Oficio de Lectura San Agustin

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Oficio de lectura, 28 de agosto, San Agustn, Obispo y doctor de la Iglesia

Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad!


Del libro de las Confesiones de san Agustn, obispo
Libro 7, 10. 18, 27

Habindome convencido de que deba volver a m mismo, penetr en mi interior,
siendo t mi gua, y ello me fue posible porque t, Seor, me socorriste. Entr, y vi
con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos
mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria
y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con
su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima
de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que
estaba en lo ms alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo ms bajo,
porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.

Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! T eres mi Dios, por ti
suspiro da y noche. Y, cuando te conoc por vez primera, fuiste t quien me elev
hacia ti, para hacerme ver que haba algo que ver y que yo no era an capaz de
verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre m, y me
estremec de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me
separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre t y yo, como si oyera tu
voz que me deca desde arriba: Soy alimento de adultos: crece, y podrs
comerme. Y no me transformars en substancia tuya, como sucede con la comida
corporal, sino que t te transformars en m.

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti,
y no lo encontraba, hasta que me abrac al mediador entre Dios y los hombres, el
hombre Cristo Jess, el que est por encima de todo, Dios bendito por los siglos,
que me llamaba y me deca: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que
mezcla aquel alimento, que yo no poda asimilar, con la carne, ya que la Palabra se
hizo carne, para que, en atencin a nuestro estado de infancia, se convirtiera en
leche tu sabidura por la que creaste todas las cosas.

Tarde te am, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te am! Y t estabas
dentro de m y yo afuera, y as por fuera te buscaba; y, deforme como era, me
lanzaba sobre estas cosas hermosas que t creaste. T estabas conmigo, mas yo
no estaba contigo. Retenanme lejos de t aquellas cosas que, si no estuviesen en ti,
no existiran. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y
resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspir, y ahora te
anhelo; gust de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y dese con
ansia la paz que procede de ti.

Oracin

Renueva, Seor, en tu Iglesia, el espritu que infundiste en tu obispo san Agustn,
para que, penetrados de ese mismo espritu, tengamos sed de ti, fuente de la
sabidura, y te busquemos como el nico amor verdadero. Por nuestro Seor
Jesucristo.

X,23. Estando ya inminente el da en que haba de salir de esta vida que t, Seor,
conocas, y nosotros ignorbamos, sucedi a lo que yo creo, disponindolo t por tus
modos ocultos, que nos hallsemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde
donde se contemplaba un huerto o jardn que haba dentro de la casa, all en Ostia
Tiberina,
donde, apartados de las turbas, despus de las fatigas de un largo viaje, cogamos
fuerzas
para la navegacin.
All solos conversbamos dulcsimamente; y olvidando las cosas pasadas, ocupados
en lo por venir, nos preguntbamos los dos, delante de la verdad presente, que eres t,
cul
sera la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el odo oy, ni el corazn del
hombre
concibi. Abramos anhelosos la boca de nuestro corazn hacia aquellos raudales
soberanos
de tu fuente de la fuente de vida que est en ti para que, rociados segn nuestra
capacidad, nos formsemos de algn modo una idea de algo tan grande.
24. Y como llegara nuestro discurso a la conclusin de que cualqcualquier deleite de los
sentidos carnales, aunque sea el ms grande, revestido del mayor esplendor corpreo,
ante
el gozo de aquella vida no slo no es digno de comparacin, sino nisiquiera de ser
mencionado, levantndonos con un afecto ms ardiente hacia el que es siempre el
mismo,
recorrimos gradualmente todos los seres corpreos, hasta el mismo cielo, desde donde
el
sol y la luna envan sus rayos a la tierra.
Y subimos todava ms arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos
hasta nuestras almas y las sobrepasamos tambin, a fin de llegar a la regin de la
abundancia que no se agota, en donde t apacientas a Israel eternamente con el pasto de
la
verdad, y la vida es la Sabidura, por quien todas las cosas existen, tanto las ya creadas
como las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y
como
ser siempre, o ms bien, sin que haya en ella fue ni ser, sino slo es, por ser eterna,
porque lo que ha sido o ser no es eterno.
Y mientras hablbamos y suspirbamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo
el mpetu de nuestro corazn; y suspirando y dejando all prisioneras las primicias de
nuestro espritu, regresamos al estrpito de nuestra boca, donde el verbo humano tiene
principio y fin, en nada semejante a tu Verbo, Seor nuestro, que permanece en s sin
envejecer, y renueva todas las cosas.
25. Y decamos nosotros: Si hubiera alguien en quien callase el tumulto de la carne;
callasen las imgenes de la tierra, del agua y del aire; callasen los mismos cielos y aun
callase el alma misma y se remontara sobre s, no pensando en s; si callasen los sueos
y
revelaciones imaginarias, y, finalmente, si callase por completo toda lengua, todo signo
y
todo cuanto se hace pasando puesto que todas estas cosas dicen a quien les presta odo:
No
nos hemos hecho a nosotras mismas, sino que nos ha hecho el que permanece
eternamente
; si, dicho esto, callasen, dirigiendo el odo hacia aquel que las ha hecho, y slo l
hablase,
no por ellas, sino por s mismo, de modo que oyesen su palabra, no por lengua de carne,
ni
por voz de ngel, ni por sonido de nubes, ni por enigmas de semejanza, sino que le
oyramos a l mismo, a quien amamos en estas cosas, a l mismo sin ellas, como al
presente nos elevamos y tocamos rpidamente con el pensamiento la eterna Sabidura,
que
permanece sobre todas las cosas; si, por ltimo, este estado se continuase y fuesen
alejadas
de l las dems visiones de ndole muy inferior, y esta sola arrebatase, absorbiese y
abismase en los gozos ms ntimos a su contemplador, de modo que fuese la vida
sempiterna cual fue este momento de intuicin por el cual suspiramos, no sera esto el
Entra en el gozo de tu Seor? Mas cundo ser esto? Acaso cuando todos
resucitemos,
bien que no todos seamos tranformados?
26. Tales cosas deca yo, aunque no de este modo ni con estas palabras. Pero t sabes,
Seor, que en aquel da, mientras hablbamos de estas cosas y a medida que
hablbamos
nos pareca ms vil este mundo con todos sus deleites, ella me dijo: Hijo, por lo que a
m
toca, nada me deleita ya en esta vida. No s ya qu hago en ella ni por qu estoy aqu,
muerta a toda esperanza del siglo. Una sola cosa haba por la que deseaba detenerme un
poco en esta vida, y era verte cristiano catlico antes de morir. Superabundantemente
me ha
concedido esto mi Dios, puesto que, despreciada la felicidad terrena, te veo siervo suyo.
Qu hago, pues, aqu?
XI,27. No recuerdo yo bien qu respond a esto pero s que apenas pasados cinco das,
o no muchos ms, cay en cama con fiebres. Y estando enferma tuvo un da un
desmayo,
qedando por un poco privada de los sentidos. Acudimos corriendo, pero pronto volvi
en
s, y vindonos presentes a m y a mi hermano, nos dijo, como quien pregunta algo:
Adnde estaba?. Despus, vindonos atnitos de tristeza, nos dijo: Enterris aqu a
vuestra madre. Yo callaba y frenaba el llanto, mas mi hermano dijo no s qu palabras,
con las que pareca desearle como cosa ms feliz morir en la patria y no en tierras tan
lejanas. Al orlo ella, lo reprendi con la mirada, con rostro afligido por pensar tales
cosas;
y mirndome despus a m, dijo: Enterrad este cuerpo en cualquier parte, ni os
preocupe
ms su cuidado; solamente os ruego que os acordis de m ante el altar del Seor
doquiera
que os hallareis.Y habindonos explicado esta determinacin con las palabras que
pudo,
call, y agravndose la enfermedad, entr en la agona.
28. Mas yo, oh Dios invisible!, meditando en los dones que t infundes en el corazn
de tus fieles y en los frutos admirables que de ellos nacen, me gozaba y te daba gracias
recordando lo que saba del gran cuidado que haba tenido siempre de su sepulcro,
adquirido y preparado junto al cuerpo de su marido. Porque as como haba vivido con
l
concordsimamente, as quera tambin cosa muy propia del alma humana menos
deseosa
de las cosas divinas tener aquella dicha y que los hombres recordasen cmo, despus
de su
viaje transmarino, se le haba concedido la gracia de que una misma tierra cubriese el
polvo
conjunto de ambos cnyuges.

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