Analisis Discurso Funebre
Analisis Discurso Funebre
Analisis Discurso Funebre
Tucídides
Introducción
Estudios Públicos, 11
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Es preciso que el lector sepa que este discurso fue escrito por Tucí-
dides bastantes años después de que fuera pronunciado y cuando ya Ate-
nas había sido derrotada. Así, más que el discurso fúnebre de Pericles a los
caídos durante el primer año de la guerra, éste es el discurso fúnebre de
Tucídides a la Atenas vencida que, aunque humillada en su derrota, se
levantaba ya como un paradigma universal su cultura cívica. El panegírico a
los muertos en combate, pues, aparece casi como un pretexto para abordar
el elogio de la gloriosa Atenas antigua y hacer la defensa de la eternidad de
su patrimonio.
El Discurso Fúnebre de Pericles es un texto fundacional. Enclavado
en los orígenes mismos de nuestra historia, constituye un originalísimo
ejemplo de conciencia ciudadana y un modelo de reflexión política alentada
por una optimista confianza en las posibilidades del hombre y en el progre-
so de la cultura humana.
Conservando el tono retórico del original, la traducción que aquí
ofrecemos ha procurado resolver con prudencia la oscuridad de ciertos pa-
sajes de cuestionada interpretación. Notas mínimas, en fin, intentan enri-
quecer la comprensión del texto y satisfacer la curiosidad del lector.
Antonio Arbea
Traducción
que esté por encima de sus propias posibilidades, piense que se está cayen-
do en una exageración. Porque los elogios que se formulan a los demás se
toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí mismo capaz también,
en alguna medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los
que escuchan comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está
siendo alabado, al punto prende en ellos también la incredulidad
Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo
ahora yo, siguiendo la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad
y la aprobación de cada uno de vosotros tanto como me sea posible.
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los únicos que, movidos, no por un cálculo de conveniencia, sino por nues-
tra fe en la liberalidad, no vacilamos en prestar nuestra ayuda a cualquiera8.
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Nicómaco, IX, 7.
8 ESTUDIOS PÚBLICOS
La mayor parte de este elogio ya está hecha, pues las excelencias por
las que he celebrado a nuestra ciudad no son sino fruto del valor de estos
hombres y de otros que se les asemejan en virtud. No de muchos griegos
podría afirmarse, como sí en el caso de éstos, que su fama está en conformi-
dad con sus obras. Su muerte, en mi opinión, ya fuera ella el primer testimo-
nio de su valentía, ya su confirmación postrera, demuestra un coraje genui-
namente varonil. Aun aquellos que puedan haber obrado mal en su vida
pasada, es justo que sean recordados ante todo por el valor que mostraron
combatiendo por su patria, pues al anular lo malo con lo bueno resultaron
más beneficiosos por su servicio público que perjudiciales por su conducta
privada.
A ninguno de estos hombres lo ablandó el deseo de seguir gozando
de su riqueza; a ninguno lo hizo aplazar el peligro la posibilidad de huir de
su pobreza y enriquecerse algún día. Tuvieron por más deseable vengarse
de sus enemigos, al tiempo que les pareció que ese era el más hermoso de
los riesgos. Optaron por correrlo, y, sin renunciar a sus deseos y expectati-
vas más personales, las condicionaron, sí, al éxito de su venganza. Enco-
mendaron a la esperanza lo incierto de su victoria final, y, en cuanto al
desafío inmediato que tenían por delante, se confiaron a sus propias fuer-
zas. En ese trance, también más resueltos a resistir y padecer que a salvarse
huyendo, evitaron la deshonra e hicieron frente a la situación con sus per-
sonas. Al morir, en ese brevísimo instante arbitrado por la fortuna, se halla-
ban más en la cumbre de la determinación que del temor.
IX
Por tal razón es que a vosotros, padres de estos muertos, que estáis
aquí presentes, más que compadeceros, intentaré consolaros. Puesto que
habéis ya pasado por las variadas vecisitudes de la vida, debéis de saber
que la buena fortuna consiste en estar destinado al más alto grado de no-
bleza –ya sea en la muerte, como éstos; ya en el dolor, como vosotros–, y
en que el fin de la felicidad que nos ha sido asignada coincida con el fin de
nuestra vida. Sé que es difícil que aceptéis esto tratándose de vuestros
hijos, de quienes muchas veces os acordaréis al ver a otros gozando de la
felicidad de que vosotros mismos una vez gozásteis. El hombre no experi-
menta tristeza cuando se lo priva de bienes que aún no ha probado, sino
cuando se le arrebata uno al que ya se había acostumbrado. Pero es preciso
que sepáis sobrellevar vuestra situación, incluso con la esperanza de tener
otros hijos, si es que estáis aún en edad de procrearlos. En lo personal, los
hijos que nazcan representarán para algunos la posibilidad de apartar el
recuerdo de los que perdieron; para la ciudad, entretanto, su nacimiento
será doblemente provechoso, pues no sólo impedirá que ella se despueble,
sino que la hará más segura, ya que nadie puede participar en igualdad de
condiciones y equitativamente en las deliberaciones políticas de la comuni-
dad, a menos que, tal como los demás, también él exponga su prole a las
consecuencias de sus resoluciones.
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