El DR Jekyll y MR Hyde
El DR Jekyll y MR Hyde
El DR Jekyll y MR Hyde
Hyde
R. L. Stevenson
Historia de la puerta
vo amigo.
Saliendo de la callejuela, a la vuelta de la esquina, haba una plaza flanqueada
de casas antiguas y de hermosa apariencia, la mayor parte de ellas venidas a
menos y divididas en cuartos y aposentos que se alquilaban a gentes de toda
clase y condicin: grabadores de mapas, arquitectos, abogados de tica dudosa
y agentes de oscuras empresas. Una de ellas, sin embargo, la segunda a partir
de la esquina, continuaba teniendo un solo ocupante, y ante su puerta, que res-
piraba un aire de riqueza y comodidad a pesar de estar hundida en la oscuridad,
a excepcin de la claridad que se filtraba por el montante, Mr. Utterson se detu-
vo y llam. Un sirviente bien vestido y de edad avanzada sali a abrirle.
-Est en casa el Dr. Jekyll, Poole? -pregunt el abogado.
-Ir a ver, Mr. Utterson -dijo el mayordomo. Mientras hablaba hizo pasar al visi-
tante a un saln grande y confortable, de techo bajo y pavimento de losas, cal-
deado (segn es costumbre en las casas de campo) por un fuego que arda ale-
gremente en la chimenea y decorado con lujosos armarios de roble.
-Quiere esperar aqu junto al fuego, seor, o prefiere que le lleve luz al come-
dor?
-Esperar aqu, gracias -dijo el abogado. Se aproxim despus a la chimenea
y se apoy en la alta rejilla que haba ante el fuego. Se hallaba en la habitacin
favorita de su amigo el doctor, una estancia que Utterson no habra tenido el
menor reparo en describir como la ms acogedora de Londres. Pero esa noche
senta un estremecimiento en las venas. El rostro de Hyde no se apartaba de su
memoria. Experimentaba -cosa rara en l- nusea y repugnancia por la vida, y
dado el estado de nimo en que se hallaba, crea leer una amenaza en el res-
plandor del fuego que se reflejaba en la pulida superficie de los armarios y en el
inquieto danzar de las sombras en el techo. Se avergonz de la sensacin de
alivio que le invadi cuando Poole regres al poco rato para anunciarle que Je-
kyll haba salido.
-He visto entrar a Mr. Hyde por la puerta de la antigua sala de diseccin, Poole
-dijo Mr. Utterson-. Le est permitido venir cuando el Dr. Jekyll no est en ca-
sa?
-Desde luego, Mr. Utterson -replic el sirviente-. Mr. Hyde tiene llave.
-Al parecer, su amo confa totalmente en ese hombre, Poole -continu el otro
pensativo.
-S, seor, as es -dijo Poole-. Todos tenemos orden de obedecerle.
-No creo haber conocido nunca a Mr. Hyde -observ Utterson.
-No, por Dios, seor! Nunca cena aqu -replic el mayordomo-. De hecho le
vemos muy poco en
esta parte de la casa. Suele entrar y salir por el laboratorio.
-Bueno, entonces me ir. Buenas noches, Poole. -Buenas noches, Mr. Utter-
son.
El abogado se dirigi a su casa presa de gran inquietud. Pobre Henry Jekyll -
se dijo-. Ha debido de tener una juventud desenfrenada. Cierto que desde en-
tonces ha pasado mucho tiempo, pero de acuerdo con la ley de Dios, las malas
acciones nunca prescriben. Tiene que ser eso, el fantasma de un antiguo peca-
do, el cncer de alguna vergenza oculta. Al fin el castigo llega inexorablemente,
pede claudo, aos despus de que el delito ha cado en el olvido y nuestra pro-
pia estimacin ha perdonado ya la falta.
Y el abogado, asustado por sus pensamientos, medit un momento sobre su
propio pasado rebuscando en los rincones de la memoria por ver si alguna anti-
gua iniquidad saltaba de pronto a la luz como surge un mueco de resortes del
interior de una caja de sorpresas. Pero su pasado estaba hasta cierto punto libre
de culpas. Pocos hombres podan pasar revista a su vida con menos temor, y,
sin embargo, Mr. Utterson sinti una enorme vergenza por las malas acciones
que haba cometido y su corazn se elev a Dios con gratitud por las muchas
otras que haba estado a punto de cometer y que, sin embargo, haba evitado.
Mientras segua meditando sobre este tema, su mente se ilumin con un rayo de
esperanza. Pero ese Mr. Hyde -se dijo- debe de tener sus propios secretos, se-
cretos negros a juzgar por su aspecto, secretos al lado de los cuales el peor cri-
men del pobre Jekyll debe brillar como la luz del sol. Las cosas no pueden seguir
corno estn. Me repugna pensar que ese ser maligno pueda rondar como un la-
drn al lado mismo del lecho del pobre Henry. Desgraciado Jekyll! Qu amargo
despertar! Y encima, el peligro que corre, porque si ese tal Hyde llega a sospe-
char de la existencia del testamento, puede impacientarse por heredar. Tengo
que hacer algo inmediatamente. Si Jekyll me lo permitiera... Y luego aadi:
Si Jekyll me permitiera hacer algo... Porque una vez ms vea con los ojos de
la memoria, tan claras como la transparencia misma, las raras estipulaciones del
testamento.
Dos semanas despus, por una de esas halageas jugadas del destino, el Dr.
Jekyll invit a cenar a cinco o seis de sus mejores amigos, inteligentes todos
ellos, de reputacin intachable y buenos catadores de vino, y Mr. Utterson pudo
ingenirselas para quedarse a solas con su anfitrin una vez que partieran el re-
sto de los invitados. No era aquello ninguna novedad, sino que, al contrario,
haba sucedido en innumerables ocasiones. Donde queran a Utterson, le quer-
an bien. Sus anfitriones solan retener al adusto abogado una vez que los des-
preocupados y los habladores haban traspasado ya el umbral. Gustaban de
permanecer un rato en su discreta compaa, practicando la soledad, serenando
el pensamiento en el fecundo silencio de aquel hombre tras el dispendio de ale-
gra y la tensin que sta supona.
El Dr. Jekyll no era excepcin a la regla. Sentado como estaba frente a Utter-
son delante de la chimenea -era hombre de unos cincuenta aos, alto, fornido,
de rostro delicado, con una expresin algo astuta, quiz, pero que revelaba inte-
ligencia y bondad-, su mirada demostraba que senta por su amigo un afecto
profundo y sincero.
-Hace tiempo quera hablar contigo, Jeky11 -le dijo ste-. Recuerdas el tes-
tamento que hiciste? Un buen observador se habra dado cuenta de que el tema
no era del agrado del que escuchaba. Pero, aun as, el doctor respondi alegre-
mente. . -Mi pobre Utterson! -dijo-. Qu mala suerte has tenido con que sea tu
cliente. En mi vida he visto un hombre tan preocupado como t cuando leste
ese documento, excepto quiz ese fantico de Lanyon ante lo que llama mis
herejas cientficas. Ya. Ya s que es una buena persona. No tienes que fruncir
el ceo. Es un hombre excelente y me gustara verle con ms frecuencia. Pero
es tambin un ignorante, un fantico y, sin lugar a dudas, un pedante. Nadie me
ha decepcionado nunca tanto como l. -T sabes que nunca he aprobado ese
documento -continu Utterson, haciendo caso omiso de las palabras de su ami-
go.
-Te refieres a mi testamento? S, naturalmente, ya lo s -dijo el doctor ligera-
mente enojado-. Ya me lo has dicho.
-Pues te lo repito -continu el abogado-. He averiguado ciertas cosas acerca
de Mr. Hyde.
El agraciado rostro del Dr. Jekyll palideci hasta que labios y ojos se ennegre-
cieron.
-No quiero or ni una sola palabra de ese asunto -dijo-. Cre que habamos
acordado no volver a mencionar el tema.
-Lo que me han dicho es abominable -continu Utterson.
-Eso no cambiar nada. No puedes entender en qu posicin me encuentro -
contest el doctor no sin cierta incoherencia-. Me hallo en una situacin difcil,
Utterson, en una extraa circunstancia de la vida, muy extraa. Se trata de uno
de esos asuntos que no se solucionan con hablar.
-Jekyll -dijo Utterson-, t me conoces y sabes que soy hombre en quien se
puede confiar. Puedes hablarme con toda confianza y no dudes de que podr
sacarte del atolladero.
-Mi querido Utterson -dijo el doctor-, tu bondad me conmueve. Eres un exce-
lente amigo y no encuentro palabras con que agradecerte el afecto que me de-
muestras. Te creo y confiara en ti antes que en ninguna otra persona, antes,
ay!, que en m mismo si me fuera posible. Pero no se trata de lo que t ima-
ginas. No es tan grave el asunto. Y slo para tranquilizar tu corazn te dir una
cosa. Puedo deshacerme de ese tal Mr. Hyde en el momento en que lo desee.
Te lo prometo. Mil veces te agradezco tu inters y slo quiero aadir una cosa
que, espero, no tomes a mal. Se trata de un asunto personal y no quiero que
volvamos a hablar de ello jams.
Utterson reflexion unos segundos mirando al fuego.
-Estoy seguro de que tienes razn -dijo al fin ponindose en pie.
-Pero ya que hemos tocado el tema por ltima vez -prosigui el doctor-, hay un
punto en el que quiero insistir. Siento un gran inters por ese pobre Hyde. S
que le has visto, me lo ha dicho, y me temo que estuvo muy grosero contigo. Pe-
ro con toda sinceridad te digo que siento un inters enorme por ese hombre y
quiero que me prometas, Utterson, que si muero, sers tolerante con l y le ayu-
dars a hacer valer sus derechos. Estoy seguro de que lo haras si conocieras el
caso a fondo. Me quitars un gran peso de encima si me lo prometes.
-No puedo mentirte dicindote que ser alguna vez persona de mi agrado -dijo
el abogado.
-No es eso lo que te pido -suplic Jekyll posando una mano sobre el brazo de
su amigo-. Slo quiero justicia. Que le ayudes en mi nombre cuando yo no est
aqu.
Utterson exhal un irreprimible suspiro. -Est bien -dijo-. Te lo prometo.
El incidente de la carta
Era ya avanzada la tarde cuando Mr. Utterson lleg a casa del doctor Jekyll,
donde Poole le admiti al punto y le condujo a travs de las dependencias de
servicio y del patio que antes fuera jardn hasta el edificio que se conoca indife-
rentemente con los nombres de laboratorio o sala de diseccin. El doctor haba
comprado la casa a los herederos de un famoso cirujano y, por encaminarse sus
gustos ms hacia la qumica que hacia la anatoma, haba cambiado el destino
de la construccin que se alzaba al fondo del jardn.
Era la primera vez que el abogado pisaba esa parte de la vivienda de su ami-
go. Fij la vista con curiosidad en aquel sombro edificio sin ventanas y, una vez
dentro de l, pase la mirada a su alrededor experimentando una desagradable
sensacin de extraeza al ver aquella sala de diseccin antes poblada de estu-
diantes vidos de entender y ahora solitaria y silenciosa, las mesas cargadas de
aparatos destinados a la investigacin qumica, las cajas de madera y la paja de
embalar diseminadas por el suelo y la luz que se filtraba a travs de la cpula
nebulosa. Al fondo, una escalera suba hasta una puerta tapizada de fieltro rojo
cuyo umbral traspuso al fin Mr. Utterson para entrar al gabinete del doctor. Era
sta una habitacin grande rodeada de armarios de puertas de cristal y amue-
blada, entre otras cosas, con un espejo de cuerpo entero y un escritorio. Se
abra al patio por medio de tres ventanas de vidrios polvorientos y protegidas
con barrotes de hierro. Un fuego arda en la chimenea y sobre la repisa haba
una lmpara encendida, pues hasta en el interior de las casas comenzaba a
acumularse la niebla.
All, al calor del fuego, estaba sentado el doctor Jekyll, que pareca mortalmen-
te enfermo. No se levant para recibir a su amigo, sino que le salud con un
gesto de la mano y una voz irreconocible.
-Dime -dijo Mr. Utterson tan pronto como Poole abandon la habitacin-. Sa-
bes la noticia?
El doctor se estremeci.
-La han estado gritando los vendedores de peridicos por la calle. La he odo
desde el comedor. -Permteme que te diga lo siguiente -dijo el abogado-: Carew
era cliente mo, pero tambin lo eres t y quiero que me digas la verdad de lo
sucedido. Has sido lo bastante loco como para ocultar a ese hombre?
-Utterson, te juro por el mismo Dios -exclam el doctor-, te juro por lo ms sa-
grado, que no volver a verle nunca ms. Te doy mi palabra de caballero de que
he terminado con Hyde para el resto de mi vida. Nunca volver a verle. Y te
aseguro que l no desea que le ayude. No le conoces como yo. Est a salvo,
totalmente a salvo, y nunca se volver a saber de l.
El abogado escuchaba, sombro. No le gustaba la apariencia enfebrecida de su
amigo.
-Pareces estar muy seguro de l -dijo-. Por tu bien deseo que no te equivo-
ques. Si hay un juicio, tu nombre puede salir a relucir en l.
-Estoy completamente seguro de lo que digo -replic Jekyll-. Tengo razones de
peso para hacer esta afirmacin, razones que no puedo confiar a nadie. Pero s
hay una cosa sobre la que puedes aconsejarme. He recibido una carta y no s si
mostrrsela o no a la polica. Quiero dejar el asunto en tus manos, Utterson. T
juzgars con prudencia, estoy seguro. Ya sabes que confo plenamente en ti.
-Jemes que pueda conducir a su detencin? -pregunt el abogado.
-No -respondi su interlocutor-. La verdad es que no me importa lo que pueda
sucederle a Hyde. Por lo que a m respecta, ha muerto. Pensaba slo en mi re-
putacin, que todo este horrible asunto ha puesto en peligro.
Utterson rumi las palabras de su amigo durante unos instantes. El egosmo
que encerraban le sorprenda y aliviaba al mismo tiempo.
-Bueno -dijo al fin-. Veamos esa carta.
La misiva estaba escrita con una caligrafa extraa, muy picuda, y llevaba la
firma de Edward Hyde. Deca en trminos muy concisos que su benefactor, el
doctor Jekyll, a quien tan mal haba pagado las mil generosidades que haba te-
nido con l, no deba preocuparse por su seguridad, pues tena medios de esca-
par, de los cuales poda fiarse totalmente. Al abogado le gust la carta. Daba a
aquella intimidad mejores visos de lo que l haba sospechado y se censur inte-
riormente por sus pasadas sospechas. -Tienes el sobre? -pregunt.
-Lo he quemado -replic Jekyl1- sin darme cuenta de lo que haca. Pero no lle-
vaba matasellos. La trajo un mensajero.
-Puedo quedrmela y consultar el caso con la almohada? -pregunt Utterson.
-Quiero que decidas por m, pues he perdido toda confianza en m mismo.
-Lo pensar -respondi el abogado-. Y ahora una cosa ms. Fue Hyde quien
te dict los trminos del testamento con respecto a tu desaparicin?
El doctor estuvo a punto de desmayarse. Apret los labios con fuerza y asinti.
-Lo saba -dijo Utterson-. Ese hombre tena intencin de asesinarte. Te has li-
brado de milagro. -Pero de esta experiencia he sacado algo muy importante -
contest el doctor solemnemente-. Una leccin. Dios mo, Utterson, qu leccin
he aprendido!
Dicho esto hundi el rostro entre las manos durante unos segundos.
Camino de la puerta, el abogado se detuvo a intercambiar unas palabras con
Poole.
-A propsito -le dijo-, han trado hoy alguna carta? Podra describirme al
mensajero?
Pero Poole dijo estar seguro de que no haba llegado nada, a excepcin del
correo.
-Y eran slo circulares -aadi.
La respuesta de Poole renov los temores del visitante. Estaba claro que la
misiva haba llegado por la puerta del laboratorio. Muy posiblemente haba sido
escrita en el gabinete y, de ser as, tena que juzgarla de modo distinto y con
mucho ms cuidado. Cuando sali de la casa, los vendedores de prensa prego-
naban por las aceras: Edicin especial! Miembro del Parlamento, vctima de
un horrible asesinato! Aqulla era una oracin fnebre por su amigo y cliente, y,
al orla, Utterson no pudo evitar sentir cierto temor de que la reputacin de Je-
ky11 cayera vctima del remolino que indudablemente haba de levantar el es-
cndalo. La decisin que tena que tomar era, como poco, extremadamente deli-
cada, y a pesar de ser hombre que, en general, se bastaba a s mismo, en aque-
lla ocasin sinti la necesidad de pedir consejo, si no abiertamente, s de modo
indirecto.
Al poco rato se encontraba en su casa sentado a un lado de la chimenea, con
Mr. Guest, su pasante, frente a l, y entre los dos hombres, a calculada distancia
del fuego, una botella de vino particularmente aejo que durante mucho tiempo
haba permanecido en la oscuridad de la bodega. La niebla sumerga en su va-
por dormido a la ciudad de Londres, donde las luces de las farolas brillaban co-
mo carbnculos. A travs de las nubes espesas y asfixiantes que se cernan so-
bre ella, la vida segua circulando por sus arterias con un retumbar sordo seme-
jante a un fuerte viento. Pero el fuego del hogar alegraba la habitacin, dentro de
la botella los cidos se haban descompuesto a lo largo de los aos, el color se
haba dulcificado con el tiempo como se difuminan los tonos en las vidrieras y el
resplandor de las clidas tardes otoales en los viedos de las laderas esperaba
para salir a la luz y dispersar las nieblas londinenses. Insensiblemente, el abo-
gado se fue ablandando. En pocos hombres confiaba tantos secretos como en
su pasante. Nunca estaba seguro de ocultarle tanto como deseara. Guest haba
ido en varias ocasiones por asuntos de negocios a casa del doctor. Conoca a
Poole, seguramente haba odo hablar de la familiaridad con que Hyde era reci-
bido en aquella casa y poda haber llegado a ciertas conclusiones. No era natu-
ral, pues, que viera la carta que aclaraba aquel misterio? Y sobre todo, por ser
Guest un gran aficionado a la grafologa, no considerara la consulta natural y
halagadora? Su empleado era, por aadidura, hombre dado a los consejos. Raro
sera que leyera el documento sin dejar caer alguna observacin, y con arreglo a
ella Mr. Utterson podra tomar alguna determinacin.
-Es triste lo que le ha sucedido a Sir Danvers -dijo para iniciar la conversacin.
-S seor, tiene usted mucha razn. Ha despertado la indignacin general -
respondi Guest-. Ese hombre, naturalmente, debe de estar loco.
-Sobre eso precisamente quera preguntarle su opinin -dijo Utterson-. Tengo
un documento aqu de su puo y letra. Que quede esto entre usted y yo porque
la verdad es que no s qu hacer. Se trata, en el mejor de los casos, de un
asunto muy feo. Aqu tiene. Algo que sin duda va a interesarle. El autgrafo de
un asesino.
Los ojos de Guest resplandecieron, e inmediatamente se sent a estudiar el
documento con verdadera pasin.
-No seor -dijo-. No est loco. Pero la letra es muy rara.
-Tan rara como el que ha escrito la misiva -aadi el abogado.
En ese mismo momento entr el criado con una nota.
-Es del doctor Jekyll, seor? -pregunt el pasante-. Me ha parecido reconocer
su letra. Se trata de un asunto privado, Mr. Utterson?
-Es una invitacin a cenar. Por qu? Quiere verla? -Slo un momento. Gra-
cias, seor.
El empleado puso las dos hojas de papel, una junto a otra, y compar su con-
tenido meticulosamente. -Muchas gracias -dijo al fin, devolvindole a Utterson
ambas misivas-. Es muy interesante.
Se hizo una pausa durante la cual Mr. Utterson sostuvo una lucha consigo
mismo.
-Por qu las ha comparado, Guest? -pregunt al fin.
-Ver usted, seor -respondi el pasante-. Hay una similitud bastante singular.
Las dos caligrafas son idnticas en muchos aspectos. Slo el sesgo de la escri-
tura difiere.
-Qu raro! -dijo Utterson.
-Como usted dice, es muy raro -replic Guest. -Yo no hablara con nadie de es-
ta carta, sabe usted? -dijo Mr. Utterson.
-Naturalmente que no, seor -contest el pasante-. Comprendo.
Apenas se qued solo aquella noche, Mr. Utterson guard la nota en su caja
fuerte, donde repos desde aquel da en adelante.
-Dios mo! -se dijo-. Henry Jekyll falsificando una carta para salvara un asesi-
no!
Y la sangre se le hel en las venas.
El episodio de la ventana
La ltima noche
10 de diciembre de 18...
Mi querido Lanyon:
Eres uno de mis amigos ms antiguos y, aunque a veces hemos diferido con
respecto a cuestiones cientficas, no recuerdo, al menos por mi parte, que por
ello haya disminuido nunca un pice el afecto
que nos une. No ha habido un solo da en que si t me hubieras dicho: "Jekyll,
mi vida, mi honor, mi razn dependen de ti", yo no habra dado mi mano derecha
por ayudarte. Pues bien, Lanyon, mi vida, mi honor, mi razn dependen de ti. Si
t no me ayudas, estoy perdido. Supondrs, tras leer este prefacio, que voy a
pedirte que hagas algo deshonroso. Juzga por ti mismo.
Quiero que aplaces cualquier compromiso que tengas para esta noche, sea
cual fuere, aunque se trate de acudir junto al lecho de un emperador. Que tomes
un coche, a menos que est tu carruaje esperndote a la puerta, y que con esta
misiva en la mano vayas directamente a mi casa. He dado a Poole, el mayordo-
mo, las rdenes oportunas. A tu llegada le encontrars esperndote en compa-
a de un cerrajero. Forzaris la puerta de mi gabinete, entrars en l t solo,
abrirs la vitrina situada a mano izquierda, la que va sealada con la letra E, sal-
tando la cerradura si es que la encuentras cerrada con llave, y sacars con todo
su contenido tal y como lo encuentres el cuarto cajn empezando por arriba, que
es el tercero a partir del ltimo de abajo. En mi extrema angustia, tengo un pni-
co morboso a equivocarme al darte las instrucciones, pero aun si me equivoco
sabrs que es el cajn de que te hablo por su contenido, que consiste en unos
polvos, una ampolla y un cuaderno.
Te ruego que te lleves ese cajn a la plaza de Cavendish tal como lo encuen-
tres.
sa es la primera parte del favor. Paso a detallar la segunda. Si sigues mis
instrucciones, nada ms recibir esta misiva, te hallars de vuelta en tu casa mu-
cho antes de la medianoche. Quiero dejar un margen de tiempo suficiente, no
slo por temor de que surja uno de esos obstculos que no pueden ni evitarse ni
preverse, sino tambin porque lo que te resta por hacer es preferible que lo
hagas a una hora en que la servidumbre se halle ya acostada.
A medianoche, por lo tanto, te pido que ests solo en tu sala de consulta, que
abras por ti mismo la puerta a un hombre que se presentar en mi nombre y que
le entregues el cajn que habrs sacado de mi gabinete. Con esto me habrs
hecho un gran favor y tendrs mi eterna gratitud. Cinco minutos despus, si in-
sistes en recibir una explicacin, habrs comprendido que dichas acciones eran
de capital importancia y que, de omitir cualquiera de ellas, por fantsticas que
puedan parecerte, pesara sobre tu conciencia mi muerte o la prdida de mi ra-
zn.
Aunque confo en que no dudars en atender mi ruego, mi corazn se angus-
tia y mi mano tiembla slo de pensar en tal posibilidad. Quiero que sepas que en
estos momentos estoy en un lugar extrao hundido en una pesadumbre que ni la
imaginacin ms descabellada podra concebir, sabedor, sin embargo, de que si
atiendes puntualmente mi ruego, mis cuitas sern cosa del pasado como la his-
toria que el narrador termina y los oyentes olvidan. Atiende mi peticin, querido
Lanyon, y aydame.
Tu amigo,
H. J.
Hastie Lanyon
Henry jekyll
ndice
Historia de la puerta................................................ 7
En busca de Mr. Hyde.............................................. 19
El Dr. Jeky11 estaba tranquilo...................................33
El caso del asesinato de Carew ................................ 37
El incidente de la carta............................................. 45
La extraa aventura del doctor Lanyon .................. 53
El episodio de la ventana ......................................... 61
La ltima noche....................................................... 65
La narracin del doctor Lanyon.............................. 85
Henry Jeky11 explica lo sucedido ............................97