El Diagnóstico Intuitivo
El Diagnóstico Intuitivo
El Diagnóstico Intuitivo
Cada vez son más los profesionales de la salud que están abiertos a las señales inconscientes que sus pacientes les
transmiten y que son percibidas a través de la intuición. Y no se trata ya del “ojo clínico” que da la experiencia sino,
sobre todo, de la percepción que se siente más allá de lo que la memoria y los años de profesión pueden aportar. Es
“saber” lo que le pasa a un paciente, tanto en los aspectos físicos como emocionales, sin pruebas clínicas. Hablamos
del diagnóstico intuitivo, una práctica cada vez más tenida en cuenta en el mundo.
“Si se limpiaran las puertas de la percepción todo aparecería ante el ser humano tal como es: infinito”.
William Blake
“La enfermedad es un programa inteligente de la Naturaleza que trata de decirle a quien la padece que está viviendo
una situación que no le conviene”. Debo decir que escuché por primera vez esta definición de boca del doctor
Fermín Moriano hace ya algunos años -concretamente en febrero de 1999- al asistir a un curso que éste impartía
sobre la Nueva Medicina basado en las teorías propugnadas por el conocido médico alemán Ryke Geerd Hamer del
que ya hemos hablado en estas mismas páginas en otras ocasiones. Y agregaré que lo que el doctor Moriano expuso
durante aquel fin de semana hizo que la enfermedad adquiriese para mí un significado distinto donde la mente y las
emociones representan las causas evidentes de los trastornos físicos y donde la responsabilidad de su aparición ya no
recae en los demás sino, sobre todo, en uno mismo.
Básicamente, y de forma muy resumida, lo que vino a decir es que los descubrimientos del doctor Hamer mostraban
claramente que había una correlación estrecha entre la psique, el cerebro y el órgano dañado como quedaba
demostrado tras haber efectuado cientos de escáneres cerebrales a pacientes con diferentes patologías, especialmente
el cáncer.
Como muchos de nuestros lectores ya saben el doctor Hamer propugna en su Ley férrea del cáncer que todo trauma
psíquico extremo que nos pilla de improviso a contrapié y se vive en aislamiento produce un impacto en el campo
electrofisiológico del cerebro –que se manifiesta en forma de un círculo con una mancha central, es decir, como una
diana- y alguno –o algunos- de los órganos que están regulados por esa zona del cerebro queda afectado. Daño físico
cuya importancia estará en relación directa con la intensidad con la que se haya vivido el trauma psíquico. Que se
vea afectada una parte u otra de nuestro organismo dependerá ya del tipo de trauma.
Pues bien, a la hora de ubicar en el organismo el reflejo de los diferentes traumas emocionales que hayamos podido
vivir conviene saber que básicamente son tres las formas en que se manifiesta nuestra mente: consciente,
subconsciente e inconsciente. Y, por tanto, tres son las formas en que esos traumas pueden ser percibidos.
Es decir, podemos vivirlos de forma consciente, que es el aspecto de la mente que está activo durante el periodo de
vigilia. En ese estado las situaciones emocionalmente traumáticas que vivimos tienden a ser absorbidas mediante la
comprensión, a través del razonamiento y de la lógica.
El subconsciente, por su parte, es el aspecto de la mente donde se ubica nuestra personalidad, el que marca nuestro
carácter y nos hace manifestarnos de una forma distinta a la de los demás seres humanos. Es aquí donde quedan
registrados los traumas vividos a partir de un momento determinado (más o menos a partir de los 6/7 años) y que
después deberán ser objeto de tratamiento por parte de diferentes técnicas psicoterapéuticas para proceder a su
desactivación. El último aspecto de la mente pero no por ello menos importante es el inconsciente, encargado de
regular todos los procesos biológicos de nuestro organismo. Obviamente, durante el proceso de gestación y los 6 ó
7 primeros años de vida -en ocasiones este periodo se prolonga hasta la pubertad- el aspecto de la mente que
predomina es el inconsciente -regulador de nuestra biología- ya que en ese periodo no contamos más que con un
consciente incipiente y nuestra personalidad sólo es un proyecto; y, por tanto, los traumas emocionales que se viven
en ese periodo se instalan en el inconsciente. De esa forma biología y biografía forman un todo que nos acompaña
durante el resto de nuestra vida haciéndonos reaccionar ante estímulos para los que no encontramos una explicación
lógica al estar incorporados en el inconsciente.
Por otra parte, el hecho de tener activo ese impacto traumático (aunque no se recuerde) hace que periódicamente,
cuando se den circunstancias parecidas, volvamos a vivir experiencias similares que terminan por manifestarse
físicamente en forma de enfermedades. Es lo que Joaquín Grau -en su Tratado teórico-práctico de Anatheóresis-
denomina CAT (cúmulo analógico traumático) , algo que se forma por acumulación de IATs (impactos analógicos
traumáticos). Pues bien, según Joaquín Grau “en Anatheóresis se entiende que los daños (IATs y CATs) que nos
enferman tienen su etiología en el útero, en el acto de nacer y hasta los siete a doce años. Y que toda enfermedad es
una actualización de esos daños que se mantienen latentes en los estratos de la biografía oculta de todas las personas.
La irrupción, la manifestación de esos daños en una sintomatología es una actualización patológica”.
Las explicaciones que, en cambio, da la medicina oficial a la aparición de la enfermedad son insuficientes ya que
están basadas en una concepción mecanicista y newtoniana donde nuestro cuerpo es percibido como un mecanismo
formado por diferentes órganos y sistemas susceptibles de ser tratados aisladamente (como se tratan las piezas de un
reloj). Concepción que se enfrenta a la de la llamada Medicina Vibracional que percibe al ser humano como un
“conjunto multidimensional de cuerpos que vibran en diferentes frecuencias y que mantienen una correspondencia
dinámica entre ellos”, de tal manera que las terapias van dirigidas al conjunto y no sólo a la parte. “Cuerpos” que
responden a los nombres de físico, energético o etérico, mental y espiritual representando la enfermedad una
alteración en esa correspondencia dinámica.
Bueno, pues el inconsciente puede aportar la respuesta que estamos buscando en las relaciones mente-cuerpo, según
los pocos estudiosos que se han acercado a ellas con una actitud realmente científica. En esos estudios se comprueba
cómo negar la enfermedad –e, incluso, la muerte- es la postura que menos posibilidades de curación permite, como
se pudo comprobar en una investigación realizada por una comisión de médicos internistas de la Universidad de
Yale que trataba de establecer la influencia de las alteraciones psíquicas sobre los procesos patológicos.
“Conociendo la verdad pero no queriendo admitirla evitan una respuesta eficaz. Comprender los temores y los
problemas de uno conduce al alivio y a la curación. Saber que se está luchando y cómo es la lucha son las dos
claves”, asegura en una de sus conclusiones el informe elaborado por dicha comisión.
EN RESUMEN...
En suma, el diagnóstico intuitivo es una herramienta de primer orden que podría permitir en el futuro a los
profesionales de la salud con mentalidad abierta acceder a la causa originaria de las enfermedades de sus pacientes,
lo que se traduciría en una reducción importante de los tratamientos farmacocinéticos, algo que agradecerá nuestro
organismo. Y que, al mismo tiempo, haría reducir los gastos del Estado en materia sanitaria y farmacológica.
Además, tal como he adelantado, lo mejor es que esta capacidad no es patrimonio de unos cuantos elegidos sino que
de ella participamos todos los seres humanos en mayor o menor medida. Eso sí, quienes poseen un mayor grado de
capacidad intuitiva tienen la obligación ética de ponerlo a disposición de los demás aunque no sea bien entendida o
aceptada esa ayuda. Algo complejo porque la estructura actual del modelo sanitario no acepta de buen grado ni
siquiera las llamadas terapias complementarias.
Y, sin embargo, está fuera de toda duda el carácter psicosomático de la inmensa mayoría de las enfermedades que
nos aquejan, lo que abre un campo terapéuticamente inmenso a todos aquellos profesionales de la salud que
conciban al ser humano como una entidad holística donde la enfermedad pierde su sentido y sólo queda el enfermo.
Donde no enferma un hígado o un riñón sino un ser humano completo y siempre como consecuencia de una
alteración emocional a la que es posible acceder si abrimos nuestros canales con la llave del corazón. De hecho, una
vez que la ciencia reconozca la naturaleza decisiva de la intuición como base para una comprensión más amplia de
la enfermedad y de los enfermos se hará posible la incorporación en los estudios de Medicina de cursos para el
desarrollo de las habilidades intuitivas, algo que representará un salto cuántico hacia delante en la práctica médica.
Para finalizar quisiera hacer mención de las palabras pronunciadas por un conocido médico de la Clínica de
Cleveland (EEUU), el doctor Irvine Page, quien escribió un excelente artículo sobre la intuición y el diagnóstico
médico en la revista Postgraduate Medicine: “En medicina la intuición es decisiva... Más de la mitad de la práctica
médica requiere decisiones que tienen poca o ninguna base tecnológica. No existen los aciertos absolutos ni los
errores absolutos; sólo las decisiones de la cabeza y del corazón, las decisiones sabias o compasivas. Desdeñamos la
magia de la medicina con peligro para nosotros mismos. Ninguna sociedad ha prosperado durante siglos sin una fe
trascendente en algo que es más grande que el yo. Cada uno debe elegir y aceptar las responsabilidades que la
elección conlleva. El buen médico debe combinar... intuición y sentido común”.
DSALUD
APROVECHAR LA ENERGÍA DE UN VIAJE FASCINANTE
Siempre se ha dicho que viajar elimina las fronteras, amplía los horizontes y abre nuevas perspectivas a la persona;
incluso se oye en muchas ocasiones la ya famosa frase de “los nacionalismos se curan viajando”. Pero es más, el
viajero, a la vez que va recorriendo el territorio por el exterior también va a realizar simultáneamente un itinerario
interior como resultado de los estímulos y experiencias que le están llegando. De esta forma, conocer otros lugares y
otras culturas se convierte en una interesante herramienta para nuestro crecimiento personal.
El viaje siempre representa una oportunidad de cambio. Es un alto en el camino cotidiano que nos permite
reflexionar sobre lo que nos ha llevado hasta el punto en el que estamos o para intentar planificar los objetivos de
futuro.
Es, por tanto, un elemento de cambio y crecimiento pues nuestra psique, al verse estimulada por un entorno nuevo,
por otros paisajes, colores y sabores, por diferentes costumbres, idiomas o creencias, se despierta y se pone en
disposición de afrontar desafíos y retos que en nuestra vida diaria ni siquiera nos hubiéramos planteado.
Si nos abrimos a la energía que se genera podremos realizar el proceso de forma consciente, lo que nos permitirá
reafirmarnos en nuestras posturas o ver una nueva dirección o, tal vez, encontrar la pieza que nos falta y que
necesitamos para hacer que todo funcione, o ayudarnos a tomar alguna decisión importante para nosotros...
Un viaje supone romper la rutina. La distancia física conlleva también un alejamiento mental y parecería que las
preocupaciones se minimizan al convertirnos en observadores de la situación que vivimos. Además, al quitarle a las
circunstancias la presión de la carga emocional nuestra mente funciona de forma más coherente, los pensamientos se
reordenan y se potencian los sentidos dándonos la posibilidad de encontrar alternativas que antes pasaban
desapercibidas.
Posiblemente surjan sentimientos encontrados. Junto con el gozo del viaje pueden surgir el miedo y la incertidumbre
al adentrarnos en territorios internos no muy transitados. Es normal, como también lo es afrontar los procesos de
crecimiento personal y de cambio constante en nuestra vida; cuando nuestras creencias o valores cambian puede que
nos veamos impulsados a tomar decisiones y se produzcan momentos de inestabilidad pero no tenemos más remedio
que admitir que en los tiempos que vivimos los cambios se están produciendo, sea con nuestro beneplácito o con
nuestra resistencia.
El hecho de estar lejos de casa o del trabajo, en un entorno diferente, probando comidas distintas, hablando con
gente nueva, asumiendo riesgos y retos, planificando cada día de forma abierta, sin rigidez, con la oportunidad de
sumergirnos en profundidad en una cultura alejada de la nuestra en lugar de avanzar por su superficie, la experiencia
de la convivencia en grupo... Todos ellos son factores que pueden introducirnos en un camino de sincronicidad y
coincidencias significativas.
Cuando estamos abiertos y atentos tanto al mundo exterior como al interior nos abrimos al fluir de la vida, a la
ampliación de consciencia y lo que vivimos, pensamos o intuimos tiene un mayor sentido. De esa forma podemos
encontrar claves o referencias valiosísimas que de otro modo jamás alcanzaríamos.
Es importante, pues, que mantengamos una actitud de apertura y atención a cuanto sucede a nuestro alrededor y a las
resonancias que eso provoca en nosotros. Puede ser también el momento de plantearse objetivos para el viaje de una
forma abierta. Sabemos que cuanto damos a nuestra mente una orientación todo lo que nos rodea se “confabula”
para que las energías se dirijan hacia ese punto. Tal vez podamos buscar espacios para la reflexión personal o
sumergirnos en el silencio interior; quizás sea un buen momento para retomar nuestro vínculo con la naturaleza o
para explorar nuevas relaciones; puede que el escenario en el que nos encontramos nos permita poner en práctica
ideas o actitudes que antes nos cohibían; es posible que sintamos la necesidad de plasmar por escrito lo que estamos
viviendo. Refugiarse en la escritura es asimismo una forma de canalizar la energía interna, de ordenar los procesos
mentales y de abrir la puerta a la intuición. Así que es conveniente tener siempre a mano un cuaderno y un bolígrafo
que nos permitan hacerlo.
Otra de las particularidades de los viajes es que centra nuestra atención en el presente, algo que en nuestra actividad
diaria suele costarnos bastante. Sabemos que el cerebro no se estimula con la rutina sino que necesita alicientes
nuevos que le mantengan activo y alerta. Lo que vemos, oímos, olemos o sentimos capta nuestra atención por
completo y lo hace dentro de un contexto de emociones y sensaciones que favorece que las nuevas experiencias sean
registradas por nuestra mente de forma muy intensa. Por otra parte, el viaje nos brinda la oportunidad de liberar el
mundo emocional, habitualmente encorsetado dentro de nuestro modus vivendi, lo que nos permite explorar
aspectos de nuestra personalidad que normalmente están inhibidos o camuflados bajo convencionalismos sociales.
Y, por último, otro gran aprendizaje es ver el mundo en que vivimos de una forma más global, darnos cuenta de las
diferencias de todo tipo que existen entre unos pueblos y otros y de hasta qué punto eso nos enriquece en lugar de
distanciarnos. Nos capacita para apreciar la belleza en las diferencias, para disfrutar de las formas que nos
sorprenden y descubrir la esencia que compartimos todos los seres humanos. Viajar nos hace abrir el corazón para
apreciar lo que tenemos y darnos cuenta de lo que carecemos, rompiendo en muchas ocasiones nuestros esquemas
mentales prefijados para descubrir una vez más que “no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita”.
María Pinar Merino
UN EXCESO DE HOSTIAS QUÍMICAS
Medicamentos para enfermedades o enfermedades para medicamentos? O si lo prefieren más claro: ¿medicamentos
para vencer las enfermedades existentes o nuevas enfermedades para vender más medicamentos? Porque ahora no
estamos tristes, ahora tenemos depresión. Que la tristeza es un hecho natural que requiere remedios que no se
venden en botica sino remedios culturales. Eso que es tan natural como cariño y comprensión. La depresión, en
cambio, es ya una patología que sí requiere la intervención de un laboratorio que la combata con su cultura de la
hostia química. Esa pastilla blanca y redonda que se disuelve en la boca y sustituye a la antigua comunión cristiana.
Ahora los milagros no los hace Dios, ahora los milagros los hace un laboratorio farmacéutico. Su evangelio es un
prospecto explicativo que, además, no exige arrepentirse de pecado alguno. Salvo el de tomar la comunión química
con hostias que no sean de la competencia. Es la nueva guerra de las especias, aquella guerra de intereses que se
disfrazó con el nombre de Santa Cruzada en la que un nombre de laboratorio-religión luchaba contra otro nombre de
laboratorio-religión y que no era sino la guerra entre dos marcas de salvación. Y ya se sabe que salvación equivale a
sanación. Que tanto Dios, como Alá, como Yavé no tratan sino de competir entre ellos por vendernos, cada uno, su
maravilloso cielo particular en donde nadie muere de cáncer y donde, además, hay música celestial a todas horas.
Esto en el nuestro aunque yo prefiero el otro, el cielo que ofrece huríes.
En resumidas cuentas, no hay tristeza, hay depresión que la tristeza no vende y la depresión sí. Lo malo es que con
hostias -sean o no químicas- los humanos seguimos muriéndonos. Y lo que es peor, dado que los laboratorios no han
encontrado todavía un nombre que sustituya el de suicidio y, en consecuencia, todavía no tienen un remedio químico
específico para quienes deciden matarse, lo lamentable es, insisto, que por ello seguimos muriéndonos de
automuerte. O sea, de suicidio. No de una enfermedad. Que de ser así, aparte dar un dinero a los laboratorios nos
permitiría justificar eso que ahora, tan primitivos nosotros, llamamos suicidio.
Cierto es que, de hecho, nadie muere. Que, de una u otra manera, sin tomar conciencia de ello, todos nos
suicidamos. Porque, de una u otra manera, todos nos matamos antes de que nos llegue la muerte. Pero lo triste no es
que esto sea así, lo triste es que las estadísticas nos dicen que el mayor número de muertes en el mundo es por
suicidio consciente. O sea, que nuestra infelicidad es tanta que preferimos matarnos antes de que la muerte llegue.
Y digo yo: ¿por que las multinacionales farmacéuticas no se dedican a darnos salud en lugar de dedicarse a fomentar
el número de enfermedades que nos pueden matar? ¿Por que no dejan de asustarnos con frases insidiosas, de
marketing truculento, como: "¿Has comprobado tu tensión? Ya sabes que una tensión alta mata". "¿Cómo vas de
colesterol? Verifica su índice si quieres evitar el infarto". "Si has cumplido 50 años, ¿por qué no revisas tu
próstata?" Como si la próstata fuera un coche. Y todo así: comprobar, verificar, revisar... O sea, pasar regularmente
por la ITV a ver si hay suerte y tenemos que reponer alguna pieza, que ahí están las multinacionales para
vendérnosla. Más todavía: si la enfermedad es mental -o sea, si simplemente estás triste, aunque esto ahora sea
depresión-, entonces cuando alguien te cuente un chiste y salgas de la tristeza -o sea, de la depresión- el laboratorio
te dice que no te fíes, que inmediatamente tomes la dosis de recuerdo. De recuerdo, naturalmente, de que estás
enfermo, de que lo sigues estando y de que ya no dejarás de estarlo por más chistes que te cuenten. O sea, de que
nunca dejes de tomar tu hostia química, la de la Iglesia-Laboratorio a la que te hayas afiliado vía sacerdote-médico.
Aunque justo es decir que los médicos, esos profesionales que expanden teórica salud recetando medicamentos cuya
efectividad no pueden comprobar salvo mediante el sistema empírico de recetar y recetar y ver si funciona en sus
enfermos, esos médicos que están hartos de verse sometidos al nihil obstat de sus obispos-laboratorio empiezan ya a
llamar a la depresión tristeza, a no dar dosis de recuerdo y -descreídos ellos- a empezar a pasar de las creencias-
laboratorio. Cierto es que nos enferma la vida pero no menos cierto es que ahora, más todavía, nos enferma nuestra
cultura, no sólo médica. El problema, por tanto, no es ya esa enfermedad mortal que es la vida, el problema ahora es
ya nuestra cultura mercantil-capitalista que no sólo nos recuerda que vamos a morir sino que, además, ha puesto el
pago de un constante peaje al hecho de seguir viviendo.
¿Por qué no volvemos a lo natural? ¿Por que no decidimos morir como Dios manda, o sea, morir de muerte? ¿Por
qué no dejamos de preocuparnos de si dolor en la zona fronto-temporal de la cabeza, de si hormigueo en el dedo
gordo del pie derecho, de si un gen que va por donde no debe, de si tenemos una neurona muda, sin chispa, de si
perdemos memoria porque ya no nos acordamos de la famosa de turno, de si comemos poco sin preguntarnos si lo
que no queremos comer es una porquería de precocinado...? Yo, lo reconozco, hay días que estoy triste e, incluso, a
veces me duele la cabeza y hasta se me tuerce alguna digestión pero sé que los días tristes lo son por
acontecimientos que entristecen, que si me duele alguna vez la cabeza es porque duermo con una voluminosa
almohada de hotel que me obliga a roncar mirando forzadamente mi nuez de Adán y que las malas digestiones van
unidas a lo que como y cuanto como. Lo que no sé es por qué a veces siento un ligero hormigueo en el dedo gordo
del pie derecho. Y eso me tiene a morir. ¿Será del colesterol, del exceso de azúcar, de la falta de sal, de la tensión,
de un gen ácrata...? Decididamente voy a tener que buscar un fármaco porque he oído decir que así empieza el
cáncer de dedo de pie derecho. Joaquín Grau
La verdad es que en los tiempos que vivimos resulta difícil mantener una actitud optimista ante la vida. Y es que los
medios de comunicación nos pintan un panorama bastante negro: guerras, desastres naturales y provocados, luchas
separatistas, terrorismo, delitos, accidentes, amenazas y crispación, aumento de las enfermedades, conflictos de todo
tipo... A veces nos engañamos diciéndonos que son cosas lejanas que no nos afectan porque están acaeciendo en
otro país, en otra provincia o, a lo sumo, en otra familia. Sin embargo, si nos detenemos un momento a observar lo
que sucede en nuestro entorno más inmediato nos daremos cuenta de que no estamos tan lejos de esa “fotografía”
que nos muestran los medios de comunicación y que también en nuestra vida cotidiana imperan esos mismos
parámetros. Pondré un ejemplo: hace unos días tuve que viajar a Barcelona y el avión estaba lleno. Observé
entonces que en la fila de al lado se sentaban, uno detrás de otro, dos ejecutivos con su maletín y esa mirada resuelta
y un tanto hostil que suelen mantener para defender su “territorio” ante los demás. Tras el despegue, el viajero que
estaba delante reclinó el respaldo de su asiento. El que estaba detrás hizo un aspaviento visiblemente molesto por el
poco espacio que le quedaba para leer cómodamente su periódico mientras protestaba de forma genérica pero con el
suficiente volumen para ser oído. Entonces, en lugar de dirigirse a quien tenía sentado delante para pedirle que no se
echara tan atrás llamó a la azafata y con un tono fuerte y desagradable le dijo: “Haga el favor de decirle a ese señor
que coloque su asiento en otra posición porque me está molestando”.
Obviamente, todos los que estábamos cerca le oímos; y, por supuesto, el “aludido” también. La azafata se acercó
pues a éste y le preguntó si podría subir un poquito la posición del respaldo. -“Dígale a ese señor–respondió
secamente- que estoy en mi pleno derecho de utilizar mi asiento y no tengo ninguna intención de moverme. Estoy
dentro de mi espacio”. Los recados se sucedieron y la azafata -muy joven- fue varias veces de uno a otro repitiendo
los mensajes que los protagonistas se dirigían. Mientras, el resto de los viajeros asistíamos atónitos a lo que sucedía.
Finalmente, ninguno cedió y los dos tuvieron un mal viaje. Porque estoy segura de que la situación les hizo sentirse
incómodos a ambos, no sólo por fuera sino también por dentro.
Actitudes infantiles -o cuando menos adolescentes-, crispación, ninguna intención de diálogo, prepotencia, soberbia,
incapacidad de autocrítica, inflexibilidad, enquistamiento de posturas... ¿No son los mismos atributos que
adjudicamos a gobernantes, políticos, dirigentes religiosos...? ¿No nos hemos contagiado también la gente de “a pie”
de esos mismos virus? Cuando se asiste a este tipo de situaciones u otras similares, tan normales en nuestra vida,
uno no puede dejar de pensar que algo hay que cambiar, que hay que mirar la vida con otros ojos porque el camino
que estamos emprendiendo no conducirá a ninguna salida. Veamos. Objetivamente, tenemos indicios claros para
tener una visión pesimista sobre lo que vivimos. El mundo está tal y como nos muestran las imágenes de los medios
de comunicación y también como nosotros “vemos” cada día. Pero cabría preguntarse, ¿es todo así?
Evidentemente, no. ¡Hay tantas cosas hermosas a nuestro alrededor! Lo que pasa es que son tan pequeñas que nos
pasan desapercibidas y cuesta verlas porque normalmente no "salen" en las fotos que hacemos cuando observamos
la realidad que nos rodea.
Yo llevo siempre desde hace tiempo un pequeño cuaderno en el bolso y cada vez que veo algo hermoso, algo que
me conmueve, me emociona o me sorprende lo anoto. Y cuando llega la noche, antes de dormir, siempre leo la lista.
Al principio eran unas pocas cosas, ahora... ¡no sabéis como ha aumentado! Y no creo que sea porque sucedan más
cosas buenas a mi alrededor sino porque mis ojos han cambiado, he aprendido a APRECIAR (dar valor) a cosas que
antes ni siquiera reparaba en ellas. Os invito a que hagáis lo mismo durante tan sólo una semana y veréis como crece
vuestra lista. Es hermoso el invierno cuando se expresa; bellísimo el amanecer de cada día, siempre diferente;
tierna y cálida la sonrisa de un niño; reconfortante ver el asombro en los ojos de un anciano; gratificante observar el
vuelo de los pájaros o mirar las nubes y descubrir el poco apego que tienen a su forma y cómo nos dan ejemplo de
cambio y adaptación constantes; fantástico ver los colores, disfrutar de los olores, salir de la ciudad y descubrir que
tras los cristales de tu coche hay un horizonte inmenso que es tuyo, encender un incienso y cerrar los ojos, coger un
libro, descubrir que te emociona la poesía, oír una música hermosa, sentirte ayudado por alguien que no esperas,
escribir, tomarse una infusión calentita, escuchar el viento y la lluvia fuera, respirar profundamente y sentir el aire
distribuyéndose por todos los rincones del cuerpo, sentir la vida, buscar en los periódicos buenas noticias (¡Las hay!
No ocupan grandes titulares pero están ahí...), etc.
La naturaleza -el decorado- y los actores -los seres vivos, incluyendo a las personas- nos ofrecen cada día un montón
de cosas que pueden hacernos felices si nos paramos a mirarlas. Y que no se me malinterprete que con esto no
quiero decir que cerremos los ojos a esa otra realidad que convive con ésta. Al contrario, hay muchas cosas que
mejorar y mucho trabajo por hacer. Pero eso debe alegrarnos en lugar de hacernos sentir infelices porque significa
que estamos vivos y aún no somos perfectos. Si lo fuéramos no estaríamos aprendiendo y ya habría terminado todo
para nosotros. Hay mucho que mejorar pero también mucho que apreciar. Y me gustaría que no nos olvidáramos de
ello. Creo que es importante "sumar" pensamientos positivos porque de los otros ya se encarga mucha gente.
María Pinar Merino
NOESITERAPIA
Creador de la Escuela de Noesiterapia o Curación por el Pensamiento Ángel Escudero: treinta años operando sin
anestesia
Los lectores que nos siguen desde el principio ya conocen al doctor Ángel Escudero con quien hemos hablado en
varias ocasiones para dar a conocer su gran aportación al ámbito de la salud, la Noesiterapia, algo que –entre otras
muchas cosas- permite dar a luz u operar quirúrgicamente a cualquier persona sin dolor alguno... a pesar de no estar
anestesiadas químicamente. Pues bien, se cumplen ahora treinta años de su primera intervención quirúrgica sin
anestesia y hemos entendido que es un momento excelente para que nos hiciera algunas reflexiones acerca de su
experiencia vital y profesional en ese tiempo. Este es el texto que nos ha hecho llegar ante nuestra invitación:
“Los treinta últimos años han sido, sin duda, lo mejor de mi vida a todos los niveles. Adquirí una experiencia
singular operando sin anestesia química, usando las mejores capacidades del ser humano y comprobando que ese
maravilloso ordenador biológico que llamamos cerebro ha sido diseñado para ser programado de una manera
absolutamente sencilla. Ese conocimiento, usado en todas las especialidades médicas y situaciones de la vida,
produce unos resultados altamente positivos.
He sentido el placer de compartir mi experiencia con todo el que ha deseado acercarse a mí. Miles de profesionales
de la Medicina y de personas interesadas en conocer mejor sus propios recursos pasaron –y siguen pasando- por mis
cursos y seminarios aprendiendo a usar ese conocimiento en beneficio de sus pacientes o de ellos mismos.
Mi capacidad de asombro sigue intacta y los hechos me sorprenden gratamente a diario. Miles de pacientes y
seguidores han logrado en este tiempo vencer al bisturí, aprender a parir de otra manera, aprender a vivir más
felices... y hasta son conscientes de que son mejores como personas: aprendieron a amar.
Me sigue asombrando y llenando de esperanza ver cómo se ponen en marcha los mecanismos naturales de curación
que hay dentro de cada ser humano. Porque el protagonista de toda curación es siempre el paciente.
He podido comprobar que en la puesta en marcha de prácticamente todas las enfermedades están los problemas
humanos no resueltos o no superados, los sufrimientos que a lo largo de la vida se fueron grabando en el alma,
especialmente los producidos a causa del desamor. Esa es la etiología primera sin la cual los virus, las bacterias y
toda clase de microorganismos son inofensivos; y hasta dejan de producirse reacciones anormales ante determinadas
sustancias; y disminuyen o cesan los procesos de autoagresión. Es más, he podido observar que el pronóstico de
cualquier enfermedad puede cambiar y que, con frecuencia, los conceptos de progresivo e incurable se desvanecen.
Y que aparecen nuevas esperanzas cuando esos problemas humanos se resuelven -o se asumen- y se pasa, como
volando, por encima de ellos sin dejar que nos afecten.
He visto potenciarse de tal modo el estado inmunitario que no se ha producido entre mis pacientes ni un solo caso de
infección postoperatoria tras miles de incisiones quirúrgicas: nunca ha hecho falta usar antibióticos. Y eso se debe a
que los pacientes aprenden a vivir en lo que he llamado respuesta biológica positiva y que va acompañada de lo que,
en términos médicos, se llama predominio vagal muscarínico, el cual corrige el desequilibrio vegetativo ocasionado
por la estresante vida moderna y equilibra todas las funciones biológicas a nivel físico y psicológico: circulación,
metabolismo, estado de ánimo, etc. Respuesta biológica positiva que se reconoce de una manera sencilla porque uno
de los signos que la identifican es de fácil observación: la boca está húmeda, con saliva fluida, saliva vagal... Pues
bien, ten la seguridad de que si logras vivir con esa calidad de saliva en tu boca todo va a ir mejor en tu vida. ¡Todo!
Si los niños aprendieran esto en la escuela primaria todo les resultaría más fácil. Desde aprovechar su esfuerzo en
los estudios hasta aprender a relacionarse con sus semejantes con más facilidad. Les resultaría más fácil cambiar el
temor -como motivación de los actos humanos- por amor, única “medicina” capaz de curar, en su origen, todos los
problemas de nuestra maltrecha civilización.
También comprendí que la medicina capaz de curar el cáncer está dentro del ser humano: se llama ilusión, ganas de
luchar por la vida. Los pacientes se curan cuando recuperan las ganas de vivir y vuelve a funcionar el control
interno, capaz de detectar y corregir el error que se produjo (por causas físicas, químicas o biológicas) en el ADN de
alguna célula originando el gen cancerígeno. Que al recuperar la ilusión se vive además en respuesta biológica
positiva y se estimula el sistema inmunitario con lo que se facilita la labor de limpieza de los acúmulos de células
anormales que pueda haber en cualquier lugar del cuerpo. Sé también que las estructuras sociales tienden a
mantenerse impermeables a todo cambio por miedo a perder o a sufrir con ellos. Lo entiendo perfectamente. Ese
miedo irracional e inconsciente se grabó en el alma en el momento de nacer, sufriendo y perdiendo la protección que
el útero materno nos ofrecía. He comprobado, sin embargo, que esos problemas no se dan de la misma manera en
los “noesibabies”, como llamo a los niños que nacen con la protección de la analgesia psicológica que sus madres
aprenden a conseguir –con una sola sesión de entrenamiento- para parir de la manera más natural posible.
Añadiré que recientemente he aceptado la invitación a formar parte del Comité Ejecutivo de un programa de la
UNESCO: La Década de la Cultura de la Paz y No Violencia entre los Niños del Mundo. Y lo primero que he hecho
ha sido proponer cambiar “No Violencia” por “AMOR” ya que negar el mal es seguir hablando de él. También he
propuesto que las Naciones Unidas designen un día al año como EL DÍA MUNDIAL DE LAS NOTICIAS Y
PENSAMIENTOS POSITIVOS. No basta con tratar de evitar la contaminación física de nuestro planeta -aire, agua,
tierra, etc.. porque la peor de las contaminaciones es la psicológica y esa hay que empezar a combatirla aprendiendo
lo que cada pensamiento significa para la vida al ser procesado por la computadora de nuestro cerebro.
La experiencia de estos treinta años, el resumen de mi vida profesional, mi humilde y, al mismo tiempo, valioso
legado a la humanidad, cabe en un breve libro que tardé veintidós años en decidirme a publicar: Curación por el
pensamiento-Noesiterapia. Cada año, en lugar de añadir algo, fui quitando y quitando cosas del mismo hasta dejar la
esencia que, coincidiendo con el treinta aniversario de mi primera operación sin anestesia química, he incluido en un
CD ROM con una treintena de breves pero demostrativos vídeos. Entre ellos el de una entrevista con el presidente
de la 38 Asamblea de las Naciones Unidas del año 84 en la que puede constatarse que los problemas del mundo y las
soluciones que necesita siguen siendo los mismos. ¿Nos daremos cuenta alguna vez de que esas soluciones existen y
nos animaremos a ponerlas en práctica?
Dr. Ángel Escudero
DE LA TEORIA A LA PRACTICA
Hay que agregar que para probar el alcance de su teoría el equipo de Gariaev realizó experimento modulando ciertos
patrones de frecuencia ¡y consiguió reparar cromosomas dañados por rayos X! Tal y como explican Grazyna Fosar y
Franz Bludorf en su libro Vernetzte Intelligenz –en el que se ocupan ampliamente de las investigaciones de Gariaev
–llegaron incluso a capturar patrones de información de un ADN y lo implantaron en otro reprogramando así las
células de éste. De esta manera consiguieron ¡transformar embriones de rana en embriones de salamandra!
Insistimos: simplemente transmitiéndoles nuevos patrones de información del ADN. Un proceso que se realizó sin
los efectos colaterales derivados de la manipulación directa e los genes. Pues bien, los investigadores rusos están
convencidos de que armonizando los sonidos que emitimos –es decir, palabras- en una determinada frecuencia se
puede llegar a influir en el ADN. Ello quizás pudiera explicar los sensacionales descubrimientos del investigador
japonés Masaru Emoto (ver en nuestra web –www-dsalud.com- el artículo
La estructura del agua cambia con el sonido, las emociones y los pensamientos publicado en el nº 52) quien ha
demostrado –a través de experimentos repetibles y acompañados de gran cantidad de imágenes gráficas- cómo las
palabras y la música son capaces de alterar la estructura molecular del agua. También podríamos entender mejor
cómo el sonido de los cuencos de cuarzo puede curar el cáncer (vea en nuestra web el artículo La curación mediante
el sonido de cuencos de cuarzo que publicamos en el nº 35) Recordemos también a este respecto que el doctor
Mtchell L. Gaynoor –director del Departamento de Medicina Oncológica e Integrativa del Centro Strang-Cornell
para la prevención del cáncer de Nueva York- afirmó haber utilizado terapéuticamente con éxito el sonido obtenido
en los cuencos de cuarzo en cientos de pacientes .Hablamos, en definitiva, de la posible explicación del poder de la
Musicoterapia pero también de por qué funcionan las afirmaciones positivas, los mantras, las inducciones hipnóticas
y, por supuesto, la oración. Recordemos que desde hace miles de años los maestros espirituales vienen insistiendo en
la posibilidad de alcanzar a través de la oración, la repetición sistemática de palabras o frases –mantras- o los
estados alterados de conciencia la posibilidad de actuar sobre la propia salud y la de los demás. El problema es
encontrar las frecuencias con las que entrar en resonancia con nuestro propio yo interior -¿nuestro propio ADN?-
porque, tal y como han demostrado los mencionados científicos rusos, la vibración y el lenguaje en lugar del arcaico
proceso de cortar y pegar puede llevar a triunfar a lo que podríamos denominar la genética de ondas. Ahora bien, ¿se
pueden obtener las claves de tan especial “gramática”?