CuadernoN2-El Cine
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A Nº 2
hernandezarregui@gmail.com
LA COLONIZACIÓN CULTURAL
Aritz Recalde –Septiembre 2009
Parte I: La industria cultural norteamericana y la guerra permanente.
(…) “La escuela, el periodismo, la radio, el cine, la Universidad, integran el frente de resistencia que los grupos
económicamente encumbrados oponen al cambio social”. Juan José Hernández Arregui1
(…) “Un imperialismo fundado sobre bases económicas tratará naturalmente de crear una situación mundial en la cual
pueda emplear en forma abierta, en la medida en que le es necesario, sus instrumentos económicos de poder, como las
restricciones de los créditos, el bloqueo de las materias primas, la desvalorización de la moneda extranjera, y así
sucesivamente. Considerará como “violencia extraeconómica” el intento de un pueblo o de otro grupo humano de
resguardarse del efecto de estos métodos “pacíficos”. Empleará medios de coerción aun más duros (…) Por último,
dispone todavía de instrumentos técnicos de eliminación física violenta, de armas modernas técnicamente perfectas,
que se han vuelto de tan inaudita utilidad, mediando una inversión de capital y de inteligencia, como para ser realmente
usadas en caso de necesidad. Para el empleo de estos instrumentos se está construyendo por otra parte un vocabulario
nuevo, esencialmente pacifista, que no conoce ya la guerra sino sólo exclusiones, sanciones, expediciones punitivas,
pacificaciones, defensa de los tratados, policía internacional, medidas para la preservación de la paz. El adversario no
se llama ya enemigo, pero por eso mismo es presentado como violador y perturbador de la paz, hors-la-loi y hors-
l`humanité, y una guerra efectuada para el mantenimiento y la ampliación de posiciones económicas de poder debe ser
transformada, con el recurso de la propaganda, en la “cruzada” y en la “ultima guerra de la humanidad”. Carl Schmitt2
1
Hernández Arregui Juan José (1957). “Imperialismo y Cultura. La política en la inteligencia argentina”. Ed
Amerindia, Buenos Aires. P 34.
2
Carl Schmitt (2001). “El concepto de lo político”. En Teólogo de la política. Ed. Fondo de Cultura Económica,
México. P 223.
3
Carl Schmitt (2001). “Enemigo total, guerra total, Estado total”. P 146.
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jamás ha reparado en medios para subyugar a los pueblos que caen bajo su esfera de influencia. Su actual
política, favorable al reconocimiento de los regímenes militares, en sustitución de la anterior, partidaria de
los gobiernos títeres que el Departamento de Estado consideraba “democráticos” y todos ellos, tutelados
por su intervención directa o su consentimiento indirecto – como es el caso Betancourt en Venezuela – no
es más que el descolorido cortinado de un nacionalismo prepotente y sin imaginación. La invasión de Santo
Domingo, una vez más – y no será la última – lo prueba sin atenuantes”. 4 Efectivamente y tal cual
transcurrió la historia posterior, Hernández Arregui tuvo razón: no fue la última asonada militar del imperio y
sus operadores internos sobre el continente.
En este marco histórico e internacional, es pertinente mencionar que la industria cultural
norteamericana se vincula estrechamente con la política exterior expansionista del país que se desenvuelve
como un instrumento del aparato de colonización cultural que tiene entre sus funciones privilegiadas, la de
justificar el programa imperial. Los bancos, los industriales, los obreros, técnicos y todo el conjunto de
operarios de las fábricas conjuntamente a los cuadros militares, construyen las bases materiales de
producción para la guerra norteamericana: en este marco, los políticos y la industria cultural de su país, la
preparan y la justifican ante la opinión pública y finalmente y lo que es importante, la declaran como una ley
de hierro que cae sobre las espaldas del Tercermundo. Sociedad, Estado, imperialismo e industria cultural
se amalgaman y tal cual lo expresó Juan José Hernández Arregui (…) “La opinión pública es una de las
caras del poder social. La estabilidad misma del Estado depende de ella. De acuerdo a lo que el Estado
representa frente a las relaciones de poder, así será la propaganda periodística, radial o cinematográfica”5.
El cine norteamericano es una pieza importante del aparato de la colonización cultural y entre otras
características de su funcionamiento, está la de desarrollar una tarea ininterrumpida de construcción de la
enemistad permanente de su país con las poblaciones del sistema mundial. La industria cultural
cinematográfica favorece y justifica la hostilidad perpetua de la política exterior de su país sobre las
poblaciones, culturas y territorios del teatro de las naciones. El cine norteamericano construye a sus
enemigos como un acto reflejo de la acción de los empresarios del complejo industrial militar, de sus
parlamentos, de sus cancillerías, de los servicios de inteligencia y de las operaciones de su artillería. La
película norteamericana prepara la opinión pública interna e internacional, para alcanzar sus objetivos
nacionales. Su industria cultural está bañada en sangre: la construcción cinematográfica del enemigo militar,
es una etapa fundamental en la formación del sentimiento de enemistad permanente del país con aquellas
comunidades que disponen de los recursos que el imperio ambiciona.
El enemigo externo es presentado por el gobierno y por la industria del cine como una categoría
cultural o ideológica cuando en realidad, es un obstáculo económico y político para el desarrollo del imperio.
La lucha por la supervivencia imperial se organiza a través de la obtención y disposición de los bienes del
Tercermundo y dicha expoliación es presentada y deformada para la opinión pública por las operaciones de
4
Juan José Hernández Arregui (2004) “Nacionalismo y Liberación”. Editorial Peña Lillo. Ediciones Continente.
Buenos Aires. Pp. 128-129.
5
Hernández Arregui (1957). P 270.
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inteligencia gubernamentales y por la industria cultural. Las intervenciones militares nunca aparecen
presentadas como lo que efectivamente son: guerras por petróleo, por minerales, por agua o por mercados.
Por el contrario, son construidas como batallas entre los valores de la democracia o el comunismo; la
libertad o el terrorismo; el cristianismo o los musulmanes; el bien o el mal.
El 11 de septiembre del año 2001, Estados Unidos ha dado por culminado un estadio de la dinámica
política del latrocinio que ejerce sobre el sistema mundo y ha iniciado un nuevo y prolongado momento
militar y de enfrentamiento. El agotamiento del petróleo y los minerales, la escasez de agua dulce potable o
la destrucción del ecosistema, acentúan la tendencia militarista del imperio. La crisis económica ha obligado
a la dirigencia política a modificar en parte dicha dinámica militar y en especial, la forma en que construye la
justificación de su actitud expansionista: particularmente en posiciones como Irak, Colombia u Honduras, se
ha morigerado el tono y la manera de argumentar y de organizar la intervención y la injerencia en asuntos
de otros países. Los “buenos modales” del gobierno del país del norte se refieren a una cuestión de “forma”,
no de contenido, ya que el objetivo de la violencia permanente que ejercen se liga a la posibilidad de
obtener aquellos bienes considerados como estratégicos para su desarrollo nacional. Juan Perón se había
referido a este asunto al reconocer que todas las naciones tenían objetivos políticos que podían moverlos a
la guerra ya que: “Cualquier país del mundo, sea grande o pequeño, débil o poderoso, con un grado
elevado o reducido de civilización, posee un objetivo político determinado. El objetivo político es la
necesidad o ambición de un bien, que un Estado tiende a mantener o conquistar para su perfeccionamiento
o engrandecimiento. El objetivo político puede ser de cualquier orden: reivindicación o expansión territorial,
hegemonía política o económica, adquisición de mercados u otras ventajas comerciales, imposiciones
sociales o espirituales, etc. Se ha dado en clasificarlos como negativos o positivos, según se trate de
mantener lo existente; o bien, conquistar algo nuevo, ya sean continentales o mundiales, según las
proyecciones de los mismos.”6 Las guerras de subsistencia de un imperio si no mediara una derrota, se
detienen cuando se alcanzan sus objetivos políticos y es bueno reiterar que el programa de apropiación de
los recursos de otros Estados no depende del temperamento de un dirigente o de una simple decisión de
alguna persona ubicada en un casillero del bipartidismo norteamericano. Ya lo dijo Juan José Hernández
Arregui “Cada nación ve a las otras de acuerdo a “su” interés nacional. Y no de acuerdo a ideales de
fraternidad universal”.7 Los intereses del complejo industrial militar y de una economía en decadencia, se
organizan en operaciones militares y de saqueo universal: para Estados Unidos el sistema mundo esconde
en su seno lo que ellos llaman agresión terrorista y a partir de aquí, el teatro de las naciones es un espacio
potencial para la ocupación y la agresión militar defensiva. Estados Unidos desde que consolidó su
independencia política se encuentra en un estado de enfrentamiento mundial cuya finalidad es consagrar su
independencia económica: entre sus elucubraciones, el enemigo podría provenir de Europa y a ello se
vincula el origen de la Doctrina Monroe o el posterior sistema centrado en la denominada “acción
6
Juan Perón (1944) “Significado de la Defensa Nacional desde el punto de vista militar”. Conferencia en la UNLP.
Versión Digital.
7
Hernández Arregui (2004). P 63.
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anticomunista”. Recientemente, repite el esquema de construcción del enemigo externo pero ahora a través
de Medio Oriente en una supuesta “lucha contra el terrorismo o guerra preventiva”. En América latina, y más
allá de los usos de la mencionada Doctrina Monroe, lo implementó y por citar solamente dos modelos, con
los Documentos de Santa Fe o con el actual Comando Sur. Para un imperio cuya subsistencia está atada a
la apropiación de los bienes ajenos, los países, los continentes o los pueblos, son objetivos políticos y
posiciones militares permanentes.
El debate actual originado en torno de la propuesta de ampliar las posiciones militares de Estados
Unidos en Colombia, pone sobre la agenda de discusión una realidad insoslayable: el sistema mundo vive
en un estado de tensión indisoluble asentado en la potencial agresión o enfrentamiento militar vinculado a la
apropiación de los recursos naturales y financieros. No es nuevo para el continente y por el contrario, la
narración misma de la conformación de América latina luego de la independencia, es la historia de la
declaración de hostilidad permanente de Estados Unidos contra los dirigentes y líderes populares de la
región. La historia moderna del hombre latinoamericano se vinculó estrechamente con la acción de sus
pueblos por alcanzar la independencia nacional retrazada por las operaciones políticas, militares,
económicas y culturales de las metrópolis. En este cuadro, el desarrollo y la subsistencia de los países
latinoamericanos y como aseveró Hernández Arregui, se presenta “no como paz, sino como embate contra
las vallas impuestas desde afuera a la nacionalidad en formación”8.
La industria de la guerra y la economía metropolitana hacen de América Latina y del Tercermundo
en su totalidad, un terreno para su desenvolvimiento: el sur de la tierra es la mano de obra, la fuente de
recursos naturales y financieros y la justificación práctica de su industria militar y cultural. Los supuestos
narcoterroristas de la periferia son la fuente de empleo del obrero norteamericano, materia prima a partir de
la que la industria cultural educa la opinión pública y justifica los presupuestos de guerra. Los muertos del
Tercermundo son el empleo de las familias del primero: el sueldo que alimenta al hijo del norteamericano,
se financia con el asesinato del niño del subdesarrollo iraquí, colombiano o afgano. En este marco, ese país
conforma, reproduce y consolida su modo de subsistencia por intermedio de la industria cultural, que
fomenta la enemistad permanente como modo de relación normal entre las naciones y las culturas a lo
lancho y largo del planeta.
El enemigo a enfrentar o a prevenir en la industria cultural cinematográfica, ayer fue indochino o
soviético y hoy es musulmán o el denominado “narcoterrorista latinoamericano”. La ambición de un bien se
proyecta como valor universal: las guerras por el petróleo, el agua o por la rentabilidad de la industria militar,
se presentan como luchas entre culturas, entre modelos de civilización y de barbarie, entre el bien y el mal.
A partir de aquí, la alteridad étnica, cultural o religiosa adquiere connotaciones marcadamente políticas. El
país que tiene los recursos que ambicionan las potencias pasa a ser un enemigo eventual y la industria
cultural y las cancillerías construyen una enemistad total contra su población, su religión o su forma de
gobierno. Estados Unidos declara la guerra promoviendo modelos ideológicos o religiosos, que esconden la
8
Hernández Arregui (2004). P 70.
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frecuente encontrar en el cine norteamericano un arma bacteriológica o atómica en manos de los árabes o
soviéticos.
CUARTO: desarrolla una tarea de promoción y de constante apología del rol de las Fuerzas Armadas
para la defensa de su país y del mundo. La guerra, el armamento o los valores ligados al combate, la justicia
y la tarea y práctica militar son motivos frecuentes del cine norteamericano. Nación, Fuerzas Armadas y
guerra permanente hacen a la constitución del ser nacional norteamericano.
QUINTO: el enemigo externo es universal, pero la defensa y salvación del planeta sólo una actividad
norteamericana. Esta construcción induce a formar una opinión pública mundial centrada en la defensa del
monopolio de la producción de armas y de la declaración legal de la guerra y la muerte. Reproduciendo
literalmente los contenidos se puede deducir que los asesinatos efectuados por los norteamericanos son
“legítimos” y los realizados por otras naciones (más: en general defensísticos) son expresiones de
“terrorismo”. Estas concepciones contribuyen a reforzar la actual división internacional de la guerra y la
declaración del derecho a la muerte, que tiene a Estados Unidos como principal detractor.
La industria cultural norteamericana recorre un complejo entramado de tensiones por un lado, entre
la hegemonía que ejerce la dirigencia ligada a la industria de la guerra y su aparato de la colonización
cultural y por otro, con diversos mecanismos como el financiamiento direccionado o la censura
gubernamental. La cultura de la guerra se produce y reproduce a través de convicciones, pero además, de
subsidios y de persecuciones políticas. Asimismo, debemos reconocer que no manejamos la hipótesis de
que existe un “sólo” cine norteamericano, sino que en realidad, repasamos algunas tendencias generales
sobre una corriente cinematográfica particular que es respaldada por la estructura rentística y concentrada
de la industria cultural y los aparatos de prensa norteamericanos y que se exporta masivamente a las
pantallas latinoamericanas. Norteamérica y su dirigencia van a la guerra junto a su industria cultural, furgón
de cola de la organización internacional de la muerte y el saqueo histórico y diario del imperio sobre el
Tercermundo. Frente a este cine de raíz colonial es bueno traer la propuesta del grupo Cine de Liberación
que sostiene que (…) “creemos que basta que el cineasta conciba su existencia como una militancia en el
terreno de la cultura para que ese cine, sea y pueda cumplir su praxis total. A fin de cuentas, si entendemos
el papel del cineasta como el de un operario o trabajador de la cultura, quedará claro que las dificultades
que habrá de atravesar no serán ni mayores ni menores que las que viven hace años los trabajadores de
otros frentes sujetos a leyes mucho más coercitivas y dictatoriales. (…) Importa más llegar a un solo hombre
con la verdad de una idea, que a diez millones con una obra mistificadora. Aquello libera: lo otro es
ignominia”.9
9
Octavio Getino y Fernando Solanas (1969). “Notas de Cine de Liberación. Tema: La censura”. Revista De Marcha,
Uruguay.
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BIBLIOGRAFÍA
• Getino Octavio y Fernando Solanas (1969). “Notas de Cine de Liberación. Tema: La censura”.
Revista De Marcha, Uruguay.
• Hernández Arregui Juan José (2004). “Nacionalismo y Liberación”. Editorial Peña Lillo. Ediciones
Continente. Buenos Aires.
(1957) “Imperialismo y Cultura. La política en la inteligencia
argentina”. Ed Amerindia, Buenos Aires.
• Perón, Juan Domingo (1944). “Significado de la Defensa Nacional desde el punto de vista militar”.
Conferencia en la UNLP. Versión Digital.
• Schmitt, Carl (2001). “El concepto de lo político” y “Enemigo total, guerra total, Estado total” en
Teólogo de la política. Ed. Fondo de Cultura Económica, México.