en perfeccionar su programa. No se acantona en la abstracta propaganda de este programa. Tampoco despilfarra
sus fuerzas en un activismo y una agitación estériles, confinados en el apoyo a las luchas inmediatas de las masas
explotadas.
La construcción de nuevos partidos revolucionarios y de una nueva internacional revolucionaria comporta
a la vez la intransigente defensa del programa marxista-revolucionario, que reúne las lecciones de todas las
experiencias pasadas de la lucha de clases; la propaganda y la agitación en favor de un programa de acción, parte
del programa general marxista-revolucionario que Trotsky llamó programa de reivindicaciones transitorias inspirándose
en los términos utilizados por los dirigentes de la Internacional Comunista en el curso de sus primeros años de
existencia y una intervención constante en las luchas de masas, a fin de llevarlas a adoptar en los hechos este
programa de acción, y dotar estas luchas de formas organizativas que conduzcan directamente a la creación de los
consejos obreros.
La necesidad de una Internacional revolucionaria, que es más que una simple adicción de partidos revo-
lucionarios nacionales, se funda en bases materiales sólidas. La época imperialista es la época de la economía, de la
política y de las guerras mundiales. El imperialismo es un sistema internacional articulado. Desde hace tiempo las
fuerzas productivas se han internacionalizado. El capital cada vez más se organiza internacionalmente en sus
grandes trusts multinacionales. El Estado nacional se ha convertido desde hace tiempo en una traba para los
progresos ulteriores de la producción y de la civilización. Los grandes problemas de la Humanidad (impedir la
guerra nuclear mundial; eliminar el hambre del hemisferio meridional; planificar el crecimiento económico; repartir
equitativamente recursos y rentas entre todos los pueblos; proteger el medio ambiente ; poner la ciencia al servicio
del hombre) sólo pueden ser resueltos a escala mundial.
Querer, en estas condiciones, avanzar hacia el socialismo en orden disperso, querer batir un adversario
mundialmente organizado desdeñando toda coordinación internacional del proyecto revolucionario, querer incluso
hacer fracasar a los trusts multinacionales con luchas obreras limitadas a un solo país, es caer manifiestamente en la
utopía.
Por otra parte, las luchas revolucionarias tienen una tendencia objetiva y espontánea a extenderse
internacionalmente, no sólo en respuesta a intervenciones contrarrevolucionarias del enemigo de clase, sino
también y sobre todo gracias al estímulo que ejercen sobre los trabajadores de numerosos países. Retardar sin cesar
la creación de una verdadera organización internacional de los revolucionarios, es retrasarse no solamente en relación
con las necesidades objetivas de nuestra época, sino incluso con relación a las tendencias espontáneas de los
sectores más avanzados de las masas.
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mencionar. Esta unificación será real gracias a la educación y la política intemacionalistas de la vanguardia
revolucionaria, que a partir de las luchas corrientes adquirirá más experiencia de solidaridad internacional de los
trabajadores y de los oprimidos de todos los países y combatirá de forma sistemática la xenofobia, el racismo y los
prejuicios nacionalistas de toda clase, a fin de hacer penetrar esta consciencia internacionalista en el seno de las
amplias masas.
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Bibliografía
León Trotski: La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional (Programa de Transición).
Congreso de Reunificación (VII Congreso Mundial) de la IV Internacional: La actual dialéctica de la revolución
mundial.
Ernest Mandel: Control obrero, consejos obreros, autogestión. (Una antología)
Liga Comunista: Proyecto de programa.
Documentos de los Congresos IX y X de la IV Internacional
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industria, y por su dispersión relativa en ciudades de provincia relativamente pequeñas. Ha hecho falta esperar a la
aparición de grandes fábricas en los alrededores parisinos, lioneses, marselleses y del Norte, a partir de los años 20
y 30 de nuestro siglo, acentuada en los años 50 y 60, para que la huelga de masas pudiese determinar el curso
general de la lucha de clases (junio 36, huelgas de 1947-48, mayo 68) y para que el PCF se convirtiera en el partido
hegemónico de la clase obrera, dándoles un barniz y una tradición referida explícitamente al marxismo. La clase
obrera, y el movimiento obrero español, han estado marcados por la tradición del sindicalismo revolucionario,
muy influenciado por el subdesarrollo pronunciado de la gran industria en la península Ibérica, etc.
La diversidad de corrientes ideológicas del movimiento obrero resulta lógica consecuencia de su propia
historia, es decir, de los debates y de las oposiciones que se han producido en el curso de la misma lucha de clases.
Ha habido sucesivamente una ruptura entre marxistas y anarquistas en el seno de la I Internacional, por la cuestión
de la necesidad de la conquista del poder político; ruptura entre revolucionarios y reformistas en el seno de la II
Internacional, en torno a la cuestión de la participación en gobiernos burgueses, de el apoyo a la defensa nacional
de los países imperialistas y de el apoyo o el ahogo de la lucha revolucionaria de masas que amenazaba la
supervivencia de la economía capitalista, y del Estado burgués, basado en la democracia parlamentaria; ruptura
entre estalinistas y trotskistas (marxistas revolucionarios) en el seno de la III Internacional y del movimiento
comunista internacional, entre partidarios y adversarios de la teoría de la revolución permanente y de la teoría de la
«revolución por etapas», entre partidarios y adversarios de la utopía de la obtención de la construcción del
socialismo en un solo país.
Pero esta misma diversidad de corrientes ideológicas tiene también raíces objetivas y materiales más
profundas, como las que vamos a poner al descubierto.
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Sin embargo, es necesario combatir el sectarismo y el ultraizquierdismo en lo que se refiere a las organizaciones
de masas tradicionales del movimiento obrero, sectarismo y ultraizquierdismo que no son tan sólo obstáculos en el
camino de la realización de un frente único obrero contra el enemigo de clase, sino también obstáculos en el
camino de la lucha eficaz contra el empeño de las direcciones reformistas y estalinianas.
En la base de los errores sectarios y ultraizquierdistas se encuentra la incomprensión de la naturaleza doble y
contradictoria de las organizaciones de masas tradicionales y burocratizadas del movimiento obrero. Si es cierto que
la política de las direcciones de estas organizaciones es ampliamente favorable a la burguesía, que estas direcciones
practican la colaboración de clase, debilitando la lucha de clases del proletariado, siendo responsables de
innumerables fracasos sufridos por la clase obrera, también es cierto que la existencia de estas organizaciones
permite a los trabajadores acceder a un mínimo de conciencia y de fuerza de clase, sin la que la progresión de esta
conciencia es mucho más difícil. La existencia de estas organizaciones permite también una modificación de las
relaciones de fuerza cotidianas entre el Capital y el Trabajo, sin la que la confianza de la clase obrera se encuentra
fuertemente perturbada. Sólo su sustitución por formas superiores de organización de clase (soviets) implicará que
su debilitamiento no se salde con un retroceso o una paralización de la clase obrera. Al contrario, su
debilitamiento, sin hablar de su destrucción, por la reacción capitalista, representa un debilitamiento y un retroceso
graves para el conjunto del proletariado. He aquí la base principal sobre la que los marxistas revolucionarios
asientan su política de frente único obrero contra la reacción capitalista.
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entre secciones, en las empresas y los barrios, a fin de hacer frente a la ofensiva enemiga con todos los medios
apropiados.
El rechazo a extender el frente único a la cumbre de la socialdemocracia o de los Partidos Comunistas
(política llamada del «tercer período» del Komintern, retomada hoy por organizaciones maostalinianas) se basa en
una incomprensión ultimista e infantil de la función objetiva y de las precondiciones subjetivas de la unidad del
frente proletario. Presupone que la masa de los trabajadores socialistas (o seguidores del PC) estaría preparada para
emprender una acción única con los trabajadores revolucionarios, sin el acuerdo previo de sus dirigentes
«socialfascistas» o «revisionistas». Supone resuelta una tarea que queda por resolver: el apartar a través de su propia
experiencia esta masa de estas direcciones oportunistas. Pero justamente la llamada a los dirigentes del PS y del PC
para que se unan en un frente único contra la ofensiva de la reacción, permite a los trabajadores que siguen estas
direcciones hacerse con una experiencia precisa e indispensable en cuanto a la credibilidad, eficacia y buena fe de
sus dirigentes.
Por otra parte, suponer que no es indispensable empeñar las direcciones del PS o del PC en el frente único
obrero, es reducir a éste a una minoría de la clase obrera; es sembrar graves ilusiones en lo que respecta a hacer
retroceder la patronal, el Estado burgués, a la amenaza fascista con los golpes de acciones minoritarias.
¿Quiere esto decir que la táctica de frente único obrero está estrictamente limitada a fines defensivos? En
absoluto. La organización de toda la dase obrera en un dispositivo de combate —incluso en el inicio de fines
defensivos— modifica las relaciones de fuerza entre las clases, refuerza considerablemente la combatividad, la
fuerza de choque, la capacidad de acción política y la confianza en sí misma de la clase trabajadora. Esta táctica
crea en consecuencia un inmenso potencial de lucha suplementaria, que puede transformar rápidamente una lucha
defensiva en lucha ofensiva. En ocasión del putsch von Kapp en marzo de 1920 en Alemania, la respuesta
victoriosa y unitaria de las organizaciones obreras alemanas creó, tan sólo en unos días, una situación en la que los
militantes de numerosas organizaciones —comprendiendo incluso organizaciones reformistas— aceptaron
constituir milicias obreras armadas en varias ciudades de la cuenca del Ruhr. La necesidad de un gobierno obrero
fue propuesta por los dirigentes sindicales más moderados. La respuesta victoriosa y unitaria de las masas
españolas contra el putsch fascista de julio del 36 condujo en la mayoría de las ciudades al armamento "general del
proletariado y a la toma de las fábricas.
Para explotar al máximo este potencial ofensivo del frente único obrero los marxistas revolucionarios
comprendieron la necesidad de estructurar el frente único tanto en la base corno en la cúspide, sin hacer de esta
estructuración un ultimátum dirigido a los partidos, sindicatos o masas del proletariado. Semejante estructuración
implica comités de base en las empresas, los barrios, las localidades, comités que deberán ser tan rápidamente como
sea posible comités democráticamente elegidos, y empeñados en sistemáticas movilizaciones y acciones de masas. La
dinámica ofensiva de una estructura semejante, que daría paso en realidad a una situación revolucionaria, es
evidente.
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Evidentemente, la distinción entre frente único obrero y frente popular, aun siendo una diferencia con-
siderable, por razón de la naturaleza de clase objetiva de los dos tipos de acuerdos, no es una diferencia absoluta.
Puede haber aplicaciones oportunistas de la táctica de frente único obrero en las que, bajo el pretexto de no
«asustar a los dirigentes reformistas», los líderes de organizaciones que se llaman revolucionarias comienzan a
frenar a su vez todas las luchas de masas. A la inversa, en ciertas situaciones, las masas pueden partir de las
ilusiones unitarias sembradas por acuerdos de frente popular, para acentuar sus luchas e incluso crear estructuras
de autoorganización, iniciativas que los marxistas revolucionarios deberán evidentemente favorecer y reforzar por
todos los medios.
Pero cualesquiera que sean estas situaciones intermedias, la cuestión de principio sigue siendo vital. Desde
el punto de vista de la lucha de clases, hace falta favorecer una política de frente único obrero; hace falta combatir
cualquier acuerdo político con partidos burgueses incluso «de izquierda», que ponga en cuestión la independencia
política de clase del proletariado.
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activa. En los países imperialistas, con la excepción de Portugal (donde representa el 38 por 100 de la población),
el proletariado, es decir, la masa de los que están obligados a vender su fuerza de trabajo, representa la aplastante
mayoría de la nación, en la mayor parte de estos países entre un 70 y un 90 por 100 de la población activa. La
unidad del frente proletario (comprendiendo, evidentemente, los empleados) es infinitamente más vital para la
revolución que la alianza con el campesinado.
Añadiremos que los marxistas revolucionarios no son de ningún modo adversarios de una alianza entre el
proletariado y la pequeña burguesía trabajadora (no explotadora) de las ciudades y del campo, incluso en los países
en que es minoritaria. En numerosos países imperialistas, como Portugal, España, Italia, Francia, el establecimiento
de una alianza obrero-campesina es aún de gran importancia política y sobre todo económica, para la victoria y la
consolidación de la revolución socialista. Lo que contestamos, es que la alianza entre partidos obreros y partidos
burgueses sea necesaria para fundar una alianza paralela de clases trabajadoras. Al contrario, liberar el campesinado
y la pequeña burguesía urbana del empeño de la burguesía, presupone también emanciparles del apoyo que
conceden a los partidos políticos burgueses. La alianza puede y debe estar basada en intereses comunes. El
proletariado y sus partidos deben ofrecer a estas clases objetivos sociales, económicos y culturales y políticas que
les interesen y que la burguesía es incapaz de realizar. Si la experiencia confirma la voluntad de] proletariado de
conquistar el poder y de realizar su programa, puede obtener el apoyo de una buena parte de la pequeña burguesía
de cara a realizar estos objetivos.
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Bibliografía
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El advenimiento
de la sociedad sin clases
1. El objetivo socialista a alcanzar
El objetivo socialista que queremos alcanzar es la substitución de la sociedad burguesa basada en la lucha
de todos contra todos por una sociedad comunitaria sin clases, en la cual la solidaridad social reemplace el deseo
de enriquecimiento individual como móvil esencial de actividad, y en la cual la riqueza de la sociedad asegure el
armonioso desarrollo de todos los individuos.
Lejos de querer «hacer iguales a todos los hombres», como pretenden los ignorantes adversarios del
socialismo, los marxistas desean que sea posible, por primera vez en la historia humana, el desarrollo de toda la
infinita gama de diferentes posibilidades de pensamiento y acción presentes en cada individuo. Pero comprenden
que la igualdad económica y social, la emancipación del hombre de la necesidad de combatir por su pan de cada día,
representa una condición previa para la conquista de esta verdadera realización de la personalidad humana en
todos los individuos.
Una sociedad socialista exige, por tanto, una economía desarrollada hasta el punto de que la producción en
función de las necesidades suceda a la producción por el beneficio. La humanidad socialista dejará de producir mercancías
destinadas a ser intercambiadas por dinero en el mercado. Producirá valores de uso que se distribuirán a todos los
miembros de la sociedad, con el fin de satisfacer a todas sus necesidades.
Una sociedad de este tipo liberará al hombre de las cadenas de la división social y económica del trabajo.
Los marxistas rechazan la tesis según la cual algunos hombres «han nacido para mandar» y otros «han nacido para
obedecer». Ningún hombre, por naturaleza, está predispuesto a ser minero toda su vida, ni fresador, ni conductor
de tranvía. En cada hombre dormita el deseo de ejercer un determinado número de diferentes actividades: basta
con observar a los trabajadores durante sus ocios para darse cuenta de ello. En la sociedad socialista, el alto nivel
de cualificación técnica e intelectual de todo ciudadano le permitirá realizar durante su vida muchas tareas
diferentes y útiles a la comunidad. La elección de la «profesión» dejará de ser impuesta a los hombres por fuerzas o
condiciones materiales, independientes de su voluntad. Dependerá de su propia necesidad, de su propio desarrollo
individual. El trabajo dejará de ser una actividad impuesta de la que se huye, para convertirse simplemente en la
realización de la propia personalidad. El hombre será finalmente libre en el sentido real de la palabra. Una sociedad
como ésa se esforzará por eliminar todas las fuentes de conflicto entre los hombres. Destinará a la lucha contra las
enfermedades, a la formación del carácter del niño, a la educación y a las bellas artes los inmensos recursos que
hoy se despilfarran en objetivos de destrucción y de represión. Eliminando todos los antagonismos económicos y
sociales entre los hombres, eliminará también todas las causas de guerra o de conflictos violentos. Únicamente el
establecimiento en todo mundo de una sociedad socialista puede garantizar a la humanidad esta paz universal que
se ha convertido en condición para la simple supervivencia de la especie en esta época de armas atómicas y
termonucleares.
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inevitablemente la división de la sociedad en una minoría de capitalistas que explotan y una mayoría de asalariados
que es explotada.
El advenimiento de la sociedad socialista exige la supresión del régimen salarial, de la venta de la fuerza de
trabajo contra un salario fijo en dinero que convierte al productor en un .importante eslabón de la vida económica.
El régimen salarial debe ser substituido por la retribución del trabajo mediante el libre acceso a todos los bienes
necesarios para la satisfacción de las necesidades de los productores. Sólo en sociedad que asegure al hombre esta
abundancia bienes puede nacer una nueva consciencia social, nueva actitud de los hombres entre sí.
Semejante abundancia —de bienes no es utópica en absoluto, a condición de que se introduzca
gradualmente, y de que se parta de una racionalización progresiva de las necesidades de los hombres, emancipados
de las coacciones de la competencia, de la búsqueda del enriquecimiento privado y de la manipulación por una
publicidad interesada en crear en el individuo un estado de insatisfacción permanente. Así, el progreso en el nivel
de vida ha creado ya una situación de saturación en el consumo de pan, patatas, legumbres, ciertas frutas, y aún de
productos lácteos, grasas y productos porcinos en la parle menos pobre de la población de los países imperialistas.
Una tendencia semejante se observa en lo relativo a ropa corriente, calzado, muebles básicos, etc. Todos estos
productos podrían ser progresivamente distribuidos gratuitamente, sin hacer intervenir al dinero, v sin que ello
llevara consigo importantes aumentos en los gastos colectivos. La misma posibilidad existe para los servicios
sociales como la enseñanza, la sanidad, los transportes comunitarios, etcétera.
Pero la abolición del régimen salarial no sólo exige la transformación de las condiciones de retribución, de
distribución de los bienes de consumo. Exige igualmente la modificación de la estructura jerárquica de la empresa, la
substitución del régimen de mando único del director (asistido por sus jefes de taller, contramaestres, etc.) por el
de democracia de los productores. El objetivo del socialismo es el autogobierno de los hombres a todos los niveles
de la vida social, estando en primer lugar la vida económica. Esto significa reemplazar a todos los delegados
designados por jefes elegidos, a todos los delegados permanentes por jefes que ejerzan su función por turno.
Siguiendo esta vía se llegarán a crear las condiciones de una verdadera igualdad.
La riqueza social que permite instaurar un régimen de la abundancia, sólo puede ser conseguida mediante
la planificación de la economía, que permite evitar el despilfarro que representa la no utilización de los medios de
producción y el paro, así como su utilización para fines contrarios a los intereses de la humanidad. La
emancipación del trabajo está subordinada al prodigioso desarrollo de la técnica moderna (aplicación productiva de
la energía atómica; electrónica y teledirección que permiten la completa automatización de la producción) que va
liberando al hombre de las tareas pesadas, degradantes y embrutecedoras. De este modo responde la historia de
entrada a la vieja objeción vulgar contra el socialismo: «¿Y quién se ocupará de sacar las inmundicias en una
sociedad socialista?».
El máximo desarrollo de la producción en las condiciones más rentables para la humanidad exige que se
conserve y extienda la división mundial del trabajo, profundamente modificada, sin embargo, para suprimir la
articulación de paises “avanzados” y paises “dependientes”, la supresión de lsa fronteras y la planificación mundial.
La supresión de las fronteras y la unificación real del género humano es, al mismo tiempo, un imperativo
psicológico del socialismo, el único modo de suprimir la desigualda económica y social entre las naciones. La
supresión de las fronteras no significa de ninguna manera la supresión de la identidad cultural propia de cada
nación; permitirá al contrario la afirmación de esa personalidad de una manera más brillante que en la actualidad,
en el terreno que le es propio.
La gestión de las empresas por los trabajadores, la de la economía por un congreso de consejos de
trabajadores, la de todas las esferas de la vida social por las colectividades afectadas también exige condiciones
materiales de realización si no quiere ser ficticia. La reducción radical de la jornada de trabajo —de hecho la
introducción de la media jornada de trabajo— es indispensable para que los productores tengan tiempo para
regentar las empresas y las comunas, para que no se forme una nueva capa de administradores profesionales.
La generalización de la enseñanza superior —y una nueva distribución entre el «tiempo de estudio» y el «tiempo
de trabajo» en toda la vida adulta del hombre y de la mujer— es indispensable para que progresivamente vaya
desapareciendo la separación del trabajo manual y del trabajo intelectual. La estricta igualdad de remuneración, de
representación y de posibilidades de cualificación superior de las mujeres es indispensable para que la desigualdad
entre los sexos no se mantenga después de la desaparición de la desigualdad de las clases sociales.
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Sin embargo, a partir del momento en que nos encontramos en presencia de una sociedad postcapitalista
libre del monopolio del poder de una capa burocrática —es decir, en presencia de un poder efectivo de los
trabajadores— ninguna revolución, ninguna ruptura brusca, será necesaria para señalar la sucesión de estas etapas.
Serán el resultado de una evolución progresiva de las relaciones de producción y de las relaciones sociales. Serán la
expresión de una desaparición progresiva de Las categorías mercantiles, del dinero, de las ciases sociales, del Estado,
de la división social del trabajo y de las estructuras mentales que son el resultado de todo el pasado de desigualdad
y de luchas sociales. Lo esencial es comenzar en seguida estos procesos de desaparición y no remitirlos a
generaciones futuras.
Este es nuestro ideal comunista. Constituye la única solución a los urgentes problemas a los que la hu-
manidad se enfrenta. Consagrar la vida a su realización es mostrarse digno de la inteligencia y de la generosidad de
los mejores hijos de nuestra especie, de los pensadores más intrépidos, de los combatientes más valientes, por la
Emancipación del Trabajo, ayer y hoy.
Bibliografía
Karl Marx: Crítica del Programa de Gotha.
Friedrich Engels: Anti-Dühríng, 3.a parte: El Socialismo.
Lenin: Estado y Revolución.
Bujarin y Preobrajenski: El ABC del Comunismo.
León Trotsky: Literatura y Revolución. Problemas de la vida cotidiana.
Lafargüe: El derecho a la pereza.
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La dialéctica materialista
1. El movimiento universal
Si no recapitulamos el contenido de los quince capítulos anteriores y tratáramos de resumirlos en una sola
fórmula no podríamos encontrar otra mejor que la siguiente: todo cambia, todo está en perpetuo movimiento.
De la sociedad primitiva sin clases la humanidad pasó a la sociedad dividida en clases; esta da lugar, a su
vez, a la sociedad socialista sin clases del mañana. Los modos de producción se suceden. Incluso antes que
desaparezcan, están sometidos a constantes cambios. La dase dominante de hoy es muy diferente de la clase de los
propietarios de esclavos que dominaba el Imperio romano. El proletariado contemporáneo es a su vez diferente
que el siervo medieval. Entre un capitalista pequeño fabricante de principios del XIX, y míster Rockefeller o el jefe
del trust Rhóne-Poulenc de hoy, hay todo un mundo de diferencia. Todo cambia, todo está en perpetuo
movimiento.
Este movimiento universal podemos encontrarlo a todos los niveles de la realidad, y no solamente en lo
relativo a la historia de las sociedades humanas. Los individuos cambian, sometidos a un destino inexorable.
Nacen, crecen, maduran. llegan a ser adultos, después comienzan a declinar y finalmente mueren. Este destino
aflige tanto las especies vivas como los individuos. La especie humana no ha existido siempre Especies que
poblaban otrora nuestro planeta como los reptiles gigantes de la época terciaria, han desaparecido Otras especies
vegetales y animales desaparecen actualmente ante nuestros ojos, en parte como resultado de las perturbaciones
anárquicas que el modo de producción capitalista ha provocado en la ecología terrestre.
Nuestro planeta, a su vez, no tiene vida eterna. La pérdida de energía le condena a su desaparición
inexorable el día de mañana. Nuestro planeta no ha existido siempre. Nació en una constelación interplanetaria
que no es nada más que una de las innumerables constelaciones análogas del universo.
El movimiento, la evolución universal, gobierna toda existencia. Esta es material. En la base de la materia
hay átomos que a su vez están compuestos de partículas aún más pequeñas. Las combinaciones de átomos
constituyen las moléculas, que forman entre ellas los diferentes elementos básicos de la corteza terrestre y de la
atmósfera. El oxigeno y el hidrógeno, en una combinación determinada, H2O constituyen el agua. Otras moléculas
forman las bases sobre las que se establece la formación de los aminoácidos.
La evolución de la materia inorgánica ha dado lugar, de este modo, al nacimiento de la materia orgánica,
cuando se han dado unas condiciones determinadas. Los aminoácidos forman proteínas que trabajan en células.
Esto desencadena la evolución de las especies vivas, vegetales y animales. En el curso de esta evolución nacen los
seres vivos superiores, los mamíferos, de los que forman parte, los simios, de donde nacería la especie humana.
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En la medida en que el descubrimiento de la dialéctica objetiva fue en sí mismo una fase de la historia de
los conocimientos y del pensamiento humanos (la dialéctica fue elaborada primeramente por filósofos griegos
como Heráclito. después retomada por Spinoza v perfeccionada por Hegel) se podría caer en la tentación de
referir toda la dialéctica a la dialéctica objeto-sujeto. Esto sería un error
Es claro que todo lo que sabemos, comprendido lo que concierne a la dialéctica de la naturaleza, lo sabe
mos por intermedio de nuestro cerebro de nuestras ideas, de nuestra praxis social, determinadas por nuestras
condiciones de existencia social Pero este hecho evidente no impide en absoluto que podamos saber —y verificar
y ver confirmado por múltiples pruebas prácticas— que la vida es más vieja que el pensamiento humano; que el
universo es más viejo que la tierra; que todo este movimiento es independiente de la acción y de la existencia del
hombre; que el mismo pensamiento humano es producto de este movimiento: el pensamiento es la materia que
por si misma adquiere conocimientos. Este es el sentido preciso que tiene la noción: «dialéctica materialista».
Mejor: en tanto que nuestros conocimientos se perfeccionan y van haciéndose cada vez más científicos; en
tanto que el conocimiento se aproxima a la realidad (una identidad total del conocimiento y la realidad es imposible,
especialmente a partir del hecho de que ésta está en cambio perpetuo), su paso va a seguir cada vez más el
movimiento objetivo de la materia. La dialéctica de nuestro pensamiento científico, la dialéctica materialista puede
aprehender lo real, justamente porque su propio movimiento corresponde cada vez más al movimiento de la
materia, especialmente gracias a la práctica social que expresa una dominación creciente de las fuerzas de la
naturaleza, porque las leyes del conocimiento y de la aprehensión espiritual de lo real corresponden cada vez más a
las leyes que gobiernan el movimiento universal de la realidad objetiva.
Es necesario precisar una diferencia importante entre el desarrollo de las ciencias naturales y el desarrollo
de las ciencias sociales, de los conocimientos que se refieren a todo lo que tiene la vida social como objeto de
investigación, comprendiendo en ello nuestros conocimientos sobre los orígenes y la dialéctica del desarrollo de
todas las ciencias, incluidas las ciencias naturales.
El desarrollo de las ciencias naturales está también determinado social e históricamente. Los hombres,
incluso los genios más intrépidos, no pueden plantearse y no pueden resolver nada más que un cierto número de
problemas científicos en cada época. Son tributarios de las ideas y de la educación recibidas. Las nuevas
problemáticas nacen en este contexto, en relación con las transformaciones materiales, especialmente de las del
trabajo, de los instrumentos de trabajo, de los instrumentos de investigación científica, etc. Pero se trata de una
determinación indirecta, no mediatizada de un modo inmediato por intereses materiales de clase. No se pueden
contrastar teorías científicas que reposen sobre pruebas experimentales, refiriéndonos al origen social o posiciones
políticas de los sabios que las hayan formulado. No se las puede constatar sino en relación con otras teorías
científicas experimentalmente comprobadas y que den mejor cuenta de una realidad más compleja.
De un modo diferente sucede en las ciencias sociales, que se ocuparon pronto de la organización y estrura
de la sociedad de clases. El peso de las «ideas recibidas y heredadas» es tanto mayor cuanto que estas ideas no son
sino la expresión en el plano ideológico, de intereses, ya sean de conservación social, ya sean de revolución social,
intereses que se refieren, en definitiva, a posiciones de clase antagónicas.
Sin querer transformar los filósofos, los historiado res, los economistas, los sociólogos, los antropólogos,
en «agentes» deliberados de esta o aquella clase social, empeñados en una «conspiración» ya sea para defender el
orden establecido o para «organizar la subversión», es evidente que la determinación social del desarrollo de las
ciencias sociales es mucho más directa e inmediata que en las ciencias naturales. Además, el objeto de las ciencias
sociales está por la fuerza de las cosas, inmediatamente determinado por la estructura y la historia de las sociedades a
las que se refieren los hechos, lo que no sucede en el caso de las ciencias naturales.
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Un momento de reflexión permite concluir que lo que caracteriza a la lógica formal es el intento de de-
tener el movimiento, el cambio, entre paréntesis. Todas las leyes que acabamos de enumerar son verdaderas, en
tanto que se haga, abstracción del movimiento. A permanece igual a sí mismo, por tanto no cambia. A es diferente de no-
A, por lo tanto, no se transforma en su contrario. Existe o bien A o bien no-A, por lo tanto, no hay un
movimiento que combine A con no-A, etcétera. Ante hechos como la transformación de la crisálida en mariposa y
del adolescente en adulto, la «ley de la identidad» se revela como manifiestamente insuficiente.
El hecho de hacer abstracción del movimiento, de la transformación, de los cambios es útil desde dos
puntos de vista. Primero para poder estudiar los fenómenos de manera aislada y continua, lo que permite sin duda
alguna profundizar en nuestros conocimientos de estos fenómenos. Después, desde un punto de vista práctico,
cuando los cambios que se producen son de naturaleza infinitesimal y pueden ser efectivamente descuidados por
los interesados.
Si compro un kilo de azúcar envasado en la tienda de ultramarinos, la igualdad establecida por la balanza,
un kilo de azúcar =un kilo, es válida para mí, teniendo en cuenta el fin práctico de la compra. En efecto, para
poder azucarar mi café, lo que no entra en el presupuesto de la casa, poco puede importarme que el peso real de tal
paquete sea en realidad no un kilo sino sólo 999 gramos. Otra cosa sería si el peso de ese paquete fuera de 900
gramos, no siendo la causa de esa diferencia lo .que ha causado la humedad del aire. Diferencias tan pequeñas
pueden ser válidamente descuidadas desde un punto de vista práctico.
Por esto, la lógica formal continúa usándose tanto en teoría como en la práctica. Por esto, la dialéctica
materialista no «recusa» la lógica formal, sino que la integra, la considera como un instrumento de análisis y de
conocimiento válido —pero válido a condición de que se establezcan sus límites: que se comprenda que es
inaplicable a los fenómenos de movimiento, a los procesos de cambio. Desde el momento en que se está en
presencia de tales fenómenos, el recurso a las categorías de la dialéctica, de la lógica del movimiento, categorías
diferentes a las de la lógica formal, se impone.
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previamente adaptada. Esta resistencia debe romperse. La forma debe corresponder al contenido, y le corresponde
hasta un cierto punto. La naturaleza más congelada se opone a cualquier correspondencia absoluta y permanente,
al movimiento, que es la oposición completa de todo lo que está congelado, quieto.
b) Causas y efectos.— Todo movimiento se presenta como una cadena en la que se entremezclan causas y
efectos. A primera vista, una interacción absoluta los mezcla. La causa del régimen salarial es la apropiación
privada de los medios de producción que han pasado a ser monopolio de una clase social. Pero este monopolio se
mantiene como efecto del régimen salarial. Los salarios no permiten la adquisición de los medios de producción
por los obreros. El régimen salarial produce una plusvalía, apropiada por el capitalista, que se transforma
precisamente en propiedad burguesa de los medios de producción suplementarios.
Para no perderse en este embrollo, y no caer en un eclecticismo soso y estéril, es necesario aplicar el método
genérico, es decir, buscar el origen histórico del movimiento en cuestión. Encontraremos de este modo que el capital
y la plusvalía son efectivamente anteriores al régimen salarial; que han nacido fuera de la esfera de la producción; que
hay una acumulación primitiva del capital, que rompe el círculo, aparentemente cerrado, de las causas y efectos
régimen salarial-capital-régimen salarial.
c) Lo general y lo particular.—Cada movimiento, cada fenómeno, tiene características propias que le son
particulares, Al tiempo, cada movimiento, cada fenómeno, a pesar de estas particularidades específicas, no puede
comprenderse, comprenderse y explicarse, nada más que en el cuadro de conjuntos más largos y más generales. El
capitalismo británico del siglo XIX no es idéntico ni al capitalismo británico de la segunda mitad del siglo XX, ni al
capitalismo americano de hoy en día. Cada uno de ellos representa una formación social particular, con una inserción
particular en una economía mundial que tanto ha cambiado en el espacio de un siglo. No obstante, ni el
capitalismo británico de la época victoriana, ni el capitalismo británico decadente de hoy en día, ni el capitalismo
americano contemporáneo pueden comprenderse fuera de las leyes generales de desarrollo que marcan el
capitalismo en general. La dialéctica del «general» y del «particular» no se conforma con «combinar» el análisis del
«general» y del «particular». También se esfuerza en explicar el particular en función de leyes generales, en
modificar las leyes generales en función del juego de un cierto número de factores particulares.
d) Lo relativo y lo absoluto.—Comprender el movimiento, el cambio universal es comprender la existencia de
una infinidad de situaciones transitorias, «el movimiento es la unidad de la continuidad y de la discontinuidad»
(Hegel). Por eso es que una de las características fundamentales de la dialéctica es la comprensión de la relatividad
de las cosas, es el rechazo a erigir barreras absolutas entre las categorías, es la búsqueda de mediaciones entre los
elementos opuestos. La evolución universal implica que hay fenómenos híbridos, situaciones y casos de
«transición», entre la vida y la muerte, entre las especies animales y las vegetales, entre los pájaros y los mamíferos,
entre los monos y el hombre, que convierten en relativas las distinciones entre todas estas categorías.
Sin embargo, la dialéctica ha sido usada muchas veces de manera subjetivista, como «arte de confundir» o
«arte de defender paradojas». La diferencia entre la dialéctica científica, instrumento de conocimiento de lo real, y
la dialéctica subjetivista o sofistica, consiste especialmente en que la relatividad de los fenómenos y de las categorías
es algo absoluto para los sofistas. Olvidan (o fingen olvidar) que la relatividad de las categorías no es nada más que
una relatividad parcial y no una relatividad absoluta, y que por ello es necesario, a su vez, relativizar la relatividad.
La diferencia «absoluta» entre la vida y la muerte está afectada por la existencia de situaciones transitorias,
que componen la dialéctica científica. Todo es relativo, incluso la diferencia entre la vida y la muerte no es tan sólo
algo relativo, sino incluso inexistente, afirma el sofista. No, responde el dialéctico: hay algo de absoluto, y no
solamente algo de relativo, en la diferencia entre la vida y la muerte. Del hecho incontestable de que hay múltiples
etapas intermedias, no se puede deducir la conclusión absurda de negar que la muerte constituye la negación de la
vida.
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7. Teoría y práctica
La dialéctica es una teoría, un instrumento del conocimiento. Históricamente se puede definir la dialéctica
materialista como la teoría del conocimiento del proletariado (lo que no disminuye en nada su carácter
objetivamente científico y que necesita de una verificación constante, rigurosamente objetiva y sin prevenciones ni
prejuicios anteriores, en el terreno científico). Toda teoría del conocimiento está sometida a una prueba implacable:
la prueba de la práctica.
En último análisis, el mismo conocimiento no es un fenómeno desligado de la vida y de los intereses de
los hombres. Es un arma para la conservación de la especie, un arma para permitir a los hombres el dominio de las
fuerzas de la naturaleza, un arma para comprender (después) los orígenes de la «cuestión social» y los medios para
resolverla. El conocimiento ha nacido de la práctica social del hombre; tiene por función perfeccionar esta práctica. Su eficacia se
mide en último término por sus efectos prácticos. La verificación práctica es la mejor arma, definitiva, contra
sofistas y escépticos.
Esto no quiere decir que la teoría se anule en un pragmatismo soso y de cortedad de miras. A menudo, la
eficacia práctica, el carácter «verdadero» o «falso» de una hipótesis científica, no aparece inmediatamente. Hace
falta tiempo, retrocesos, nuevas experiencias, una serie de «pruebas prácticas» sucesivas, antes que el carácter
científico de una teoría se imponga efectivamente en la práctica. Prisioneros de las apariencias, de una apreciación
parcial y superficial de lo real, de una apreciación temporal del proceso histórico (que está a su vez determinada en
última instancia por la ideología de las clases o capas sociales no revolucionarias) numerosos hombres y mujeres
pueden dudar, a pesar de las mejores intenciones y convicciones socialistas, del carácter burgués de la democracia
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Bibliogra fía
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El materialismo histórico
Pensamos, para acabar, formular de manera lo más sistemática posible las tesis fundamentales del mate-
rialismo histórico que ya han sido bosquejadas brevemente en los primeros capítulos de este pequeño libro.
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desarrollando el mercantilismo, el colonialismo, el estímulo a las manufacturas, el sistema monetario nacional, etc.
El hecho de que las actividades a nivel de la superestructura estén determinadas en último término por la
base social puede ser explicado con varias razones. Los que controlan la producción material y el sobreproducto
social controlan también a aquellos que viven del sobreproducto social. Que ideólogos, artistas y sabios acepten
esta dependencia o se rebelen contra ella no deja de fijar el cuadro de su actividad. Las relaciones sociales de
producción entrañan consecuencias en lo que se refiere a las formas de actividad en la esfera de la superestructura,
lo que también es un condicionamiento. Las relaciones de producción van acompañadas de formas de
comunicación predominantes en cada tipo de sociedad, lo que entraña la aparición de estructuras mentales
predominantes que condicionan las formas del pensamiento y de creación artística, etc.
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derecho privado no surgió con anterioridad a la institución social de la propiedad privada. La teoría
científica del valor-trabajo no ha podido perfeccionarse antes del advenimiento del capitalismo moderno.
El desarrollo de la física mecánica está muy estrechamente ligado al de las máquinas.
Las grandes transformaciones en la producción espiritual están además ligadas a estructuras mentales
particulares, predeterminadas por las estructuras sociales. No es una casualidad que todas las grandes
tentativas de revolución política y social de los siglos XIII al XVII se hayan expresado bajo la forma
ideológica de luchas religiosas, dada la primacía que la religión había adquirido en la superestructura de la
.sociedad feudal. Del mismo modo, la ascensión de la burguesía moderna ha creado, a partir de la
segunda mitad del siglo XVI, una estructura mental que transpone la autonomía y la competencia de los
propietarios de mercancías en todos los terrenos de la producción espiritual (derecho natural, doctrinas
pedagógicas humanistas. filosofía idealista alemana, retratos y naturalezas muertas en la pintura,
liberalismo político, economía política clásica liberal, etc.).
d) Finalmente, la evolución de la producción espiritual está determinada en último término por conflictos de
interés social. Es un lugar común que los trabajos de los Enciclopedistas, al igual que las polémicas de
Voltaire, la filosofía política de Jean Jacques Rousseau o que el análisis de los materialistas del siglo xvii i
han sido como balas de cañón utilizadas por la burguesía manufacturera ascendente contra la monarquía
absoluta y los restos decrépitos de la sociedad feudal. La función desarrollada por los socialistas llamados
utópicos, después por Marx y Engels, para acelerar la toma de conciencia por el proletariado de su
naturaleza de clase, de su posición y de sus tareas en relación con la sociedad burguesa, es también evi-
dente. Hoy mismo, la función de la astrología exaltando lo irracional y las doctrinas de «la sangre y el
suelo» (Blut und Boden), en tanto que armas antiobreras y contrarrevolucionarias, favoreciendo un clima
pre-fascista, no puede ponerse en duda.
Estas determinaciones no implican la idea de una «conspiración organizada» entre clases sociales deter-
minadas y productores espirituales en tanto que individuos, ni la idea de una complicidad deliberada por
parte de todos estos productores con proyectos políticos determinados. Estas determinaciones reflejan
una correlación objetiva que puede ser subjetivamente asumida, que lo es en ocasiones, pero que no tiene que
serlo necesariamente. Los productores espirituales pueden ser instrumentalizados a su vez por fuerzas
sociales. Esto no hace nada más que confirmar que es la existencia social lo que determina la conciencia,
no tan sólo en el sentido de que ella la condiciona en último análisis, sino también en el sentido de que la
existencia asigna a la conciencia una función determinada en la estructura y evolución de una sociedad
dada.
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producción, a una técnica y a una organización determinada del trabajo, corresponden en general relaciones de
producción que les son idóneas. En la edad de la piedra tallada, era difícil superar el comunismo primitivo de la
horda o de la tribu. La agricultura de regadío, o la ayuda de útiles de hierro libró un sobre-producto social
permanente considerable para la época y que determinó el nacimiento de una sociedad de clases (sociedad
esclavista, sociedad de modo de producción asiática, etc.). La agricultura basada en el rastrojo trianual creó los
fundamentos materiales de la sociedad feudal. El nacimiento del maquinismo moderno aseguró el desarrollo del
capitalismo moderno. Es difícil concebir la automatización generalizada sin que se debilite la producción mercantil
y la economía monetaria, es decir, fuera de una sociedad socialista plenamente desarrollada y estabilizada.
Pero si bien es cierto que hay correspondencia general entre el grado de desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas y las relaciones sociales de producción, hay que afirmar que esta correspondencia no es ni absoluta ni
permanente. Puede producirse entre desarrollo de las fuerzas productivas y relaciones de producción una doble
desarticulación. Relaciones de producción determinadas pueden convertirse en freno para el desarrollo de las
fuerzas productivas: es el signo más claro de que una forma social dada está condenada a desaparecer. Al contrario,
nuevas relaciones de producción, que son el resultado de una revolución social victoriosa, pueden resultar
adelantadas con relación al grado de desarrollo de las fuerzas productivas de un país determinado. Este fue el caso
de la revolución burguesa que resultó victoriosa durante el siglo XVI en los Países Bajos, y de la victoriosa
revolución socialista de octubre de 1917 en Rusia.
No es casualidad que estos dos casos de desarticulación coincidan con períodos históricos de transfor-
maciones sociales profundas, con períodos de revoluciones sociales. La desarticulación puede operarse también en
el seno de un retroceso secular de las fuerzas productivas, como sucedió en la época de declive del Imperio
Romano en Occidente, o en la época de declive del Califato Oriental en el Medio Oriente.
Más bien que concebir su interrelación como una correspondencia mecánica, habría que considerar que es
la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales, la que determina en su mayor parte la sucesión de las
grandes épocas de la historia humana. Cada modo de producción pasa por fases sucesivas de nacimiento,
ascensión, madurez, declive, caída y desaparición. En último término, estas fases dependen de la manera cómo las
relaciones de producción, en un principio nuevas, después consolidadas, más tarde en crisis, favorezcan, permitan
o entorpezcan el desarrollo de las fuerzas productivas. La articulación entre esta dialéctica y la lucha de clases es
evidente. No es nada más que a través de la acción de una clase social o de varias clases sociales como las
relaciones de producción pueden ser, o introducidas o conservadas o derribadas.
Cada formación social, es decir, cada sociedad en un país determinado, en una época determinada, está
caracterizada siempre por un conjunto de relaciones de producción. Una formación social sin relaciones de
producción sería un país sin trabajo ni producción, es decir, un país sin habitantes ni sociedad. Pero cada conjunto
de relaciones sociales de producción no implica necesariamente la existencia de un modo de producción
estabilizado, ni la homogeneidad de estas relaciones de producción.
Un modo de producción estabilizado, es un conjunto de relaciones de producción que se reproducen más
o menos automáticamente por el mismo funcionamiento de la economía, por el juego normal de la reproducción
de las fuerzas productivas, con un papel correlativo más o menos importante de ciertos factores de la
superestructura social. Este fue el caso, durante siglos, en numerosos países, del modo de producción asiático,
esclavista, feudal, capitalista. Este fue el caso, durante milenios, del modo de producción del comunismo tribal. Un
modo de producción es, en este sentido, una estructura que no puede ser modificada fundamentalmente por
evolución, adaptación o autorreforma. Su lógica interna no puede superarse nada más que en el caso de que sea
trastocado ese modo de producción.
Al contrario, en periodos históricos de transformaciones sociales profundas, se pueden reconocer con-
juntos de relaciones de producción que no tienen la naturaleza de un modo de producción estabilizado. Un
ejemplo típico es el de la época de predominancia de la pequeña producción mercantil (siglos XV-XVI en los
Países Bajos, en Italia del Norte y después en Inglaterra), en la que no prevalecen ni las relaciones entre siervos v
señores, ni las de capitalistas y productores asalariados, prevaleciendo las de productores libres que tenían acceso
directo a los medios de producción. Lo mismo sucede en lo que respecta a las relaciones de producción
características de los Estados obreros burocratizados de hoy en día. Ni en un caso ni en otro se puede descubrir la
existencia de un modo de producción estabilizado En todas estas sociedades con fases de transición, las relaciones de
producción híbridas no son estructuras que se autorreproducen de un modo más o menos automático. Pueden
conducir bien a la restauración de la antigua sociedad, bien al advenimiento de un nuevo modo de producción.
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Esta alternativa histórica está obviada por una serie de factores, entre los que sobresale especialmente el desarrollo
suficiente o insuficiente de las fuerzas productivas, el resultado de la lucha de clase en un país dado y a escala
internacional, el juego de elementos superestruclurales v subjetivos (papel del Estado, papel del partido, nivel de
combatividad v de conciencia de la clase revolucionaria, etc.).
Por otra parte, incluso cuando existe un modo de producción estabilizado, las relaciones de producción
no son necesariamente homogéneas. Incluso no lo son casi nunca. En cada formación social concreta hay siempre
una combinación entre relaciones de producción características del modo de producción existente,
y vestigios no enteramente reabsorbidos de relaciones de producción anteriores y superadas
históricamente desde hace tiempo. Por ejemplo, prácticamente todos los países imperialistas conocen aun, en la
agricultura, vestigios de la pequeña producción mercantil (pequeños propietarios campesinos que trabajan sin
mano de obra asalariada), e incluso vestigios de relaciones de producción feudal (aparcería). En estos casos está
justificado hablar de un modo de producción estabilizado cuando la predominancia de relaciones de producción
que le son características es tal que las reproduce automáticamente, dominando el conjunto de la vida económica
con su lógica interna, con sus leyes de desarrollo.
Un ejemplo característico de relaciones de producción híbridas dominadas por un modo de producción
hegemónico es el de las formaciones sociales llamadas del tercer mundo (países subdesarrollados, ver capítulo
VII). Codo a codo existen relaciones de producción precapitalistas, semicapitalistas y capitalistas, combinadas de
manera fija por la presión de las estructuras imperialistas de la economía internacional. A pesar de la predominancia
del Capital, y a pesar de la inserción en el sistema imperialista, las relaciones de producción capitalistas (antes que
nada la relación «trabajo asalariado-capital productivo) no se generalizan en absoluto, si bien existen y se extienden
lentamente. Pero este hecho apenas justifica la designación de estas formas sociales como «países feudales», ni la
hipótesis de la predominancia de las relaciones de producción feudales o semifeudales en su seno, error teórico
cometido por numerosos teóricos de inspiración estalinista o maoista.
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un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas conforme a las posibilidades de la ciencia y de la técnica
contemporáneas. Es sobre todo una necesidad humana, para permitir la satisfacción de las necesidades que el
progreso de la ciencia y de la técnica han despertado en los hombres, y para satisfacer estas necesidades en tales
condiciones que se asegure la realización de todas las potencialidades humanas en todos los individuos, de todos
los pueblos, sin destruir el equilibrio ecológico. Pero lo que es necesario no se realiza necesariamente. Sólo la
acción revolucionaria y consciente del proletariado puede asegurar el triunfo del socialismo. De otro modo, el
enorme potencial productivo de la ciencia y de la técnica contemporánea asumirá una forma cada vez más
destructiva para la civilización, para la cultura, para el hombre, para la naturaleza y aun para la vida de nuestro
planeta.
Es la práctica social de los hombres lo que crea las estructuras sociales que a continuación los ingiere. Es
con la práctica social revolucionaria como esas mismas estructuras pueden ser transformadas. El marxismo es
determinista en la medida en que afirma que estas transformaciones no pueden hacerse de cualquier forma. Sobre
la base de las fuerzas productivas contemporáneas, es imposible reintroducir el feudalismo o el comunismo de las
pequeñas comunidades autárquicas de productores-consumidores. Es determinista en el. sentido de que afirma que
revoluciones sociales progresistas («forlschrittliche») no son posibles nada más que si en el seno de la vieja
sociedad han madurado las precondiciones materiales y las fuerzas sociales que permitan crear una organización
social superior.
Pero el marxismo no es fatalista, pues no postula que el advenimiento de esta nueva sociedad sea pro-
ducto inevitable de la maduración de las precondiciones materiales y sociales necesarias para su aparición. Este
advenimiento no puede surgir nada más que como resultado de luchas entre fuerzas sociales vivas. Es el resultado,
en último término, del grado de eficacia de la acción revolucionan. Si éste está a su vez parcialmente condicionado por
circunstancias y relaciones de las fuerzas sociales, la acción revolucionaria puede transformar, a su vez la evolución
de estas circunstancias y relaciones de fuerza, frenarla o acelerarla. Incluso relaciones de fuerza eminentemente
favorables pueden ser desaprovechadas por deficiencias subjetivas de la clase revolucionaria. En este sentido, en
nuestra época de revoluciones y de contrarrevoluciones, el «factor subjetivo de la historia» (la conciencia de clase y
la dirección revolucionaría del proletariado) juega un papel primordial para determinar el resultado de las grandes
batallas de clase, para decidir el porvenir del género humano.
6. Alienación y emancipación
Durante milenios, la Humanidad ha vivido en una dependencia estrecha de las fuerzas incontroladas de la
naturaleza. No podía sino buscar el modo de adaptarse a un medio natural que le venía dado a cada pequeño
grupo humano. Era prisionera de un horizonte estrecho y reducido, a pesar de lo cual varias sociedades primitivas
han podido desarrollar de manera notable ciertas potencialidades humanas (por ejemplo, la pintura paleolítica).
Con el desarrollo de las fuerzas productivas, la Humanidad consigue invertir esta relación de dependencia
absoluta. Tiene éxito al someter cada vez más las fuerzas de la naturaleza, en controlarlas, en domesticarlas, en
utilizarlas conscientemente con el fin de acrecentar la producción, diversificar sus necesidades, desarrollar sus
potencialidades, amplificar sus relaciones sociales que acaban por englobar todo nuestro planeta, y por unificar
potencialmente la Humanidad.
Cuanto más se liberan los hombres de las fuerzas de la naturaleza, más se alienan en relación con su
propia organización social. A medida que las fuerzas productivas crecen, que la producción material progresa, que
las relaciones de producción se convierten en las de una sociedad dividida en clases, la masa de la Humanidad ya
no controla el conjunto de su producción ni el conjunto de su actividad productiva. La Humanidad ya no controla
su destino social. En la sociedad capitalista, la pérdida de ese control llega a ser total. Liberada del servilismo a la
fatalidad de la naturaleza, la Humanidad aparece cada vez mas sometida a la fatalidad de su organización social.
Una suerte ciega parece condenar a la Humanidad no tan sólo a sufrir los efectos irresistibles de las inundaciones y
de los temblores de tierra, de epidemias y de sequías, sino también los de las guerras y crisis económicas,
dictaduras sangrientas y destrucciones criminales de las fuerzas productivas, y aun los del aniquilamiento nuclear.
El temor de estos cataclismos inspira aún más angustia que el miedo al rayo, o a la maldición de la muerte.
Sin embargo, el mismo desarrollo impetuoso de las fuerzas productivas que llega hasta el extremo de la
alienación en relación con su propia producción y su propia sociedad, crea, bajo el capitalismo, la posibilidad de
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una verdadera emancipación del hombre, como ya hemos indicado al final del capítulo II. Esta posibilidad debe
ser concebida en un doble sentido. La Humanidad será cada vez más capaz de controlar y de autodeterminar su
desarrollo social, asi como las transformaciones del medio natural en e1 que se produce. La Humanidad será cada
vez más capaz de explotar todas sus potencialidades de desarrollo individual y social, hasta aquí ahogadas o
mutiladas por la insuficiencia de su control sobre las fuerzas de la naturaleza y sobre la organización y el devenir
social.
La construcción de una sociedad sin clases, después el advenimiento de una sociedad comunista, implica
la emancipación del trabajo, la emancipación del hombre en tanto que productor. Los trabajadores se convertirán
en dueños de sus productos y de sus procesos de trabajo. Escogerán sus prioridades en la repartición del producto
social. Decidirán colectivamente y democráticamente las cargas de la producción, los sacrificios en el ocio y en el
consumo cotidiano, que habrán de gobernar esa repartición.
Ciertamente, estas elecciones continuarán efectuándose en un marco apremiante. Ninguna sociedad
humana puede consumir de antemano lo que produce, sin reducir sus reservas y recursos productivos y sin
condenarse a reducir más tarde su consumo cotidiano, a partir de que el agotamiento de las reservas y la reducción
de los recursos productivos alcance un cierto umbral. En este sentido la fórmula de F. Engels, según la cual la
libertad es el reconocimiento de la necesidad, permanece como cierta incluso para la sociedad comunista. «Hacerse
cargo de la necesidad» sería más correcto que «reconocimiento», pues cuanto más se acrecienta el control del
hombre sobre sus condiciones naturales y sociales de existencia, más se multiplican las variantes en las respuestas
posibles a las condiciones apremiantes, y más se emancipa el hombre de la obligación de adoptar una respuesta
única.
Pero hay una segunda dimensión en la desalienación humana que amplia singularmente la esfera de la
libertad humana. Cuando se han satisfecho todas las necesidades básicas de los hombres, cuando la reproducción
de esta abundancia está asegurada, la solución de los problemas materiales deja de ser prioritaria para la
Humanidad. E1 hombre se emancipa del servilismo del trabajo mecánico no creador. Se libera de la necesidad de
medir de un modo mezquino el empleo de su tiempo, de consagrarlo a la producción material. El desarrollo de
actividades creativas, el desarrollo de su rica individualidad, el desarrollo de relaciones humanas cada vez más
amplias, será más importante que la acumulación creciente sin cesar de bienes materiales' cada vez menos útiles.
La práctica social revolucionaria transformará no tan sólo las relaciones de producción. Transformará toda
la organización social, todos los hábitos tradicionales, la mentalidad y la psicología de los hombres. El egoísmo
material y el espíritu de concurrencia se marchitarán al no ser alimentados por la experiencia cotidiana y por
intereses mayores.
La Humanidad transformará su medio geográfico, la configuración del globo, el clima y la repartición de
las grandes reservas de agua, todo ello preservando o restableciendo el equilibrio ecológico. Transformará hasta
sus propias bases biológicas. No podrá salir airosa de estas apuestas de una manera absolutamente voluntarista,
independientemente de las precondiciones y de una infraestructura material suficiente. Pero una vez se haya
asegurado esta infraestructura, es la Humanidad activa y cada vez más libre de escoger, quien actuará como palanca
principal para la creación del hombre nuevo. El hombre comunista libre y desalienado. En este sentido, es correcto
hablar de un humanismo marxista y comunista.
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Bibliografía
K. Marx; Prefacio de «Contribución a una crítica de la economía política».
K. Marx-F. Engels: La ideología alemana.
F. Engels: Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.
— Del socialismo utópico al socialismo científico.
— El papel del trabajo en la humanización del mono.
N. Bujarin. El materialismo histórico.
F. Mehring: La leyenda de Lessing.
— Ensayos sobre el materialismo histórica.
G. Plejánov: El arte y la vida social.
G. Lukács: Crítica del Manual de Sociología de N. Bujarin (El hombre y la sociedad, núm. 2, 1966).
Tran-Duc-Thau: Sobre el nacimiento de la conciencia y del lenguaje.
E. Mandel: Formación del pensamiento económico de Karl Marx (dos últimos capítulos).
A. Gramsci: El materialismo histórico. (Extracto de las notas de prisión.)
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