Leyendo A Clausewitz. Juan Carlos Marín
Leyendo A Clausewitz. Juan Carlos Marín
Leyendo A Clausewitz. Juan Carlos Marín
CLAUSEWITZ
ISBN 978-987-
COLECTIVO EDICIONES/ PICASO
LEYENDO A CLAUSEWITZ
Leyendo a Clausewitz ....................................................................................7
Conversación I. El duelo ................................................................................9
Conversación II. La voluntad ......................................................................15
Conversación III. La realidad ......................................................................19
Conversación IV. La totalidad ......................................................................25
Conversación V. Condiciones de la verdad ................................................27
Conversación VI. La razón ............................................................................30
Reflexiones sobre una estrategia político-militar.
Entrevista realizada a J. C. Marín por Silvia Gómez Tagle (México, 1980)......37
5
Todos los textos citados de Carl Von Clausewitz pertenecen a su obra De
la guerra. Las notas al margen que se realizan en el presente trabajo marcan su-
gerencias para su lectura y abordaje.
CONVERSACIÓN I
El duelo
Clausewitz escribe a mediados del siglo XIX:
1. Introducción
Nos proponemos considerar, en primer lugar, los
diversos elementos de nuestro tema; sus distin-
tas partes o divisiones y finalmente el conjunto
en su íntima conexión. Procederemos, de este
modo, de lo simple a lo complejo. Pero en esta
cuestión más que en otra alguna, es necesario
comenzar por referirse a la naturaleza del con-
junto, ya que en esto la parte y el todo deben
siempre ser considerados simultáneamente.
2. Definición
No vamos a comenzar con una definición pe-
dante y cargosa de la guerra, sino que nos limi-
taremos a su esencia, el duelo.
4
El subrayado es nuestro.
12
CONVERSACIÓN II
La voluntad
Seguimos con Clausewitz:
15
cómo se relacionan entre sí tales fuerzas.
16
las relaciones teóricas entre ellos o lo que habría El concepto de
de ser una especie de álgebra de la acción. Clausewitz son las
La teoría comenzaba a orientarse en esta direc- guerras napoleóni-
ción cuando los acontecimientos de las últimas cas que rompen el
guerras le imprimieron un nuevo. Si la guerra es discurso teórico-
un acto de violencia, las emociones están nece- idílico sobre la gue-
sariamente involucradas en ella. rra.
7
Clausewitz busca establecer los aspectos “objetivos” y distinguirlos de los
“subjetivos”. De ahí su señalamiento de “fuerzas vivas” para el campo de la
subjetividad, y su relación con “las acciones recíprocas” que se establecen
entre las fuerzas materiales. Su señalamiento de que “no soy dueño de mí
mismo” nos habla también del campo de la subjetividad. Estamos ante lo
que Marx llamaba “fetichismo de la mercancía”, aquí sería el “fetichismo
de las fuerzas materiales”.
20
Clausewitz habla de un estado de enajenación Leyes físicas, natura-
en que “no soy dueño de mí mismo”. Lo que remarca es les. Hasta este mo-
mento el modelo que
que existe un grado de subordinación a las fuerzas ma- Clausewitz está cons-
teriales, y que esta subordinación “se impone” como truyendo es un mo-
algo ya ajeno al control individual. delo de “acción-
reacción” no de-
Hay aquí una imagen de “fuerzas ciegas” que pende de la indivi-
no pueden ser controladas por la voluntad. dualidad humana
sino de leyes estrictas
que norman el com-
5. Máximo despliegue de fuerzas portamiento de las
Si queremos derrotar a nuestro adversario de- fuerzas materiales.
bemos regular nuestro esfuerzo de acuerdo con Clausewitz está tre-
su fuerza de resistencia. Esta se manifiesta mendamente influído
por el modelo de la
como producto de dos factores inseparables: la “inercia” de la me-
magnitud de los medios a su disposición cánica y su impacto
y la fuerza de su voluntad. Es posible cal- en la constitución de
cular la magnitud de los medios de que dispone la metodología cien-
ya que estos se basan en cifras (aunque no del tífica.
-* -
todo); pero la fuerza de la voluntad sólo puede
ser medida en forma aproximada, por la fuerza La centralidad de la
del motivo que la impulsa. Suponiendo que por voluntad, como
este camino lográramos un cálculo razonable fuerza material, en el
aproximado del poder de resistencia de nuestro tercer axioma.
oponente, podríamos regular nuestros esfuerzos Esto es esencial no
de acuerdo con dicho calculo e intensificarlos sólo en la “guerra”
para obtener una ventaja o bien sacar de ellos el sino en el “poder”.
máximo posible, si nuestros medios no bastaran
para asegurarnos esa ventaja. Pero nuestro ad- La reflexión y no sólo
el conocimiento en su
versario procede del mismo modo y surge así más alto grado se
entre nosotros una nueva pujanza que desde el transforma en volun-
punto de vista de la teoría pura nos lleva una vez tad, al límite y al ini-
más a un punto extremo. Esta es la tercera ac- cio de su
ción recíproca que encontramos y el tercer ex- transformación en
fuerza material.
tremo.
(Tercera acción recíproca) fuerza material:
arma los cuerpos.
8
“Cierto es que el arma de la crítica no puede aplicar a la crítica de las armas,
que el poder material tiene que ser derrotado por el poder material, pero tam- armas-voluntad-
bién la teoría se convierte en un poder material cuando prende en las masas. cuerpo
Y la teoría puede prender en las masas a condición de que argumente y de-
muestre ad hominem, para lo cual tiene que hacerse una crítica radical. Ser voluntad: medición y
radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hom- continuidad material.
bre mismo.”(Marx: 1982, p. 501-2)
Entonces la reflexión como la búsqueda del código que hace comprensible La reflexión transfor-
(comunicable-transformable) una determinada situación. Esto está vinculado mada en voluntad es
a la voluntad, en tanto ella es justamente esa reflexión, de ahí que sea capaz capaz de transformar
(la reflexión) cuando se transforma en voluntad, de transformar material- el mundo.8
mente el mundo.acuerdo a /metas/ universales/ humanas/.
1) la voluntad, como el ordenamiento de todas las fuerzas materiales;
21
Recapitulemos los Axiomas descriptos:
I. Toda la fuerza entra en juego.
II. Cada uno se relaciona con la fuerza buscando desar-
mar al otro, y
AXIOMA III. Es necesario el conocimiento de la
fuerza del enemigo, de acuerdo a dos magnitudes: la
magnitud de la fuerza y su voluntad.
9
Un problema pendiente es la relación que existe entre la guerra y el resto
de las relaciones sociales. Esto podrá hacerse desde la perspectiva de que:
a) La guerra se reduce a un tipo de relación social
b) es un conjunto de relaciones sociales
c) es un conjunto de relaciones sociales que tienen, entablan, un tipo deter-
minado de relación entre sí.
Es en el tema de la voluntad en el que encontraremos una articulación con
las otras relaciones…
22
CONVERSACIÓN III
La REALIDAD
6. Modificaciones en la práctica
En el dominio abstracto de las concepciones
puras, el pensamiento reflexivo no descansa
hasta alcanzar el punto extremo porque es con
extremos con lo que tiene que enfrentarse, con
un choque de fuerzas libradas a sí mismas y que
no obedecen a más ley que la propia. Por lo
tanto, si queremos deducir de la concepción pu-
ramente teórica de la guerra un propósito ab-
soluto, preconcebido y los medios a emplear,
estas acciones recíprocas continuas nos condu-
cirán a extremos que no habrían de ser más que
un juego de imaginación producido por el enca-
denamiento apenas visible de sutilizas lógicas.
28
exige que no entre en forma instantánea y total la El vector acción-re-
fuerza, sino que se efectúe una “distribución”, una se- acción, que tendía
cuencia de esa fuerza.12 al agotamiento,
debe ser cuestio-
nado.
Sin embargo, toda guerra quedaría reducida ne-
cesariamente a una decisión única o a varias
decisiones simultáneas, si los medios disponi-
bles para la lucha fueran puestos en acción a un
tiempo o pudieran ser puestos de este modo. Un
resultado adverso reduciría estos medios; y si
hubieran sido empleados o agotados todos en la
primera decisión, no habría base para pensar en
una segunda decisión. Todas las acciones en
esencia parten de la primera, y sólo constituirían
su continuación.
Pero hemos visto que, ya en los preparativos para
la guerra, el mundo real ha ocupado el lugar de
la idea abstracta, y que una medida real ha ocu-
pado el lugar de un extremo hipotético. Cada
uno de los oponentes, aunque no fuera por otra
razón, se detendrá por lo tanto en su acción re-
cíproca lejos del esfuerzo máximo y no pondrá
en juego al mismo tiempo la totalidad de sus re-
cursos.
Pero la naturaleza misma de estos recursos y de
La simultaneidad
su empleo, hace imposible la entrada en acción
del uso de los re-
simultánea de los mismos. Estos recursos com-
cursos no existe.
prenden las fuerzas militares propiamente di-
chas, el país con su superficie y población y los
aliados.
14
Causalidad Probabilística. (Bunge: 1978).
33
CONVERSACIÓN IV
La REALIDAD
Precondiciones para las nociones de estrategia y táctica.
Imagen de TOTALIDAD.
38
CONVERSACIÓN V
CONDICIONES DE VERDAD
Algunas conclusiones metodológicas
La distancia entre lo que cada fuerza “es” y lo que “debe ser” fun-
ciona como un principio moderador del uso de la fuerza: “De tal modo cada
uno de los adversarios puede, en gran medida, formarse una opinión sobre
el otro, por lo que realmente éste es y hace, y no por lo que teóricamente de-
bería ser y hacer”. Clausewitz construye los tres axiomas primeros, a par-
tir de una hipótesis: que alguien es lo que potencialmente puede llegar a ser.
Abstraía el duelo en la pura noción de fuerza material; observaba toda la
fuerza material, la realidad era todo lo que potencialmente podía ser.
Ahora, en cambio, parte de que el enemigo no puede verse como el volu-
men total de la fuerza material que tiene, ese es su deber ser, su ser hace al
acotamiento de su fuerza, al uso real de la misma.
15
Un proceso similar es el desarrollado por Marx (1978) en el capítulo IV de El Capital, para explicar
el proceso D-M-D’. Marx agota todas las posibilidades que ofrecen las relaciones sociales de cambio
y muestra que cualquiera de las respuestas en este ámbito es inconsistente, no es lógicamente viable. Para
desarrollar el modelo y explicar la transformación D-M-D’, instaura un nuevo ámbito: las relaciones so-
ciales de producción.
41
El primer modelo se basa en el volumen total de la fuerza material
y en ciertas relaciones que entre los volúmenes totales de fuerza se esta-
blecen, librados sólo a la influencia de las leyes de la naturaleza.
Para hacer existente la dimensión espacio-temporal, para que ésta
deje de tender a 0, es necesario instaurar el campo de lo social en el mo-
delo. Esto no quiere decir olvidarse del punto de partida anterior, sino aco-
tarlo. No se trata de anular el ámbito de las “leyes de la naturaleza” que
regía el modelo anterior, sino de trazarle límites, por eso se trata de princi-
pios moderadores. [Por supuesto, Clausewitz instaura “lo social” desde su
perspectiva, desde su tiempo histórico y sus coordenadas sociales].
Es un principio moderador el comportamiento de quienes partici-
pan en el duelo, de la personificación social de las fuerzas materiales. Esta
es una traducción marxista de Clausewitz, no es en rigor lo que él dice.]
En el punto 8, Clausewitz afirma: La guerra no consiste en un golpe
sin duración. Una vez que demostró que el duelo no está aislado, comienza
a desarrollar la crítica de la noción de que el tiempo es igual a 0. La guerra
tiene una secuencia, un ordenamiento.
¿Qué tipo de modelo está tratando de construir? Un modelo donde
la existencia de fuerzas parciales sólo es inteligible a partir del conjunto
total de la fuerza. En la guerra, la fuerza parcial tiene un ordenamiento
construido en función de la fuerza total, pero no de una totalidad abstracta,
sino de la expresión parcial, concreta, de esa fuerza total.
El contenido de la dimensión espacio-temporal es, para Clause-
witz, la fuerza material y su forma de ordenarse secuencialmente. Así se
definirán tiempo y espacio.
Clausewitz empieza aquí a trazar los fundamentos de sus nocio-
nes de estrategia y táctica. La táctica es una relación entre fuerzas parciales,
determinada por el conjunto total de la fuerza. Clausewitz trasciende, con
mucho, la estrecha concepción de la táctica como mediación.
La estrategia se refiere al uso de la fuerza total, no porque se use
toda simultáneamente, sino porque siempre se mide a partir de la fuerza
total. Sólo la lectura del conjunto de la fuerza permite conocer el valor es-
tratégico del encuentro, y, por lo tanto, la decisión del uso de la fuerza par-
cial.16
16
La fuerza con que se responde a un ataque, está determinada por la medición de la fuerza total en
juego, no la fuerza empleada por el enemigo en ese encuentro preciso, sino por el conjunto de la fuerza
del enemigo, por eso tiene que ser muy superior. Un ejemplo es, al principio de la Revolución Cubana,
la respuesta al grupo contrarrevolucionario en el Escambray. “Sin embargo, aun cuando ese núcleo con-
trarrevolucionario se desarrolló allí y tuvo dos, o trescientos, o cuatrocientos, y llegó a tener quinien-
tos, pocos eran del Escambray porque allí fue a parar mucha gente lumpen, y, en cambio, las fuerzas
que perseguían a los contrarrevolucionarios tenían tres mil campesinos del Escambray. Es decir, las mi-
licias revolucionarias del Escambray tenían tres mil mientras ellos no tenían ni cien…” (Castro: 1976,
p 416.)
42
La centralidad de la guerra es siempre el desarme, la noción de ani-
quilamiento, de destrucción de la fuerza material del enemigo. Esta es la di-
ferencia entre la guerra y otros usos de la fuerza material como la represión
policíaca.17
Cuando un hombre piensa en términos revolucionarios, a partir de
ese día, está en guerra. Debe entonces tener la concepción total de las fuer-
zas en pugna, sólo así puede entender la totalidad del proceso social por-
que las fuerzas materiales son procesos sociales.
Para la lectura de procesos revolucionarios sugerimos entonces la
siguiente hipótesis: la lectura de todo encuentro exige, para llegar a com-
prender el volumen e intensidad de la fuerza involucrada en él, no sólo la
lectura (táctica) de ese encuentro preciso, sino el conocimiento de su valor
estratégico, y para ello es necesario llevar en cuenta el volumen total de la
fuerza involucrada.
La meta de Clausewitz en De la guerra es, además de construir la
dimensión estratégica y la dimensión táctica, delimitar la diferencia cuali-
tativa esencial entre ataque y defensa.
Pienso que la centralidad de Clausewitz es fundar rigurosamente
el corte entre ataque y defensa. Define, además, que el operador central de
la guerra es la defensa; es ella la que marca el inicio de la guerra. Estos ele-
mentos son esenciales en la teoría de la lucha de clases.
La burguesía se comporta como una clase dominante -propietaria-
de un territorio social y no sólo material, lo cual puede objetivarse cuando
se analizan los aportes tecnológicos en sus estrategias político-militares. La
estrategia y la táctica se vuelven los operadores básicos de toda reflexión
sobre la lucha de clases –ya sea desde la perspectiva de la decisión de la
burguesía, como de la reflexión revolucionaria y en particular sobre toda
posibilidad de periodización de los enfrentamientos. Ambas categorías -la
estrategia y la táctica- nacieron como consecuencia de la necesidad de ob-
jetivar las relaciones, las operaciones, que se producían en los enfrenta-
mientos armados entre las fuerzas sociales de las clases dominantes; esas
categorías nos indicaban las relaciones de fuerza existentes en relación a
los diferentes niveles de enfrentamiento entre fuerzas sociales. La guerra -
17
Nos referimos por supuesto a la guerra moderna. En otros contextos históricos, como se desprende del
siguiente texto, esto no ocurría.
“Históricamente la guerra oscila entre la caza y el torneo, entre la matanza y el deporte. El elemento de
rivalidad le es esencial, la orienta lo mismo hacia el atentado que hacia el duelo. Una sociedad de tipo
feudal, dividida en señoríos prácticamente autónomos y en los que una casta privilegiada se reserva el
oficio de las armas, favorece eminentemente esta segunda tendencia: la guerra se presenta ahora como
una lucha reglamentada que ofrece todas las características convencionales del juego. Se comprende que
se desarrolla según leyes estrictas dentro de un tiempo y espacio limitados. Algunos golpes están pro-
hibidos. No se ataca a un enemigo desarmado o desprevenido. Además, no se busca ni la muerte ni el
aniquilamiento del adversario. No se desea sino la aceptación de su derrota”. (Caillois: 1975, p. 30, El
subrayado es nuestro).
43
-lucha social desde la perspectiva de la burguesía- presupone la búsqueda
del aniquilamiento de la fuerza moral y material del enemigo; el encuentro
-la decisión por las armas- se constituye en el eje sustantivo del ordena-
miento social de la guerra. La estrategia y la táctica están necesariamente
subordinadas al encuentro.
Pero, ¿cuándo comienza la guerra en la perspectiva burguesa?
¿Cuándo es que considera necesario imponer la decisión por las armas?
Clausewitz es elocuente al respecto:
18
Para el desarrollo de este tema consúltese el parágrafo “Obstáculos epistemológicos en relación a las
formas que asumen las luchas: análisis de situación.” en el trabajo “Cuaderno 8” del presente libro.
44
CONVERSACIÓN VI
LA RAZÓN
Para regresar posteriormente al modelo del duelo, analizaremos
aquí el modelo de las relaciones de intercambio.19
En las relaciones sociales de cambio, hay sólo dos tipos de relacio-
nes posibles:
- Venta
- Compra
= propiedad.
M D
A B
Relación de intercambio =
M D
A B
M
D
19
En el Capítulo IV de El Capital (Marx: 1978), están planteados los problemas que aquí desarrolla-
mos. Allí se refieren las respuestas incorrectas que la economía clásica daba al surgimiento de la plus-
valía. Pero para explicar las causas, el origen de la plusvalía, es necesario remitirse al Capítulo I, donde
queda claro que el valor es una relación social; y al Capítulo V, donde se encuentra la solución real al
problema en el ámbito de las relaciones sociales de producción.
47
¿Cuántas relaciones sociales tengo aquí?
- Relaciones sociales de propiedad.
- Relaciones sociales de cambio.
D M
A B
Veamos:
En D-M-D’
Tengo:
M-D-M-D’-M
D’= D
El modelo que podría presuponer es: M
A
D
tres sujetos
B
D’
Que intercambian
M
A B
D
M
B D’ C
48
¿Pero qué pasó aquí?
En la primera relación de intercambio, utilizamos a dos sujetos so-
ciales (A y B) que tenían dos pares de relaciones sociales cada uno: propie-
dad y venta-compra.
Pero para hacer referencia al proceso de D-M-D’ requiero apelar a
C, para explicar de dónde proviene D’, lo cual es una falacia. Porque C ten-
dría que poder ser reemplazado por un gesto antojadizo de A o B, ya que
A o B podrían vender algo después de haberlo comprado…
En términos de exigencia lógica C es una muletilla, podríamos
haber hecho lo siguiente:
M
A D B
M
B A
D’
? ?
M D
El proceso de in-
A B tercambio cam-
bia la relación
D M con el conjunto
total.
? ?
20
Clausewitz personifica la violencia al decir: “La violencia, para enfrentarse con la violencia, recurre
a las creaciones del arte y de la ciencia”.
La teoría del fetichismo de la mercancía tiene un amplio espectro de significación. Aquí nos referimos
a dos: la “reificación” (plasmar relaciones sociales en cosas) y la “personificación” que consiste en per-
sonificar un proceso, ante la carencia de una explicación para el mismo (por ejemplo: el Estado, la vio-
lencia, la vida, la muerte, etc.).
50
En D-M-D’, el guión es un signo de equivalencia. Pero no sabemos
como establecerla, porque entre D y D’ no hay equivalencia.
Llegados a este punto, aparece la necesidad de ir hacia otros con-
juntos, hacia otros espacios sociales.
Ya no basta con hablar de M, sino de las “n” formas que puede asu-
mir M. No basta conocer las mediaciones de las relaciones sociales, es ne-
cesario observar el proceso de constitución, de producción de las
mediaciones.
Ello remite a los problemas tratados en los capítulos I y V de El Ca-
pital; al análisis del valor, como unidad entre el valor de uso y el valor de
cambio, como mediación que expresa una relación social. Esto nos lleva, al
mismo tiempo, al análisis del proceso de formación de valor y al proceso de
valorización. Nos remite, también, a otros ámbitos de relaciones sociales.
Este camino es necesario para saber como se producen nuestros “preexis-
tentes”: M y D.
21
Este tema se encuentra trabajado desde otra óptica en el texto “Cuaderno 8” del presente libro.
52
Reflexiones sobre una estrategia político-militar
Pregunta:
Generalmente, la lucha armada solamente ha sido aceptada como
alternativa legítima para la izquierda revolucionaria en países y en mo-
mentos históricos, en los que el Estado capitalista ha cerrado todas las vías
para la lucha reivindicativa y democrática. Según tu opinión, ¿cuál puede
ser el momento para desencadenar una luchar armada que rompa la lega-
lidad burguesa?
J.C.M.:
Tu pregunta presupone un sujeto histórico que se plantea un inte-
rrogante: “¿por qué, cuándo, cómo comenzar la lucha armada?”.
La realidad de los procesos sociales y políticos del Cono Sur de
América Latina, ha sido compleja y tiende a remitirnos a la necesidad de
asumir una reflexión prudente a partir de un cambio sustantivo en nuestra
mirada acerca de esos acontecimientos.
Pensar en la ruptura de la legalidad burguesa implica previamente
reconocer su existencia como algo ya establecido. Pero, en realidad, la re-
ferencia a la legalidad burguesa debiera ser entendida como una denomi-
nación amplia –a pesar de su inevitable vaguedad inicial- a una de las
estrategias del capitalismo. Estrategia cuyos distintos momentos de imple-
mentación expresan un amplio espectro de luchas que, en más de una opor-
tunidad, han asumido formas de enfrentamiento cruel, inclusive de
genocidio, hacia los sectores más desposeídos de nuestras sociedades.
La llamada legalidad burguesa es, en realidad, la referencia a una
estrategia político-militar de la burguesía en el proceso de la lucha de cla-
ses en las sociedades capitalistas; y está claro que esa lucha se realiza en
contra de los pobres del campo y la ciudad y no en contra de un supuesto
orden feudal actual.
Pensadas así las cosas, tu pregunta inicial podría ser reformulada
y vinculada al problema de la toma de conciencia acerca del carácter cruento
de la burguesía del cono sur para imponer su existencia.
En esa lucha, es la burguesía quien actualmente tiene la iniciativa;
es ella quien se comporta como un estado conquistador, invasor, que libra
los enfrentamientos necesarios para imponer su orden disciplinario. La bur-
guesía necesita realizar esta tarea todos los días como única alternativa de re-
producir las condiciones de su existencia social.
53
Para expropiar el poder -económico, político y social- de los pue-
blos debe vencer asperezas, oposiciones, resistencias que se reproducen
permanentemente. Su orden disciplinario no se logra imponer, ni mantener
si no es a costo de campañas político-militares a lo largo y ancho de la so-
ciedad. ¿De que otra manera puede comprenderse el incremento perma-
nente de los gastos en sus fuerzas armadas?
Es verdad que la percepción de estos procesos ha sido permanen-
temente enmascarada, encubierta; ha habido -aún hoy lo hay en parte, un
desarme intelectual de los cuadros políticos y científicos respecto a los “he-
chos de armas”. La capacidad de atención, de percepción y de reflexión
sobre el carácter cotidiano, permanente y creciente de la estrategia político-
militar del capitalismo, ha sido saboteada. ¿Cómo explicar la ausencia cu-
rricular, en el campo de las ciencias sociales, de la problemática
teórico-metodológica de la temática de la guerra y de sus consecuencias,
en momentos en que el gasto en armamentos es el hecho más sustantivo
de la historia de la especie humana?
Es, en parte, como consecuencia de este desarme intelectual, que
plantearse estos problemas suena “poco académico”.
Retomo tu pregunta y su reformulación, asumiendo como un pre-
supuesto el carácter armado de la estrategia política de la burguesía, así
como su estrategia de guerra en la lucha de clases.
Quitarle la iniciativa estratégica a la burguesía se convierte en una
medida prioritaria para los movimientos sociales y políticos del Cono Sur.
Para ello, es imprescindible comprender que esa acción sólo puede ejer-
cerse eficazmente en tanto es asumida desde su inicio como la fundación de
una tarea político-militar de los sectores mas desposeídos de nuestras so-
ciedades. No sólo porque ese es el trato que recibirán de la burguesía de-
bido a sus luchas, sino porque es necesario que esas luchas comiencen a
estar orientadas, y conducidas, por una conciencia de las condiciones reales en
que se librarán los enfrentamientos.
La imagen de territorio ocupado en condiciones de guerra, es qui-
zás la que permite una mayor claridad respecto de las condiciones de exis-
tencia económica, política y social de los sectores populares
latinoamericanos. Esa imagen nos es útil en tanto comprendamos que las
armas que se utilizan en esa ocupación son el producto de un largo y com-
plejo proceso histórico de acumulación de experiencias, en el desarrollo del
capitalismo en estos dos últimos siglos.
Esas armas y sus tecnologías respectivas están siendo desenmas-
caradas, cada vez mas, por la acción de los movimientos sociales y políti-
cos y por la toma de conciencia acerca de su significación (basta pensar en
los trabajos de los Basaglia, Foucault, Deleuze, Guattari, Szagz, Canetti y
muchos otros).
54
Las tecnologías represivas -morales y/o policiales— del capita-
lismo, han dejado de ser analizadas solo en función del fin inhibitorio que
decían perseguir; hoy sabemos que eran muchos más los procesos que cons-
truían (entre ellos el desarme intelectual) que los que destruían, mediante
sus tácticas represivas.
Mediante los grandes aparatos de encierro (la “familia”; la “es-
cuela”; la “fabrica”; el “hospital"; el “manicomio”; la “cárcel”, etc.) se lo-
graba aplicar una tecnología constructora de comportamientos “morales”
y de “consenso”. Al tiempo que permitían aplicar tácticas de “exclusión” y
de “cooptación”, las cuales fueron, y son mostradas, como pilares institu-
cionales esenciales en su territorialidad social.
Pero esa ocupación no se realiza, ni se mantiene, sin librar combates;
y es este hecho el que se establece como el operador básico de su actual
concepción política: su estrategia de guerra.
Quitarle la iniciativa a la burguesía del Cono Sur exige tener pre-
sente todas las luchas y jerarquizarlas en relación al lugar que ellas ocupan
en una estrategia de guerra.
Pregunta:
Yo quisiera introducir otros matices que nos podrían aclarar un
poco el sentido de tu concepción de esta estrategia político-militar, y sobre
el enfrentamiento armado como un momento diferente de la expresión de
una fuerza social. ¿Cómo concebirías tú las diferentes instancias en que se
desenvuelve el movimiento, en cuanto puede ser sindical, o partidario den-
tro de los marcos legislativos que permiten los sistemas democráticos re-
presentativos, las luchas electorales, etc.?
J.C.M.:
De Antonio Gramsci tomé la imagen de “pueblo ocupado”, imagen
de la cual él se vale para plantear los problemas de una estrategia política
revolucionaria que busca definir, desde su inicio, el contenido político-mi-
litar de dicha estrategia.
Hacerlo desde un comienzo exige asumir el hecho de que en el ini-
cio se está militarmente desarmado, pero ello no es un obstáculo insalvable
para que la política revolucionaria posea un contenido político militar.
Desde la perspectiva de Antonio Gramsci, “la nación oprimida, por lo tanto,
opondrá inicialmente a la fuerza militar hegemónica una fuerza que será
sólo “política-militar”, o sea, una forma de acción política que tenga la vir-
tud de determinar reflejos de carácter militar en el sentido:
Pregunta:
¿Y cómo incorporas tú, en esa concepción de las sociedades capi-
talistas del Cono Sur, sociedades organizadas en el uso de la fuerza, en el
poder construido a partir de la fuerza, toda la problemática del consenso y
de la lucha política de masas, de la opinión pública?
J.C.M.:
Si bien es cierto que no es posible mecánicamente homogeneizar
la situación social y política del Cono Sur, pues diferentes han sido los pro-
56
cesos ocurridos y no sólo por tratarse de estructuras sociales distintas sino,
también, de historias diferentes; se trata, sin embargo de situaciones todas
ellas en que la burguesía dominante ha asumido, con tremenda claridad,
una disposición de guerra. Ha logrado, por otra parte, crear un profundo
consenso en toda la burguesía, acerca de esa situación, e impregnar de esa
convicción a sus diferentes cuadros orgánicos: tecnócratas, corporativos,
profesionales de las diferentes armas, etc.; es decir, el conjunto de su arse-
nal social, de ahí su enorme capacidad de reclutamiento de una ciudadanía
orgánica. Por supuesto, todo esto no niega la existencia, en su seno, de di-
ferentes alineamientos acerca del carácter que debe tomar esa peculiar si-
tuación de guerra; pero está claro que la burguesía piensa en términos de
una tesis de guerra, en que cada vez más se achican las distancias entre lo
“interno” y lo “externo”, tanto en el discurso teórico, como en sus acciones
“ejemplificadotas” de terrorismo que realiza afuera de sus fronteras nacio-
nales.
(Es posible que en los próximos meses -ante las consecuencias del
triunfo de Reagan como presidente de los Estados Unidos- todo esto se vi-
sualice con más claridad). Es la capacidad de la burguesía del Cono Sur, de
crear un consenso propio y favorable a la perspectiva de sus fracciones fi-
nancieras, lo que ha sido soslayado, despreciado, por los cuadros más com-
bativos de los movimientos populares latinoamericanos.
Pues ese hecho, conduce inevitablemente la encrucijada de en-
frentar las condiciones de una guerra civil, que se prolonga, a la espera de
una resolución por las armas. Esto último, contradice la imagen de “dicta-
duras militares” tradicional y convencional, que se utiliza para caracterizar
las situaciones de esta región; reducir esos procesos, reificar en sus fuerzas
armadas hasta el limite del fetichismo instrumental de las “armas”, lo que
en realidad es un complejo social no cristalizado sino en una actual y per-
manente ebullición sin resolución real, es un grave y costoso error.
Grave, porque la imagen de la sociedad que nos es adversa se dis-
torsiona hasta el extremo de engañarse creyendo que se trata de una “ín-
fima minoría” cuando en realidad mantiene su capacidad de reproducción.
Costoso error, porque tiende a soslayar el problema esencial de la hege-
monía y del consenso, al no tener en cuenta que se trata de una guerra entre
fuerzas sociales en pugna, y no entre “aparatos armados”.
Este carácter de situación de guerra civil que vive el Cono Sur, y que se pro-
longa más allá de las expectativas del “triunfalismo” (de uno u otro bando)
y del “derrotismo” inicial, nos impone un desafío intelectual que trasciende
posibilidades políticas inmediatas. Nos convoca a una realidad para la cual
las fantasías estereotipadas con que habitualmente se participaba del es-
pectáculo, no son válidas, ni siguiera en la tarea de espectadores: no enten-
deríamos nada.
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La mayor parte de la población del Cono Sur vive en capitalismo
político altamente desarrollado, su burguesía financiera ha impuesto y ge-
neralizado las condiciones de intersticial e infinito Gulag; no se trata ya solo
de los convencionales y tradicionales procesos de formación del poder bur-
gués. Se trata, realmente, de una burguesía que “está al día” respecto de
las diferentes tecnologías que la lucha contrarrevolucionaria ha gestado en
los grandes centros capitalistas, en su lucha contra la liberación colonial,
los movimientos de masas contra la guerra de Vietnam, las tecnologías de
desestabilización política institucional, los métodos de demolición social ...
Y así podría seguir la lista en relación a lo que es el producto de una larga
experiencia de la burguesía internacional, en su lucha contra las moviliza-
ciones de los desposeídos. Sus centrales de inteligencia han logrado los más
altos y crecientes niveles de integración, la tendencia a constituirse trans-
nacionalmente en la implementación de sus tácticas, refleja con justeza su
pertenencia al estadio del capitalismo financiero. El Cono Sur se ha con-
vertido en la Alemania del siglo XX en Latinoamérica.
Pero en verdad, el listado de toda esa “eficiente” tecnología no es
suficiente para explicar un cambio cualitativo que se ha producido en su
uso, y que es el que ayuda a visualizar una mejor aproximación a las con-
secuencias de su implementación. Está destinada fundamentalmente a un
uso político y no militar como su apariencia inicial pudiera indicar. Con
esta tecnología se busca, no sólo aniquilar militarmente las fuerzas sociales
populares, sino también, lograr su derrumbe moral y la constitución, el for-
talecimiento, de un consenso legitimador, en la emergencia de una nueva
fuerza social contrarrevolucionaria. Es decir, es un enorme “paquete tec-
nológico” que se utiliza subordinándolo a una estrategia político-militar en
la cual los operadores “militares” han sido desplazados y subordinados a
los “políticos” y a los “sociales”.
En síntesis, la burguesía caracteriza a su enemigo sin caer en el re-
duccionismo militar; para ella, su enemigo es “moral”, “social”, “político”
y podríamos seguir enumerando los diferentes aspectos, atributos, que la
burguesía reconoce en su enemigo de clase. Por supuesto, no toda la bur-
guesía se comporta con los mismos criterios, pero difícilmente se puede
poner en duda el grado de unidad alcanzado por la burguesía en la carac-
terización de su enemigo. Esta situación crea una fuerte tendencia a una si-
tuación de frontalidad en la lucha de clases, como nunca antes la había
alcanzado la región del Cono Sur.
La democracia política se escinde, su carácter de clase se sobreim-
pone desplazando a la idílica relación entre ciudadanos y para que preva-
lezca una relación de fuerzas materiales entre las fuerzas sociales que
constituían su territorialidad. Pero pensar que todo se reduce a observar
esas relaciones de fuerzas materiales (“armadas”) es soslayar que lo sus-
tantivo del proceso está en las fuerzas sociales en pugna.
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Es difícil hacer política en condiciones de guerra... y no caer en la
trampa de desplazar, de transformar erráticamente, la acción política en ac-
ciones militares... se vive al límite, los deslizamientos fáciles y tentadores.
La burguesía usa una fuerza de guerra para hacer política, así como
en el mercantilismo es imposible escindir e inteligir qué es comercio y qué
es guerra, en el período del capitalismo financiero no hay acumulación de ca-
pital sin batallas sangrientas. Por supuesto, esto no significa que la política de
la burguesía se reduzca al uso de la fuerza armada; pero lo que sí es cierto
que su fuerza política y social se militariza y asume el modelo de la guerra
como forma de reproducción de sus condiciones de existencia.
Está tu pregunta, no quisiera soslayarla. . . ella plantea un interro-
gante, “¿que hacer?” o “¿cómo hacerlo?, pero ¿quién pregunta y quién
contesta?”, recuerdo un señalamiento de M. Foucault “el intelectual no
puede seguir desempeñando el papel de dar consejos”. El proceso, las tác-
ticas, los objetivos deben proporcionárselos aquellos que luchan y force-
jean por encontrarlos. Lo que el intelectual puede hacer es dar instrumentos
de análisis, y en la actualidad este es esencialmente el papel del historiador.
Se trata, en efecto, de tener del presente una percepción espesa, amplia, que
permite percibir dónde están las líneas de fragilidad, dónde los puntos fuer-
tes a los que se han aferrado los poderes... dónde estos poderes se han im-
plantado. Dicho de otro modo, hacer un croquis topográfico y geológico de
la batalla. Ahí está el papel del intelectual. Y ciertamente no es decir: “esto
es lo que debéis hacer”.
Ahora bien, en América Latina, en el Cono Sur en particular, los
intelectuales vivimos de otra manera... hace años que hemos sido coopta-
dos por lo mas caliente de las luchas políticas y sociales... las cárceles no
nos son ajenas, aunque se llamen “estadios”, ni la nueva tecnología judicial
de la burguesía fundada en la tortura y la delación... y el suicidio. Sabemos
que no es lo mismo ser un prisionero de guerra que un detenido político; sabe-
mos distinguir entre guerra, y represión que una mata y que la otra no ne-
cesariamente y que es en esa distancia, de “no necesariamente”, radican
diferencias sustantivas para la acción política.
Empeñarse en analizar la situación del Cono Sur de América Latina
con las categorías conceptuales con que convencionalmente se hace refe-
rencia a otros procesos políticos, más que error puede llegar a ser un suici-
dio social…pues difícilmente se puede poner en duda que lo que allí ocurre
no se debe al “atraso” de las supuestas sociedades “subdesarrolladas” sino
que, por el contrario se trata de un alerta que hay que aprender antes que
sea demasiado tarde. Pero ese aprendizaje exige argucia al borde de la clan-
destinidad, o al menos de una profunda discreción. . . sin caer en el aisla-
miento.
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En principio es imprescindible hacer comprensible la lucha, el com-
bate, de aquellos que viven en los territorios ocupados militarmente por la
burguesía; para aquellos que no estando en esas situaciones, o al menos no
sintiéndolo así, con tremenda ligereza pueden llegar a categorizar ciertas
acciones políticas como “terroristas”. Pero es conveniente aclarar que la po-
lítica del terror que ha impuesto la burguesía del Cono Sur, no ha sido de-
tenida ni un milímetro por la acción de los estados nación de las
“democracias occidentales”, ni de los organismos internacionales. Ante esa
situación: ¿es justo negarle a un pueblo el uso de la fuerza?
Esto no niega la necesidad de una reflexión rigurosa acerca de la
lucha política y la guerra, desde la perspectiva de los desposeídos; pero esa
reflexión, y sus discusiones necesarias, sólo puede desarrollarse a partir del
reconocimiento de las condiciones reales en que esas luchas se insertarán.
Es más, es esencial que esa reflexión se realice pues, sin ella, los costos que
se han pagado hasta el presente son enormes. Hace pocos días Michael T.
Klare estimaba en aproximadamente 20 millones de muertos el saldo de la
lucha contrainsurgente en los últimos 33 años.
Los intelectuales, en particular aquellos que trabajan en las cien-
cias sociales, están convocados a un desafío inelectable: la necesidad de in-
corporar en el discurso teórico del poder, el discurso de la guerra. No solo
por razones de su propia historicidad social, sino esencialmente por razo-
nes que hacen a la reflexión teórica rigurosa.
¿Como analizar los procesos sociales sin referirnos a la ruptura y/o
constitución de relaciones sociales; cómo usar la noción de fuerza social y
soslayar el carácter de fuerza material que toda fuerza social involucra?
¿Cómo negar que la ruptura de una relación social implica violencia cor-
poral; cómo negar que la existencia de fuerzas sociales armadas expresan
leyes sociales concretas? La lista podría seguir, y bueno sería hacerlo si con
ello lográramos ayudar a desmitificar una problemática que se mantiene
en el fetichismo de las “armas”.
El análisis de la lucha de clases del Cono Sur impone una mirada,
una reflexión en la que los sistemas categoriales, conceptuales, sean tradu-
cidos en el contexto de un discurso teórico de la guerra. Lograr un discurso
teórico unificado, único, de la lucha de clases y de la guerra, permitirá “per-
cibir dónde están las líneas de fragilidad, dónde los puntos fuertes a que se
han aferrado los poderes... dónde estos poderes se han implementado. . .
¡necesidades nada despreciables para aquellos que combaten!
Hace ya mucho que los intelectuales -en particular aquellos que
trabajan en las ciencias sociales- saben que el conocimiento no es desinte-
resado ... neutro, que expresa y persigue estrategias de poder; pero lo que
muchas veces se olvida es que esas mismas estrategias de poder tienen la
capacidad de producir el desarme intelectual, aún en el propio campo de
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aquellas orientaciones que más comprometidas han estado históricamente
con las luchas populares.¿Que pensar de aquellos que en estos momentos
convocan a los “problemas del Estado” o de la “democracia”, personifi-
cando y reificando procesos en los que el denominador ha sido un verda-
dero genocidio, en una nueva estrategia de poder?
También es cierto que con el nombre de “propaganda armada”
asistimos a verdaderas aberraciones de la lucha revolucionaria. Cometer el
error de no distinguir la distancia que hay entre acciones armadas de “pro-
paganda” y de “agitación”, ha llevado a desastres políticos por la incapa-
cidad de asumir las consecuencias imprevistas de represalias brutales en
manos de las fuerzas armadas de la burguesía. Como también, acciones ar-
madas correctas, desde la perspectiva de buscar “desarmar al enemigo”
que resultan verdaderos desastres al intentar convertirlas en acciones de
“pertrechamiento”... ¡lo uno no es lo mismo que lo otro! Tanto para la re-
flexión como para la acción política existe ya una convocatoria, un desafío,
de incorporar esta temática para la resolución de problemas de orden teó-
rico, metodológico y aun técnico. Tarea compleja y de combate aún para
los intelectuales, pues exige poner a prueba una estrategia de la verdad.
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Bibliografía
[Incluye la consultada para ambos trabajos de este libro]
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