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2008, un año extraordinario para la literatura infantil

Por:Isabel Mesa Gisbert *

Como pocas veces antes, el año pasado hubo en el país una importante —en cantidad y calidad— oferta de
libros para niños y jóvenes
En par de artículos sobre narrativa boliviana publicados hace poco en Fondo Negro confirman que algunas novelas, como
Juan de la Rosa, Raza de bronce o La Chascañawi, siguen siendo las mejores y, al mismo tiempo, imprescindibles en los
colegios.
Sin embargo, nadie se pregunta cuál debería ser el recorrido literario que deben realizar nuestros niños para que al llegar a
la adolescencia se sientan atrapados por la esencia literaria de un clásico como los mencionados. No importa la cantidad
de listas que se hagan sobre las mejores novelas bolivianas ni el orden de las mismas si nuestros jóvenes no han tenido
una práctica de lectura previa.
Es importante tomar en cuenta que muchos maestros de literatura no conocen otros libros ni otros autores que aquellos
que se convirtieron en clásicos. Por estas dos razones —ampliar el panorama de la literatura que siembra en los más
pequeños y proporcionar nuevos títulos a los maestros—, creo que es importante hacer una evaluación de la literatura que
se produjo en 2008 y que esperamos que llegue en 2009 a manos de los niños y jóvenes.
Los autores que hacemos literatura infantil y juvenil nos hemos quejado por mucho tiempo de que ésta se menosprecia,
que no hay un estímulo para sus autores ni apoyo para la publicación de sus libros. Terminado el año 2008 no puedo decir
lo mismo. Después de haber visitado las ferias del libro de Santa Cruz, La Paz y Cochabamba considero que los grandes
protagonistas de la literatura para niños y jóvenes fueron las editoriales.
Nunca antes se publicaron tantos libros. Estamos hablando de 39 títulos, de los cuales 29 fueron apoyados por editoriales
y los diez restantes publicados por los mismos autores. Con excepción del año 1996, en que la Reforma Educativa
Boliviana creó las bibliotecas de aula con textos de autores nacionales con una cuantiosa producción de literatura infantil,
2008 es el año en que mayor apoyo recibieron los escritores de parte de editoriales e instituciones. Es importante aclarar
que la cantidad de libros publicados no es en todos los casos un sinónimo de buena literatura.
Editorial El País ha iniciado una colección infantil en la que hay que destacar las ilustraciones de Daniela Durán y la
calidad de edición en tapa dura con un tamaño adecuado para los más pequeños que acompañan dos textos El enigma del
Piyo, de Biyú Suárez, y Ciudades, de Manuel Vargas.
Grupo Editorial La Hoguera ha creado un plan lector que ofrece una gran variedad de lectura para todas las edades que
incluye los géneros de cuento, poesía y novela, y que también contempla algunas reediciones. Para los más pequeños
están autoras como Angélica Guzmán, con El dragón de fuego, y Biyú Suárez, con Anita, la niña bonita. En poesía, Luis
Andrade Sanjinés, con Sueños infinitos y Poesía infinita. Me gustaría hacer un comentario al margen de estos libros para
sugerir a la editorial que una propuesta literaria no debe ir acompañada de cuestionarios ni hojas de trabajo, ya que la
literatura se manifiesta por sí misma para llegar al lector.
Creo que la mejor oferta de esta editorial está en la literatura a partir de los 13 años con la acertada reedición de una de las
mejores novelas bolivianas para adolescentes, Ururi y los sin chapa, de Gladys Dávalos; una muy buena novela corta
sobre romance y tiempos de dictadura; La sonrisa cortada, de Gigia Talarico, y la novela histórica ambientada en el siglo
XVI El Señor de El Dorado, de Alcides Parejas, en la que los valores éticos tienen un papel fundamental. Además, La
Hoguera ha reeditado tres obras de Hernando Sanabria Fernández: La muña ha vuelto a florecer, Iuparesa y Tradiciones,
leyendas y casos de Santa Cruz de la Sierra.
Grupo Editorial Kipus ha publicado cuatro libros. Letras cantarinas, una obra sobre el alfabeto destinada a los más
pequeños y escrita por Aida Soria Galvarro; la novela infantil El niño de miel, de Angélica Guzmán; y para los más
jóvenes, Anillos mortales, una serie de cuentos policiales de Biyú Suárez. Además, una muy buena novela que llena de
olores y sabores los recuerdos de dos jóvenes que son parte de una fábrica de ladrillos, Entre ladrillos y perejiles, de
Carlos Vera; obra finalista del concurso latinoamericano Norma-Fundalectura (1994).
Editorial Santillana, en su sello Alfaguara, tuvo la feliz iniciativa de impulsar la literatura infantil y juvenil a través de dos
premios: el Concurso Nacional de Cuento, premiado en la Feria del Libro de La Paz, y el Concurso Nacional de Novela
para Jóvenes, a cuyos ganadores premiará en los próximos meses.
El galardón de cuento, muy merecidamente, lo obtuvo una extraordinaria obra para niños a partir de los diez años,
Conquistando a Lindolfo, de Rosalba Guzmán, quien relata la divertida historia de una biblioteca cuyos libros cobran vida
gracias a una pequeña ratona de biblioteca. La primera mención la obtuvo Claudia Adriázola con la obra Una aventura
inesperada. Alfaguara también presentó este año El revés del cuento, una novela sobre cuentos de hadas y superhéroes de
mi autoría.
Gente Común ha iniciado en 2005 una colección de literatura infantil de autores bolivianos de la cual ha publicado 11
títulos. El año 2008 estuvo dedicado a tres autoras cruceñas. Para los más pequeños, Crispín, de Biyú Suárez, y a partir de
los ocho años una reedición de los cuentos surrealistas de Gigia Talarico Contando sueños, y la impecable prosa lírica de
Angélica Guzmán con la historia de La ratita diligente.
Editorial Gisbert reeditó La Pluma de Miguel: una aventura en los Andes, con una propuesta novedosa. La cuarta edición
de lujo con ilustraciones a colores y la quinta edición con ilustraciones en blanco y negro en formato popular, con la idea
acertada de que la literatura infantil y juvenil contemporánea debe llegar a toda la población estudiantil.
Dos instituciones también han aportado a la publicación de libros para niños. El Taller de Historia Oral Andina (THOA)
con cuatro libros que recopilan leyendas y mitos del área andina en castellano y aymara, de Rodolfo Quisbert y Ruth
Flores (recopiladores). Espacio Simón I. Patiño, bajo la iniciativa de Jessica Freudenthal de que los niños conozcan la
poesía de los grandes autores bolivianos, publica la colección Pata-pata, que cuenta con seis títulos. El año 2008 se
publican tres: Lenguaje de color, de Luis Luksic; Los cuatro elementos, de Juan Carlos Orihuela, y Árbol siempre vivo,
de Alberto Guerra. Los tres libros en una preciosa edición de lujo, con ilustraciones a todo color y tapa dura.
Del esfuerzo de los propios autores se han publicado diez libros. Para los más pequeños, Babirusa, Ángel, Diablejo y
otros (cuentos), de Velia Calvimontes; Martín Pescador (poesía), Ratonciélago (cuentos) y Diario de un gato, obras
inéditas del fallecido autor Hugo Molina Viaña; y una colección de cuatro títulos para los más pequeños de Rosario
Quiroga de Urquieta: Varatuja y el regalo, El lobo feroz cambia de opinión, La hormiga Rosa y Abracadabra Abra
palabra. A partir de los 12 años, Juancito Pinto (novela), de Luz Cejas de Aracena y Fernando Aracena Cejas; y una
novela inspirada en la saga de Harry Potter pero muy loable en cuanto a su contextualización en la región de la
Chiquitania y por el rescate del Festival de Música Barroca: Benjamín y el séptimo cofre de oro, de María Sarah Mansilla.
No podemos hablar de literatura infantil sin mencionar a los ilustradores que participaron con su arte en estos textos.
Destacable en 2008 ha sido el trabajo de Lara Sabatier en Benjamín y el séptimo cofre de oro, Guiomar Mesa en El revés
del cuento, Romanet Zárate en Contando Sueños y Daniela Durán en Ciudades y El enigma del Piyo.
Un aporte importante y distinto es la primera página web de literatura infantil, creada por la Academia Boliviana de
Literatura Infantil y Juvenil (www.ablij.com), en la que el visitante encuentra autores e ilustradores con sus biografías y
bibliografía, reseñas y comentarios de libros; artículos, ponencias y entrevistas, y enlaces con otras páginas similares.
* Escritora paceña

Regresa el taller de literatura algecireño,


que volverá a convocar lecturas poéticas
Uno de los objetivos de la actividad es editar un nuevo número de la
revista 'Barataria'

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La delegación de Juventud del Ayuntamiento de Algeciras ha puesto en marcha una


nueva edición del taller de literatura, que vuelve a estar coordinado por el escritor y
poeta Juan Emilio Ríos Vera y que será impartido en las dependencias de la Casa de la
Juventud, ubicadas en la calle Ramón y Cajal.

Los días en los que se impartirá el taller serán los martes y jueves, de seis a ocho de la
tarde, estando previsto que finalice el próximo mes de junio. Entre los objetivos que se
ha propuesto la delegación están editar un nuevo número de la revista literaria
Barataria, que en esta ocasión estará dedicado a los microrrelatos, además de
establecer una estrecha colaboración con el ateneo José Román, en cuya sede se
realizarán algunas actividades.

El concejal de Juventud, Félix Duque, ha indicado que al igual que el pasado año
tendrán lugar lecturas poéticas con destacados creadores literarios de la ciudad y del
Campo de Gibraltar "con el objetivo de que los jóvenes se acerquen al mundo de las
letras de una forma amena, entretenida, y puedan al mismo tiempo dar a conocer sus
trabajos al exterior". "Los buenos resultados obtenidos en la edición anterior nos han
animado a continuar por esta línea", señala Duque.

El taller de literatura de la delegación de Juventud se ha convertido en una cantera en


la que aprenden los jóvenes de la ciudad los secretos de las letras y se preparan para
poder presentar historias de calidad. En los últimos tiempos la vigencia de la propuesta
se ha visto reforzada por algunos de los premios literarios que han conseguido algunos
de los alumnos inscritos.

¿Literatura del yo? ¿Qué yo?


Juana Vázquez 17/01/2009

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Hace unos meses salió un monográfico en este suplemento titulado: Escribo sobre
mí. La autoficción marca la literatura en castellano. El primer artículo se
denominaba 'El yo asalta la literatura'. Se trataba de señalar una orientación de la
narrativa actual en una serie de autores, entre los que se encuentran Vila-Matas,
Esther Tusquets, Cristina Grande, Julián Rodríguez, Gonzalo Hidalgo, Juan Cruz,
Soledad Puértolas, Manuel Rico, etcétera.
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Estoy totalmente de acuerdo con esa nueva veta, cada vez más extendida e
intensiva de la literatura del yo. Sin embargo, me gustaría puntualizar sobre ese
hipotético "yo", puesto que siempre hay que añadirle un adjetivo.
Hay literatura del yo a través de la ocultación -en parte- de lo que es el yo real, para
crear el yo con el que uno se identifica. Por supuesto que se trata de literatura del
yo, pero en este caso del yo deseado.
El yo histórico está constantemente en nuestras novelas, el tiempo pasado se presta
a desvestirnos en la literatura sin problema alguno. Existe pues mucha literatura
actual del yo histórico.
Otra de las formas en que se manifiesta el yo es fragmentado a través de los
múltiples espejos, que son los personajes. Cada personaje porta una o varias vetas
del autor. Es también literatura del yo, pero de un yo disperso.
Está el yo de las autobiografías de ficción, en donde uno mezcla el yo real y el que
uno desea a través de contar y fabular sobre uno mismo, es un yo mitificado. Y este
yo es el mismo de las autobiografías, puras y duras. Pues son el resultado de
seleccionar los hechos que al autor le interesan para configurar el yo que le
conviene. En una entrevista a Alfredo Landa en EL PAÍS, se le preguntaba acerca
de la misma: "¿Es un strip-tease?". Y respondió: "No, coño, lo hago totalmente
vestido. Cuento todo lo que puedo contar, lo que debo contar".
Y termino con el yo del subconsciente, cuando escribimos de forma más o menos
automática. Quizá sea ése el yo más real, pues uno no controla la escritura, y por lo
tanto no condiciona a ese yo con el que se identifica de cara a la galería. En este
caso tengo que contar una anécdota: hace unos meses he publicado Con olor a
naftalina. Es una novela-trance, en el sentido de que mi yo racional ha intervenido
muy poco en el proceso de la misma. Por lo tanto, nunca creí que yo estuviera
presente en esa novela llena de tabúes. Pues bien, hace poco tiempo, Enrique Vila
Matas -que la ha leído- me decía de ella, entre otros temas: "Entendí más cosas de
ti...". Entonces me di cuenta de que mi yo se había colado en la misma, sin yo
haberlo advertido.
A lo que quería llegar: ¿existe la literatura del yo sin más...? No. Y es que siempre al
escribir se selecciona, y esa selección se hace con un criterio, y es impedir que no se
exhiba en cueros el yo real, pues nunca nos queremos desnudar por completo.
Tapamos las partes pudendas.
Por tanto, existe, sin duda, la literatura del yo, pero del yo "adjetivado" con tanga.
Obvio.
Juana Vázquez es catedrática de Lengua y Literatura, periodista y escritora. Su último y
reciente libro, la novela Con olor a naftalina (Huerga & Fierro). En primavera publicará El
Madrid cotidiano del siglo XVIII (Endymión).

Popayán en su literatura (IV parte)


Escrito por Administrator
domingo, 18 de enero de 2009
Por: Felipe García Quintero
fgq1973@hotmail.com

El más sugerente de los cambios de representación urbana de Popayán lo enuncia Gustavo Wilches (1954) en un
poema escrito bajo una percepción crítica moderna, donde es posible advertir una toma de conciencia nueva de
Popayán, distinta del idilio bucólico o el heroísmo mártir, aunque afirmada, como lo hace Rafael Maya, en el afecto
por la ciudad. Su “Canto a Popayán” es un correlato del poema de Guillermo Valencia. Y comparados, la diferencia es
sustantiva. No tan sólo en el plano formal del discurso y su prosodia, puesto que el rigor métrico y musical originales
no se buscan mediante un palimpsesto paródico o celebratorio. El giro dado por Wilches es de visión, y radica en la
manera de percibir la realidad contemporánea de Popayán, su condición histórica presente de ciudad en percance,
próxima de una crisis mayor como lo fuera el terremoto del 31 de marzo de 1983. Dice Wilches con humor atenuado
por la condescendencia filial: “Popayán/ es una tía/ venida a menos […] que pasa hambres/ y reza el rosario/ en
camándula de plata […]” — a lo cual agrega— “que no quiso ir a vivir/ a Bogotá/ con los sobrinos/ por miedo a los
semáforos/ y los divorcios/ y a los ascensores […]”. Es el miedo a la modernidad el acento mayor que advertimos
como aporte a la sensibilidad poética contemporánea, que ya no pregunta o cuestiona la causa de la pobreza de la
ciudad, de sus glorias de panteón y museo clausurado, para hacer un discurso nostálgico, antes explicado, sino la
inquietud por el rezago del tiempo urbano que se enfrenta con sus cambios inexorables a retos nuevos e ineludibles, a
cambios de identidad que la ciudad se niega a asumir en los rostros, voces, lenguajes y escrituras presentes en su
actual literatura, por ejemplo, la de los siguientes autores.

Nombrada la identidad femenina de Popayán por Guillermo Valencia, será otro poeta quien la sexualiza con el
lenguaje al separar de su naturaleza la condición maternal, lo cual hace de la urbe un cuerpo erótico profanado,
territorio verbal de experiencias vetadas por la conducta moral heterosexual de la cultura religiosa; la misma que
moldeó con la arquitectura conventual y la práctica espiritual de clausura una imagen de ciudad casta, antes que
letrada. Por ejercer con la escritura ese modo de vida, el pensamiento poético de Carlos Illera Benavides (Popayán,
1957- Cali, 1999) puede en parte ser definido como una erótica. Es Illera quien vive la ciudad como una experiencia
corporal que poetiza la sensualidad a veces de contornos ásperos, de tensión y violencia; cuya dimensión nocturna,
por ejemplo, era hasta entonces desconocida para la literatura de Popayán. Aparece en sus poemas una nueva urbe,
de arquitectura distinta con un hábitat en deterioro: calles sucias, paredes manchadas, tejados rotos y edificios de
luces de neón, anunciando con sus fuegos de artificio un tiempo nuevo de ciudad maldita y atmósfera apocalíptica, en
razón a los seres que la pueblan con sus temores y prejuicios. Vacío su silencio, llena de ruido, Popayán es una urbe
más de cuantas existen en el continente real y literario de Colombia.

Lo descrito de la erótica de Illera puede comprenderse como una interpretación crítica de lo urbano, ello a su vez en
tanto metáfora espiritual del sujeto moderno también en crisis. Por lo cual, el descenso a los abismos personales de la
condición humana, la caída en la culpa como un modo de expiar la conciencia del pecado y así liberar el alma, es parte
de la condición última del proscripto, que fuera siempre una imagen auténtica y una actitud honesta de Carlos Illera
para asumir el mundo, con lo cual marcó un estilo literario de poeta romántico, hedonista y chamán. Su amor por las
sombras de lo desconocido iluminó también su camino de obra literaria oral, escuchada en lecturas privadas del autor
a sus amigos y de un libro único de versos póstumo, titulado “Manual para la buena muerte” (1999), cuyos hallazgos
estéticos desiguales perduran en la generación de escritores jóvenes que lo asumen como el poeta con el cual nace la
última generación literaria denominada “posterremoto”, aunque el libro fundante de la nueva tradición poética en
Popayán sea “La tiniebla luminosa” (1993) de Francisco Gómez Campillo (Popayán, 1967).

De los escritores actuales, Víctor Paz Otero (1945) es el novelista de Popayán. Con inteligencia y sentimiento agudos,
de amor y odio, ha retratado la pléyade de personajes históricos; con la calumnia y el insulto como recursos literarios,
ha caricaturizado a personalidades vivas e instituciones; y, para nuestro interés, ha hecho de los rituales de mayor
significado cultural de la ciudad un objeto literario de parodia desacralizante. De su creciente obra narrativa,
destacamos un fragmento de “La eternidad y el olvido” (1993), su primera novela, destinado a cuestionar la sociedad
colonial y sus estamentos actuales más representativos como valores vigentes que deben erradicarse de la ciudad
contemporánea. La crítica se dirige al tiempo histórico de Popayán, cuya verdad juzga impostada. Para ello, Víctor
Paz establece un alegato del culto al pasado, mediante el juicio celestial de un arlequín prestado de la comedia del arte
medieval que, por virtud de la práctica carnavalesca, invierte el orden del mundo y los roles de los personajes —por el
aura colonial vivos, mas despojados de su poder—, cambian durante el desfile profano de una procesión realizada al
modo de las celebradas en Semana Santa.

Esta teatralización burlesca la estimamos como el topos de un contradiscurso cultural, por el que la solemnidad de los
oficios sacros troca su sentido en fiesta y risa; dimensiones vitales pero ausentes de la cultura urbana de Popayán, esta
última utilizada de correctivo social. A nivel de los signos, ocurre entonces un cambio simbólico, pues la jerarquía
aristócrata de abolengos es eliminada temporalmente y la igualdad sin heráldica ni blasones reina sobre un nuevo
orden de armonía social. En este mundo el pecado es la máxima fuerza purificadora. El dispositivo para lograr todo
ello es la metáfora útil de la libertad moral del cuerpo desnudo. Sin los ornatos sociales del vestido, los condenados al
cadalso se entregan al desenfreno sexual reprimido durante siglos de vida conventual, ya que el desfile por las calles
del sector histórico termina en la plaza de Caldas con una orgía dionisiaca, sin distingos de género ni posición social.
Las identidades, ahora trastocadas por el frenesí de la muerte, no son encubiertas sino exhibida su dignidad
degradada, y no conforme con ello, el autor se regocija en delatar sus nombres y apellidos para el escarnio público.

Este momento de la nueva literatura es importante como representación de la Popayán moderna, crítica del atavismo
de la cultura hispánica, pues logra ofrecer la dimensión simbólica del mundo al revés de una ciudad que, a partir de su
fundación, supo hacer del espacio urbano, no sólo la armónica unión con la naturaleza que tanto importa para la
poesía, sino también la estratificación social de clases escindidas, pero con diálogo en condiciones de respetuoso
desequilibrio, territorialmente polarizadas entre un centro esencial y excluyente de una periferia viva, mas difusa por
resultar desconocida, al ser ignorados u olvidados sus valores. Son las dimensiones presentes de una realidad
histórica dual no superada aún en Popayán. Asunto a su vez configurado bajo las categorías de “República de
Españoles” y “pueblos de indios”, con que la sociedad colonial quiso idealmente resolver el problema del mestizaje
étnico y cultural, entonces como ahora esencial para la comprensión plural de las identidades urbanas, siempre en
definición, dado lo inestable de su naturaleza proteica, sin pureza ni esencias de originalidad.

Y es justo el tema de la exclusión social y la condición marginal de la cultura mestiza, lo que lleva a Marco Antonio
Valencia Calle (Popayán, 1967) a publicar “Oscuro por Claritas” (2003). El problema identitario en esta novela es la
pugna de lo popular contra la institucionalidad excluyente del imaginario colonial hegemónico y su poder
homogenizador de lo urbano, que no reconoce en la diversidad cultural contemporánea la riqueza social de los
muchos lenguajes, ni las diferentes voces y las múltiples escrituras que pueblan con sus signos, marcas y huellas la
Popayán publicitada por el discurso del silencio, que tanto la exalta como remanso de paz, de vida sosegada. La
diégesis del relato nos cuenta que un grupo de jóvenes universitarios, integrantes del MLP (Movimiento por la
Liberación de Popayán), luchan para cambiar la ciudad blanca, noble y letrada, por una que dé cabida a la fuerza
incontenible de la cultura popular ubicada espacialmente en los márgenes del sector histórico, en ese meridiano de la
carrera 17 que divide en dos hemisferios la ciudad y establece una cartografía mental de Popayán, bajo la oposición
jerárquica de centro y periferia.

Si en esta novela el lenguaje es urbano, vitalmente contaminado de la fuente oral y poblado de giros callejeros que
adopta la forma estilizada del periodismo, “Los habitados” (2006) de Juan Carlos Pino Correa (Almaguer, 1968),
impone otro registro escritural de logros estéticos más altos y mayor complejidad narrativa. El aporte de Pino Correa
en la representación literaria de Popayán que hemos trazado hasta el momento, se instala en la preocupación artística
por hacer de la ciudad algo más que lugar físico y escenario pasivo de la ficción, para convertirse en protagonista con
carácter y voz. Así, pues, el escenario narrativo y mental es la ciudad: sus calles son personajes porque el escritor la
hace lenguaje de sugestión y sugerencias. La ciudad nocturna, que es blanca y vacía, se convierte en voz narrativa. Se
trata de una percepción muy singular de Popayán que ve en lo espectral el carácter fantasmal que fascina, la
experiencia ambigua de atracción y rechazo. Se trata, en fin, de la dimensión de una ciudad interiorizada en el
monólogo de quien al caminar sus calles, la inventa con sus pasos. Por ello estimamos que en esta novela Popayán se
define como lenguaje, ya no sólo es arquitectura saturada de valoración cultural y estimación poética.

El hecho que tal vez explica con mayores respuestas, aún no enunciadas con la atención académica debida, es, sin
duda alguna el terremoto del Jueves Santo 31 de Marzo de 1983, fenómeno natural que provocó un abrupto cambio
cultural de percepción del universo urbano de Popayán. Esta fecha traza el antes y el después de la literatura en
Popayán, delimita la temporalidad de la ciudad en una gramática del pasado y una del futuro. Aunque sin contar aún
con un estudio de los efectos causado en el imaginario urbano, creemos que esta conjetura sociológica sin mayor
respaldo científico en las ciencias sociales, tiene un valor poético de intuición mayor que la simple especulación con la
cual afirmamos el devenir grande de la producción artística de Popayán en el campo de las letras. Los rasgos de la
identidad urbana en definición, configuran el rostro que la narrativa emergente esboza con la obra en marcha de los
cuatro últimos autores citados, a cuya lista agregamos la cuentística de Fernando Solarte Lindo (1937-1995) y Edgar
Caicedo Cuéllar (1966), la voz póstuma de Johann Rodríguez-Bravo (1980-2006) en su novela “Ciudad de niebla”
(2006) y, con ellos, la literatura para público infantil publicada por Eladio de Valdenebro (1940) y la prosa de ficción
de Diego Castrillón Arboleda (1920). También la nueva poesía de Hilda Pardo (1956), Luis Arleyo Cerón (1962),
Francisco Gómez Campillo (1968), César Samboní (1972), más el canon femenino conformado por Matilde Espinosa
(1906-2008), Carmen Paredes Pardo (1911-1980) y Gloria Cepeda (1928), encuentran caminos distintos de la cuestión
urbana y complementan con otros temas lo que hemos procurado documentar.

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