Teologia Fundamental
Teologia Fundamental
Teologia Fundamental
Escribía Descartes en su Discours sur la methode: "No es mi objetivo enseñar el método que
haya de seguir cada uno para conducir bien su propia razón, sino hacer ver solamente de qué
modo he intentado yo conducir la mía" (Opere, Bar¡ 1967, 133). Esta cita puede muy bien
colocarse al comienzo de un artículo que, en muchos aspectos, se abre a una problemática
todavía en fase de preparación.
Nunca ha sido fácil el discurso sobre el método. Dificultades objetivas acompañan a la reflexión
sobre el valor epistemológico y sobre las determinaciones consecutivas que se imprimen a la
teología en el momento en que llega a confrontarse con las otras ciencias. Pero es imposible
soslayar este discurso sobre el método. Más aún: debería imponerse con mayor fuerza sobre todo
en la actualidad teológica, en donde se manifiestan ciertos equívocos tanto sobre la
precomprensión del estatuto epistemológico de la teología -y al mismo tiempo, sobre el papel y
la función del teólogo como en la mutua relación de las diferentes disciplinas teológicas.
Más allá de las consideraciones generales, el discurso sobre el método se impone ,a la teología
fundamental tanto más cuanto que, como disciplina teológica, constituye una epistemología para
toda la estructuración del saber de la fe.
En efecto, en esta temática convergen diversos elementos que hacen más evidente tanto el
carácter poliédrico de la disciplina, que impide darle una identidad preestablecida, como la
pluralidad de los contenidos y de las referencias, que obliga a la adopción de diversas
metodologías.
A partir del Congreso internacional de Gazzada (6-11 de septiembre de 1964: cf sus Actas en Le
deuxiéme symposium international de théologie fondamentale, Turín 1965), se puede afirmar
que existe un consenso entre los teólogos fundamentales a la hora de considerar la teología
fundamental como una disciplina plenamente teológica, en la que convergen y se expresan dos
exigencias complementarias: la dogmática y la apologética. Esta última no entra en competición
con la primera (y viceversa); las dos se expresan más bien como funciones necesarias para que la
única disciplina se identifique con el papel que le corresponde: presentar el acontecimiento de la
/revelación y su credibilidad.
Así pues, el objeto de estudio de la teología fundamental es único, tanto para la reflexión
dogmática como para la apologética; pero mientras que en el primer caso se usa un método que
investiga el contenido, el método que se emplea en el segundo es el de la búsqueda. En efecto,
con la investigación nos movemos necesariamente a la luz de la revelación, que es acogida y
creída ya como palabra de Dios; con la búsqueda, por el contrario, se da espacio a la mente que
no ha alcanzado todavía la verdad que cree. Entre las dos no existe una dicotomía; se reconoce
más bien la presencia de la doble exigencia señalada anteriormente, que se acentúa en la teología
fundamental gracias a la necesidad de un destinatario (l Teología fundamental, 11), que no es ya
solamente el creyente, sino también el "otro".
1) La necesidad de una presentación critica del acto de creer que sepa valorar la globalidad de la
persona en. su expresión como sujeto epistémico y como sujeto creyente. Éste es el momento en
que, bajo el aspecto del contenido, se presenta el acto de fe como un acto plenamente libre, y por
tanto como una opción profundamente humana.
2) La presentación de la objetividad del contenido, que se da por revelación, y que por tanto
puede ser simplemente acogido por el sujeto como acto gratuito, que parte primariamente de
Dios.
Más directamente: del objetivo metodológico se seguirá que la teología fundamental, como
disciplina teológica, está plenamente inserta en la metodología propia que regula el saber de la
fe, es decir, atendiendo a los caracteres generales que se derivan del caracteres fidéi y del
intelléctus fidei. Como disciplina teológica, pero con su dimensión peculiar apologética,
necesita, sin embargo, un método propio que cualifique tanto el impacto con el contenido de
análisis como al destinatario: al que ha de ser comunicado.
Por lo que se refiere a lá dimensión de la historicidad de la revelación, hay que advertir que no
equivale a una reducción al horizonte histórico solamente, como si estuviéramos en presencia de
una simple búsqueda arqueológica de los hechos brutos. Decir "historicidad" implica afirmar la
consecución de la conciencia histórica que un sujeto como "Jesús de Nazaret" tuvo y expresó
sobre su persona (I Cristología fundamental). Esto significa intentar comprender todo lo que él
reveló sobre su misión, sobre el papel que representó y sobre las determinaciones que dejó en sus
contemporáneos, y sobre todo en su toma de posición ante su propia muerte. Efectivamente, este
acontecimiento constituye el escenario en el cual es posible hacer converger el sentido último
que él dio a su misión y a la conciencia de ser el portador de una revelación que procedía de Dios
mismo.
Afrontar esta temática significa acceder a la historicidad de una persona sabiendo que nos
encontramos frente a un acontecimiento que tiene todas las características para ser considerado
un unicum, que se realiza en la historia una vez para siempre, y esto puede ser verificado a partir
de la historia misma. En virtud de la unicidad, y singularidad que esta persona manifiesta, y que
es irreductible a toda forma de súper exaltación de un sujeto, se llega, también a la consideración
sobre la finalización de toda la historia; en efecto, él supera el simple horizonte histórico, porque
es capaz al mismo tiempo de abarcarlo en su globalidad y de orientarlo más allá de su
contingencia inmanente. La historicidad comporta inevitablemente la comprensión de como
llegó hasta nosotros este acontecimiento: transmitido a través de personas que, transformadas por
la fe, quisieron que el núcleo central de su mensaje y las líneas centrales de su persona superasen
las barreras territoriales y temporales hasta el punto de hacerlo universal.
Más directamente, en relación con nuestro discurso sobre el método, se verifica la necesidad de
varias metodologías exegéticas que sean capaces de ofrecer elementos para que la elaboración
teológica pueda ser conforme y fiel al significado original querido por el autor. Como ejemplo,
resultará que diversos análisis lingüísticos se adentrarán en los datos de la Escritura, de los
padres, del patrimonio de la tradición y del magisterio para poner en evidencia la relación entre
formulación, contexto histórico-cultural y sentido más profundo de la verdad que se quería
comunicar. La historiografía, con la arqueología y las diversas ciencias hermenéuticas, tendrá
que llevar a cabo una investigación para que, mediante los testimonios externos, se pueda
reconstruir con mayor objetividad el dato que ofrecen las diversas narraciones, determinadas ya
por intenciones más bien teológicas. En resumen, percibimos que el análisis de este único
contenido se encuentra con todo un abanico de metodologías que concurren a dar solidez al
principio de inteligencia de la fe.
b) En relación con el destinatario. Una metodología correcta no puede detenerse tan sólo en el
contenido. Tiene que continuar necesariamente señalando y aplicando unas reglas que sirvan
también para comunicar los resultados.
Así pues, el método está determinado también por el referente al que va dirigido el contenido.
Se ha dicho que la teología-fundamental tiene un doble destinatario: el creyente y el "otro".
Habrá que dar al primero las razones de su creer; al segundo, los motivos para poder tomar al
menos en consideración el desafío de la fe.
Este método apologético era, ciertamente, fiel a los dictados de la Dei Filius ("voluit Deus cum
internis Spiritus Sancti auxilüs externa jungi revelationis suae argumenta, facta scilicet divina,
atque imprimis miracula et prophetias, quae cum Dei omnipotentiam et infinitam scientiam
luculenter commostrent, divinae revelationis signa sunt certissima et omnium intelligentiae
accomodata": DS 3009), pero al mismo tiempo hacía patente el valor plenamente teológico de
los contenidos analizados. En una palabra, si alcanzaba una forma de certeza, ya que la actividad
racional se ponía claramente en acto, fallaba la característica de "evidencia", que era interna a los
signos, porque esencialmente llegaban a perder su referente significativo: la persona misma de
Jesús de Nazaret.
Sin querer entrar en juicios sobre el tema, que merecería un análisis y un estudio más profundos,
se puede pensar, sin embargo, en una involución inconsciente, pero continua, llevada a cabo por
algunas escuelas teológicas (pensemos, -p.ej., en los tratados de Liebermann, de Perrone, de Ch.
Pesch, de Garrigou-Lagrange, de Tromp, que cubren el espacio de unos dos siglos), en donde se
había perdido de vista la originalidad de las intuiciones patrísticas y de la escolástica. El
resultado fue el de una "apologética objetiva", basada sólo en argumentaciones metafísicas y
privada de toda relación con el sujeto creyente. La falta de una metodología que mostrase la
historicidad de los datos o al menos de una exégesis que contextualizase mejor los contenidos
acabaron dando pie a las diversas críticas, que se encargó más tarde de radicallzar el
modernismo.
Una atenta lectura de los padres apologetas hace ver que éstos se caracterizaron por su atención
constante al sujeto a quien dirigían sus apologías. Aunque, evidentemente, su primera
preocupación era la de presentar el kerigma del misterio pascual en su integridad, no perdían
nunca de vista el sujeto al que hablaban. Los judíos y los paganos eran invitados y urgidos a un
encuentro directo con las Sagradas Escrituras y con la vida de la comunidad; pensemos tan sólo
en las apologías de Justino o en la Carta a Diogneto. Este mismo tenor adoptan los escritos de
Clemente de Alejandría, que componen una estupenda exhortación a la conversión -el
Protrepticus-, o en Orígenes en el Contra Celsum, en donde demuestra conocer a fondo los
escritos de Celso y utiliza un auténtico método apologético: conocimiento de las obras del
destinatario y ars majeutica para hacer brotar la verdad precisamente de los textos que la quieren
negar.
El mismo Tomás, queriendo garantizar lo más posible la globalidad del acto humano del creer,
empieza distinguiendo entre acto de fe y juicio de credibilidad, que se basa en la autoridad de la
presencia de Dios y de su gracia. De todas formas, no se olvida de que el creyente tiene
igualmente necesidad de elementos que le garanticen la humanidad de su acto: "non enim
crederet nisi videret ea esse credenda vel propter evidentiam signorum vel propter aliquid
hujusmodi" (S. Th. II-II, 1-4).
Finalmente hay que subrayar que estas metodologías se impusieron a pesar de proyectos
diversos, que sólo hoy revelan su real originalidad; la apologética de J Pascal o la exégesis de
Simon, la investigación histórica de l Drey con la escuela de Tubinga, la Grammar of Assent de
> Newman o L Action de l Blondel fueron solamente intentos que suscitaron asombro y
polémica, pero _que en aquella época no incidieron mucho o nada en la metodología teológica
vigente.
Sin embargo, la dispersión por las diferentes metodologías podría provocar una nueva
fragmentación de la disciplina, anulando los resultados alcanzados hasta ahora. Por tanto, parece
urgente identificar el camino para que la teología fundamental, como disciplina teológica
singular que se extiende en una lectura apologética, pueda alcanzar su propio método peculiar
que, sin absolutizar una sola metodología, sepa más bien amalgamarlas todas en una visión más
homogénea y más coherente, con su especificidad.
Con método de integración intentamos referirnos ante todo a la densidad semántica del término.
En efecto, "integración" indica la posibilidad de hacer entero lo que todavía no lo es mediante la
aportación de elementos necesarios y útiles. Con el método de integración, la teología
fundamental se capacita para asumir en el misterio, que está ya teológicamente investigado, el
acontecimiento histórico que lo revela y que una comunidad transmite con su mediación, y que
necesita por tanto ser estudiado con su propio método.
Por tanto, el objeto peculiar sigue siendo la expresión de la fe, pero dentro de una inteligencia
que sepa asa= iniz, a partir de la fe, la totalidad dé los instrumentos críticos.
Pongamos un ejemplo: si el milagro, la profecía o los signos de los tiempos, tomados como
motivos eventuales de credibilidad, estuvieran privados de` su dimensión revelativa original (su
intrínseca dependencia de la persona de Jesús de Nazaret, revelador del Padre), que los hace ser
ante todo signos de la presencia de Dios y testimonio de su amor, ¿qué es lo que podrían ofrecer
al creyente y al "otro" sino estériles "si1nificantes", sin una posible apelación a su "significado"
más profundo?
Al contrario, a través del método de integración se puede pensar que estos signos mantienen su
valor teológico porque se refieren a la centralidad del misterio; sin embargo, son analizados y
estudiados con metodologías diversas (exegéticas, históricas...), que garantizan su valor de
signos. Sólo con la integración en la lectura teológica será posible tener una visión global del
fenómeno que garantice al mismo tiempo la exigencia de salvar la trascendencia de Dios y la
racionalidad y libertad del sujeto.
El creyente, según el texto de Pedro, tiene que estar en disposición de dar razón de su fe a
"cualquiera", a todos y a cada uno, sin exclusión de ningún género. Esto significa que la teología
fundamental tendrá que estar siempre en situación de valorar el sujeto histórico concreto,
cargado de toda la densidad de su tiempo. Para utilidad de todos ellos tendrá que encontrar
análisis que sepan mediar el significado original del contenido revelado, pero de tal modo que
repercutan en cada uno, para que el misterio revelado encuentre una correspondencia en la
historia personal.
El texto de la carta sigue diciendo: "a quien pida razón" de la esperanza cristiana. Esto permite
decir que la teología fundamental tendrá que permanecer con todos sus medios en aquel estado
de atención, de espera y de "pregunta" que no deje escapar la más mínima provocación que
pudiera surgir eventualmente en el "otro". Esta situación, si por una parte obliga a la teología
fundamental a la vigilancia, por otra la estimula a hacerse ella misma provocadora de preguntas
para que, mayéuticamente, cada uno descubra el deseo de Dios y la inteligencia de su misterio.
Esto supone la capacidad de referirse a las diversas disciplinas que puedan expresar más
científicamente los cambios socio-culturales.
Se puede reconocer que de esta manera la teología fundamental participa de un modo muy
especial en la formación de una sistemática teológica. En efecto, con este método el dato
producido por el análisis histórico-crítico, por ejemplo, no aparece como un absoluto, y por tanto
como .una posible cesión a la tesis de un saber objetivo exclusivo de la racionalidad o, como más
tarde en los análisis lingüísticos, en virtud de la "verificación", ya que este saber está
efectivamente integrado en el teológico, que saca de su propio objeto el método con que indagar.
Pero en este horizonte el saber teológico sistemático está garantizado por una pluralidad de
formas y de metodologías que ponen ulteriormente en evidencia la globalidad del objeto de la
teología y su imposible reductividad a un "sistema", aunque sea "teológico".
El método indica mucho más, ya que se da como posibilidad que acompaña a la verdad -misma
en su revelación progresiva al sujeto epistémico. El método orienta hacia la lectura real que la
teología fundamental lleva a cabo sobre los acontecimientos a la luz del acontecimiento. Por este
motivo no podrá tener miedo de actuar una forma kenótica que parta de la certeza de la fe, asuma
las formas del saber crítico e indague con ellas la inteligencia de lo que ya sabe que es verdadero,
para volver a una visión del misterio más global y más humanamente significativa.
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