Rebellato 1995 La Encrucijada de La Etica
Rebellato 1995 La Encrucijada de La Etica
Rebellato 1995 La Encrucijada de La Etica
Ediciones:
1995 Uruguay. Montevideo. Editorial Nordan. Comunidad. Primera.
2000 Uruguay. Montevideo. Editorial Nordan. Comunidad. Segunda.
Con esta segunda edición queremos recordar y homenajear a José Luis Rebellato que
fuera amigo y crecientemente compañero. Su apuesta por la vida y por las prácticas
autogestionarias seguirá viva, al igual que sus aportes teóricos.
Editorial Nordan-Comunidad del Sur. Octubre 2000.
Índice
Agradecimientos................................................................................................... 9
Presentación........................................................................................................ 11
Prólogo.................................................................................................................13
Capítulo I
Supuestos éticos del neoliberalismo.
La ética del mercado..................................,..............................................................17
1. Una ética del mercado como institución perfecta.................................................23
2. La fatal arrogancia de la racionalidad. Un mercado sin justicia...........................29
3. El primado de una racionalidad instrumental y la crítica de las utopías…..........37
4. Una revolución contra la solidaridad...................................................................49
5. Una política para la época del desencanto. Neoliberalismo y fin de la historia...55
6. El neoliberalismo como ética del orden.
La conformación de una identidad sometida……………………………………...67
Capitulo II
La ética comunicativa en el contexto del conflicto norte-sur................................89
1. El paradigma de la racionalidad comunicativa................................................. 95
2. La comunidad de comunicación ideal y la comunidad real….........................113
3. Ética comunicativa y Democracia con participación.......................................129
4. ¿Existe un lugar para las utopías? La Crítica de la Razón Utópica.................143
(Pág.7)
Capítulo III
Ética de la liberación y construcción de alternativas............................................151
1. La Ética de la Liberación y su opción por el pueblo como sujeto....................157
2. La utopía como fuerza histórica........................................................................179
3. Cultura, resistencia y alternativa popular..........................................................195
Conclusión.............................................................................................................223
Bibliografía............................................................................................................227
(Pág.8)
Agradecimientos:
Debo agradecer a los trabajadores y vecinos con quienes he desarrollado una fecunda
experiencia de campo en educación popular. Así como a los estudiantes, docentes,
profesionales y educadores populares con las que he compartido experiencias,
discusiones e intercambios. En tal sentido, este libro le debe mucho a los queridos
compañeros del CIDC (Centro de Investigaciones y Desarrollo Cultural), así como
también a los profesionales, estudiantes y educadores del Programa Apex (Aprendizaje
y Extensión) -Cerro, con quienes comparto descubrimientos y aprendizajes. He podido
también compartir y discutir mi visión teórica y mis posturas con la comunidad
profesional que trabaja en el Depto. de Filosofía de la Práctica del Instituto de Filosofía
(Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación).
En especial, tengo que agradecer a la Multiversidad Franciscana de América Latina por
su apoyo financiero, y por la actitud comprometida y solidaria que me ha demostrado y
que ha permitido que esta investigación tuviera un buen término.
Un agradecimiento especial para los miembros de la Comisión Asesora de proyectos de
investigación de la MFAL, fray Jorge Peixoto (Director Académico de la MFAL) y
profesora Mabel Quíntela, por sus recomendaciones y orientaciones, así como también
al equipo de investigadores, de los que recibí aportes y sugerencias permanentes. Me
refiero a Pilar Ubilla, Guillermo Kerber, Nestor Ganduglia, Miguel Cabrera. Humberto
Pegoraro y Eduardo Gudynas. Asimismo vaya mi agradecimiento a Jorge de León y a
María de los Ángeles Núñez, por su permanente apoyo bibliográfico y de secretaría.
Quiero dedicar con mucho cariño este libro a mis hijos Marcelo y Fabricio, por su
decisión de recuperar para sí el sentido de la vida, a Felipe, por su crecimiento en la
alegría de vivir, y a mi compañera Ana María, por no haber dudado en luchar por amor
a la vida. Sin dudas, a ellos les debo el gracias más profundo.
José Luis Rebellato.
Febrero de 1995
(Pág.9)
Presentación.
Las evidencias que se descubren en los procesos históricos de nuestra realidad, nos
hablan de una ausencia ética en el compromiso de gestación de una sociedad más justa y
fraterna. La diversidad ética y política, se encuentran convocadas por la reflexión ética.
La ética no es un tema entre otros, sino que es el camino común para el encuentro, es el
llamado a la responsabilidad con la vida y a la construcción solidaria de los sueños y
utopías que la promueven y defienden.
Con la seriedad y la profundidad que lo caracterizan, José Luis Rebellato nos ofrece en
su investigación un aporte original en el camino que haga posible una madura opinión
responsable a favor de la vida. La consolidación de una ética comprometida en el
conflicto Norte-Sur, superando la ingenua actitud de una ética neutral. Un llamado a la
esperanza para movilizar los impulsos más profundos y convergentes a favor de la vida
en relaciones de justicia.
En una clara coherencia con el desarrollo del tema se hacen presente en el trabajo los
últimos y olvidados que peregrinan por nuestra sociedad sufriendo las consecuencias de
un sistema injusto, que entienden desde su propia experiencia, que la ética de la
liberación, pasa necesariamente por sus vidas, por la participación, por una educación
liberadora y una ética a favor de la vida comunitaria. ¿Cuál es el tipo de ética que se
está construyendo? ¿Cómo y dónde está actuando el compromiso por la vida? El
diálogo con las corrientes contemporáneas, la confrontación y el consenso se hacen
necesarios para el ejercicio ético comprometido con la vida. La liberación es materia de
discernimiento ético.
La Multiversidad Franciscana de América Latina, inserta en las circunstancias
históricas, ha promovido un equipo de investigadores que a lo largo de un año han leído
e interpretado la realidad desde diversas disciplinas, como la educación popular y
ambiental, la ecología, el teatro barrial, la teología y filosofía Franciscana. La presente
publicación y la confrontación del equipo de investigación, se ha hecho posible con el
apoyo económico de la Caritas Antoniana de Padua-Italia, que solidariamente nos
vienen acompañando con su estímulo y apoyo solidario en la tarea de la construcción de
un pensamiento ético a favor de la vida, buscando las causas que generan tanta pobreza
y exclusión.
Esta experiencia de equipo interdisciplinario nos compromete a continuar y profundizar
en la Multiversidad ante los grandes desafíos de nuestro tiempo. El trabajo de José Luis
Rebellato, lo presentamos en el octavo centenario del nacimiento de San Antonio de
Padua, maestro del pensamiento fransiscano y del compromiso ético con los más
pobres.
Fr. Jorge Peixoto OFM Conv. Director Académico de la MFAL.
(Pág.11)
Prólogo.
Sin duda que nuestra época está marcada por profundos acontecimientos, respecto a los
cuales es difícil tener una distancia crítica, en la medida en que estamos inmersos en los
mismos. Sufrimos las terribles consecuencias de una cadena de dictaduras militares que
no sólo provocaron quiebres institucionales, sino un verdadero quiebre en nuestra
historia, así como también un profundo quiebre en todos nosotros. Fueron dictaduras
instauradas sobre la persecución, la desaparición, el miedo y la muerte. Las transiciones
democráticas las indultaron en nombre de una pretendida reconciliación. La
domesticación del recuerdo y las fracturas de nuestra memoria a veces nos llevan a
poner entre paréntesis esos doce años de dolor que marcaron nuestra historia y nos
marcaron a cada uno de nosotros.
[Marcelo Vinar lo expresa con el termino fracturas de la memoria: «El silencio genera
una dispersión de resentimientos mutuos que sólo se pueden acallar durante un tiempo.
La experiencia del siglo muestra que los resultados nocivos, patógenos, operan en
diferido. Pero operan certeramente como retorno de lo que no ha podido ser
colectivamente elaborado, exorcizado.» (María Esther Gilio, Con Marcelo Vinar.
Violencia y traumatismo históricos, en Brecha, (2 de Diciembre de 1994). 21)]
El retorno a la democracia fue, para todos nosotros, una verdadera primavera. Floreció
la esperanza, renacieron las ganas de vivir, se expandieron las iniciativas populares, se
fortalecieron las organizaciones sindicales y los movimientos sociales. Pero la
primavera llevaba en si dos gérmenes que amenazaban su propia continuidad. El
germen del miedo, alimentado por quienes prefirieron la impunidad, construyendo a
tales efectos un discurso basado en la reconciliación. Pronto nos dimos cuenta de que
nuestras democracias eran democracias en el marco de estados de seguridad. Pero,
además, estaba también el germen del reajuste económico. Fue precisamente en el
marco de estas dictaduras que en toda América Latina se implantaron los modelos
neoliberales. En algunos países en forma drástica, en otros en forma gradual. Pero en
todos, anunciando la estabilidad y el crecimiento aún a costa de enormes sacrificios, de
una violenta compresión salarial, de crecientes niveles de desocupación, de aumento de
la pobreza extrema y de exclusión.
La deuda externa continuó acrecentándose y hoy en día es uno de los mecanismos más
eficaces para atarnos y atar nuestras economías y nuestras vidas a decisiones
hegemónicas tomadas por los centros del capitalismo internacional.
(Pág.13)
«En síntesis, podemos apreciar que los resultados de las estrategias inspiradas en los
dogmas difundidos por el Banco Mundial y el FMI (muchas veces formalizados en
forma de acuerdos) que sufrieron la mayor parte de los países de América Latina en la
década de los 80 representaron más pobreza para los pueblos, mientras que los grandes
grupos económicos continuaron aumentando su riqueza, en un entorno de creciente
apertura comercial y financiera con desmantelamiento de controles y obstáculos a la
mejor articulación de los grandes grupos transnacionales.» (Arce, Rocca, Tajam, 1992.
13)
Asistimos a lo que ciertamente significó un impacto de gran alcance para muchos
militantes: la caída de los socialismos burocráticos del este. Socialismos duramente
criticados por muchos que luchaban por otro socialismo, por otra sociedad futura. Caída
que en algunos provocó el quiebre de sus propias vidas y en otros el cambio radical de
su concepción ideológica. Pero además, en América Latina, vivimos la esperanzadora
experiencia de la revolución sandinista, como también la desconsoladora derrota
sufrida. Fue para muchos un germen de esperanza, una revolución de la vida donde se
dieron la mano un nuevo marxismo revolucionario y un nuevo cristianismo liberador,
donde se vivó intensamente una verdadera insurrección de la conciencia. Derrota
dolorosa, puesto que en realidad fue la derrota que la hegemonía norteamericana impuso
a través de la fuerza de las armas, del asedio y de la violencia. El pueblo nicaragüense
no pudo elegir un proyecto de país. Simplemente eligió evitar la postergación de la
guerra.
A partir de allí se desata una profunda crisis de paradigmas, como comúnmente se la
denomina. Ya no hay pugnas entre ideologías, por la sencilla razón de que el proyecto
inspirado por una de las ideologías ha fracasado. De allí a sostener el fin de toda
ideología, la derrota total del marxismo como concepción teórica y como praxis social y
política y la consolidación de un pensamiento tecnológico y pragmático, hay tan solo un
paso. El paso siguiente continúa la lógica anterior: también los pensamientos inspirados
en ideales emancipatorios y en una concepción liberadora, tanto a nivel colectivo como
personal, reproducen el dogmatismo y el totalitarismo. Por lo tanto, el fin de las
ideologías significa afirmar el fin de las utopías y el fin de toda alternativa a la sociedad
capitalista. Parece no haber salidas ni alternativas. Y quizás la tesis del fin de la historia
se presenta como la más naturalmente aceptable, no en cuanto anuncia el fin de la
historia, sino en cuanto proclama su comienzo con el triunfo definitivo del liberalismo.
En esto radica su verdadero sentido.
He aquí, pues, una tesis central de este trabajo. El neoliberalismo es también una
concepción cultural, con un fuerte componente ético- político. Y aquí quizás radica uno
de sus mayores posibilidades de penetración, puesto que lo hace en virtud de una cultura
de la desesperanza, a cuyo fortalecimiento contribuye, y de un naturalismo ético que
conduce a aceptar con actitud fatalista la imposibilidad de alternativas. La ofensiva
neoliberal forma parte de una ofensiva mayor, de una manera de pensar la sociedad que
se autoproclama como alternativa única.
En nuestra época además asistimos a un gran desarrollo de la reflexión ética, tanto a
nivel de los problemas de justificación ética, como a nivel de su vínculo con la política,
como también en cuanto ética aplicada. Quizás, en parte se explique por la propia crisis
de los paradigmas y por la profunda crisis de civilización que vivimos y que afecta
severamente al mismo sistema capitalista y a su pensamiento liberal. Quizás este
resurgimiento de la ética también se deba a un repliegue hacia el plano de lo individual,
a una privatización de las cuestiones políticas y al crecimiento del llamado
individualismo ético. Tendré oportunidad de referirme brevemente al tema en este
trabajo.
(Tal es, de alguna manera, la tesis sustentada por Gilles Lipovetsky, La era del vacío.
Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Barcelona, Ed. Anagrama, 1986. El
crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Barcelona,
Ed. Anagrama, 1994.)
Pero lo que más me importa es que la reflexión ética, para nosotros latinoamericanos,
hoy se encuentra desafiada por esta expansión del pensamiento y de la economía
neoliberal, la consolidación de un mundo donde la hegemonía de los países centrales
continúa y se refuerza, como también por la colonización cultural expresada en el
pensamiento eurocéntrico. No podamos, pues, pensar éticamente fuera del conflicto
Norte-Sur.
Así planteadas las cosas, surge la pregunta en torno a posibles alternativas y a los
caminos hacia nuevos paradigmas que puedan confrontarse con el pensamiento
neoliberal. Sin dudas, el propio liberalismo constituye una primera respuesta, en la
medida en que las concepciones liberales, en su gran mayoría, toman distancia frente a
los modelos neoliberales, más allá que en su aplicación histórica, muchas veces se
articulen mutuamente.
Obviamente que una visión panorámica del liberalismo contemporáneo supera las
posibilidades de este trabajo y hubiera resultado superficial.
Ante esta dificultad, he optado por recorrer otro camino teórico, deteniéndome en el
análisis de la Ética Comunicativa como exponente destacada del pensamiento
contemporáneo. Es discutible si tal ética pueda considerarse parte o no de la tradición
(Pág.15) liberal. De todos modos, responde a una corriente de pensamiento crítico que
apuesta a una renovación teórica de bases sólidas y a una democracia radical en el
marco del sistema capitalista.
Si bien se trata de una ética en la que predomina un enfoque eurocéntrico y de una ética
que minimiza el conflicto Norte-Sur, he preferido referirme a ella en virtud de ser
heredera de la traición de la primera generación de la Teoría Crítica de la Sociedad
(Escuela de Frankfurt) y de inspirar a numeroso cientistas sociales y pensadores
contemporáneos. Habermas y Apel son, sin dudas, referentes permanentes tanto en el
terreno de la reflexión filosófica, como en el de las Ciencias Sociales como en el de la
política. Por otra parte, en especial Apel se ha mostrado abierto a un diálogo filosófico
con la filosofía latinoamericana de la liberación.
Por último, será necesario adentrarnos en la llamada ética de liberación, que tiene un
desarrollo importante en América Latina, pero que también atrae la atención de
numerosos pensadores europeos. Se trata de una ética nuestra, en cuanto surge a partir
de nuestro contexto de pueblos conquistados, usufructuados y excluidos. Hermanada
con la teología de la liberación, en discusión con la ética comunicativa, pero sobre todo
animada por un compromiso con el sufrimiento de nuestros pueblos. A mi entender, la
ética de la liberación se encuentra en una etapa madura, con posibilidades de
crecimiento en los niveles de rigurosidad y de compromiso con las urgencias de
nuestros pueblos. La ética de la liberación ciertamente recibe un aporte fecundo de la
educación popular liberadora, en cuanto ésta cumple un papel profético y propositivo
importante como movimiento ético-cultural de resistencia y de búsqueda de alternativas.
A partir de lo enunciado queda clara la estructura del trabajo. En un primer capítulo
abordaré los supuestos éticos del Neoliberalismo (capítulo I). Luego, me internaré en el
análisis de la Ética Comunicativa (Capítulo II), para posteriormente vincular la Ética de
la Liberación con la construcción de alternativas populares (Capítulo III). El trabajo se
cierra con algunas conclusiones.
Quiero expresar, por último, que esta investigación se vio nutrida por Seminarios y
Talleres, alguno de los cuales tuvieron lugar en el curso de la misma.
Me refiero a los Seminarios que llevé a cabo con anterioridad en la Multiversidad
Franciscana -en mi desempeño de Profesor Asociado- sobre los temas de la Ética en
Habermas (año 1991) y ¿Fin de las Utopías? (año 1992), y al taller que tuve a mi cargo
durante el año 1994 en torno a: Educación Popular y procesos de construcción de Poder
Local.
También a los Seminarios que he realizado en el Instituto de Filosofía de la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación durante el año 1994 (sobre Neoliberalismo y
Ética y sobre Ética Comunicativa y Ética de la Liberación) y al Seminario que
desarrollé en la Facultad de Psicología en torno a la Ética Comunicativa (años 1993 y
1994). Muchos aportes provienen de temas abordados en la cátedra de Ética de la
Facultad de Ciencias Sociales y de la muy rica experiencia de trabajo multidisciplinario
en el marco del Programa Apex-Cerro de la Universidad de la República.
Asimismo esta investigación ha recibido aportes insustituibles del trabajo de educación
popular en campo y del contacto permanente con otros educadores populares.
(Pág.16)
Capítulo I
Supuestos éticos del neoliberalismo.
La ética del mercado.
(Pág.17)
La reconstrucción del pensamiento neoliberal será hecha desde una perspectiva
normativa o ética. Nuestra hipótesis de trabajo es que el neoliberalismo, además de
abarcar un conjunto de posiciones teóricas, supone una concepción ideológica, ética y
cultural. Esto quizás explica su capacidad de penetración, como se tendrá oportunidad
de mostrarlo. En tal sentido en el desarrollo de esta investigación se hará referencia al
neoliberalismo como concepción o como modelo. La categoría de modelo facilita la
reconstrucción de los aspectos compartidos por las distintas expresiones teóricas del
neoliberalismo, señalando y respetando las diferencias del caso. En el nivel teórico, los
autores neoliberales no expresan posiciones totalmente homogéneas, más allá de que
fundamentalmente comparten un conjunto de tesis básicas. A la vez, nos encontramos
con pensadores que no se identifican como neoliberales, pero que desarrollan
determinadas concepciones de la ciencia o de la sociedad, que se articulan con las tesis
neoliberales y le sirven incluso de sustento teórico.
Puede llevar a confusión que muchos de los autores que integran la corriente neoliberal,
han adoptado para su posición el término de liberalismo, Hayek caracteriza su obra con
las siguientes palabras: «Casi constituye una antología del pensamiento liberal o
individualista.»
A su vez, Popper lo hace de la siguiente manera: «Llamo liberal no al simpatizante de
un partido político, sino simplemente al hombre que concede valor a la libertad
individual y es sensible a todos los peligros inherentes a todas las formas de poder y
autoridad.»
[Citado por Jorge Vergara. 1991, 102. También Vergara intenta una reconstrucción del
pensamiento neoliberal, recurriendo al concepto de paradigma social, inspirado en
Kuhn, pero con importantes diferencias en su aplicación a las Ciencias Sociales. Para
Vergara, un paradigma social supone amplitud temática (abarca una concepción de las
ciencias sociales, una visión del hombre, una teoría de la sociedad, etc.), tiene carácter
sucesivo y es coexistente con otros paradigmas, posee supuestos que no aparecen
formulados en el plano de la argumentación e integra un conjunto de hipótesis
controvertibles. (Vergara, 1991, 103-4)]
Pese al empleo del término liberal, la concepción neoliberal se distancia del liberalismo
clásico y aún más del contemporáneo. Si bien comparte con ambos la centralidad del
individuo y la importancia del mercado, se aleja de ellos en cuanto a los posibles
mecanismos externos reguladores del mercado, al desarrollo de una cierta concepción
de la ciencia y del conocimiento y a una divergencia de fondo referida al
funcionamiento de las democracias contemporáneas. Es verdad que tampoco es posible
unificar con tanta facilidad las distintas corrientes al interno del (Pág.19) liberalismo.
Corresponde, en tal sentido, distinguir adecuadamente entre un liberalismo político, que
exalta la libertad del individuo y sus derechos alcanzados en plenitud en una sociedad
democrática, y un liberalismo económico que exalta las virtudes del mercado. Así, por
ejemplo, en nuestra tradición histórica uruguaya, ha predominado una cultura liberal
(fuertemente anticlerical y antidogmática), una filosofía liberal (influenciada por las
corrientes positivistas, espiritualistas y racionalistas), un liberalismo político y un
liberalismo educativo (anclado en las ideas de laicidad, libertad de expresión académica
y defensa de la enseñanza pública). No obstante ello, no ha predominado un liberalismo
de tipo económico. El papel del batllismo ha sido de importancia crucial para reconocer
la necesaria intervención del Estado en la dinámica económica. Todo esto se ha
articulado con una fuerte sensibilidad por la justicia social y por los desequilibrios
sociales. A la vez, ha consolidado un sistema político, con una importante conciencia de
la participación ciudadana en los procesos electorales y en la cosa pública.
Esta cultura liberal, profundamente optimista, comienza a entrar en crisis conjuntamente
con la crisis económica, cuyos síntomas emergen con fuerza en la década de los 60. El
68 y los fenómenos políticos que lo acompañaron nos volvieron conscientes de nuestra
condición latinoamericana. El ideal de una Suiza de América se desvaneció. Nuestra
cultura liberal entró en una decidida crisis. El golpe de Estado del 73 y la instalación de
una dictadura que muchos no preveían, liquidaron los residuos del modelo liberal. En el
contexto de la dictadura se implemento el modelo neoliberal, con un carácter gradual y
original (en tal sentido) respecto a otros países de América Latina. Con la dictadura, el
neoliberalismo se asentó sobre las ruinas del liberalismo. Con la posterior transición de
la democracia, iniciada en el año 1985, el modelo neoliberal se fue consolidando,
reestableciendo los lazos perdidos con un cierto liberalismo, en el marco de una
democracia controlada, de Seguridad Nacional, preocupada por la cuestión militar y por
el olvido de la impunidad. Muchos liberales que en su momento se opusieron a la
dictadura, adhirieron con entusiasmo a las tesis neoliberales. Hoy en día el
neoliberalismo avanza gracias a la tolerancia y al apoyo del liberalismo político. Sucede
que las corrientes de pensamiento no funcionan exactamente en el plano histórico-social
de la misma manera como operan en el terreno de su elaboración teórica.
Tampoco corresponde confundir neoliberalismo con neoconsevadurismo. El
neoliberalismo desarrolla un discurso y una práctica crítica frente a un cierto modelo de
capitalismo. Como lo veremos, su discurso está cargado de códigos que se refieren a
cambios profundos, tanto en el nivel económico como en nivel político. Por supuesto
que estos cambios forman parte de un reajuste del sistema capitalista mundial y apuntan
a consolidar un capitalismo salvaje. La sensibilidad liberal por la justicia social
desaparece completamente y el dogmatismo sustituye las clásicas posturas
antidogmáticas.
A pesar de las distinciones anteriores, veremos que el neoliberalismo, el liberalismo y el
neoconservadurismo pueden articularse en el plano histórico y político, consolidando un
único modelo de sociedad.
Creo que una reconstrucción de los supuestos éticos de los modelos neoliberales no es
lo habitual en los abordajes que, al menos en nuestro contexto, se hace de los mismos.
En general, puede decirse que predominan análisis críticos del neoliberalismo, desde
una óptica prácticamente económica, con algunas referencias a los componentes
políticos. Existe una enorme producción crítica de la economía neoliberal, (Pág.20) lo
que puede conducir a la confusión de que las concepciones neoliberales son tan sólo de
corte económico. Al insistir en sus aspectos éticos, interpretamos al neoliberalismo
como una concepción teórico cultural, por supuesto que sustentada en un determinado
enfoque de la economía. En tal sentido, la hipótesis de este trabajo busca mostrar la
capacidad de penetración de las concepciones neoliberales en el plano ético, político y
cultural.
[Es claro que aquí no se pone en duda la validez, de las investigaciones económicas.
Gracias a ellas es posible constatar cuales son los reajustes operados por los modelos
neoliberales y cuales sus consecuencias económico-sociales. Simplemente se está
señalando una carencia que debería ser complementada con investigaciones al estilo de
la que se está proponiendo. Corresponde, además, aclarar que en nuestro medio no
todos los estudios sobre el neoliberalismo caen en un reduccionismo económico. En tal
sentido, es justo destacar trabajos tales como los de Ricardo Lombardo (1992). Y
Nelson Villareal (1993). En el contexto latinoamericano, cabe señalar las
investigaciones de Franz Hinkelammert y Hugo Assmann. En un sentido similar
proceden los trabajos de Álvaro Rico, quien sustenta una tesis similar:
«Previo a abordar el tema de la democracia y política, conviene aclarar que en Hayek
aparece, en primer lugar, una fundamentación de su posición no desde la economía
(recordar que como Milton Friedmam -otro exponente principal de esta corriente de
pensamiento- fue premio Nóbel de Economía), sino desde la ética.» (Álvaro Rico, 1993,
p. 105)]
Para el neoliberalisnio el mercado debe ser librado de toda traba, pudiendo funcionar
con total libertad. Sólo así será posible una economía libre, en el marco de la
competencia, de la eficiencia y de la productividad. El mercado es resultado de la
evolución y, a la vez, impulsa el proceso evolutivo hacia nuevas etapas en el desarrollo
de la humanidad.
Para Friedrich Hayek, el mercado debe entenderse como componente esencial del orden
extenso. Este abarca las instituciones sociales, la estructura normativa y el propio
mercado, en cuanto, productos del desarrollo evolutivo de la humanidad. De alguna
manera orden extenso y sistema capitalista se identifican. En la medida en que el
capitalismo sea resultado de un mercado libre. Por tanto, el componente ético tiene una
indiscutible centralidad en la propia definición del orden extenso.
A su vez, en la medida en que el orden extenso es producto de la evolución, excluye una
construcción racional. Hay en Hayek una permanente crítica al constructivismo
racional. En acuerdo con esta tesis se sustenta el dualismo entre juicios fácticos-
normativos (derivados del orden extenso) y juicios ético-racionales (derivados de una
argumentación racional).
«Mi exposición puede quizás arrancar del aserto de David Hume, según el cual... las
normas morales no derivan de la razón. Este concepto desempeñará, a lo largo de la
presente obra, un papel preponderante, puesto que enmarca debidamente el núcleo de la
cuestión planteada, es decir, cómo surgen nuestros esquemas morales y qué
implicaciones puede tener su proceso de formación sobre las instituciones políticas y
económicas.» (Friedrich Hayek, 1990, 37).
La humanidad ha logrado alcanzar la civilización porque ha sido capaz de transmitir
esquemas normativos acerca del comportamiento humano. Tales esquemas se han
plasmado evolutivamente. Los mismos se basan en la tradición, el aprendizaje y la
imitación. En virtud de los esquemas normativos, el hombre supera su estado de
naturaleza, domina los instintos y accede a un orden superior. La moralidad se
corresponde con estos esquemas normativos, interiorizados gracias a procesos de
aprendizaje.
«Preferiría restringir el uso del término moralidad a esos conjuntos de normas no
instintivas que permiten ordenar el comportamiento en ámbitos extensos, ya que el
propio concepto de orden moral sólo adquiere sentido en la medida en que se puede
(Pág.23) proceder a su contrastación, sea con la conducta impulsiva o no-reflexiva, sea
con el resultado de valorar, a través de la razón, el conjunto de posibles consecuencias
del comportamiento (...). Cuando interpretamos la moral no como innatos instintos, sino
como un amplio entramado de tradiciones aprendidas, las relaciones entre éstas últimas
y esas propensiones humanas que solemos denominar emociones, sentimientos o
sensaciones, plantean cuestiones de destacado interés.» (Friedrich Hayek, 1990, 43).
La ética neoliberal requiere, pues, de esfuerzo y sacrificio. No es una ética placentera y
hedonisia. Tampoco es una ética de corte racionalista. Requiere dominio de sí, pero a la
vez, adaptación y sumisión al orden extenso. Es una ética que se sitúan entre el instinto
y la razón. La adptación de los individuos a los esquemas normativos del orden extenso,
requiere un sacrificio en relación a sus tendencias. No somos los hombres quienes
optamos por ellos, sino que dichos esquemas normativos nos seleccionaron y garantizan
nuestra convivencia. El orden jurídico y moral de las instituciones sociales, así como las
tradiciones, no han sido establecidos por los hombres en virtud de un acuerdo racional.
Son resultado de la evolución que, cual mano invisible, ha generado la emergencia del
conjunto de tendencias implícitas en el orden extenso. Se trata de un ejemplo, de los
tantos que pueden darse, del proceso por el cual nos vemos inducidos a realizar actos
cuyas consecuencias finales no hemos buscado intencionalmente.
Orden extenso no se identifica con una ética instintiva que responda a la naturaleza
humana. Por eso, el orden extenso no es el orden natural, si este último es entendido
como resultado de instintos y apetitos. La adaptación al orden extenso choca con
actitudes instintivamente arraigadas, resulta anti-natural. El verdadero conflicto se da,
pues, entre los instintos innatos y las normas aprendidas. No entre las emociones y la
racionalidad. La ética neoliberal no es ni una ética naturalista, ni emotivista ni
racionalista. Es una ética del respeto por el orden extenso, fruto de la evolución. Las
normas éticas tienen, pues, un origen que debe situarse entre el instinto y la razón.
(Friedrich Hayek, 1990,41).
En síntesis: al hombre natural le es extraño el orden extenso. Ahora bien, en el orden
extenso el principio que prima es el de competencia, no el de cooperación. La
cooperación y la solidaridad pueden ser guías orientadoras en comunidades primitivas,
ya superadas por la evolución social. Resultan ser totalmente inadecuadas para
sociedades complejas en las que vivimos. Insistir en la cooperación demuestra la
ignorancia de las leyes que orientan el desarrollo del orden extenso. El principio de
cooperación procede contra el mercado y como tal no es un principio moral. El
fundamento de la moralidad radica en el mercado, o si se quiere, en forma más amplia
en el orden extenso.
«La popularidad de la idea según la cual siempre es mejor cooperar que competir,
demuestra el general desconocimiento de la verdadera función orientadora del mercado.
La cooperación, al igual que la solidaridad, sólo son posibles si existe un amplio
consenso, no sólo en cuanto a los fines a alcanzar, sino también en lo que atañe a los
medios que han de emplearse. En los colectivos de reducida dimensión ello es realmente
posible, pero difícilmente lo es cuando de lo que se trata es de adaptarse a circunstancias
desconocidas. Ahora bien, es en esta adaptación a lo desconocido en lo que se apoya la
coordinación de los esfuerzos en un orden extenso. La competencia no es otra cosa que
un ininterrumpido proceso de descubrimiento, presente en toda evolución, que nos lleva
a responder inconscientemente a nuevas situaciones. Es la renovada competencia, y no
el consenso, lo que aumenta cada vez más nuestra eficacia.» (Friedrich Hayek, 1990,
52).
(Pág.24)
Sólo las normas permiten integrar iniciativas dispares en el marco de un orden extenso.
Estas normas no fueron decididas o consensuadas por los sujetos. Quedaron
establecidas porque prosperaron en aquellos colectivos que pudieron disponer de
esquemas de comportamientos más eficaces. Son el resultado de una evolución que no
es lineal, sino que operó por ensayo y error, a través de un constante proceso de
experimentación. Por lo tanto, una ética del mercado y del orden extenso, excluye como
ilusoria la posibilidad de un consenso racional entre los hombres que permita formular
un sistema ético de alcance universal.
Si el comportamiento humano debe adaptarse a las rigurosas exigencias del mercado, si
es necesario propender a la eficacia y a la competencia, si no es posible ninguna
racionalidad fuera de la que es inherente al propio orden extenso, entonces la institución
del mercado se arroga las características de una institucionalidad perfecta. Fuera del
mercado no hay salvación posible.
«...no será suficiente frenar a aquellos que desean destruir a la democracia para lograr el
socialismo, o incluso a aquellos totalmente comprometidos con un programa socialista.
El más fuerte apoyo a la tendencia hacia el socialismo viene hoy de aquellos que
sostienen que ellos no quieren capitalismo ni socialismo, sino un camino intermedio, o
un tercer mundo... La última batalla en contra del poder arbitrario está ante nosotros. Es
la lucha contra el socialismo, la lucha para abolir todo poder coercitivo que trate de
dirigir los esfuerzos individuales y distribuir deliberadamente sus resultados.»
[Friedrich Hayek, El ideal democrático y la contención del poder, en Estudios Públicos,
Santiago de Chile, 1 (1980), 73-4. Citado en Franz Hinkelammert, 1993 a. p. 4]
«...la orientación básica del individualismo verdadero consiste en una humildad frente a
los procedimientos, a través de los cuales la humanidad ha logrado objetivos que no
fueron ni planificados ni entendidos por ningún particular y que en realidad son más
grandes que la razón particular. La gran pregunta del momento es si se va a admitir que
la razón humana siga creciendo como parte de este proceso, o si el espíritu humano se
dejará encadenar con cadenas que él mismo forjó.» [Friedrich Hayek. La pretensión del
conocimiento, en ¿Inflación o pleno empleo?, Madrid, Unión Editorial, cit. en Franz
Hinkelammert, 1984, p. 78]
Para la ética neoliberal, el hombre es libre en tanto el mercado funciona con libertad.
Libertad es mercado. Libertad significa adhesión y sometimiento al mercado y a los
esquemas normativos del orden extenso. La institucionalidad perfecta está ligada al
automatismo del mercado. Las consecuencias y los costos sociales que pueda acarrear,
son efectos no intencionales. Las crisis económicas no deben atribuirse al mercado, sino
más bien a medidas e instituciones que operan como obstáculos para el desarrollo libre
del mercado. Puesto que el mercado corresponde al modelo de la competencia perfecta,
lo que se debe corregir no es el mercado, sino la realidad. (Franz Hinkelammert, 1990 a,
188)
(Pág.27)
Para los neoliberales, la actitud utópica consiste en negar la realidad del mercado,
aspirando a una sociedad sin mercado o a una sociedad con un mercado regulado. El
utopista pretende un crecimiento solidario. En verdad, de lo que se trata es de promover
la lucha y destruir la solidaridad. La vida es lucha permanente y ésta se constituye en el
principio de la vida en sociedad.
[«Destruir la utopía, para que el hombre pueda ser verdaderamente humano; abolir el
humanismo, para que se recupere lo humano; ese es ahora el camino para ofrecer una
utopía en la anti-utopía.» (Franz Hinkelammert, 1990 a, 196)]
Para Hayek la fatal arrogancia consiste en considerar que sólo a través de la razón se
adquieren las habilidades. Por el contrario, también la razón es fruto de la evolución. La
razón no es un arbitro supremo que define cuales son las normas correctas y cuales no.
«El hombre no viene al mundo dotado de sabiduría, racionalidad y bondad: es preciso
enseñárselas, debe aprenderlas. No es la moral fruto de la razón, sino que fueron más
bien esos procesos de interacción humana propiciadores del correspondiente
ordenamiento moral los que facilitaron al hombre la paulatina aparición, no sólo de la
razón, sino también de ese conjunto de facultades con las que solemos asociarla. El
hombre devino inteligente porque dispuso previamente de ciertas tradiciones a las que
pudo ajustar su conducta. A su vez, ese conjunto de tradiciones, no deriva de la
capacidad humana de racionalizar la realidad, sino de hábitos de respuesta. Más que
ayudarle a prever, se limitan a orientarle en cuanto a lo que, en determinadas situaciones
reales, debe o no debe hacer.» (Hayek, 1990, 55)
La evolución no se rige, sin embargo, por leyes históricas de desarrollo. Estas formulan
relaciones inevitables e ineluctables entre las diversas etapas de la historia. Según
Hayek, se equivocan tanto Marx como Comte cuando afirman que la investigación
puede llegar a descubrir leyes científicas capaces de revelarnos lo que acontecerá en el
futuro. No es posible elaborar pronósticos. No hay leyes inexorables. Corresponde sólo
formular tendencias. En tal sentido, el resultado de la evolución no es de por sí bueno.
Simplemente es el resultado de un proceso.
«Quizás constituya este último hecho la raíz más profunda de esa fatal arrogancia de
que es víctima el racionalismo moderno en virtud del cual se intenta restituir a la
humanidad a una paradisíaca situación que supuestamente le permitiría dominar la
tierra -cual nos lo ordena el Génesis- no a través de la sumisión a los aprendidos
esquemas restrictivos del comportamiento, sino sobre la base de dar rienda suelta a
nuestros más primitivos instintos.» (Hayek, 1990, 95)
Para Hayek, estos supuestos del racionalismo no se compaginan con los requisitos del
orden extenso. Los racionalistas persisten en el intento de justificar racionalmente la
moral, afirmando la necesidad de una nueva moral. Consideran que el orden extenso es
resultado de acciones y opciones deliberadas y racionales. Sin embargo, nada puede
justificarse de acuerdo a los parámetros racionalistas. En este punto, Hayek sustenta una
posición epistemológica inspirada en Popper: ninguna ley científica puede justificarse
en forma definitiva. Muchas de las conjeturas que se formulan, pierden posteriormente
vigencia. La tarea del científico consiste en proponer conjeturas, sustituyendo
permanentemente las teorías explicativas erróneas. Ninguna norma ética podrá ser
justificada en forma racional. La única alternativa factible es la adhesión a las
estructuras normativas del orden extenso.
[“No hay ninguna razón para suponer, como lo hacen los partidarios del racionalismo y
del hedonismo, que nuestra moral deba apuntar a la consecución de determinados fines;
por ejemplo, el logro de la felicidad. Nada induce a pensar que la selección evolutiva de
pautas de comportamiento más adecuadas para facilitar la supervivencia de una más
nutrida población tenga nada que ver con el logro de la felicidad de nadie, y mucho
menos que sea fruto de algún intento de alcanzarla.” (Hayek, 1990, 121)]
[«Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la
mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas, porque sería necesario
sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto
las únicas reglas morales son las que llevan al cálculo de vidas: la propiedad y el
contrato.» (Friedrich Hayek, El ideal democrático y la contención del poder, en
Estudios Públicos, Santiago de Chile, 1980, 56. Citado en Franz Hinkelammert, 1991 a,
3). Con acierto, algunos autores han recurrido al término razón extraviada para
caracterizar la concepción neoliberal (Atilio Borón, 1992, 204-26)]
Sólo el orden extenso salvaguarda la libertad individual, puesto que supone decisiones
tomadas por una pluralidad de individuos sobre la base de la información de que
disponen. Esto potencia la libertad. Libertad personal significa libertad de ser diferente.
No es posible moldear a los individuos de acuerdo a una escala moral preestablecida.
Todo orden deriva de las diferencias de sus componentes. Se hace deseable, no por un
principio ético, sino porque garantiza que cada componente está en el lugar que le
corresponde, permitiendo además alcanzar nuevas oportunidades. (Hayek, 1990, 135)
Indudablemente el recurso a una teoría equivocada se acompaña por la utilización de un
lenguaje erróneo. Muchas de las palabras que utilizamos al cuestionar el orden extenso,
tienen resonancias animísticas. De ahí que Hayek hable de nuestro envenenado
lenguaje. En el acápite del capítulo referido a este tema, cita una frase de Confucio:
«Cuando las palabras pierden su significado, el pueblo pierde su libertad.» (Hayek,
1990, 173)
Si el término sociedad se ha vuelto ambiguo, mayor ambigüedad encierra el (Pág.34)
término social. Social se ha convertido en una categoría utilizada por los partidarios de
una moral racionalista que busca desplazar la moral tradicional del orden extenso. Uno
de sus peores abusos se verifica en la expresión justicia social:
«...el uso del término social se hace virtualmente equivalente a propiciación de la
justicia distributiva. Ahora bien, todo ello es radicalmente incompatible con un orden de
mercado competitivo y con el aumento e incluso el mantenimiento de la población y la
riqueza actuales. De este modo, por medio de tales errores, se llega a llamar social lo
que en realidad constituye el principal obstáculo para la buena marcha de la sociedad.
Lo social debería más bien tacharse de antisocial.» (Hayek, 1990, 188)
Antisociales son, pues, también aquellos liberales que buscan criterios de mayor
justicia.
El conocimiento diseminado.
«Si existiera una mente universal tal que se proyectara a sí misma dentro de la fantasía
científica de Laplace, una mente que pudiera registrar simultáneamente todos los
procesos de la naturaleza y la sociedad, que pudiera medir las dinámicas de sus
movimientos, que pudiera pronosticar los resultados de sus interacciones...Una mente
así, por supuesto, podría redactar a priori un plan económico exhaustivo, sin defectos...
La burocracia imagina que tiene un tipo de mente así a su disposición; es por eso por lo
que se libera fácilmente del control del mercado y de la democracia soviética... El plan
se confronta y, en un grado considerable, se realiza a través del mercado. La regulación
del propio mercado debe contar con las tendencias ocasionadas por sus mecanismos.»
(León Trotski. El Plan Quinquenal en curso, en Boletín de la Oposición, 1932. Citado
en Blackburn, 1993. p. 187)
Claro que esto requeriría el control democrático de las masas, la utilización del
mecanismo del mercado y la racionalidad en la planificación. Tanto Hayek como
Trotski comparten la crítica a la falacia de la mente única. Ahora bien, dicha crítica no
necesariamente excluye al socialismo, Este postula la necesidad de desarrollar formas
de vida social que tengan en cuenta el control humano consciente de los procesos
económicos. Lo que no implica una mente única, sino instituciones que favorezcan la
unidad en la pluralidad de actores. La postura de Hayek niega la igualdad, restringe la
dimensión social y minimiza el ámbito de la deliberación colectiva.
[Véase Robin Blackburn. 1993. 199. El autor destaca que Hayek en su ensayo The Uses
of Knowledge in Socíely (1945), cita el artículo de Trotski (Robín Blackburn, 1993,
195)]
Según Hayek, las diversas instituciones que integran el orden extenso nos permiten
recoger la información diseminada, utilizando adecuadamente las habilidades de cada
individuo y de que cada centro de decisión. Son las tradiciones recibidas las que
facilitan nuestra adaptación a la desconocida evolución de los acontecimientos. La
pluralidad de centros decisorios aumenta las posibilidades del orden extenso
generándose de esta manera una diversidad de procesos orientados hacia decisiones
descentralizadas. La descentralización permite hacer uso de cuotas superiores de
información, puesto que facilita el aprovechamiento de la información disponible en
cada actor. El mercado se transforma así en un mecanismo coordinador de información
disponible.
«El mercado es el único mecanismo descubierto hasta ahora capaz de facilitar a los
diferentes actores esa información que les permite valorar las relativas ventajas de la
alternativa utilización de aquellos recursos de cuya existencia y específica
características tienen conocimiento directo (...). Por propia naturaleza, tal información
se presenta siempre dispersa, por lo que no puede ser transmitida a ninguna autoridad a
la que se le haya hecho responsable de gestionar intencionadamente el esquema
productivo.» (Hayek, 1990, 133).
(Pág.38)
Obviamente, el mercado así entendido excluye cualquier planificación. Se debe apostar
a la expansión de la propiedad plural. Para Hayek, es preferible carecer de propiedad, en
una sociedad donde los individuos poseyeran algo, que vivir en una sociedad en la que
todo fuera colectivo y dependiera de la arbitrariedad del poder político. El control
descentralizado de los recursos, o sea, el que puede realizarse a través de la propiedad
plural, garantiza la generación y utilización de mayores volúmenes de información, en
relación a sociedades centralizadas. La centralización parte de un supuesto imposible de
garantizar: que los distintos responsables locales estén en condiciones de transmitir la
información, de manera rigurosa a la autoridad central, con tiempo suficiente para la
toma de decisiones.
Llegados a este punto, parece interesante incursionar brevemente en torno a las tesis
sustentadas por Karl Popper en relación a la Ingeniería Social Fragmentaria (en adelante
ISF). Como es sabido, existe una cercanía importante entre los pensamientos de Popper
y Hayek. [Es preciso tener en cuenta lo afirmado al comienzo del trabajo en torno a la
variedad de posiciones dentro del neoliberalismo. En el caso de referencia, conviene
señalar que Karl Popper también cae dentro de lo que Hayek considera constructivismo
racional. Precisamente, Popper sería exponente de la posición que critica la aceptación
sin más de las tradiciones. Tesis que es de enorme importancia para Hayek. No obstante
éste considera que se trata de un desliz del pensamiento de Popper. Creo que es una
diferencia profunda, en cuanto afecta a distintas visiones en torno al orden extenso y a
su estructura de tradiciones. Corresponde agregar que otra diferencia sustantiva entre
ambos, tiene que ver con el punto de partida de ambas concepciones. Para Hayek, ese
punto de partida está radicado en el proceso evolutivo-cultural. Para Popper, el
racionalismo crítico (como lo denomina) supone una opción básica por la racionalidad.
Si se quiere ser racional, el único camino es el racionalismo crítico. Pero también puede
elegirse no ser racional. Ahora bien, éste punto de partida no puede justificarse.
Simplemente es resultado de una opción. Es interesante, pues, que el racionalismo de
Popper se base en una postura decisionista. Este tipo de paradojas es muy habitual en
ciertas corrientes del neopositivismo contemporáneo. Apel ha desarrollado una crítica a
fondo del decisionismo de Popper y de Hans Albert (Apel, 1991 a, 37-146)]
Popper desarrolla una crítica extensa a lo que denomina historicismo. Prefiere utilizar
esta palabra, en la medida que expresa mejor la reconstrucción que hace en forma
modélica de un conjunto de posiciones relativas al desarrollo social. Por historicismo
Popper entiende aquel punto de vista sobre las Ciencias Sociales, que (Pág.39) supone
que la predicción histórica es el fin principal de éstas y que este fin puede alcanzarse a
través del descubrimiento de modelos, leyes y tendencias que subyacen a la evolución
histórica (Karl Popper, 1973, 17).
Sin lugar a dudas se está refiriendo directamente al marxismo. No obstante, el concepto
de historicismo abarca también todas las posiciones filosóficas que, de una u otra
manera, proponen un proyecto político transformador y global, o una utopía. El
historicismo puede exaltar la novedad y la incertidumbre, oponiéndose a la aplicación
del modelo de las ciencias naturales a las ciencias sociales. En tal caso, nos encontramos
ante un historicismo antinaturalista. O bien, puede sostener que existen leyes históricas
inexorables, que se orientan hacia el establecimiento de un modelo de sociedad,
aceptando así la aplicación de los métodos de las ciencias naturales a las ciencias
sociales. En tal caso, estamos ante un historicismo pronaturalista (Karl Popper, 1973,
36).
Si bien, las críticas de Popper se dirigen en contra de ambas formulaciones del
historicismo, a mi entender prevalece su interés por criticar el modelo historicista
pronaturalista, prevaleciendo de este modo la identificación del marxismo con el
determinismo. Esto que históricamente ha tenido lugar en los marxismos economicistas
a partir de su acceso al poder en los países del Este, es más difícil de encontrar en
aquellos que, en oposición al determinismo, han desarrollado los aspectos éticos y el
protagonismo real de los sujetos históricos.
Para el historicismo (específicamente para el pronaturalista), la ciencia social tiene
como objeto el estudio de las fuerzas que actúan sobre el desarrollo social. De lo que se
trata es de formular las tendencias generales que se esconden bajo el desarrollo social,
de modo tal que los hombres puedan acomodarse a los cambios futuros. La profecía
histórica y la interpretación de la historia deben convertirse en la base de cualquier
acción social reflexiva. (Karl Popper, 1973, 64).
El historicismo se apoya en la interpretación del pasado para poder predecir el futuro.
En relación a un mundo mejor, el historicista mantiene una postura profundamente
optimista del desarrollo social. Lo cree intrínsecamente bueno y racional. Pero esto
equivale a la creencia en un milagro político que, a la vez de anticipar un reino de
libertad, niega a la razón humana la posibilidad de una iniciativa razonable.
«La transición del reino de la necesidad, en el que actualmente sufre la humanidad, al
reino de la libertad no puede ser hecha por la razón, sino -milagrosamente- sólo por la
dura necesidad, por las ciegas e inexorables leyes del desarrollo histórico, a las que nos
aconsejan que nos sometamos.»(Karl Popper, 1973, 64).
El historicista puede ser activista, en la medida en que se comporta de acuerdo con los
cambios futuros y los ayuda a realizarse. Es, sin embargo, un activismo fatalista. Lo
moralmente bueno es lo moralmente progresivo, lo que se acomoda a las normas de
conducta que serán adoptadas en el mundo por venir. El historicismo es un futurismo
moral, mera esperanza utópica.
A esta teoría social, Popper opone lo que denomina una ciencia social tecnológica, o
también, una ingeniería social fragmentaria (ISF).
«Una metodología de esta clase conduciría a un estudio de las leyes generales de la vida
social, cuyo fin sería descubrir todos aquellos hechos que habría de tomar en cuenta el
que quisiera reformar las instituciones sociales (...). Conocemos muchas Utopías que
son impracticables sólo porque no los tienen suficientemente en cuenta. El fin de la
metodología tecnológica que estamos considerando sería el de proporcionar medios de
evitar construcciones irreales de esta clase. Sería antihistoricista, pero de ninguna
manera antihistórica. La experiencia histórica (Pág.40) sería su fuente histórica de
información más importante. Pero, en vez de intentar descubrir leyes del desarrollo
social, buscaría las varias leyes u otras uniformidades que imponen limitaciones a la
construcción de instituciones sociales.» (Karl Popper, 1973, 60).
Me interesa realzar que ya Popper anuncia el fin de las utopías, resultando ser su
pensamiento de una tremenda actualidad. La utopía supone detectar en la historia leyes
inexorables, siendo de esta manera expresión de un pensamiento totalitario. A lo que
Popper contrapone un punto de vista tecnológico, es decir, construcciones sociales
realistas y controlables. Ingeniería Social Fragmentaria e Ingeniería Social Utópica se
encuentran en las antípodas.
Popper comparte con Hayek la tesis de la imposibilidad de un conocimiento
centralizado. El conocimiento se encuentra fragmentado y disperso.
«No se pueden centralizar dentro de una autoridad planificadora los conocimientos
necesarios para tareas como la satisfacción de necesidades personales, o la utilización
de habilidad y pericia especializada.» (Karl Popper, 1973, 78, nota 12).
La ISF debe, pues, reconocer los límites del conocimiento. Su tarea consiste en
proyectar instituciones sociales y reconstruir y manejar aquellas que ya existen. Sólo
una minoría de instituciones se proyecta conscientemente. La gran mayoría ha nacido
como resultado impredecible de acciones humanas. No es posible construir instituciones
infalibles, si bien sea preciso reducir el margen de incertidumbre introducido por el
componente personal. Las instituciones son como fortalezas; tienen que estar bien
construidas y guarnecidas de gente.
Por tanto, la ISF no pretende transformar la sociedad en su totalidad. Cree necesario
realizar pequeños ajustes y reajustes que permitan mejorarla. Recurre, pues, al método
de las composturas parciales. Sólo podemos aprender a partir de nuestros errores. Será
preciso avanzar paso a paso, comparando los resultados conseguidos con los esperados.
Habrá que estar siempre alerta ante las inevitables consecuencias indeseadas de
cualquier reforma. Habrá que evitar aquellas reformas que son de una complejidad tal
que hagan imposible saber lo que en realidad se está haciendo (Karl Popper, 1973, 81).
La ISF recurre al método de ensayo-error. Se ensaya intentando resolver algunos
problemas más o menos prácticos y definidos. A la vez, progresamos si estamos
dispuestos a aprender de nuestras equivocaciones. Todas las teorías son ensayos, en
cuanto, hipótesis provisionales ensayadas para ver si valen. La ISF busca
conscientemente las equivocaciones, como método de contrastación. Esto se contrapone
a nuestra inclinación dogmática: siempre queremos tener la razón, verificando nuestras
interpretaciones y teorías acerca de la realidad. Sin embargo, la aplicación del método
científico a la actividad política requiere la convicción de que toda acción política
produce efectos indeseables. Por ello, el único método adecuado es el que desarrolla los
aprendizajes a partir de las equivocaciones.
«La aplicación del método científico en política significa que el gran arte de
convencernos de que no hemos cometido ninguna equivocación, de ignorarlas, de
esconderlas, de hacer recaer sobre otros la responsabilidad, queda reemplazado por el
arte más grande de aceptar la responsabilidad, de intentar aprender de ellas y de aplicar
este conocimiento de tal forma que en el futuro podamos evitarlas.» (Karl Popper, 1973,
102).
La ISF es, pues, usada para combatir los males más urgentes de nuestra sociedad, en
lugar de combatir por un bien último. Es una lucha sistemática contra la injusticia y la
explotación evitables. Pero siempre procediendo de acuerdo al método de ensayo-error
(Pág.41) y no aspirando a modelos idealizados. Se trata de un método hipotético-
deductivo que formula un conjunto de hipótesis a ser sometidas a un gran número de
pruebas severas. De no aceptarse este criterio de refutabilidad siempre encontraremos lo
que deseamos, es decir, la confirmación de nuestras teorías (Karl Popper, 1973, 105-6,
149).
Lógicamente, de esta postura se deriva una determinada visión del progreso. Para
Popper el progreso científico es resultado de la libre competencia del pensamiento.
Debe existir siempre más competencia entre las hipótesis y un mayor rigor en los
experimentos. El progreso científico depende de instituciones políticas que
salvaguarden la libertad de pensamiento. Necesita, pues, de la democracia.
«Si se quiere que continúe el crecimiento de la razón y que sobreviva la racionalidad
humana, nunca se habrá de intervenir en la diversidad de los individuos y de sus
opiniones, fines y propósitos (excepto en casos extremos cuando la libertad política está
en peligro). Incluso la llamada, tan satisfactoria emocionalmente, a una tarea común,
por excelente que sea, es un llamado a abandonar toda rivalidad de opiniones morales y
la mutua crítica y discusión causada por esas opiniones. Es un llamado a abandonar el
pensamiento racional. El evolucionista que pide el control científico de la naturaleza
humana no advierte lo suicida que es esta petición. El resorte y motor de la evolución y
el progreso es la variedad del material que pueda llegar a ser objeto de selección. (...). El
control holístico, que llevaría no a la igualación de los derechos humanos, sino a la de
las mentes humanas, significaría el final del progreso.» (Karl Popper, 1973, 174)
A partir de esta postura, Popper describe y critica a la Ingeniería Utópica (IU). Esta
busca transformar toda la sociedad de acuerdo con un determinado modelo. Para ello
necesita apoderarse de las posiciones claves con el fin de controlarlas. Ahora bien,
cuanto más grandes son los cambios holísticos intentados, mayores serán sus
consecuencias no intencionadas, forzando el recurso a la improvisación. Esto llevaría al
notorio efecto de la planificación no planeada. La IU, enfrentada a la incertidumbre,
sólo cree controlarla por medio de intervenciones institucionales. Lo tremendo es que su
programa no sólo busca la transformación de la sociedad, sino también la
transformación del hombre. Se trata de moldear hombres y mujeres para que se
encuadren mejor en la nueva sociedad. (Karl Popper, 1973, 83-4).
Pero lamentablemente el método holístico se queda en mero programa. Nunca se cita ni
un ejemplo de descripción científica de una situación social entera. No se lo podría
hacer, puesto que siempre es posible señalar aspectos que han sido pasados por alto. El
holismo se propone reconstruir la sociedad como un todo, pero para ello necesita el
poder de un Estado que tiene que aumentar hasta identificarse con la sociedad. El
holismo termina siendo necesariamente totalitario.
Para ejercer este poder centralizado, la IU tiene que pasar por alto la imposibilidad de
centralizar todos los conocimientos diseminados. Al no poder acceder a un
conocimiento total, se ve forzada a simplificar los problemas, eliminando las diferencias
individuales. Necesita del control y de la uniformidad de los intereses por medio de la
educación y de la propaganda. Esta tentativa de ejercer el poder sobre las mentes
destruye la posibilidad de saber lo que la gente realmente piensa. Es incompatible con el
desarrollo de un pensamiento crítico. Termina investida de un poder dictatorial (Karl
Popper, 1973, 104-5).
Para Popper, todas las versiones del historicismo tienen en común la sensación de ser
arrastrados hacia el futuro por fuerzas irresistibles. Esto supone un conservadurismo
inconsciente y una resistencia interna al cambio.
(Pág.42)
«Parece como si los historicistas estuvieran intentando compensar la pérdida de un
mundo inmutable a la creencia de que el cambio puede ser previsto porque está regido
por una ley inmutable.» (Karl Popper, 1973, 176).
No cabe duda de que el pensamiento de Popper se muestra, a la vez, atractivo y
riguroso. Describe y analiza acertadamente las consecuencias de un pensamiento
utópico orientado por la adhesión a leyes deterministas de la historia. Existe, pues, una
similitud importante entre el modelo descrito por Popper y el economicismo marxista.
Una vez más, de lo que se trata es de saber si las utopías necesariamente conducen a
este modelo. A mi modo de ver no-es así, como tampoco lo es la constatación de que
todo marxismo confluya necesariamente en dicho modelo. [En este sentido proceden los
análisis de M. Petroni relativos a Popper (1986, 9-23)]
El socialismo que describe Popper es, sin dudas, el socialismo que se ha desplomado. Y
bienvenido sea su desmoronamiento. Un socialismo que habló y luchó en nombre de los
explotados, pero que también, los sustituyó. Pero este no es el socialismo al que muchos
apostamos.
«Estamos todos invitados al entierro mundial del socialismo. El cortejo fúnebre abarca,
según dicen, a la humanidad entera. Yo confieso que no me lo creo. Estos funerales se
han equivocado de muerto.» (Eduardo Galeano, 1993, 248).
Hay, pues, una reducción simplificadora en el pensamiento de Popper. Su construcción
modélica no abarca los intentos por revolucionar una sociedad injusta. Popper también
nos plantea un falso dilema: o bien una ingeniería utópica y totalitaria, o bien una
ingeniería fragmentaria y democrática. Al imponer el dilema en tono excluyente, se
mueve dentro de una lógica cerrada. En los hechos, de acuerdo con Popper, es necesario
destruir a los intolerantes, es decir, a los cuestionadores de su modelo de ISF.
El desafío está en lograr articular los proyectos políticos transformadores, las utopías y
los ensayos fragmentarios. En la construcción de nuevos paradigmas sociales
alternativos importa asumir la necesidad de proceder con un método de ensayo y de
error. Los cambios sociales deben ser contrastados, analizados críticamente,
aprendiendo de los errores. Esto, una mentalidad dogmática no lo puede realizar. Una
mentalidad neoliberal tampoco. Sólo una postura crítica es capaz de hacerlo. Una
postura consciente de los límites del conocimiento.
«La planificación de todo es imposible, pero la planificación de la sociedad como un
todo es, sin duda, posible, sólo que en términos aproximados e imperfectos...» (Franz
Hinkelammert, 1984, 167).
Popper identifica con excesiva simplicidad utopía con destrucción y con realización del
infierno en la tierra. Ahora bien, el neoliberalismo de Hayek y el capitalismo en el que
vivimos -más allá de lo que Popper piense- es la más adecuada realización del infierno
en la tierra. Es la muerte, la exclusión y el sacrificio de la vida. ¿Será capaz este
neoliberalismo destructor de aprender de sus errores y de sus consecuencias nefastas, de
la destrucción de la vida y de la exaltación de la muerte que lo acompaña? Es seguro
que no. El neoliberalismo expresa el rechazo de cualquier ISF, más allá que apele a ella
en forma discursiva. Franz Hinkelammert cita un texto de Popper del Prólogo a la
edición alemana de 1974 de la obra de referencia:
«Como otros antes que yo (afirma Popper), llegué al resultado de que la idea de una
planificación social utópica es un fuego fatuo de grandes dimensiones que nos atrae al
pantano. La hibris que nos mueve a intentar realizar el cielo en la tierra, nos (Pág.43)
seduce a transformar la tierra en un infierno; un infierno como sólo lo pueden realizar
unos hombres contra otros.» (Citado en Franz Hinkelammert, 1984).
Ahora bien, el verdadero infierno donde los hombres luchan unos contra otros es el
infierno del mercado librado a su propia espontaneidad.
Popper al aplicar una tecnología neutral, excluyente de toda referencia holística, no hace
más que reproducir el enfoque tecnocrático característico de los modelos neoliberales.
Convierte a la ISF en método único, recayendo en el dogmatismo que quiere superar.
Con el fin de ilustrar un cierto discurso neoliberal, preocupado por destacar la urgencia
de las transformaciones socio-políticas, recurriré a las investigaciones de Hernando De
Soto, quien desde una óptica neoliberal señala cual es el otro sendero, el aún no
recorrido, el de la revolución de los sectores informales.
[Hernando De Soto integra el equipo del Instituto Libertad y Democracia (Lima, Perú).
El equipo desarrolla investigaciones relativas al establecimiento de un sistema jurídico,
económico y político que favorezca la libre iniciativa y que impulse formas legales e
institucionales favorecedoras de la revolución del libre mercado.]
Hay una línea temática que atraviesa toda la investigación de Hernando De Soto.
Cuando se piensa en la economía informal, se piensa en un problema: el problema de
los sectores informales. En realidad, el problema no es la economía informal. El
problema es el Estado. Cuando la legalidad es un privilegio, a las clases populares sólo
le queda el camino de la ilegalidad.
[Mario Vargas Llosa presenta con estas palabras la investigación de referencia: «El Otro
Sendero defiende un proyecto social que supone una transformación de la economía no
menos profunda que la que quisieran los sectores ideológicos más radicales. Porque
significa cortar de raíz con una antiquísima tradición que, por inercia, egoísmo o
ceguera de las clases políticas ha ido consustanciándose con las instituciones, los usos y
costumbres del país oficial. Pero la revolución que este estudio analiza no tiene nada de
utópico. Está en marcha, hecha realidad por un ejército de víctimas del sistema
imperante que, al rebelarse contra éste en nombre del derecho al trabajo y a la vida,
descubrieron los beneficios.de la libertad.» (Hernando De Soto, 1992, XXIX)]
Signos de la decadencia.
a) Proliferación de la violencia.
[En una sociedad así, con millones de personas cuya especialización los hace
interdependientes, con sistemas de comunicación complejos, entre empleadores y
empleados, con tecnología en continua evolución, con la competencia y el flujo de
información diario proveniente de otros países, no existe la posibilidad física de conocer
y manejar directamente ni siquiera una pequeña fracción de las actividades nacionales.
Existe, pues, un límite a la posibilidad de intervenir en cada cosa desde el gobierno (...).
Los gobernantes son seres finitos y limitados que se enfrentan a vastos e innumerables
problemas (...). Tal vez el voluntarismo centralista haya funcionado en economías
pequeñas y primitivas, pero fracasa en sociedades modernas y urbanizadas (...). Es por
eso que los gobiernos voluntaristas de Europa Occidental desaparecieron con el
desmoronamiento del mercantilismo. No era posible tener una revolución industrial si
no se abandonaban los sistemas de una economía casi exclusivamente administrada por
políticos.» (Hernando De Soto, 1992, 291)]
2o) Descentralización. No se trata sólo de dispersar los servicios. Esto más bien es
desconcentración. La descentralización supone transferencia efectiva de competencias
normativas y toma de decisiones para garantizar la autonomía de los gobiernos locales.
Descentralizar supone ceder cuotas de poder. La descentralización permite ensayar
soluciones experimentales en un sector, para poder entender la naturaleza de los
problemas y aproximarse a soluciones globales. Es campo propio para el desarrollo de
una ingeniería social fragmentaria, tal como la propone Popper.
No debería asombrar, pues, que los modelos neoliberales muestren una mentalidad
amigante frente a la democracia, y en especial contra la democracia representativa. Esta
se convierte en un verdadero obstáculo para el desarrollo de la revolución y del mundo
nuevo del mercado. A esto corresponde agregar la constatación histórica de que en
América Latina los modelos neoliberales, en una buena parte, fueron impuestos a través
de la fuerza. Fueron implantados por las dictaduras que acosaron a nuestro continente
durante la década de los 70. Las democracias de transición, inauguradas en la década de
los 80, continuaron y profundizaron la dinámica de su implementación y profundizaron
las medidas acordes con los mismos. La deuda externa acosó nuestros países y
férreamente se cumplió con ella, a costa del hambre, la miseria, la desocupación y el
deterioro total de la educación. Fueron democracias controladas por los ejércitos de
seguridad nacional. Pero, a la vez, las democracias controladas se autocontrolaron.
Leyes de amnistía, de olvido y perdón, permitieron que la impunidad fuera absuelta y
pudieran perdurar los mecanismos que la generaron. La deuda política y social con los
pobres de nuestro continente es impagable. La deuda externa se convirtió en una deuda
eterna.
Si quizás hoy comienza a hablarse del fracaso de los modelos neoliberales, no es posible
olvidar que dicho fracaso ha tenido el éxito de lograr la reestructura de nuestras
economías y el ajuste de las mismas. Queda planteada la interrogante acerca de cual
será la alternativa política que sucederá a economías desmanteladas.
Gunder Frank señala que con los reajustes operados, América Latina quedó más
marginada del comercio internacional. Sobre el viejo dualismo entre países centrales
(Pág.55) y países periféricos, se instauró un nuevo dualismo, que nos excluye del
mercado mundial. Los años 80 fueron denominados la década perdida para América
Latina. Los 90 amenazan con tornarse en la década del cólera. La deuda externa fue y
sigue siendo un instrumento exitoso empleado por el Norte para obligar al Sur y al Este
a abandonar la carrera por la competitividad en la economía mundial. América Latina ha
sido exprimida como un limón. (Gunder Frank, 1993, 31).
[Atilio Borón ofrece una serie de datos y relaciones al respecto. Nuestros países deben
tanto como todo lo que producen en un año. El problema no es el de la pobreza, sino el
de la extrema pobreza: la deuda per cápita equivale a una cifra cercana (y en ciertos
casos superior) al ingreso por habitante. Entre 1982 y 1989, América Latina transfirió a
los centros de poder 203.000 millones de dólares. Y ahora nos encontramos con que
estamos más endeudados que antes. La deuda externa entre dichos años se incrementó
en 101.000 millones de dólares (Atilio Borón, 1992, 216-9)]
«Hoy en día, más y más limones regionales o sectoriales son desechados luego de ser
totalmente exprimidos... Este dualismo se da entre aquellos que pueden y aquellos que
no pueden participar en la división mundial del trabajo.» (Gunder Frank, 1993,32).
Hay, pues, un creciente peligro de que los países y regiones marginados, queden
involuntariamente desconectados del proceso mundial de desarrollo.
El conflicto Norte-Sur se nos presenta como una avalancha del Norte contra el Sur, del
capital contra el trabajo (Xavier Gorostiaga 1993, 564). Y va acompañado por un giro
en el discurso lingüíslico-político que ya no habla ni de dominación, ni de imperialismo.
Se ha producido un ocultamiento de la violencia a través de un lenguaje novedoso. El
conflicto Norte-Sur hoy en día es la forma más importante que asume el antagonismo
entre el derecho de la fuerza y la fuerza del derecho. Sin lugar a dudas es un conflicto
político y económico. Pero también se trata de un enfrentamiento cultural. Los países y
la mentalidad del Norte sigue siendo el referente cultural. Sólo es válido el pensamiento
elaborado dentro de los parámetros de la cultura del Norte, más concretamente, de la
cultura europea. La cultura occidental, en todas sus expresiones, ha sido elaborada
desde una perspectiva etnocéntrica. Es por esto que es preciso reconocer una
continuidad con la Conquista. La Conquista de América llevó a término la organización
del mundo en el marco de una lógica imperial, inspirada por una visión teológica,
filosófica, jurídica típicamente eurocéntrica.
La pobreza y la exclusión son hoy signos dominantes. El 20% más rico del mundo
registra ingresos 150 veces superiores al 20% más pobre. Hoy hablar del Tercer
(Pág.56) Mundo es recurrir a una expresión que no refleja adecuadamente la realidad. El
Tercer Mundo es el mundo de la pobreza, también presente en los países del Norte.
Parece más coherente con los hechos constatados, hablar del Mundo de Los Dos
Tercios, para referirse a la extrema pobreza y a la exclusión.
Barry Levine propone al neoliberalismo como la respuesta adecuada para esta Era del
Desencanto y relaciona esta categoría con el concepto weberiano de racionalidad de
acuerdo a fines. El capitalismo es -con la caída de los socialismos- el único motor para
el crecimiento económico. Ya no puede pensarse el desarrollo en términos mágicos
(Barry Levine, 1992, 56).
La prosperidad requiere -de acuerdo a las orientaciones del Banco Mundial- armar un
rompecabezas con todas las piezas en su lugar: leyes laborales orientadas hacia un
mercado libre; sujetar la negociación colectiva a la disciplina del mercado; no es posible
un programa de eficacia competitiva y de economía estable, con sindicatos fuertes.
Todo esto requiere austeridad y adaptación a políticas que, en el corto plazo,
necesariamente suponen ciertos males sociales (desempleo, precios altos, cierre de
industrias no competitivas...). (Barry Levine, 1992, 58-9).
Quizás se requiere de una ética que cumpla un papel semejante al desempeñado por la
ética protestante en los orígenes del capitalismo moderno. La ética protestante suponía
una actitud poco natural de vivir para trabajar, en lugar de la actitud más tradicional de
trabajar para vivir. Aseguró un ascetismo terrenal, que fue la base histórica para generar
hábitos de trabajo metódico y disciplinado. El desarrollo capitalista en América Latina
necesita de actitudes ético-culturales favorables al mismo. Cultura y política deben
trabajar en el mismo sentido. No hay más lugar para una creencia mágica. Sólo
desencanto y racionalidad. Es preciso operar una verdadera inversión de los valores. La
vida debe ser puesta al servicio del mercado y no éste al servicio de la vida.
De ahí la imperiosa necesidad de replantear el problema de la democracia. El problema
que se plantea a los regímenes democráticos de América Latina es cómo derivar el
capitalismo de condiciones democráticas. La pregunta de fondo es saber si un gobierno
democrático puede ser compatible con el desarrollo. No se trata del miedo al
comunismo, que ya no existe, sino que lo que hoy aparece es el descontento con el
desorden económico. Los ciudadanos de los países pobres juzgarán a sus gobernantes de
turno con criterios semejantes a los utilizados por los ciudadanos de los países ricos. Es
decir, si han demostrado habilidad para que la sociedad funcione.
«Vivimos en un mundo de desencanto. Es un mundo sin excusas, sin culpas, sin
(Pág.58) yanquis. Imperialismo, soberanía, la deuda, susurros que ya no sirven para
proclamarse como víctimas. América Latina es su propio agente de acción, será
responsable de sus éxitos y fracasos. Tampoco los elementos determinantes,
tecnológicos, políticos o culturales pueden impedirle ser próspera si así desea. El mundo
ha presenciado los modelos de desarrollo europeo y asiático. ¿Estará a punto de
presenciar un modelo de desarrollo democrático latinoamericano? Un modelo ideado
sólo para vivir en una sociedad que funcione...» (Barry Levine, 1992, 65).
América Latina no puede seguir pensando con mentalidad de víctima. Necesita asumir
su responsabilidad. Para esto, es preciso que un proceso educativo acompañe la nueva
apuesta al desarrollo. La cultura en la que vivimos y actuamos hoy, no es liberal. El
liberalismo requiere ser radical, capaz de ir a las raíces. Si se lo tilda de derechista, es
porque se lo confronta con el colectivismo. Pero ya no tiene más sentido hablar de
derecha e izquierda. La opción liberal no es conservadora. Supone una revolución que
purifique a esta palabra de la violencia, el dogma y la muerte. (Vargas Llosa, 1992, 34-
5).
Como también ha quedado claro, esta nueva ética del mercado requiere de una actitud
audaz que no acepte la injerencia proteccionista del Estado. Cuanto más mercado, más
libertad, más eficacia, más cambio. La concepción neoliberal encuentra una profunda
similitud con las orientaciones del anarco-capitalismo en su crítica al papel del Estado.
Hay un supuesto más de fondo en la reflexión anterior de Nozick, compartido por gran
parte de la cultura contemporánea. El capitalismo y el liberalismo constituyen las únicas
alternativas viables. Ser pragmáticos y realistas supone reconocer que no existe otra
alternativa.
El fin de la historia y el capitalismo como única posibilidad.
[Es preciso recordar que trato de desarrollar una reconstrucción modélica, con todo lo
que esta expresión tiene de aproximación, hipótesis e integración de matices y formas
distintas de manifestación. La tesis del fin de la historia es congruente con la
terminación de un capitalismo amenazado por la alternativa comunista. El fin de esta
amenaza ha supuesto la vigorosa afirmación del triunfo del liberalismo. Lo que de
ninguna manera significa ingenuidad y optimismo. La estrategia de los países centrales,
en especial el globalismo impulsado por los EE.UU en esta etapa de pos-guerra fría, es
sumamente cuidadosa y realista. Las administraciones Bush y Clinton se orientan hacia
un gobierno planetario o hacia una conducción policéntrica informal, con un nítido
liderazgo norteamericano.
Ana María Ezcurra aclara estos conceptos estratégicos y recuerda que las tesis de
Fukuyama no fueron bien recibidas en virtud de su excesivo optimismo.
«Por ende, los líderes estadounidenses no tienen un diagnóstico exitista o eufórico sobre
la cuestión mundial. Se cree que EE.UU venció en la guerra fría, pero que no se trataría
de una victoria final. De ahí que se dio una airada reacción adversa a Francis Fukuyama
que incluyó a intelectuales, dirigentes militares (como Colin Powell) y hasta mereció
comentarios indirectos del presidente Bush. ¿Por qué? Es que la proclama del fin de la
historia podía invitar a la complacencia, al triunfalismo y a una subestimación de las
amenazas en la post-guerra fría, en convergencia objetiva con el neoaislacionismo y
otros contestatarios, que negaban la perduración de peligros sustitutivos del soviético y
demandaban cortes radicales en el presupuesto militar. En suma, la gestión Bush logró
implantar en EE.UU (y también en la OTAN) su tesis acerca de la intrusión de riesgos
en la post-guerra fría.» (Ana María Ezcurra, 1994 a, 53)]
[«Mientras ocurra así no importa cuan próspera sea la sociedad, nunca habrá igualdad
de reconocimiento. El basurero puede ser diez veces más rico que cualquiera de ellos,
sin embargo, su dignidad nunca será reconocida en los mismo términos.» (Francis
Fukuyama. 1993, 15)]
Una postura similar es defendida por Grondona. También Grondona considera que el
derrumbe del comunismo y de los populismos latinoamericanos, anunciaron el triunfo
del liberalismo. Hemos entrado en la era del posliberalismo, donde el triunfo liberal no
puede permitir que esta doctrina se convierta en dogma. El liberalismo es esencialmente
heterodoxo. La ortodoxia conduce al dogma terminal y cuando éste se da, se agotan las
razones para la tolerancia del otro. Quien defiende un dogma terminal pretende que los
demás adopten la actitud de pensar como él. Quien posee la verdad absoluta, no tiene
por qué tolerar el error del otro. No es posible la democracia pluralista cuando se
defienden dogmas terminales (Mario Grondona, 1992).
En el mundo de nuestros días, hay una coincidencia casi unánime en cuanto al
reconocimiento del capitalismo como único sistema capaz de generar desarrollo
económico sostenido.
«...Cuba ya ha dejado de ser un foco de irradiación de ideas flamígeras para
transformarse en el museo de una utopía que hoy espera su lugar en algún rincón del
desván de la historia. Con los límites ya anotados, el diagnóstico de Fukuyama sobre la
victoria ideológica de la democracia capitalista está probando ser cierto (...). Para
alcanzar la eficacia en la equidad distributiva, hace falta ser eficaz en lo económico.»
(Mario Grondona, 1992, 104).
También, según Grondona, existe un lugar para la izquierda dentro del posliberalismo.
No fuera del sistema, sino integrada al mismo. Ayudando a corregir sus
disfuncionalidades. La izquierda debería prestar el servicio de ser profundamente
realista, desaliando a la derecha que hoy ha tomado las banderas de Marx al anunciar el
fin de la historia. La nueva izquierda tendría que movilizar a la sociedad en la lucha por
el medio ambiente. En este sentido, izquierdas y derechas se complementan
dialécticamente. (Mario Grondona, 1992, 108).
Si el anunciado fin de la historia es una tesis que se traduce en el triunfo del liberalismo
y del capitalismo, esto para nuestros países significa exclusión y marginación.
«Para nosotros, el capitalismo no es sueño a realizar, sino una pesadilla realizada.
(Pág.64)
Nuestro desafío no consiste en privatizar al Estado, sino en desprivatizarlo. Nuestros
estados han sido comprados, a precio de ganga, por los dueños de la tierra y los bancos
y todo lo demás. Y el mercado no es, para nosotros, más que una nave de piratas cuanto
más libre, peor.» (Eduardo Galeano, 1993, 252).
El anuncio optimista del fin de la historia no condice con nuestra realidad
latinoamericana, ni con la de los países del Tercer Mundo, ni con los pobres del Primer
Mundo. El lenguaje de los vencedores siempre es un lenguaje universal. Hablan en
nombre de toda la humanidad, para toda la humanidad. El Mundo del Tercio formula un
discurso considerado válido para los excluidos del Mundo de Los Dos Tercios.
Sin embargo, lo que para nosotros no murió es la posibilidad de soñar y realizar un
mundo de solidaridad, fraternidad y amor. La utopía se convierte en fuerza histórica. Es
un impulso y un sueño que se hace realidad en las múltiples búsquedas y luchas que en
nuestra América Latina damos para construir nuevos caminos alternativos. 1
Estos son, pues, algunos parámetros teóricos de una ética neoliberal. Á la vez la
interpretación que propongo a lo largo de este trabajo supone que las concepciones
neoliberales tienen una capacidad de penetración y de conformación de una determinada
identidad. Lo que nos lleva a considerar el tema de la ética del orden y de la
conformación de un modelo indentificatorio basado en la sumisión.
«Y hoy más que nunca es preciso soñar. Soñar juntos sueños que se desensueñen y en
material mortal encarnen, como decía, como quería, otro poeta. Peleando por ese
derecho, viven mis mejores amigos; y por él algunos han dado la vida. Este es mi
testimonio. ¿Confesión de un dinosaurio? Quizás. En todo caso, es el testimonio de
alguien que cree que la condición humana no esta condenada al egoísmo y a la obscena
cacería del dinero, y que el socialismo no murió porque todavía no era: que hoy es el
primer día de la larga vida que tiene por vivir » (Eduardo Galeano, 1993. 254).
(Pág.65)
[Norbert Lechner refiere sus análisis a los experimentos de Psicología Social realizados
por Moscovici y Ricateau. Cita las obras siguientes. Serge Moscovici (comp.).
Introducción a la Psicología Social. Barcelona, Ed. Planeta. 1975. Serge Moscovici,
Social Influence and social change. Londres- N. Y. Academic Press. 1976.
Reconstruye una situación a partir de la cual extrae conclusiones relativas a la
construcción del orden social por parte de una minoría. Se trata de una situación
simulada, en la cual se supone que un buque tiene a bordo una diversidad de pasajeros.
No existe proceso de socialización previa. El barco ofrece hamacas, cuyo número
alcanza sólo para un tercio de los pasajeros. En los primeros días los pasajeros se turnan
para ocupar las hamacas. No hay disputas y, pese al número reducido de hamacas, no se
nota escasez. La situación se modifica cuando, a raíz de un cambio de pasajeros, debido
a la escala en un puerto de determinado, los nuevos pasajeros se apropian de las
hamacas. A partir de allí se produce una serie de acciones mediante las cuales, los pocos
pasajeros ocupantes de hamacas, desarrollan una estrategia de defensa de su pretendida
propiedad. El ejemplo es tomado de Heinrich Popitz, Prozesse der Machtbildung,
Tubinga. Colección Recht und Staat. 362/63 (1968)]
De este modo, una minoría que actúa como mayoría puede lograr el conformismo de los
sectores mayoritarios de la sociedad. La violencia se vuelve difusa y omnipresente en
todos los ámbitos sociales. Pareciera no tener autor, sino ser un componente anónimo de
la vida cotidiana. La violencia adquiere así carácter de normalidad. Al no lograrse
develar las estructuras arbitrarias de la violencia, los procesos de aprendizaje, que
podrían permitir una transformación de las relaciones sociales, resultan bloqueados.
[Ver Norbert Lechner. 1986, 49-52. «El partido del orden (los propietarios) se basa en la
fuerza normativa de lo fáctico. Es a lo dado que debe referirse el razonamiento; incluso
una razón crítica trabaja sobre lo fáctico para descubrir las alternativas a partir de la
mala realidad. La ventaja de un discurso afirmativo de lo fáctico es que no tiene que
demostrar la factibilidad. El hecho por ser hecho es un éxito. El poder es exitoso porque
existe. La eficiencia de los propietarios nos remite a la realización de los objetivos y las
promesas implícitas a la praxis social; se mide respecto a la satisfacción de las
necesidades determinadas (manipuladas) por el mismo poder. La ventaja de los
propietarios radica pues en la falsa medición de lo que plantea como eficiencia: la
concordancia del éxito con lo fáctico» (Norbert Lechner, 1986, 71, nota 19)]
[«Lo decisivo es que, a través de este proceso de facto la relación de poder se desarrolla
como orden. Es lo que se conoce como el poder normativo de lo fáctico. La
determinación fáctica de la realidad es a la vez una determinación normativa. El poder
se realiza qua orden (...). Se trata de una coerción estructural que no suplanta la
coacción física directa (siempre presente como última ratio); la complementa como una
violencia institucionalizada (...). El poder no es solamente la coacción física; es también
y sobre todo el poder de la estructura social (...). El poder ordena. El poder no es un
hecho posterior al surgimiento del poder. El poder determina la realidad; la realidad del
poderes la realidad del orden. El poder transpira orden. El orden es la forma de
aparición del poder.» (Norbert Lechner. 1986, 55-6)]
El poder normativo de lo fáctico se refuerza a través de una estructuración del poder que
funciona como máquina del poder. En cuanto máquina, articula la violencia
institucionalizada con la energía que le proporcionan los propios sectores dominados. A
tales efectos se desarrollan diversos mecanismos de delegación y (Pág.75) transferencia
que consolidan el dispositivo de máquina de poder, tales como: los dominantes y los
dominados son sectores sustancialmente diferentes (leyenda de la inferioridad
intrínseca); cada uno cumple un papel en el orden, teniendo así un puesto y un lugar
asignados (leyenda de la igualdad funcional); el modo para que cada sector acceda a
bienes es comenzando desde abajo (leyenda de las oportunidades iguales).
La internalización de esta máquina del poder, lleva a que los propios excluidos
reproduzcan entre sí las relaciones de sometimiento y de exclusión. Se produce así la
dolorosa escenificación de la lucha entre los excluidos, precisamente cuando los
modelos neoliberales han alcanzado niveles inverosímiles de exclusión. El dispositivo
lo penetra todo y tiene una capacidad de omnipresencia. No es verdad que el excluido
no tiene nada que perder, salvo sus propias cadenas. Tiene mucho para perder; la
seguridad del orden, la certeza de no estar actuando contra la normalidad; el placer de la
dependencia y el placer de la dominación sobre sus propios compañeros de exclusión. Y
perder esto es sumamente doloroso.
Pero, además, los sectores privilegiados tienen una mayor capacidad de organización.
Saben que al ayudar al otro-propietario en la defensa de sus bienes, se están ayudando a
sí mismos. La ventaja de la cooperación proviene de las ventajas que pueden ofrecerse
mutuamente. En el caso de los dominados la situación es más compleja, puesto que la
denuncia del orden injusto no necesariamente supone unidad en torno a qué se entiende
por orden justo. El orden de los dominadores ya existe. El orden al que apuestan los
dominados es tan sólo una posibilidad. En segundo lugar, los sectores dominantes son
propietarios de bienes escasos ya adquiridos. Se trata de desarrollar estrategias de
defensa de lo que fácticamente existe. La situación de los dominados es también más
complicada, puesto que la solidaridad requiere niveles de exigencia mayor. En los
hechos supone enfrentarse a la difícil pregunta de cómo distribuir un recurso que no se
posee y que además es escaso. En tercer lugar, la legitimidad del orden se logra a través
del mutuo reconocimiento de la minoría dominante. Este reconocimiento es visible y se
concreta en la defensa de sus intereses. Esta legitimidad horizontal irradia por su
escenificación y se transforma en poder paralizante de los intentos contestatarios. La
normalidad se normativiza.
Aquí está la fuerza de la dominación, que no se quiebra tan fácilmente y que
reestructura la manera de querer, poder y saber. Lo instituido es fascinante, atrae,
conquista y castiga al que se aleja. Lo instituyente es amenazante, doloroso y arriesga el
desplazamiento hacia la marginalidad. En esto consiste lo que Norbert Lechner
acertadamente denomina la fascinación del orden. El orden tiene un poder de atracción
capaz de que los dominados encuentren gratificación en la dependencia, aún cuando
estén sufriendo exclusión. Quien se enfrenta al orden sufre la soledad, la persecución y
el abandono aún de sus compañeros de sufrimiento.
Tal es el grito desgarrador de los indígenas de Chiapas, que expresaron la primera
insurgencia de los excluidos en contra del orden neoliberal:
«Ahora nos quieren dejar solos hermanos. Quieren que nuestra muerte sea inútil;
quieren que nuestra sangre sea olvidada entre las piedras y el estiércol; quieren que
nuestra voz se apague; quieren que nuestro paso se vuelva otra vez lejano. No nos
abandonen hermanos; tomen nuestra sangre de alimento; llenen su corazón de ustedes y
de todos los hombres buenos de estas tierras, indígenas y no indígenas, hombres y
mujeres, ancianos y niños. No nos dejen solos. Que no todo sea en vano.» [Carta del
Ejercito Zapatista de Liberación Nacional al Consejo Guerrerense 500 años de
Resistencia Indígena (citado por Ana María Ezcurra, 1994, b)]
(Pág.76)
El orden es seguridad y produce seguridad. La seguridad nos sacude el miedo. Es
expresión de la compulsión a la repetición y, en tal sentido, excluye a lo nuevo, sobre
todo si la novedad significa su puesta en tela de juicio. El desorden en cambio (y la
construcción de alternativas supone necesariamente desorden) es arbitrario, sin normas,
sin nada previsible. El orden afirma, clasifica, regula, disciplina, controla, da solidez,
produce tranquilidad, ahorra búsquedas. El orden es determinabilidad en cuanto resulta
del predominio de lo que Castoriadis denomina la lógica conjuntista-identitaria. La
determinabilidad permite distinguir (legein), es decir, elegir, poner, reunir, contradecir.
Mientras que toda alternativa supone ruptura, el predominio total de la lógica
conjuntista-identitaria sobre el imaginario radical termina agotando el orden del ser. Lo
nuevo se deduce a partir de lo que es, pero así pierde su carácter de novedad. (Cornelius
Castoriadis, 1989, II, 99).
Un sujeto inmerso en un universo conjuntista-identitario no sólo no podría modificarlo,
sino que ni sabría que está inmerso. De ahí la radicalidad de todo proceso de cambio,
que supone conocer de otra manera, rompiendo este universo de inmersión (Cornelius
Castoriadis, 1994, 213-4).
El orden parece tener una seducción propia, en cuanto se presenta como encarnación de
la vida. Es vida enfrentada a la muerte. El orden es la positividad y se afirma como tal
frente al caos. Tiene la precariedad que caracteriza a la vida. Es un orden de finitud y de
contingencia. Por eso exige ser defendido. El desorden es infinito, absoluto; de ahí su
negatividad.
[«Fuera del orden no hay salvación; los cambios se hacen dentro del orden. E1 miedo a
la muerte: miedo al no-ser, a lo desconocido. Habría que asumir la finitud de la vida
para que la sobrevivencia deje de ser el fin último. Sólo quien acepta la muerte puede
oponerse al orden. Pero no puede construir un orden sin miedo a la muerte: la aspiración
anarquista.» (Norbert Lechner, 1986,59)]
Arriesgar la seguridad del orden supone un salto hacia la libertad. Ahora bien, ese salto
se vuelve muy difícil cuando no hay seguridad de éxito. Se vuelve más difícil aún
cuando muchas alternativas de cambio han fracasado rotundamente, o no son
suficientemente realizadas o son cooptadas o son derrotadas. Cada fracaso y cada
derrota, fortalece el escepticismo y el miedo. Pero también, cada renuncia a arriesgar
consolida el orden en cada uno de nosotros. Por esto la fuerza del orden se vuelve
imponente e incontenible. Por eso la conversión al orden se hace masiva en los
momentos actuales, donde vivimos una profunda crisis de civilización y de alternativas.
Recurriendo a la expresión de Castoriadis, si bien la lógica conjuntista -identitaria es
avasallante, también es verdad que vivimos una etapa histórica donde el magma de las
significaciones sociales no nos permite discernir aún con claridad los nuevos caminos.
Quien está inmerso en este magma de transformaciones, búsquedas y nuevas
significaciones no puede vislumbrar la novedad que se está gestando. Más que de
transición quizás estemos ante un proceso de ruptura histórica.
[Cornelius Castoriadis, 1989. II. 288. En tal sentido no me parece del todo acertado
hablar de una época de transición. Si nos encontramos en una verdadera crisis de
civilización, más bien hay que hablar de rupturas que de transiciones. En ciertos
trabajos de educación popular se ha introducido esta categoría de transición, que no me
parece del todo acertada para expresar la riqueza del quiebre histórico (Ver los trabajos
de Marco Raúl Mejía, 1993, 7-21; y de Mario Careés, 1994, 11)]
Las reflexiones y análisis últimos han destacado con fuerza el papel que juega la cultura
en la penetración de los modelos y concepciones neoliberales. Ellos mismos forman
parte de una atmósfera cultural que acompaña esta crisis de civilización.
Por tanto, me parece suficientemente demostrado que la cultura desempeña un papel
constitutivo, tanto en los procesos de legitimación del orden como en los procesos de
transformación.
No estoy entendiendo la cultura como los productos culturales. Estos sin lugar a dudas
forman parte de ella. Pero un enfoque reduccionista los ha identificado totalmente con la
cultura. Cuando hablo de cultura quiero referirme a una matriz generadora de los
comportamientos, hábitos, lenguajes, valores, relaciones sociales. La cultura es
constitutiva de los sujetos, de su diversidad y de su protagonismo o de su ratificación.
Los procesos de identificación, a los cuales hice referencia, tienen como trasfondo
permanente esta dimensión cultural.
[Resulta interesante que si bien desde un contexto teórico e histórico distinto, el filósofo
uruguayo Mario Sambarino incursiona en el tema de la identidad y la matriz cultural.
Corresponde aclarar que no se refiere a una identidad psico-social, sino a una estructura
generadora de comportamientos. El problema que este pensador aborda es el de la
posibilidad o no de una identidad latinoamericana, problema estrechamente vinculado
con el tema de la tradición y de la autenticidad. En su análisis excluye totalmente la
posibilidad de una interpretación ontológica o metafísica de la identidad. En tal sentido,
no es posible decir que exista un ser latinoamericano o una esencia de lo
latinoamericano. Las nulificaciones esencialistas provienen de una interpretación
centrada en el ser, a partir del cual sería posible derivar un orden del deber ser. Si se
plantea el problema en estos términos, se cae en el supuesto ilegítimo -ya criticado por
Hume- de que el orden del deber ser se deduce a partir de la facticidad.
Para Sambarino no es posible analizar el tema de la identidad prescindiendo de su
componente cultural. La identidad se encuentra estrechamente ligada a un orden
nomológico, es decir, a un sistema axiosignado donde se integran dimensiones
interpretativas, estimativas y normativas. La identidad latinoamericana es de
fundamento cultural. Ahora bien, el sistema cultural opera como mediador entre el
sistema y el medio. Lo natural y las circunstancias sólo actúan como condiciones, en
relación a las cuales la acción humana toma decisiones, de acuerdo a un sistema de
evaluaciones evaluables (un sistema axiológico móvil). La identidad se establece a
través del entrecruzamiento de identidades y de redes identificadoras (Mario Sambarino,
1980, 115-6). El abordaje cultural afecta también el tema de la autenticidad. En América
Latina su origen puede establecerse en la actitud del Conquistador, quien considera su
cultura cristiano-occidental como auténtica e invalida la autenticidad de la cultura
conquistada. De esta manera, la suya es una cultura verdadera y la otra una pseudo-
cultura. En el caso de ésta, se trata de una cultura sometida, cuya confianza en su
sistema se destruye (Ibíd. 223).
Interesa destacar que el autor sostiene una postura excéptica en cuanto a las
posibilidades de una fundamentación o justificación normativa. De modo tal que tan
sólo corresponde reconstruir los diversos ethos, en su estructura formal. Esta postura
teórica es calificada por el propio pensador como ethologísmo (Mario Sambarino, 1959,
290)
La lectura de las obras de Sambarino, impactan por su rigurosidad y originalidad. En
ellas el componente cultural ocupa un lugar más que relevante (en un estudio de
próxima publicación he abordado estos temas, referidos a la filosofía de Sambarino. Lo
normativo y lo factíco en Mario Sambarino. Una perspectiva para el análisis de la
cultura)]
La ofensiva neoliberal es tanto más fuerte cuanto más se vuelve normal. Su fuerza
radica en hacernos sentir y vivir que esa ética, esas normas y esas relaciones sociales
son parte de nuestra vida. Son nuestra propia vida. Cuando este proceso culmina el
neoliberalismo se fortifica. Ya no es un enemigo que está frente a nosotros. Somos
nosotros mismos. Su fuerza hegemónica parece diluirse, cuando en realidad se ha
consolidado. Por eso, el anuncio del fracaso de los modelos neoliberales, puede ser
peligroso e ilusorio. Quizás económicamente se los considere superados. Pero cuando
eso suceda ya habrán logrado el ajuste económico, político y social que buscaban, pero
sobre todo habrán logrado el ajuste de nosotros mismos. La gran batalla del
neoliberalismo se da en el campo que quizás más se descuida: el campo cultural.
[Leonardo Boff nos ofrece un panorama de las graves consecuencias de este supuesto
progreso de la humanidad. Recurriendo al informe del Worldwatch Institute, describe el
estado del mundo en los siguientes términos:
«Las estimaciones son espantosas, Entre 1500 y 1850, fue eliminada una especie cada
diez años. Entre l850 y 1950, una especie por año. En 1990 desaparecieron diez
especies por día. Alrededor del año 2000, desaparecerá una especie por hora. El proceso
de muerte se acelera cada vez más. Entre 1975 y el 2000, habrá desaparecido el 20% de
todas las especies de vida. (...) Por estos lados descubrimos las dimensiones de la crisis
global de nuestro sistema planetario. La Gaia (nombre que los griegos daban a la tierra,
entendida como un inmenso ser vivo) está enferma y herida. El ser humano,
especialmente a partir de la revolución industrial, se reveló como un ángel
exterminador, un verdadero satán de la tierra (...). Existe un peligro global. Se impone
una salvación global. Para hacerla posible, son necesarias una revolución global y una
liberación integral. La ecología quiere ser la respuesta a esta cuestión global de vida o
muerte. ¿Cómo practicar una ecología que preserve la creación natural y cultural en la
justicia, la solidaridad y la paz? (Leonardo Boff, 1993, 24-27)]
[Al escribir estas páginas, recordamos la experiencia de mayo de 1994, donde muchos
vivimos y participamos en el movimiento de la huelga universitaria, desarrollado en
Uruguay (a 26 años de un Mayo distinto, pero con el cual hay una relación de
continuidad: dar lugar a la imaginación y a la esperanza en la transformación). En esta
lucha, los estudiantes mostraron una expansión de la creatividad. A través de sus formas
de expresión mostraron a la opinión pública que lo lúdico y la creatividad son formas de
lucha. Una cierta cultura de la posmodernidad ha disociado la experiencia estética de la
movilización política. Por el contrario, los estudiantes anunciaron en formas concretas
su necesaria integración. Hay una postura estética que es también política. El impacto
de una Universidad cubierta de negro, es símbolo de la muerte y denuncia muy clara de
un modelo que ha elegido la muerte en relación a la vida. Las nuevas formas de hacer
política no suponen un abandono de la política. Para muchos, esto pareció
diversionismo: para otros, resultó incomprensible frente a los modos habituales de
movilización; otros vimos expresiones nuevas, válidas y convincentes de politización]
Sin embargo, la superación del sujeto hace inviable un proyecto emancipador, donde el
protagonismo de los sujetos es de vital importancia. No hay transformación sin
protagonismo de los sujetos. Hoy asistimos, en América Latina, no a la sepultura del
sujeto, sino a la expresión diversificada de sujetos plurales que comparten una situación
común: la opresión y la exclusión.
Es muy difícil -por no decir imposible- sostener la pertinencia de un ocaso del sujeto.
Más bien asistimos a una emergencia de los sujetos y a nuevas identidades culturales,
sociales y políticas. Baste pensar para ello en el protagonismo ya histórico del
movimiento de los trabajadores y en el protagonismo de nuevos movimientos sociales
(el movimiento ambientalista, el movimiento indígena, la lucha de la mujer, el
resurgimiento del movimiento estudiantil, los «sin tierra», el movimiento de ocupantes
y múltiples otros movimientos, expresiones de la vida y de la lucha contra la exclusión).
Creo que hablar de una filosofía «más allá» del sujeto puede significar una forma
ideológica de leer la realidad en una clave que inhabilitaría el protagonismo del sujeto
popular frente a la ofensiva neoliberal.
El segundo aspecto crítico que quiero relevar es la fragmentación del mundo de la vida
y de los proyectos políticos. Por momentos, la exaltación que la cultura de la
posmodernidad realiza de la comunicación conduce a una dispersión y fragmentación
del mundo de la vida en experiencias dispersas, en múltiples juegos de lenguaje con tan
sólo parecidos de familia, en una concepción de la filosofía como diversidad de
conversaciones y diálogos, en la fruición (goce) de la multiplicidad de momentos
estéticos. Se trata de una hermenéutica fragmentada y disuelta. Todos los intentos de
globalizar y sintetizar son adjudicados a la emergencia de un pensamiento metafísico.
De este (Pág.85) modo, el rechazo del totalitarismo y de las visiones absolutas conlleva
también el rechazo de las visiones globales y totalizantes. El mundo de la vida se diluye
en múltiples experiencias comunicativas y en microprocesos inarticulados e
inarticulables. Se trata de una exaltación del pensamiento disperso y de la dispersión de
la información.
[El análisis que propongo tiene una gran similitud con el elaborado por Jung Mo Sung
respecto a la posmodernidad, más allá que el autor se base en Lyotard y Baudrillard y en
mi caso lo hago preferentemente en relación a Gianni Vattimo.
«Los dos autores posmodernos que hemos visto no representan, desde luego, la
totalidad del movimiento posmoderno. No obstante, por el significado de sus nombres
en ese movimiento, muestran cómo la crítica de los posmodernos se da
fundamentalmente contra la modernidad de corte marxista. Eso porque ellos critican
básicamente los ideales de la modernidad (razón y emancipación) que inspiraron el
marxismo, pero que fueron abandonados por la burguesía en la medida en que el
neoliberalismo suplantó al liberalismo original.
En la lucha contra el racionalismo, Baudrillard como Lyotard, destruyen los valores
universales y se aproximan mucho al neoliberalismo y a Popper. Muestran una visión
bastante negativa de los socialistas y otros humanistas, tildándolos de ingenuos que
quieren construir el cielo en la tierra y que acaban produciendo el infierno. Es un
pesimismo optimista sacrificial, como lo es el pensamiento neoliberal. A partir de un
pesimismo antropológico, propagan un optimismo en un mundo humanizado, mediado
por el sufrimiento de los pobres excluidos del sistema y por el egoísmo de los
integrados en la sociedad. El secreto de ese pesimismo optimista, o del mundo
humanizado por la deshumanización, es la fe en el poder mágico del sistema de
mercado capaz, de ese milagro, sumada a la insensibilidad frente a los sufrimientos de
los seres humanos concretos.» (Jung Mo Sung. 1993, 78)]
CAPÍTULO II.
LA ÉTICA COMUNICATIVA EN EL CONTEXTO DEL CONFLICTO NORTE-
SUR.
Las Éticas Comunicativas o Éticas del Discurso encuentran sus más importantes
representantes en el pensamiento de Jürgen Habermas y de Karl-Otto Apel. El
pensamiento de ambos (quizás más aún el de Habermas) ha incursionado en diversos
terrenos que preocupan a la reflexión contemporánea: la Política, las Ciencias Sociales,
la Psicología (tanto el psicoanálisis como las psicologías de corte cognitivista) y
obviamente la Filosofía.
En el caso de Habermas, corresponde señalar que nos encontramos ante un pensador
que ha elaborado un diagnóstico del capitalismo contemporáneo, desde la perspectiva
del capitalismo de los países centrales (capitalismo tardío como él lo denomina), pero
que además ha construido un sistema de pensamiento de una envergadura
impresionante, siendo hoy en día un referente fundamental para cualquier tipo de teoría
social. En este sentido es un continuador fiel del proyecto de Teoría Crítica iniciado por
los miembros de la primera Escuela de Frankfurt (Benjamín, Adorno, Horkheimer,
Marcuse). Una línea de pensadores fecundos y rigurosos, profundamente preocupados
por la barbarie totalitaria del nazismo, por la insuficiencia del instrumental teórico de un
marxismo ortodoxo y determinista para analizar y dar respuestas a los nuevos
fenómenos históricos, por el desafío de una aproximación dialéctica entre los aportes de
Marx y los desarrollos del psicoanálisis de Freud (sin caer en las síntesis un tanto
simplificadoras del freudomarxismo); pero también críticos de un capitalismo
desarrollado sobre la base de la técnica, de la expansión de una racionalidad
instrumental y de su fuerza, a la vez destructiva y neutralizadora, frente a todo tipo de
resistencia.
Fiel a esta tradición, Habermas se muestra profundamente preocupado por el aporte de
las Ciencias Sociales en cuanto al análisis del capitalismo contemporáneo. Su
pensamiento muestra una evolución permanente, siendo un interlocutor constante de las
más diversas corrientes del pensamiento actual. Baste recordar en forma acotada su
crítica de la ciencia y de la tecnología y de la función ideológica que éstas cumplen, a
través del predominio del interés técnico sobre los intereses prácticos y emancipatorios.
En esta primera etapa su reflexión está profundamente marcada por la aproximación al
psicoanálisis en cuanto ciencia hermenéutica.
El estudio riguroso de la filosofía del lenguaje (el giro lingüístico, como se lo ha
denominado) lo aleja de estas preocupaciones iniciales y lo fue acercando a una teoría
de la acción, construida sobre la base de una racionalidad comunicativa. En esta etapa
(Pág.91) de su pensamiento influirá, (además de la filosofía del lenguaje), la psicología
social (Mead) y, en especial, la psicología cognitivista (Piaget, Kohlberg), así como
también el diagnóstico de Max Weber y su teoría de la racionalidad. El desarrollo de su
reflexión lo perfila como un pensador que se aleja de sus antecesores de la primera
Escuela de Frankfurt, sin perder la preocupación por formular una Teoría Crítica de la
sociedad.
[Al final de su voluminosa obra, Teoría de la Acción Comunicativa (2 volúmenes),
Habermas expone sucintamente las tareas actuales de una Teoría Crítica, en
contraposición con los temas centrales de la primera Escuela de Frankfurt.
«Una teoría de la modernización capitalista que se valga de los medios de una teoría de
la acción comunicativa se atiene, empero, íntegramente al modelo de Marx en un
aspecto distinto. Se comporta críticamente, lo mismo frente a las ciencias sociales
contemporáneas que frente a la realidad social que esas ciencias tratan de aprehender.
Se comporta críticamente frente a la realidad de las sociedades desarrolladas en la
medida en que éstas no hacen uso del potencial de aprendizaje del que culturalmente
disponen y se entregan a un descontrolado aumento de la complejidad. Como si de un
poder cuasi-natural se tratara, la complejidad sistémica se enseñorea en ellas, como
hemos visto, de un patrimonio no regenerable; no solamente desgasta las formas
tradicionales de la vida, sino que ataca la infraestructura comunicativa incluso de
mundos de la vida profundamente racionalizados.» (Jürgen Habermas, 1990 a, 529).
A partir de este acotamiento de la tarea de una Teoría Crítica, pasa a analizar algunos de
los temas que concitaron la atención de la primera generación de Frankfurt, asimilando
los aspectos compartibles y replanteando nuevas dimensiones en el abordaje de esos
temas desde la perspectiva de una teoría de la acción comunicativa. Los temas señalados
por Habermas son: las formas de integración de las sociedades postliberales; la
socialización en la familia y el desarrollo del yo; los medios de comunicación y la
cultura de masas; la psicología social de la protesta paralizada y acallada; la teoría del
arte; la crítica del positivismo y de la ciencia (Habermas. 1990 a. 534-64).
Una Teoría Crítica, no sólo debe asimilar los procesos de aprendizaje, sino que debe
recuperar el potencial de los desaprendizajes que hemos realizado en el curso de
nuestros procesos de aprendizaje. Buscando desaprender, la Teoría Crítica puede
comprender críticamente su entorno social, permaneciendo abierta a la autocrítica.
«Los procesos de desaprendizaje sólo pueden aprenderse desde una crítica a las
deformaciones que se fundan en la utilización selectiva de un potencial de racionalidad
y entendimiento que otrora fuera accesible, pero que ahora yace sepultado.»(Habermas,
1990 a, 568)]
Mientras Habermas elabora una teoría de la acción que asume la racionalidad y sus
deformaciones en el capitalismo de los países centrales, Apel se muestra más
preocupado por el desafío de una macroética en la era de las ciencias, a partir de las
consecuencias desvastadoras provenientes de la destrucción del medioambiente. Esa
preocupación lo muestra más abierto a las situaciones de injusticia y de exclusión que se
sufren en la periferia del sistema. Aquí radica -en la búsqueda de una macroética- su
escucha dialógica ante los desafíos teóricos y prácticos de una filosofía latinoamericana
de la liberación.
Obviamente que en las reflexiones que siguen debo circunscribirme tan sólo a los
aspectos éticos, arriesgando ciertas simplificaciones. Corresponde, además, explicitar el
por qué del recurso a las éticas comunicativas, después de haber sistematizado (Pág.93)
-en líneas generales- los soportes éticos del neoliberalismo. Aquí debo hacer algunas
precisiones.
La primera, es aclarar que el neoliberalismo no es una preocupación de las éticas
comunicativas precisamente en cuanto, como más adelante podrá verse, la dificultad de
dichas éticas radica precisamente en su incapacidad por captar el componente histórico
de las situaciones de desequilibrio y exclusión que vivimos en el Mundo de los Dos
Tercios.
La segunda precisión se refiere a la incidencia que tal perspectiva ética ha tenido y tiene
en corrientes del pensamiento latinoamericano. En forma similar a la influencia que
tuvo la Teoría Crítica de la primera generación de Frankfurt en el origen de múltiples
aportes teóricos latinoamericanos (especialmente en la década de los 60 y 70), también
creo que, directa o indirectamente, la Ética Comunicativa incide en planteos actuales
que postulan una democracia fundada en el consenso y en un mercado regulado por una
intervención acotada del Estado y de los actores sociales. Desde esta perspectiva, la
ética comunicativa es inspiradora de formulaciones éticas que pretenden proponerse
como, alternativas democráticas a los modelos neoliberales que postulan la libertad
absoluta del mercado.
En tercer lugar porque -más allá de las criticas que oportunamente desarrollaré-
entiendo que existen muchos aportes valiosos por parte de la Ética Comunicativa. La
afirmación de una racionalidad comunicativa ya constituye un insumo teórico relevante
frente a la absolutización del mercado y a la desintegración de todo vínculo solidario.
Esto no significa trasladar las perspectivas de análisis a nuestro contexto
latinoamericano, sino tener la capacidad de repensarlas dialécticamente desde nuestras
luchas, y desde nuestro intento colectivo por elaborar un pensamiento alternativo.
Descarto totalmente la idea de una ética latinoamericana que en forma simplificadora
considera que todo insumo teórico proveniente del Norte tiene necesariamente un
componente ideológico. La ética latinoamericana, en cuanto forma parte de una
reflexión racional y crítica, tiene pretensiones de universalidad, vinculándose
necesariamente con el pensamiento filosófico mundial.
[Ver al respecto Thomas McCarthy, 1987, 447-9. Resulta muy importante la crítica
llevada a cabo por Wittgenstein contra la posibilidad de un pensamiento privado, sobre
la base de la mediación de un lenguaje comunicativo. Con la aceptación del paradigma
cartesiano basado en la existencia de estados mentales en solitario, se ha introducido
subepticiamente un modo filosófico de plantear y resolver los problemas:
« ¿Cómo se llega al problema filosófico de los procesos mentales y del conductismo? El
primer paso pasa totalmente desapercibido. ¡Hablamos de procesos y estados y dejamos
indeterminada su naturaleza! Quizás alguna vez lleguémos a saber más sobre ellos -
pensamos. Pero justamente con ello nos hemos atado a un determinado modo de
considerar las cosas...El paso decisivo en el truco del prestidigitador se ha dado y
precisamente el que nos parecía inocente.» Hablando específicamente de estados
mentales que se experimentan en solitario y que luego se exhiben a otros (por ejemplo,
el dolor expresado a otros), afirma: «Esta exhibición privada es una ilusión.»
(Wittgenstein, 1988, 308-309)]
[Ver Habermas, 1989 c, 454. «...por acción comunicativa entiendo una interacción
simbólicamente mediada. Se orienta por normas obligatorias que definen expectativas
recíprocas de comportamiento y que tienen que ser entendidas y reconocidas al menos
por dos sujetos agentes. Las normas sociales vienen corroboradas por sanciones. Su
contenido semántico se objetiva en expresiones simbólicas y sólo es accesible a la
comunicación en el medio del lenguaje ordinario. Mientras que la eficacia de reglas
técnicas y de estrategias depende de la validez de enunciados empíricamente verdaderos
o analíticamente correctos, la validez de las normas sociales viene asegurada, por un
reconocimiento intersubjetivo fundado en el entendimiento o en un consenso
valorativo.» (Habermas. 1989 c, 27)]
[Es preciso considerar -según Austin- el acto lingüístico total. En cuanto tal, el acto de
lenguaje es el acto de decir algo (acto locucionario); pero es también la acción de llevar
a cabo un acto al decir algo, como cosa diferente de realizar el acto de decir algo (acto
ilocucionario); y por último, se orienta a producir ciertos efectos y consecuencias sobre
un determinado auditorio o interlocutor (acto perlocucionario). (John Austin, 1971,138-
45). «La verdad o falsedad de un enunciado no depende únicamente del significado de
las palabras, sino también del tipo de actos que, al emitirlas, estamos realizando y de las
circunstancias en que lo realizamos.» (John Austin.1971, 192)]
La categoría básica que orienta las investigaciones de John Searle es la de acto de habla.
La unidad de la comunicación lingüística no es ni el símbolo, ni la palabra, ni la
oración, sino más bien la emisión de un símbolo, de una palabra o de una oración. La
emisión de una palabra u oración bajo ciertas condiciones constituye un acto de habla.
El carácter realizativo del lenguaje desmiente la tesis de que los enunciados (Pág.97)
descriptivos excluyen enunciados de carácter valorativo. Por el contrario, según John
Searle, el lenguaje se encuentra acribillado de ejemplos en contrario, pues nos
encontramos con enunciados imperativos, interrogativos, desiderativos, etc. Incluso la
verificación de la validez de un argumento ya supone de por sí un carácter evaluativo.
Los hechos morales son de carácter institucional (tal es el caso de la promesa),
constituidos por determinadas reglas que permiten la derivación del deber ser a partir
del ser (John Searle, 1980, 26, 178-201).
En acuerdo con esto, Habermas sostiene que todo agente que actúe comunicativamente
tiene que entablar en la ejecución de cualquier acto de habla determinadas pretensiones
de validez en el sentido de: estarse expresando inteligiblemente; estar dando a entender
algo; estar dándose a entender; y entenderse con los demás. (Habermas, 1989 a, 351-
432).
El análisis de lenguaje en cuanto realizativo ha encontrado un aporte sugerente en el
Wittgenstein de las Investigaciones Filosóficas. Para este filósofo, no puede hablarse del
lenguaje o de una estructura común del lenguaje, sino de los juegos del lenguaje que
tienen entre sí parecidos de familia. Dichos juegos de lenguaje se encuentran ligados a
formas de vida distintos. Imaginar, pues, un juego de lenguaje equivale a imaginar una
forma de vida.
[«Podemos imaginarnos también que todo el proceso del uso de palabras (...) es uno de
esos juegos por medio de los cuales aprenden los niños su lengua materna. Llamaré a
estos juegos de lenguaje y hablaré a veces de un lenguaje primitivo como un juego de
lenguaje (...). Llamaré también juego de lenguaje al todo formado por el lenguaje y las
acciones con las que está entretejido.» (L. Wiltgenstein, 1988, 7).
«En vez de indicar algo que sea común a todo lo que llamamos lenguaje, digo que no
hay nada en absoluto común a estos fenómenos por lo cual empleamos la misma palabra
para todos, sino que están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes. Y a
causa de este parentesco, o de estos parentescos, los llamamos a todos lenguaje (...). El
resultado de este examen reza así: Vemos una complicada red de parecidos que se
superponen y entrecruzan. Parecidos a gran escala y de detalle.
No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión parecidos de familia
(...). Y diré: los juegos componen una familia.» (L. Wittgenstein, 1988, 65-67)]
Como todos los juegos, el lenguaje supone reglas constitutivas. Ahora bien,
Wittgenstein sostiene que las reglas y los juegos no pueden emplearse y jugarse en
forma solítaria, sino que necesariamente requieren la intervención de otros sujetos. Una
regla supone una cierta permanencia al ser adoptado por un sujeto como base para la
orientación de su acción. Con la finalidad de determinar si alguien se desvía de la regla
o adapta su comportamiento a la misma, se requiere de la intervención de -al menos- un
segundo sujeto quien, al compartir dicha regla, puede problematizar o aprobar el
comportamiento del otro, así como también someter el suyo a discusión. En resumidas
cuentas, el mismo concepto de regla implica sujetos actuando competentemente en
forma intercomunicativa (Habermas, 1989 c, 63).
[«Por tanto, seguir la regla es una práctica. Y creer seguir la regla no es seguir la regla.
Y por tanto, no se puede seguir privadamente la regla, porque de lo contrario creer
seguir la regla sería lo mismo que seguir la regla.» (L.Wittgenstein, 202). Esto va unido
a la imposibilidad de pensar en un lenguaje privado, en solitario.
«Pero, ¿sería también imaginable un lenguaje en el que uno pudiera anotar o expresar
sus vivencias internas -sus sentimientos, estados de ánimo, etc- para su uso propio? ¿Es
que no podemos hacerlo en nuestro lenguaje ordinario? Pero no es esto lo que quiero
decir. Las palabras de ese lenguaje deben referirse a lo que sólo puede ser conocido por
el hablante, a sus sensaciones inmediatas, privadas. Otro no puede, por tanto, entender
ese lenguaje. ¿Cómo se refieren las palabras a las sensaciones? (...). Pero, ¿cómo se
establece la conexión del nombre con lo nombrado? (...) ¿Cómo aprende un hombre el
significado de los nombres de sensaciones? Por ejemplo, de la palabra dolor (...). Un
niño se ha lastimado y grita; luego los adultos le hablan y le enseñan exclamaciones y
más tarde oraciones. Ellos le enseñan al niño una nueva conducta de dolor.» (L.
Wittgenstein, 1988,243-4)]
El modelo del lenguaje comprendido sobre la base del modelo de las reglas de juego,
permite entender adecuadamente que quien participa en el lenguaje no puede tener una
actitud neutral o de mero observador. La única actitud que corresponde a los sujetos
competentes es la de participar en el juego del lenguaje. Al hablar, ya estamos
participando intersubjetivamente en la constitución de significados y en la coordinación
de acciones. No hay una evidencia accesible a una conciencia solitaria. Toda evidencia
está necesariamente mediada por interpretaciones y éstas requieren de reglas de
lenguaje. Ahora bien, puesto que las reglas son constitutivas del lenguaje, no es correcto
afirmar que la finalidad del lenguaje es entenderse. En el concepto mismo de
entendimiento está implicada la categoría lenguaje. (Habermas, 1989 c, 69).
Estas consideraciones me parece que ayudan a entender por qué, al integrar el giro
linguístico-pragmático, la Ética Comunicativa entiende que está colaborando en la
emergencia de un nuevo paradigma. Ya no se trata de una conciencia que, en solitario,
decide cuales son las normas que deben orientar su acción. No estamos ante un
imperativo que se revela a un sujeto trascendental que busca universalizarlo en máximas
que sean compartidas por la humanidad. Todas estas figuras responden al paradigma
solipsista. Más bien, estamos ante sujetos que dialógicamente, en virtud de la mediación
del lenguaje, desempeñan competentemente la coordinación en la acción social,
problematizando y siendo problematizados.
Esto, a mi entender, significa un avance sustantivo en el enfoque de la acción social. A
ella no accedemos desde concepciones valorativas ya asumidas privadamente (Pág.99) y
proyectadas luego en el intercambio social. Por lo contrario, somos seres esencialmente
sociales y dialógicos y estamos dispuestos a someter racional y competentemente
nuestras creencias a un intercambio con los demás. Sin dudas, la ética que aquí se está
afirmando rechaza las categorías absolutas. Por ello resulta comprensible que Hayek
sustente que la pretensión de introducción de la racionalidad en el mecanismo
autoregulado del mercado sea expresión de arrogancia. Sucede que la ética neoliberal no
acepta la dialogicidad de la normatividad. Más bien es una ética monológica, cerrada en
sí misma, adherente a los criterios sistémicos del mercado. El mercado no es un sistema
comunicativo, sino un sistema competitivo.
En forma coherente, Habermas sostiene que las categorías de dinero (mercado) y poder
(estado), son medios deslingüistizados en tanto no pueden aceptar una regulación
diológica. En tal sentido, las éticas comunicativas intentan ser una respuesta frente a la
irracionalidad contemporánea que -tanto para Apel como para Habermas- se expresa en
el modelo complementario del decisionismo/cientificismo, en las posturas del
escepticismo radical y en la nueva emergencia del nihilismo en las corrientes
posmodernistas.
[«Por tanto, con respecto a las ciencias humanas interpretativas (incluida la filosofía),
no basta indicar con Popper y en contra de la filosofía analítica, que los datos relevantes
solo se constituyen como datos a la luz de teorías (no neutrales normativa ni
metódicamente); según Popper, estas afirmaciones son también adecuadas para los
datos que la ciencia natural establece con independencia de toda valoración. Debemos
señalar además que los así llamados datos mismos, en el caso de las ciencias humanas,
están caracterizados por seguir normas subjetivamente; lo cual significa que
primariamente -con la única reserva del ulterior distanciamiento y neutralización- deben
constituirse a partir de un enfoque, a la vez, comunicativo y autoreflexivo es decir, un
enfoque precisamente hermenéutico.» (Apel, 1985 a, II, 365-6)]
Para Apel, este sistema ideológico liberal vigente en occidente, se complementa con el
sistema de integración que rige en el marxismo ortodoxo. Dicho marxismo entiende que
la distinción entre la esfera de la vida pública y la privada, así como la distinción entre
la racionalidad científica y ética, son síntomas de una situación de alienación.
Sin embargo, la integración dialéctica que permite superar la alienación, queda
socavada por exigencias de un determinismo histórico, donde el deber ser se encuentra
definido por el sentido inexorable de la historia. Con lo cual, la posibilidad de una
justificación ética también desaparece.
«Más bien parece ahora posible una super-ciencia determinista-dialéctica de la marcha
necesaria de la historia que, a través de la integración de la problemática ética en la
racionalidad dialéctica del socialismo científico, podría hacer parecer el propio
planteamiento ético como superado (...). Popper ha llamado a esto futurismo ético y
visto en ello, en mi opinión con razón, una corrupción de la conciencia ética.» (Apel,
1986, 121-2).
Las decisiones éticas escapan al libre acuerdo de los afectados, encontrando en el
partido la instancia de representación y decisión. Las decisiones ético-políticas ingresan
en el terreno político y son consideradas cuestiones de Estado. Las decisiones morales
de los individuos son orientadas por los intereses públicos de la razón de Estado y a la
vez quedan restringidas a la esfera de lo privado.
Con la articulación del liberalismo occidental y el marxismo dogmático, se produce el
bloqueo de la razón ético- práctica (Apel, 1986, 123).
La crítica al escéptico ocupa varios textos y páginas de los escritos tanto de Apel, como
de Habermas. Tiene que ver con el alcance teórico del escepticismo, pero sobre todo, a
mi modo de ver, con las repercusiones históricas de posturas excépticas que invalidan
un discurso racional referido a la ética. Si toda ética es válida, puesto que ninguna puede
alcanzar una justificación racional, entonces todo vale (anything goes) y también vale
cualquier sistema de convivencia.
Ahora bien, el escéptico consecuente, para sustentar su posición debe entrar en un
discurso argumentativo. Al hacerlo ya está reconociendo como válida una presupuesta
racionalidad, así como también la posibilidad de que sus posiciones sean discutidas por
otros, lo que supone necesariamente un reconocimiento de la capacidad argumentativa
del otro. Esto no sería posible si, en el propio discurso argumentativo, el escéptico no se
autoreconoce a sí mismo y no reconoce a los demás. Pero, entonces, el escéptico
dispuesto a argumentar, necesariamente ha aceptado varias proposiciones que ponen en
discusión su propia postura excéptica: la validez de la racionalidad, (Pág.104) la validez
de considerar sus argumentos y los argumentos de los otros, el autoreconocimiento y el
reconocimiento de los participantes en el discurso.
Como complemento funcional de esta ética débil resurge, una vez más en la historia, la
alternativa pragmática que convoca a una ética inteligente basada en la razón instruida,
en el imperativo de la razón más que en el del corazón; una ética que renuncia a los
intentos de justificación y fundamentación; una ética dispuesta a (Pág.106) favorecer las
soluciones de compromiso. Se trata de la ética realista, sorda frente a los clamores del
sufrimiento y la exclusión. (Gilles Lipovetsky, 1994, 9-20).
Frente a la crítica radical de los no menos radicales planteos de la irracionalidad y del
escepticismo, no podemos sino compartir esta tarea teórica y práctica, en momentos en
los cuales -como ya lo señalé con anterioridad- se privilegian los múltiples juegos del
lenguaje y donde todo resulta válido.
Sin embargo, las éticas comunicativas en cierto sentido justifican demasiado y en otro
justifican demasiado poco. Justifican demasiado, puesto que a partir de la contradicción
performativa se extraen conclusiones que superan en exceso la propia contradicción;
esto me parece claro en el caso de Apel. Por otro lado justifican poco en relación a las
exigencias de nuestro contexto. La racionalidad procedimental las conduce a un
discurso de carácter tan abstracto y formal que inhabilita extraer consecuencias claras
para los graves problemas que preocupan a los latinoamericanos.
[Ver Apel, 1991 b, 94-5. «En efecto, según Rorty, se puede desarrollar una teoría del yo
humano que esté en consonancia con las instituciones que se admiren. Sin embargo, en
este caso, no se justifican las instituciones por referencia a los presupuestos más
fundamentales, sino más bien lo contrario: se coloca la política en el primer lugar y se
diseña una filosofía que se ajuste a ella. Aquí ya me cuesta mucho no hacer el siguiente
comentario: aproximadamente eso es lo que hicieron de hecho ciertos filósofos durante
el tercer Reich.» (Apel, 1991 b, 97).
Apel narra un debate tenido con Rorty: «...su respuesta definitiva (la de Rorty) a la
pregunta por los fundamentos de la moral decía algo así como lo que sigue: It's just
common sense, I am just an American, we have just to persuade the others that our way
is the right one. Entonces le pregunté, algo consternado Could I also símply say: I am
just a German. It's just common sense. Con esto quise decir que el common sense era lo
que entre nosotros y durante el Tercer Reich se llamaba sano sentir del pueblo.» (Apel,
1991 b, 102)]
[«In emphasizing the fact that the problem which confront liberalism also confront other
rival traditions I must take care to point out that success indealing with these shared
problems does not provide such traditions with a neutral standard in terms of which
their respective achievements can be measured. Some problems are indeed shared. But
what importance each particular problem has varies from tradition to tradition, as so do
the efects of failing to arrive a solution. Moreover, what counts as a satisfactory solution
are to be evaluated also differ radically from tradition to tradition. Thus once again any
hope of discovering tradition-independent satandards of judgement turns out to be
illusory» (Alasdair Maclntyre, 19S8, 348).
(Pág.109)
Whose Justice? Which Rationality? (Justicia, ¿de quién? ¿Cuál racionalidad?), según
Apel es un título que encierra una contradicción en sus propios términos: por un lado,
no existen una racionalidad y una justicia de alcance universal; por otro, esta afirmación
sólo se puede hacer recurriendo a la instancia universal de la razón. Con lo cual nos
encontramos ante una contradicción performativa. (Apel, 1994 a, 25).
Para Apel el problema filosófico de alcance mundial es el pasaje de una moral
convencional (una moral basada en la ley y en el orden, que en el caso de la experiencia
alemana sirvió de fundamento al dominio inmoral de Hitler y a la solución final a la
cuestión judía) hacia una moral posconvencional, es decir, una moral crítica que busca
establecer una justificación racional de normas y de derechos humanos. Sólo a luz de
esta problemática es posible un aprendizaje adecuado de la catástrofe nazi, evitando un
retorno a las eticas de la irracionalidad y del historicismo.
[Apel cita un pasaje del teó1ogo Dietrich Bonhoeffer, quien apela a la resistencia contra
una moral irresponsable de la obediencia debida en relación al régimen nazi:
«Nosotros los alemanes hemos tenido que aprender en una larga historia la necesidad y
la fuerza de la obediencia (...).Pero tuvo que demostrarse que a los alemanes les falta
aún un conocimiento básico decisivo: el de la acción responsable y libre también frente
al deber y a la órdenes.» (Dietrich Bonheoffer, Widerstand und Ergebung. Briefe und
Aufzeichnungen aus der Haft, citado en Apel, 1991 b, l16)]
Con esto quiero destacar una intuición de alcance político y teórico que se encuentra en
la inspiración misma del pensamiento de Apel. Podría formularse como un esfuerzo de
construcción de un pensamiento y de una moral postconvencional que permita evitar el
retorno al autoritarismo y a los totalitarismos de toda clase. Esto no es posible si no se
asegura una fundamentación racional de las cuestiones éticas que permitan una moral de
alcance universal. En este punto, creo que exista una preocupación compartida entre las
éticas comunicativas y la filosofía latinoamericana de la liberación. Preocupación que se
traduce en un esfuerzo teórico riguroso en ambas, por consolidar las bases
argumentativas de una ética responsable, crítica y de alcance universalista. Además de
ser un desafío teórico es un compromiso práctico por construir una sociedad donde la
irracionalidad no se constituya en un parámetro único. Tanto Europa, como América
Latina, hemos sufrido y sufrimos las consecuencias de dictaduras y de totalitarismos
que han destruido la vida, que han exigido una moral de la ley y del orden, que
requieren la sumisión y que pretenden ahogar toda potencialidad crítica y la edificación
de una ética madura y responsable.
[Consecuente con esto, Apel mantiene una postura crítica frente a Hayek, aún
reconociendo que ha expresado lo que muchos piensan pero quizás no dicen.
«Aquí me parece que el premio Nobel de Economía Friedrich von Hayek hace valer
más bien la ratio estratégica de los países industriales occidentales. De acuerdo con
informaciones periodísticas, habría expresado la recomendación de que, en caso de una
aguda crisis de recursos, habría que dejar librados a la muerte por hambre a los pueblos
del Tercer Mundo que no supieran autoayudarse (probablemente con esto sólo ha dicho
en voz alta lo que piensan muchos ciudadanos de los países industriales ricos cuando se
enfrentan con la alternativa de una eventual reducción de sus niveles de vida).» (Apel,
1986, 39)]
[Apel critica aquí aquellas posturas que no aceptan una fundamentación última (a mi
entender, es el caso también de Habermas, quien sustenta un cierto falibilismo si bien en
términos restringidos). En especial, su polémica es con Hans Albert y con KarI Popper,
ambos exponentes de corrientes racionalistas. Según Popper el racionalismo
constructivista se fundamenta últimamente en una decisión, a partir de la cual, quien
opta por la razón, procede con criterios estrictos de racionalidad. Esta postura es
también compartida por Hans Albert, quien considera que todo intento de
fundamentación última racional conduce a un trilema (denominado trilema de
Münchhausen). O bien, el intento de fundamentación consiste en derivar enunciados a
partir de otros enunciados, produciéndose un regreso al infinito. O tiene que presuponer
los enunciados que es preciso fundamentar, con lo que se crea un círculo lógico. O es
necesario interrumpir el intento de fundamentación adoptando determinados enunciados
como premisas, convertidos de esa forma en dogmas. (Apel, 1986, 127). La tesis de la
imposibilidad de una fundamentación última conduce a que Popper sostenga que el
racionalismo supone una decisión pre-racional, un acto de fe, que posee una cualidad
moral.
Ahora bien, en esta forma de argumentar se está necesariamente aceptando un principio
de racionalidad, como condición de la propia argumentación frente a otro. Lo contrario
significaría caer en una contradicción performativa, es decir, negar lo que se está
suponiendo como condición de lo que se dice. (Ver al respecto Apel 1985 b, 16; 1986,
154-5; 1991 a, 128-137. Y Habermas, 1985 a, 101-5). Puede verse también la
interesante polémica de Hans Albert con el teólogo Hans Küng. Esté último trata de
superar el trilema arriba mencionado buscando un camino entre el dogmatismo acrítico
irracional y un racionalismo crítico irracionalmente fundamentado: la vía de la
racionalidad crítica. (Hans Albert. 1982,41-5)]
[«La misma ciencia que ocasiona una ética de la responsabilidad parece, como modelo
absoluto de la racionalidad, demostrar la imposibilidad de una ética racional de la
responsabilidad.» (Apel, 1985 b, 15)]
[Apel, 1985 b, 17-8. En otro trabajo Apel formula la siguiente tesis heurística:
«Todos los presupuestos de la argumentación que cumplen la condición de que no
pueden ser discutidos por ningún oponente sin una real autocontradicción y no pueden
ser demostrados lógicamente sin petitio principii, deben ser tematizados en una última y
autofundamentación filosófica -es decir, pragmático-trascendental- de la filosofía. Es
decir, en tanto implicaciones del a priori de la argumentación detrás del cual ya no es
posible preguntar más, constituyen el fundamento pragmático-trascendental de todo
argumento.» (Apel, 1986.155)]
Entre las presuposiciones de la argumentación seria, está haber aceptado ya una norma
fundamental en el sentido de las reglas de comunicación de una comunidad ideal e
ilimitada de argumentación. Las normas de cooperación en el discurso argumentativo
son obligatorias incondicionalmente. Son, sin embargo, normas formales de la
cooperación discursiva.
Estas normas procedimentales permiten resolver auténticos problemas del mundo de la
vida sin recurrir a la violencia. Una solución pacífica de conflictos es posible sólo si se
mantiene la comunicación entre los hombres, orientada a un entendimiento y
distanciada del comportamiento estratégico. Las reglas ideales de la argumentación, en
una ilimitada comunidad de comunicación de personas que se reconocen
recíprocamente como iguales, representan condiciones normativas de la posibilidad de
formación de consensos. En la práctica es preciso aspirar a la elaboración de tales
consensos. Por tanto, el discurso argumentativo supone el reconocimiento de las
personas como interlocutores virtuales, no pudiendo renunciarse a ningún interlocutor y
a ninguna de sus aportaciones virtuales. Esta fundamentación de la ética en términos
trascendentales, da lugar a lo que Apel denomina la parte A de la ética. [Al respecto,
puede consultarse Apel 1985 a, 380; 1985 b, 25; 1986, 161]
(Pág.114)
Las normas ideales del discurso son apropiadas para suministrar un modelo (paradigma)
de un procedimiento moralmente obligatorio para el arreglo interpersonal de cuestiones
de importancia moral. Proponen un modelo de fundamentación, no normas de carácter
material. Quienes participan de un discurso argumentativo sólo pueden alcanzar una
solución de problemas argumentativamente apta para lograr un consenso. Se reconocen
como personas que poseen los mismos derechos de representar argumentativamente
intereses. Esto supone reconocer el principio ético de la igualdad de derechos de todos
los participantes en la argumentación. Este principio ético presupuesto en forma
pragmático trascendental en todo discurso argumentativo, no está condicionado a
situaciones empíricas, sino que es inherente a los discursos de argumentación en cuanto
tales. Tiene, por tanto, un carácter categórico y no puramente hipotético.
[Apel, 1985b, 30. «Con respecto a la argumentación, en tanto que filósofos, no podemos
renunciar a nuestra voluntad de argumentar. Por ello, la voluntad de argumentar no está
empíricamente condicionada, sino que es condición trascendental de posibilidad de toda
discusión sobre condiciones empíricas aceptadas hipotéticamente. En la medida en que
admitimos que nuestra discusión sobre fundamentos debe tener sentido
incondicionalmente -es decir, sin tener en cuenta condiciones empíricas- podemos
denominar incondicionada o categórica a la norma moral fundamental, implícita en la
voluntad de argumentación.» (Apel, 1985 a, 394)]
De esta manera, Apel intenta una reformulación del imperativo categórico kantiano, en
términos de universalidad:
«Obra sólo según aquella máxima que te ponga en condiciones, ya sea de tomar parte en
la fundamentación discursiva de aquellas normas cuyas consecuencias para todos los
afectados serían aptas para lograr un consenso, ya sea de decidir, solo o en colaboración
con otros, según el espíritu de los posibles resultados del discurso práctico ideal.»
(Apel, 1985 b, 30).
[Aún cuando la fundamentación de la ética por parte de Apel se sitúa en las éticas
procedimentales de inspiración kantiana, corresponde señalar la distancia respecto al
imperativo como factum de la razón práctica, en el caso de Kant. La diferencia radical
entre ambos se sitúa en el plano del paradigma de racionalidad. Para Apel, la
fundamentación se da en el marco de una racionalidad comunicativa e intersubjetiva. En
el caso de Kant, el principio trascendental del «yo pienso» no tiene alcance
intersubjetivo. Forma parte de una racionalidad solipsista. Con la afirmación del reino
de los fines lo que hace Kant es realizar un recurso metafísico que trata de sustituir los
déficits de su fundamentación ética. La ética del discurso, por el contrario encuentra en
la argumentación pública las condiciones normativas de posibilidad de un discurso
argumentativo. El factum de la razón cambia completamente su significado:
«El evidente factum de la razón reside justamente en que al aceptar o reconocer como
argumentadores la razón comunicativa en tanto que racionalidad discursiva, ya hemos
reconocido o aceptado la validez de la ley moral en la forma del principio discursivo.»
(Apel, 1992, 22)]
(Pág.115)
El discurso práctico se caracteriza por el principio de universalización de las
pretensiones normativas de validez, en la medida en que busca el consenso de todos los
afectados. Esto supone el difícil problema de tener en cuenta, en la comunidad concreta
de argumentación, las pretensiones virtuales de, los no-participantes pero afectados. Y
Apel cita, a modo de ejemplo: las de los ciudadanos representados en una democracia;
los intereses no tenidos en cuenta de los miembros de los Estados subprivilegiados; las
de los menores incapaces; las de los aún no nacidos (es el caso del aborto); las de las
futuras generaciones. Quienes pertenecen a una clase o raza oprimida cuentan con un
privilegio moral a priori frente a los privilegiados socialmente. Tienen derecho a que se
los considere con criterios de igualdad. (Apel, 1985 a, 405; 1986, 172).
La fundamentación del principio regulativo de la moral está fuera de discusión, ya que
desconocerlo significaría caer en una contradicción performativa que se da en el mismo
hecho en que se entra en un discurso argumentativo en torno a normas morales. Por otra
parte, el falibilismo entendido en un sentido universal cae en contradicción, puesto que
sustenta con carácter universal la afirmación del propio falibilismo, siendo éste un
enunciado que escapa al alcance del criterio falibilista.
Que se haya alcanzado una fundamentación ética de carácter absoluto de ninguna
manera significa que las normas adquieran un alcance también absoluto. Por el
contrario, las normas situacionales establecidas en virtud del principio procedimental
tienen un carácter necesariamente falible. Lo que sólo puede comprenderse si se tiene
presente que el discurso argumentativo supone una anticipación por contraposición de
condiciones ideales de comunicación, en tanto separa la racionalidad estratégica de la
racionalidad discursiva. Los participantes reales se encuentran, sin embargo, expuestos
a la tensión conflictiva entre sus intereses de autoafirmación y el principio ético de
regulación consensual de los conflictos de intereses. De ahí que Apel utilice, en otras
oportunidades el términos «contrafácticamente anticipada», refiriéndose al ideal
regulativo de la comunidad de comunicación, anticipado pero no realizado en la
situación histórica.
[Apel, 1992, 23. «Los argumentantes que, como tales, han aceptado necesariamente las
reglas del discurso y con ellas las normas de una comunidad ideal de argumentación,
saben a la vez, sin embargo, que siguen siendo miembros reales de una comunidad real
de comunicación, y que, por consiguiente, se han limitado a anticipar por contraposición
la existencia de las presuposiciones ideales postuladas.» (Apel.1985 b, 28)]
[Es importante no confundir el postulado de universalidad (U) del postulado (D) que es
presupuesto procedimental de la ética discursiva.
Según el postulado (U) una norma polémica es válida, «...cuando todos pueden aceptar
libremente las consecuencias y efectos colaterales que se producirán previsiblemente del
cumplimiento general de una norma polémica para la satisfacción de los intereses de
cada uno» (Habermas, 1985a, 116).
Según el postulado (D) de la ética discursiva, «...únicamente puede aspirar a validez
aquellas normas que consiguen (o pueden conseguir) la aprobación de todos los
participantes en cuanto participantes de un discurso práctico.» (Habermas, 1985 a, l 17)]
[Es preciso distinguir con claridad una estrategia meramente ilusoria y omnipotente y
una estrategia de colaboración múltiple:
«La estrategia ilusoria parte del hecho de que todos deberían adquirir por sí mismos el
saber específico requerido en cada caso y tomar parte inmediatamente en la formación
de consenso acerca de las posibles consecuencias de las acciones y de las normas de las
acciones (...).
La otra estrategia (...) tiene como punto de partida la siguiente suposición: en la
formación de consenso referido inmediatamente a algo específico, todo particular debe
participar según la medida de su respectiva competencia; pero además él, como
ciudadano mayor de edad -según la medida de su competencia y su fuerza disponible-
tiene que participar en la formación de consenso acerca de la distribución de las tareas
(...).» (Apel, 1985 b, 36)]
«Se trata, por una parte, de la colaboración con aquellas ciencias naturales y sociales
susceptibles de proporcionar un conocimiento de orientación pronóstica relevante (...).
Por la otra, se trata de reconstruir, con ayuda de las ciencias sociales e históricas
(Pág.118) empírico-reconstructivas (interno-hermenéuticas y externo-explicativas), la
situación histórica concreta a la que debe vincularse una aplicación políticamente
responsable, en el sentido más amplio, de la ética del discurso.» (Apel, 1992, 31).
Distribución de tareas y cooperación en la solución de las situaciones específicas no
significa delegar en los expertos la toma de las decisiones. En referencia a la ciencia, en
tanto ciudadanos todos somos responsables de las consecuencias. En varios pasajes, sin
embargo, Apel destaca e insiste en la responsabilidad del político en relación a las
situaciones históricas (Apel, 1985 a, 405).
En tales situaciones el conflicto entre una ética de la actitud y una ética de la
responsabilidad se verifica siempre que las condiciones sociales no están dadas para la
aplicación de un determinado principio normativo. Para Apel, el progreso de un Estado
de derecho radica en que instaura las condiciones para la aplicación de una ética
comunicativamente sustentada. Aún así, es preciso reconocer que ningún Estado de
derecho funciona en forma tan perfecta de permitir el desarrollo de tal ética.
[En este punto Apel también critica el principio habermasiano de universalización (U),
en cuanto por tener un carácter excesivamente abstracto, no permite la resolución
normativa en las situaciones históricas, que son concretas. (Apel, 1992, 39-40)]
Las condiciones de realización de una ética del discurso no están dadas todavía, con lo
cual sigue planteado el problema de la responsabilidad histórica de dicha ética respecto
a su aplicación. Precisamente, este es un punto crucial de la discusión contemporánea.
Para los comunitaristas e incluso para distintas corrientes posmodernistas ya no tiene
sentido hablar de una aplicación de principios universales, puesto que se trata de realzar
la contingencia normativa de las situaciones históricas. Los comunitaristas afirman, con
una fuerza particular, la vigencia de tradiciones que resultan ser inconmensurables entre
sí, quedando tan sólo lugar para compartir las virtudes en el espacio de las
comunidades, pero nunca en el espacio de las sociedades.
Para Apel, el hecho de que las condiciones de aplicabilidad de una ética discursiva no
estén dadas, no puede significar poner en cuestión el principio normativo de
fundamentación. Significa más bien, la necesidad de articular en forma responsable la
disposición a resolver los conflictos de intereses en forma discursivo-consensual con el
recurso a acciones estratégicas adecuadas con una ética del discurso ideal. (Apel, 1992,
43) [Para Apel no es posible renunciar a la mentira e incluso a la violencia en el caso de
la confrontación con un criminal o con una organización como la Gestapo. Sin embargo,
esto que Apel considera como situaciones casi excepcionales, resultan ser situaciones
normales para quienes sufren la violencia institucionalizada en un modo tal de ser
excluidos, no sólo de los discursos comunicativos, sino del mismo derecho a la vida.
Ahora bien, en esta situación se encuentra la mayoría de la humanidad, a la que Apel a
veces se refiere en un tono un tanto marginal. Si la ética comunicativa asumiera la
perspectiva de los oprimidos, constataría que no se trata de aplicación de una ética de la
comunidad de comunicación ideal, sino de crear estratégicamente las condiciones para
que los hombres y mujeres puedan vivir y amarse, estableciendo así la posibilidad de un
discurso comunicativo.
Mientras que una ética del discurso se muestra preocupada por el punto de vista de la
imparcialidad, la ética de la liberación plantea el problema de la exclusión como
problema ético central. La universalidad no se alcanza mediante la aplicación, sino a
través de la lucha de los oprimidos. «The demands of the oppressed, of those beyond the
system, breaks the veil of the pretend universality of concrete society. The irruption of
the poor unmasks the factual consensus in its ideológical character: The monological
universalisation (...) is broken concretely by the liberating praxis of the oppressed. In
the perspective of the ethics of liberation, the process towards succeeding universality is
not a process like an approximation to an ideal. The oppressed irrupt into the system
and open it to a more extensivo totality where will be new poors who will fight against
the limits of the real society again. The vehicle on the way to succeeding universality is
not only the practical discourse but also the liberating praxis of the oppressed.» (Hans
Schelkshorn, 1991, 103)]
De acuerdo con esto, Apel formula en forma aproximativa una máxima de aplicación en
las situaciones históricas conflictivas:
(Pág.119)
«Todo dependería evidentemente, tanto de la exigencia de evitar un riesgo demasiado
grande para la seguridad como de tener en cuenta por otra parte el postulado de la
modificación a largo plazo de las relaciones en el sentido de la creación de posibilidades
de discursos libres de violencia para la solución de los conflictos. Para una ética política
de la responsabilidad resulta de ello la máxima: tanto recurso a procedimientos
estratégicos (por ejemplo amenaza de revancha y semejantes) como sea necesario,
tantos esfuerzos en el sentido de apoyo previo en mecanismos consenso-discursivos de
solución de conflictos (por ejemplo, medidas generadoras de confianza), como sea
posible.» (Apel, 1985 b, 50).
En las situaciones históricas concretas debe apuntarse a superar la distancia entre las
condiciones fácticas y las condiciones de comunicación ideal ya anticipadas en
contraposición a lo meramente fáctico. De esto resulta el principio regulativo de una
ética política de la responsabilidad. Este principio exige la obligación, para los
participantes reales de un discurso en situaciones conflictivas, de modificar aquellas
relaciones que producen la distancia entre las condiciones ideales de la comunicación y
las condiciones reales de comunicación. Se trata de un principio referido a la mediación
entre pensar y actuar de manera comunicativa y pensar y actuar de manera estratégica.
Lo que supone, en el largo plazo la modificación de las relaciones políticas.
Lo que presupone guiarse por dos principios regulativos: asegurar la supervivencia del
género humano como comunidad real de comunicación e intentar realizar la comunidad
ideal en la real. Esto es inseparable de una estrategia de emancipación en el largo plazo.
La realización de la comunidad ideal de comunicación en la real implica la superación
de la sociedad clasista y la eliminación de todas las formas de asimetría y de
dominación, para situar en su lugar una comunidad dialógica.
[«¿No se ha errado de entrada el camino hacia la cuestión acerca del obrar y de la vida
moralmente rectos cuando uno, como es el caso de Kant, se concentra o se detiene en el
fenómeno del deber, o del carácter obligatorio de los mandatos, y se orienta con esto a
un problema que está desconectado de todas las situaciones concretas de la vida, de las
relaciones interpersonales y de las identidades de los sujetos; cuando uno se concentra
justamente en la cuestión de los fundamentos de la validez de las máximas del obrar?»
(Habermas, 1991 c, 190)]
[«Toda moral autónoma tiene que resolver, al mismo tiempo, dos tareas: al reivindicar
un trato igual, y con ello un respeto equivalente por la dignidad de cada uno, hace valer
la inviolabilidad de los individuos en la sociedad; y en cuanto exige la solidaridad por
parte de los individuos, en cuanto miembros de una comunidad en la cual se han
socializado, protege las relaciones intersubjetivas de reconocimiento recíproco. La
justicia se refiere a la igualdad de la libertad de los individuos que se determinan a sí
mismos y que son irreemplazables, mientras que la solidaridad se refiere al bien, o a la
felicidad de los compañeros, hermanados en una forma de vida intersubjetivamente
compartida, y de este modo también a la preservación de la integridad de esa forma de
vida. Las normas morales no pueden proteger lo uno sin lo otro, es decir: no pueden
proteger la igualdad de derechos y las libertades de los individuos sin el bien del
prójimo y de la comunidad a la que éstos pertenecen.» (Habermas, 1991 c, 198)]
Por otra parte, la solidaridad es constitutiva del propio discurso argumentativo, que ha
superado una racionalidad egocéntrica, articulando la autonomía de los individuos con
la incorporación originaria a formas de vida intersubjetivamente compartidas. Necesita
de la justicia, es decir, de los criterios que permiten que los iguales sean tratados como
iguales. El planteo de Habermas acerca más la ética comunicativa a las cuestiones de la
vida concreta. Sin embargo, no parece ofrecer criterios más claros en relación a qué
significa un comportamiento guiado por la justicia y cuales podrían ser las bases de una
teoría de la justicia en cuanto afectada por las situaciones reales en las que los sujetos se
encuentran inmersos en la injusticia y la exclusión. Parece ser que estos aspectos
históricos escapan a la consideración de una ética discursiva.
[El planteo teórico de Habermas recibe críticas desde distintos ángulos. Apel se
pregunta cual es la estrategia más adecuada para fundamentar una ciencia
reconstructiva: si el recurso a una fundamentación pragmático trascendental o el recurso
al mundo de la vida. Obviamente no ve como adecuada a esta última, en la medida en
que no ofrece un fundamento seguro. Ahora bien, el recurso al mundo de la vida como
escena de las acciones comunicativas es propia de la estrategia de Habermas. En última
instancia, el argumento de Habermas contra el escéptico, recurriendo al mundo de la
vida, no es suficiente para su refutación:
«Pour celui qui, au niveau de la post-Aufklärung de la remise en question sceptique
radicale et de l'exigence d'une fondation rationnelle, pose la question pourquoi au juste
me faut-il être moral? (c'est-a-dire: pourquoi prendre la corresponsabilité des
conséquences des activités collectives de la société industrialisée et non vivre selón la
devise en quoi cela me concernet-il en l'occurrence: apres moi le deluge!) pour luí,
l'allusion la moralité incontournable du monde vécu n'est nullement una réponse digne
de ce nom. Car notre questionneur saura aussi en prendre a son aise avec cette mórale
conçue sans le critere décisif de la mórale post-conventionelle, s'il ne sait repondré a la
délicate-question de la fondation rationelle de la mórale.» (Apel, 1990, 48-9).
Desde otro punto de vista, Honneth señala -creo que muy correctamente- la
insuficiencia de una ética del discurso en relación al ejercicio concreto de la justicia
social, que debe tener criterios indispensables para definir una justicia con contenido
material.
«La ética discursiva hace un uso sin convicción de los contenidos normativos de los
presupuestos dialógicos, sobre los que se asienta toda su pretensión; ellos ofrecen el
fundamento cuasi-trascendental para la justificación de un procedimiento discursivo,
pero no para el enjuiciamiento de los condicionamientos sociales de este procedimiento.
Por el contrario, si esto sucediera, ya no se podría mantener por más tiempo el
neutralismo de la teoría de la justicia que afirma Habermas; ello exigiría distinguir
normativamente también aquellos condicionamientos sociales que posibilitan por
principio el establecimiento de discursos libres de coerción desde su infraestructura
institucional y su autocomprensión cultural. La ética discursiva no podría hacer
depender por más tiempo todos los contenidos de los discursos reales, sino que debería
incluir necesariamente en el catálogo de sus propias normas de acción aquellas normas
de justicia que determinan las condiciones para la posibilitación de tales discursos.»
(Honneth, 1991, 169).
Con acierto Honneth apunta a las condiciones de posibilidad de los discursos
comunicativos, que no podrían darse en situaciones históricas donde rigen parámetros
de injusticia institucionalizados. Con esto se aproxima a las exigencias de una ética de
la liberación.
Ahora bien, mi duda es si esto es posible en el marco de una ética discursiva. Soy
bastante escéptico en relación a esta posibilidad, sobre la base de una ética construida en
forma procedimental kantiana, desde el contexto de los países centrales y con un recurso
abstracto a las ciencias sociales (más bien se las nombra, pero no se las utiliza, al menos
en su versión crítica). Las éticas comunicativas hablan de solidaridad, pero no la
asumen en un contexto de opción por los oprimidos.
«Both the corresponsability of Apel and Habermas's concept of solidarity presupposite
that we must only conserve and extend the social tie of the real community of
argumentation in the light of the ideal universality (the aspect of emancipation). The
ethics of liberation develops its concept of responsability in a situation where the social
tie is torn, where human communication ís interrupted (...).But the praxis of solidarity
and the function of actions oriented to understanding changes in the context of
domination. Solidarity turns to partiality for the oppressed. Partiallity means that the
legitimacy of claims is anticipated because it cannot be proofed consensually in the
situation of domination.» (Hans Schelkshorn. 1991, 105)]
(Pág.123)
[Las patologías de la comunicación han sido estudiadas por Habermas con especial
referencia al ámbito familiar, tratándose de un espacio de interacción social con una
finalidad de cooperación y comunicación (Ver Habermas, 1989 e, 193-229)]
[«El resultado de ello es una violencia estructural que, sin hacerse manifiesta como tal,
se apodera de la forma de la intersubjetividad del entendimiento posible. La violencia
estructural se ejerce a través de una restricción sistemática de la comunicación.»
(Habermas, 1990 a, II, 264).
Para Haberlas, la primera Escuela de Frankfurt desarrolla una dialéctica negativa sin dar
cuenta en su totalidad del diagnóstico de las sociedades contemporáneas.
«Horkheimer y Adorno ni pueden hacer suyo el contenido sistemático del diagnóstico
weberiano de nuestro tiempo, ni tampoco aprovecharlo en la perspectiva de una ciencia
social, porque:
- no toman suficientemente en serio las investigaciones de Weber sobre la
racionalización de las imágenes del mundo y sobre el sentido propio de la modernidad
cultural, y porque además se comportan acríticamente:
- tanto frente a Marx, al seguir ateniéndose a los supuestos fundamentales de la teoría
del valor como núcleo de una ortodoxia apenas disimulada, cerrándose así a las
realidades del capitalismo desarrollado, el cual se basa en una pacificación del conflicto
de clases por el Estado social;
- como frente a Weber, al seguir ateniéndose al modelo de la racionalidad con arreglo a
fines, cosa que les impide convertir la crítica de la razón instrumental en una crítica de
la razón funcionalista.» (Habermas, 1990 a, II, 472).
Aquí está en discusión la teoría del valor de Marx. Ahora bien, en la medida en que se
abstrae del valor de uso, el mercado prescinde de las consecuencias que acarrean sus
decisiones en torno a la vida o muerte del sujeto humano. La reflexión habermasiana, al
abandonar la teoría del valor o al cuestionarla seriamente, no puede dar cuenta de la
vida en cuanto a las necesidades para vivir, aún cuando insista en el mundo de la vida
como escenario de acciones comunicativas. (Franz Hinkelammert, 1993 b, 5)]
(Pág.126)
Empero, esta penetración del mundo de la vida por parte del sistema no significa
incapacidad de respuesta desde el mundo de la vida. Si bien, en el capitalismo
contemporáneo el conflicto de clases ha sido institucionalizado, esto no supone una
paralización de los potenciales de protesta. Sólo que, según Habermas, la protesta no se
da en torno a los problemas de distribución. Los nuevos conflictos surgen más bien en
los ámbitos de la reproducción cultural, de la integración social y de la socialización. Se
trata de la defensa de las formas de vida amenazadas o del surgimiento de nuevas
formas de vida. Es así que se plantea un conjunto de temas que son nuevos en la nueva
manera de hacer política: los problemas de la calidad de vida, de la igualdad de
derechos, de la participación, de los derechos humanos. De acuerdo con Habermas, para
ubicar los actores de este tipo de protesta no tenemos que recurrir ni a los movimientos
burgueses de emancipación, ni a las luchas del movimiento obrero organizado, sino más
bien es necesario localizarlos en el movimiento antinuclear, en el ecologista, en el
pacifista, en el movimiento ciudadano, en los movimientos juveniles, en los
autonómicos, en las minorías, en el movimiento feminista. Se trata de un espectro
amplio y complejo que expresa la resistencia del mundo de la vida contra las tendencias
a su colonización (Habermas, 1990 a, II, 554-62).
Los nuevos conflictos surgen, pues, en la confrontación entre el sistema y el mundo de
la vida, conduciendo en ciertos casos a la formación de contrainstituciones que el
mundo de la vida desarrolla para poner límite a la dinámica de los sistemas económico
(mercado-dinero) y político-administrativo (Estado-poder). Es así que los movimientos
sociales se caracterizan por su potencial de ser movimientos por la vida y contra la
colonización del sistema.
Según Habermas, este conflicto entre el sistema y el mundo de la vida se encuentra
expresado por Marx como la contraposición entre el reino de la necesidad y el reino de
la libertad. Marx ha interpretado la revolución como el triunfo sobre el reino de la
necesidad, asignando a la crítica teórica la tarea de desencantar el trabajo abstracto,
encubierto bajo la forma de mercancía. La tarea de la vanguardia obrera consistiría en
movilizar al trabajo vivo contra el trabajo muerto. Sin embargo, Marx habría sucumbido
a las tentaciones hegelianas de la idea de totalidad, por una parte, y a la simplificación
de los conflictos de clase derivados exclusivamente de la contradicción entre el capital y
el trabajo. De modo tal que, en el caso de las sociedades capitalistas interpreta la
relación entre economía y estado bajo la forma simplificadora de base y estructura.
(Pág.127)
Este planteo de Habermas referido a las patologías del mundo de la vida inducidas
sistémicamente, conduce a una cierta disociación entre la racionalidad comunicativa y el
poder como medio de control. De este modo, todo daría a entender que, según
Habermas, deberían desarrollarse nuevas formas del quehacer político, disociadas del
ejercicio del poder. El poder es siempre un medio sistémico y no un espacio de acciones
comunicativas. Las nuevas formas del quehacer político se expresarían a través del
accionar de los nuevos movimientos sociales, en cuanto, movimientos del mundo de la
vida. Queda por verse hasta donde estos movimientos pueden afectar en algo el medio
de control del poder. Parece, entonces, que esta nueva manera de hacer política no
afecta sustancialmente las decisiones políticas de la sociedad. La democracia radical -de
la cual hablará Habermas- supondría una expansión del mundo de la vida, pero no una
modificación del subsistema político. De alguna manera, la visión de Habermas frente al
sistema resulta un tanto pesimista, puesto que no es posible modificarlo ni en sus
estructuras económicas ni en su esfera del ejercicio de la política. Lo público no
afectaría lo político. Lo cual está mostrando un problema más de fondo en Habermas: la
dificultad de articular la racionalidad comunicativa con la racionalidad estratégica.
A mi entender, las acciones estratégicas son necesarias para generar condiciones que
permitan desarrollos razonables de un mundo de acciones comunicativas. Estas, a su
vez, requieren el recurso a acciones estratégicas. La racionalidad comunicativa no puede
disociarse de la racionalidad estratégica, a riesgo de caer en la ingenuidad de una esfera
pública que no afecta lo político.
[En tal sentido proceden los análisis críticos de Pablo da Silveira, quien señala que en el
pensamiento de Habermas existen dos serias limitaciones: una excesiva reducción de la
política al poder y de la economía al dinero; y la ausencia de alternativas para los
actores sociales frente a un sistema autonomizado.
«En este sentido, el retorno habermasiano a la relevancia de lo público, en las páginas
finales de la Theoríe des kommunikativen Handelns, no alcanza para cubrir la distancia
que se ha abierto. Si la política sólo necesita justificarse como subsistema y no como
impulso civilizatorio, las posibilidades de control por parte de una opinión pública
advertida son relativamente estrechas. En efecto, la opinión pública sólo puede moverse
dentro de los límites cada vez más reducidos del entendimiento posible, mientras que la
lógica del poder permanece siempre fuera de ellos. El análisis de Habermas debería
conducir, así a un pronóstico catastrofista acerca del futuro de la política. O más bien a
su reactualización, porque ya en los años sesenta y setenta Habermas se sumó a quienes
firmaban el acta de defunción de la política, presentándola como una víctima ilustre del
desarrollo de las ciencias sociales y de la social philosophy. La política había dejado de
ser una praxis para convertirse en un techné. Es claro, sin embargo, que aquel
pronóstico no se cumplió, ni desde el punto de vista de la práctica política ni desde el
punto de vista del debate teórico. Y ahora vuelve a ocurrir que, cuando Habermas
reduce la política al disciplinamiento, asistimos precisamente a la crisis de este
paradigma.» (Pablo da Silveira, 1993, 35). El autor cita, al respecto una crítica de
Jeffrey relativa a la dificultad habermasiana de articular racionalidad comunicativa y
racionalidad estratégica:
«There is a negative side to Habermas's communication theory because he also uses it,
ironically, to reduce me scope of rationality: first by eliminating understanding from
strategic action and second by idealizing understanding in an impractical way.» (cit.en
Pablo da Silveira, 1993,41)]
(Pág.128)
[Creo que aquí radica otra diferencia con Habermas, al menos en el plano de la
institucionalización de los discursos prácticos. Mientras, como se ha visto, Habermas
insiste en la importancia de una democracia radical, sin descender a una
institucionalidad concreta y mostrándose más sensible a las dimensiones políticas de la
ética comunicativa, Apel (aún cuando insiste en la ética de la responsabilidad) se
mantiene más bien en un plano filosófico abstracto. Cuando hace referencias a
situaciones o instituciones específicas, destaca la importancia de las convenciones y
acuerdos internacionales. Sin negar la importancia de estos ámbitos de negociación,
parece importante señalar que resultaría ingenuo apostar a los misinos como avances de
la idea regulativa de comunidad de comunicación ideal. Por otra parte, las convenciones
internacionales no pueden desprenderse de la fuerza estratégica y movilizadora de los
movimientos sociales que pugnan por el avance de las ideas regulativas de justicia,
igualdad y derechos humanos. En América Latina, los movimientos de liberación
nacional no se han negado a establecer negociaciones que permitieran superar etapas de
lucha violenta. Tal ha sido el caso de Frente Sandinista, al impulsar la realización de
elecciones democráticas; tal el caso del Frente de Liberación Farabundo Martí; tal el
caso de algunos movimientos colombianos; tal es el sentido que dieron a su lucha los
integrantes del EZLN en su declaración de la Selva Lacandona. Al menos en la periferia
del sistema, no son posibles instancias de negociación si no es a partir de la lucha y de
la fuerza. Sucede que Apel insiste en el Estado de Derecho pero no ve la violencia
institucionalizada en nuestras democracias. Esto me parece un serio límite para la
formulación de la ética discursiva en el plano histórico.
Por otra parte, cuando Apel habla de estos movimientos latinoamericanos lo hace con
un dejo de acusación en cuanto los considera violentistas, trasladando a ellos la figura
de un marxismo ortodoxo y desconociendo nuestra realidad.
En esta línea de reflexión se sitúa el análisis llevado adelante por Javier Muguerza. Si
bien, simplificando un tanto el pensamiento de Apel, destaca su idealismo en
confrontación con las democracias reales, en las cuales predomina más el conflicto y el
disenso, que los acuerdos idealmente logrados.
«En las sociedades que conocemos, dominadas como lo están por el conflicto más bien
que presididas por ningún género de consenso argumentativo, aquellos acuerdos son
frecuentemente pactados en situaciones en las que el argumento de la fuerza se
impondría sobre la fuerza de los argumentos, lo que los convierte, no ya en
insatisfáctorios, sino en inaceptables para quienes hayan de cargar con la peor parte en
los pactos. Pero dado que los conflictos reales rara vez se resuelven por medio de
consensos ideales y no siempre podemos resolverlos mediante los que no lo son, lo que
aquellas situaciones conflictivas contribuyen a poner de relieve es la nada desdeñable
importancia del disenso de los individuos para la vida democrática y -aunque
comunmente no sea reconocido así- también para la ética comunicativa que pretende
fundamentarla filosóficamente. (...) Un excesivo énfasis en la visión consensual de la
democracia podría hacerla incurrir involuntariamente en los bien conocidos desenfoques
de ciertas manifestaciones de la sociología y la teoría política de talante conservador. En
esta última eventualidad, la proverbial aficción de algunos de sus cultivadores a
embellecer la cruda realidad con idealizadas suposiciones que -más que a la utopía-
conducen a un tópos, pero hyperouránios, vendría a desempeñar a su pesar una muy
determinada función ideológica de maquillaje o enmascaramiento, no por indeseada
menos eficaz.»(Javier Muguerza, 1991, 162-3)]
(Pág.134)
Racionalidad y resistencia.
[Cortina formula diferencias entre Apel y Habermas. Señalo tan sólo la referida a la
pragmática. Habermas habla de pragmática universal y Apel de pragmática
trascendental; la diferencia es conceptual más que terminológica. Para Habermas los
resultados de la reflexión filosófica son falibles, o sea, hipótesis comprobables
empíricamente. Se trata de una comprobación empírica, donde adquiere relevancia la
psicología social, como terreno de comprobación de la teoría de la acción comunicativa.
Apel considera que los enunciados no son falibles, porque han sido sometidos al
procedimiento de la contradicción perfomativa. Lo que equivale a sostener que los
presupuestos pragmático-trascendentales son irrebasables, aunque autocorregibles.
(Adela Cortina, 1991 a, 12). Al respecto K. O. Apel afirma:
«...Habermas a toujours rejeté comme impossible et mutile l'exigence d'une fondation
ultime, valable a priori, de la prétention philosophique a la validité des énoncés
universels-pragmatiques relatifs aux présupposés nécessaires de la discussion
argumentée.» (Apel, 1990 a, l1).
«Il a de ce fait, malgré d'apparentes restrictions, accepté le principe non restreint et,
partant, applicable a lui-meme, du fallibilisme, principe adopté par les jeunes
poppériens.» (Apel, 1990a, 12).
«Or comment Habermas peut-il, avec les présupposés antifondamentalistes que je viens
d'esquisser, maintenir ses prétentions fondatrices, normatives-universalistes et, en fin de
compte, éthiques, euégard aux conditions de possibilité d'une théorie critique?» (Apel,
1990 a, 13).
«Mais la fondation a laquelle je viens de taire allusion-fondation pragmatico-
transcendantale partant de l'autoréflexion de la discussion argumentée en tant que
indépassable -cette fondation ne se confond pas avec la référence habermassienne aux
rapports, démontrables au plan de l'analyse descriptive du langage, de la
commnunication du monde vécu (...). Mais a ce niveau de la TAC, en tant que théorie
reconstructrice empiriquement vérifiable, il n'est pas possible de montrer que celui qui
fait appel a une stratégie ouverte et joue la carte du rapport du force (...) aurait deja
reconnu, dand 1' usage qu'il fait du langage, le parasitisme de la position du forcé visa
vis de l'entente mutuelle argumentative sur des prétentions a la validité. Cela, on ne peut
le montrer (c'est a diré: le saisir réflexivement) qu'a la condition d'une argumentation,
c'est-á-dire a la condition de trouver qui a raison.»(Apel, 1990 a, 46)]
(Pág.137)
La perspectiva teórica de Habermas ha sido retomada por autores latinoamericanos en el
sentido de búsqueda de alternativas frente al neoliberalismo.
Para Jorge Vergara la teoría de la acción comunicativa resulta ser una perspectiva fértil
para nuestro contexto.
«Nos parece que una vía de exploración que puede resultar fructífera en cuanto a
enfrentar la crisis, reside en las posibilidades de desarrollo de la racionalidad
comunicativa en los científicos sociales y filósofos de nuestro continente (...). La
concepción de la racionalidad comunicativa asume como punto de partida el fracaso de
los intentos fundamenialistas en filosofía y, a la vez, la crisis de los grandes paradigmas
científico-sociales, producto del propio desarrollo del conocimiento científico y de las
sociedades. Reconoce la validez de la crítica de los principios del discurso teórico
precedente: el eurocentrismo, la idea del progreso, los intentos de fundar teorías sociales
en antropología, etc. Sin embargo, no extrae consecuencias escépticas de dicho
reconocimiento. La teoría de la racionalidad comunicativa diferencia claramente entre la
crítica al racionalismo, a la cual ha hecho contribuciones importantes, de la crítica
radical de la razón que niega sus posibilidades de alcanzar conocimientos con
pretensiones de universalidad y que no puede, por tanto, superar el subjetivismo.»(Jorge
Vergara, 1991, 121).
De modo semejante, pero más preocupado por la comunidad política que por la
comunidad de los científicos sociales, Norbert Lechner desarrolla una reflexión en torno
a lo que denomina lo utopía del consenso democrático. A mi entender se trata de un
pensamiento donde se articulan los aportes de Hinkelammert referidos al concepto de
utopía y ciertos análisis inspirados en la teoría de la acción comunicativa.
Para poder determinar la realidad, debemos ponerle límites, es decir, necesitamos
nombrar lo imposible. Construimos las utopías como un referente trascendental, a partir
del cual aprehendemos y otorgamos sentido a la realidad en tanto orden
institucionalizado. No hay, pues práctica política que no haga referencia a las utopías
(Norbert Lechner, 1986, 167).
Desde esta perspectiva corresponde hablar de una utopía del consenso. El consenso, en
tanto, crítica a una forma de vida, es un referente trascendental pero no íntegramente
factible. Cuando se busca realizar el consenso y abolir fácticamente toda distancia, se
cae en el autoritarismo, se impone violentamente el consenso y se destruye todo disenso
posible.
[«El consenso, tomado en su sentido fuerte, es tan imposible como la extinción del
Estado o el mercado de competencia perfecta. Al igual que la comunidad ideal de
comunicación de Apel y de Habermas, el consenso realizado implicaría una sociedad
sin dominación y totalmente transparente. Supondría además una razón única (la razón
occidental como la razón universal) que asegure una plena comunicabilidad de los
argumentos y la plena conmensurabilidad de las razones esgrimidas. Solamente bajo
estos supuestos podríamos postular un consenso objetivo en torno a lo que son buenas
razones. Estos supuestos no son factibles. Se trata de límites definitivos, no históricos.»
(Norbert Lechner, 1986.171) En un análisis de la democratización en la cultura
posmoderna, Norbert Lechner formula un planteo que es interesante en orden a la
incidencia de dicha cultura en la concepción misma de la democracia.
«La incertidumbre acerca del espacio y del tiempo deja traslucir las crecientes dudas
sobre nuestro poder de disposición electivo. ¿Qué grado de incidencia real, de control
racional y efectivo sobre los procesos sociales tienen los hombres y mujeres hoy en día?
Quedan lejanos los días en que la humanidad se sentía llamada a transformar el mundo.
El sentimiento de omnipotencia que reinaba en los 60 ha cedido el lugar a un
sentimiento de impotencia. No hay que llegar al extremo del neoliberalismo, pero su
ofensiva ya no solamente contra la intervención estatal, sino contra la idea misma de la
soberanía popular, es un signo de la época. Al cuestionar la construcción deliberada de
la sociedad por sí misma no se cuestiona sólo la democracia; se cuestiona toda la
política moderna. La fe que depositáramos antaño en la fuerza de la voluntad política se
ha diluido. Pero no sólo desaparece el voluntarismo; se tiende a restar importancia toda
acción política. La sociedad latinoamericana ya sería demasiado compleja, demasiado
entramada en un contexto internacional demasiado rígido, como para que pudieran
introducirse cambios mayores. Incluso un gobierno de reformas tendría que contentarse
finalmente con algunos cambios simbólicos. Que esa imagen de improductividad surja
de la cultura posmoderna no deja de ser una paradoja. Justamente aquella cultura que
desmonta el determinismo y se abre radicalmente a explorar el campo de lo posible,
desemboca en una visión de lo existente como lo necesario. Probablemente los
fenómenos esbozados no sean elementos constitutivos de una onda larga, sino síndrome
de un compás de espera. Pero mientras tanto, también los procesos de democratización
se encuentran en un compás de espera.» (Norbert Lechner, 1987, 22). El diagnóstico
muestra las paradojas del posmodernismo. Pero, a la vez, entra en este clima especial en
el cual ciertas ideas-fuerzas son archivadas definitivamente bajo el rótulo de la
«omnipotencia de los años 60»]
(Pág.138)
El consenso debe ser entendido como principio regulativo de las relaciones sociales. No
representa una plenitud de vida, sino más bien prescribe lo que debería ser la vida
social. El consenso se identifica, pues, con la utopía de la comunidad. Es por referencia
a esa comunidad plena, pero imposible, que la sociedad puede plantearse a sí misma
como una práctica colectiva (Norbert Lechner, 1986, 172).
A partir de esta utopía del consenso no es posible definir positivamente cómo es o cómo
deba ser la mejor comunidad posible. Sí se la puede utilizar como criterio selectivo que
permite descartar aquellas posibilidades no asentadas en el principio de la comunidad y
del reconocimiento recíproco. En especial, se trata de evitar aquellos disensos por medio
de los cuales los otros no son aceptados y reconocidos como partícipes libres en la
gestación de consensos: La utopía del consenso reclama una ética de la responsabilidad
social, basada en el reconocimiento recíproco (Norbert Lechner, 1986, 173).
Sobre la base de esto, Lechner indica dos alternativas posibles en la transformación de
la sociedad. Una es la revolución marxista; la otra, la ruptura pactada. Al caracterizar la
primera reproduce rasgos del marxismo muy similares a los destacados por las éticas
comunicativas. La alternativa de la revolución marxista privilegia una racionalidad
técnica, visualiza la historia como el desarrollo de las fuerzas productivas y sostiene la
armonía entre dicho desarrollo y el deber ser.
[«Esa es la falacia del socialismo real como también del autoritarismo burocrático en
América Latina: suponer que los objetivos de la sociedad son, o fines naturales o metas
objetivamente dadas y en consecuencia, decidir los medios según una estricta
racionalidad formal. Ahora bien, una política concebida en términos exclusivos de
eficiencia técnica remite al gobierno de los expertos tecnócratas.» (Norbert Lechner,
1986, 145) «Inscrita en un paradigma positivista, la teoría do la revolución adquiere un
carácter tecnocrático que se proyecta al futuro. Al enfocar primordialmente la
reproducción material de la sociedad y al concebir el mando consciente y racional de
ese proceso como un control planificado con la exactitud propia de las ciencias
naturales, la utopía ya no contempla la elaboración de las normas y objetivos sociales.
(...) Es decir, Marx visualiza el interés público como un interés determinado por reglas
técnicas. No se tematiza la superación del orden capitalista en tanto construcción de una
voluntad política. Marginada del proceso de autodeterminación, la política reaparece a
las espaldas de los hombres: el poder centralizado del estado y del partido, o sea, la
separación de educadores y educados.» (Norbert Lechner, 1986, 147)]
(Pág.139)
Obviamente estamos ante una lectura del marxismo y de la revolución en clave
determinista, burocrática y tecnócrata. Si bien este modelo puede detectarse fácilmente
en los socialismos históricos fracasados, no creo que se lo pueda identificar en un
marxismo crítico y menos aún en ciertos procesos revolucionarios latinoamericanos,
uno de cuyos ejemplos más elocuentes y emblemáticos ha sido la revolución
nicaragüense. Nuevamente, se simplifica la realidad, se transfieren esquemas y se critica
algo previamente deformado.
La otra alternativa posible para Lechner consiste en la ruptura pactada. A la luz del
principio del consenso es factible determinar las condiciones sociales y los criterios de
selección para acordar las transformaciones sociales deseadas (Norbert Lechner, 1986,
153; 173-9).
Sin dudas que la experiencia histórica y la reflexión crítico-teórica sobre la misma, así
como el accionar de los movimientos sociales y políticos, nos ha permitido descubrir
que la democracia no es un instrumento o una mediación en el camino a la toma del
poder. Esa fue la grave deformación de los marxismos burocráticos: la
instrumentalización de la democracia se convirtió en el autoritarismo del partido. Por el
contrario, la sociedad democrática es una dimensión esencial del proyecto de sociedad
por el cual vale la pena luchar. A la vez, la democracia debe caracterizarse -en una
proyección utópica- por la expansión de la racionalidad comunicativa, no entendida ésta
en términos reductivos de racionalidad, sino enmarcada en la integralidad del amor, la
justicia y la solidaridad, con los otros y con la naturaleza. En tal sentido, estamos frente
a una utopía, pero se trata de una utopía con un enorme potencial móvilizador.
Ahora bien, la utopía de la sociedad nueva nos vuelve más lúcidos en los análisis que
hacemos de la situación histórica, hoy. Si la utopía no nos permite esto, entonces corre
el riesgo de caer en una ilusión trascendental, en una ideología de la inmovilidad o en la
absolutización de la búsqueda de consenso en tanto tal.
Si bien Lechner toma cierta distancia frente a la ética comunicativa de Habermas, en la
medida en que según su opinión supone una comunidad transparente y si bien acepta y
entiende pertinente la categoría de utopía, su análisis de una utopía del consenso y su
apuesta a una ruptura pactada, se mantiene en un nivel excesivamente abstracto (al
menos en esta obra).
¿Qué significa reconocimiento del otro, cuando éste se encuentra inhabilitado por la
situación de exclusión a la que se encuentra sometido? Y más grave aún, ¿qué sucede en
relación al otro que imposibilita todo reconocimiento?
Estos interrogantes se vuelven más radicales en la medida en que nos retrotraemos a las
concepciones neoliberales y recordamos que el reconocimiento solidario está
absolutamente excluido de las mismas. ¿Cómo son posibles rupturas pactadas en
aquellos países (que son a los que se refiere específicamente Lechner) donde
predominan modelos neoliberales?
(Pág.140)
Sintéticamente me parece que una democracia inspirada en la teoría de la acción
comunicativa y en la utopía del consenso deja fuera del discurso a los excluidos y
propende hacia la elaboración de consensos donde éstos no tienen potencial de
incidencia.
En el caso de la utopía del consenso analizada por Lechner, me interesa destacar el corte
que existe entre su diagnóstico y su elaboración de alternativas. En el diagnóstico,
cuando describe y explica la construcción del orden por las minorías, introduce la
categoría de dominación. En cambio, en la formulación de alternativas inspiradas por la
idea regulativa utópica del consenso, la categoría de dominación prácticamente
desaparece. Ahora bien, ¿cómo es posible construir un orden deseado con los
dominadores?
¿Acaso su reconocimiento no implica la necesidad de transformación de las estructuras
de dominación, lo cual los afectará severamente? ¿Estarán dispuestos a ello consenso
mediante? ¿O se requiere de otro tipo de acciones?
La participación de los dominados y excluidos en la elaboración de un consenso supone
introducir una dimensión que no es simétrica. Su reconocimiento requiere la
desestructuración del orden de dominación. No hay consenso con dominación. Creo que
la elaboración de consensos puede ser válida como estrategia transitoria, fruto de
determinadas circunstancias históricas. Pero no puede ser planteada como un ideal por
encima del conflicto histórico-estructural. La apuesta a la construcción de un consenso
debe ser hecha desde la perspectiva de los excluidos. De lo contrarío, se estaría
recayendo en un irenismo que estimula la conciliación y favorece -en esta coyuntura
histórica- el avance de modelos económico-político-sociales que postulan la exclusión
como variable de crecimiento.
No es posible construir un consenso sobre la base de una ética del sacrificio y de la
muerte. El consensualismo y la ética comunicativa pueden transformarse en una
negación de la conflictividad social. También el consenso es una idea de los
dominadores para lograr la construcción del orden deseado por ellos.
El planteo de Habermas en relación a una democracia radical es, sin lugar a dudas, un
planteo muy progresista. Nuestra democracia no soporta su radicalización. Ahora bien,
también este discurso teórico sobre la democracia radical debe concretarse en formas
que institucionalicen una democracia más directa por parte de los «afectados por las
decisiones». La opinión pública se tiene que concretar en instrumentos de participación
efectiva. Y, por sobre todo, no puede desligarse el ejercicio de la democracia radical de
un nuevo ejercicio del poder, lo cual requiere articular las acciones comunicativas y las
acciones estratégicas.
En varios lugares de América Latina los procesos de descentralización y participación
popular, cercanos a la construcción de poder local, han supuesto formas novedosas
donde la ciudadanía no sólo opina y participa en un discurso argumentativo, sino que
incide en las decisiones.
[«Pues aquí se considera como constitutivo del pensamiento utópico una concepción en
la que no se tolera ninguna variedad y contingencia naturales de la vida individual o de
los ámbitos culturales o subsistemas de la sociedad, y en este contexto, tampoco
ninguna separación entre las esferas pública y privada de la vida. Como intención
utópica vale aquí el proyecto de una vida socializada en la que todo es concebido en su
interdependencia con todo y es construido racionalmente a partir de un plan unitario:
así, por ejemplo, la política, el derecho, la economía, el trabajo, el tiempo libre, la
cultura, la ciencia y no en último término también la sexualidad, la procreación y la
educación, como elementos funcionalmente integrados de la realidad social creada y en
esta medida también controlada por el hombre.» (Apel, 1986, 182-3)]
La relación entre ética y utopía conlleva la relación entre razón y utopía, como
componentes de la condición humana. Dado que los hablantes y agentes competentes
tienen que compartir el sentido y la verdad, anticipan contrafácticamenie una forma
ideal de comunicación. A la vez, esto supone el deber de superar en el largo plazo la
contradicción entre la realidad y el ideal, entre la comunidad de comunicación real y la
comunidad de comunicación ideal. La conexión interna entre razón comunicativa, ética
y utopía muestra la función antropológica de la utopía (o de la intencionalidad utópica).
Sin embargo, no supone un mundo alternativo opuesto a la realidad existente. No se
trata de una utopía concreta pasible de ser descrita. La intencionalidad utópica se refiere
a condiciones normativas de la comunicación ideal, cuya realización en el mundo
histórico requiere de la mediación de instituciones y convenciones.
[Paul Ricoeur establece una sugerente relación entre tres significados de la categoría de
utopía y tres correlativos de la categoría de ideología. Si bien, en su planteo está
presente la intencionalidad emancipatoria, no se visualiza una filosofía elaborada desde
el otro excluido. A lo que se suma una prescindencia respecto a la economía política y a
las ciencias sociales críticas, «...nous atteignons ici un point oü l'idéologie et l'utopie
sont complémentaires, non plus seulement en raison de leur parallélisme, mais en raison
de leurs échanges mutuels. Il semble, en effet, que nous ayons toujours besoin de
l'utopie, dans sa fonction fondamentale de contestation et de projection dans un ailleurs
radical, pour inener á bien une critique également radicale des idéologies. Mais la
reciproque est vraie. Tout se passe comme si, pour guérir l'utopie de la folie oü elle
risque sans cesse de sombrer, il fallait en appeler a la fonction saine del'idéologie, a sa
capacité de donner a une communauté historique l'équivalent de ce que nous pourrions
appeler une identité narative. Je m'arréte au momment oú le paradoxe del immáginaire
social est le plus grand: pour pouvoir rever d'un ailleurs, il faut deja avoir conquis, par
une interprétation sans cesse nouvelle des traditions dont nous procédons, quelque
chose comme une identité narrative; mais, d'autre part, les idéologies dans lesquelles
cette identité se dissimule font appel a une conscience capable de se regarder elle-méme
sans broncher a partir de nulle part.» (Paul Ricoeur, 1986, 392)]
Una vez más, el eurocentrismo conduce tanto a Apel como a Habermas a analizar la
realidad histórica de las grandes mayorías desde su propia realidad. Pero cuando la
excepción se torna situación normal, entonces el eurocentrismo, aún cuando sea
sostenido por una ética comunicativa, o bien resulta ser profundamente ideológico, o
bien puede convertirse en la peligrosa utopía que encierra la pretensión universalista de
convertir toda la humanidad a la lógica de la civilización europeo-liberal-occidental.
Si las éticas comunicativas quieren dar un mensaje a los pueblos y grupos sociales
excluidos, tienen que trascender su identificación total con el bagaje procedimental
kantiano y abrirse al aporte de las Ciencias Sociales críticas e incluso de un marxismo
en transformación. Lo que les exige ser más radicales respecto a su intencionalidad
comunicativa, reencontrándose con ciertos motivos inspiradores de la primera escuela
de Frankfurt, sin por ello abandonar el paradigma al que nos han abierto: la racionalidad
dialógica. La comunidad de comunicación -a la que nunca hay que renunciar- se
construye dolorosa y conflictivamente a través de la comunidad real e histórica.
(Pág.150)
Capítulo III.
Ética de la liberación y construcción de alternativas.
No puede separarse la filosofía de la liberación del contexto histórico peculiar que dio
lugar a su nacimiento. No es posible pensarla en forma independiente de un conjunto de
situaciones históricas (tales como la revolución cubana) y de la elaboración de un
pensamiento crítico latinoamericano, que encontró sus mejores expresiones en la teoría
de la dependencia, la propuesta de educación popular liberadora formulada por Paulo
Freire y la corriente de teología de la liberación. Sin embargo, en sus orígenes careció
de una identidad tan definida como la lograda por la teología de la liberación, no
alcanzando quizás sus niveles de rigurosidad y producción.
Incluso en sus primeras etapas, resulta difícil separar la filosofía de la liberación del
contexto político argentino de los años 70 en el que se gesta. A mi modo de entender,
dicho contexto condicionó a algunos de sus exponentes, quienes desarrollaron un
pensamiento filosófico culturalista y cercano al populismo político. De esto son
expresiones cabales las polémicas en torno al marxismo, al papel que cumple la cultura
popular y al proyecto político en el que puede encamarse una filosofía de la liberación.
[Con una honestidad fuera de lo común, Enrique Dussel reconoce que sus primeras
obras en torno a una filosofía de la liberación tuvieron un sello fuertemente culturalista
y antimarxista, en parte atribuidas al influjo del pensamiento de Heidegger.
«Años después, en una retratacción con el título de Más allá del culturalismo (se refiere
a la Introducción a la Historia de la Iglesia en América latina, publicada por ed.
Sigúeme en el año 1983), critiqué mi posición anterior a 1969 (y por tanto también a
Ricoeur) considerando como culturalismo una cierta ceguera ante las asimetrías de los
sujetos (una cultura domina a la otra, una clase a otra, un país a otro, un sexo al otro,
etc), permitiendo de esta manera una visión ingenua, conservadora y apologética de la
cultura latinoamericana. En el fondo, la fenomenología hermenéutica del sujeto como
un lector delante de un texto.» (Enrique Dussel, 1992 b, 86).
Puede encontrarse un profundo análisis de las relaciones entre teología de la liberación
y marxismo en el artículo de Enrique Dussel, Teología de la Liberación y Marxismo, en
Mysterium Liberationis. Madrid, Ed. Trotta. 1990, vol 1,115-44. Allí puede localizarse
una abundante bibliografía al respecto.
En torno a la polémica con los enfoques culturalistas de Dussel resulta ya clásica la obra
de Horacio Cerutti Guldberg. Filosofía de la liberación Latinoamericana, México,
Fondo de Cultura Económica, 1983.
Un panorama riguroso de la filosofía de la liberación puede consultarse leyendo el
trabajo de Alfredo Gomez-Müller, L'idea di una filosofía della liberazione in America
Latina, en Segni e Comprensione, 15 (Enero-Abril 1992), 11-9]
El ciclo de dictaduras que golpeó a América Latina operó, sin dudas, como freno
(Pág.153) para la expansión de un pensamiento prometedor. No obstante, el largo
proceso político de las dictaduras y el desarrollo de procesos de democratización
posteriores, constituyeron escenarios paradojalmente propicios para el comienzo de un
proceso de maduración en cuanto a la conformación de un pensamiento más riguroso y
no por ello menos comprometido.
Actualmente creo puede sostenerse la existencia de un desarrollo maduro y riguroso de
la filosofía de la liberación, del cual es posible destacar los siguientes avances teóricos
en el marco de un nuevo escenario histórico.
En primer lugar, el acercamiento y discusión de la filosofía de la liberación con
corrientes filosóficas representativas de la reflexión ética contemporánea. Dicho
acercamiento se verifica superando tanto una perspectiva eurocéntrica como una
perspectiva provincialista. Corresponde destacar el papel que desempeña la
investigación de un filósofo como Enrique Dussel, considerado hoy en día como
principal exponente de la filosofía de la liberación e interlocutor en el diálogo y la
polémica con otras corrientes filosóficas europeas y norteamericanas. Merece destacarse
su esfuerzo por una relectura del pensamiento de Marx desde una perspectiva
latinoamericana (1985, 1990); su polémica permanente con las éticas comunicativas en
el marco del programa de diálogo intercultural Norte-Sur (1992 a, 1994 a); su discusión
con la hermenéutica fenomenológica de Paul Ricoeur (1992 b); sus análisis en torno a
las corrientes filosóficas comunitaristas (1993 a); y últimamente su análisis del
pensamiento filosófico de Gianni Vattimo (1993 b). Quedan serias dudas acerca de la
existencia de un esfuerzo similar por parte de la filosofía europea predominante en
relación al pensamiento latinoamericano.
En segundo lugar, no puede desconocerse la tarea investigativa de filósofos y teólogos
europeos identificados con la perspectiva de la liberación. Corresponde aquí señalar los
trabajos y las búsquedas del filósofo y teólogo italiano Giulio Girardi, consustanciado
con la filosofía y teología de la liberación y autor de una vasta producción que
incursiona en temas que plantean desafíos para la reflexión, tales como el marxismo
(1978), el concepto de liberación (1972,1981), la categoría de sujeto y de pueblo (1986,
1994), los procesos revolucionarios latinoamericanos (1986, 1989 a) y la naturaleza
misma de una filosofía (1992 a) y de una teología de la liberación (1983 a, 1983 b, 1989
b, 1991). Su investigación filosófica se articula además con investigaciones
participantes en torno al movimiento obrero italiano, a las comunidades eclesiales de
base y a las comunidades de acogida (1984, 1990).
Para la comprensión del papel que juega el pueblo como sujeto histórico, nos
adentraremos primero en el análisis de la categoría de pobre desarrollado por Enrique
Dussel en relación al pensamiento de Marx. Se trata de una lectura de Marx desde
América Latina, realizada en forma rigurosa y original.
[«Lo esencial hoy, en América Latina, es saber ese cómo y no sólo lo que desarrolló o
constituyó de hecho. El segundo siglo de Marx no se interesará en El Capital como
producto teórico, sino como ejemplo de la construcción de un objeto teórico-
instrumental (un marco teórico regional o económico para efectuar investigaciones
concretas, pero sólo en la sociedad capitalista, lo que es insuficiente para efectuar las
mismas indagaciones críticas en una sociedad de socialismo real).» (E. Dussel, 1990 a,
349)]
[Dussel cita el siguiente texto de Marx tomado del Urtext de 1859, de los Manuscritos
del 61-3, de los Manuscritos del 63-5 y de la obra El Capital:
«El trabajo, puesto como no-capital, en cuanto tal es: Trabajo no-objetivado, concebido
negativamente. En cuanto tal, no-materia primera, no-instrumento de trabajo (...) trabajo
vivo existente como abstracción de estos aspectos de su realidad real; este
despojamiento total, esta desnudez de toda objetividad, como existencia puramente
subjetiva del trabajo. El trabajo como pobreza (...), como exclusión plena de la riqueza
objetiva (...). Esta sólo puede ser una objetividad no separada de la persona, que
coincide con su inmediata existencia como corporalidad.» (cit. en Enrique Dussel, 1990
a. 366-7)]
En varios textos Marx habla de la pobreza absoluta; el no-ser capital del trabajo es su
realidad exclusivamente negativa: pauper antefestum. El pobre es el portador de esta
pobreza absoluta. De acuerdo a la interpretación de Dussel, el punto de partida del
análisis teórico de Marx lo constituye la miseria y pobreza del trabajador. El no-ser de
un pueblo empobrecido es el punto de partida de la teoría y de la praxis. De ahí que
(Pág.158) existe anterioridad histórica del trabajo vivo como pobre: esto constituye el
hecho primero y fundamental. Esta pobreza (anterior a la constitución del trabajador
como clase) será una situación virtualmente presente del trabajador ya integrado en la
producción capitalista (pauper post festum).
En el nivel de la matriz generativa también se presenta el trabajo vivo como fuente
creadora de valor. Según la interpretación propuesta por Dussel, Marx entiende el
trabajo vivo como la fuente creadora de valor.
En tal sentido, para Dussel, el análisis de Marx tiene un fuerte componente ético. El
pauperismo, la miseria, las masas excluidas, la transferencia enorme de valor de
América Latina a los países centrales, manifiestan la pertinencia del Capital en nuestras
condiciones objetivas. (Enrique Dussel, 1990 a, 447-9).
Personalmente la tesis de Dussel me genera muchas reservas. Más allá del análisis de
textos, creo que en Marx predomina un cierto enfoque productivista, donde el
componente cultural y ético queda postergado al menos en primera instancia. Sin dudas
Marx explica las relaciones de explotación y, en cierto modo, también de dominación, al
menos en el nivel de la superestructura ideológica. Pero no me parece que Marx las
explicite en términos éticos, sino económicos. Ahora bien, si la relación ética no se
explicita como tal es porque se está dando preeminencia a la relación de tipo económico
y productivista. Sin embargo, la investigación de Dussel en torno a textos de Marx poco
conocidos abre caminos sugerentes para repensar el lugar de la dimensión ética en sus
obras. De todos modos, la relectura que Dussel hace de Marx a partir del contexto
latinoamericano, además de constituir un esfuerzo serio, resulta fecundo para el
desarrollo de una ética de la liberación en su aproximación al marxismo. Más allá de
(Pág.160) las discrepancias sobre Marx, la interpretación productivista es clara en el
marxismo posterior de corte determinista (y en esto Dussel está de acuerdo).
Esta centralidad del pobre, lleva a Dussel a sostener el pasaje necesario de la pragmática
hermenéutica a la económica. Una reflexión filosófica que gire en torno a la
hermenéutica, exalta el tema de la sabiduría y de la cultura popular (una simbólica
latinoamericana), cayendo en un populismo nacionalista y en un culturalismo. Es decir,
la cultura se convierte en la perspectiva central y prácticamente única en la
interpretación de los fenómenos sociales y en la elaboración de estrategias de
transformación. Como se ha visto, el propio Dussel reconoce que su postura filosófica
anterior se caracterizó por ser culturalista, entendiendo por culturalismo aquella
concepción que desconoce las asimetrías que existen en las relaciones entre los sujetos,
postulando así una visión ingenua, conservadora y apologética de la cultura
latinoamericana.
Lo que Dussel denomina la económica supone una nueva significación que subsume la
relación instrumental en una relación práctica con el Otro, dentro de una comunidad de
productores. Según su interpretación de Marx, la situación ideal de todo acto de trabajo
es la de una comunidad de productores. La crítica al capital es desarrollada por parte de
una comunidad ideal de productores. Sin la económica, toda hermenéutica (en el sentido
de Ricoeur) o toda pragmática (en el sentido de Apel y Habermas) carecen de contenido
material, puesto que la económica responde a la reproducción de la vida humana
(Enrique Dussel, 1991 a, 93).
De allí que las éticas comunicativas en la medida en que olvidan la económica, dan
prioridad absoluta a la política. Esto ante todo se debe a que piensan y analizan la
realidad desde los países capitalistas centrales, no partiendo en su reflexión del
reconocimiento de la miseria, el hambre y la injusticia en la que viven sumidas grandes
masas de la humanidad.
Para Dussel, sólo la irrupción del otro permite proyectar una comunidad futura más
(Pág.162) justa. De este modo, entre la sociedad periférica dominada, en cuanto
comunidad de comunicación real, y la comunidad de comunicación ideal es preciso
implementar sobre nuevas bases una comunidad histórica posible, pensada desde la
exterioridad del Otro. La negación del otro se produce en varios niveles: en política se
excluye al que se considera sin derecho; en la económica, se niega al explotado; en la
erótica, a la mujer; y en la pedagógica al alumno en cuanto creador de pensamiento.
Dussel denomina analéctica al reconocimiento e irrupción del Otro en cuanto
exterioridad. (Enrique Dussel, 1992 a, 78-83).
Es entonces que adquiere fuerza la pragmática del lenguaje como irrupción de la vida y
del Otro desde la exterioridad. El acto de habla del Otro en cuanto pobre es:
«Tengo hambre, por ello exijo justicia». A lo que corresponde el acto de habla que
expresa un enunciado ético: «Libera al Otro, al pobre». El Otro, a través de ese grito de
habla no está exponiendo una argumentación dentro de una comunidad de
comunicación, sino que está exigiendo las condiciones que hacen posible cualquier
argumentación y cualquier forma de vida. Está exigiendo ser reconocido como persona
y poder participar de hecho en la comunidad de decisiones. Su acto de habla es una
interpelación desde la intencionalidad liberadora (Enrique Dussel, 1992 a, 95).
En tal sentido, Dussel distingue adecuadamente entre la intención emancipadora y la
intención liberadora. El análisis de Habermas y de Apel se sitúa en el plano de la
intención emancipadora, referido a la comunidad de comunicación pensada como
espacio de argumentación racional. Es una intencionalidad inseparable de la
racionalidad. Emancipar es transformar la comunidad de comunicación real,
aproximándose a la realización de la comunidad de comunicación ideal. El acto
emancipatorio se dirige a superar las alienaciones, pero en forma reductiva, en el nivel
puramente cognitivo.
En cambio, la intencionalidad liberadora se dirige a cambiar las estructuras y las
prácticas de dominación. No es un acto cognitivo, sino una praxis que integra la
racionalidad, la corporalidad, la económica, la ética y la política.
[«Los pueblos buscan una alternativa a un nuevo orden mundial (...). Buscan una
alternativa a una civilización occidental fundada en la violencia, es decir en el derecho
del más fuerte; violencia que llega a penetrar las misma estructuras económicas y
políticas y a orientar toda la cultura. Civilización donde la vida y el progreso de una
minoría tienen como precio la opresión y la muerte de las grandes mayorías.
Civilización que se denomina cristiana, pero que surge de una alianza (contra natura)
entre liberalismo y cristianismo.» (Giulio Girardi, 1994,148)]
[«Thus the otherness of the other emerges with the continuing decentralisation of the I
or the We; the exteriority of the other which couldn't be comprehended within the
framework of the initial preunderstanding now appaers without lifting its mystery. It
seems that the ethics of discourse and the ethics of liberation describe the same thing
from different sides; therefore they stress different aspects. Apel's point of departure is
the situation of argumentation: he shows that in this situation the otherness of the other
is already accepted. Argumentation implicates the respect of the other. E. Dussel's point
of departure is the situation of domination, of the refusal for respect of the other.
Therefore the acceptance of the other, of the opressed, the detotalisation of the I or We
moves into the center of the moral theory; the argumentation appears only as the
consequence of this original moral act. The theory follows the way from domination
over interpellation and respect to understanding and argumentation.» (Hans
Schelkshorn, 1991, 104).
Christoph Türcke, por el contrario, se muestra profundamente escéptico respecto al
debate entre la ética del discurso y la ética de Dussel.considerando que la teoría crítica
tiene problemas más importantes para discutir. En su análisis apunta a señalar los
límites de la Ética del Discurso. En un pasaje central Türcke afirma:
«A conferencia global da humanidade sobre os problemas globais da humanidade, na
qual todos tém direito a palavra irrestritamente e em respeito pleno dos interesses
mutuos, difícilmente pode produzir outra coisa do que o discurso improdutivo sobre as
condiçóes reinantes, nas quais o dominio por meio de condiçoes de propriedade e armas
continúam desempenhando um papel decisivo. Nada se alcanca junto a determinados
latifundiários com discursos persuasivos; é preciso desapropriá-los. Nao se conseguirá
dominar a mafia e os cartéis internacionais de tráfico de drogas convidando-os sem
reservas a sentarem em torno da mesa; é preciso desmantelá-los. A crença de que, a
longo prazo, se poderia contornar esses atos de violencia, bastando que se continué
discursando com a necessária intensidade, é a moderna forma teórico-discursiva da
antiga creança mágica na onipotencia dos pensamentos. A observado de Marx a esse
respeito infelizmente é mais verdadeira do que gustaríamos de admitir: A arma da
critica nao é capaz de substituir á crítica das armas. De modo algum isso é un convite a
sacar as armas em vez de argumentar, mas é aqueta parte mais dura da autocrítica da
razao que nao aparece na teoria do discurso. Sua intencáo de estender o discurso
ilimitadamente sobre tudo deixa-a sem palavras a respeito de um tema: os limites do
discurso.» (Christoph Türcke, 1994, 48-9)]
El segundo interrogante es correlativo con éste. El Otro, sumido en la exterioridad
necesita ser liberado. Si mal no entiendo, el acto de habla, para Dussel, tiene carácter
imperativo: «Libera al otro, al pobre». La interpelación desde la exterioridad es dirigida
hacia alguien que puede liberar. Con lo cual se corre el riesgo de establecer una
contraposición entre quien libera y quien es liberado. Ahora bien, lo que es un avance
en la ética comunicativa (la racionalidad dialógica) puede llegar a perderse en (Pág.165)
la ética liberadora de Dussel. La liberación no es un proceso comunicativo entre quien
es oprimido y quienes son interpelados por el oprimido. Más bien, es iniciativa de los
interpelados, de los intelectuales de la filosofía de la Liberación.
No creo que la afirmación de Dussel pueda interpretarse en forma metafórica. A mi
entender, más bien revela un límite de su pensamiento, que afecta precisamente la
pedagógica y la política: el énfasis es puesto en el hecho de que alguien tiene que liberar
a alguien, y no en la necesidad de liberarnos juntos. Creo que el proceso de liberación
debe estar impulsado por una racionalidad dialógica que supone poner en tela de juicio
nuestras propias estructuras psíquicas y culturales, en virtud de las cuales reproducimos
un modelo de identidad de tipo autoritario. La dominación se encuentra asentada en
nosotros mismos. Por tanto, la interpelación es una convocatoria a la propia conversión.
Sólo es posible enunciar el acto de habla liberador, si estamos dispuestos a liberarnos
juntos. Nadie libera a nadie sino que nos liberamos colectivamente. Y a la vez no hay
liberación colectiva si no se produce una transformación de sí mismo y de los demás.
Por lo tanto, el papel del intelectual en este proceso no es el de alguien que ya ha
alcanzado la plenitud del ser, sino el de quien se sabe parte de un proceso de cambio. De
quien comprende que la dependencia, en la producción del saber (pedagógica) y en la
formulación de los proyectos políticos (política), es una relación inicial que debe ser
superada. Puesto que la dependencia pedagógica y política no hace más que postergar la
relación de subordinación impuesta por la hegemonía dominante.
Necesitamos construir nuevas identidades, no sobre la base de la prolongación de las
relaciones de dependencia (aún cuando sea propuesto desde una óptica liberadora), sino
sobre la base de nuevas relaciones críticas que permitan crecer con madurez. De allí que
para una ética de la liberación deba existir coherencia entre el acto de habla y el código
de su transmisión. Nadie puede pedir la liberación de los oprimidos, si no está dispuesto
a transformarse a sí mismo, a convertirse, a abrirse a los otros y a comprometerse en la
construcción de una comunidad formada por hombres y mujeres libres. La verdad no es
el descubrimiento que hace la comunidad de los intelectuales. La verdad supone una
aproximación, un acercamiento en medio de las incertidumbres, un co-descubrimiento
que nos compromete colectivamente en el camino de una ética de la liberación.
Creo, por otra parte, que esto se vuelve particularmente exigente en la época en que
vivimos, donde presenciamos una profunda crisis de civilización. Esto requiere que la
formulación de los proyectos políticos se geste desde la pluralidad de escenarios donde
el pueblo está resistiendo y construyendo nuevas alternativas. Si quizás en otros
momentos históricos la lucha se dio en torno a proyectos políticos ya elaborados, hoy en
día el compromiso es más radical, en cuanto exige participar desde la diversidad de
prácticas en la formulación de un nuevo proyecto que aún no visualizamos del todo.
[«En definitiva, pues, también para Marx y Engels la verdad sobre la historia está en el
punto de vista del grupo social vencedor, que hasta ayer lo ha sido la burguesía, pero
que mañana lo será el proletariado.
Por eso polemizan duramente con Kriege, denunciando su confusión entre los pobres y
el proletariado y sus derretimientos de amor (...).
Alineándose, pues, de parte del proletariado, Marx no se pone formalmente de parte de
los pobres, de los débiles, sino de parte de los más fuertes de mañana. La validez
epistemológica del punto de vista del proletariado no es vinculada por él a la condición
de oprimido, sino de fuerza histórica ascendente. No brota de actitudes subjetivas, sino
de una situación económica objetiva.» (Giulio Girardi, 1991, 301-2)]
[En relación al concepto de liberación creo que se ha producido un doble fenómeno. Por
un lado, el intento de cooptarlo y neutralizarlo, vaciándolo de su contenido auténtico.
Tal ha sido el intento fructífero de la Iglesia oficial.
Por el otro, corrientes progresistas comienzan a mostrarse un tanto renuentes a su
utilización. No se trata sólo de un problema de lenguaje, sino de un intento por
resignificar contenidos. Creo que esto puede estar sucediendo en algunos esfuerzos
realizados en el clima de la llamada refundamentación de la educación papular. Ya
expresé que dicha categoría no me parece para nada adecuada. Sí creo que es adecuado
y urgente dar una discusión y una búsqueda en torno a los supuestos de la educación
popular liberadora. En esa búsqueda, a mi entender, existe una categoría a la que no se
puede renunciar y es precisamente la categoría de liberación. A pesar de esto, su uso es
restringido.
He tratado de expresar esto en un trabajo de próxima publicación que lleva como título
Formación de Educadores Populares. Tensión ética e intencionalidad política.
También ha sucedido que el empleo de la categoría liberación se vio circunscrito al
período del auge revolucionario. Este señalamiento hecho por Dussel en relación a
Vattimo, lo lleva a sostener que, pese a todo, entiende que es pertinente el empleo del
término liberación:
«El subtítulo de la obra Nietzsche y el problema de la Liberación (1974), pareciera ser
una concesión al momento histórico (lo mismo que las referencias a la dialéctica, a
Hegel, a Marx, al proletariado). ¡Hace veinte años dentro del tono culto quedaba bien (y
el 1968 estaba todavía cerca) el problema de la liberación!. ¿Será hoy en 1993, lo
mismo? Por mi parte sigue siendo central el tema de la liberación.» (Enrique Dussel,
1993 b, 18, nota 49)
(Pág.169)
La liberación de los oprimidos es también liberación de su saber, de su inteligencia y de
su creatividad, esclavizadas por el saber dominante. De ahí que la causa de los
oprimidos suponga una capacidad de autocrítica que evite recaer en nuevas formas de
subordinación en el nivel de la producción de conocimiento y de desarrollo de la
creatividad. En otras palabras, es una causa cuyo compromiso conduce a un proceso de
conversión personal y colectivo. El vínculo estrecho entre resistencia, lucha,
construcción de alternativas y proceso de educación popular liberadora, responde a la
constitución ético-política de los sujetos.
La opción por el pueblo como sujeto es el sustento de una ética de la liberación. Supone
una profunda confianza en sus potencialidades, sin desconocer los obstáculos impuestos
por la propia situación de subordinación, por los antagonismos internos, por la
expansión de una cultura de la desesperanza, por los procesos de autodestrucción que se
desarrollan entre uno y otro sector popular, por las contradicciones que dificultan y
enlentecen la acción, por la adhesión al poder dominador en la medida en que se
desconfía de sus propias fuerzas.
[«Estamos al lado del movimiento popular no porque sea el más fuerte, sino porque
representa a los más débiles y oprimidos; no porque su causa sea la que triunfará, sino
porque es justa; no porque ellos sean los vencedores del mañana, sino porque son los
vencidos de hoy; pero, sobre todo, porque representan la esperanza. Esto no significa,
por supuesto, que nuestra lucha liberadora no aspire a triunfar: luchamos para vencer,
pero nuestra fidelidad no depende del éxito del combate. Es quizás en la hora de la
derrota y de la crisis, cuando verificamos la autenticidad y profundidad de las opciones
que nos inspiran.» (Giulio Girardi, 1994, 152).
«La toma de partido se define así en términos subjetivos, aunque objetivamente
fundados; por lo cual, lo que se vuelve caracterizante es la motivación de la opción. Y
es aquí donde interviene de manera decisiva para los militantes cristianos la dimensión
moral. La opción de clase es una opción ética y política indisociablemente. Está
inspirada en el amor, en el deseo de justicia, en la pasión por la libertad. No consiste,
pues, en identificar la fuerza social ascendente, sino que es, justamente, una opción por
los pobres. No está motivada por el hecho de que las clases populares sean fuertes o
estén en perspectiva vencedora, sino por el hecho de que son débiles y, por ahora,
perdedoras. No es un acto de realismo político, sino que está marcado por una fuerte
carga utópica.» (Giulio Girardi, 1991, 303)]
(Pág.170)
La opción por el sujeto popular supone una tensión ética, una ruptura epistemológica
referida a la producción del conocimiento y una transformación en la propia identidad.
La tensión ética es inseparable de una actitud de profunda confianza.
La confianza es puesta a prueba precisamente en los momentos más difíciles, de
derrotas, donde no se logran vislumbrar ni salidas ni alternativas. Es quizás en esas
circunstancias donde se mide la fuerza y solidez de la fidelidad y de la confianza. La
opción por los oprimidos y excluidos, por el pueblo en cuanto sujeto de liberación, es
una opción en cuanto ellos representan la esperanza, la posibilidad de un mundo
diferente, de una sociedad estructurada de otra manera. Es una opción que responde
también a la confianza en que los ideales éticos podrán realizarse en la historia.
Es una opción que en esta etapa histórica va contracorriente. Y aquí quiero señalar, más
que una paradoja, una expresión de cierta actitud cínica. En momentos en que se
acentúan los niveles de exclusión, donde la lucha por la sobrevivencia alcanza límites
insostenibles, donde la pobreza alcanza niveles críticos, muchos renuncian
definitivamente a la búsqueda de alternativas, adhieren al liberalismo dominante, logran
pensar como si tales contradicciones sociales no existieran. Se archiva definitivamente
el tema del socialismo, se descalifica a la filosofía y teología de la liberación, se
renuncia a la educación popular, se considera al marxismo como una ideología del
pasado sin valor actual, en el nombre de supuestos desafíos actuales. Extraña y
peligrosa contradicción: cuando más aumenta el sufrimiento y la exclusión, más se trata
de silenciar la búsqueda de alternativas.
De allí que para una filosofía de la liberación tenga una vigencia fundamental la ética de
la esperanza. Quien no espera no puede confiar. Quien tiene confianza en las
potencialidades de los sectores populares, aunque no ingenua, encuentra sentidos y
significados al compromiso por la búsqueda junto con ellos de nuevos caminos y
alternativas. Siento impulsos a proseguir el camino, aún en medio de las incertidumbres.
Puesto que precisamente, no habría esperanza si no fuera en medio de la incertidumbre.
En los momentos en que las alternativas eran más claras, quizás había poco lugar para la
esperanza. Hoy en día, cuando las incertidumbres se multiplican, cuando quizás ni
sabemos si lo que estamos haciendo redundará positivamente, cuando el pensamiento
liberal dominante posee respuestas claras, elaboradas, rigurosas, la esperanza adquiere
sentido.
Es la esperanza que confía en la fuerza del derrotado. Es la esperanza que confía en la
fuerza de los valores éticos. Por esto mismo, la esperanza no da consuelo. Quien logra
consuelo, alcanza la seguridad y la tranquilidad. La filosofía de la consolación serena
los ánimos, encuentra respuestas a los graves problemas que nos aquietan. A veces la
consolación no logra diferenciarse de la resignación, ya que el consuelo ayuda a aceptar
la realidad tal como es. La filosofía del consuelo es filosofía de la resignación, de la
aceptación de la injusticia y de la marginación. Otras veces, la filosofía del consuelo se
convierte en filosofía de la espera, es decir, de la seguridad (Pág.171) del triunfo final.
Quien está seguro del sentido y del final de la historia, sólo tiene que esperar que
sobrevenga. Es también una filosofía de la resignación fatalista, en cuanto filosofía del
objetivo final ciertamente alcanzado.
Ahora bien, ni una ni otra son compatibles con la esperanza. La esperanza cree en un
sentido de la historia, pero se trata de un sentido que hay que construirlo fatigosamente.
La esperanza tiene confianza en los valores éticos, especialmente en aquellos que se
identifican con la justicia, la dignidad y la liberación, pero sabe que tiene que luchar con
ardor para imponerlos históricamente. La esperanza cree en la vida, pero frente a la
destrucción permanente de la vida no tiene respuestas a la mano, sino el compromiso y
la fidelidad incansable de luchar por la vida y por el derecho a la vida. La esperanza no
da tranquilidad, sino que nos desacomoda permanentemente, puesto que nos está
planteando siempre nuevos desafíos, nuevos caminos a recorrer, nuevas búsquedas.
Por eso la esperanza no es una actitud que deba ubicarse en el orden de las certezas.
Menos aún en el orden de la ingenuidad o de la fatalidad histórica. La esperanza
consiste en una profunda confianza en el sentido de una sociedad distinta, justa, donde
sea posible el amor y la comunidad de comunicación. La esperanza no se basa en la
razón dado que no se deriva a partir de ella. Más bien le da razones a la razón, razones
que ésta a veces no logra entender. He aquí el aporte profundo de Pascal en su análisis
de la apuesta. Sin apuesta no hay racionalidad posible. Quien no cree en lo imposible no
podrá encontrar los caminos de la posibilidad histórica.
[«La pregunta repetida en los diversos debates era ésta: ¿qué significa para una
asociación de creyentes proclamarse cristiana, cuando se actúa prevalentemente en el
terreno de lo profano cuya autonomía se reconoce? (...). Una problemática ésta
fuertemente vinculada a la suscitada dramáticamente por Bonhoeffer -cómo anunciar a
Cristo en un mundo secularizado, adulto, que no tiene necesidad de Dios- aunque no
coincida con ella. Para nosotros, como para Bonhoeffer, el mundo secularizado plantea
el problema de la superfluidad de Dios y de Cristo; pero, mientras para Bonhoeffer es la
misma significatividad de la relación con Dios en Cristo, la misma historia de la
salvación, la que se vuelve problemática, para nosotros lo es (también) el influjo de esa
relación sobre la historia profana.» (Giulio Girardi, 1991,398-9).
«Esta reflexión teológica es parte integrante del conjunto, aunque no sea muy
acostumbrada. El pensamiento secularizado de la modernidad, jamás se ha preocupado
de la problemática teológica, considerándola fuera del lenguaje científico sobre la
realidad. Pero cuanto más nos damos cuenta del hecho de que el pensamiento
secularizado se basa en mitos secularizados y no en la ausencia de mitos, más podemos
considerar la discusión teológica como un pensamiento más realista del mundo místico
de lo que ha sido el pensamiento secularizado. Eso especialmente cuando los mitos
centrales del pensamiento secularizado -en especial el mito del progreso- se quebrantan.
Lo último parece ser la verdadera razón por la que hoy vuelven a aparecer las teologías
políticas, que durante tanto tiempo se consideraban superadas. En el grado en que la
crítica social y los pensamientos de legitimidad se vuelven críticos frente a la
modernidad misma, este resultado no debe sorprendernos. La modernidad y su
pensamiento racionalista sustituyeron el pensamiento teológico por sus mitos
secularizados. Al perder estos su vigencia, el propio replanteo de la razón lleva
igualmente a un replanteo de la razón teológica.» (F. Hinkelammert, 1990 a, XV)]
[Agnes Heller nos ilustra sobre las consecuencias de una esperanza que se convierte en
la Esperanza, apoyada en punto arquimédico que unifica y homogeniza los actos de
deseos, sueños y proyecciones, culminando en una narrativa universal que se ha
desmoronado estrepitosamente ante nosotros.
Lamentablemente, Agnes Heller ha quedado atrapada por el fracaso de las burocracias
socialistas, lo que le impide ver que el capitalismo, erguido victorioso como Esperanza
única, impone el principio de muerte y de exclusión para los pueblos del Tercer Mundo.
La pretendida demitización de la Esperanza termina revirtiendo las buenas intenciones y
reafirmando, aún implícitamente, la victoria de los destructores de toda esperanza.
«Al mismo tiempo, aquellos que tienen esperanza no pueden ser la fuente de las
promesas de la Esperanza, porque la promesa tiene que darse desde un punto de vista de
Arquímides, fijo por encima y más allá del dominio humano, para contar con la más
mínima autoridad. Sin embargo, las promesas trascendentes de la esperanza político-
histórica han sido completamente desacreditadas en el siglo del Holocauto y el Gulag
(...). La Esperanza y el Miedo, ambos con mayúscula, han estado tradicionalmente
vinculados el uno con el otro. (...). Ya que mientras todavía tuvo un espíritu, el mundo
totalitario fue realmente mantenido en funcionamiento por la Esperanza y el Miedo.»
(Agnes Heller-Ferene Fehér, 1994, 238-43)]
Creo que las reflexiones anteriores nos ayudan a demitificar la esperanza que se
transforma en respuesta cierta y ya construida a las aspiraciones humanas. La gestación
de la alternativa popular va acompañada y se encuentra atravesada por las
incertidumbres. Estas, no sólo conforman una dimensión constitutiva de la condición
humana, sino que también son posibilidades de creatividad. Para poder crear, tenemos
que estar dispuestos a aceptar un margen importante de incertidumbre, lo que nos
habilita a ser conscientes de nuestras limitaciones, de que las alternativas deben ser
colectivas y de que la incertidumbre es la posibilidad de construcción y búsqueda de
certidumbres. En tal sentido, la esperanza es un impulso para nuestras energías y
potencialidades, un desafío para actuar sobre la realidad y transformarla.
(Pág.175)
La esperanza, así entendida, se convierte en una crítica a nuestros sueños de
omnipotencia. Me parece acertado catalogar a estos sueños y estas esperanzas
omnipotentes como esperanzas destructivas, puesto que no dejan lugar para la
creatividad, inhiben la búsqueda colectiva e imponen en forma narcicista y autoritaria
proyectos e ilusiones que, aún con la apariencia de la liberación, son sueños de
dominación.
[«Cuando la religión deja de ser el dosel sagrado, aquel sistema de símbolos últimos del
cual se desprendían los sentidos de la interacción social, ¿por medio de qué referente la
sociedad puede reconocerse y afirmarse en tanto orden colectivo?
El fin de la religión como principio constituyente del cuerpo social marca una ruptura
total (...). La secularización no abarca solamente un proceso de deconstrucción. La
misma descomposición del orden recibido plantea la recomposición. Esta
reconstrucción ya no puede apoyarse en una legitimación divina ni orientarse por
criterios de algún pasado ejemplar. En lugar de restaurar un orden consagrado, se trata
de instituir el orden a partir de la sociedad misma. De este modo la secularización hace
de la autoidentificación el problema fundamental de la modernidad. ¿Cómo cerciorarnos
de nosotros mismos? Un intento de especificar la búsqueda de certidumbre aparece
resumido en la pregunta que encabeza un artículo de Habermas: ¿pueden sociedades
complejas elaborar una identidad razonable?» (Norbert Lechner, 1990, 127,130)]
Sin embargo, desde la perspectiva de una ética de la liberación, las esperanzas son
visualizadas en forma casi antagónica a cómo nos lo plantea Agnes Heller. Propondría
tres señalamientos importantes al respecto.
En primer lugar, me refiero a esperanzas que responden a sujetos. No se trata de
esperanzas abstractas, sino de la esperanza de aquellos que son los excluidos por el
sistema, aunque no del sistema. Luego, son esperanzas construidas en medio del dolor,
pero también de la resistencia y de la lucha. No es la esperanza de la modernidad y de
su idea del progreso; tampoco es la esperanza del proletariado triunfante; sino que es la
esperanza de la multiplicidad de sujetos que sufren dominación y exclusión y que han
experimentado la derrota. La esperanza de los pobres y oprimidos y de quienes están
dispuestos a recorrer junto a ellos el camino de la liberación. Esta esperanza, como ya lo
he dicho, vive en la incertidumbre pero produce certezas, crea una nueva racionalidad.
En tercer lugar, la esperanza que nos propone Agnes Heller, es la esperanza de que todo
quede como está. ¿Donde está la esperanza si no hay transformación? ¿Acaso la
esperanza no parte de una postura crítica frente a la realidad? Más aún, sugiere que
esperemos en la cultura que hoy en día está profundamente comprometida con un
proyecto que produce muerte y desesperanza. La cultura que quiere defender está
sufriendo las consecuencias de la profunda crisis de civilización. Sin quererlo, sus
pequeñas esperanzas se convierten, de alguna manera, en la Esperanza con mayúscula
que no tolera la crítica y la resistencia frente a la cultura de la dominación. Al concluir
la lectura de su sugerente trabajo, nos queda el interrogante: ¿qué podemos esperar aún?
Ahora bien, sólo puede existir esperanza si hay posibilidades de rebasar el horizonte de
la sociedad en la que vivimos. Lo que significa afirmar que para poder gestar nuevas
posibilidades se requiere de la apertura al horizonte de la imposibilidad. No hay, pues,
ética de la esperanza sin utopía. Pero de la misma manera en que fue necesario excluir
la esperanza con mayúscula, también será preciso apostar a utopías entendidas como
horizontes de posibilidad.
(Pág.177)
Existe una tensión entre utopía y racionalidad. En ciertos casos dicha tensión se ha
resuelto en favor de la racionalidad y contra las utopías. Si pensamos en la crítica del
marxismo clásico al socialismo utópico, comprobamos que se trata de un rechazo de un
modelo considerado ilusorio frente a un modelo considerado científico. El conflicto
entre socialismo utópico y socialismo científico se resuelve claramente en favor de un
socialismo racional.
En el caso de las éticas comunicativas, el primado de una racionalidad de tipo
procedimental conduce a una concepción de la utopía como la comunidad ideal aún no
realizada fácticamente pero anticipada de alguna manera. Dicha comunidad ideal se
encuentra también construida sobre un modelo de racionalidad que excluye otras
racionalidades.
A mi entender, en ambas concepciones no se resuelve adecuadamente la tensión
racionalidad/utopía: en una se la resuelve negando simplemente las utopías para afirmar
una racionalidad pretendidamente científica; en la concepción de la ética comunicativa,
la utopía se disuelve en una situación ideal donde prevalece la racionalidad. Lo que
sucede es que ambas concepciones han descuidado o ignorado la dimensión de la
imaginación radical.
Ahora bien, las utopías no responden sólo a la racionalidad, sino que implican
necesariamente la imaginación. Es decir, en las utopías residen nuestros sueños,
nuestras esperanzas, nuestros deseos, nuestras expectativas de cambiar la realidad.
Ciertamente, también la imaginación radical contiene nuestros deseos de destrucción,
nuestras aspiraciones a dominar, nuestra negación del principio de realidad, nuestra
omnipotencia. Es por esto que las utopías necesitan confrontarse y mediarse con
proyectos sociales, políticos y culturales que apuesten a la vida y que desarrollen las
potencialidades constructivas de nuestros sueños y esperanzas.
La utopía sin mediación se transforma en un sueño peligroso, en una apuesta a la
(Pág.179) destrucción y a la muerte. Las mediaciones sin utopías se convierten en
adhesión al principio de realidad, excluyendo toda transformación.
Cornelius Castoriadis nos ha llamado fuertemente la atención en relación al papel del
imaginario social. De acuerdo con sus análisis sociales, la institución de la sociedad se
despliega según una doble dimensión. La sociedad opera recurriendo a la determinación
producida por las conexiones y regularidades. Es decir, recurriendo a una lógica
identitaria cuyas funciones son distinguir, ordenar, contar, decir, elegir, designar. Se
trata de la dimensión conjuntista identitaria (Cornelius Castoriadis, 1989,11, 123).
Pero también la sociedad opera a través de la dimensión imaginaria, puesto que la
existencia es significación. Mientras que en la dimensión anterior predominaba la
determinación, aquí tiene prioridad la remisión. Se trata de la dimensión imaginaria de
la sociedad, que se identifica con la acción de instituir. (Cornelius Castoriadis, 1989, 1,
220-1).
En el movimiento de la historia se da una relación permanente entre lo viejo y lo nuevo.
Lo viejo entra en lo nuevo de acuerdo a la significación que lo nuevo le da. La historia
no es, pues, resultado de un proceso determinista. Para Castoriadis el determinismo es
expresión de una metodología de la pereza, puesto que si existen leyes inexorables que
se cumplirán en forma indefectible, no hay lugar ni para la reflexión, ni para la creación,
ni para la intervención protagónica. El determinismo es incompatible con el imaginario
radical.
De allí que para Castoriadis lo esencial de la obra de Freud reside en su descubrimiento
del componente imaginario de la psique. El inconsciente sólo existe como flujo
representativo-afectivo- intencional. En el caso de los sueños, Freud considera que todo
sueño tiene un lugar en el que es insondable. Es por esto que no puede llegarse nunca a
una interpretación terminada de los sueños. El lugar más rico y más importante de un
sueño es inabarcable. Los sueños son magmas en un magma. El sueño es condensación
de lo inaprehensible, es articulación de lo que no se deja articular.
[«La alógica del inconsciente es, pues, algo completamente distinto que la
yuxtaposición de diversos ejemplares diferentes de la misma lógica. El inconsciente no
depende de la lógica identitaria ni de la determinabilidad. Producto y manifestación
continua de la imaginación radical, su modo de ser es el de un magma.» (Cornelius
Castoriadis, 1989, II, 189).
No obstante, Castoriadis, en igual forma que Habermas, señala que el pensamiento de
Freud estuvo penetrado por el enfoque positivista y aún por la metafísica tradicional. De
ahí su preocupación por el ser determinado y por las causas convertidas en fuerzas. La
búsqueda de Freud estuvo animada por la esperanza teórica de una verificación positiva
de sus tesis sobre el aparato psíquico. Es por ello que buena parte de su obra conduce al
ocultamiento del papel de lo imaginario. (Cornelius Castoriadis, 1989, II, 190)]
[«Il socialismo non e ándato in esilio, e il sogno dell'umanita libérata (...).Oggi, depurati
dei loro vizi, privati del potere egemonico, gli ideali socialisti non sono andati in esilio.
Hanno tróvato il loro posto nel loro habitat naturale, cioe nelle nazioni povere e
oppresse del Terzo e del Quarto Mondo.» (Leonardo Boff, 1903, 136,140)]
[«Otro contenido concreto de las alternativas son las microrealizaciones que se mueven
según una lógica antagónica (...). Al respecto, una primera tarea en la elaboración de la
estrategia es la de explorar el país subterráneo, para conocer todo lo que en él se mueve
según una lógica antagónica. Esta exploración estará llena de sorpresas y se convertirá
en una fuente de esperanza. Se descubrirán muchas experiencias vivas y vitales, que sin
embargo no llegan a convertirse en fuerzas transformadoras, porque son desconocidas,
aisladas, concentradas sobre sus objetivos inmediatos. Se descubrirá que en el tejido
social del país están actuando muchas energías, se está expresando mucha generosidad y
capacidad de entrega, se está manifestando una gran creatividad que, sin embargo, no
llega a tener un peso en la elaboración de una alternaliva global; en otras palabras, no
llega a convertirse en alternativa política. Se descubrirán muchísimas iniciativas,
inspiradas por una auténtica solidaridad con los marginados, pero que todavía se
mantienen a nivel asistencial.» (Giulio Girardi, 1994, 157)]
Es preciso procurar que las luchas locales no se reduzcan a satisfacer tan sólo las
necesidades concretas de salud, sobrevivencia, vivienda, trabajo. Si así fuera, la cultura
de la fragmentación impulsada por los modelos neoliberales habría logrado imponerse
nuevamente. A mi entender, muchas acciones orientadas en el sentido del desarrollo
local, si bien constituyen un aporte en el sentido de resaltar la diversidad y la necesaria
territorialidad, al acotar el alcance político de las acciones resultan funcionales a los
modelos neoliberales. Tampoco se trata de utilizar instrumentalmente las luchas de
resistencia desarrolladas en los distintos espacios, valorándolas en la medida en que
aportan a un determinado proyecto político. Hoy somos profundamente conscientes que
el proyecto político se construye trabajosa y colectivamente. Que por lo tanto no está
dado de una vez para siempre.
(Pág.183)
Sólo así comenzará a tener forma y rostro el proyecto político integral que surge de las
entrañas de las luchas del pueblo.
«Pero no todos escuchan las voces de desesperanza y conformismo. No todos se dejan
llevar por el tobogán del desánimo. Los más, los millones siguen sin escuchar la voz del
poderoso y el tibio, no alcanzan a oír, están ensordecidos por el llanto y la sangre que,
muerte y miseria les gritan al oído (...). Y cuentan que también la esperanza se siembra
y se cosecha. Y dicen los viejos que el viento, la lluvia y el sol están hablando de otra
forma a la tierra, que de tanta pobreza no puede seguir cosechando muerte, que es la
hora de cosechar rebeldía.» (EZLN, 1994, 6).
[«Todo esto corre parejo con la lucha contra el viejo orden y los viejos órdenes
heterónomos, lucha que (es lo mejor que puede decirse de ella) dista mucho de haber
terminado. Es esta creación histórica de la autonomía y, lo repito, de un nuevo tipo de
ser, capaz de poner en tela de juicio las leyes mismas de su existencia, lo que condiciona
para nosotros tanto la posibilidad de la discusión de hoy como, lo que es mucho más
importante, la posibilidad de una verdadera acción política, de una acción con miras a
establecer una nueva institución de la sociedad, con miras a realizar plenamente el
proyecto de autonomía.» (Cornelius Castoriadis, 1994, 77)]
No se puede querer la autonomía, sin quererla para todos. De ahí que sea una empresa
colectiva. La existencia humana es una existencia de varios, tiene un carácter plural y
supone una intersubjetividad prolongada. (Cornelius Castoriadis, 1989,1, 183).
La negación más absoluta de la autonomía se da en el totalitarismo. En esta experiencia
se nos revela que el ser humano puede crear lo sublime, pero también puede crear lo
monstruoso. Mientras que el totalitarismo no corre riesgos, la democracia, por haber
renunciado a toda garantía última es el único régimen sometido a riesgos, enfrentando
incluso la posibilidad de su autodestrucción. La democracia no conoce otra limitación
que su propia limitación. En este sentido, la democracia no es sinónimo de una sociedad
autotransparente, totalmente fundada en la razón. Supone necesariamente el
reconocimiento de un fuerte componente de incertidumbre.
[«Así llegamos a la idea de que lo que define una sociedad autónoma es su actividad de
autoinstitución explícita y lúcida, el hecho de que ella misma se da su ley sabiendo que
lo hace. Esto nada tiene que ver con la ficción de una transparencia de la sociedad. En
menor medida aún que un individuo, la sociedad nunca puede ser transparente a sí
misma. Pero puede ser libre y reflexiva, y esa libertad y esa reflexión pueden ser ellas
mismas objetos y objetivos de su actitud instituyente.» (Cornelius Castoriadis, 1994,
215)]
No se puede ser libre solo y en cualquier sociedad. Esto supone la posibilidad de poner
en tela de juicio a la institución, participando activamente en la formación de la ley.
Significa la posibilidad de ejercer el poder instituyente de la sociedad (o infrapoder
como lo denomina Castoriadis). Se trata de un poder que no es localizable, que no está
en manos de un individuos y que tampoco pertenece a una instancia social detertninada.
Es el poder ejercido por la sociedad instituida en cuanto sustentada en la sociedad
instituyente. (Cornelius Castoriadis, 1993, 86).
Políticamente una democracia autónoma requiere crear aquellas instituciones que
permitan que los individuos ejerzan efectivamente su autonomía y participen realmente
en el ejercicio del poder explícito de la sociedad.
[«Crear las instituciones que, interiorizadas por los individuos, faciliten lo más posible
el acceso a su autonomía individual y su posibilidad de participación efectiva en todo
poder explícito existente en la sociedad (...). Resulta también -es una tautología- que la
autonomía es, ipso facto, autolimitación. Toda limitación de la democracia no puede ser,
tanto de hecho como de derecho, otra cosa que autolimitación (...). La autonomía es,
pues, el proyecto (...) que tiende, en un sentido amplio, a la puesta al día del poder
instituyente y su explicación reflexiva (que no puede nunca ser más que parcial); y en
un sentido más estricto, la reabsorción de lo político, como poder explícito, en la
política, actividad lúcida y deliberante...» (Cornelius Castoriadis, 1993, 90)]
[«La autonomía no es, pues, elucidación sin residuo y eliminación total del discurso del
Otro, no sabido como tal. Es instauración de otra relación entre el discurso del Otro y el
discurso del sujeto. La eliminación total del discurso del Otro, no sabido como tal, es un
estado no histórico. El peso del discurso del Otro no sabido como tal, puede sentirse
incluso en aquellos que intentaron llegar muy radicalmente hasta el extremo de la
interrogación y de la crítica de los supuestos tácitos (ya sea Platón, Descartes, Kant,
Marx o el mismo Freud). Pero están precisamente los que -como Platón y Freud- jamás
se han detenido en este movimiento. Y están los que se han detenido y que, por esto, se
alienaron a su propio discurso devenido otro.» (Cornelius Castoriadis, 1989,1, 178)]
[«La confianza no esa algo que se pueda exigir del otro; se comienza entregándola (...).
Se comunica al otro una autorepresentación de sí mismo, comprometiéndose a seguir
siendo uno mismo en el tiempo. La confianza es pues, una anticipación arriesgada; uno
se compromete a determinada conducta futura sin saber si el otro responderá a ella. Se
trata de una oferta voluntaria (...). En cuanto se establece una relación de confianza,
existe una obligación recíproca (...). Sólo puede conquistar confianza quien participa de
la interacción, ofreciendo oportunidades de que su autorepresentación sea sometida a
pruebas, aprendiendo a incorporar expectativas ajenas a la propia imagen (...). Nunca
hay información total y fidedigna acerca del futuro. Por consiguiente hay que sobregirar
la información existente, apostando a un determinado resultado. La confianza anticipa
un futuro determinado, pero también la eventual refutación.
O sea, confiar es reflexionar la inseguridad.» (Norbert Lechner, 1990, 76-7)]
[También Vattimo hace una crítica a la sociedad a la que aspiran Habermas y Apel
sobre la base de una pretendida autotransparencia:
El ideal normativo de la autotransparencia (...) «se revela como ideal de dominio y no
de emancipación, tal como muestra sobre todo la sociología crítica de Adorno, mientras
que por otro lado -lo que Adorno sin embargo no veía- se desarrollan, en el interior
mismo del sistema de la comunicación, mecanismos (el surgir de nuevos centros de
historia) que terminan, en definitiva, por volver imposible la realización de la
autotransparencia.» (Citado en Enrique Dussel, 1993 b, 27). «Pero podríamos añadir
nosotros (...) que también esto mismo vendría a confirmar, si ello fuese necesario
(cuando ciertamente Habermas no lo niega) la intrínseca vinculación de la ética de la
comunicación con la metafísica moderna, orientada al despliegue pleno de la
subjetividad; despliegue que no deja de ser pensado cartesianamente en términos de
autotransparencia por mucho que se asocie a la idea de comunidad; pues ésta última se
piensa también (como en el mito de la comunidad orgánica) desde la autotransparencia
del sujeto llevada ahora sobre el plano social. «(Gianni Vattimo, 1992, 212-3).
Me importa señalar que pese a que la obra de Vattimo apuesta a una ética de la
interpretación, no queda muy claro cual sería el contenido y la estructura de dicha ética.
Esta crítica es también formulada por Enrique Dussel, 1993 b, 28, nota 75.]
[«La alienación aparece en esta relación, pero no es esta relación, como el error o el
delirio no son posibles más que en el lenguaje, pero no son el lenguaje.» (Cornelius
Castoriadis, 1989,1, 195)]
Ante todo, parece importante destacar el predominio que hoy ha alcanzado la reflexión
ética. Los trabajos especializados de ética son innumerables. Pero además, y quizas esto
pueda ser lo que más interesa, la ética aparece como referencia constante de otras
disciplinas. Se ha consolidado una disciplina nueva denominada bioética orientada hacia
los problemas éticos relacionados con la atención de la salud y con el cuidado de la vida
en general. La ética adquirió una relevancia destacada en la reflexión teórica del
movimiento ecologista, puesto que la naturaleza ya no es un factor extrínseco en las
relaciones sociales, políticas y económicas. Se trata de un (Pág.189) factor intrínseco y
constitutivo de las mismas. Hay una ética ecológica que adquiere centralidad en la
formulación de nuevos paradigmas éticos y políticos e incluso en lo que se ha
denominado una segunda crítica de la economía política.
[«La riflessione ecológica ha arrichito certi aspetti del paradigma marxista, al punto che
alcuni studiosi parlano di una seconda crítica dell'economia política, che incorpora la
natura non comme fattore estrinseco, ma intrínseco a tutto il processo productivo e nella
costituzione delle forze produttive. Nella composizione del capitale non entra solo il
lavoro ma anche e poderosamente la natura.» (Leonardo Boff, 1993, 144)]
Por otra parte, a mi modo de ver esta emergencia de la ética no es ajena a la caída de los
socialismos históricos. Estos se encontraban fuertemente impulsados por modelos
deterministas y fatalistas, que aspiraban al advenimiento inexorable del reino de la
libertad y del socialismo. A su vez, el reduccionismo y el economicismo conformaron
un modelo de hombre tecnológico animado por una racionalidad de tipo instrumental.
El hombre y la mujer nuevos debían ser los que alcanzaran plenamente su adaptación al
desarrollo de la tecnología. El socialismo era reducido a la expansión tecnológica. La
ética y la subjetividad no tenían lugar. Más aún, eran consideradas expresión de resabios
de un idealismo decadente o incluso de una mentalidad reaccionaria. El Estado
burocrático excluía el protagonismo del pueblo organizado. La participación era vista
como algo instrumental, que carecía de valor en sí misma y que sólo podía servir para
ratificar determinadas decisiones tomadas por los expertos. En este sentido, introducir la
dimensión ética supone un esfuerzo por desfatalizar la historia y por demitificar a las
denominadas filosofías de la historia.
También la tecnocracia capitalista excluye el protagonismo y por lo tanto desvaloriza el
componente ético. Ya se ha visto que el primado de la racionalidad instrumental que
pone el acento en una eficacia sin participación es la característica fundamental de los
modelos neoliberales. Ahora bien, la ética del mercado y la confianza en sus leyes y
fuerzas milagrosas, que funcionan por sí mismas y escapan a todo control racional, ha
impulsado la corrupción como consecuencia de la implantación de políticas
neoliberales. Lo que a su vez ha provocado una reacción en sentido ético.
Hoy en día, los trabajos interdisciplinarios a nivel comunitario, así como también el
movimiento de educación popular liberadora, han puesto fuertemente el acento en el
componente ético. En el primer caso, se entiende la ética como valores y normas que
guían el comportamiento de los profesionales en el respeto por la autogestión y el
protagonismo comunitario. En el caso de la educación popular liberadora, la ética
aparece más bien ligada a la dimensión subjetiva, al compromiso y a la mística.
Debe quedar claro que una mayor relevancia de la ética no significa desligarla de la
dimensión política. Si así sucediera, el recurso a la ética supondría un refugio y un
repliegue hacia la individualidad y privacidad. Algo similar debe afirmarse respecto a la
emergencia de otras dimensiones, por ejemplo, la importancia dada al tema de la vida
cotidiana. También la temática de la vida cotidiana puede absolutizarse y encerrase en
sí, sin proyección política, quedando atrapada en el repliegue privatista.
La ética liberadora no puede en modo alguno privatizarse y perder su proyección en la
vida política. Los problemas que más angustian hoy a las grandes mayorías tienen que
ver con el desempleo, la lucha por la sobrevivencia, la exclusión, la depresión salarial,
la pérdida de los puestos de trabajo, la miseria y el hambre, la injusticia y la opresión, la
violencia. Son, pues, problemas de índole ético-político. O utilizando la terminología a
la que recurre Castoriadis, son problemas que requieren del aporte de la biopolítica.
(Pág.190)
En efecto, Castoriadis nos alerta sobre el posible repliegue hacia la ética entendida en
términos individuales. De suceder esto, estaríamos ante un repliegue que elude a la ética
misma, pues ésta no puede pensarse fuera de su interrelación con la política. Este
repliegue es uno de los efectos posibles -pero no único- del reclamo permanente que
hoy en día se hace de la ética. De este modo, se multiplican las discusiones sobre
bioética, dejando de lado los gravísimos problemas que aquejan a la humanidad y que
tienen raíces ético-políticas. Se produce así una grave ruptura entre lo privado y lo
público, entre la ética privatizada y la política, introduciéndose en nuestras sociedades
una duplicidad instituida.
Para Castoriadis es urgente superar las éticas de la heteronomía y consecuentemente
también las políticas de la heteronomía. Una ética autónoma requiere asimismo de
instituciones sociales autónomas que creen las condiciones para que cada ciudadano y
todos logren la necesaria autonomía como miembros de la colectividad.
[« ¿Lo que en realidad necesitamos es bioética o, más bien, biopolítica. Sé que algunos
se detendrán aterrorizados frente a esta idea o esta palabra. Lo hacen por inconsciencia
o por hipocresía. Hoy tenemos, simple y llanamente, una biopolítica que no se asume
como tal y que, de modo tácito y permanente, condena a muerte, incluso en los países
ricos, a cientos de personas por razones económicas, es decir, políticas, ya que, con toda
evidencia, la repartición y la atribución de los recursos de una sociedad es, por
excelencia una cuestión política (...). De manera tácita, todos los meses condenamos a
muerte, simplemente al vivir como vivimos, a cientos de miles de personas en los países
pobres.» (Cornelius Castoriadis, 1993 b, 37).
«Es la experiencia misma del totalitarismo y su posibilidad siempre presente lo que
muestra hasta qué punto es urgente el problema político como problema de la
institución general de la sociedad. Tratar de resolver este problema en actitudes
supuestamente éticas equivale, en realidad, a una mistificación.» (Cornelius Castoriadis,
1994, 82)]
[En una de sus excelentes obras, Richard Rorty vincula la ironía privada y la esperanza
liberal. Sus sugerentes análisis pueden ser reinterpretados desde la óptica de una ética de
la liberación (también fuertemente centrada en la esperanza), en la medida en que los
caminos de la liberación no son aquellos de la metafísica del léxico último.
«Llamaré ironista a la persona que reúne estas tres condiciones: 1) tenga dudas
radicales y permanentes acerca del léxico último que utiliza habilualmente, debido a que
han incidido en ella otros léxicos, léxicos que consideran últimos las personas o libros
que han conocido; 2) advierte que un argumento formulado con su léxico actual no
puede ni consolidar ni eliminar esas dudas; 3) en la medida en que filosofa acerca de su
situación, no piensa que su léxico se halle más cerca de la realidad que los otros, o que
esté en contacto con un poder distinto de ella misma. Los ironistas propensos a filosofar
no conciben la elección entre léxicos ni como hecha dentro de un metaléxico neutral y
universal ni como un intento de ganarse un camino a lo real que esté más allá de las
apariencias, sino simplemente como un modo de enfrentar lo nuevo con lo viejo.»
(Richard Rorty, 1991,91).
Lo que le cuesta aceptar a Rorty y a muchos liberales es que se puede estar
profundamente comprometido con la causa de los pobres sin necesidad de metafísicas y
de léxicos últimos. Aún esta ensayística filosófica tan crítica sigue creyendo
esperanzadoramente en el léxico último liberal. A veces se tiene la impresión de que el
liberalismo propugna un cierto monopolio del poder crítico y de la ironía. Quizás no ha
podido liberarse de la metafísica por la que se muestran tan obsesionados en sus críticas
algunos de sus exponentes.]
Quizás esto suponga de nosotros una entrega mayor a la causa de los excluidos, puesto
que hoy más que en otros momentos, es preciso compartir sus incertidumbres,
acompañar sus búsquedas, estar dispuestos a descubrir juntos los signos que anticipan el
sentido político de sus luchas, sus resistencias, sus prácticas y las construcciones de sus
respuestas. Supone compartir también con ellos la soledad, el dolor y la frustración.
Hoy creamos la esperanza desde la derrota. Por esto mismo, ¿no será la esperanza un
sentimiento iluso e ingenuo que le da fuerza al derrotado para que no decaiga y continúe
en su lucha? En el momento de una profunda crisis de las utopías y del triunfo de un
pensamiento realista, ¿hablar de las utopías no será propugnar una nueva forma de
idealismo que nos aleja de los análisis de las derrotas para sumirnos en un mundo fuera
de la historia?
Si la utopía se conviene en el ningún lugar que nos da consuelo alejándonos de la
contingencia histórica, sólo nos queda el camino del rechazo hacia las utopías. El
ningún lugar tiene un contenido y se transforma en una hipótesis fecunda que desafía
nuestra reflexión y nuestro compromiso. Las utopías son fuerzas que impulsan las
iniciativas históricas, el compromiso y la búsqueda de nuevos caminos en la
multiplicidad (Pág.192) de experiencias que se están haciendo. Quien no quiere ver,
porque está cegado por la racionalidad liberal o por la utopía totalitaria, no podrá
descubrir la riqueza de búsquedas, anhelos, esperanzas encerradas en ese mundo
subterráneo que atraviesa nuestro continente. Ese mundo donde incansablemente se
están construyendo los nuevos paradigmas. Un mundo que no es regido por certezas
absolutas, sino por ensayo y error. La ingeniería social fragmentaria -como ya lo he
destacado- no contradice al pensamiento utópico. Será por ensayo y error y por una
profunda convicción ético-política que se podrán elaborar los nuevos caminos en esta
encrucijada histórica.
De allí la fuerza secularizadora de las utopías, en tanto cuestionan permanentemente los
absolutos, rechazan los ídolos y nos impiden caer en la sacralización, aún aquella hecha
en nombre de los pobres y excluidos. Un sano sentido del realismo y una profunda
convicción de la relatividad de los proyectos, acompañan siempre a la actitud mística
impulsada por utopías liberadoras. Corresponde, pues, distinguir las utopías totalitarias
que han sacralizado una determinada institución o un determinado proyecto, inhibiendo
toda capacidad crítica, de las utopías liberadoras que encuentran la fidelidad permanente
a los oprimidos también en la actitud profética de la pregunta.
Las utopías liberadoras constituyen los horizontes de sentido, tanto para el pensamiento
como para la acción, de una ética de la esperanza. En cambio, las utopías totalitarias (ya
se trate de la totalización del mercado o del Estado) ofrecen la base de una filosofía de
la historia inspirada en la resignación y el realismo.
Como nos lo dice Leonardo Boff, la mística es un motor secreto, es un fuego interior
que nos fortalece y nos otorga el dominio necesario para superar las incertidumbres.
Nadie es más seguro de sí y de los demás que aquel que sabe avanzar en la inseguridad.
Es la mística la que nos hace aceptar más bien una derrota con honor que buscar una
victoria con vergüenza, alcanzada por la traición de los valores éticos y resultado de las
manipulaciones y mentiras.
Las utopías liberadoras se nos presentan, pues, como fuerzas históricas y éticas, como
hipótesis fecundas que nos impulsan a investigar la realidad, a su transformación, a
generar el protagonismo de los sujetos de la liberación, a formular proyectos políticos
viables pero siempre abiertos a nuevas dimensiones. La utopía despierta en nosotros
nuestras más inéditas potencialidades, nos requiere un cambio de vida radical y una
mística de entrega sobre la base de la solidaridad, la justicia y el amor. Es la utopía la
que hoy, en medio del anuncio del fin de las utopías, nos permite pensar alternativas
populares en una sociedad que no quiere alternativas. La utopía articula, de esta manera,
subjetividad y transformación social y política, cultura y búsqueda de alternativas,
resistencia y construcción de la vida.
(Pág.193)
3. Cultura, resistencia y alternativa popular.
Se trata de la universalidad del amor, de una sociedad justa, de una sociedad sin
dominación. Pero este ideal ético es necesariamente un proyecto histórico, no algo dado,
ni anticipado en plenitud. La comunidad de comunicación de Apel pretende anticiparse
en la comunidad real histórica. Pero su universalidad exige pasar por el conflicto, la
lucha y el dolor. Aquí la racionalidad procedimental se muestra claramente insuficiente.
Sin dudas, la ética de la liberación comparte con la ética comunicativa su defensa de una
universalidad que no acepta exclusiones de los virtuales afectados y de sus necesidades.
En tal sentido, también se enfrenta con el clima cultural de escepticismo, de
sobrevaloración de la diversidad de relatos y de crítica a la posibilidad de construir
proyectos compartidos. Pero, denuncia a la vez el reduccionismo racionalista de la ética
comunicativa, que sólo ve la amenaza en el escepticismo, separando dicha racionalidad
de la totalidad de la vida.
Para la ética de la liberación, aquí están en juego opciones de vida, de carácter ético y
político. De ahí que su verdadero oponente sea aquel que niega al excluido la
posibilidad de la vida; quien cree que sólo la dominación es la categoría ética
fundamental; quien apuesta a la voluntad de poder; quien entiende que el mercado
liberado a sus propias fuerzas constituye la única norma de acción y de conducta. Por
supuesto, también la ética de la liberación discutirá con el escéptico, pero tan sólo y
(Pág.197) en la medida en que éste resulta ser -quizás sin quererlo- el exponente de una
cultura que permite la dominación y el avance de la explotación, de la exclusión y del
neoliberalismo. El oponente de la ética comunicativa es el escéptico. El oponente de la
ética de la liberación es el cínico y también el escéptico en tanto conforma el clima
intelectual y cultural que asegura y facilita la opresión.
Sin lugar a dudas, este interrogante constituye hoy en día un eje importante de la
discusión entre la ética de la liberación y la ética comunicativa. El propio Apel lo
destaca.
Vale la pena detenerse brevemente en torno al análisis de cómo la ética discursiva ve la
crítica de su olvido del cínico. Apel lo expresa como el punto culminante del desafío de
la ética del discurso por la ética de la liberación: el adversario no es el escéptico, sino el
cínico. (Apel, 1994 a, 33).
Tanto para Dussel como para Apel el escéptico radical se contradice si argumenta.
Quien rechaza por principio el discurso argumentativo no puede argumentar, ni tan
siquiera para rechazarlo.
Sin embargo, las cosas cambian si el escéptico rechaza el discurso por motivos
estratégicos. Tiene otros motivos que lo impulsan a ese rechazo; por ejemplo, defiende
intereses políticos y económicos propios. Pero de esta manera, el escéptico ha pasado a
ser cínico, pues prescinde de cualquier discurso argumentativo. Y aquí surge la
diferencia sustancial. Mientras que la ética del discurso se encuentra preocupada por el
escéptico, la ética de la liberación está preocupada por la postura del oprimido frente al
cínico en cuanto expresión de la dominación.
[«La refutación del escéptico es esencial para Apel, mientras que para la Ética de la
Liberación lo fundamental es la toma de conciencia del oprimido-excluido ante el
cínico.» (Enrique Dussel, 1994 a, 152)]
Según el propio Apel, la ética del discurso podría caer en una postura ingenua al discutir
con el escéptico cuando éste -motivado por otros intereses- no centra su estrategia en la
discusión. Peor aún, la ética del discurso pretende proceder de forma argumentativa y
consensual dentro de un sistema donde impera la razón cínica. Con lo cual, además de
ingenua, correría el riesgo de ser funcional al sistema.
A partir de estas críticas en contra de su ética, Apel plantea la siguiente estrategia de
argumentación:
1º) La ética del discurso no es funcional al sistema capitalista. Para Apel hay que
establecer una distinción analítica entre aquellos con los cuales se puede debatir
(inclusive el escéptico) y los representantes de la racionalidad cínica (los considera
funcionarios de la razón cínica), sobre la cual se puede y se tiene que discutir. En este
sentido, la ética del discurso y la ética de la liberación son interdependientes. (Apel,
1994 a, 35).
2º) Sin embargo, parece ser que el cínico, en cuanto representante del deseo de poder,
sólo puede ser rechazado con una práctica de contrapoder, lo que supondría abandonar
toda ética discursiva.
Aquí Apel nos recuerda que es necesario distinguir entre la parte A de la ética (es decir,
la fundamentación pragmático trascendental) y la parte B (es decir, la responsabilidad
por las consecuencias). Lo que supone separar los verdaderos socios del (Pág.198)
discurso con los cuales se puede debatir y aquellos que son representantes de una
postura estratégica, sobre los cuales se puede discutir. En otras palabras, es preciso
enfrentar la racionalidad estratégica del cínico con una racionalidad contraestratégica,
actuando de acuerdo con una ética de la responsabilidad por las consecuencias.
Esta última debe orientarse de acuerdo con dos criterios: la realización aproximativa de
las condiciones de una comunidad de comunicación y la defensa de las conquistas
alcanzadas con el Estado democrático de derecho. Así entendida, la ética del discurso
tiene la preocupación de una fundamentación racional respecto de la ética de la
liberación. (Apel, 1994 a, 35-6).
3º) Apel comparte con la ética de la liberación la crítica hacia las éticas tradicionales
europeas, que pretenden resolver el problema de una sociedad justa o buena partiendo
de un punto ficticio de la historia (punto cero). El debate entre liberalismo y
comunitarismo se encontraría afectado por un déficit de globalización. Con ingenuidad
se habla de la constitución de la sociedad moderna olvidando que la sociedad del Norte
ha establecido relaciones históricas (no abstractas) de carácter político y económico con
los países del Tercer Mundo, a través de las diversas formas de colonialismo y de
imperialismo.
4º) Apel se considera más realista que la ética de la liberación. La figura del cínico
(como la del escéptico) es una construcción ideal útil para los fines de la argumentación.
En la realidad, suponer que el cínico es el adversario de la ética de la liberación en el
conflicto Norte-Sur, equivale a una demonización. La misma división en el sentido de
conflicto Norte-Sur constituye para Apel una simplificación monstruosa (Apel, 1994 a,
37).
Demonizar significaría pensar que los representantes del Banco Mundial, del FMI y los
científicos sociales que estudian las cuestiones del desarrollo económico son cínicos
conscientes. Por otra parte, las múltiples conferencias Norte-Sur muestran que las
normas de una ética del discurso fueron prácticamente aceptadas por todos. Se trata de
conferencias (cuya temática abarca desde problemas económicos y políticos hasta
filosóficos) que tienen tanto un carácter ético, como también un carácter de negociación
estratégica.
[«Sob essas condiçoes que, a meu ver, constituem um progresso em relaçao a classica
política de interesses, tem que, pois, atuar o representante de interesses éticamente
responsáveis no sentido dos criterios indicados na Parte B da ética do discurso. Isso
vale, a principio -formalmente- para ambas as partes do conflito de interesses existente
entre pobres e ricos, entre poderosos e quase impotentes. Pois, também, o espaço de
açao dos mais bem-intencionados representantes dos ricos e poderosos está limitado por
criterios de possível sucesso. No entanto, o representante dos pobres e oprimidos tem
aquí, de modo geral, a prerrogativa ética e o dever de buscar a compensaçáo estratégica
das desvantagens estruturais -motivadas historicamente-do próprio partido. Isso ja
venho enfatizando desde sempre. Pois justamente essa compensacáo é do interesse da
realizaçáo a longo prazo das condiçóes de uma comunháo de communicaçao ideal -
postuladas na parte B da ética do discurso.» (Apel, 1994 a, 39)]
(Pág.199)
A mi entender, nos encontramos ante una de las dificultades mayores de la ética del
discurso. Por una parte, Apel señala que no se trata de una ética funcional al sistema, en
la medida en que instaura un discurso argumentativo. En tal sentido su defensa de la
racionalidad y su rechazo del escepticismo significan un aporte fundamental en la
polémica a favor de la universalidad de la ética. Su crítica al liberalismo contemporáneo
en la medida en que éste procura legitimar sociedades modernas basadas en la
desigualdad es también un aporte importante para la ética de la liberación. Desde este
punto de vista, no me caben dudas en cuanto a la intencionalidad no funcional al
sistema declarada por la ética comunicativa.
Pero, por otra parte, al analizar las acciones contraestratégicas, Apel habla del peligro de
demonizar al cínico en cuanto identificado con las instituciones internacionales del
capitalismo. Ahora bien, el BM, el FMI, etc. son la expresión institucional de un modelo
económico que es causante de la exclusión de mayorías inmensas. Extrañamente, una
ética del discurso comunicativo que convoca a todos, está dispuesta a dialogar con
instituciones que impulsan políticas de exclusión. O bien Apel no conoce la política
económica de tales instituciones, o el nivel de abstracción de la ética discursiva lo ha
conducido a una postura que no puede menos de considerarse ingenua.
Apel considera que la ética comunicativa y la ética de la liberación son
complementarias; que a aquella le corresponde dar la justificación racional de ésta. Sin
embargo, creo que la ética del discurso sólo puede ser fiel a su intención profunda de
racionalidad comunicativa si acepta que es preciso generar estratégicamente las
condiciones para un discurso comunicativo. En otras palabras, la ética comunicativa
aporta el componente de la racionalidad discursiva a la ética de la liberación. Pero, a la
inversa, la ética de la liberación, radicaliza a la ética comunicativa comprometiéndola en
acciones estratégicas, motivadas ética y políticamente, en orden a una transformación
radical del sistema que permita aproximarse a las condiciones de una racionalidad
comunicativa.
Más aún, de alguna manera Apel piensa que la ética de la liberación corre el riesgo de
caer en el dogmatismo y en el terrorismo, a causa del partidismo ético-político que
supone la elección por los oprimidos.
En tal sentido Apel argumenta en varios pasos. Ante todo, señala que el partidismo
puede conducir al dogmatismo y al terrorismo. Y a tales efectos nombra a Sendero
Luminoso, a Fidel Castro y a los sandinistas. Con lo cual ha simplificado y mezclado
movimientos revolucionarios de distinto tipo, lo que le exigiría por lo menos ser más
cuidadoso en el análisis. Mucho aprendería la ética comunicativa del análisis riguroso y
abierto de tales experiencias. Pero esto le significaría un abandono de su enfoque
eurocéntrico.
[«Nao obstante a evidencia original está subordinada a seu partidismo ético na medida
da elaboraçaó teórica e prática relevante do risco do dogmatismo, sim, inclusive da
possivel perversáo no sentido de um terrorismo que atinge de forma mais sensível os
proprios pobres (...). A mim me interessa. por enquanto, apenas a constataçáo de que
(também) a filosofía da libertaçao, nao pode derivar da insofismável evidencia de seu
ponto de partida simultáneamente empírico e ético automáticamente um primado de
evidencia concreta e de validade subjetiva para sua elaboracáo teórica e aplicaçáo
prática. Muito antes, nesta esfera problemática da comprovaçao ela se depara
mediatamente com o risco de falibilidade de todas a demais tentativas de filosofía
macro-ética e ciencia social-critica -também, como ainda veremos, com a problemática
da aplicaçáo da ética do discurso.» (Apel, 1994 a, 22-3)]
En segundo lugar, Apel sostiene que no es posible derivar de la evidencia del punto de
partida un primado de esta evidencia para la elaboración teórico-práctica de la ética de
la liberación. Ahora bien, esto es lo que precisamente hace -y no podría proceder de otra
manera- una ética de la liberación. Construye su elaboración teórica a partir de una
práctica de compromiso con los sectores oprimidos.
En tercer lugar, Apel considera que todos los intentos de construcción de una
macroética y de una ciencia social crítica tienen una cierta falibilidad. Y esto es un
argumento aceptado y defendido por la ética de la liberación. A partir de una práctica-
reflexión-práctica, la ética de la liberación ha puesto en el corazón de la reflexión el
componente falible y el sentido del límite. Más falible aún y más consciente de sus
límites que la ética del discurso, la cual no ha aceptado la perspectiva de la praxis como
componente de la reflexión.
Aquí, además, estamos hablando, no de la práctica de los vencedores actuales o futuros,
sino de la práctica de los sectores populares que dura y dolorosamente luchan por una
sociedad más justa. El filósofo de la liberación debe ser un pensador esencialmente
abierto a la exigencia del límite, a la búsqueda constante, a la riqueza del contacto con el
pensamiento de los pobres y excluidos. Alguien que se encuentra (Pág.201)
reelaborando permanentemente su pensamiento, porque lo sabe dialógico y construido
colectivamente. Para él la racionalidad comunicativa es el ejercicio cotidiano de un
pensamiento que se construye a partir de las experiencias y de las luchas. Precisa ser un
práctico ferviente de la comunicación entre y con los sectores postergados. Es un
cuestionador de toda relación de dependencia, en la medida en que apuesta a una
autonomía del pensamiento de los sectores populares.
Pero, además, la filosofía de la liberación no aspira a invertir una pirámide y a convertir
a los vencidos de hoy en los vencedores de mañana. Esto equivaldría a entrar en una
dialéctica del amo y del esclavo, donde el amo es reconocido a través de su dominación
sobre el esclavo.
Este es, sin lugar a dudas, otro de los aprendizajes fundamentales a partir de la crisis de
los socialismos históricos. Para un marxismo ortodoxo-engelsiano, la cultura de la
revolución se opone a la cultura de la guerra, pero no logra romper del todo con ella. Se
le opone en el mismo terreno, es decir, en el terreno de la violencia. Pero de esa manera
no sale de la dialéctica de la violencia. Y establecida esta dialéctica, todas las formas
son admisibles. Con lo cual, la apuesta a los vencidos de hoy se transforma en una
apuesta a los vencedores de mañana. La sociedad nueva se vuelve casi un desquite. Las
instituciones permanecen y las relaciones sociales se invierten. La novedad queda
atrapada dentro de lo viejo. La dominación persiste y se burocratiza. Todo esto, porque
la mirada sigue siendo una mirada desde los vencedores (actuales o futuros). De ahí que
el marxismo ortodoxo, que ciertamente se opone a la cultura burguesa dominadora no
sea lo suficientemente radical, porque se le opone dentro de su propia lógica. (Giulio
Girardi, 1989, 4-23).
En tal sentido, la filosofía de la liberación puede recibir un aporte teórico muy
importante de la ética de la comunicación. La afirmación de una racionalidad
comunicativa es un paso teórico de un alcance inusitado e indiscutible, la comunidad de
comunicación ideal excluye la lógica de la violencia. Pretende quebrarla,
reestableciendo relaciones tales que permitan el desarrollo de un discurso dialógico en
igualdad de condiciones.
Pero claro está, lo hace como si esto se diera fuera de la historia. Olvida que en la
historia hay dominados y dominadores y que el discurso dialógico requiere condiciones
para su realización. Aún el análisis de Apel referido a la parte B de la ética (o sea una
ética de la responsabilidad por las consecuencias) resulta insuficiente. Es más un
anuncio que un camino que facilite el abordaje del tema de la responsabilidad y de la
justicia. El recurso a las ciencias es nombrado, pero no especificado. Si la ética de la
comunicación quiere ser realmente radical debe desprenderse de su enfoque liberal y de
su posible cooptación por parte del sistema, más allá de sus intenciones expresas. Este
es un requisito indispensable para lograr un aporte riguroso a la filosofía de la
liberación.
Esta, a su vez, debe superar una cierta ideologización que le impide y le dificulta
desarrollar un discurso teórico riguroso. En tal sentido pienso que el esfuerzo teórico de
Dussel es realmente importante y desafiante, en la medida en que procura avanzar hacia
una recuperación del pensamiento filosófico universal (en especial, el de la
hermenéutica y el de la ética comunicativa) desde la perspectiva de la opresión.
[Hans Schelkshorn señala el peligro de que una ética de la liberación caiga en una nueva
totalidad y en el dogmatismo; a su vez, la ética comunicativa correría el riesgo de
conducir al cinismo en la medida en que no analiza las condiciones económicas y
políticas.
«But the partial anticipation of universality have to be proofed at the proper time.This
problem was no treated enongh by H. Dussel. Succeeding liberation leads to a new
totality based on justice. In this situation the claims of the former oppressed have to be
proofed too in a practical discourse of all concerned in orden to avoid the mere dialectic
between the dominator and the dominated. The ethics of liberation didn't develop
suitable categories for this problem. At this point the contribuition of the discourse
ethics is very worthful. The limits of the liberation ethics becomes immediately obvious
if the evidence of domination is not strong enough. In that case the partial option must
be open for a rational discourse of all concerned. Who ever insists here on the evidence
of domination, puls himself into the field of dogmaticism (...). Dogmatism is the latent
danger of partiality, cynism the danger of an ethics which demands practical discourses
without reflecting their political and economic conditions.» (Hans Schelkshorn, 1991,
105-6).
Ya he destacado el aporte valioso de una ética comunicativa, así como sus serios
límites. Ahora bien ¿qué significa que los límites de la ética de la liberación se hacen
evidentes en aquellas situaciones donde la dominación no se presenta con fuerza? En
realidad, las situaciones de dominación no constituyen una excepción, sino la situación
normal y permanente. Al olvidarlas, o al hacerlas pasar a un segundo plano, la ética
comunicativa olvida su tarea de demitificación y crítica ideológica respecto a la
normalidad que encubre la injusticia y la dominación. A menos que se piense que la
filosofía tiene como tarea desarrollar una reflexión crítica propia del Mundo del Tercio.
En este sentido me parece muy acertada la apreciación realizada por E. Dussel:
«Con razón Schelkshorn nos objeta que la Filosofía de la Liberación, que tan fuerte es
para las situaciones de excepción (que son las normales en el mundo de hoy), es menos
operativa en las situaciones normales. No sería difícil mostrar que las situaciones
normales están construidas sobre instituciones de permanente opresión (p.e. en el
capitalismo los asalariados que producen plusvalor para Marx) o exclusión (p.e. el
pauper, el desocupado o el marginal de Marx).» (Enrique Dussel, 1993. 55, nota 116)]
(Pág.202)
Me parece que la filosofía de la liberación tiene que avanzar mucho en la rigurosidad
del pensamiento. El conflicto Norte-Sur no puede hacernos caer en la simplicidad de
desechar el aporte de los pensadores del Norte. La lucha ideológica no se traduce en un
rechazo sino en una recuperación dialéctica. Por otra parte, la liberación no es sólo una
categoría histórica de los pueblos del Tercer Mundo, sino también de los pueblos y
sectores del Norte que sufren la dominación y la exclusión.
Como filósofos de la liberación debemos trascender la sobreideologización, lo que no
significa abandonar la toma de partido por los oprimidos y excluidos. A la vez, la ética
Comunicativa, tiene que superar la abstracción histórica que se articula con su
pragmatismo funcional dentro de la sociedad capitalista.
Ambas necesitan del aporte del marxismo crítico (o humanista), de las Ciencias Sociales
críticas y de un cristianismo liberador. En efecto, la racionalidad comunicativa sigue
siendo racionalidad sin corporeidad. Y esto -como lo señalé varias veces- es el tributo
que ha tenido que pagara su inspiración kantiana y a su método procedimental. El
cristianismo liberador aporta una visión integral de la liberación en cuanto apuesta a una
sociedad construida sobre la base del amor y de la paz. La cultura de la violencia
necesita ser sustituida por la cultura de la paz, en el entendido de que ésta se construye
sobre la base de la justicia y de la lucha contra la dominación.
[«Questa prospettiva distingue la cultura della pace in qualche misura, anche dalla
cultura della rivoluzione. Ció che infatti qui conferisce validita epistemologica al punto
di vista dei vinti, non e la loro vittoria futura, del resto per nulla certa, ma la validita
ético-política della loro prassi, del loro orientamento di fondo: validita che gli deriva
non dalla forza, ma dal diritto e dall'amore. Giustizia ed amore consentono infatti a chi
ne e anímato, di porsi da un punto di vista di tutti. Giustizia ed amore sono in forme di
verse atteggiamenti di identificazione con gli altri, con tutti; e quindi in primo luogo con
quanti sono oggetto di ingiustizia e di emarginazione. Il punto di vista del poveri e i1
piú vero nella misura in cui essi sono aperti alla giustizia e all'amore. E questo l'asse
della rivoluzione culturale operata in nome della pace.» (Giulio Girardi, 1989, 29)]
(Pág.203)
No sabemos si esta sociedad se dará. Sin embargo -como también Apel lo propone-
debemos estar dispuestos a luchar para que la sociedad histórico-real se aproxime a la
sociedad solidaria, igualitaria, justa y sin dominación. Para caminar en tal sentido, se
necesita de la fuerza de la utopía. Y, sin dudas, de una ética de la esperanza.
En este camino de construcción de alternativas, la filosofía de la liberación recibe un
aporte indiscutible de la resistencia cultural expresada en el movimiento de educación
popular liberadora.
La educación popular liberadora es, quizás, uno de los movimientos culturales más
importantes de nuestra época. Hablo de movimiento cultural en cuanto privilegia la
dimensión cultural de los procesos, impulsando la constitución de los sujetos como
protagonistas de su propia educación y de la educación y transformación de la sociedad.
Quizás sea una de las esperanzas mayores frente a la crisis actual de civilización. Hablo
de educación popular, en la medida en que privilegia a los sectores populares y exige un
compromiso de los intelectuales. Estos, en la medida de la consecuencia de su
compromiso, forman también parte del bloque popular, según la acertada expresión de
Gramsci. Es una educación liberadora, con lo cual se quiere resaltar su intencionalidad
política y cultural, a la vez. Política, puesto que apuesta a un proyecto donde los
sectores populares desarrollan un papel de sujetos protagónicos. Liberadora, también, en
cuanto se propone transformar las estructuras de dominación a nivel político, económico
y cultural.
En nuestros días se habla mucho de la necesidad de reformulación crítica de la
educación popular. Lo interesante de este proceso es que está poniendo sobre el tapete
serias deficiencias de la educación popular: la ausencia de una reflexión pedagógica, la
sobreideologización que la inhabilita para formular políticas realistas, la ausencia de una
sistematización crítica y rigurosa, la necesidad de apertura hacia nuevas fuentes y líneas
teóricas... Todos estos aspectos me parecen más que relevantes y urgentes.
No obstante ello, por momentos me parece que ciertos intentos de reformulación corren
el riesgo de desembocar en una modernización de la educación popular, buscando
adecuarla a los requisitos de una sociedad capitalista.
Ante todo, una cierta apuesta de la educación popular a democracias de consenso, sin
matices y sin especificar el papel que cumplen o no los sectores excluidos.
En segundo lugar, la ruptura con las fuentes. Y cuando hablo de las fuentes me refiero al
pensamiento de Paulo Freire, al aporte del cristianismo y específicamente de la teología
de la liberación y al aporte teórico del marxismo, de las ciencias sociales críticas y de
una teoría crítica de la sociedad.
En tercer lugar, la neutralización lingüística. No se habla de educación popular
liberadora sino de educación popular a secas. Se considera que el término liberación,
pueda estar ya superado. Más allá de las palabras, de lo que se trata es de si se cree
(Pág.204) o no que existan relaciones estructurales de dominación-dependencia que es
preciso modificar. Y a esto denominamos liberación.
Cabría la sospecha de que se esté produciendo -en el marco de un pensamiento reflexivo
crítico y de una época de nuevos desafíos- una esterilización de la educación popular,
aproximándola al tema ideológico cultural del fin de la historia y del triunfo del
liberalismo. Con lo cual se le quita su fuerza subversiva y se la reduce a cumplir una
tarea funcional al sistema.
La filosofía de la liberación encontrará, sin lugar a dudas, una fuente permanente de
compromiso y de elaboración teórica en la educación popular liberadora. Ante todo un
lugar de compromiso, puesto que la filosofía de la liberación no es sólo una elaboración
teórica, sino una opción que implica la totalidad de la vida. En forma semejante a la
teología de la liberación, nos encontramos ante un pensamiento que se construye desde
una praxis liberadora, comunitaria, política y colectiva por los oprimidos y los excluidos
de la sociedad.
No se pone por encima de los conflictos sociales, tratando de construir una filosofía
universal que habla desde todos y para todos. Es una filosofía que habla desde un lugar
y que es consciente desde donde habla.
En tal sentido, la ética de la liberación y la educación popular liberadora encuentran un
campo fecundo de exploración, de praxis y de reflexión en el terreno de la cultura. El
reconocimiento de la centralidad de la cultura nos permite abrirnos a un terreno de lucha
ideológica indiscutible, en el cual los sujetos oprimidos desarrollan en forma
privilegiada la resistencia y la construcción de alternativas populares.
[Se refiere a una conferencia dictada por Ralf Dahrendorf, en el año 1985, donde éste se
remonta a los análisis de T. H. Marshall, Class, citizenship, and social development,
Nueva York, Doubleday, 1965, cap. 4.]
[«Treinta y cinco años después Dahrendorf podía señalar que Marschall había sido
excesivamente optimista sobre el particular y que la idea de dimensión socioeconómica
de la ciudadanía como complemento natural y deseable de las dimensiones civil y
política había tropezado con considerables dificultades y oposición y ahora necesitaba
ser sustancialmente reconsiderada (...).
¿No es cierto que no sólo el último, sino cada uno de los tres movimientos ideológicos
progresivos de Marshall, han sido seguidos por movimientos ideológicos contrarios de
fuerza extraordinaria? Y esos movimientos, ¿no han estado en el origen de luchas
sociales y políticas convulsivas que con frecuencia han producido retrocesos en los
programas -pretendidamente progresistas- así como mucho sufrimiento y miseria
humana? (...).
Una vez que hemos considerado este vaivén prolongado y peligroso de acción y
reacción, nos inclinamos a apreciar más que nunca la profunda sabiduría de la conocida
y analizada observación de Alfred N. Whitehead: los principales avances de la
civilización son procesos que casi arruinan a las sociedades donde tienen lugar.» (Albert
Hirschman, 1991,12-3)]
[«En la extrema izquierda se critican tales programas porque se teme que cualquier
éxito que puedan alcanzar reduciría el celo revolucionario. En la derecha, o entre los
economistas más ortodoxos, se les somete a críticas y a burlas porque cualquier
intervención del Estado, en particular cualquier aumento de los gastos públicos para
fines que no sean la ley, el orden y tal vez la defensa, se considera una interferencia
nociva o fútil en un sistema que se supone es autoequilibrador.» (Albert Hirschman,
1991, 78).
«Se muestra que las políticas económicas o sociales no tienen en absoluto contacto con
la realidad, que está gobernada, para bien o para mal, debido a leyes que por su
naturaleza no pueden ser afectadas por la acción humana. Además semejante acción
será probablemente costosa, y siendo un ejercicio fútil será sin duda desmoralizadora.
Sólo una conclusión puede sacarse: la más extrema abstención es lo recomendable en lo
que se refiere a todo plan político remediador, y allí donde se aplique el argumento de la
futilidad, las autoridades harán siempre bien en atarse a sí mismas, tal vez mediante
reglas constitucionales, para resistir al vano y nocivo impulso de hacer algo.» (Ibid. 90).
«Lo que complica el argumento es que la futilidad se proclama demasiado pronto. Se
abalanza sobre la primera prueba de que un programa no funciona de la manera
anunciada o deseada, de que está siendo obstruido o desviado por las estructuras y los
intereses existentes. Hay una precipitación en el juicio y no se deja margen al
aprendizaje social o a las decisiones políticas en aumento y correctivas.» (Ibid. 92)]
Por último, la tesis del riesgo considera que el costo del cambio es demasiado alto,
poniendo en peligro los logros ya alcanzados. Un claro ejemplo de argumento en favor
de la tesis del riesgo lo da Friedrich Hayek, cuando sostiene que la intervención
gubernamental en el mercado constituye una amenaza para la libertad. Hirschman
resume el argumento en las siguientes afirmaciones: para ser democrático, un gobierno
debe ser consensual; esto sólo es posible cuando el gobierno limita sus actividades a
aquellas pocas en torno a las cuales puede lograrse acuerdo; cuando estas funciones se
amplían, el Estado sólo puede cumplirlas recurriendo a la coerción. 2
[Para Hirschman una sociedad liberal encuentra dificultades en aceptar las políticas que
apuntan al bienestar social. Los valores liberales (la adhesión al valor de la
individualidad, la insistencia en la responsabilidad individual) pueden constituirse en
serios obstáculos cuando se trata de insistir en valores de carácter comunitario. La tesis
del riesgo será evocada precisamente a raíz de esta tensión entre la tradición liberal y el
nuevo ethos de la solidaridad. (Albert Hirschman, 1091, 149-50)]
Según Hirschman, por momentos puede suceder que la mentalidad reaccionaria y una
cierta visión progresista se comporten de forma complementaria. La mentalidad
progresista puede percibir amenazas y riesgos ciñéndose sobre el futuro que requieren
de una acción firme para evitarlos. Se trata del argumento que esgrime la tesis del riesgo
inminente, o sea de los riesgos que siguen a partir de la inacción (el autor también la
denomina la visión sombría que empuja a la acción). El marxismo expresaría con
claridad este tipo de argumentación. La historia es un constante movimiento hacia
adelante, un progreso que se desarrolla bajo la forma de ley. Se trata de una ley de
carácter inevitable que produce la seguridad en los sujetos que adhieren a la misma
(tener la historia de nuestra parte). Se trata del marxismo en cuanto heredero de la
Ilustración y, por lo tanto, profundamente animado por un optimismo histórico que no
deja lugar para la acción humana y para la conducta ética.
[«Este alegato es, pues, la imagen característica del riesgo: el supuesto común de ambas
posiciones es la incompatibilidad de la libertad y la democracia, por una parte, y algún
adelanto social por la otra. Los abogados de la tesis del riesgo sienten que el adelanto
social debería abandonarse para preservar la libertad, mientras que los partidarios de la
dictadura del proletariado hacen la elección opuesta.» (Albert Hirschman. 1991,168).
«Una de las objeciones más frecuentes al sistema marxista y a otras ideas parecidas de
progreso inevitable -pues a este respecto el marxismo no es sino el heredero de la
Ilustración- es que parecen dejar poco margen a la acción humana (...). Tenemos aquí
una forma inicial de lo que más tarde se hizo famoso como el problema del jinete libre
y, lo mismo que ese otro argumento apenas más refinado, no es ni mucho menos tan
problemático como parece. Marx mismo se anticipó al argumento señalando, una vez
más en el prefacio a E1 Capital, que trabajar por la revolución inevitable ayudaría a
acelerar su advenimiento y a reducir su costo. Más en general, la gente se regocija y se
siente fortalecida con la confianza, por vaga que sea, de que tienen a la historia de su
lado. Este concepto fue el sucesor típico del siglo XIX de la anterior seguridad, muy
buscada por todos los combatientes, de que Dios estaba de su lado. Nadie ha sugerido
nunca que yo sepa, que esa seguridad debilitaría el espíritu combativo de alguien. El
activismo era estimulado del mismo modo por la idea de que los actores contaban con el
apoyo de una ley del movimiento histórico, y tal era en efecto la intención de los
proponentes de esta construcción. A su contraparte reaccionaria, el argumento de la
futilidad, se aplica una historia correspondiente: si lo tomamos a pecho, su argumento
desalienta de modo radical la acción humana, y una vez más eso es exactamente lo que
sus exponentes se proponen lograr.» (Albert Hirschman, 1991. 176).
(Pág.208)
Hirschman considera que los reaccionarios asumen, en general, una actitud escéptica e
irónica ante los esfuerzos por transformar la sociedad. En contraste, los progresistas
quedan atrapados por la seriedad y la indignación moral. De este modo, se pueden
construir parejas de argumentación que se mueven sobre la base de una retórica
intransigente. A saber: la acción prevista traerá consecuencias desastrosas (tesis
reaccionaria) versus no llevar a cabo la acción prevista traerá consecuencias desastrosas
(tesis progresista); la nueva reforma pondrá en riesgo la anterior (tesis reaccionaria) vs.
la nueva y vieja reformas se reforzarán mutuamente (tesis progresista); la acción
prevista, en tanto busca cambiar el orden social es inefectiva (tesis reaccionaria) vs. la
acción prevista está respaldada por fuerzas históricas ya en marcha y nada se puede
hacer en contra de ello (tesis progresista). (Albert Hirschman, 1991, 185-6).
En una sociedad democrática es imprescindible superar las retóricas de la intransigencia
esforzándose por crear un clima de tolerancia que permita desarrollar procesos de
deliberación orientados a la formación de opinión. Los participantes del debate
democrático no pueden partir de posturas asumidas en forma definitiva. Se trata de
generar discusiones significativas que permitan modificar las opiniones que cada uno
tiene al comienzo de la deliberación. Muchos debates parecen ser la continuación de la
guerra civil con otros medios, apuntando más a la devastación del adversario que a un
diálogo fecundo (Ibid., 188-9).
Indudablemente estos planteos de Hirschman llevan a revalorizar el papel de las
reformas sin caer en el peligro de bloquearlas sobre la base de su inutilidad, perversidad
o riesgo. O sea, en base a una postura intransigente. No es con la intransigencia que
podremos construir la democracia sino con la tolerancia.
Sin negar este aporte sustantivo en relación a una postura tolerante, sin embargo parece
existir un cierto riesgo de simplificación en lo expuesto por el autor. Parecc ser que se
parte de una sociedad donde predomina la igualdad de oportunidades y la igualdad de
participación y donde la reconciliación y la tolerancia han sido ya alcanzadas. La
experiencia histórica nos muestra que la simetría no está vigente y que la intolerancia ya
está instaurada por parte de lo sectores dominantes de la sociedad. Por lo tanto, el
problema real no radica tanto en la intolerancia en abstracto, sino en cómo es posible ser
tolerantes y operar transformaciones en sociedades que pregonan el triunfo de la
alternativa única.
Sin dudas que no se trata de reproducir la dialéctica del vencedor y del vencido,
confiando en que los derrotados de hoy serán los vencedores de mañana. Sin embargo,
tampoco se trata de asumir una postura ingenua que se mostrase abierta al diálogo y al
consenso cuando el sistema impone su vigencia total e indiscutible. Una vez más
corresponde recordar que el neoliberalismo postula una cultura de la desesperanza y que
ésta adquiere mayor estabilidad que la cultura de la esperanza. También, no es menos
verdadero, que para poder afianzarnos en la esperanza es preciso avanzar en las
transformaciones, aún cuando se efectúen en los microespacios, superando una
dialéctica de la intransigencia pero, a la vez, orientándose con una intencionalidad
política.
Quizás sea esta intencionalidad política y la coherencia de los cambios en relación a la
misma, lo que permita efectuar microrealizaciones sin caer en un pragmatismo
adaptativo y actuar políticamente sin desconocer en forma intransigente la validez de
tales respuestas concretas.
[Este es uno de los desafíos más importantes al que se enfrenta nuestra izquierda: me
refiero a la imprescindible articulación entre los tiempos y urgencias políticos y la
participación popular. Las elecciones realizadas en 1994 en Uruguay mostraron a un
Encuentro Progresista que estuvo muy cerca de acceder al gobierno. En esto incidieron
múltiples factores, entre los cuales destaco una capacidad nueva de comunicación con la
gente por parte de algunos de sus dirigentes políticos, así como también un gobierno
municipal serio, preocupado por una justicia distributiva en favor de los más
desposeídos y promoviendo nuevas formas en el ejercicio de la participación. Una clave
importante para el crecimiento real de este frente de la transformación radica en
potenciar los espacios de participación y de iniciativa popular, que hagan creíble la
posibilidad de un cambio. Quizás la articulación entre un programa de cambio y el
ejercicio del poder en la toma de decisiones por parte de la gente, sea un requisito
esencial para que no se convierta en un partido tradicional más.
Pero además, hay un dato sumamente significativo en relación a estas elecciones. La
izquierda creció en Montevideo, en forma destacada en los barrios y sectores más
marginados de la ciudad. En las zonas periféricas el crecimiento de la izquierda fue
cercano o superior al 50%. Se trata de aquellos sectores que comunmente acompañaban
las opciones políticas más reaccionarias. En parte esto quizás se debe al gobierno
municipal; en parte -y aquí no me cabe duda- a la decepción respecto a los partidos
tradicionales y al trabajo cuidadoso y comprometido de los trabajadores sociales,
centros de educación popular, educadores, profesionales y estudiantes, militantes
barriales y políticos, Concejos Vecinales, Centros Comunales Zonales. Acertadamente
así lo expresa el título de portada del semanario Brecha de fecha 16 de Diciembre de
1994: Los de más abajo irrumpen en la izquierda, con el arriba nervioso. Se verifica una
coincidencia entre los barrios donde la izquierda obtuvo un crecimiento mayor y los
barrios donde los índices señalan mayor cantidad de hogares con necesidades básicas
insatisfechas (NBI). El desafío es si la izquierda logra ser un espacio de acogida y un
lugar de lucha para los nuevos sectores, más pobres y marginados, que llegan a ella con
la esperanza de ser escuchados, comprendidos y acompañados en sus luchas y
reivindicaciones. Ver en relación a esto el excelente artículo de Raúl Zibechi, Barras
bravas y política. La izquierda sorprendida, en Brecha, 16 de Diciembre de 1994, 3-5.
En dicho artículo se citan las palabras concisas de una asistente social, que marcan toda
una estrategia de trabajo: «Hace falta llenarse los pies de barro para seguir avanzando.»
Una investigación seria y fecunda en aportes en torno a los grandes temas que interesan
y afectan a la izquierda uruguaya, es la realizada por los periodistas Nelson Caula y
Hugo Machín, ¿Izquierda?, Montevideo, Rosebud Ediciones, 1994.]
(Pág.211)
Esto requiere el reconocimiento del sentido del límite. Autoestima no significa
omnipotencia. Liberación no significa respuesta absoluta a todos los problemas.
Pensamos en una liberación que excluye toda forma totalitaria, lo que no significa
renunciar a las visiones globales e integrales. Es preciso romper ese dilema que nos
impone aceptar o el relativismo total o bien las visiones absolutas. La liberación
también se mueve en medio de la incertidumbre, supone búsquedas, exige construir
colectivamente por ensayo y error, nos desafía a ser ingenieros fragmentarios pero que
plasmamos desde ya las realizaciones de nuestros sueños y utopías.
Sin dudas hay mucho para compartir de este análisis formulado por Rorty. No se trata
de sustituir la religión por una filosofía secularizada que sirva de fundamento absoluto.
En tal sentido, una concepción dialéctica no debería partir de una teoría preconstituida,
sino de una filosofía de la praxis que produce conocimiento a partir de la acción
colectiva. Desde esta perspectiva, es cierto que la política precede a la filosofía.
El punto crítico es que la política -tal como aquí la entiende Rorty- supone la adhesión a
una democracia liberal sin interesarse por las consecuencias que esto acarrea para la
mayoría de los ciudadanos. Es decir, desconociendo o no queriendo reconocer la
injusticia, la idolatría del mercado, los crecientes niveles de exclusión que inhabilitan a
numerosos ciudadanos a participar en la formalización de los pretendidos acuerdos. Se
trata de una sociedad declarativamente tolerante basada sobre la intolerancia.
Por lo tanto, no es posible confundir política con instituciones de una determinada
sociedad, puesto que esto supondría carecer de criterios para validar o no dichas
instituciones. Ya he destacado antes que, de alguna manera, esta es la crítica que Apel
dirige contra Rorty.
La misma Teoría de la Justicia de Rawls, tan defendida aquí por Rorty, se basa en una
serie de supuestos teóricos y políticos que sirven de criterio para alcanzar el tan
mentado equilibrio reflexivo: seres racionales que, bajo un velo de ignorancia, formulan
los dos principios básicos de la sociedad, uno de los cuales exige una situación de
justicia para los más postergados.
(Pág.216)
Desde la perspectiva de una ética de la liberación no hay ninguna sociedad para
justificar. Mucho menos, la sociedad liberal. En tal sentido no se adhiere a la primacía
de la democracia respecto a la filosofía. Esto no significa ni recaída en la metafísica, ni
adhesión a un espíritu de seriedad, ni descartar la necesaria vinculación entre estética y
ética. Significa simplemente que existen determinadas intencionalidades políticas y
éticas que están orientando la política en cuanto compromiso por construir determinadas
instituciones.
Es imprescindible distinguir entre las opciones ético-políticas y la política en cuanto
institucionalidad. Aquellas trascienden a ésta y le dan significado.
[Adela Cortina destaca el vínculo que, a su modo de entender, existe entre ética
comunicativa y democracia participativa y radical. No dudo que este vínculo se vería
potenciado por las experiencias de lucha y por los procesos de construcción de poder
local vividos en América Latina. Tampoco me caben dudas en cuanto a que esta
dimensión supondría una teoría del poder al interno de la ética comunicativa y cambios
sustantivos en el abordaje del tema de la exclusión. «Puesto que tanto la ética discursiva
como la teoría de la acción comunicativa, a pesar de recurrir a un método pragmático
trascendental o bien reconstructivo, le caracterizan como aquel tipo de ser que muestra -
o podría mostrar- competencia comunicativa, de modo que debemos considerar a todo
hombre como un interlocutor facultado para decidir -en lo que aquí nos importa- acerca
de la corrección de las normas que le afectan; y puesto que toda antropología -
tradicional o hermenéutico-trascendental- comportan irremisiblemente una
antroponomía, colige el estudioso de la ética discursiva que de la afirmación de que
todo ser dotado de competencia comunicativa ha de tenerse por un interlocutor válido se
derive la exigencia de que participe de forma significativa, también en la vida política,
en las deliberaciones y decisiones acerca de las normas que le afectan.» (Adela Cortina,
1993, 110)]
La pedagogía del poder enfrenta una cultura autoritaria, caracterizada por depositar
la ciudadanía en los expertos, técnicos y políticos, se depotencializa la figura del
ciudadano, trasladada desde la gente hacia el experto que toma decisiones. Pero,
además, la cultura autoritaria, que propugna relaciones de dominación/dependencia en
todos los niveles de la sociedad, penetra profundamente la vida cotidiana, las relaciones
barriales y territoriales, las organizaciones vecinales y los estilos de participación y
(Pág.218) conducción. Con lo cual, una democracia radical, con fuerte base territorial,
se vuelve escenario privilegiado para el análisis de tales relaciones y para su
modificación. La ética de la liberación resulta un componente esencial de este proceso
pedagógico.
[«A cultura política autoritaria forjou na populaçao uma visáo delegativa do poder, em
que se espera que o estado aprésente e implemente soluçóes a os problemas da cidade.
Abrir espaços e ofrecer condiçoes concretas para que a populaçao exercite o seu direito
de propor, acompanhar e fiscalizar as açóes de governo, estabelecendo as
responsabilidades de cada parte, é contribuir para a construçao da consciencia de
cidadania. Para tanto, é fundamental o estimulo a multiplicado das formas de auto
organizaçao da populaçao que favoreçam açoes coletivas. Neste sentido, os programas
de parceria para execuçao de políticas públicas, como os mutiróes para a construçao de
moradias populares e outros, sao exemplos de iniciativas que as prefeituras podem
promover.» (Pedro Pontual. 1994, 65)]
Conclusión.